El camino a
casa al salir del cole era corto, pero suficiente para seguir con la
mirada y en la distancia sus gestos al mínimo detalle: El calzado
que usaba, sus ojos, la timidez que creía compartir, su largo pelo,
el blanco inmaculado de su piel, y hasta podía contar sus pasos
hasta el primer cruce. Allí se perdía calle arriba hacia un punto
indeterminado del barrio, no sabía donde vivía tan solo lo
imaginaba; el mejor ejercicio posible cuando ni tan siquiera me había
atrevido en todo ese tiempo a cruzar palabra con ella, dulce opiáceo
la imaginación para tímidos y cobardes.
Dicen que
siempre hay una mujer en la vida de todo hombre y no necesariamente
la Madre, o la pareja con la que acabamos compartiendo la vida. Las
mías fueron en la mayoría de los casos imaginadas, no por la
ausencia de la persona si no por la ausencia de relación física,
contacto casual; a veces ni tan siquiera por la sospecha de mi
existencia. La ignorancia es en muchos casos la condena más dolorosa
a la que se puede someter a un ser, por vil que parezca. Pero la mía
era ya cultivada desde bien pequeño, vivía con cuatro bajo mi techo
pero me asustaba relacionarme, por eso quizás, llegué hasta los
once años con tan solo tres amigos contados.
Recuerdo que
pasaba las horas muertas mirando tras la ventana del comedor, el otro
extremo de la ancha avenida que dividía el bloque de pisos donde
vivía, de un imponente rascacielos de quince plantas que emergía
recién construido al otro lado; en aquellos años, todo lo que
superaba cinco y ocho plantas era bautizado como “un
rascacielos”: Una gran construcción para hacinar gentes
venidas de todos lados en las ciudades dormitorio de la periferia
Barcelonesa.
Por ella
miraba absorto a dos niñas con faldas plisadas a cuadros y
calcetines altos como los de aquellos uniformes de colegio privado,
por donde se descubrían sus rodillas. Seguías subiendo hacia
arriba, y veías girar sus cinturas al ritmo del Hulahop todos
los días durante interminables horas: Sus largos cabellos se
agitaban a ritmo acompasado, y yo a una distancia prudencial de
doscientos metros, donde la imaginación acaba de completar lo que el
ojo no ve; podía estar horas y horas contemplando la hermosura de
aquellas niñas. Una de pelo ondulado castaño y de estatura mediana,
la otra de la que estaba perdidamente enamorado, alta con una
deslumbrante melena rubia de aspecto nórdico.
Con los años
descubrí que su belleza no era tal y cuando alcancé la edad para
pisar una discoteca, resulto que la llamaban “La Schuster”.
Puede parecer gracioso pero por tal que así fuera y su belleza tan
solo residiera en mi imaginación, esos momentos de enamoramiento
infantil seguirían ahí durante años; ocupando un espacio grato del
recuerdo. Así es el amor y el desamor amigos, un sentimiento que
brota sin previo aviso y que nada entiende de cordura ni de sensatez.
Y por más que nos produzca angustia y desazón, esas mismas
sensaciones de sudoración espontánea, de cosquilleo en la boca del
estómago, de amargura al no ser correspondido o al desaparecer para
siempre; aunque creas que esas mismas no las volverás a sentir del
mismo modo en la vida, las añoras y las deseas fervientemente.
Lo cierto es
que en el amor, en el deseo y en todos esos sentimientos que se nos
manifiestan a lo largo de la vida; aquellos que por su intensidad
jamás creímos que existieran y que nos suben hasta el cielo o nos
descienden hasta la mismísima mierda, todos ellos; tienen algo que
los ensalza con creces: El recuerdo aletargado en nuestra memoria,
que se vuelve a revivir con la melodía de una canción.
No se si
sería del todo correcto hablar de canciones que nos salvaron la
vida. Pero creo con casi total certeza, que si bien es uno mismo el
que debe asirse al salvavidas con decisión; las canciones ejercen
un efecto de conmutador único.
Así lo
hacían sobre mi, las canciones de LA BUENA VIDA; por paradójico que
parezca el nombre de la banda Donostierra en cuestión. La primera
canción que me asaltó fue a los 25 años. Por supuesto en esas
fechas mi corazón ya no sufría de enamoramientos imaginarios y no
correspondidos. Magnesia además, no era desde luego su canción más
emotiva; puede que inocente y malévolamente romántica, pero no su
canción más emotiva.
Sin embargo,
la discografía de esta delicada banda junto al recuerdo de la
trágica desaparición hace unos años de su primer bajista (Pedro
San Martín) si que puede presumir de ser de las pocas, por no decir
la única, que me a hecho revivir a lo largo de mi madurez los
recuerdos más íntimos y celosamente guardados ahí abajo, en lo mas
profundo. Aquellos que nos hicieron descubrir por primera vez como se
siente el amor o el sufrimiento que tantos aspectos comparten. Y no
hablo evidentemente del amor pasional y desmedido que tanto se acerca
a la felicidad demente, no. Los tímidos no sabemos amar así,
tenemos demasiado terror al ridículo y preferimos guardarnos
nuestras locuras para nuestros adentros, no sea que por el camino
perdamos la compostura.
No quieran
saber lo que es no saber articular un sentimiento y tener que
guardarlo hasta que se acaba pudriendo ahí adentro. Pero bueno
tampoco es cuestión de revolcarnos con nuestras amarguras
personales y centrémonos en la canción en cuestión.
