Mostrando entradas con la etiqueta Live. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Live. Mostrar todas las entradas

lunes, 15 de mayo de 2017

FUTURE ISLANDS Y LA PÉRDIDA DE LA RAZÓN. Razzmatazz 06/05/17 y lo que viene siendo su último disco




Una semana tiene la culpa del reposo y el barbecho al que se han de someter esas cosas grandes que deslían más tripas que neuronas. Igual que el buen tinto del que uno se ha de olvidar para que retoce y se estirace en la copa. Cuando la razón no atiende, mejor esperar.
A veces es peor, porque yo mismo no acabé de confiar demasiado en “The Far Field/2017/4AD”: Como si hubiera perdido ya la fe en los salmos de Samuel, ahora que “la fama” los obliga a firmar más o menos temas resolutivos o lo que se viene a llamar “hits”. Que también digo una cosa: Si el temario de hace cuatro años bien hubiese funcionado en una sala 2 de Apolo o Sidecar, en Razzmatazz ya no. Seamos consecuentes, hay dos Future Islands para bien o mal: los de antes de Seasons, y los de ahora. Lo que aguantaran la presión de la fama ya no lo sé, pero mientras tanto aprovechémoslo.


A su favor tienen que han necesitado seis años para asomar la cabeza por circunstancias meramente caprichosas. Por otra, lo que significa utilizar un discurso literal y al dedillo del TecnoPop más funcional y ortodoxo. Teniendo en cuenta claro, que en primera línea de fuego tienen un frontman que vive y muere para la interpretación. Todo lo desmesurada que se quiera, es cierto. Pero no lo es también la falta acusada que hay hoy en día de eso?: De verdaderos artistas?
Sí, aquellos que entienden las canciones y la música de la misma manera que la interpretación: Una fiera desbocada de tics gorilescos y animales, que hace que el rock sea un chiste cuando hay sustancia y poca actitud. Y en este caso, que convierta el tradicionalmente insulso pop sintentizado en una ceremonia de ofrenda en vida, salvaje.

Cierto es que tras verlos por fin sobre un escenario, con la curiosidad de saber de qué forma exprimen lo limitado de su guión. Uno se quede a cuadros, y acabe sepultado por el natural magnetismo de Samuel T. Herring y la necesidad de artistas creíbles, totales y honestos como lo es él.
Ayuda mucho a cogerle la verdad que atesora The Far Field, y comprobar que no es “otro disco más de synthpop del montón”. Es entonces cuando sinceramente y sin acritud, Hurts, The XX, Twin Shadow o Holy Ghost!, lo siento, pero me parecen una broma. Temazos superefectivos, no lo niego, pero golosinas a fin de cuentas que al cabo de media hora no recuperan el sabor ni metiéndolos en la nevera.


La banda de Baltimore en cambio, han sabido como nadie agarrarse a las crines de la ferviente y desmesurada fama como quien practica sexo en un lavabo de carretera. Es así, y por más fortuito que pueda parecer su éxito en un mundo donde se quiere todo y ya. Su último trabajo tras varias escuchas y su defensa pretoriana sobre el escenario, no ofrece dudas: Es uno de sus trabajos con más equilibrio y tiento a la hora de dar la importancia que se merece a “la canción” propiamente dicha.
Singles/2014 subrayó su capacidad de elaborar temas tan bailables como sus desgarradoras odas de antaño. Y en su nueva entrega aun pareciendo más de lo mismo para detractores del culto a un sonido. Afina en la capacidad de Samuel para cantar y conseguir que cada canción tenga su particular universillo.

Más cerca del Pop de despecho y romanticismo de nuevo cuño. Nos hace olvidar de alguna manera sus parentescos más obvios con Yazoo, OMD o la Human League. Y hace que su nuevo repertorio equilibre su trayectoria con puro Rock, o por lo menos sean consecuentes con cada una de sus etapas y como tratarlas para que en directo TODOS, acaben siendo ya clásicos.
Ejemplo claro está en tres de los temas que en mi caso, me parecieron sublimes por encima de toda su setlist: Su primer single más o menos bailable “Vireo's Eyes”, que sin duda fue la canción grande de la noche. “Spirit” que tan claramente nos trasladó por un instante al universo de Gary Numan. O tener la santa grandeza de cerrar un concierto de más de dos horas con “Little Dreamer”, el tema de cierre de su primer y más desconocido álbum. La prueba de que Future Islands en su primer y más literal método de composición y ahora, siguen siendo fieles a su idea inicial: Pop de alto grado emocional real y proletario.

Hubiera sido fácil hacerlo con “Seasons (waiting on you)”, “Ran” o “Cave”. Dos temas que se han convertido casi al instante en dos clásicos del ya presente/pasado. Pocas canciones tan calentitas son capaces de trasladarte al pasado con tanta fuerza y melancolía sana.
Pero Samuel T. Harring parece no dejarse llevar por la proeza de agotar entradas y llenar salas de bastante más formato.
Sus escuderos a los que tanto se les ha achacado su presencia puramente de atrezzo, se ganan las habichuelas como el que más. Y el frontman o jefe de equipo suda y hace sudar el lubricante que la mueve como una máquina, tan jodidamente bien engrasada. Que desde el minuto cero de su directo todas ellas podrían ser ya canciones de toda la vida. Básicamente porque sobre el escenario son arrolladores, por lo menos ahora que creo que son conscientes del recorrido que tienen sus temas. Y que en directo logran ese imposible de volar sobre el escenario entre tanta mediocridad, a veces, contaminada por el exceso de producción. Es ese el poder, supongo, de la canción y la credibilidad de un tipo que muere en cada registro vocal. Y la plasticidad bizarra de quien sobre el escenario es la auténtica Little Miss Sunshine de la desvergüenza ajena: Aquella que se cree estrella entre tanto capullo de manual. Pura pasión vamos, de las que te hostian vivo.

Doves” ya ha hecho de sus sensuales movimientos espartanos, el triunfo del amor a la música y el espectáculo. La sala al unísono votó como posesos. Mi hijo de 14 años al que arrastré in extremis entre cara de “y a mi qué”, coreó y movió las caderas como una diva. Imposible no dejarte llevar por la pasión de este tipo.
Reventó los pantalones y camiseta a ritmo de Kasachof de “Walking Through That Door”. Brilló como una bola de neón “Ancient Water”, estalló en gloria divina la sucesión de “Ran” y “Balance”. Y la verdad es que nos hizo a todos mágicos, pues por muy desmedido e infantil que parezca a mi edad: su repertorio es lo más parecido al polvo de estrellas; puro sentimiento.
Cave”; una de las joyas oscuras mejor escondidas de su último trabajo. Se dio la mano con “A Song for a Grandfathers”, otra canción enorme; más si cabe que sus singles más afamados. Porque Future Islands tienen esa capacidad innata de haber crecido entre canciones aparentemente inofensivas que llegan sin avisar. Esas canciones que poblaban el lado menos conocido de Yazzo, y que en cierta manera tienen conexiones filamentosas con el romanticismo clásico de... Roy Orbison; por ejemplo. O con otros que cantaron al amor y desamor con el mismo lenguaje en clave; el sentimiento puede.
La recta final nos llevó a “Lighthouse”, “Seasons”, “Tin Man” o “Spirit” mezclando argumentos. Y cerrando en tres bis con mucho mensaje “Inch of Dust”, “Vireo's Song” y “Little Dreamer”.
Y es: defender a capa y espada sus primeras canciones, las que pasaron de puntillas convirtiéndolas en triunfadoras. Justo cuando tienen dos discos con hits infalibles, y a gruppies, histéricos y glotones a los que se les ha nublado la vista sin posibilidad de masticar antes de tragar.

