BOTELLAS CON MENSAJES A NEUMAS: O el último brindis ipsoefecto de Pat Fish y sus Jazz Butcher con Pietro Junior 70/30 2013
Hay
botellas, de vino; digo. Que son alivios socorridos y urgentes para ahogar
penas y sinsabores. Vinos de salvadora embriaguez, mirada miope, y pisotón de
cucaracha para corregir el equilibrio antes de caer de bruces.
Otros
ya conocidos, como amigos que siempre están ahí, que no te fallan y disponen el
hombro para que te recuestes. Con la sonrisa siempre apunto de licor y miel de
romero. Los que no dan consejos, sino que asienten.
Botellas
otras, que son misteriosas cajas de sorpresas esperando ese arresto vehemente
de lanzarse al negro fondo. Las que solo esperan la valentía de desnudarte sin
pudor alguno, para abrirte de par en par y dejarte tomar. Y que hacen que los
ojos miren desde el fondo, sin cataratas que las velen, sino ventanas abiertas
y entrañas listas para la autopsia; la tuya, la del alma.
Pero
realmente, las mejores. Las que llevan esperándote en el nicho de la vinoteca,
o en ese armario de los deseos desvanecidos. Que son como un pedazo de una
historia conservada y concentrada en líquido elixir.
Esas
que, pasado el tiempo sin saber bien porque las guardas ni el motivo real que
hará que decidas cualquier insospechado día.
Te
llaman en silencio como en un sortilegio, tan íntimo y personal, que no hay
texto capaz de explicarlo ni razonarlo.
PIETRO
ZARDINI y sus vinos, son para mí, algo más que un gusto por los vinos
italianos. Fue el inicio de todo; o casi todo. Y seguramente no de los mejores.
Mi
primer viaje a Italia por trabajo en 2011. Mi primer festival íntegro desde mi
desconexión paternal en diez años en el Primavera Sound, con la fabulosa y
ferviente troupe bloguera (Atticus, Txarls, Lapor, Paloma, Viola, Fermím,
Raul, y Genís & Co.)
Allí,
entre la primavera y el inicio del verano. Nació una especie de amor iniciático
que te regresaba por pura hipérbole a tus 20 años. Sin el más mínimo menoscabo
hacia lo que deseas, disfrutas y por ende, acabas adorando.
Con
Pietro Zardini y su Amarone Riserva, encontré el motivo por el cual podía
visualizar en la pituitaria los extensos campos de viñas de Bardolino y la
Valpollicella. Sin ni tan siquiera estar allí.
Me
enamoré perdidamente, doy fe.
Seguro
como estoy de que la bodega de Pietro Zardini no es la más significativa ni
importante de la zona. En su discreta diminutez, es para mí, la familia putativa
que todo huérfano desea.
A
partir de ahí; en sucesivos e innumerables viajes transalpinos. Son muchas las
sorpresas y descubrimientos con forma de vino, las que me han ilustrado e
instruido sobre el país con más variedades de uva del mundo: 500 ni más ni
menos.
Con
lo inabarcable de tal empresa: La de probar o llegar a entender mínimamente la
compleja idiosincrasia dentro del diverso mundo del vino italiano. Yo, que me
conformo con lo justito. Alucino simplemente con el carácter de sus vinos y esa
personalidad agreste, rotunda, y diferente si se la compara con cualquier otro
país. Y ese carisma mutante que tienen cuando los abres, y van cambiado
conforme pasan las horas o los días.
Pero
sin desviarme del tema que aquí me trae: Que es la simple experiencia de abrir
una botella y ponerle música al asunto. Nos vamos a mi última botella que
conservaba de Pietro Zardini desde hace tres años: Un 2013 de uno de los nuevos
experimentos del señor Zardini.
Y
esos encuentros casualísticos que se
dan la mano apenas a tientas. Juntando a ese plato de pasta que cocinas un
sábado, buscando sin querer la idea -la tuya propia-de en lo que consiste cocinar pasta:
Los
cuatro elementos básicos, el protagonismo tenor de cada uno, el elemento emulsionante
del agua de cocción, el conjunto inigualable que como los músicos: Las
circunstancias los unieron y grabaron ese disco de la hostia, que nadie sabe el
cómo y el porqué. Pero, ¡joder si lo bordaron!
-Papá
¿sabes cuál fue mi comida más buena de la vida en Italia?
Tú lo sabes, pero dejas
que te lo explique. Te gusta oírlo porque también fue la tuya. La más sencilla,
la de pim pam, la de quedarte allí a vivir; con Renato.
Y
es entonces cuando justo antes de emplatar y rallarle ese parmesano con el perejil
fresco picado.
El
primer giro de volante de sevillana a la copa, y asomarte con la nariz a ese
precipicio: Insuflas, y bebes el primer sorbo, y ya estás ahí; como los trasladores
Harry Potter.
