Lo excitante
de la vida no es hacer el mayor número de cosas en el menor espacio
de tiempo. Si no observar como la vida nos modula cual dial
radiofónico sin cobertura, o como si de un osciloscopio en busca de
la frecuencia perfecta nos tratase a lo largo de los años. Podemos
estar días sin fin mirando la mancha de humedad en la pared y
escuchando las mismas notas una y otra vez, pero nunca será de la
misma manera.
Es por ello
por lo que no hay año en el que asuma con mayor placer, la idea de
enfrentarme a lo desconocido sin plan ni estrategia determinada.
Primavera Sound tiene una porción de culpa, y cierto es que hubo un
tiempo en el que solo quería aquello que podía manejar con soltura;
ahora sin embargo, prefiero que sea el libre albedrío el que maneje
los hilos de mi actos. No hay decisión más aburrida que diseñar un
itinerario acorde a lo conocido, como dejar de pensar que hubiera
sido de nosotros si la casualidad no se hubiera cruzado en nuestro
camino.
Si hay algo
que debo agradecer a la malsana mente de los programadores del
Primavera Sound, no es desde luego la idea del cabeza de cartel como
reclamo popular, si no esa serie de artistas a los nadie en su sano
juicio se le ocurriría invitar y por los que uno se pregunta: ¿Que
carajo hacen estos aquí? Es esa la singularidad de este festival,
ese equilibrio tan imperfecto por el cual conviven en un extenso
recinto miles de universos opuestos: Aquellos que buscan ritmos
desenfadados, también quienes se decantan por la electrónica
trasnochada, el Pop relajado, o las guitarras bulliciosas, los pactos
diabólicos y cortantes, y... mucho más; todo depende de la idea
festivalera que cada uno asuma, o de su idiosincrasia personal.
Opiniones y gustos hay tantos como culos y colores: Aquello que nos
mueve a algunos por no detenernos tan solo en aquello que flota en la
superficie o buscar ya no por cansancio, si no por mera curiosidad;
nuevas texturas que echarnos acuestas, meternos entre alma y
esqueleto... Definitivamente caminos que surcar sin tener
necesariamente que recurrir a los deslumbrantes neones que nos
asaltan en cada esquina de la tumultuosa red.
A lo lejos
donde no nos alcanza la vista, o en las profundidades donde solo se
atreven a meter la cabeza los testarudos, o si se prefiere, los más
tercos y esquivos... Se encuentran minerales a veces preciosos;
Feos y ásperos en apariencia, aunque su belleza no solo se pueda ver
con los ojos o escuchar en sus lamentos desgarrados. Tan solo
demandan la serenidad, perseverancia; o el tener un gusto un tanto
retorcido y enfermizo para así poder separar la fachada de la
hermosura interior. Lo bonito de lo incómodo, lo festivo de lo
oscuro... O bien tragarlo todo sin pestañear.
Es el caso
de THE DRONES, una banda perdida en las inabarcables extensiones de
la llanura oceánica, y de las antípodas musicales. Allí se
hicieron a si mismos Gareth Liddiarth y Rui Pereira a finales de los
90, escarbando en el subsuelo de los grandes mercados para explotar
las betas extintas por la arrolladora modernidad. Su historia tan
peculiar como abrupta, es de aquellas a las que siempre se recurre
cuando inexplicablemente una banda con su carisma ha permanecido en
el más absoluto de los anonimatos: Cuatro álbumes a sus espaldas, y
un puñado de registros en directo, sesiones fruto de un contencioso
con su anterior sello; lo que les hizo acometer un lapsus de forzado
silencio durante casi cuatro años.
En ese
sacrificado camino la banda de Perth (Australia), además de perder
algún miembro fundador también han ido creando lo que probablemente
veamos sobre el escenario el Sábado alrededor de las dos de la
madrugada. Un grupo de Rock abigarrado de cimientos tambaleantes en
los que se aposentó una furia inusitada, y del que el paso de los
años ha ido transformando, que no cambiando en su modo de transmitir
las mismas sensaciones.
