Dando un
paseo por sus calles y plazas redescubro, es curioso. Tuve que pasar
un año de exilio lejos de casa, para saber lo que se siente añorar;
el mar, la playa, el brisa marina de fuera adentro. Pasar casi veinte
años de tu vida en un sitio y ser casi un desconocido que habita,
pero no existe: Un muerto en vida que solo para por casa para dormir
de día y encerrarse en su ataúd, tanto, que hasta los vecinos al
cruzarse le preguntan el santo y seña.
En mi pueblo
de ahora me pasa lo mismo, aquí no hay mar, cierto, pero lo tengo a
mano. Tampoco tanta gente, aunque en un año de convalecencia he sido
capaz de saludar a más, que los 3 amigos de infancia que tuve en un
periodo de 12 años #en el otro pueblo. Y de la misma manera, han
tenido que pasar hasta 15 años para sentirme nativo, e incluso un
poquito parte de aquí.
Y la verdad
es que solo he necesitado 45 años para llegar solito a esta
reflexión: No sé si por extraviado, descastado o simplemente porque
siempre me he movido en un mundo paralelo en el que, sinceramente, no
he sido mucho de intimar salvo lo justo e imprescindible: Cortés,
educado y cordial eso sí; la educación como dice mi madre, siempre.
Pero no mucho más que el automatismo justo de resultar agradable a
tus convecinos, sin llegar a ser dicharachero ni huraño.
Lo que me
lleva a una segunda conclusión/duda: Será que estoy ante un nuevo
cambio de ciclo? Fue la transfusión de sangre o los mundos
paralelos que plegué y desplegué estando en coma?: Uno era el de la
práctica (con colores vivos, apetecibles, multifuncionales...). Otro
el de la lógica (funcional pero útil, tradicional y mucho más
humano)
Un dilema en
bucle angustiante y que nunca te llevaba ni a destino, ni a
conclusión alguna. O... fue la sangre del tío Calambre la que me ha
hecho cogerle cariño a las malas hierbas, que años atrás arrancaba
de mi jardín.
Desde
entonces -puesto el reloj a cero- todo ha cambiado mucho. No solo
conozco a un sinfín de personas, muchas mayores que yo, sino que soy
capaz de hablar horas muertas sobre un mismo tema sin apenas aportar
un giro o una resolución. Me sé el nombre de las calles, el
microcosmos del ambulatorio, las bondades del comercio de proximidad
y..... #redoble y platillos: QUE VAN POR LA XVI EDICIÓN DEL
FESTIVAL INTERNACIONAL DE BLUES DE MI ACTUAL PUEBLO #CERDANYOLA DEL
VALLÉS... Y yo sin enterarme, o enterándome de las virtudes
de semejante evento, casi como quien paseando se tropezó.
Y
entendedme, no es que ignorara su existencia; es de tontos vivir en
un ciudad como Cerdanyola y no inhalar el perfume de música
callejera que se respira durante estas dos semanas, y el resto del
año. Pero uno, por miedo, pudor o pereza siempre lo vivió desde el
burladero; salvando aquella ocasión en la que se “IndiePendizaron”
y trajeron a Hefner y Mojave 3 (también lo digo, un lujo). Años de
vacas gordas y orondas supongo, cuando la absorbida Caixa de Sabadell
era el máximo patrocinador del festival. En esos 21 años por estos
humildes lares pasaron bestias de pelaje tales como: Dr. John, Tete
Montoliu, US3, Savoy Brown, Ronnie Earl & The Broadcasters, Los
Enemigos, Lucky Peterson y un sinfín más.
Con la
deserción en la galaxia financiera y trilera de esas malqueridas
cajas de ahorros, que por lo menos, arrimaban el hombro en eventos
culturales, fiestas y celebraciones de pequeños municipios. Ahora,
la situación del prestigioso Festival de Blues de Cerdanyola vuelve
a surgir de sus cenizas como el Ave Fenix; con el contador a cero
-igual que un servidor-, y la imaginación colectiva como principal
ayuda.