Es
cuando entonces, un ángel sobrevuela el salón. Y todo encaja; como los dedos
que se capicúan igual que las piezas de un puzzle cuando das la mano por amor.
Y
pienso que no debe ser casualidad cuando seis meses después el batir de las
alas te trae de nuevo al bueno de Pat, susurrándote: “Never Give Up”
(no rendirse); la canción de amor más sincera de la vida.
Ahora
que su ausencia se supera con más tristeza todavía, cuando escuchas estás
últimas canciones en plena conciencia de su desenlace.
Suenan
a la despedida, de alguien que cada semana se reunía con su discreta pero fiel
audiencia, para tocarnos y cantarnos poesías mundanas. Y que el 3 de octubre lo
hizo para despedirse del todo.
Así
que ahora, cuando hago vapores de especias a clavo, canela y orégano para curar
mi mal de pena. Salto sin coger aire, a mi copa de tinto de Corvina y Cabernet.
Huelo
a la mioglobina de la carne cuando se churrasca en la sartén. A las violetas en
flor y las frutillas rojas silvestres en un poderoso volátil. Y aunque “Amalfi
Coast May 1963” me meza asomado al Tirreno con una de Falanghina de
Marisa Cuomo; también. Yo, en realidad, estoy allí arriba en una terraza entre
viñas de La Antica Osteria Paverno. Sintiendo que la bohemia doblega mi cordura
volviendo a empezar:
Crepita
la aguja, azuzas la llama extinta con las escobillas de la batería, asiente
Pat:Ella fue la primera chica a la
que besó. Era un chico verdaderamente afortunado…
Contando
a ritmo de swing, las penúltimas historias de amores que jamás volverán. En el
arranque de “Melanie Hargreaves’
father’s Jaguar” a golpe de cinismo y sordina.
Cuando
el verano de 2021 se publicó “Time”; tras diez años desde su
último Lp. Y abrazados como estábamos a las exquisiteces de “Dr Cholmondley
Repents”.
Nadie
supuso que ese texto despojado de remordimiento alguno. Llevaría impresa una
demoledora y conciliadora despedida de semejante sinceridad:
Mi pelo está todo mal. Mi tiempo no es largo.
Fishy ve al cielo, llévate bien, llévate bien. Me estoy divirtiendo demasiado
para hacer algo. Déjame ser. No estoy lastimando a nadie. Tomé un fin de semana
largo en la choza psicodélica Y cuando cruces ese puente nunca volverás.
Y
ahora… Ahora solo toca atizar las ascuas.
Hay
quien todavía analiza este disco de manera frívola, comparándolo con ese
paisaje que dejó Pat con sus carniceros del jazz.
Allí
donde otros ven un estudio científico de la música, y la conciencia egoísta de
las faltas personales. Yo solo veo la oportunidad de brindar una última copa,
con quien no pidió nada a cambio de una canción.
Han
pasado los meses y sigo notando su presencia cuando escucho “Sea Madness”.
Con esos recuerdos poéticos de la Estambul bohemia y fugaz.
Nadando
torpemente en ese Mar de Mármara dentro de mi copa, paladeo la cremosidad de
piel tostada almendrada de la Corvina. Su caramelo tostado de tanino rugoso.
Ese fondo de boca inmenso láctico que se infusiona con hierbas de monte, con
regaliz, paloduz, eneldo, estragón, y la pimienta blanca final que sacude mi
caja torácica.
Me
siento un dios misericordioso derrotado, comiendo higos secos. Indefenso. Vulnerable.
A
merced de las corrientes marinas de la melancolía.
Sube
aquí Pat. Dame la mano. Brindemos por última vez.
Por
las vidas sencillas y translúcidas, las que no esconden defectos ni aletean
virtudes. Las que nos dan bocanadas de verdades incómodas, con la misma que
arremetes contra la hipocresía de endiosados gobernantes en “The Highest
in the Land”.
Con
un Blues elegante y exquisito. Refinado, pero certero: - Black Raoul Black
Raoul!!
Con
el impertérrito y orfebre Max Eider, su confesor y multinstrumentista Lee
Russell a la producción, Simon Taylor a la trompeta, Tim Harries al contrabajo
y teclados, Dave Morgan (Weather Prophets) a la batería. En las guitaras junto
a Max, Joe Woolley, Peter Crouch, Stevie Gordon, y Joel Harries a los coros.
Entre
amigos.
Tres
meses de trabajo. Su despedida “Goodnight Sweetheart”. Un saludo
y el inminente consabido desenlace.
En
un otoño nefasto, de pérdidas personales que el dolor convierte en reflejos
encontrados, y paz.
Las
canciones que Fish nos ha dejado. A mí, solo me sirven como mantras
purificadores.
Los
mismos que nos elevan hasta lo más alto para coger aire, suspirar, y hacer una
vista panorámica de nuestra propia existencia.
El
tiempo es letal, y la vida demasiado corta para maldecir.
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