La Buena
Vida es de aquellas bandas que vistas en la lejanía y sin el más
mínimo interés por profundizar en el hilo argumental de
prácticamente toda su carrera, pueden parecer ñoños, cursis,
terriblemente lastimeros, y aburridos muuy aburridos. Supongo que eso
se debe a que son letras y música, dos aspectos los suyos que van
ligados a una sensación general de desencanto, frustración, y
recreación de aquello que llamamos Romanticismo; ya se que
generalmente renegamos de ese tipo de atributos pero... no me jodan
¿jamás se han sentido así? Imposible!!
Enamoramientos,
rupturas no solo de parejas, también de amistades e incluso añoranza
por los recuerdos nos asaltan en los momentos más bajos o que
incluso recreamos a posta para llorar por dentro sin más. La
fragilidad de sus hilos argumentales casi siempre unidos a nuestros
amores más verdaderos, puros y virginales, los de nuestra infancia y
juventud. Aquellos que añoramos por fugaces e intrascendentes que
parecieran , pero que en el fondo estamos deseando revivir a la
vuelta de la esquina.
“Que
nos va a pasar” es una canción tremendamente triste, pero a su
vez necesaria para pellizcar algo que con el tiempo va
desapareciendo; la sensación del dulce sufrimiento, por peligroso
que resulte dependiendo del momento de nuestra vida. Como podría
haber escogido “HH:MM:SS” total , Hayeluah!/2001 y Álbum/2003
fueron dos discos que resultaron tan vitales para el Pop de corte frágil que
abanderaron bandas como La Buena Vida, Le Mans, Family etc.
Pero de la
misma manera que una pérdida te induce a recrear el momento una y
otra vez; ese recuerdo que se visiona en la cadencia de algunas
canciones. Igual que tras la muerte de mi padre no pude dejar de
escuchar durante semanas aquel “Hurt” que versionaba Johhny
Cash...
De esa misma
forma, uno es incapaz de evitar dejar los recuerdos y los
sentimientos en manos de las caprichosas melodías que se soldaron en
nuestra cabeza en forma de caja de zapatos.
Las
canciones surgen de la naturaleza humana como algo metafísico al que
no se le puede atribuir en cualquier caso ningún aspecto técnico,
por lo menos así lo creo yo; las puedes analizar, diseccionar,
catalogar, e incluso ensalzar pero jamás las puedes explicar como un
producto fabricado para fin alguno.
Nunca he sido seguidor de La Buena Vida. Leyendo tu articulo me entran ganas de darles otra oportunidad. Saludos y a seguir
ResponderEliminarHola Carlos!! Bueno yo he de confesar que tampoco soy seguidor de La Buena Vida, de echo son pocos los artistas de los que sigo toda su discografía a pies juntillas (ni los que tengo por cabecera). De la Buena Vida me encantó ese EP de Magnesia, después y aunque si que me confieso un Popero irremediable y tener mi época intensa de The Smiths y del sonido de Sarah Records; no todo el Pop me gusta y quizás puede que sea incluso un poco demasiado exigente con ese género.
ResponderEliminarLa Buena Vida sin embargo merece prestarles una escucha concentrada y en su debido momento. Creo para mi humilde opinión, que entos dos discos que comento (Hayeluah!/2001 y Álbum/2003, sobretodo el primero) consiguen transmitir el romanticismo ese que todos hemos experimentado alguna vez, sin resultar ñoños y pánfilos; además, son dos discos que se escuchan del tirón.
No te creas que soy capaz de escuchar un disco cualquiera de la Buena Vida o hacerlo en cualquier momento, de echo por mucho que me guste algo; son tan diametralmente opuestas entre si, que necesito encontrar el momento o incluso el tiempo en el que volver a recuperarlas.
Bboyz me encantan estos recuerdos antiguos ya lo sabes. El otro día lo hablaba con un amigo, según él mucha gente no tiene apenas recuerdos ¿? A mi si me ha pasado de estar con gente que no tiene apenas recuerdos de la infancia. Seguro que ya lo hemos hablado.
ResponderEliminarA mi las canciones de la buena vida me parecen tan bonitas que no me suelen poner triste. La música me produce una emoción mayor que lo compensa. Oigo que nos va a pasar y no pienso en letra sino en la maravilla de esa melodía. Me siguen pareciendo un grupo increíble. Que casualidad que también he estado con la buena vida este mes. El otro día pensaba escuchando HH:MM:SS que a veces una parece vivir en una canción eternamente.
El texto que hay antes del player se ha cortado ¿?
Siempre he creido firmemente que por encima de los tecnicismos más propios de un crítico musical, que no me considero; están las sensaciones que cuestan más de afinar en detrimento de las comparaciones, y de los recuerdos.
ResponderEliminarMe gusta asociar historias con música porque prefiero la narrativa imaginada o real que la reseña breve jejeje Romanticón que es uno.
El año pasada cogí discos de mi infancia y este van a ser canciones asociadas a recuerdos, por tiempo no están totalmente relacionados pero lo desencadenan, que viene a ser lo que verdaderamente necesito para sacr tiempo y escribir.
Como ves, es tan poco el tiempo que tengo y tanto el que necesito que acabo colgando las entradas con algún error por falta de relectura. Ciero, ahí faltaba un párrafo (subsanado jejeje).
La tristeza tampoco es que sea una definición exacta, quizás la melancolía los definiría mejor. Aunque a veces la tristeza no es mal remedio para explotar en posterior júbilo.