sábado, 21 de noviembre de 2020

BATTO de GILLES TROULLIER & ZULU WINE 2015, Garnacha 100%: LEJOS DE LAS LEYES DE LOS HOMBRES.

 

Hay vida después del tacatá? Existe el bute, el tío del palo o el del saco? ¿Te lo encontraste acaso tú, mientras corrías como alma que lleva el diablo en aquel engendro de ruedines y tela haraposa por los largos pasillos del cortijo donde trabajaba el Papo? A que no

 

La vida ya está demasiado hecha de raíles, como para que no amemos un corto_circuito, más que te rasquen la espalda a la altura del cogote. Y de ahí, para abajo.
Los miedos no son tales, pues casi siempre se deben a lo desconocido más que a algo reconocible. Y en el campo de los vinos; igual que pasa con muchas otras cosas. Nuestros temores o rechazos, están más estrechamente ligados a la esclavitud que debemos a las imposiciones de nuestra cultura y costumbres, que a lo estrictamente razonable o debatible.
Hay que cuestionarlo todo, incluso a nosotros mismos. Si lo que queremos es arriesgarnos a desmitificar y a avanzar.

 

En cuestiones puramente de gustos, es tanto la comodidad y la pereza, como prejuicio como único grillete.
Y si bien es cierto que lo fácil es echarles la culpa a las modas; y yo soy el primero en detestarlas. Hay ocasiones que hay que saber diferenciar entre los avispaos que se apuntan a una moda, y los atrevidos a abrir rutas nuevas sin pretender otorgarse la exclusiva, sino a estimular la creatividad.

 

Ahora mismo hay una cantidad de frentes abiertos en el mundo del vino, en la elaboración y el cultivo.
Y eso por si mismo, es una oportunidad impagable teniendo en cuenta la evolución del vino en España desde hace 20 años o así.
Desde la aparición de la tan odiada y manipulada etiqueta “ecológica”, las inmovilistas y politizadas D.O’s, y finalmente la aparición por sorpresa de los al principio mal llamados “vinos naturales”. Que en el fondo deberíamos llamar: Vinos con mínima intervención, independientes… porque… Lo de biodinámicos creo que se queda corto, cuando las etiquetas (como casi siempre pasa), lo único que hacen es acotar sin dejar libertad a lo indefinible, cuando de lo que se trata en realidad, es de simple LIBERTAD CREATIVA.

 

Dicho esto. Tampoco voy a explicar con todo lujo de detalles, lo que aquí me trae: GILLES TROULLIER. Y si acaso, lo que me condujo desde el Vallés Occidental al barri de Sant Gervasi, persiguiendo los cantos de sirena de Vinus & Brindis. Y su agitadora percepción y transmisión emocional del vino totalmente desprejuiciada, donde bebí, reí, disfruté y probé esta maravilla de Garnacha.


 

Un tipo que comenzó a trabajar en Cotes du Rhone en Chapoutier hace unos años, hasta que decidió buscar sus orígenes y volver al Latour de Rosellón en 2002; todo así muy road movie ¿os imagináis?

Así, muy bien, no abráis los ojos.
Buscando la altura de los promontorios y siempre sin perder el carácter mediterráneo de esta zona, donde la revolución silenciosa de los viticultores independientes es ya un secreto a voces. Elabora sus vinos en pequeñas cubas y propias instalaciones con Syrah principalmente, Garnacha negra y gris, un poco de Cariñena y Lledoner Pelut (Garnacha peluda de origen catalán).

 

En esta ocasión no hablamos de un vino propio sino de una colaboración con Zulu Wine: Proyecto de comercialización y elaboración desde el paraguas alternativo, de vinos con poca intervención y MUCHA personalidad. Emprendido por el malogrado Cristophe Albero (frontman de Lazy Sundays) en 2015, y continuado por su pareja Jessica junto a Laurent tras su fallecimiento por accidente de tráfico en 2016.

Así pues, BATTO, es una garnacha elaborada mano a mano de manera particular en aquel 2015 por ambos. Y que ahora, con cinco años de botella, está en un punto de consumo alucinantemente óptimo.
Una rareza si así la preferís denominar. Donde dos cracks irreverentes y ajenos por así decirlo, a las leyes más generalistas del mundo del vino francés tan acotado por normas, tipificaciones y control. Nos dispone a otro universo paralelo y mucho más “punky”, donde la búsqueda de la autenticidad y la explosión sensorial de los paisajes y terruños, son mucho más importantes que el pedigrí de monóculo.
Basta con ver los etiquetados de Gilles Troullier emulando a John Godman en aquella escena en los bolos de El Gran Lebowsky pistola en mano. Para hacerse una idea lo que le motiva a este caballero que, pese a su incontestable atrevimiento, elabora con una precisión de extremos cirujanos para luego regalarnos un ying/yang de explosiones frutales, y profundas densidades finas a la vez que subterráneas.

 


Sus vinos no dejan indiferente, amigos; lo puedo asegurar.

En Estagel, que es donde ahora está asentado elaborando sus vinos: Una bodega de apenas 40 metros cuadrados y estilo garaje de altos techos. Vinifica por parcelas y de ahí el pequeño formato de sus barricas, utilizando puntualmente el hormigón y el inoxidable para combinarlo con las fermentaciones y crianzas con levaduras indígenas y 1gr de sulfuroso si se da el caso; pero casi siempre con los sulfitos propios de la uva. Utiliza barricas de segunda mano compradas a François Frerès y en Stockinger, pero lo más pintoresco es su devoción por los artesanos italianos de Mittelberger: Auténticos magos de la microtonelería y la tonelería a medida proveída de Los Vosgos Franco germánicos, y secada por ellos mismos desde 1960.

 

Así pues, lo primero que nos encontramos al enfrentarnos a este BATTO chiroptero de color rosa marchita es: Una glotonería apabullante de frutillos rojos compotados (grosellas, arañones, fresones de Palamós, frambuesas), sobre un fondo floral de violetas, rosas secas y jazmín.
Su entrada en boca es ligera, pero… Ojo!! No es el típico vino con mucha carga de fruta y poca intervención que se bebe como una tisana, no.
La finura y delicadeza que acompaña a su beber es engañosa. Pues Gilles a su vez, también busca en la extracción precisa, toda esa parte de terroir y paisaje que contrasta fruta y finura, con una magnífica profundidad y la reducción propia de las barricas de pequeño formato.
Y en su ecléctico paso por boca se balancea entre el bosque húmedo de bayas, shitake, o trompetas de la muerte que lo dotan de complejidad. Y un curioso fondo de hiervas de montaña como: tomillo, espino blanco, eucalipto, que le proporcionan frescor balsámico. Su final es de una acidez eléctrica, y su largo postgusto retronasal nos vuelve a recordar esa primera impresión de flores secas; esta vez mezclada con los recuerdos de la madera húmeda y descompuesta, bayas, setas, y cierto exotismo tribal.

  

Un vino que se comporta como un tobogán de evocadores contrastes. Haciendo que la temida complejidad, acabe siendo un mecanismo que activa y conecta entre si los sentidos por puro estímulo nativo. Y se adapte con soltura y armonía a cualquier plato o comida.

Un glorioso disfrute de agitadores extremos encontrados, que se bebe fácil, pero que también invita a la reflexión. Y que fácilmente se puede resumir tal y como escribía Manolo García en Mayo del 86:
lejos de las leyes de los hombres, donde se diluye el horizonte”; extrapolando la filosofía de los nuevos jóvenes vignerons a una reveladora y esencial tonadilla.


 

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