No es casualidad que el verde sea mi color preferido con diferencia:
Me
asomo a mi ventana, y los verdes luminosos bajo los rayos del sol primaveral,
invitan a recoger y guardar esas semillitas que la pasada playlist nos
trajo como vientos de abril. Esperando que echen raíces en nuestro interior de
manera espontánea los próximos años.
Variedades
raras y familiares a la vez, que brotan en los márgenes. Y que vienen de un universo
sacudido de pasados amasando estiércol; ahora devorados por las petroquímicas
en Austin/Texas.
Y
donde la banda de Tyler Jordan, solo ha necesitado siete pedazos musicados.
Para que la melancolía acuda salvadora como arma arrojadiza, contra el devenir
de nuestro planeta y sus malhechores.
Allí,
Jake Arnes teje con el tremolo bigsby de su Gibson un manto de armónicos y
volutas, como si de una hibridación de Felt y Drive-by Truckers ocasional se
tratase; con Robert Cherry y Phillip Dune marcando el paso rítmico.
BLUMMER
YEAR es un observatorio doméstico y extremadamente cotidiano. Donde los textos
de Tyler Jordan intentan buscar respuesta a la debacle social de las
polarizaciones, con una militancia melómana maravillosamente cercana:
Siete
canciones tan sólo, para dejar una fuerte impronta. De esas que te hacen llegar
al mes de Abril, ondeando la bandera de los 52 con fuerza y vigor.
Pero mucho antes de que todo despegase el día que “Vision Boards” sacudió el tapizado de mi coche, en un caluroso viernes de primavera.
Tuvimos
que esperar pacientemente la publicación de la colección. Y arrancar el paseo,
como se ha de hacer: Con temple, soltura y predisposición al amor.
“Almost
Automatic” no empequeñece la inmediatez de su adelanto; es cierto. Pero
si que lo convierte en algo tibiamente anecdótico. Porque esa cotidiana
historia de amor/encuentro/dilema/lugar; engarzando con la preciosa “Balmoreha”.
Es lo que hace de este puñado de canciones, algo realmente grande por su alto grado
de sinceridad y naturalidad.
Hasta
llegar a “Bummer Year”, claro.
Ahí
Taylor Jordan aparta de un plumazo toda sensiblería y nostalgia, y arremete sin
pudor sobre el Trumpismo tejano, en clave de reprimenda: Todos mis
amigos de secundaria, todos compraron motocicletas. Se apuntaron a un club de
bicicletas, en apoyo a Donald Trump.
No
creo que sean malvados, incluso cuando son horribles.
Porque
son el tipo de personas que te gustaría tener contigo en una pelea de bar.
Puntillitas que te recorren como un calambre los brazos, buscando asir un mástil y chasquido de cuerdas.
Esas
canciones que se devoran en un banco, igual que una bolsa de pipas francaris: “First Crossing”, “21”,
“Walker
Lake”… Es fácil hablar de ellas, son siete. Ni hace falta recurrir al
índice de personajes, ni mentar a fulano para que te las recuerde. De la misma
manera que el mismísmo 12; día de la capitulación primaveral. Me han cambiado
los verdes por el dorado, y los vientos de abril por la calima manchega de 41
grados a la sombra.
Lo que no ha cambiado desde luego, en este mes de fermentación y crianza del texto.
Es
el resorte musical, y la compañía de baile líquida para tan festejada secuencia
armoniosa de distintos sonidos en ordenada (o no) combinación: Música vamos!!
Música
que retumba abovedada dentro de una copa, a la que dándole vueltas y vueltas
hasta enloquecer. Ahora, en este preciso instante y tras subir a las 20:30 hora
zulú de buscar el pendrive de la furgoneta. Donde conviven música y textos
viajeros con 12% de humedad relativa y 37 grados de una tarde nublada.
Creo.
Que
tengo ya decidido el vino de compañía con el que hacer un trío bajo la esquiva
luna llena caramelo, y salvador aire acondicionado.
Bajaré
un poquito más si es menester, hasta llegar a la sierra cordobesa; para eso de
contrastar calores infernales.
Pero
también para salvarme en el recuerdo de una rareza (como el que suscribe). De
Pedro Ximenez indómito y salvaje con cicatrices de clones antiguos.
Entre
el Guadalquivir y las montañas subbéticas (Montilla), José Miguel Márquez y su
hermano, llevan 25 años auscultando tierra y paisaje. Para recuperar la memoria
perdida de los vinos de antaño.
Matapalos
es un Pedro Ximenez de viñas jóvenes de 15 años, injertadas de clones antiguos
de esta uva; usada tradicionalmente para vinos dulces y fortificados.
Lo
cual y extrañamente comparado con las viñas actuales de Pedro Ximenez.
Conservan al final de la fermentación una parte considerable del azúcar
residual (+- 10g/L) y lo convierten en un híbrido entre: Vino dulce/seco, con
atributos aromáticos tan complejos como francos.
Un
blanco sabroso que de ninguna manera hace de su dulzor algo voluptuoso y
condicionante. Perfumes de retama, flor blanca y fruta de hueso (melocotón,
ciruelas claudias). Alto grado de volátil con restos de resinas y balsámicos
que se recuestan sobre ese toque de dulzor delicado. Y un final con demoledora
acidez para resetearte la expresión de: Ein!?
Y
volver a beber para deshacer el criptograma.
El
hecho de que no haya rastro de los prejuicios que guardas en la memoria sobre
los vinos dulces de Pedro Ximenez, es uno de esos puntos fuertes que hace que
sea un vino donde se muestra a la Pedro Ximenez como la uva que es y sus
posibilidades. No en lo que la hemos convertido (mismo caso que la moscatel).
Admito
que eso desconcierta, porque no sabrías definir si es un vino dulce, o un
blanco generoso de corazón graaaande.
Y
yo…
Yo
creo que es un vino que captura paisaje y sensaciones de puro campo.
Entre
su nariz y su final:
Sol
en boca, matojos de hierba de monte, licor de resina, flores y fruta jugosa
reconstituyente en un día de canícula mortífera.
Me
recuerda, me acerca, me sugiere… Las mismas sensaciones del Grans-Fasian Apotheke
Auslese 98 que me dejó grogui aquel noviembre del 2004.
Amor
puro de uvas licuadas siendo elixir, pero sin querer pretenderlo. Igual que el
glamour de la ordeñadora y el encanto protocolario del pastor(sic*).
Todo
olores y sabores de verdad, de los que ya ni extrañamos por la pérdida de
nuestra esencia primigenia. Y que siempre hay que acoger como tu cerebro
estragado tras días de ayuno.
Mi hijo de 20 dice: - Es un vino para emborracharte; y eso que él no lo ha hecho jamás.
Hay que fomentar la autopedagogía y estimular la ajena. Para volverte niño hueco y permeable, a ser
posible, y por siempre.
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