Recostado
sobre la baranda de un balcón de dimensiones liliputienses; con el
oído puesto en el silencio tan solo perturbado por un degenerado, la
mirada fija en esa majestuosa luna que se bate en retirada, y la
mente... La mente perdida en el recuerdo aun palpitante del
pre-solsticio. Parece que tras la hecatombe de artificios, de ese
olor a pólvora que impregna dedos y membrana pituitaria, y la
ruidosa (aunque menos) procesión nocturna; uno tenga que hacer un
alto en el camino para marcar con una raya de tiza, un lado y otro
del año: Como si lo que nos ha sucedido meses atrás debiera ser por
fuerza diferente a lo hasta ahora acontecido, y archivado para
acometer el resto del año con algo más de felicidad.
Echando las
cuentas de la vieja resulta que va ya casi más de un mes desde la
última entrada vitivinícola en esta morada de mil demonios: Las
camas desechas, un dedo de polvo sobre los links que ni la
tramuntana solivianta, y un puñado de hojas secas de mi
Menta azotada por los parásitos, que se amontonan en un rincón del
salón.
Por suerte
para mi imaginaria inventiva, la intensa semana de sucesos varios que
ha decorado los días previos a la salvaje Verbena de San Juan;
(aquel santo que la imaginación más depravada de paganos varios,
quemaba los refajos de su madre al menor descuido). Va a dar de
bruces con un encuentro de aquellos que hacen época; una reunión de
adoradores al sanguino elemento que resbala desde nuestros gaznates,
para acabar convirtiendo a éste en el fluido que bombea nuestro
corazón y que nos conecta directamente a la tierra. Y desde luego el
que nos emparenta por pura sinapsis como hermanos consanguíneos.
Así fue
como nos conocimos hace ya de esto y si mi memoria acierta, un año
ya casi. Una botella de vino con nombre Singular tuvo la
culpa; crucemos miradas, entablamos conversación, y desde entonces
ya todo dejó de ser igual.
Desde que
pusieran ante mi pareja y yo a un mediador con el nombre de Montevannos allá por el año mil novecientos y pico, son
muchos los vinos que he probado: De buenos, de regulares y de
deleznables. Sin embargo todos ellos con una secreta historia tras de
si, con la que fui cogiendo el gusanillo a la betusta bebida
del vino hasta que en nuestros días halla llegado a convertirse en
una especie de moda y si me apuran, un síntoma de cultura y
elegancia sin parangón, (aunque eso solo sea lo que se rumorea, sin
argumento posible).
Pero no ha
sido hasta hace unos años cuando he descubierto cual es en realidad
la mayor virtud de este líquido elemento en cuestión: La singular
reacción que suscita entre los comunes venidos de cualquier entorno,
para sellar amistades perdurables, buscar aspectos compartidos, y
derribar barreras que adolecen de desencuentros sin fundamento. Algo
que lo asocia directamente a la música, o a cualquier expresión
cultural que se precie y que nos acerca a la relación humana como
herramienta de conocimiento y enriquecimiento mutuo.
Con esta
sarta de erpiritualidades tan solo quiero expresar algo que se resume
con mayor brevedad: Desde que me integré en este grupo de amigos,
muchas cosas son las que han cambiado a la hora de acometer un vino.
Y no me refiero al conocimiento sacrosanto del vino que parece ante
todos algo inaccesible para los mortales, no; me refiero al
acercamiento desde la sencillez, al terruño, la esencia o como rayos
quieran llamarle. A eso que hace que un vino o cualquier otra cosa
que nos despierta los sentidos, nos acerque al origen y magia
primigenia que los/nos crea. A la pura naturaleza que nos hace a
todos del mismo modo, elementos y creadores de un mismo disfrute.
Algo que,
permitidme la licencia; nos otorgó la naturaleza y que con el ritmo
de vida que llevamos, intentamos dominar de tal manera que lo
dejamos en manos de los impulsos y los placebos. Cuando en realidad
lo deberíamos utilizar como vehículo para conectarnos a nuestro
ser, eso que nos otorgaron de niños para orientarnos y que ahora
ignoramos, ¿instinto?.
El día
previo a San Juan, nos citemos en mejor sitio posible para llevar a
cabo una celebración nacida de la más pura improvisación: Tal día,
el porqué, y el donde sin ningún tipo de motivo planificado, tan
solo por la magia del momento. Y es ahí donde entra en escena el
artífice de la locura, Xavi; aquel que me tentó diabólicamente al
sabio arte de entender los placeres en grupo, desde nuestra
disparidad y confluyendo en un mismo punto, el disfrute común.
La cita
matinal fue el mercado del pueblo, ¿que mejor sitio si no? Con el
frescor matinal, la plaza atestada de previsores, y con Juliá de la Peixatería Puig i Mariscal ejerciendo de manijero visionario ante
los brillantes ojos de cuatro niños emocionados; debatimos cual
debía ser la sabia elección para alimentar a veintitantos
comensales hambrientos de momentos únicos: Llobarros, gambas rojas,
mejillones, Coca, Pan de leña, pasta para la “canalla”,
Mozzarella, y Pomodoro fue parte del botín de aquí, allá y acullá.
