jueves, 12 de septiembre de 2013

HORACIO FUMERO TRÍO EN EL JAMBOREE, Y EL HECHIZO DE LA NOCHE_10/09/2013



Las noches deberían parecer todas idénticas pero no lo son, al igual que los días: Con sus Soles, sus silencios, sus bullicios... Las Lunas también cambian, y con ellas las noches. A veces son los ojos con que las miramos, otras en cambio es el latir del corazón que parece querer sincronizar, acompasar y fundirse con el de la ciudad y con el mismo resplandor de palpitante del satélite iluminado los que hace que esa noche, por inexplicable e incomprensible que parezca; sea diferente.
Aunque los seres humanos nos empeñemos en contagiarlas con el insoportable ruido del día, las noches siguen siendo distintas; calman, amansan, nos seducen, y consiguen con un encanto inigualable que todo aquello que nos atormentó, soliviantó, y violentó durante día; se conviertan en meras anécdotas intrínsecas a la insolación y en marionetas que controlamos a nuestro capricho, cuando cae la noche.



Así y de esta forma, con la insoportable carga de la actualidad sobre nuestras tuñidas conciencias. No hay mejor antídoto para calibrar y atemperar nuestra perspectiva, que sumergirse en las tripas de un lugar tan apartado de las mareas cambiantes como lo es el JAMBOREE de plaça Reial. Una sala que casi en pie por la caridad artística y por la inspiración vocacional.
No es que queramos darle o quitarle la razón a nadie, al fin y al cabo ¿que es la razón? si no un síntoma inequívoco de nuestra facultad como seres superiores de razonar; o al menos de ello nos vanagloriamos. Hay cosas como la música y las expresiones artísticas, que no atienden ha razonamientos técnicos. Tan solo son efectos sintomáticos de comunicar con nuestro cuerpo, sentidos, e inspiración; lo que nos dicta el alma. Quizás de lo poco en lo que todos o casi todos estamos por unanimidad de acuerdo.
Así que el echo de que una noche cualquiera como la del 10 de Septiembre. Las casualidades que nos brinda el criterio arbitrario de destino, nos convoque a Hermanas, Cuñados, hijos y al espíritu Santo ; incluyendo a la taquillera de la sala a quien solo faltó celebrar la asistencia de Padres, Yernos y criaturas alborotadas, a una sesión de Jazz adulto.
Tan solo es atribuible a la Noche, a la Luna o a ese extraño efecto que hace que cambiemos las cosas por el destino o por nuestro empeño de que nada sea como marcan los cánones.


Un honor de sesión a las que uno debe dar gracias a la vida porque ese tipo de cosas sigan ocurriendo a espaldas de la multitud:
Horacio Fumero quien desde hace treinta y pico años reside en la Barcelona hospitalaria, contrabajista de historial reconocido (Gato Barbieri, Tete Montoliu y un sinfín de músicos, que por mi ignorancia no me atrevo a relatar). Su hija Lucía Fumero al piano y a las voces. Y el percusionista Pablo Gómez quien participó en un viaje con su cajón y cachibaches. Y donde los ritmos latinos se entremezclaron con la Bossa, los Boleros, y la nostalgia Porteña que rezuman las composiciones de este arrabalero Contrabajista.. Quien abrió con “capullito de alelí” y que fue desgranando entre composiciones propias, y adaptaciones de Gilberto Gil junto a otras de autores Brasileiros y Argentinos, y un emotivo cierre con una espectadora de lujo a la voz, Maite Martín.

Un paseo melancólico que supo situarnos en ese lugar imaginado de las ciudades y las vidas de paso, donde el Jazz latino se convierte en un vehículo inigualable para los que como yo, somos amantes de autores como Astor Piazzola o los ritmos Bossanova. Y por el que debo dar gracias a esa serie de sucesos casuales y sobretodo a mi cuñado, de quien me separan aspectos generacionales, que luego siempre acaban encontrándose gracias a nuestro amor por la música. Los mismos que nos redescubren como personas moldeables y hambrientas de sonidos e historias, sin intermediarios que nos condicionen.

Un final feliz, para una historia que se urdió como un plan imaginado entre bocado y trago de cerveza en La Castanya. Allí es donde surgieron benditas reflexiones como aquella idea que albergaba yo de jovenzuelo, en la que no entendía como mis cuñados amamantados en la más pura de las psicodelias y metaleras de las músicas; años más tarde podían abrazar al Blues y a la música de raíz, como a sus verdaderos padres: Los años nos moldean como las ramas de una trepadora que busca donde asirse y escapar hacia el cielo. Y nosotros lo hacemos a nuestra manera, sin cerciorarnos que todo es tan natural y casual, como sucumbir al embrujo de la noche y probar suerte con el destino acudiendo en pleno Raval a una sesión íntima con nuestros hijos.


La historia acabó un poco como el “fueron felices y comieron perdices” de los cuentos. Y la Luna emborronada por las nubes, fue testigo de una alternativa doble: La de mis hijos como espectadores de un Jazz liberador; sin saber si hoy en su primer día de colegio entrará a formar parte de un recuerdo inolvidable que ilustre su redacción de principio de curso, o se evaporará como otra que les contemos en nuestra futura vejez. Y la de la hija de Horacio Fumero, llevando de la mano a su padre en un repertorio Jazzístico a aquellos terrenos universales de la Bossanova, del Latin, de la canción y el Chá cha chá. Donde todo se entremezcla, y felizmente lleva a un equívoco, aquel artículo de Diego A. Manrique que leí horrorizado hace unos días y que se cierne tenebroso sobre nosotros.
Todos sabemos que por desgracia, ésta es la excepción que confirma la regla; hagamos lo posible porque así no sea. Y que no dependa de salas como Jamboree, donde sean promotores, artistas y espectadores los que hagan de trapecistas sin red en conciertos de solo 8 euros y para todos los públicos.
 

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