Hacía falta un concierto redentor, que se yo, una señal, un signo... Un asidero donde agarrarse con fuerza y dejarse llevar con el oleaje hasta el ocaso del Sol; que por cierto, cada vez se estira más hacia la Primavera. Y es que pasados ya tres meses y lo que te rondaré morena, desde que mi último concierto acabara con mis carnes sumidas en una septicemia. Elegir a Bill Callahan como el primero de una nueva etapa, es como poco estimulante y esperanzador a partes iguales.
Vaya por
delante que respeto y aprecio cualquier otra forma de expandir el
alma. Pero para mi que soy un drogodependiente musical de tomo a
lomo, el acto casi religioso de acudir a lo que considero la máxima
expresión de la creatividad; subirse a un tablao y desnudarse
artísticamente ante el público. Es como mínimo, exfoliante,
renovador, y sensorial. Sobre todo si tenemos en cuenta que desde que
recobré la consciencia en la UCI, y dejé de lado sueños
psicodélicos fruto de la morfina. No pasó un momento en el que
dejara de pensar cual sería mi primer encuentro con el directo,
escenificado en una hipotética recuperación.
Por el
camino se quedó Niko Case en la sombría habitación de la
Uci, Cass McCombs capeando una anemia de caballo. Y hace una
semana Bombay Bicycle Club, del que desestimé por lo
improcedente de bailar con una atrofia en las piernas; más cuando
mis andares son lo más parecido a una mala parodia de Chiquito de la
Calzada.
Así que
para que engañaros, Bill Callahan en la BARTS era ya inexcusable. Si
encima se trataba de uno de mis discos predilectos del pasado año, y
con lo tentador que resultaba verlo en una de las salas con mejor
acústica de Barcelona y sentado tranquilamente, claro.
La noche se
abrió a las nueve menos cuarto aproximadamente con CIRCUIT DES
YEUX, o lo que es lo mismo con Haley Fohr: Una chica
larguirucha con cara de no haber roto un plato en su vida, que al
coger su guitarra acústica y dedicarse a destripar su repertorio...
Se convierte en un auténtico vendaval de lirismo y expresión
catársica.
Su música
al desnudo y en formato acústico es una especie de Gotic/Folk, que
se apoya principalmente en el tono de su voz y la estructura de sus
canciones in crescendo. Y la verdad es que hubo momentos que me
recordó a Diamanda Galas, Siouxsie Siux, o puede que
incluso a Mary Margaret O'Hara; desde un punto de vista tan
solo de sonoridad. La media hora con la sala medio vacía dio para
descubrir el torrente de voz que atesora. Lo bien que consigue captar
la atención de un público despistado con ayuda de tan solo su
guitarra y unos pedales; con los que supliría la exquisitez de
arreglos que contienen su tres trabajos hasta la fecha: “Overdue”,
“CDY3”, y “Portrait”. Abrió la velada con una
hermosa “Lithonia”. Desojando con ternura y violencia,
cada una de sus piezas hasta llegar a “I'm on Fire”; con
la que cerró, dejando a la sala extasiada y perfecta para recibir al
anfitrión.
Progresivamente
a eso de las nueve y media fueron apareciendo los fieles. Los mismos
que hicieran que temiera por unos instantes quedarme sin entrada y
hacer en balde el viaje desde casa; eso, sin entrada anticipada
(aventurero que es uno).
Por suerte
el agua no llego al río y puede que sea uno de los eventos a los que
he llegado con más tiempo (uno que se hace viejo): Vueltas y vueltas
hasta encontrar un aparcamiento para mi trolebus, sin soltar un duro
(que la cosa está mu malita). Visita obligada a La Strada para echar
un tentempié y una charradeta, y camino hacia la sala, con 20
merecidos minutos de margen para inspeccionar al personal (Voyeur
que es uno).
Lo cierto es
que allí nos dimos cita lo más variadito: Grandes, pequeños,
modernos, postmodernos, y gente normal; tan normal que asustaba. Y
este es un dato que hace aun más grande todavía a la par de
curioso, al bueno de Bill; su público es tan sospechosamente normal
como él. Una normalidad que no hace más que corroborar la
inutilidad de las modas en cuestión de ampliar horizontes.
Tres músicos
lo acompañaban sobre el escenario: Una percusión que se movía por
los compases precisos y escuetos, como solo deben sonar en una
canción de Bill. Un bajista en un segundo plano, y un virtuoso
guitarrista que sería el encargado de electrificar las nueva
composiciones de última etapa; la más caleidoscópica y si se
quiere, y la que ha cedido el terreno del Folk a un sonido más
ambiental y progresivo.
Pero la
música de este hombre es así, difícil de catalogar; como una
práxis que revoca las teorías sobre lo que debe sonar a Folk de
raíz, a Rock, a experimentación, o al simple peso de la canción
como vía. Bill Callahan puede ser lineal para algunos, tremendamente
aburrido para otros, o tan sobrio que apenas se pueden vislumbrar
cambios algunos en su longeva carrera. Pero hay algo incuestionable
en su orfebrería musical, un par de directrices inquebrantables por
las que se mueve su línea argumental: Su grave voz gravitatoria con
la que nos cuenta historias de amor y miserias, y la mecánica de sus
canciones que se rigen por un minimalismo tan natural como
desconcertante. Pero sobre todo una cadencia hipnótica a la que
apenas necesita añadir y quitar ramitas, para tejer un nido
confortable donde los que aterrizamos jamás queremos abandonar.
Así estaba
la sala BARTS la noche de autos; dispuesta a afrontar con sumisión
la dirección a donde nos quisiese elevar su repertorio. Un
cancionero que se desplegó enfervorizado y emocionado con tres temas
infalibles: “The Sing” que abre su último disco y nos
transporta sorbo a sorbo a la barra de un Bar de Hotel de carretera.
Le siguieron “Javelin Unlanding” tintineante e hipnótica,
“Small Plane” también de su último Lp, y “Too many
birds” de su intimista “Something i wish we were an
Eangle/2009”; del que por cierto guardo un grato recuerdo por
ser el primer disco de él que cayó en mis manos. Hasta desembocar
en “America!”; una crítica a las miserias de su país
natal, tremenda.
La gente
asomó la cabeza y se tiró de forma suicida a su eléctrico bucle de
efectos casi psicodélico. Se alargó casi hasta los ocho minutos,
pero es que su métrica da tanto juego, que podía haber durado toda
la noche; la que más me fascinó, en ese juego de transformarla en
un espasmo Velvetiano.
Con “One
fine Morning” bajó el pie de acelerador y nos embarcó en una
de sus facetas más balsámicas e infinitas; la de la melancolía. Lo
volvió a sacudir con “Drover” en un juego por el que hace
equilibrios tensando y aflojando cuerda, acunando en ocasiones y
sobresaltándonos con tan solo cambiar cuatro elementos del decorado:
La posición de la hamaca del abuelo, moviendo la copa para que la
luz incidiera de otra forma, girando tres grados la mesa, y sin
quitar el polvo que se acumula por el paso del tiempo.
Tiene la
virtud de detenerlo, el tiempo no juega en su contra y en las casi
dos horas de concierto que nos ofreció. Le dio tiempo para destapar
las virtudes de su último disco, del que sonaron prácticamente
todas sus canciones. Hasta de recuperar su etapa de SMOG con “Dress
Sexy at me Funeral”; de la que me confieso un total
desconocedor (será cuestión de no posponer más). Y saltaron como
una explosión los efluvios de Dylan, Red, y Percy Mayfield para
llegar a “Spring”; mi preferida de su última entrega.
Total que
las dos horas de concierto que hicieron por bien pagados los 32
eurazos del concierto, acabó por ser todo un regalo para los
sentidos por todo un poco: Por la concurrencia a la altura del
envite, por adentrarme un poquito más en el universo de Bill sin
temor a perderme. Y lo más importante (o casi), por una vez más
volver renovar la ilusión (no es que se pierda, pero a veces se
esconde la jodía...). Porque los vehículos para llegar a la música
son diversos, y el disco es el más recurrente. Pero los espectáculos
en vivo como lo expresa la propia palabra son eso, vivos y un
espectáculo sin igual.
PD. Es
cierto, no hay fotos, tan solo la del escenario desierto al final del
evento como muestra de un recuerdo imborrable. Pero perdonen, hay
cosas que uno no merece frivolizar con el flash de un móvil
impertinente.
BILL CALLAHAN cada vez mas se ha tragado a la Velvet....impresionante.. Lou Reed reencarnado???
ResponderEliminarBueno Jose no se si será evidente en su trayectoria puesto que tiene una forma muy particular de interpretar ese legado de raíz. Pero creo que viéndolo en directo en algunos momentos a mi personalmente me recuerda, sobre todo en esa filosofía de confeccionar melodías con esa forma suya tan austera y primitiva; más que con un parecido estilístico claro y evidente.
ResponderEliminarEs por lo menos lo que yo más aprecio de Lou Red y su legado, el hacer con poco mucho y usando patrones atípicos. A veces parece que la melodía es parca e inexistente, pero sin embargo son tan bellas y poéticas...
Muy buena crítica, yo estuve ahí y tuve esa sensación hipnòtica que, como dices para algunos puedes ser aburrimiento, yo lo encuentro fascinante... estuve sobretodo por un disco de Smog que me fascina y que te recomiendo "A river ain't too much to love"...salut
ResponderEliminarMe alegra mucho ese concierto redentor. Molan los espasmos velvetianos pero mola más que tú estés recobrando las plenas facultades. Abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias Seymour!! Veo que todos caímos bajo el mismo influjo jejeje. Sí remarco eso porque como muchos otros artistas lo de Bill me parece más como un estado que como un estilo prpiamente dicho; entras o no entras, no hay medias tintas. Pues fijate que igual hasta nos crucemos y todo, yo estuve abajo en platea en la fila 11 asiento 11. Al principio pensé que sería de pie abajo y con mis maltrechas piernas me asusté pero fue ideal, quizás la única pega es que la sala no tuviera una pequeña inclinación para ver mejor, pero yo como soy alto...
ResponderEliminarNo dudes por un instante que acabaré escuchando a SMOG y empezaré de inmediato por "A RIVER AIN'T TOO MUCH TO LOVE...". Gracias por tu visita, por tu recomendación y por pasar a comentar, un abrazo!!
Gracias JOHNNY sabes que sin vuestras vitaminas para el corazón sería imposible, y en eso de espantar los demonios que revolotean no hay mejor medicina que la música, los amigos y la familia, hermano.
ResponderEliminarSALUDOS Y FUERTES ABRAZOS!!