Los vinos y Cavas que humedecerían tal encuentro correrían a cargo
de la imaginación de los ocho aventureros; tirando así de
inspiración y personal elección, como es habitual en los encuentros
donde nos cruzamos.
Un botella
por cabeza que acabó por irse de madre con la emoción de hacer
cortos: Dos viñas Tondonia 81/91, Un Tocat de L'ala, una de
Terramoll Primus del 2006, un atípico VMalcorta de nuestro Sumelier
predilecto, una joya de las profundidades del Solanet con nombre de
Pomerol del 94, Terra Romana, un delicioso Araucano Carmenere, una de
Bertha Pinot Noir descatalogado, un Sole Chardonnay, un Cinclus 08,
un Granangular Mazoni, dos Muga blancos gentileza de Puig i
Mariscal, y para rematar el fin de fiesta un Juve Camps Milesimé y
un Glaç.
El menú
para acompañar tal batallón de grandes vinos eran cuatro Lubinas
que se debatieron entre el horno y las brasas, cuatro Pizzas caseras
de multi colores, un regimiento de gambas rojas que tomaban el sol
sobre un manto de sal gorda, mejillones haciendo croll sobre
el vino, y dos deliciosas sorpresas para rematar la noche: Unos
cubiletes de Dry Martini, Ginebra, y oliva incorporada concentrados
en gelatina junto a una tarta Tatín de Manzanas salida de las
mágicas manos de nuestros mejores directores de cocina, la familia
Fontanet; verdaderos animadores de la maestría entre fogones y
enseres. Todo esto por el módico precio de 20 euros por cabeza,
aunque por si no lo saben, tal condensación de bienestar y felicidad
probablemente no tenga moneda en curso que lo sufrague suficiente
equidad.
Y habrá
quién diga y con toda la razón: - ¿Que carajo es esto? ¿una
entrada sobre vinos, o sobre disfrutes personales?... Lo cierto es
que para que engañaros, lo mio debería ser más un diario personal
por capítulos, que una bitácora donde contar cosas que sean
mínimamente interesantes para alguien. Hablemos de vinos pues, por
amor de dios!!
Para ser
sinceros la tarea no es del todo fácil pues a pesar de que la cosa
fue principalmente de pescado, fueron variados y distintas las
botellas que desfilaron. Lo que si está definitivamente claro es que
pocos vinos de los allí presentes podrían competir como mínimo en
nivel de embrujo al de los dos VIÑA TONDONIA 91 vs 81, y al
profanado POMEROL del 91. Tres vinos que por respeto a la veteranía
pocos pudieron igualar en una noche mística y levitante, donde
pudimos testiguar de primera mano la manera tan distinta como
envejecen tres vinos con buena guarda.
Los dos VIÑA
TONDONIA fueron sencillamente brutales, tanto por expresivos como por
diametralmente opuestos. Dos vinos por no decir esencias, que
compitieron espectacularmente con un maridaje de gambas jugosas a la
par que hermosas en una combinación por así decirlo, celestial: La
botella del 91 con un color profundo similar al de la miel, y una
nariz indescriptible: Queso, frutos secos y maderas frescas que
recuerdan ligeramente a un Jerez; sin embargo el ataque en boca está
dotado de una voluptuosidad y suavidad envidiable, muy fresco y de
una acidez casi exacta. La verdad es que puede que sea uno de las
mejores concordancias que halla tenido el gusto de disfrutar, en
contraste con la intensidad de la gambas.
Teniendo en
cuenta que la personalidad tan marcada de los blancos de esta
legendaria bodega suele tener tantos adeptos como detractores..
El paso
siguiente fue su hermano mayor, una botella guardada a cal y canto
por Carlos quien no tuvo mejor gesto que compartir con todos
nosotros, en una ocasión tan especial como la de aquella noche; una
botella de Viña Tondonia Blanco de 1981 son palabras mayores.
Inevitablemente
te vienen a la memoria todas aquellas cosas que has vivido durante
esos 32 años; son tantas, que cuesta imaginar como un envase tan
franco como es el vidrio puede conservar tal extensión de la
naturaleza. No solo porque allí se han conservado durante largos
años una parte de la tierra, si no porque además esa parte viva de
la naturaleza sigue creciendo y transformándose allí dentro; es ahí
en ese momento concreto cuando empiezas a comprender el significado
de la llamada complejidad; esas contradicciones donde difícilmente
se encuentran adjetivos que definan esa sensación tan indefinible:
Las flores que aparecen al acercar la nariz al borde abismal de la
copa, la pastelería recién hecha, los toques de madera exótica que
confunden la ambrosía con el carácter secante de sus rasgos
antiguos y reposados.
