A DENGUE FEVER se puede llegar de distintas maneras: Por ese deje marciano de
algunos de sus temas más occidentales, por el exotismo de sus ritmos
asiático psicodélicos, o simplemente por el gancho de escuchar algo
que ni en tus sueños más remotos pensarías que te atreverías
probar. Pero lo que es absolutamente irrebatible; es que la banda
Angelina gana tanto sobre un escenario, esa desproporción entre su
enorme bajista y la rutilante Chhon Nimol.
He aquí la
crónica demasiado larga del concierto, con bastantes días de por
medio e intentando desentramar el secreto de su hechizo ; pero nunca
es tarde y poco si la dicha es buena.
Ya sabéis
que pocos son los conciertos que comento en caliente salvando
contadas ocasiones: Sueño, cansancio, trabajo, y un calor soporífero
que te engarrota cual veneno de Viuda Negra tienen la culpa. Y la
verdad es que sería una indecencia dejar de relatar o desvelar lo
que me llevó a presenciar, la que creo es la segunda visita de esta
genial banda a nuestro país.
Cuatro años
contaba Chhon ayudada por el resto del grupo y haciendo no con menos
dificultad, memoria sobre lo que los llevó a Barcelona cuatro años
atrás. La verdad que cuesta situarse en ese extraño contexto en el
que DENGUE FEVER publicaron fuera de EEUU de la mano de REAL WORLD,
el sello de Peter Gabriel. Sobretodo y básicamente por mi
desconocimiento de dicha banda; subsanado hace dos años y empujado
por la banda sonora de Jin Jarmush en Broken Flowers/2005.
Esa Road
Movie memorabílica y el hilo musical que acompaña todos los
trayectos por carreteras Americanas debió de ser sin duda, capital y
revelador; pues gracias a él llegué a dos pilares importantes en
esto de intentar comprender la música desde las raíces
multiculturales que se engloban en nuestro ancho planeta. Con Mulatu
Astatké y Dengue Fever se han vuelto a despertar; años atrás ya lo
hicieron Nusrat Fateh Ali Khan, Goran Bregovic, Dead Can Dance, o
Lorena McKennitt. Y con los años siento que no hay mejor manera de
expandir la mente y mejorar la capacidad de perspectiva musical, que
profundizar en los distintos aspectos de la música Global desde sus
mismísimas tripas; por mal que suene este adjetivo.
DENGUE FEVER
puede que sea muy probablemente, de esas bandas que hacen de nexo
entre el Folklore que impregna aquellos países que escapan de las
entendederas de todo buen amante de la música actual; y que por otro
lado esa parte de los ingredientes base de la música de siempre: El
Surf, el Pop, Rock & Roll, la Psicodelia, los ritmos de Guateque
tan Kisch (Big Beat, Bogaloo, Easy Listening...). En ese trayecto es
inevitable desplegar un puente entre aquella introducción musical en
el circuito Americano de los 70, con el Jan Peneh-Ho de Mohamed Rafi
en el film Indú “Gumnam”. Y ese extraño atractivo que siempre
ha despertado en los círculos más subterráneos de la cultura
Anglosajona, la comunión musical más profunda entre su emigrantes
venidos del Sur de América, o de tierras Asiáticas y el Rock...
Tito & Tarántula, Pitzzicato Five junto muchos otros, podrían
ser otros ejemplos recurrentes. Pero la banda Californiana tiene algo
que la hace particularmente distinta, emocionante, y sumamente
arriesgada: Su intrepidez a la hora de ir a buscar los ancestros
musicales de Camboya, donde el KHMER ROCK ya era un género en los
60. Y que se relata con todo detalle en el documento gráfico de
“Sleepwalkinng Through the Mekong” dirigido en el 2007 por John
Pirozzi; donde se revive a Sin Sisamouth y Ros Serey Sothea, mecenas
del Rock Camboyano asesinados por los Jemeres Rojos.
En su forma
de cocinarlos son pocos los rasgos de pastiche edulcorado para
especies mojigatas y acomplejadas, al contrario; en su esencia se
pueden oler y saborear los Currys de diferentes tonalidades, el
perfume del coco, y la intensidad de la cúrcuma. Tan solo basta con
echar un vistazo a sus diez años de carrera y a la progresión en
los seis discos que llevan hasta el momento. Vaya que no son
primerizos y sobre el escenario no solo es lo primero que se
aprecia, si no que además lo transmiten como aquellos que giran por
el mundo, sabiendo que cada concierto es una oportunidad inmejorable
para impregnarse de otras culturas, mientras explican su historia en
forma de impulsos musicales.
Así que
temeroso por la decisión de acudir a uno de esos espectáculos en
los uno no sabe muy bien a que se va enfrentar, me envalentoné. No
solo me envalentoné, si no que además me vendí como una vil perra
en la labor de buscar cómplices para la aventura: Un compañero de
trabajo y mi pareja, quienes tan solo había oído un par de temas;
los que suelen conectar más directamente con propios y extraños:
“Cement Sleepers” con ese inconfundible aire a B52's, y “10000
Tears of Tarántula”, que con una espiral entre lo Psicodélico y
lo Marciano hace caer en una espiral sin fin al más pintado. Porque
sepan que aunque tengan un par o tres de temas que conectan de
inmediato con un público variado, la auténtica prueba de fuego a la
que se enfrenta el espectador; es esa arrebatadora e inquebrantable
personalidad de la Asia profunda, con la que hechiza su pequeña
solista de escaso metro cuarenta.
Así que lo
normal es rajarse y ser incapaz de trasladar nuestras mentes de
oyente al contexto cultural de donde Dengue Fever extraen su receta
secreta. No es la primera vez que pasa, y la verdad es que nunca he
llegado a entender porque hay ciertos públicos que chirrían cuando
se le pide extrapolar, formar parábolas, y liberar ese
encorsetamiento que sufre el Occidental. Cuando se le pide empaparse
con el crisol de culturas tan contrastadas de las que bebemos, y con
las que tan mal interactuamos.
Sin este
detalle final, seguramente no tendría sentido este extenso y peñazo
de preámbulo. Puesto que así fue como se enfrentó el escaso
centenar de personas que nos dimos cita en Apolo 2; un espacio que se
maneja con soltura en este tipo de caprichos que se da la sala, y que
nos pone en bandeja cada mes en Barcelona. Pasadas las nueve y media
salieron a escena un quinteto, del que se añoró ese rugoso Saxo
tenor de David Ralicke y las tintineantes percusiones de Gordon
“Nappy G” Clay; al cabo de diez minutos ya nadie se acordaba. Los
hermanos Holzman armados con ese personal timbre Western/Surfero que
emana su guitarra, tirando de mástil, “Cry babys”. Y su NORD
STAGE 2, del que Ethan exprime los tonos y efectos más inverosímiles
(Moogs, Farfisas, Hammonds, Korgs etc...).
La parte del
ritmo: Paul Dreux Smith, pura faz de pasmado y concentración
portentosa a la hora de manejar palillos y platillos; junto al Swing
del gigantón de Senon Gaius Williams, con su bajo cargado de Groove.
Tuvieron más que suficiente para desplegar un manto vibrante sobre
el que Chhom Nimol se mueve como una diva en un Karaoke de su Camboya
natal; en el papel de rutilante estrella y dueña del tempo del
espectáculo. Un voz con un catálogo de agudos monumental y con un
manejo de registros inverosímil, para una simple mortal de nuestros
lares. Creo que hasta la fecha solo he visto a Björk manejar las
cuerdas vocales con la misma destreza de un instrumento tan
superdotado.
Su
repertorio lo confiaron sobretodo en su último y más exitoso
trabajo “Carnibal Courship/2011”, del que extraían su faceta más
accesible y plural en temas como la seductora canción que abre y da
título al disco, o el as guardado para el final de “Cement
Slippers”. Pero fueron la contagiosa y kisch “Thak You
Goodbye” que inflamó los aledaños del escenario con fulgor disco
digno de los mejores Saint Ettienne, y que junto otras más
antiguas: “New Years Ever”, “Today in learnt to Drink”,
“A-Go-Go”, o “Pow Pow”; revalorizan el paradigma que existe
entre el Folclore de los 60, la pista de baile y la infección
contagiosa que invade a quien se precie, cuando confluyen algunos
elementos bizarros de nuestra memoria con la efectividad de los 60; y
claro ya no hay quien pare.
No es que
vayamos ahora a obviar esa faceta más llamativa de Dengue Fever
porque es parte innegable de su personalidad, pero es imposible dar
la espalda al influyente aroma que desprende Chhol en su personal
homenaje a la hora de interpretar a algunas de las mayores féminas
que florecieron en los 60: Petula Clarck, Shandie Shaw, Conei
Francis, The Ronettes... Como también es indiscutible el exótico
colorido de la cultura musical Camboyana que ejerce su vocal en casi
todas las canciones como es el ejemplo de “Uku”; lo que hace
difícilmente etiquetable en un género concreto su estilo, no, no es
tan fácil como decir que hacen Khmer Rock, Surf, o Pop de los 60.
Dengue Rever añaden nuevos ingredientes a su repertorio sin ni tan
siquiera afectar a su marcada personalidad, y en definitiva son
únicos en su espécimen.
En el
variado abanico con el que nos sacudieron el pasado Miércoles, se
pasearon por la Psicodelia más Marciana, por el Rock & Blues
Americano, el Surf y el Western, los pasajes más espirituales de sus
raíces musicales, el Easy Lestining, el Pop de salón o porque no,
el Punk de Dead Kennedys , donde pueden verse reflejadas algunas
reminiscencias de aquel “Holidays in Cambodia” del 80. Basta con
escuchar su descomunal reinterpretación de "1000 tears of a
Tarántula”con el que cerraron la noche, que cobra un aspecto más
fiero en su versión del 2013, para dar cuenta de lo que les divierte
deambular y sacarle punta a estilos tan aparentemente antagónicos .
“Seeing
Hands”, “Hold my Hips”, junto a “Durian Dowry” que se
balancean entre el Jazz étnico, y el Beat de los 60, o los jugosos
duetos que nos ofrecieron dos de las canciones que más te atrapan
por ese aire sesentero que inunda todo su repertorio: “Tune
Phonecard” o “2012 (Buy our heads)”; hasta el equilibrista Dub
de “Only a Friends”. En definitiva más de hora y media de lo más
productiva e infecciosa donde repsaron algo más que sus tres últimos
trabajos, un verdadero baño fresco de simpatía y entrega sobre un
escenario; de una banda que argumenta su particular imaginario sobre
la música global, con una efectividad sin igual.
Al acabar y
como suele ser habitual cuando tienen oportunidad de girar allí
donde los llaman, bajaron a charlar con el público y compartir unas
cervezas. Algo que los honra y los hace así de directos en su
mensaje y en su forma de interactuar con el público asistente, al
que hicieron en todo momento partícipe de su forma única de vivir
la música.
Son estas
oportunidades que nos brinda la vida para abrir orejas y mente como
aletas de Lagarto de Komodo y captar lo que viene del más allá. De
ese sitio donde no hay tendencias ni paripés y donde tan
solo, la música en vivo y nuestro instinto, consigue eso que solo se
da en pequeños espacios: Romper la barrera que separa el
artista/creador, del receptor o masa corpórea que recubre a un ente
que a menudo solo busca sacudir su espíritu.
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