Debería
– y he contado hasta tres – hablar sobre las virtudes
gastronómicas, malabares y demás coletillas que ahora tanto inundan
las instantáneas mediáticas de nuestro celular; pero no.
Mi
relación últimamente con el placer dispensado por algo tan
elemental como el comer y el beber. Que ahora, de alguna manera se ha
convertido en una especie de experiencia casi tan reveladora como la
aparición de una virgen. Para este menda, es más como el sexo y
todo eso a lo que nos empujaría esa pareja recién conocida en una
noche loca:
Elemental,
primario y si se quiere: perverso. Cuando lejos de los Tripavisores
miopes, estamos los que buscamos la verdad de la vida lejos de los
testamentos dogmáticos, y un poco esa pose sensacionalista del
espejismo deslumbrante.
Que
igual el rastro del vino distorsiona y condiciona mi forma de ver las
cosas últimamente. Pero siempre y cuando uno/a utilice sus placeres
egoístas, para regenerar y estimular sus sentidos digo yo… Que
leches importa si la verdad pertenece a alguien o importa un carajo
la unanimidad?
Que
sean los feligreses y la papilas las que hablen o sean el botón rojo
de la deflagración orgásmica quien nos coja de improviso.
Yo
hace un montón de tiempo que no planeo.
En
el hospital pensé que las voces y pasos en el pasillo eran fruto de
la morfina. Pero con el paso de los meses, he llegado a la conclusión
que no son voces sino latidos: Te llaman, bien sea por instinto o
impulso.
Nico
Montaner me llamó; creo. O quizás fue siguiendo las migajas de pan
que Lluis Pablo Herr Commander, Juancho Asenjo o mi amigo Jordi Ferrer fueron dejando; como
personas a las que creo más que a cualquier predicador. Y no es
criterio, sino ventanales de aire fresco y perspectivas distintas lo
que me aportan.

Por
suerte en Barna hay unos cuantos, los mejores. Solo hay que
buscarlos.
Personas
que como Nico y su equipo. Hacen que la comida y el arte de nutrirse
no solo te sacie la tripa, sino te insufle un montón de felicidad.
Platos
honestos y funambulistas que hacen equilibrios entre la alta cousine
y la esencialidad con terruño. De una manera tan simple y funcional
como el Rock&roll, sin prescindir del virtuosismo pero utilizando
elementos reconocibles, familiares y comprometidos con nuestro
pasado; igual que una Fender o una Rickenbacker. Infalibles y
eternas.
Lo
que allí te puedes encontrar a parte de una carta de vinos
imaginativa, reconstituyente y diversa. Es una comida sustentada en
parte en la tradición culinaria de familia, el respeto por el
producto de temporada y proximidad, y esa impronta que habla
directamente y sin ambages de aquello que vas a dar cuenta.
Por
lo tanto, el resultado como podéis imaginar, es de un divertimento
asegurado sin mentar los postres, que son el colofón perfecto.
Ineludibles todos ellos.
La
Txistorra de Arbizu con papas y huevos fritos a grito de The
Sonics, la tortilla de bacalao que en realidad The Neatbeats
proclamaban. El Ajoarriero, los garbanzos con tripa de bacalao
Motörhead, las tiras de pollo con esa salsa de miel los
hermanos Reid susurraban en el “Just like Honey” con
mostaza, que quitan el sentido, los calamares con rebozuelos y
butifarra de perol de Cal Rovira a lo Octopussy Seamonsters
Weddingpresentero, el nidito de foie a la brasa recostado en
huevos que mi hijo mayor podría recitarle en clave amorosa como RVG
en “ the Eggshell world”, o las carrilleras
a la Riojana de reverencia grupal “Thunderstruck” ACEDECERO;
por poner algunos de mis preferidos.


No
en vano, no es casualidad que el historiador jerezano Álvaro Girón
aparezca por allí cada vez que visita Barcelona. Es entonces cuando
Nico dispensa esa colección de Jereces viejísimos, de coleccionista
e inmortales que atesora en su bodega. Igual que los Brandys de los 60 desaparecidos, que recupera como un mecenas humanitario para las almas
descarriadas como nosotros, para el menester que se precie: Acompañar
un café cortito y bajar la comida para recobrar la agilidad y la
lucidez, o por simple labor humanitaria.
Dejarte
aconsejar y llevarte en brazos a descubrir verdaderos tesoros de
pequeños productores, es otro bien escaso en esta ciudad grade que
es Barcelona. Y descubrir los vignerones más punkis y
gamberros de Francia, Italia o nuestro territorio, lejos de las
encorsetadoras D.O’s. Nunca falla, os lo aseguro.
Hay
que tener la mente abierta, los sentidos preparados y ganas de
aventura para desentumecerlos y ganar años perdidos ya en la
juventud desinhibida. Perder el miedo a descubrir. Que lo que nos
mola ya lo tenemos ahí, eso no se pierde, pero a veces se enmohece.
Y ejercitar ese equilibrio entre la sabia joven, y las tradiciones
más ancestrales.
Resumiendo:
Un
sitio singular en si mismo al que me desplazo cuando quiero darme un
homenaje, egoísta si se quiere, y donde llevaría a mi amigo del
alma también.
Donde
no hay solemnidad ni paripé cuando son los manjares que te tutean, y
los mejores vinos posibles para acompañarlos; desde el más
preciado, al más gamberro. Y donde una carta para todos los
bolsillos da el juego imprescindible para montártelo a tu manera.
Un
parque de atracciones para jugar, disfrutar, y amarse.
Que
el amor, que queréis que os diga, está muy falto hoy en día.