Pasa
siempre!! cuando uno empieza a vislumbrar en lontananza los hermosos
rayos de sol que se alzan en el horizonte: Siente de improvisto el
latigazo traicionero de los últimos coletazos del invierno. Ese es
el preciso instante en el que el organismo desarrolla un mecanismo de
autodefensa digno de la mismísima Alesia. No se trata de
anticuerpos, cóckteles de vitaminas, infusiones, ni compuestos
farmacológicos; la imaginación tiene un peso más determinante que
cualquier otro método de sugestión o curación.
Empieza a
discurrir, y como si el lecho de un río fuese incapaz de contener
tantos y tantos sueños, acaba desbordándose a borbotones, e
inundando las llanuras de la tristeza y el desazón.
La velocidad
del curso de las aguas me devuelve de forma imparable de nuevo a la
placidez de Granarolo. Lo siento pero no lo puedo evitar; cerrar los
ojos en una noche cerrada, donde no hay luz alguna que contamine la
hermosa oscuridad. El único murmullo de las altas copas de los
abedules balanceándose al compás de la brisa, o el siseante rumor
de los insectos, que buscan como posesos la lamparilla del porche
cupulando con el fulgor de la bombilla.
Han pasado
más de seis meses y aun me remonta mi nostalgia a mi añorada
Italia. O como decía el pasado Domingo nuestro amigo Ton Mata de
Recaredo, el país donde los paisajes prevalecen sobre la industria y
el avance imparable de la devastación. Uno de esos sitios donde
justo al instante de cruzar la frontera las montañas se desnudan de
apartamentos, para que la regresión hacia lo austero, auténtico, y
ancestral sea tan lógica como los emplazamientos Romanos: En la
costa, en atalayas montañosas, o junto a ríos; pero siempre en
armonía con el paisaje.
No son
muchas las entradas que he escrito a propósito de las catas que
perpetramos en las tripas de Vadebacus Rte., y sé que podrían ser
innumerables. Pero lo cierto es que después de seis meses de espera,
los acontecimientos prenavideños, y lo que supone para un servidor
descorchar un trozo de tan grato recuerdo. Los sentimientos
paternales sobre aquello que crees parte de ti mismo, son ridículos
si se los compara, con el echo de compartirlos con buenos amigos.
Esa
sensación de despojarte de parte de tus recuerdos, y la sospecha de
que hablar de vinos en una bitácora tan personal, no siempre
encuentra interlocutores dispuestos a disfrutarla. Es la que a veces
me aterroriza y me desorienta. Pero lo cierto es que he de admitir
que sería un fraude y una traición, creer que a los navegantes
intrépidos solo les mueve la brevedad de una noticia o la ejecución
quirúrgica de una simple nota de cata. Yo no me veo capaz de
hacerlas, de la misma manera que no me creo poseedor de ningún
criterio tan exacto como para enseñar a nadie, al contrario; aprendo
mientras escribo y descubro cuanto más en mano de mis instintos
estoy.
Le he estado
dando vueltas a la cabeza y he pensado en desestimar la paranoia de
anotar cada uno de los vinos que me traigo, como parte de una
experiencia. Por eso no voy a dejar pasar la oportunidad de relatar
el sacrificio de tres grandes vinos de la EMILIA ROMAGNA; que añoro
al tiempo que los descorcho. Una D.O Italiana que sin lugar a dudas
no es ni de cerca la más representativa del país transalpino; ya lo
son más Chiantis, Barolos, y Valpolicellas. De echo, es una lástima
lo poco que se comercializan sus caldos en los comercios de nuestro
territorio. En el fondo el rigor de las modas nunca es lo
suficientemente fiel, ni tan siquiera con los nuestros propios ¿lo
va ha ser acaso con una zona que delimita con lo mejor del Sur y del
Norte?.
Así que
dedicarle estas líneas, supone para mi más una cuestión de
principios o reivindicación, que un simple ejercicio de egoísmo
autocomplaciente.
Fueron tres
tintos de color impenetrable los que decidí llevarme, después de
darle vueltas y más vueltas.
En casa a la
espera de una Vinoteca prometida aguardan: Un Riesling de Val
Venosta, dos blancos más de la Emilia (Vigna del Grotto y Fiano di
Avellino), y tres Barolos: Un Vigna Rocche de La Morra del 2006, un
Bricco delle Viole del 2009, y un Barbaresco de Lorenzo Alutto del
2007. Vinos que espero comentar algún día por aquí. Mientras tanto
me conformo con haber elegido a bien, tres maravillosos tintos de la
poco conocida Emilia Romagna: Dos reservas elaborados con la
conocida uva Sangiovese (más conocida en la Toscana); PREDAPPIO
DI PREDAPPIO/2009 de Vigna di Generale, LAURENTO elaborado
con pequeño porcentaje de Cabernet Sauvignon. Y un singular NAIGAR
TÈN/2009 de Gradizzolo, quien eleva a la máxima expresión el
denostado Negrettino; una uva desaparecida y arrancada tras la
filoxera, que supone para esta bodega un auténtico ejercicio de
riesgo y superación.
Los tres son
vinos que pude adquirir en mi estancia en los alrededores de
Bolognia.
Una ciudad
que destaca por la inmensa historia cultural que atesoran sus
facultades, y que además tiene un encanto especial sobre otros
destinos quizás más atractivos a simple vista: Prevalece su
carácter moderno y progresivo en un ambiente desenfadado de sus
estudiantes, no está demasiado contaminada por el turismo de
tópicos, y por lo tanto podemos encontrar una variada oferta
gastronómica y cultural alejada de los precios desorbitados de otras
ciudades como Florencia, Venecia, o Roma.
Este detalle
tiene su importancia estratégica, pues yo personalmente prefiero
alejarme todo aquello que rodea al típico “merchandaising
turistero”; en fin raro que es uno. Así que disfruto más de
una calle alejada del galaneo artificial y me encanta ver a una
ciudad natural; con sus virtudes y sus defectos, pero que al fin y al
cabo se nos muestra tal y como es. Es ahí donde te puedes perder por
sus calles sin prejuicios. Entremezclarte con sus ciudadanos, y
entablar conversaciones sinceras; sin contar la ventaja de pagar un
justo precio por su oferta culinaria. Por eso quizás decidí que el
mejor homenaje a ese espíritu bullicioso y ensortijado de la Ciudad
Roja, era probar los mismos vinos que habían regado mis picoteos y
comidas por enotecas, trattorias, y ristorantes de la ciudad.
El primero y
el que más nos ha sorprendido a propios y extraños es el NAIGAR
TÈN. Un vino expresivo y complejo por igual que además hace gala de
un precio imbatible (13 euros), que sin embargo se ha zafado con
vigor a otros de mayor prestigio. La uva con el que está elaborado
es el Negretto; un fruto único en sus especie en la Emilia Romagna y
que se implantó tras el desastre de la filoxera. Quizás por su
particular resistencia a las inclemencias y a los hongos, a
principios del siglo XX el 70% de las viñas de la zona eran de
Negretto.
Lo
paradójico del asunto es que han ido desapareciendo progresivamente
de los campos, y en la actualidad (posiblemente por los
inconvenientes para elaborar vino de calidad), tan solo han quedado
unos pocos biotipos. Gracias al Consorzio Vinicolli Bolognesi, quien
los ha preservado de un inminente sacrificio el cual ha acabado
prácticamente con todas las viñas viejas.
Su aspecto
de color cereza picota intenso y profundo intimida como la de
cualquier tinto Italiano. Se presienten esos taninos robustos y
cerrados a cualquier atisbo de oxígeno sin embargo, el Naigar es un
vino de entrada fácil, sin escatimar en absoluto en expresiones de
fruta madura. Tiene una nariz pluscuamperfecta y espectral en la
cantidad de matices que ofrece: Un impacto de pólvora efervescente,
extraña y agradable, el pimentón dulce, los espárragos frescos, el
pan tostado, y un tono ahumado que invita a beber.
Cuando se
desliza por las cavidades bucales empieza el festival de su amigable
complejidad: Se ordena toda la sinfonía de sensaciones, se mastica
el mineral y chisporrotea la acidez de su verdor refrescante. Y al
final... los tostados y los ahumados que le dan una longitud tan rica
se aparean fundiendo nariz y boca.
La verdad es
que teniendo en cuenta mi desconocimiento casi absoluto de las
bodegas Italianas. Y la aventura que conlleva ponerse en manos de los
consejos de una camarera (bien aventurada ella, y yo por sus
delicadas atenciones), me puedo dar por plenamente satisfecho. Por el
atrevimiento de uno de los regentes Il Caffé
Bazar SAS al encomendarme esta rareza
Italiana y por que no, a la señora de Gilberto. Quien dispuso que
una botella de LAURENTO era la mejor forma de conocer al Sangiovese
Romagno. Un vino que tiene un hermano mayor, también reserva aunque
de Sangiovese de pies a cabeza. Nuestra pieza en cuestión es un
ligerísimo cupatge de su uva estandarte y un 10% de Cabernet
Sauvignon.
Un vino
fabuloso que tiene una completa web (en Español y todo), y que de
entrada a mi me hipnotizó con su curioso perfume de Talco tan
bárbaro; nada que se parezca a lo que había probado hasta ahora.
Muchas flores al ir cogiendo aire progresivamente, Violetas, Lavanda,
y un fondo de Vainilla artificiosa la mar de curiosa. En boca sin
embargo es un vino más licoroso y cálido con muchos signos de fruta
bien madura (higos, ciruelas).
Es evidente
y cierto que las dos primeras botellas dieron tanto juego por su
variedad de matices, que acometimos la cata del Predappio con alguna
reticencia.
Éste más
parecido a lo que esperaba de un vino Italiano, acogiéndome a mi
nimia experiencia con Valpolicellas y Barolos. Bastante más cerrado
que sus predecesores a mi parecer, y mucho más mineral; valorando la
circunstancia de que las tres botellas se abrieron un par de horas
antes, y se decantaron. Su entrada en boca más robusta fruto del
verdor de sus taninos, y con una mineralidad más propia de los
Prioratos; aunque con una carga más alta de fruta.
Decidí
decantarlos simplemente porque estoy convencido (quizás me
equivoque), que uno de los grandes inconvenientes de los vinos tintos
Italianos es la contundencia tánica que tienen y lo que les cuesta
abrirse. Puede que esta sea una apreciación apresurada, pero la
mayoría de botellas que he bebido han evolucionado asombrosamente a
lo largo de la semana. Sobre todo cuando la botella alcanza la mitad,
y el vino se empieza a oxigenar. Así que opté por este experimento,
quien sabe si acertando o matando el poder alcohólico de su primer
envite.
En cualquier
caso muchos de los vinos tintos Italianos también tienen una ventaja
que los hace únicos, y radicalmente distintos a los Españoles (ni
mejores ni peores, diferentes). Son vinos tridimensionales,
exigentes, y a la vez auténticos diamantes en bruto a la hora de
saber envejecer: Piden paciencia, mucha botella, cambian
espectacularmente cuando los liberamos de su encierro, y hay que
beberlos como si se tratase de un acto de sexo tántrico; suave y
léntamente.
Y ahí
señores, es cuando un solo vino puede transformarse como una
crisálida en tres vinos distintos; quien sabe si en más.
SALUD!!
http://www.gradizzolo.it/http://www.umbertocesari.it/es/index.do
http://www.vini-nicolucci.it/ita/predappio.htm
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