BATTO de GILLES TROULLIER & ZULU WINE 2015, Garnacha 100%: LEJOS DE LAS LEYES DE LOS HOMBRES.
Hay
vida después del tacatá? Existe el bute, el tío del palo o el del saco? ¿Te lo
encontraste acaso tú, mientras corrías como alma que lleva el diablo en aquel
engendro de ruedines y tela haraposa por los largos pasillos del cortijo donde
trabajaba el Papo? A que no
La
vida ya está demasiado hecha de raíles, como para que no amemos un corto_circuito,
más que te rasquen la espalda a la altura del cogote. Y de ahí, para abajo.
Los
miedos no son tales, pues casi siempre se deben a lo desconocido más que a algo
reconocible. Y en el campo de los vinos; igual que pasa con muchas otras cosas.
Nuestros temores o rechazos, están más estrechamente ligados a la esclavitud
que debemos a las imposiciones de nuestra cultura y costumbres, que a lo
estrictamente razonable o debatible.
Hay
que cuestionarlo todo, incluso a nosotros mismos. Si lo que queremos es
arriesgarnos a desmitificar y a avanzar.
En
cuestiones puramente de gustos, es tanto la comodidad y la pereza, como
prejuicio como único grillete.
Y
si bien es cierto que lo fácil es echarles la culpa a las modas; y yo soy el
primero en detestarlas. Hay ocasiones que hay que saber diferenciar entre los
avispaos que se apuntan a una moda, y los atrevidos a abrir rutas nuevas sin
pretender otorgarse la exclusiva, sino a estimular la creatividad.
Ahora
mismo hay una cantidad de frentes abiertos en el mundo del vino, en la
elaboración y el cultivo.
Y
eso por si mismo, es una oportunidad impagable teniendo en cuenta la evolución
del vino en España desde hace 20 años o así.
Desde
la aparición de la tan odiada y manipulada etiqueta “ecológica”, las
inmovilistas y politizadas D.O’s, y finalmente la aparición por sorpresa de los
al principio mal llamados “vinos naturales”. Que en el fondo deberíamos llamar:
Vinos con mínima intervención, independientes… porque… Lo de biodinámicos creo
que se queda corto, cuando las etiquetas (como casi siempre pasa), lo único que
hacen es acotar sin dejar libertad a lo indefinible, cuando de lo que se trata
en realidad, es de simple LIBERTAD CREATIVA.
Dicho
esto. Tampoco voy a explicar con todo lujo de detalles, lo que aquí me trae:
GILLES TROULLIER. Y si acaso, lo que me condujo desde el Vallés Occidental al barri de Sant Gervasi, persiguiendo los cantos de sirena de Vinus & Brindis. Y su agitadora percepción y transmisión emocional del vino totalmente desprejuiciada, donde bebí, reí, disfruté y probé esta maravilla de Garnacha.
Un
tipo que comenzó a trabajar en Cotes du Rhone en Chapoutier hace unos años,
hasta que decidió buscar sus orígenes y volver al Latour de Rosellón en 2002;
todo así muy road movie ¿os imagináis?
Así,
muy bien, no abráis los ojos.
Buscando
la altura de los promontorios y siempre sin perder el carácter mediterráneo de
esta zona, donde la revolución silenciosa de los viticultores independientes es
ya un secreto a voces. Elabora sus vinos en pequeñas cubas y propias
instalaciones con Syrah principalmente, Garnacha negra y gris, un poco de
Cariñena y Lledoner Pelut (Garnacha peluda de origen catalán).
En
esta ocasión no hablamos de un vino propio sino de una colaboración con Zulu
Wine: Proyecto de comercialización y elaboración desde el paraguas alternativo,
de vinos con poca intervención y MUCHA personalidad. Emprendido por el
malogrado Cristophe Albero (frontman de Lazy Sundays) en 2015, y continuado por
su pareja Jessica junto a Laurent tras su fallecimiento por accidente de
tráfico en 2016.
Así
pues, BATTO, es una garnacha elaborada mano a mano de manera particular en
aquel 2015 por ambos. Y que ahora, con cinco años de botella, está en un punto
de consumo alucinantemente óptimo.
Una
rareza si así la preferís denominar. Donde dos cracks irreverentes y ajenos por
así decirlo, a las leyes más generalistas del mundo del vino francés tan
acotado por normas, tipificaciones y control. Nos dispone a otro universo paralelo
y mucho más “punky”, donde la búsqueda de la autenticidad y la explosión
sensorial de los paisajes y terruños, son mucho más importantes que el pedigrí
de monóculo.
Basta
con ver los etiquetados de Gilles Troullier emulando a John Godman en aquella escena
en los bolos de El Gran Lebowsky pistola en mano. Para hacerse una idea lo que
le motiva a este caballero que, pese a su incontestable atrevimiento, elabora
con una precisión de extremos cirujanos para luego regalarnos un ying/yang de
explosiones frutales, y profundas densidades finas a la vez que subterráneas.
Sus
vinos no dejan indiferente, amigos; lo puedo asegurar.
En
Estagel, que es donde ahora está asentado elaborando sus vinos: Una bodega de
apenas 40 metros cuadrados y estilo garaje de altos techos. Vinifica por
parcelas y de ahí el pequeño formato de sus barricas, utilizando puntualmente
el hormigón y el inoxidable para combinarlo con las fermentaciones y crianzas
con levaduras indígenas y 1gr de sulfuroso si se da el caso; pero casi siempre
con los sulfitos propios de la uva. Utiliza barricas de segunda mano compradas
a François Frerès y en Stockinger, pero lo más pintoresco es su devoción por
los artesanos italianos de Mittelberger: Auténticos magos de la microtonelería
y la tonelería a medida proveída de Los Vosgos Franco germánicos, y secada por
ellos mismos desde 1960.
Así
pues, lo primero que nos encontramos al enfrentarnos a este BATTO chiroptero
de color rosa marchita es: Una glotonería apabullante de frutillos rojos
compotados (grosellas, arañones, fresones de Palamós, frambuesas), sobre un
fondo floral de violetas, rosas secas y jazmín.
Su
entrada en boca es ligera, pero… Ojo!! No es el típico vino con mucha carga de
fruta y poca intervención que se bebe como una tisana, no.
La
finura y delicadeza que acompaña a su beber es engañosa. Pues Gilles a su vez,
también busca en la extracción precisa, toda esa parte de terroir y paisaje que
contrasta fruta y finura, con una magnífica profundidad y la reducción propia
de las barricas de pequeño formato.
Y
en su ecléctico paso por boca se balancea entre el bosque húmedo de bayas,
shitake, o trompetas de la muerte que lo dotan de complejidad. Y un curioso
fondo de hiervas de montaña como: tomillo, espino blanco, eucalipto, que le
proporcionan frescor balsámico. Su final es de una acidez eléctrica, y su largo
postgusto retronasal nos vuelve a recordar esa primera impresión de flores
secas; esta vez mezclada con los recuerdos de la madera húmeda y descompuesta, bayas,
setas, y cierto exotismo tribal.
Un
vino que se comporta como un tobogán de evocadores contrastes. Haciendo que la
temida complejidad, acabe siendo un mecanismo que activa y conecta entre si los
sentidos por puro estímulo nativo. Y se adapte con soltura y armonía a cualquier
plato o comida.
Un
glorioso disfrute de agitadores extremos encontrados, que se bebe fácil, pero
que también invita a la reflexión. Y que fácilmente se puede resumir tal y como
escribía Manolo García en Mayo del 86:
“lejos
de las leyes de los hombres, donde se diluye el horizonte”; extrapolando la
filosofía de los nuevos jóvenes vignerons a una reveladora y esencial
tonadilla.
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