Future Islands es una banda grande, una rara avis que proclama y defiende la esencia de la música. Ya sea con un AKAI, un bajo y una batería mecánica. Pero en definitiva, la música sin artificios ni dobles mensajes pretenciosos. Simple y natural como tu vecina del quinto que baja a comprar el pan con los rulos y la bata.
De estos sobre el escenario y con el mismo lenguaje, solo recuerdo a Jarvis Cocker; que yo sepa.

sábado, 6 de mayo de 2017

JESUS!! HAN VUELTO!! Sala Razzmatazz(la grande)_29/04/2017




Sí hijos míos, la vida cambia. Y aunque esto suene a un consejo paternalista de vuestro tío el batallitas, que bien pudiera ser; de echo igual lo es depende de quien me lea. Quien iba a decirme a mi casi veinte años después, que estaría escribiendo una crónica sobre una de mis bandas primarias sin quererlo ni deberlo.
Es cierto que tras la inclusión en la banda sonora de Lost in Traslation: Esa película icónica (vayan a saber porqué), que resucitó ese espíritu por amar algo distinto; o simplemente por ser... más exclusivo y diferente (que eso también nos ha pasado a todos). El caso es que cinco años después de su disolución y de ir socavando a la vez que vanagloriándose de su fama de autodestructivos, asociales y bordes a base de lapidar conciertos. De golpe, Jesus & Mary Chain con la tierna “Just Like Honey”, consiguió lo que no pudieron sus cuatro y más memorables primeros discos; enlazar vía pinícula, a tres generaciones: Las de antes del Britpop, la de en medio y la del indie tardío converso en moda.

Ahí a lo tonto a lo tonto, han pasado 25 años desde que los vi con 22 en Zeleste presentando su Honey's Dead/1992. Puede que el disco en el cual empezaron a caer empicado vía desfases alcóholicos y psicotrópicos, tan mal carácter como malas relaciones y en fin, todo aquello que se le atribuye a una banda auténtica y de mala reputación como eran ellos.
Parece que fue hace cuatro días sí, pero es cierto que cuando uno está en una cita como esta, rodeado de gente tan variopinta. Te llegas a creer que no ha pasado tanto tiempo: Ves gente adulta que no parecen tan distintos a ti, y coño!! tienen 10 años menos alma de cántaro. Los más jóvenes ni te cuento, igual ni siquiera llegaron a ver la peli de Sofía Coppola en edad moza. Con lo cual, como no des con un cincuentón mínimo, nadie se hace a la idea de lo que eran sobre el escenario Jesus & Mary Chain en el año 1992 del siglo pasado.

Sí, es verdad, todo ha cambiado una barbaridad. No se si a bien o a mal, pero a cambiado.
Aquel 27 de Abril del 92; manda cojones!! El día de mi cumpleaños, y casi exactamente un cuarto de siglo de distancia entre si. Prácticamente una edad moza de por medio; está claro, nos hemos hecho viejos y suerte de poder contarlo disfrutando con la misma energía de la música y el directo.
Pues eso, aquellos días no eran muchos los que iban a ver a bandas como los Jesus. Llenar Zeleste en el 92 no estaba al alcance de muchos, pues la música alternativa era realmente minoritaria y sin difusión alguna. O eras heavy, o calorro; no había más. Ah!! o normal, con tu jersey de pico y tu indumentaria neutra. Sino, pues ibas lo más raro posible (pantalones rotos, marteens, ojos pintados, pelo electrificado...) Más o menos como ahora, pero con cuenta y riesgo de que se rieran de ti en tu barrio de periferia.


Y soltada esta parrafada situacional, a sabiendas de lo mucho que me extiendo y lo poco que importan las batallas Pliocenarias. Tenía y debía; aunque sea solo por entender el efecto deja vu que generan estos vaivenes generacionales. Situarme en aquí y ahora, y porque no, viajar si se me permite a mi espacio mocico/viejo; aunque sea por puro placer egoísta.
Que digo yo que alguna reacción sintomática debe generar escuchar, así, de repente: y de una tacada “April Skies”, “Head On”, “Far Gone Out”y “Between Planets”. O no era esa la intención de los mendas,? que para qué jugársela de entrada con experimentos de vanguardia.

Cuatro temas que prácticamente miden y acotan el momento de más alta popularidad de la banda escocesa. Tanto de los que veníamos de escuchar el Post Punk primerizo de finales de los 80, como los que bien entrados los 90 juntaron Brit Pop con el Grunge.
Jesus & Mary Chain fueron sin apenas ser conscientes de la importancia de la hazaña: La primera banda rematadamente Británica, capaz de unir Beach Boys, Ramones y la Velvet Undergoud, a un Pop venenoso. Dándose la mano con el Rock Americano, y sin perder un ápice de dulzura en su sangrante propuesta.
Me apenó horrores verlos derretirse sobre el escenario del FIB a lo bonzo y bañados en alcohol en el 98. En el 2008 volvieron muy dignamente con unos músicos de lujo y sacados de ostracismo, y aunque bastante mermados dieron uno de los mejores conciertos del último Summercase. Cuando los volvieron ha recuperar para el Primavera Sound en el 2013 la verdad es que no había forma posible de explicarle a nadie veinte años más tarde, que quien estaba sobre el escenario fue una de las bandas más fieras de los 80/90's. Y como es normal, supongo que uno renuncia a vivir del pasado, e igual actualmente y con varias generaciones por delante, incluidos aquellos que no los siguieron en su época gloriosa; pues no fueron una banda masiva (quien lo fue en los 80?).

Somos injustos por tanto (y lo seremos de por vida), con el paso cruel del tiempo. Salvo, se entiende, si uno ha pasado igual que el tiempo: de la mano, en volandas y a su paso. Entonces, es posible que alguien dispuesto a viajar: Atento y con la misma mirada de un niño ante la fogata y su abuelo. Sea capaz de captar por un instante, la heroicidad aventurera de aquellos tiempos ignotos.
Eso, o creer quizás en lo imposible y volver a ver sobre un escenario a los Hnos Reid. Esta vez sí, con los pantalones bien atacados y por la labor. Aunque sea con más humildad y amor, de darnos ese daño que se merecen sus canciones generacionales. Y vaya si lo hicieron.

A los más puristas nos puede parecer un mal chiste de producción su último disco. Pero sobre el escenario y con ánimos de revancha, el discurso de los Escoceses es infalible y demoledor.
Y si bien es cierto que los viejos del lugar añoramos el salvajismo militante de un público, tan comedido como pulcra fue la ejecución de un temario escogido con pudor. Ver a Jim Reid cantar como nunca, fue lo más parecido a un crooner (por más que suene a broma), con ganas de zanjar la imagen pasota que arrastraron en sus tiempos míticos.
De su último disco fueron contadas las canciones, y enmendada la capada producción que ha hecho que sus últimas canciones no parezcan tan buenas como son: “Amputation” que abrió la velada, “War on Peace”, “All Things Pass”, “Mood Rider” y “Always Sad” (con coro femenino y todo). Tuvieron el detalle de regalarnos en una primera ronda de bises algunas de sus joyas más emblemáticas, en especial una de mis favoritas “Nine Million Rainy Days”. Y por si fuera poco “You Trip Me Up”, “The Living End”, “Taste of Cindy” y el “Never Understand” una de sus primeras canciones que escuché en ese cassette quemado hasta el sinfín. No faltó por supuesto “Just Like Honey” y se encendieron mecheros. A mi de verdad, casi se me escapó la risa entre lágrimas. Pero el público estaba entregado y seguía el ritmo de las canciones con las palmas en el aire. ¿Que quedó del pogo barbárico que sacudió la vieja fábrica de Poblenou? ¿Se lo llevó la distrofia, la artrosis reumática, o la lumbalgia mal curada? Es evidente que 25 años son los que son, y nosotros eso, acomodados.
Pero es que aunque guarrotas ellas, las tocaron tan bien los jodíos. Que hicieron puede... de la actitud, profesionalidad. Eso que ahora se pide tanto y que no entiende de la pureza primitiva de 80's y 90's. Y que hacía que todo sonase en la memoria de otra manera: más real, directo, visceral y aferrado a unos tiempos en los que todo se vivía al límite. Uniendo las distintas razas del Punk y el Rock, en una misma familia de mil orígenes.