En el camino
que va desde su debut en el 2002 con “Here come the Lies”,
donde las guitarras vibrantes y ondulantes hacían gravitar a Gareth
Liddiarth como en a un ser endemoniado en canciones como “The
cockeyed lowlife of the Highlands”, cuando tuve la oportunidad
de conocerlos hace unos años.
Hasta partes
de su asfixiante discurso que se diluían en remansos de raíz
bastante más clásicos y accesibles, como los de su segundo disco
“Wait long by the river and the bodies of your enemies.../2005”.
El regreso
de THE DROMES cuatro años más tarde sigue conteniendo su esencia
inquebrantable, donde se sigue vislumbrando esa atmósfera salvaje y
atormentada de uno de sus consaguíneos, el señor Nick Cave; de
quien no se sabe si habrán ido a medias en el fletaje desde el
aislado continente Australiano, o si en cambio se verán mejor
representados junto a Tame Impala (también de Perth) según
identidades, simpatía, o simple ensoñación.
Yo prefiero
imaginarme a The Dromes en mi húmedo y perverso sueño, solos y al
margen de cualquiera de las influencias que inevitablemente nos
vienen a la cabeza: Sus hermanos siameses Gallon Drunk, Trent Reznor, The Cramps por su legado subterráneo, Tom Waits por sus abrasivos conjuros, Madrugada por la profundidad
vocal y por su tono crepuscular, David Eugene Edwarsds por esa
especie de ritual oscuro en el que transforma las canciones; más
como plegarias que como melodías al uso. Todos ellos rasgos y
parentescos de quien comulga más con el concepto de la teatralidad a
la hora de transmitir, que con un coincidencia musical. Puesto que la
espiral caótica por la que transitan muchas de las composiciones de
este cuarteto tiene en muchos casos más coincidencias con el Punk,
el Garaje, el Noise, la perfonmance cabaretesca, o incluso con un
Blues arrastrado de ambientes cargados, atmósferas asfixiantes.
Dibujando melodías que reptan por nuestra espalda, rebotan en
nuestro cerebro disonantes, caóticos, y fustigadores de la idea de
la canción, del disco, y de la sensación a transmitir como si de un
montaje de la Fura dels Baus se tratase.
Su último
trabajo cambia las sacudidas brutas y el Rock herrumbroso de los
páramos Australianos, por un ceremoniosidad inquietante y oscura.
Por forma y melodía un disco más accesible. Por idea y concepto,
una obra para entrar machete en mano o escucharlo con los ojos
cerrados para imaginar los bucles de 6 a 8 minutos sin prisa, puesto
que las canciones se forman como las tormentas o las mareas: De forma
lenta, con desenlace súbito y violento; lo más parecido a una
patología infecciosa y bacteriana.
Canciones
como “A moat you can stand in” conservan su actitud rabiosa con
la que parecen querer medirse en duelo. Pero si hay algo presente y
verdaderamente destacable de este disco, es su densidad crepuscular.
En la que se presenta a Gareth como un compositor incorruptible pese
a sus limitaciones vocales , que suple con una inspiración ilimitada
a la hora de construir monumentos de peso y personalidad inimitable.
Vale la pena
asomar la cabeza y dejarse caer por cualquiera de sus trabajos, a
sabiendas que es tan fácil enredarse en cualquiera de sus facetas;
como acabar extenuado y asfixiado por un decálogo un tanto áspero,
según la versatilidad del oyente si está dispuesto a aventurarse.
THE DROMES IN STREAMING
WEB DE LA BANDA
Recalco esa frase de "su último trabajo cambia las sacudidas brutas y el Rock herrumbroso de los páramos Australianos, por un ceremoniosidad inquietante y oscura.". Algo los había oído, ese "nine eyes" me ha gustado bastante.
ResponderEliminarPero no pierdas la oportunidad de echarle un tiento a sus dos primeros discos, no tiene desperdicio amigo JOHNNY. Rock crepuscular y malsano, nada mejor para despertar ese lado pendenciero que todos llevamos dentro jejeje
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