Esa manera
tan única de elaborar un blanco de tanto recorrido que tiene Viña
Tondonia, unido a esa paciencia casi oriental que nos exigen cuando
elaboran un blanco que de momento no tiene parangón que ni siquiera
lo imite; y sobre todo ese riesgo que asumen cuando deciden envejecer
blancos sabiendo que la ligereza es lo que mayormente busca el
público en general.
A su lado
los variopintos CINCLUS 08 y el Verdejo atípico de JAVIER SANZ
quedaron en meras anécdotas. Con unas particularidades tan
arriesgadas que merecerían sendas entradas para desvelar los
entresijos que hacen de ellos, dos blancos revolucionarios en su
personal forma de reinventar los mono varietales y los cupatges. Pero
sería tan cruel como sacado de contexto enfrentar a cada vino,
cuando sabemos que a veces lo realmente complicado es saber disfrutar
en cada momento de aquellas cosas de las cuales desconocíamos; un
lema que siempre intento aplicarme como antídoto ante el miedo: “Lo
que me gusta ya lo conozco, lo excitante es descubrir aquello que
creía que no me gustaba”.
Los Viñas
Tondonia he de reconocer que siempre han sido vinos difíciles para
mi, pero lo de aquella noche fue realmente revelador: Encontrar sobre
la misma mesa a dos hermanos separados por diez años, y tener la
satisfacción de reconocer sus ancestrales diferencias. Créanme que
esas son oportunidades que abren muchas puertas y ventanas que uno se
cerró; nos descubren puntos de vista jamás antes imaginados, y se
acercan muchas posturas equidistantes al amparo del embrujo de un
grupo emocionado.
Y al final
ahí, en el otro extremo y en la recta final de la noche: Esos dos
tintos especiados y minerales a los que parecían haberles impregnado
de piedra, la imponente presencia de ese caramelo oscuro y profundo
en el que se rompe magistralmente la esclavitud de un vino tinto ante
el alimento acertado. Son aquellos tintos que no necesitan comida
alguna para disfrutarlos, de echo casi que la rechazan con total
arrogancia. Un ARAUCANO CARMENERE Chileno de anticipo, y el príncipe
de las tinieblas que salía de su sarcófago, de allí abajo del
subsuelo de SOLANET, POMEROL Chateau La Fleur-Pétrus del 94; su
consorcio con la Tarta Tatín casi seguro que fue ideado por una
mente perversa.
Se fundían
ambos en total armonía las manzanas maduras y ese carácter
glicérico que emerge de esos aromas torrefactos que confunden el
azúcar concentrado con las especias (vainillas, clavo, canela,
cardamomo, bergamota); la mayoría evocaciones oscuras que hacen de
estos dos vinos de amplia boca y de esencia embriagadora dos joyas.
La primera
porque su precio es tan tentador para todo lo que nos ofrece, que es
imposible no hacer una pausa en los vinos Chilenos y descubrir que
fue lo que llevó a la uva Francesa Carmenere de la Borgoña a
desaparecer, para aparecer milagrosamente en esta zona de Chile.
El segundo,
sencillamente porque destapar aquello que se guardó con mimo bajo
las tripas de la Masía Solanet, tan solo merece convocar los poderes
esotéricos para separar espacio de tiempo y detenerlos
indefinidamente; el POMEROL así parecía haberlo hecho, por lo menos
así lo hizo con nuestra memoria: La aisló, la envasó, y la guardó
en confitura para que permanezca imborrable de nuestras mentes.
Publireportaje by: Los más dicharacheros
Banda sonora by: Un Menda
Para cuando la siguiente?????
ResponderEliminar20€ por barba por semejante comida es un regalo, joder que maravilla de menú y menudos vinos te gastas, si tienes un hueco en la siguiente me apunto y llevo un par de botellas de pacharán casero jejeje
Buen provecho y que no decaigan esas reuniones
Collons, qué nivelazo, maese-brother. Te dejo el vino, que se que te gusta especialmente y me encargo del marisco y del pescado, jejeje. Abrazo.
ResponderEliminarEeeeyp SERGI & JOHNNY!! Bueno en realidad fueron 20 euros el pescado que la verdad es que en ese caso el Pescadero fue de medalla de oro; se ve que todos lo conocen de primera mano menos yo jejeje. La pizzas fueron inspiración personal de Carlos, Jordi F., y yo mismo. En fin cada uno trajo un poco de todo y se repartieron tareas de cocina, parrillas, hornos, y descorche sin descanso. Hasta hubo un CD commemorativo que es lo que mejor se me da.
ResponderEliminarPero al final nada como la compañía y aquello que nos unfica para compartir: Vinos, Cavas, hospitalidad, risas, anécdotas... ya sabes, esas cosas que hacen que las horas se pasen volando y no tengas prisa por abandonar. La verdad es que hemos un grupo de cata que es una auténtica familia, y con ganas e imaginación no hay debacle que nos amargue la existencia.
PD. El Pacharán casero ser bien recibido SERGI, no encontraras mejores agradecidos del buen trabajo!!!
SALUTACIONS!!