Consiguieron con el despegue y hasta la catorceava canción, engranar un temazo tras otro; porque siempre los han tenido. Sobretodo cuando William Reid se deja llevar por la cordura de su hermano y la banda, aunque anodina, suena tan engrasada como una máquina recién salida del taller. “Blues For a Gun”, “Teenage Lust”, “Cherry Came Too” de mi adorado Darklands, que casi me desmayo. Y luego te dejan caer como un mazazo “The Hardest Walk”, la canción que mejor conjuga el Rock&roll, la Velvet y todo lo que llegó después: Noise, Shoegaze y hasta el Britpop más nuevaolero.
Lástima que la falta de unas baquetas a la altura de Steve Monti echara por tierra con una penosa versión del “Reverence”, la fabulosa interpretación del “Some Candy Talking” y “Halway to Crazy”.

En fin, todo lo que cabe esperar de una banda de pasado turbulento, que no se encerraba en un estudio desde hace casi veinte años. Y que hacía otros tantos que no se decidía a hacer una gira con pies y cabeza, para postergar el magnífico legado musical que dio a casi tres generaciones.
De echo no son tantas las bandas que se deberían declarar patrimonio inmemorial de humanidad (musical) contemporánea, o alternativa: Pixies, REM, The Smiths, Sonic Youth y por supuesto The Jesus & Mary Chain. Alguna se me olvida, seguro, y podéis añadirla. Pero por favor, no os olvidéis de los hermanos Reid.

domingo, 16 de abril de 2017

WOODS_06/04/2017 (Sala Apolo)_MÁS MADERA!!




Ni me acordaba, juro y perjuro. Me levanté en un amanecer de humedad de turba, verdor y quebranta en medio del bosque, y poco más que tengo que hacer un seguimiento tenaz de lo ocurrido en los últimos días.
Ah!! sí!! ya casi medio recuerdo... Fue un jueves -he amanecido en Domingo de ramos, entiéndase- difícil o casi imposible tarea la de pasar las hojas del libro y volver al lugar de los hechos.

La banda cuarteto de Brooklyn nos pasó a ver el Jueves de la semana pasada; un poco antes de salir de procesión. Una visita ahora que por fin “With Like and With Love/2014” y el aun humeante “Love is Love/2017” parece haber premiado los doce años de carrera y la decena de discos.
Y no es por cantidad amigos, no. Es sencillamente porque de Woods, en tanto pasan las modas, tendencias y costumbres modernas, parecen no verse afectados por la corriente continua. Sus discos siempre suman, licencian y testimonian que lo suyo no solo es hacer música, cumplir y ya está. Cada uno aporta algo, te lleva de paseo por algún rincón todavía sin explorar; o por lo menos sí meterle mano de otra manera distinta. Y los cabrones se salen con la suya sabes?, es como el enterao que te explica el porqué de las cosas y por mucho asco que te de su sapiencia, al final, te ves asintiendo como un sumiso y predicando su dogma igual que un testigo de Jehová pasado de setas del amor.



Hace gracia ver que pese a ser una banda que siempre pasa del aprobado alto en sus discos. Sus conciertos siempre parecen no estar a la altura de su discos en cuanto a público; y para cuando un remix bailongo de alguno de sus temas. Ese día se hacen famosos del tirón.
Yo ya sabéis que siempre voy tarde, medio desatacado y despeinao. Soy ese amigo tontorrón y alucinado que siempre parece estar en la luna. Mismamente como Jeremy Earl, esa especie de chiquilicuatre que un buen día te propina un zas en toda la boca con su repertorio casi inacabable de juegos de cartas instrumentales; solo que con bastante menos talento.
Además el jodido parece haberse rodeado de las mejores compañías; las que tu madre quería: El asiático amable servicial y raro del barrio que toca el bajo como los ángeles. Ese chico elegante hasta dar rabia que siempre abre la puerta a tu madre y cede la tanda cuando el cajero es más torpe y que toca la batería con un groove diabólico. O ese otro tan guapo, salvaje y atractivo que sería capaz de tocar la guitarra y hacerte el amor sin descanso hasta el amanecer.


Todo cuadra amigos. Ahora mismo Woods están en una situación tan privilegiada, que si le pusieran más grasa y sofrito al asunto podrían estar tocando ante miles de personas un repertorio de más de hora y media; porque lo tienen y bien bueno. Sin embargo, no sé si porque los espabilados del Primavera Sound como promotores, hacen el mismo trato que mi amigo Herrero (matón de barrio). Pero a uno le queda un poco la cara de tonto al final del asunto: Esa rara sensación de haber vivido una noche de sexo desenfrenado, y ver que te dejan con un palmo de narices y hasta otra.
WOODS se marcaron un concierto de libro. Se centraron en su último disco y el maravilloso anterior; por este orden.
Arrancaron con “Love like a Glass”, extendieron la alfombra de hammonds sempiternos y se pusieron en marcha. A ratos vi a ese maldito demonio que me apuñalaba cual flato, y otras... Otras se me encendieron los ojos de amor suflé con ganas de morrearme con mi amigo de al lado; a él todo le era gloria y lo entiendo.

A mi sin embargo, aunque su clase y maestría a la hora de entenderse sobre el escenario, de tocar y pulsar el botón adecuado del momento casi mágico:
Politic of Free” y los crybabys saltarines de “Hollow Me” nos arrodillaron pidiendo ofrenda sin condición; y a mi me faltaba algo.


Sun City Creeps” llegó para abrirnos en canal las entrañas, pues esa mezcla de Reggea de libro, afrobeat y pscodelia entrelazada nos hace polvo a los que amamos y deseamos que los estilos bailen en una turmix sin reglas ni normas. Su último disco tiene esa gracia innata de tocar distintas teclas y quebrarlas como la gloria: lo altcountry, lo alucinógeno y lo mestizo. Pero, o falta alma y comunicación, o es el maestro de matemáticas incapaz de convencernos de la magia de la matemática en la vida.

Sus discos son tremendos y me atengo al espectacular “The Take” que nos ofrecieron. Faltaron las trompetas y alguno más que por los veintilargos euros que costó bien lo valía. A los que allí estábamos nos daba un poco igual, eso es cierto. La niña de los claveles nos bailó, y nos embobó cual prendaos sin facultad de reacción.
Todo encajaba y fluía porque en sus registros largos, enrevesados y espirales lucen igual de bien que en su versión más campestre. Saltaron los primeros ahullidos entre el público que ya es mucho. Como si alguno quisiera o le faltase más salvajismo, más comunicación entre el creador y sus acólitos; como lloro cada noche mis veinte años!!
Pero sigo creyendo con fiermeza por más que adoro sus discos y la dirección que toman, que a veces y en directo no acaban de homogeneizar su maravillosa libertad creativa, y sobretodo su perfección al ejecutarla.

Sheperd”, “New Light” y “Call in a Cup” juro que nos ablandaron igual que esa masa indeleble de nuestra madurez imparable.
Ver que sin saber bien si es el amor por los tonos dorados o el sol. O es el “agustamiento” natural de tu edad el que te los lleva a buscar el cielo y los ojos en blanco, con una de las escasas concesiones a su repertorio post_exKevin Morby, junto a “Be All Be Easy”.
Indiscutiblemente todo tan Jayhawks, Wilco y Big Star que no pude evitar morrearme con uno de los espectadores.
Al principio creí confundirlo con mi amigo perico David, pero al final lo cierto es que fue el amor reinante y el Ron con Cola que emanaba el mismo dulzor de la caña de azucaaaaaarr!!. Sí, para que disfrazarlo hombre.

Pero en fin, que quieren que les diga. Considero, afirmo, exijo y me reafirmo en mi creencia de que una banda con el bagaje, repertorio y maestría de Woods debería venir a este y cualquier otro país a dar el manotazo sobre la mesa. Y demostrar que lo grandes que son viene dado con un directo ambicioso, exigente y mastodóntico; su talento lo exige.
Dar y tomar esa hora y media de concierto que los Sadies superan sin apenas esfuerzo. Y hacer que el acabose con “Moving to the Left” y “Suffering the Season” nos consumiera de verdad.
Porque a ver, después de darnos almibar. No pueden concluir con el excelso subidón tan a lo Can de “With Light and With Love”, y dos bis y adiós. Hora y poco por 25 euros aproximados y la sensación de coitus interruptus.
Como hacer el amor, encender la luz, y descubrir que estas en la cama con Mariano Rajoy; que quieren que les diga. Mezcla de gusto y rabia. Un merchandaising sin discos ni cd's, y una camiseta más fea que el Fary comiendo limones. Y no se, esperar que algún día las bandas estén a la altura de sus canciones; las jefas a fin de cuentas.

miércoles, 12 de abril de 2017

22º MINIFESTIVAL DE MÚSICA INPENDENT DE BARCELONA: QUIERES JUGAR EN LA ARENA?




Hay caminantes de Santiago, peregrinos que piden a Lourdes lo que les niega la vida... Y amantes incondicionales por la música y sus pequeñas eclosiones, que veneran la divinidad en pequeño formato.
Cada año sacan cuando despunta la primavera su paso; y con este van veintidós: Los mismos que a algunos nos han hecho adultos y a otros peregrinos por auténtico acto de fe, y pasión. Lo demás, planes bien urdidos con riesgo cero y yo... que quieren que les diga. Me encantan no ya los riesgos, pero sí las aventuras.

Esas mismas que nos crecieron dentro como los primeros pelos en la barba y vello en el pubis. Y que nos dispararon sin saber muy bien si había otros como nosotros, pues la era de la comunicación en ochentas y noventas era más de columnas de humo y tambores, que de rotativos cibernéticos.
Aun y así, todavía no hallamos explicación para que la manada igual que los Ñus, sigan a los cabecillas simplemente por su perfume deslumbrante. Y se hayan olvidado de ese Dr Levingstone que se lleva dentro. Ese buscaba su qué trascendental en el origen de lo desconocido.
Por eso, coger carretera y manta e irnos a descubrir nuevos y diferentes espacios; como la remodelada CAPSA del Prat. Ya no es que sea una locura juvenil en busca del Pop eterno. Es que simple y llanamente me devuelve por una noche a lo que era la auténtica independencia (ir por libre): Hacer de la minoría, un casi privilegio para tapiceros del alma.
Lo mío ya va camino de los cuatro años, por lo tanto, ya es más vicio que oficio.

Sin saber con certeza si uno acata la decisión por lo bueno conocido o lo mejor por descubrir. Ver tras veinte años a Mr Luke Heines (The Servants, The Auteurs, Black Box Recorder), igual parecerá una excusa, pero en realidad era una pura confesión. Un volver a encontrarse a uno mismo, e incluso cerrar los ojos mientras suena “Show Girl” y apagar el mundo. Lo demás, seguir con los ojos cerrados, extender los brazos y dejarse llevar por una selección que a buen seguro no te va a defraudar.
Para eso mi trayecto se quintuplica en lo habitual, pero me encanta variar el itinerario y salir por la puerta trasera del Vallés.
Se escapó el ÚLTIM CAVALL; es un echo. Pero en cambio y tras la infructuosa búsqueda de un bocata de pechuga y una cerveza (para que veáis lo poco que pido). Me encontré tras testear la dudosa calidad de algunos baretos, con el señor Heines copeteando con un Coto Imaz ante una barra de desconocidos. Yo, me comí mi apreciado bocadillo de pollo crudo, pero MÍ, bocadillo a fin de cuentas.


Barriga llena y mente abierta lo justo para tomarnos los postres, dulces y licores a modo de melodía.
FALSE ADVERSING Mancunianos ellos, eran uno mis principales reclamos. Porque aunque haya muchos que solo miran arriba; a los titulares. Son las más y bien ricas letras pequeñas las que deberían hacer grande un evento.
Porque... todos sabemos cuales son las más lúdicas y atractivas propuestas, pero después están por así decirlo: las que dan esa distinción y vuelta de tuerca; eso que fue en su día el PS y ya no lo es (por poner un ejemplo). Para eso, ya están las inventivas y los tres bocados a un cañamón para hacer del poco mucho.
La triada de Manchester Chico/chica/chico irrumpieron bien pasadas las nueve con ese ímpetu de las bandas chicas que ahora tanto se ha perdido, pues parece que todo se infla como la miga del pan de molde. En este caso consiguieron por la vía directa ese destello que solo parece residir en los valientes debutantes.
Ese espíritu casi desconocido que pierde de vista la sofisticación excelsa, y la convierte en nervio de bistec de pobre con textura de gelatina fundente: Pringarte hasta los codos como quien come unos pies de ministro y pierde cualquier compostura.

El trío tiene a penas un disco de debut muy lejano y un Ep recién salido de la tartera. Pero sobre el escenario, el hambre y la fórmula rápida para que todo parezca tan fácil y en el fondo sean un acierto, es toda una pequeña lección de pura efervescencia juvenil. La indomable fiera de la veinteañera Jen Hingley tiene todo eso que se necesita de quien empuja acordes nerviosos y un resorte demoledor cuando se pone tras la batería. Un congenio de indierock a la americana entre lo abstracto y el pop radiante de guitarras, que toma tanto de Superchunk como de Speedy Ortiz, sin despreciar sus orígenes británicos de cuerda gruesa.
Esos mismos argumentos que traspasan la barrera entre el Pop reluciente y desgarrador de “Wasted Away” o “Give It Your Worst”. Y los tactos rugosos y punzantes de “No Good” con sus desvaríos hacia los originales Smashing Pumpkins desde el segundo cero de “Not My Fault”.
Tan intenso su set, que dejaron la sala medio estupefacta sin mal Lp que echarse a la oreja por falta de género. Y con las claras credenciales de tener ante nosotros a una de las jóvenes bandas del norte de Inglaterra más enérgicas y futuribles.


Después aparecería el santo, o por lo menos en parte, quien canturreaba aquellos salmos que ahora nos mueven a peregrinar. Y que allá por los 90's de entones -antes de que todo explotara- nos serigrafiaron parte de nuestra esencia musical.
Para mí New Wave, por ejemplo, desde las vistas de Siurana, marcaron un antes y un después en lo que respecta al mi adorado Glam, al Pop, y a la música alternativa de por entonces. Ahora sinceramante, he de admitir que el camino que ha tomado LUKE HEINES hacia un nihilismo musical más que respetable difícilmente se equiparará al de aquellos años.
Pero hay otra faceta tanto o igual de interesante, ahora que ya son casi un cuarto de siglo que ha pasado desde ese primer disco. Y es esa impresión de no tener que rendir cuentas de su pasado, o ni siquiera dar explicaciones sobre sus nuevas canciones; su estética, guarnición o compromiso lo que verdaderamente transgrede. Eso me emociona por igual, seguramente porque con 25 años más todos hemos cambiado enormemente.

Las que sonaron taquigrafiando los primeros noventas a espaldas: “Show Girl”, “Lenny Valentino”, “New French Girlfriend” y alguna otra que se coló. Pero también las que ha dedicado a algunos de sus maestros y sabios. Siendo “Lou Reed Lou Reed” de su homenaje New York in the 70'S la que abrió, cerró el concierto, y moduló prácticamente la noche igual que un masaje muscular al demoledor pasado; el que a veces pisamos sin apenas mirar. Se traspapelaron los secuenciadores, cajas de ritmos y sintetizazores con los que ahora abona sus textos por la acústica. Y sinceramente me hizo añorar tiempos más verdaderos que certeros (ilustración lacrimosa incluida).
Encantadores desde los carraspeos, hasta sus pintas de explorador o turista perdido en las playas Ipanema. De echo, dicen las lenguas de doble filo que estuvo dos días deambulando por el Prat de Llobregat sin saber donde ir; aunque no se si es una leyenda.

También hemos podido ver con alegría y algarabía hacerse grandes a los Vigueses LINDA GUILALA.
Desde aquel primer encuentro en Las Basses con Xeristar bajo el brazo y abriendo la noche de The Close Lobsters y Michel Cloup Duo, han pasado infinidad de cosas. Y la más importante es que en su lento y prudente caminar, se ha generado una especie de sonido muy personal y auténtico alejados -pese a ser comparados- de los primeros Planetas, My Bloody Valentine, Secret Shine, Slowdive y en general esa parte del Shoegaze que tanto bebe del Dreampop medio oscuro, como medio luminiscente.

