Creo haber
llegado ya a mi destino con el único propósito de hablar de música
y encontrarme con mi origen fraternal. El lugar donde se maquinó mi
existencia y donde los recuerdos fugaces en forma de flashes se
amancillan con las Perseidas. Y claro, si uno no ha perdido el hilo
de tan curioso viaje: recostado sobre sofá, con las piernas bien
extendidas y un baso grande rebosante de té verde frío en las
manos. Sabrá que todo es fruto de la imaginación, que como bandera
enarbolamos cuando el tiempo se desgasta sin mal revolver con el que
matarlo.
Aquí a las
puerta de Villagordo me hallo preguntando puerta por puerta
por los ancestros de los meones y los canalejas. Esas
etiquetas tan graciosas, veraces y crueles que estudian
etimológicamente el mote como afección descriptiva familiar en los
pueblos de mi geografía. No siendo mi curiosidad otra la de volver a
rememorar instantes desperdigados sin conexión aparente, tan solo
por la gracia de reconstruir aquello que la memoria disemina. ¿Será
verdad aquello que dicen de la memoria y la edad? Que cada uno hace
el mundo a su capricho anudando lo poco que retiene, y recordando lo
que verdaderamente le interesa.
Siendo un sí
o no la respuesta, siento una necesidad imperiosa por machucar una y
otra vez esos flashes memorabílicos; a ver si así se me quedan por
siempre.
Del pueblo
de mis padres donde pasé tantos y tantos veranos desmigajando el
tiempo, aquí que pasa con una velocidad tan insólita como perezosa.
Que las criaturas se tornan madrugadoras o noctámbulas huyendo del
calor infernal que brota del asfalto en las canículas. Sabrán que
me estoy refiriendo a un pueblo recóndito cualquiera, de los muchos
que se esconden tras las lomas olivareras de Jaén. Y es curioso que
el de mis padres siempre me haya parecido un lugar extrañamente
aislado, pese a los escasos 22 escasos kilómetros que lo separan de
la capital. Como si el río Guadalquivir y las lomas que lo
circunvalan, se hubieran cerrado a cal y canto hace años, como una
especie de fosa medieval.
Cuando yo lo
visitaba cada año tan solo salía cada hora una viajera hacia la
cardenalicia capital. El acento de sus nativos y las costumbres era
tan cerrados, que parecíamos a miles de millas de distancia; y sin
embargo flotaba una distensión y felicidad en sus parajes sin igual.
La misma que la infantil inocencia que por entonces me poseía. De
mis primeros veranos con ocho años escasos guardo como fogonazos
curiosamente dos o tres recuerdos que nunca me han abandonado; de un
puñado menos trascendentes: El ver a dos críos matar a golpes dos
pequeños gatitos, el contemplar en un agujero en el campo a una
gigantesca Tarantela, y verme observando por el agujero de una vieja
portachuela de un corral a un enorme carnero: Se vino contra mí,
contemplé aterrorizado como golpeaba la puerta, y días más tarde
como lo sacrificaban, lo despellejaban y fileteaban.
No sé si
traumáticos, pero esos tres momentos los recuerdo como si fuera
ayer, y sin embargo han pasado 36 largos años.
Como tampoco
sé con exactitud si las parábolas, elipses y rodeos que me llevan a
escupir esas trazas inexactas de mi pasado, guardan alguna relación
con una banda de la que debería haber escrito hace dos años. Quien
sabe, igual estoy bajo el influjo de Rustin “Ruhst” Cole y la
absorvente, oscura y pantanal historia de True Detective.
El caso es
que estas líneas debían el pasado año haber sido para “No One
Knows What Happens Next/2012/Discrete Pageantry Rcords.”; el
disco que me abdujo con la ayuda de la viral “Get me in a Room”
a su pasional universo. Pero es que mi introducción a esta banda de
Massachusetts ha sido lenta, tardía y muy muy pausada, como aquellos
viajes insomnes hacia las praderas de los opiáceos: Esas dos
primeras, festivas y eufóricas canciones (Get me a Room y
Nightingale Lighting), que luego acaban desembocando como un
salto de agua en un remanso que se absorbe y metaboliza lenta,
lentamente. Y que acaban dando lugar a una banda, en la máxima
expresión de la palabra, que se tambalea temblorosa pero firme sobre
la cuerda pendular del Rock, el Folk como himno agitador, o en
definitiva la canción como arma de doble filo.
Esa ambigua
imagen de colectivo donde sobresale su ariete Ryan Walsh (The Stairs), nos
puede dar infinidad de lecturas, sin que ninguna de ellas sea del
todo exacta: Ese tono de Folk Irlandés donde cuerdas y metales
exorcizan una especie de revuelta de hermandad secreta. Ese
envoltorio típicamente Americano lleno de rugosidades, asperezas y
filos cortantes también puede ser un texto de Brailei donde
descifrar mensajes excitantes. Pero al final de todo, alejándose
hasta capturar el encuadre, la perspectiva o el ángulo, el sonido de
Hallelujah The Hills se puede resumir como un ente vivo,
multidisciplinar y tremendamente regenerador. Cuando los escucho
siento que nunca se escucha de la misma forma; agitan y amansan. Si
ese disco parecía por momentos redentor, conciliador cuando sonaban
“Hello, my Destroyer”, “Dead People's Music”, “The Game
Changes Me” o ese precioso “Care to Collapse” con la
compañía de Marissa Nadler. En otras ocasiones más catártico o
psicodélico en “People breathe into other People”. O
volvían a rematar con esas fanfarrias de felicidad infinita y
libertaria como en el principio, cuando cierran de un portazo con
“Call Off your Horses”. Lo que a uno le queda al final es
un organismo vivo que sube, baja, regatea, salta y se retuerce hasta
engancharte por los mismos machos.