El Miércoles
de esta pasada semana no había mucho que hacer, salvo maldecir La
Gran Caída de Roma que me propiné a las puertas de la misma
#semana. Ver el esplendor cromático y toda la escala de violáceos
verduzcos en mi cardenalicia nalga, y dejarme de monsergas para
acudir al remedio que todo lo cura: La Música.
Volvían por
sus fueros aquellos que tres años atrás descubrí por pura
casualidad, un domingo tarde que bajaba a por pan. Y allí ellos, a
la fresca del Blues Veraniego de la Tía Felipa llenando la calurosa
tarde de Blues primigenio; THE SUITCASE BROTHERS.
No era una
grabación ni el Delorean de Doc, que nos había teletransportado a
Texas, Tucson o al mismísimo Missisipi. Era pasear con el pan bajo
el brazo y acabar punteando sobre los surcos la barra de cuarto.
Desde aquel
día y tras ver a Victor Puertas sacar más jugo a su harmónica, que
a un chancho en San Martín. No iban a pasar más de tres años para
poder verlos con tranquilidad, y en un meridiano miércoles de los
que ilustran las anodinas semanas otoñales.
Se pueden
escuchar discos, ver vídeos por youtube o cualquier expresión
cibernética con la que intentar acomodar nuestros oídos a su
música. Pero nunca jamás por los jamases será lo mismo que ir a
echar un rato de miércoles al Motor Music Records de Cerdayola; una
nueva escuela de música que echa a andar. Y volver hacia casa
canturreando con una sonrisa de oreja a oreja, fruto del buen rollo
que provocan sus directos.
Sus
representaciones en vivo tienen ese don especial de los buhoneros de
elixires milagrosos que paseaban en sus carrozas por los pueblos; por
estética, locuacidad y sobretodo por su sonido de raíces hondas.
Desde su inicio, todo el temario que se esparce por su hora y media
aproximada de vivo directo, tiene una justa lógica y estructura; la
de un viaje desde lo más profundo, hasta el Blues más
contemporáneo.
Por ese
camino es por el que discurre el repertorio, repartido por sus cuatro
discos hasta la presente; siempre bien ilustrado por su guitarra y
voz más cuarteada, Santos Puertas (guitarras y voz). Se puede
sentir el aire en la cara entrando por el ventanal escacharrado del
viejo expreso Danford Falcon 4_4_0. Masticar el polvo e incluso oler
ese intenso fragor de carbón saturando tus fosas nasales.
Composiciones
propias y revisiones de viejos temas, que arrojan luz sobre algunas
de las piezas más olvidadas del género, poniéndoles nombre y
apellidos. Con el respeto primitivo de su Blues acústico y ese tono
al que se remontan cuando interpretan: La guitarra de Santos en
cualquiera de sus formas, y el virtuosismo de su hermano. Que extrae
sonoridades inverosímiles a un instrumento tan aparentemente básico
como lo es la armónica, sin amplificación ni electrificación que
valga. No en vano, son uno de los dúos nacionales que más respeto
profesan en la escena de raíz Americana. La que les ha valido
numerosos premios, y el sinfín de colaboraciones de lujo en sus
discos.
El del
pasado año todavía humeante “A LONG WAY FROM HOME”,
que fue el eje central de esa velada a la que asistí el Miércoles
de hace siete días, y con el que me acercan inevitablemente a un
Blues que por cierto, no domino en absoluto.
Esa es una
de sus grandes virtudes, conseguir que el blues purista y hermético
Americano más enraizado, se convierta en lo que fue verdaderamente:
Un género nacido en los círculos rurales y más íntimos de la
América nómada y melancólica.
Aquí han
conseguido sumar a su tono primitivo rugiente, la de dos monstruos en
vida: Jerry Portnoy y Paul Oscher, además de Dave Biller y Eric
Przygocki. Uno de sus discos más ambiciosos y ¿maduros se dice?,
hasta la fecha: volviendo sobre sus pasos a versiones legendarias,
que sirven de perfectos paréntesis entre su nuevas composiciones.
Un
espectáculo ante un puñado -el suficiente- de público con un tono
familiar envidiable, rodeados de esa gente que los vio empezar hace
ya casi diez años.
Hubieron
montaditos, picoteos, bocatas y cervezas así, entre amigos; como
mejor suena esta pareja. Arrancaron con “You'd Better Mind”,
un tema de los 60 de Sonny Terry y Brownie McGhee que representa en
esencia, parte de sus raíces. El legendario “One Dime Blues”
de Blind Lemon Jefferson del 1927; que ahí es poco.
Sonó el
“Honest I Do” también incluida en su último álbum con
el que me hice al acabar la noche, y me dio un vuelco el corazón.
Ese tema en boca de Jimmy Reed -al que llegué curiosamente por David
Gedge de los Wedding- puede que sea de los primeros bluses a los que
caí rendido, antes de enfermar sin remedio con el resto del
repertorio de este bluesman universal.
Sonaron
muchos más, fue una noche en progresión y entre tema y tema,
interesantes anécdotas del anonimato más ancestral. La fragilidad y
ternura por su sencillez del “Freight Train”, que una
jovencísima Elisabeth Cotten compuso con tan solo 13 años. Una
autora de principios del siglo pasado totalmente autodidacta, zurda y
que tocaba la guitarra al revés sin cambiar el orden de las cuerdas.
Se permitieron la “frivolidad” de llevar a su terreno el “Can't
Help Falling in Love” sin apenas desentonar y mecernos, para
luego subirnos en marcha a la locomotora de la Central Pacific; solo
que en un contexto bastante más doméstico, en “Midnight Train
to Canfranc”:
Un Victor
Puertas desmelenado dando rienda suelta a su repertorio más salvaje,
mientras nos agarrábamos los presentes a los asideros del tren. Por
un momento creí ver Ian Anderson en versión armonizada. Sonaron
sendos temazos de su tercer y el más secular de sus trabajos; todas
composiciones propias, viajes río abajo y remontando el Missisipi.
Desde Nueva Orleans hasta Menphis, efluvios de mardi gras, Rock&roll
sureño y Blues Made in Aquí, cuando Artur Regada todavía
conspiraba con su contrabajo. Otro disco para enmarcar.
Hubo bises
para amigos, compañeros de batallas y viejos heridos de guerra que
se echaban a andar buscando la bendición. Salimos un poco flotando,
con un buen humor de los que la sonrisa se eleva hasta a las orejas.
Lo cual todo sea dicho, en un entre semana de lo más normal, nos dio
el último respingo de luz. Justo cuando la oscuridad tenebrosa se
nos va a tragar de aquí a unos días.
La cosa no
quedó en eso; que yo pensaba que sí. Pero sin demasiado tiempo para
atar cabos, con la quilla casi amarrada, fue JOHN NEMETH
el que vino en nuestra ayuda el Sábado; que en realidad sería el
vigía Xavi Corral el que me pondría en buena dirección: Sabias
indicaciones para ponernos rumbo al Parc del Turonet y ayustar la
braza mayor, para celebrar esos pequeños accidentes que se nos
cruzan en el camino.
Un menú
para resarcir ediciones fallidas, presupuestos escamoteados y reunir
no solo a los amantes del Blues de Cerdanyola; que son muchos, sino a
cualquiera que se de a escuchar buena música: Indigos, Carvin Jones
Band, Miles Sanko, John Nemeth y Deltonos. Así, por la patilla
rockera.
Como allí
donde indicase Xavi C., voy a ciegas y sin pensármelo. Poca excusa
iba a poner estando el sarao a 10 minutos de casa.
JOHN NEMETH
nos dejó el tiempo justo para tomar un tentempíe y acercarnos con
la tripa llena a la plaza de la C (de Companys). Darnos de bruces con
un suculento puestecillo de vinilos -el de Josep Mª Cámara- y
salivar oliendo ese cartonaje antiguo fragante que tanta chicha se
apretaba en sus cajones: joyas en perfecto estado y embalaje a su
precio, no el que marcan algunas tiendas oportunistas de ahora.
Cayeron tres en la saca, como de otra manera no podía ser.
Tomarnos una
cervecita al relente, y alucinar con esta bestia parda de Idaho sobre
el escenario, y el tremendo trío que lo secunda. Un solo adjetivo
para un formato básico sin órgano ni metales: ELECTRIFICANTE. Se
bastaron y se sobraron para llenar de calor, contoneos de caderas,
aullidos y mucha mucha felicidad, a los discípulos que allí nos
congregamos.
Una especie
de posesión infernal parece adueñarse de este menudo cuarentón. A
sus espaldas seis discos de estudio versátiles y contorsionistas que
a ratos levantan pesos pesados del Soul sangriento como el de James
Brown o al más enternecedor Salomon Burke. Tiene momentos en los que
le guiña el ojo al León de Belfast, pero lo suyo, en realidad es
bastante más eléctrico e instintivo; mucho más bestia. Por eso
agarrarse solamente a “Blue Broadway” o “Sooner or
Later” -su tema más popular del pasado curso- que sonaron en
los primeros compases, uno puede quedarse un poco como lamer el
envoltorio.
Rythm &
Blues que transige sin muchos problemas con otras bestias del Sur
Salvaje, sin apenas perder su esencia. A veces se trata simplemente
de eludir trompetas y trombones para electrificar, dando una
sensación de Blues Garajero o de Funky de tacto grueso y
contorneado. Sus discos suenan mucho más estilizados como el “Name
of the Day/2010” y “Love Me Today/2009”, pero
inteligentemente y acorde con lo que se celebraba en la población
del Valles, lo que prevaleció por encima de todo fue el R&B y el
Blues mestizo: “Just Like You”, “Country Boy” y
piezas del que fuera su disco de debut y el más terroso, “The
Jack of Harps/2002”.
Con “Mother
in Laws Blues” salía humo de la electrificada armónica de
Nemeth, primero con una sobria chaqueta de cuero y después a pelo
sobre su gato canalla. Sobre su último “Menphis Grease/2014”
giró gran parte de su repertorio; es un disco que conjuga a la
perfección cada una de sus épocas con su tono de groove adictivo.
“Three Times a Fool” y "Keep your Elbows on the Wheels", un r&b que conecta bajo tierra al
funk, al blues y al Soul de forma casi imperceptible pero bien
reconocible. Su voz puede, es un portento.
La armónica
entra a latigazos con una energía tan rockera e incendiaria, que
puede confundirte; pero es Blues en esencia. Aunque “Bad Luck is
my Name” o “Keep the Love a Comin'” expriman las
dotes de su bajo y guitarra, que son bárbaros. Es el poder
iridiscente que emana en forma de voz al límite del gospel, negra
como una Mamba. Y la extensión hacia su armónica, la que lo
convierte en una bestia ilimitada sobre el escenario
Sus
numerosas nominaciones y premios a los awards son un mero detalle,
insignificante si se compara con su talento. O con todos mis
respetos, un portento natural que deja en simples aprendices de brujo
a bandas como Alabama Shakes, Nick Waterhouse o JD McPherson;
insisto, desde el respeto. Y tan solo a niveles de Sharon Jones o
Gregory Porter; me inclino.
Lo de este
hombre es pura radiación. Bajo su sombrero ese tipo tan normal y
pasional conjuga Rock&roll/Blues/Soul sin acabar de prevalecer
ninguno. Solo pura energía sinérgica de la que no te puedes bajar
hasta el fin del show, y se hizo corta si señor. Su voz da para
tanto; de dulce, abrasivo y elegante, que podríamos ver salir el sol
con él. No hay más que echarle un vistazo a su última versión del
“Crying” de Roy Orbison, que canta en su último y
altamente recomendable “Menphis Grease”; una dulzura que mide su
amplio registro y cualidades: Versatilidad, energía inagotable, y
mucho swing con el que adaptarse cual hiperactivado Rhanpholeon, a lo
que se tercie; siempre desde el rigor.
Al filo de
las doce subieron al escenario los Cántabros DELTONOS. Curtidos en
mil batallas por lo legal y judicial, venían a presentar su nuevo y
aún caliente Salud!!; la que gozan después de 25 años de carretera
y manta.
Una
propuesta ideal para cerrar la noche y meter al personal en calor,
que la fresca ya arreciaba. Blues rockero, callejero y subterráneo
de letras que a todos nos hacen el más común de los denominadores,
y que nos trasladan a épocas de tasca y garito. De echo, de las
pocas que en la actualidad pueden traducir en la lengua universal de
la música; junto a Josele Santiago, las realidad más cruda de
nuestros días. De esas que unen generaciones y te enseñan a amar
paisajes de extraradio, descampados y suburbios; más maquillados,
pero igual de supervivientes.
Yo me recogí
más contento que antes de que acabaran con tres buenos vinilos bajo
el brazo: el Out of Blue de la ELO, una joya atemporal del ExGong
Tim Blake; el New Jerusalem. Y los restos del naufragio de la
Alemania Comunista de los 70, en forma de doble vinilo de unos
visionarios KEINE MACHT FÜR NIEMAND; primeros atrevidos en ejecutar
PunkRock y garaje cuando nadie asomaba la nariz. Todo a unos precios
reales, no lo que se pide por ahí aprovechando el ataque vintage que
tienen algunos.
Mientras me
iba alejando apurando un pitillo hacia casa: los ecos rockeros y
sacrosantos a las espaldas inundaban la noche. Se diluían entre la
humedad y el silencio de las calles conforme dejaba atrás el
Turonet; a una distancia prudencial de casa, la justa para tener la
sensación de que allí no ocurría nada. Era una sensación rara, de
melancolía, esas que recuerdan a las fiestas del pueblo de tu
infancia... Y yo, no puedo remediarlo. Esa descomposición del
jolgorio y la música en vivo, deshaciéndose progresivamente con el
silencio y la circulación, me pone triste, nostálgico y me encanta;
no lo puedo evitar. Llamadme bicho raro, pero son todas esas
pequeñeces que se ilustran en momentos muy exactos, que no tienen
definición ni adjetivo.
Al girar la
calle me topé con un Talbot Horizon igual que mi primer coche, y
casi me hecho a llorar.
SALUTE!!
Sí, pasar un año fuera de casa a mí también me hizo en su día añorar. Me gusta leerte en tus cambios de ciclo, o quizás no lo sean tanto. Un abrazo, crack, a continuar disfrutando en lo que se pueda y salud, como la de Los DelTonos
ResponderEliminarLos cambios de ciclo amigo Johnny casi siempre están ahí sin apenas enterarnos; Son traicioneros, sibilinos y acechan constantemente. Solo hace falta usarlos en nuestro beneficio, y en eso soy un vendio jejeje. Me agarro a un clavo ardiendo como los profanos; por los placeres de la vida vendo el alma al diablo jejeje
ResponderEliminarUn abrazo constrictor amigo!!"
yo la verdad es que tengo el honor de tener el disco memphis grease firmado y dedicado por el señor Nemeth, que vino a repartir buenas raices al cafe central de madrid. Si te gusta el blues echa un vistazo a nuestro grupo, Memphis Train (facebook o spotify). gran post, y te recomiendo que investigues a Sean Costello. un abrazo!
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