Digamos que en esta difícil tarea de enaltecer el Shoegaze cuando vuelve a estar en horas bajas, me alegra doblemente confirmar mi idea de que no hay género vigente o caduco, sino buenos o mediocres discos.
Linda Guilala al igual que ha pasado con Los Punsetes, han creado su propio -más que sonido- entidad. A lo mejor porque este camino lo han hecho más o menos solos y sin presión. Su ligera y lenta evolución hacia los ambientes más brumosos, espirales y a ratos angustiosos sigue alimentándose del Pop más claro de sus principios. De echo Psiconáutica es un disco tremendamente Pop; basta con ver la duración de sus canciones. Una veintena de temas que como en Shortcuts de Robert Altman, conectan todos entre si como una telaraña abovedada.

Su puesta en escena pese a lo corto de los sets del Minifestival, van también a ese origen de primar el carácter global y ambiental sobre el de las canciones en concreto.
In crescendo: “La última Vez”, “Cayendo” o la increíble “Uroboros” al igual que su precioso “Lo Siento Mucho”. Culminan en pleno estallido Noisepop, un preludio que de dimensiones espaciales que precisa dedicación y sugestión. Donde esas pequeñas miniaturas en forma de interludes dotan a la idea de hilo conductor y de volumen. Y que tanto me recuerda a esas primeras sensaciones de zambullirnos en el Conforts of Madness de Pale Saints, o a la global idea en texturas y colores del Heaven in Vegas de los Cocteau.
Un disco y puesta en escena que dan por fin, más horizontes donde mirar al Pop sin miedo a hacer daño. Con una preciosa y tornasol edición en vinilo que nos trajimos bajo el brazo. Y que fieles a sus orígenes, siempre están ahí apoyando las causas imposibles como las suyas: No hay posibles sin imposibles.

El cierre de confetti, girnaldas y baile, como viene siendo costumbre en cada edición del Mini(gran)Festival lo pusieron en esta ocasión, los europoperos de Gales HELEN LOVE.
Una de esas bandas como muchas que han venido rescatando. A las que le perdiste la pista hace años y de las que incluso crees de su desaparición pese a seguir todavía en activo. A medio camino entre los CARTER USM y BIS, pero sin tantas pretensiones y un carácter infinitamente más festivo. Repertorio coreable, intrépido y revolucionada Helen Love, igual que su desvergüenza y falta de estereotipos a la hora de saciarnos de golosinas como “Thank You Polystyrene” o “You Can Beat a Boy Who Loves the Ramones” y un montón más hasta bien pasada la madrugada.
Nos hicieron bailar por supuesto y sin duda, porque el espíritu POP de este combativo y tenaz festival sigue inquebrantable y fiel a su origen. Da lo mismo lo que programe, el pulso que le eche a las dificultades económicas o creas para tus adentros...: Ya no estoy preparado para viajar en el tiempo en buena compañía y soltando lastre; el de los estereotipos y sobra de prudencia.

jueves, 30 de marzo de 2017

THE SADIES/FLAMINGO TOURS Y KEB DARGE en el 4º ANIVERSARIO DEL A WAMBA BULUBA CLUB (SI LA TIERRA TIEMBLA, ES QUE LA GENTE BAILA)







Quien conozca Barcelona... No la de los labios y uñas pintadas, la de laca y afersun, sino la de orín, fritanga y verdad. Sabrá que hay una arteria vital fuera de las rutas turísticas, que mide el pulso de la noche; por lo menos lo hacía antaño.
El Carrer Escudellers era aquel sitio al ibas con 17 años en busca de la sensación placentera del miedo y lo prohibido. No era lo que es ahora ni mucho menos, aunque es lo poco de la Barcelona que preserva ese olor a realidad. Esa belleza agreste que resiste a que la maquillen, porque al final todo aflora. Y donde todavía el Club como cultura resistente y peculiar, le echa cada noche un pulso a la mediocridad avainillada del turismo efervescente.
El Café Marula y el Club A Wamba Buluba es el caso; y no crean que eso es fácil con la Rambla de costado.


El pasado jueves celebraban lo que vienen siendo sus cuatro años de vida, programando conciertos y actividades lúdicas alrededor de los sonidos más grasientos y musculosos de la noche Barcelonesa. Rock&roll del bueno, reggea que se debate entre el ska y el soul, Garaje, Rythm&blues etece etece etece. Un viaje al pasado para recuperar los sonidos verdaderos que tanto buscan algunos, y que casi siempre se encuentran en pequeños artefactos ancestrales.
Y aunque muchos no acaben de encontrar esos secretos y prácticamente invisibles hilos de conexión. En la presente, caer tanto en FLAMINGO TOURS con sus ritmos maleables y tórridos. Como en THE SADIES, donde todavía hay un enviado al infierno para marcarlos cual reses; sin éxito. Y dejarse llevar de finales felices con el desquiciado de Keb Darge a los platillos y sus secuaces. Probablemente fuere la mejor opción para un Jueves de celebraciones: La de los que la siguen y la consiguen, o de quienes siguen las migajas de glotonería soulera.

Sobre las nueve de la noche Miriam Swanson nos atizaba sin piedad, con esa mala baba venenosa que tanto nos gusta, pero ni con esas conseguía arrancar un baile a los siesos. Esos sí, electrizante soulrockero el que nos bombeó desde el minuto cero:
Ejecuciones perfectas, con alma, rabia y esa indefinible sensación de bajarte a las catacumbas. Y un repertorio de encanto que se va desde su disco de debut, temarios perdidos y el más calentito de sus trabajos todavía por publicar.
Guasona e invocando a los midas de forocoches y hurgar hasta ver que no, no estábamos dibujados. Pero es que hay que admitir que -no sé si solo en Barcelona- es preocupante la apatía reinante que hay en según que concierto. En uno de músculo rockero no, por dios!! Una de Blues rockero que sacaba punta a los slides, otro de arranque por Surf Bogaloo instrumental para abrir boca. Y un desenlace que se fue abocando entre el frenesí de “What Makes You so Cold” a grito de: - De aquí no hay quien nos eche!! Temarráncanos despatarrantes y excitantes los que maneja esta muchacha sobre el escenario con la troupe que le acompaña. “Racing Monsters”, “Malyshka Twist”... Tremendos nenes!! Y una pena que a estas alturas no seamos capaces de apreciar la buena música que se hace en los bajos fondos del estrellato; unos tanto, otros tan poco.


Sin mucho más margen para hidratar el gaznate con una cerveza y echar un poco de humo a las puertas. La sala cobró de repente vida. Y lo que parecía ser instantes antes un bolo deslucido, de repente se convirtió en una escena digna de George Romero: Como si la Swamson hubiera invocado a los muertos vivientes bajo el suelo del Marula. Al final algarabía y alboroto. Sala llena y en ebullición -que no sé si fuimos nosotros los formadores de cumulonimbus mediante el vapor corporal ascendiendo por los registros de ventilación- o la fogata que prendieron los Canadienses sobre el escenario.


Lo mío era una especie de rito iniciático, pues desde siempre sin ser seguidor a pies juntillas de este cuarteto liderado por los hermanos Good; a quien el apellido les cayó como una bendición. Y desde que me topé hace tres años en su colaboración con el loco de Gord Downie, con profundidad y dedicación.
Las puyas de cerbatana de mi amigo Johnny también ayudaron evidentemente, cuando nos conectamos vía telepática mediterránea.

Dos horas o casi de directo muchachos!! Dos o tres surtidos de bises pues acabé perdiendo la cuenta. Me sobraba la ropa, el chaleco de ante, y la rebequita. Me faltaba líquido refrigerante ante semejante arsenal de idas y venidas por el Altcountry, el surfeo a lo Spaguetti Western, los masajes en la sienes cuando va y se ponen balsámicos y en definitiva, el rock de quilates que construyen y deconstruyen como unos niños jugando con plastilina.

Decididamente, estoy convencido -ahora- que son posiblemente los únicos capacitados para hacer del Hillbilly una novedad aplastante que se ríe de las probetas con casera. No es esculpir sobre la roca solamente y arrodillarse ante los santos. Es enriquecer géneros a base de tocarlos con la misma energía que caballo loco cargadito de agua de fuego danzaba alrededor de la fogata.
 

 



Así pareció de desbocado y poseído Travis cantando al fin de los días. Hasta pasada media hora no sonó ningún tema de su último y más relajado trabajo: “Through Strange Eyes” de arranque, “God Bless the Infidels”, o el salvajismo de “There are no Words”. Los besos detrás de la oreja de “The Good Years” viendo ya casi al final gente que estaba más por lucir tontería que por el concierto; penoso. Suerte de las caras de felicidad reluciente y exultante que se veían a las espaldas del escenario. Y poniendo tierra de por medio un repertorio que nos llevaba del Country más heterodoxo, al Garaje de madera y hamaca veloz. Rompiendo esquemas con microsurfeos instrumentales revivientes, de unos Shadows convertidos a Cramps.

Capaces de inventarse las canciones como unos magos con chistera, o simplemente refundarse porque su música se retrae y contrae como una Drosera en ayunas: Ascendimos con “Cut Corners”, trepantes de mil cientos acordes imposibles “What's Left Behind” , “16 Mile Creek”, “Ridge Runner Rag” de pitch pasado y omnipresente su picoteo en el Pure Diamond Gold del 99; del que sonaron muchos temas. Puede que insuflados por el carácter del Club homenajeado.
Fueron cayendo “So Much Blood” o “Loved On Look” con Travis desatado de cualquier camisa de fuerza que se tercie.“Story 59” con un Dallas Good más solemne y empalado por una columna que invito a derruir pese al peligro de hundimiento. No nos amargó la existencia, pero nos hizo mover más el cuello que la cobra tacataca. Calentamiento para acabar engrasando coyunturas, tendones, isquios y vertebras con KEB DARGE: El maestro de ceremonias perfecto para acabar de triturar el garaje sesentero, o el equilibrio más cálido de GOFFRY, FONSUL o TURISTA BANG BANG.
Tan solo basta con masticar un instante el “Searching” de THE OMENS; casi me descoyunto oigan. La columna tuvo la culpa: la de la sala y la del parking vamos!!





sábado, 11 de febrero de 2017

CASS McCOMBS en C.A.T (Centre Artesà Tradicionarius) 5/02/2017_ TERNURAS Y ENCANTAMIENTOS



Fue este pasado domingo en un coqueto auditorio del atrincherado barrio Gracia, en el marco del MiniFestival Ronda, organizado por la incombustible Heliogàbal: (Fajardo, Melange, Matagalls). Y como colofón, nuestro Personal Jesus patrón de las causas encontradas; Cass McCombs.
A este paso, y vista la condición de semi adoración que le debemos por estos lares a fuerza de retranque, pa que sufrir; que todo quede en familia. Que me está mal decirlo, pero en vista del efecto Vicente de la muchachada (pero a donde coño va la gente?!), hay cosas que mejor disfrutarlas en deliciosa minoría. Una pena según se mire. Pero mejor cuando las causas por perdidas que parezcan, se comparten con tan extraordinario placer y sabor de boca.


Empaquetamos arriba en las golfas un jugoso 2016 plagado de conciertos. De esos que sacan lustre a las adversidades, al montón de festivales ansiosos de abarcar más que apretar, y a un panorama cultural infectado de impuestos con pernada incluida.
Contra eso: imaginación, supervivencia e inventiva. Y de eso, el colectivo Heliogábal tiene armarios repletos de manuales sin letra; ya sabéis que nos hemos hecho eco infinidad de veces por estas lindes.
Que fueran Depósito Legal los primeros en acercárnoslo y ahora la gente del Helio, los honra. Y que sea el de Concord el que nos ponga en camino este 2017 pues... no sé. Pero viendo tal como se me presenta el año que recién acabo de caminar en cuanto a obligaciones y trabajo se refiere. Que queréis que os diga, sin creer en la fortuna, me parece un regalo del destino si tengo en cuenta que por estas fechas hace tres años me perdía su primer visita por mi convalecencia.


Desde entonces, son tres veces con esta las que he tenido la suerte de verlo en directo. Y tres maneras distintas de descubrir a un artista, que con cada paso nos abduce a un mismo mundo con distintas vistas.
Explicar la magia de su particular universo, sin la oportunidad de escucharlo en las distancias cortas es posible, pero ni de lejos asumible. Y a la prueba de su discreta repercusión me remito. Es cierto que no hay disco que no coseche buenas críticas, pero aquí, en nuestras tierras y por más asequible que sea su oferta, los mismos cuatro gatos de siempre.

La del pasado Domingo fue una cita celebrable, con lleno y aforo discreto en el C.A.T de Gracia. Pero sigo pensando que siempre somos los cuatro que van a la busca y captura de pequeños formatos; los mismos 50, 80 o ciento y pocas personas. Mientras tanto, allí afuera hay mucho ruido, pero siempre más o menos el mismo y al mismo tono narcótico.
La propuesta de una tarde de domingo borrascosa con la que enfriar un sábado de gélidos aires, fue como el temple a fuego y frío que las tijeras de un sastre fino precisan. La puesta en escena de un palpitante MANGY LOVE sobre la mesa de disección, como quien se dispone a recrear algo tan arbitrario y variable como las indómitas ráfagas de Portbou: Vientos de virulencia imprevisible que se cuelan entre grietas montañosas y buscan dementes, la salida.
Sus discos vagan por la armonía deliciosa, se acomodan en tu estado juguetón y se esconden igual que la gallinita ciega tras la cómoda inamovible de la abuela Facunda. Esa donde perdiste el juego de cartas que nunca apareció. Fiel a esa posibilidad de que las cosas ocurran porque sí, y no porque así lo deseas. La discografía inquieta de este señor de ancestros de los Highlands, no discurre repanchingada en el butacón del tío Frasco, que se empeñaba en descabezar cigarros con la firme idea de perpetuar los Celtas Cortos sin boquilla.

Caladas ondas a pulmón que elevan la presión arterial hasta sentir el latido de tu corazón en los oídos, “Bum Bum Bum”, cristalizaron de golpe la noche. Público entrado en años y de pulcro respeto, que solo quebró la noche con sus aplausos.
Cass McCombs venía como de costumbre, acompañado con lo justo: Bajo, batería, Él y un teclista que desplegó el tapiz por donde discurrieron como gatos de angora, cada nota, brillo y perfume. Con la dulzura de caramelo tostado que envuelve su último disco; a salvo de esas precisas descargas de oscuro pasado que flota en sus ambientes. “Opposite House” rizaba las caricias de su guitarra, y como quien camina desnudo sobre la pradera montándose a pelo y a la carrera sobre un corcel salvaje; “Big Wheel”: Esa oscuridad de la que hablo. Sí, Cass juega a lo más dulce y también a lo más malo. Camina por las noches de luz deslumbrante, te ciega y después te guía; excitación sin más. Con una facilidad y naturalidad que acojona, pero te sientes seguro.

El Centre Artesà Tradicionarius sonó y abrazó con la misma fidelidad que Cass da a sus canciones. Melodías que se retuercen trepadoras y se alargan hasta la eternidad por simple inercia. Desde la psicodelia al elegante rock, solemne y dócil, tropical y sofisticado, afable y seductor... Cuando menos te lo esperas, pasa de las suaves formas del Soul, a una crudeza salvaje pero llena de agradables contrastes.
Robin Egg Blue” reformula el dietario de Go Betweens y nos acuna con “Medusa's Outhouse”; descomponiéndonos con esos inéditos falsetes. Las enormes manos del estilizado y multidisciplinar Dan Horne, los tambores del viejo conocido Jesse Lee, y un enorme Lee Pardini que entre el Piano Yamaha, el Rhodes y un Roland, nos elevaron a un estado de puro bautismo mántrico; tremendos los cuatro.