Dos años
más tarde sin excusa que valga ni arrepentimiento alguno, al
amurallar este raro mes de Agosto con otro TOCHO más de los míos.
Lo único que puedo argumentar en mi defensa, es que son pocas las
palabras que dedicarle a una banda que me exfolia como pocas. Me
regenera y hace que las comparaciones odiosas sean tan solo eso:
Excusas con las que explicar algo que se escucha y no se explica. Que
se digiere sin las prisas de asimilar algo por pura bulimia, donde
los ganchos comerciales son las únicas armas para pedir turno ante
la vorágine de la gula popular.
Quizás por
eso su último trabajo “Have you Ever done Something
Ever?/2014”, es mi especie de Sancta Sanctorum donde rebuscar
por esos pedregales que te exigen destreza al caminar con tus
desnudos pies. Un disco que suena puramente instintivo, que rezuma
rabia, energía y felicidad por partes iguales. Y en el que los
Bostonianos tocan como si la operación de amigdalitis a su cantante
Ryan Walsh, fuese ese único pretexto para cantar en grupo esos
himnos incendiarios como si no hubiese mañana.
Entrar por
la puerta del trabalenguas “We are What we Say we Are”
sin acojonarse, lo asumo como posible. Aunque solo sea porque nos han
adormecido tanto oídos y paladares, que si no hay una tonadilla
bailonga y discotequera nos vamos pata abajo. Quizás hemos perdido
esa capacidad de extraer belleza, poesía y melodía del salvajismo,
con lo duchos y paladines que fuimos en los 90. Ese paso marcial de
gran Oso, esas cuerdas indelebles que entumecían los dedos de los
grupos, y esos tambores que sin tregua obligaban a darlo todo. Ese
mismo disfraz de Grunge onírico con el que nos dan mano estos
corredores de fondo; despreocupados como están ellos por las
apariencias.
“Do you
Romantic Courage” o “I Sand Corrected” a pulmón
abierto de par en par, coros a doquier y mucha mucha euforia invitan.
Puede que los más accesibles del disco, aunque dudo que sean
golosinas para adolescentes. Yo me quedo con la majestuosa “Pick
up an Old Phone”, puro crescendo; y ahora viene cuando los
comparan a Arcade Fire, y yo es que me troncho. Como si no hubiera
banda sobre la faz de la tierra capaz de producir ese efecto
primitivo de camaradería sobre los oyentes: Ese echar el brazo sobre
la espalda de nuestro compañero y entonar el “Down all the
Days” de THE POGES, junto a ese legado de Folk Rock Anglosajón
tan perenne en los ancestros Bostonianos de Hallelujah the Hills.
La
rotundidad con la que su quinto y último trabajo actúa en el
subconsciente, desde sus primeros pasos en 2007. Le debe mucho a sus
colaboraciones con Titus Andrónicus y a esa casta de bandas donde
Rock/Punk/Folk forman una única cosa. Sus arreglos con trompetas,
violines, violochelos y teclados analógicos juegan al despiste un
poco, pero en realidad el núcleo inspirador del conjunto evoca #Me
evoca, mucho más a: Twilight Singers, Sparklehorse, Sebadoh.
Aunque sus herramientas nos los acerquen en momentos puntuales a los
Calexico. Una especie de Rock Road Movie que trapichea con
partes urbanas y otras de raíz, siempre desde un punto de vista
demasiado básico y primitivo para ser una pose forzada.
La
acidez con la que sus letras dibujan la cotidianidad rudimentaria de
la America actual: “Conoce
a mi esposa, somos como uña y carne, que hemos estado haciendo
durante días, ahora estamos de rodillas. Vamos a reducir la
velocidad de este ritmo violento y poner la tv. Para ver una cara
famosa” en
“Domestic Zone”;
su tema más largo y ascendente. “MCLIV
(Continuity error)”
sentenciando sobre parafraseos que conectan directamente con la
realidad más cruda. La contagiosa “Phenomenology”
que me atrapó en un primer instante con esos redobles, gritados
hasta el furor:
“toma
esta toma esta tierra, las palabras que uso en esta demanda. Romper
la puerta y mostrarles porqué están equivocados. Mira estos días
extraños, los flamantes pecados se la están arreglando para
quedarse. Oremos que no es demasiado suave”.
Guitarras sangrantes que conectan el Lo fi más primigenio con el
Rock multitudinario a base de puro activismo lírico y musical, y un
disco que se digiere a bofetadas. Y que por su radical diferencia
respecto a los anteriores, ya merece el empeño por ahondar en él.
HALLELUJAH
THE HILLS son: Ryan Walsh (voces, guitarras, samples), Nicholas Ward
(bajo y voces), Brian Rutledge (trompeta, trombón y voces), Joseph
Marret (guitarras, banjo, percusiones) y Ryan Connelly (batería).
Llevan a sus espaldas cinco Lp's desde el 2007 y este es el tercero
con el suyo propio con Discrete Pageantry tras publicar dos con Misra, contando "Portrait Of The Artist as a Young Trash Cam/2013"; donde se reunen rarezas, singles y material no editado.
Desde entonces son más dueños de sus creaciones y en sus
composiciones se nota ese cambio: Más fibrado, Rockero y
comprometido en cuanto a los textos; tan primordiales como su música.
Aunque no han perdido esa identidad amateur y librepensadora de sus
primeros discos, donde predominaba un sonido más acústico, de baja
fidelidad y caótico, pero eminentemente libre.
Pese
a haber publicado dos magníficos discos realmente recomendables, en
nuestro país son prácticamente unos desconocidos. Que luego no
digas que no te lo avisemos.
FELIZ AGUOSTO!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario