Nos
prometieron el oro y el moro, y sin embargo:
Solo
silencio noctámbulo apenas roto por las hojas que se lleva el aire,
la graba, los ojos de ese gato moteado adoptado; casi de la familia.
Y los ladridos de ese perro sheriff de Narvaiza que retaba en duelo
al forastero, lo mismo que a las cabras de su dueño.
La
mirada penetrante y condescendiente del semental macho cabrío. Patxi
con sus hortalizas a ritmo de rock y su berenjena
sustraída/extraviada, el tractor y sus supuestos 109 habitantes
censados y milagrosamente invisibles.
El
pueblo de Narvaiza (Narvaja), destino de nuestros sueños estrellados
en azul cobalto de este verano. Han sido cuanto menos por más de las
advertencias del despoblamiento de Álava, (la provincia menos
conocida de Euskadi), reveladora y apaciguadora sobretodo, cuando el
silencio y el paisaje horizontal o vertical cabe en tu encuadre
personal.
Otras
veces pasa que hay que hacer mosaicos mentales para recomponer y
poder admirar. Pero allí no. Todo cabe en tus inmediaciones, en tu
dominio minúsculo y en tu radio; el que puedes y de echo necesitas
controlar. Y alcanza más magnitud emocional, sobretodo, cuando no
hay ni un plan urdido o tan siquiera una esperanza de que todo ocurra
tal y como programaras.
Ya
han pasado dos semanas por lo menos desde que regresáramos. Y es
ahora cuando el aparato digestivo de tu recuerdo, expulsa la
constatación en forma de texto/narración, con su banda sonora;
faltaría más. Apunto como estoy de volver al curro.
Casual,
inconexo y un poco arbitrario pues seguramente la experiencias
viajeras se podrían resumir tan solo como el cruce de un umbral: Esa
imaginaria estancia a la que te adentras por primera vez o incluso a
la que vuelves después de diez años:
Urbasa
y Andia a la izquierda, Aralar a la derecha, y Aizkorri-Arantz de
frente presidido por el embalse de Ullibarri-Gamboa. El espacio
inmenso y nuestra diminutez igual que una circunstancia en el tiempo.
Con ese recuerdo impreciso que al pasar los años con sus lluvias, al
volver, siempre es distinto como lo recordabas y todavía más
impactante.
Un
efecto que casi siempre (y será por la edad); truco al que echar
mano. Tu expectación, la mayoría de veces se ve superada en ese efecto déjà
vu del constante tránsito de la madurez/juventud que bombea tu
imaginación más grandilocuente, por la deslumbrante llegada al
paisaje perdido de tu escasa memoria.
Con
la música a veces, o muchas, pasa igual: Es superior el efecto que
produce la materialización a golpe de nota musical en esos años
dulces de tu añorada juventud. Que el verdadero renombre que alcanza
en el presente más absoluto e inmóvil; justo ahí.
La
música sublima sobre épocas, géneros, tendencias y modas. Más aun
cuando el tránsito temporal a rebasado las novedades, como su autor:
Stephen Malkmus (exPavement). Y aparece de golpe empujando mi mantra
vivido en su más reciente exposición del último directo en KEXP
(la gloriosa emisora de Seattle), como una aparición mariana en una
tienda de discos de Bilbao. Las miniaturas gastronómicas de euskadi
entonces, se texturizan con momentos tan eléctricos como el
REdisfrute de este elemento diluyente.
Vino,
comida y música son la ambrosía. La felicidad hecha ente inmaterial
con la compañía; claro está. El sitio. Y los interlocutores de tu
salva.
Y
un disco que argumenta. O por lo menos, sirve de excusa para dar
forma al recuerdo que te va a quedar de tu paso por Toloño, la calle
de la cuchillería, los enormes plataneros de Fray Francisco de
Vitoria, el banco de Wynton Marsalis, los bosques de Velate, los
campos de girasoles, el ajetreo del Gaucho en la Travesía Espoz, esa
botella de Viña Ardanza que ruge desde tu juventud noviazga, la
abuela que sale a tu paso para ayudarte, la maravilla sensorial del
Guggenheim y su contenido, el paso por San Felices hacia Eskuernaga o
las vistas de la Sierra Cantabria desde el castillo de San Vicente de
Sonsierra.
Todo
eso se podría resumir en una canción: “Solid Silk”.
Que como una fina brisa acaricia la guitarra como el junco se
flexiona, y unos arreglos de cuerda balsámicos que buscan registros
antes desconocidos.
Una
reinterpretación del san benito de su antigua banda, a la que solo
el tiempo es capaz de diseccionar todas sus capas freáticas en forma
de melodías inconexas e inaudibles. Y que brotan solo si la agudeza
es tal para no quedarse con el ruido, la distorsión y su abstracta y
bendita asimetría.
Vale
la pena volver a revisar toda la discografía de aquel mágico combo
con Malkmus a la cabeza. Y cerciorarse de que, una vez amansada
nuestra efervescencia guitarrera noventera. Hay todo un universo
inescrutable, con una riqueza muy superior a la que históricamente
se les atribuye.
Dirías
en un principio, que la perezosa “Cast Off” retoma
la anterior discografía de Malkmus en solitario. Cuando
perdimos toda esperanza de que esa espinosa banda con forma de
chumbera volviera a resucitar el raído y desgarbado espíritu
inconformista noventero. Pero tienes que esperar al aullido de las
guitarras para arquear las cejas. Cambiar el modo postgrunge y pensar
que tu evolución no es tal sin la polinización creativa. “Future
Suite” prácticamente comienza donde terminó “...And
Carrot Rope” allá por el final de siglo. Cuando en plena
resistencia a madurar con treinta años, todos nos sentimos
traicionados por su disolución y viraje hacia hacia cadencias más
meditabundas.
Recuerdo
su último concierto de despedida en la sala dos de Zeleste con un
puñado de feligreses. Y palpar la verdadera traición de su inmaduro
público, que ahora se daría de hostias por volverlos a ver.
Casi
veinte años después, y aunque al sonar “Shiggy”
todos pensásemos (incluído yo). Que ese amago 100% Pavement fuese
por fin ese elixir definitivo hacia la eterna juventud.
Rebusquemos
desesperados como la madre que pierde a la criatura en la feria, pero
ni rastro.
En
cambio fue ver sobre un escenario a Stephen Malkmus con sus
engrasados Jicks. Y aparecérsenos Nuestra Señora de Fátima con los
tres niños y la santísima trinidad.
Si
esa estertórica canción ya transmite vibraciones exfoliantes. En
directo es una gozada ver a Malkmus hilvanar esas aparentes melodías
inconexas como puro exorcismo. Eso, y observar como la banda tras
unos cuantos discos, parece escupir lo que la endiablada mente de
Stephen maquina con una sonrisa de oreja a oreja. Parece fácil, pero
creo que es parte de la magia que atesoraban Pavement como banda y
sus adoradas imperfecciones. Y este nuevo disco. Sabe plasmar a la
perfección en toda su extensión y como conjunto de canciones, una
química parecida.
Stephen
Malkmus al igual que J Mascis, es un puto genio haciendo lo que otros
convertirían en mediocridad.
Es
fácil y no han inventado nada que no se hiciera en mil ocasiones
(solos y distorsiones). Pero sin el enfoque melódico y tierno de
ambos, sería la historia que se vuelve a repetir. Y todos sabemos
que no ¿verdad?
Solo
así, da sentido la química de “Difficultes/Let Them Eat
Wowels”: Dos canciones en forma de una, que podría ser esa
chaqueta reversible de colores vivos que bien hace de anorak, de
chaleco y de elegante impermeable.
Una
psicodelia sacando punta al Vocoder, como Toloño a algo tan
tradicional como el Xangurro. Donde el de Santa Mónica se siente tan
cómodo como un gorrino en un lodazal. La miniatura de “Future
Suite” es el contrapunto en su diminutez y el vacile de sus
guitarras no hace más que certificar la síntesis como fórmula
magistral.
Su
camino hasta llegar aquí, no nos equivoquemos, no ha sido fallido.
Sino incompleto sin la esencia que todo artista que emprende carrera
en solitario se empeña en aparcar. Y la prueba está en “Middle
America”. Una pieza soberbia que no sabría decirte ahora
mismo si la prefiero en acústico, en directo o tal y como se ha
publicado en el disco. Es mágica de cualquiera de las maneras y
conjunta con maestría su época en Pavement: Canciones que por
aquella época ya se adentraron en paisajes más tiernos y acústicos.
Todo
lo que ha sucedido en los siete discos con The Jicks plagado de joyas
y con una sustancia todavía por escudriñar. E incluso su
participación en Silver Jews dan sentido al sonido de este disco.
SPARKLE
HARD es un entretenido paseo de toboganes, desniveles,
caídas al vacío y momentáneos remansos cargaditos de alucinógenos.
Un disco como decía mi compi de Mad Robot M. Grau: “un disco
que no está de moda”. Pues no sigue las directrices del
punteado coloreable/recortable típico de los precocinados de ahora.
Su
gracia es más la aventura de lo imprevisible o de las conexiones
invisibles en sus armonías; si mamaste Pavement, pues ayuda. Aunque
a algunos se les haya olvidado ya, que era salirse (o por lo menos
dejarse arrastrar) por algo distinto al típico
estribillo/estrofa/estribillo/solo de guitarra/teclado, y vuelta a
empezar. Fíjate que canciones como “Rattler”, a
mi me encomiendan al rock progresivo de los 70 (Jethro Tull, Frank
Zappa y otras lindeces con menos relación)
¿que
hacen falta drogas para zambullirse y no ahogarse? Quizás.
Pero
que se lo pregunten quienes como yo, al ver tocar la perturbadora
“Bike Lane” han visualizado la puta canción del
verano sin apelación alguna.
No
esos “que si mi cintura necesita tu ayuda, el sácala a bailar,
o si así se vive mejor” que podrían arder en el infierno
hasta el fin de sus días. Sino ese fuzz de bajo/guitarra abejorro
que taladra los sentidos como lo hicieran los Sonic en el “Youth
Against the Fascism”; tan adecuado ahora. El swim sorpresa
de ese piano que rompe por completo la armonía. O esa joya de letra
engarzada en mímesis/parábola, entre el asesinato a manos de la
policía de Freddie Gray y los controvertidos carriles bici en las
ciudades.
Textos
que afianzan al Californiano dentro de esa paranoia que es inspirarse
en la realidad más, o menos metafórica. Y que son otro atractivo
más; aunque a mi de siempre me ha parecido un letrista más profundo
de lo que se le suponía por su música casi siempre felizmente
destartalada.
Los
dilemas existenciales de “Kite”, envasados en casi
siete minutos de genialidad, que deambula medio mimetizado entre el
krautrock, la psicodelia, el funk incluso, y muchos muchos ramalazos
que encuentran su origen en un pasado bastante más lejano que el de
su banda embrionaria.
Se
erige como un guitarrista ya sabio, y un hacedor de atmósferas en
donde retozar, digno de análisis profundo. Estas canciones sin duda
lo necesitan y lo agradecen.
“Brethen”
refuerza la idea de que no es posible mucho sin poco. Y si la
asimilación de este disco como una obra de infinitas escuchas y
detalles aparentemente difusos parece una empresa perezosa. Lo
extraño es que con canciones como esta, que son todo un prodigio de
arreglos casi transparentes de apenas dos minutos. Se puede entender
a la perfección entre ese binomio de excesos, sencillez y
practicidad a la hora de cocinar canciones.
Teniendo
como clarividente prueba de ese viaje laaargo laaargo de Stephen
hasta llegar a esta exposición maestra. La maravillosa cauntry
ballad slide de “Refute”; totalmente entroncado a
mi favoritísima “Range Life”. Y con Kim
Gordon(Sonic Youth) a las dobles voces en pleno idilio/guinda musical
¿se lo imaginan?. Pues es una de las canciones y lírica más
preciosas de este 2018.
Háganse
un favor y escúchenlo sin prisas
A ello voy 🖤
ResponderEliminarCon fuerza!!
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