Apresurado sería decir así, de sopetón, y con el año recién nacido, que este puede ser uno de los conciertos más hermosos del 2017. Pero es que la pena es que uno tenga que postrarse ante este hombre, cada vez que nos abre otra nueva estancia. Por más que lo escuchemos en sus obras y no cejemos en dudar si es la devoción, la equidad, o intentar recapacitar para no dejarnos llevar por el desenfreno sin criterio alguno.
Cinco temas cogidos con la delicadeza de la prudencia, y llegar “Brighter” para desmontar tu teorema: Un de esas debilidades en forma de canción en su día cantada por la desaparecida Karen Black; quien se nos apareció también en la transformada oda/jazz del precioso “Dreams Come True Girl” del Catacombs/2009. Y admitir que ahí, ya no atiendo a razones. Hubo también tiempo para resucitar pasados prácticamente desterrados como “That's That” y tener la sensación del tiempo perdido, estando como están enterrados sus cuatro primeros discos desde el 2003, hasta el día que más o menos se dio a conocer con Humor Risk/2011, aun estamos a tiempo.

Mangy Love fue omnipresente y ciertamente, el disco que por fin ha atraído a público más variado y redondeado su extensa discografía. Empezando por la sensual “In A Chinese Alley”, y acabando con “Cry”: Uno de los temas que mejor proyecta ese sutil toque de Soul acolchado que reina en su último disco, y que alcanzó dentro de sus reinterpretaciones un grado mágico increíble.
En el terreno del directo, Cass McCombs vuela rasante y crece magníficamente a lomos de ese talento innato de recomponer su temario. Lo mismo da si retrocede y toca canciones premeditadamente crudas y ásperas, o somete su sonido a una sofisticación más renovadora que pretenciosa. Es creativo sin más, y desde luego sabe lo que quiere dar en cada momento. Solo ver la transición de “Cry” hacia el clásico “Witchi Tai To” de Harpers Bizarre, es suficiente. Remató esa “Run Sister Run” de ritmos caribeños con la fabulosa “County Line” del aterciopelado Wit's End a ritmo Dub; porque yo lo valgo. Vacilón, versátil y transformista como quien sabe que sus canciones, en realidad, nunca acaban de ser definitivas.
Con los créditos de final de noche y en penumbras, “I'm a Shoe”. Un autor, hacedor de diminutos microcosmos en constante procreación

domingo, 18 de diciembre de 2016

THE NEW RAEMON Y MCENROE, MANO A MANO CON LLUVIA Y TRUENO Razzmatazz 2_ 09/12/2016




Debía estar escrito en los pergaminos de Melquiades, que New Raemon y McEnroe acabarían cruzando sus caminos. Viendo el resultado de la unión y la fuerza con la que pusieron en escena hace dos semanas, Lluvia y Trueno/2016.
Un trabajo llevado a cabo con la distancia que separa Cabrils de Noviales (Soria), donde se recluyó Ricardo Lezón con sus 28 habitantes y los ciervos, los omnipresentes Ciervos.

Un disco cooperativista del que tuve noticias a raíz de una entrevista en Radio 3. Esa emisora otrora agitadora de aquellos que queríamos escuchar música verdadera, y sus contiguas microhistorias.
Lo que se dice cultura musical, y que ahora tanto cuesta de escarbar en la especie radio fórmula en la que se ha ido convirtiendo.
Por suerte, de tanto en tarde hay todavía inquietudes que abrillantar. Pocas, eso sí, pero las hay #no esta todo perdido.
Lo curioso es que ni he seguido a McEnroe, ni a New Raemon intensamente. Y precisamente en las minucias es donde acaba uno encontrando el interés en esos pequeños destellos de diferenciada personalidad.

Lluvia y Trueno nace de una amistad y paralelismo en la distancia, pero tiene tanto o más corazón y mensaje, que algunos discos que han parido artistas con extensa vida conyugal. Los textos y músicas de ambos se enredan igual que el propio adn de un solo ente. Y claro, cuando esa comunicación fluye, suelen nacer cosas preciosas; como ese niño que adquiere los mejores atributos del padre y la madre por feos que sean; que no es el caso. Son más majos ellos...
Sobre el escenario además, todo se magnifica o crece dicho. Porque pese a los pocos ensayos, el nerviosismo patente fruto de la emoción de ese naciente amor, y el no presuponer la masiva respuesta del público... Al final resultó una sala 2 de Zeleste -para mi siempre será eso, Zeleste- Dando un lleno casi total a la sala mediana de Razzmatazz; que celebra aniversario.
Después de escuchar todo el álbum al completo, más alguna sorpresa, para rellenar la hora y media aproximada (Campos Magnéticos, Rugieron las flores, o La Palma y lo Bello y lo Bestia). La sensación es de que ese puñado de canciones al 50%, son solo la semilla o el boceto de algo que da para mucho más.

Canciones que congregaron hasta 8 músicos sobre el escenario: Los dos anfitriones como es normal, y la banda que suele acompañar a The New Raemon; con mención especial al percusionista y vibráfonista Marc Clos, que pintó de color cada una de las canciones. Y que levantaron el vuelo como el Albatros dispuesto a surcar:
Inmensas en sonoridad, emocionales en sincronía metronómica sobre el escenario, y tan orgánicas como lo puede ser una relación translúcida en el momento de compartir y llevar a cabo el amor #en lo que se cree.
Esa “Lluvia y Truenos” con la que arrancó a lomos de esa nebulosa saltarina y tintineante de Marc, nos sumió de golpe en una especie de bruma especial. Un Viernes que merecía mecerse al son de tan escueta premisa: Los amantes a oscuras y entre árboles que hace de sus tan solo dos minutos y escasos, un medio beso de terciopelo. Pudiera haberse prolongado hasta la eternidad, da igual, aunque sus versos se repitieran al infinito. Remontaron “Montañas” con apariencia de himno a la debilidad, a la discreción de la que hace tanta gala el tímido Ricardo Lezón. Y a la exultante felicidad de Ramón, que no se cansaba de agradecer la presencia de tanta fidelidad. Los “Barcos” dieron con nuestros corazones a la zozobra: una de las canciones más íntimas y delicadas, y que apuntilló la grandeza de esta colaboración.
La importancia poética de Ricardo es primordial. Porque de alguna forma, ha empujado a Ramón a componer de otra manera bien distinta; más sincera, desnuda y verdadera.
Hay química, y ésta, está a raudales. Las canciones crecen y es normal que lo hicieran el Sevillano Raúl Pérez tan solo los ha puesto en el buen camino. Hubo momentos incluso que en su vaivén, en la ambivalencia del caminar de las canciones, y esa manera de captar las imágenes que te generan su evocadora interpretación, me vinieron a la mente Migala:
Una de esas primeras bandas que elevaron a cotas inverosímiles, la interpretación en directo con detallistas texturas. Y que ahora, quince años después, ya no sorprende el índice de calidad que tiene el Pop nacional. Ya nos tocaba apuntar alto Santo Tomás!!

Sobresalieron “Malasombra”, “Cuadratura del Círculo”, igual porque son esa cara misteriosa y oscura que más me gusta de Ramón, o cuando se le une a las voces Ricardo tembloroso. Firmeza y fragilidad que se enredan como una sola, dando con “Gracia”. Esa canción que irremediablemente nos transporta a nuestra juventud. O por lo menos a esos instantes de corazón en un puñado, tripas anudadas y erizados confortables que nos da el amor, casi siempre recordado en pasado y no en presente. “Fantasias Heróicas” que nos hicieron estrellas por un momento sexagesimal ínfimo, pero casi eterno.
Las fantasías tienen eso de verdadero que cada uno queramos darle, cuando el placer de volar que tienen las canciones nos elevan. O por lo menos el saber plasmar en un texto, cantarlo y revestirlo con sonidos, aquello que hace de la emoción del autor un flechazo de reciprocidad con el oyente. O cómo pudimos ver también aquella noche de Viernes, a “Los Ciervos”. Porque los vimos y hasta el olor a musgo y mañana nos invadió la pituitaria.

Igual que Ricardo salimos en su búsqueda con la total certeza de que deseábamos los imposible. Puede que hasta lo prohibido. Pero seguros en nuestro deseo de fundirnos con ellos.
Bueno. Pues esa noche de Viernes, fue casi lo mismo.
¿O fue lo mismo?

sábado, 10 de diciembre de 2016

RYLEY WALKER_SIDECAR CLUB_20/11/2016_ O EL CÓMO DE LA MUTACIÓN CONNATURAL





Uno de esos otoñales domingos que amanecen silenciosos y que a toda costa queremos estirar. Igual que aquellos chicles boomer que enredábamos entre nuestros dedos como los rizos de nuestras novias, y que guardabas en la nevera esperando que recobrasen su primer sabor a fresa ácida.
Creo en los domingos acolchados como la felpa. En ese batiburrillo a churros y diario perfumado en tinta fresca con cercos de café con leche. En ese querer detener el minutero y maniatarlo justo en las 12, para postergar el vermuth. Y definitivamente en solo querer hacer cosas desde el sofá y con nuestro mando a modo espada láser jedai.

Ver un concierto en tal día se antoja heróico, pero tiene su qué de revertir el engranaje de las rutinas como los palos en los radios de la bici. Sobretodo cuando se lleva toda la semana entre el “me quiere no me quiere”, y al final de forma salomónica te dejas llevar por el instinto animal.
Eran PIXIES y esa nueva reflotación en busca del cetro medio escacharrado: Masajear con condescendencia nuestra nostalgia por los noventa. O guiarnos por ese olfato canino hacia los moribundos cánticos de Ryley Walker con 40 a 15 de por medio.
Y no es que sea el dinero finalmente el que decante la balanza. Pero hay algo ahora, que me mueve a perderme por las sumideros de la música en vez de tirar por camino fácil de los destellantes bulevares.


Admito que a menudo amedrenta enredarse en laberintos y raíces que revientan la tierra y van por libre. Pero cuando escuché en Marzo del pasado año por primera vez PRIMROSE GREEN, no pude evitar caer rendido en ese afelpado manto jazzero que decora sus composiciones. El mismo que mi madre pone en su juego invernal de cama, y que te acaricia las mejillas mientras sesteas.
Ese misma sensación de confort hace del viejo y cañí Club Sidecar, una especie de salón de casa al que solo le falta el brasero y las historias de muertos y aparecidos que te contaban en el pueblo. Sentí esa fuerte sensación de compartir mi mismas sensaciones con alguien. Y al final fue con mi hermana la misma con la que comparto aficiones, y hasta vacaciones; se lo debía.
Todo es cuestión como quien se aventura en una necropsia, a abrir la mente por el tórax. Y este caso al joven veiteañero Ryley Walker, saldando la deuda pendiente del BAM de hace dos años. Allí me rilé; lo admito. Pero el siguiente envite de canciones en formato más conciso y acústico que contiene GOLDEN SINGS THAT HAVE BEEN SUNG/2016, merecía eso y algo más.


El Canadian de rigor que barniza de ámbar la espera. Una amena charla para ver que esta vez, de colas nada. Y 50 o 60 almas en pena que decidieron mandar al carajo la batamanta, el tronar del Sant Jordi Club, o igual la digestión pesada del pollo A l'ast con all i Oli del Domingo. Para ver a un sobrado de talento, socarronería y humildad Ryley Walker, despacharse con su tan aplicada banda de acompañamiento.

Media hora antes con la sala semi vacía, pudimos ver a una delicada y solitaria ITASCA aka Kaila Cohen, desgranar su cancionero de deshuesado Countryfolk. Un set in crescendo de media hora y pico, que presentaba su último álbum “Open to Chance”.
Tímida y tan delicada como sus canciones, le faltaron seguramente sus recientes compañeros de andanzas para dotar de una perspectiva más mimbrada, lo que al fin y al cabo pareció: otro de tantos conciertos acústicos fríos y algo carentes de sustancia. Sus discos, eso sí, son otra cosa; mucho más disfrutables y evocadores. Esas quietudes barnizadas de paisajes campestres y cotidianos que prácticamente detienen el tiempo como lo hacían por ejemplo, los Hnos Kadane hace tres lustros.

Pero sería el joven Ryley el que alrededor de las diez de la noche, sin espero, pecar de vehemente. El que probablemente me acabara dando la mejor quizás, hora y media en vivo del presente año. Exagero?
No sé si por la propia sorpresa del improvisado plan del domingo. Por la compañía y lo familiar del encuentro. O seguramente eso sí, porque por formas, repertorio e inventiva al ejecutarlas: una cosa es escuchar sus discos y otra bien distinta que le sigas en su aventura del directo.
De ahí nace algo que reduce la impresión en el acetato, a una mera circunstancia en el tiempo: La música tal cual se grabó y que sientes al escucharla que ahí no se acaba.

Las composiciones entendidas como un ente vivo que no dejan de transformarse. Que incluso se reproducen y mutan en otras nuevas canciones; como las de su último álbum: Las ocho nacidas del periodo de tiempo en el que iba tocando en vivo su anterior disco.
En el set que nos presentó en Sidecar Club, sin embargo, todo se argumentó de muy distinta forma. Sonó prácticamente ese disco del 2015 y alguna que se coló por las rendijas. La electrificación que en su totalidad ejerció de eje; sin aparecer la omnipresente acústica hasta el último bis, fue la que transformó de entrada cada una de las canciones: Arranque fuerte y potente en clave rockera, con un tema que no sabría ubicar en ninguno de sus últimos discos (nueva o mutada). Un volumen realmente alto que apuntaba a la estridencia y progresivamente se fue modulando.
Y aunque uno pueda creer al escuchar sus discos, que estamos ante un músico solemne y medio ermitaño, nada más lejos. Ryley Walker es un tipo simpático que se resta importancia de tal manera, que parece hacerte sentir que andas cogido de su mano. Más que protagonista real como solista que es, podría definirse como un perfecto maestro de ceremonias que da pie a una triangular comunicación liberadora, entre solista/banda/público.

Con un Gin Tonic a sus pies de los que iba tomando tragos en clave de “fiesta!!”, diluía de un plumazo cualquier sensación de parábola psicodélica sesuda a la que te puedan invitar sus pasajes de hasta 15 minutos.
Esa frescura secreta de sus canciones, que evita el bucle tendencioso y soporífero. Y que en realidad recrea, como quien procrea o se expande igual que una madreselva o liana en la espesura amazónica. Sonidos que nos teletransportaban al Rock progresivo, al jazz caleidoscópico o incluso al lejano Punyab totalmente tonificado por su inquieta eléctrica.
Alucinamos en colores con la paleta que ostenta de los mismos, su batería; si así lo pudiésemos describir: Descalzo y usando sus botas como posavasos, contorsonista y McGiver de los tambores y derrochador en texturas. El onduloso contrabajo de Hanton Hatwich desdoblándose en viola y hasta en percusión. Y el resto de la banda que parece actuar en la retaguardia como el contrapunto detallista en el crisol de pespuntes, bordados y brocados en los que acaba convirtiéndose su interpretación.

La hora y pico larga sin las prisas que otorgan a día de hoy los sets económicos en salas pequeñas. Con ese apaga y vámonos que el tiempo apremia de algunos sets. O esa sensación reinante de que todo sucede escrupulosamente sobre un guión. No ocurrió allí ni mucho menos.
Todo lo contrario, porque al cabo de los minutos, la sensación era como la de un manto. No era el estado de flotación, la atención que te absorbe, o simplemente que todo discurre... No como lo previsto sino por la magia del momento.

La voz onda como la de un acantilado de Ryley que gana porcentualmente en vivo. La franqueza y naturalidad con la que teje ese punto de partida en la ejecuciones y como invita a sumarse. Y el no importarte lo que toquen sino como lo toquen.
Primrose Green”, “Sullen Wind”, “Funny Thing She Said”, “Love Can be Cruel” y otras tantas que acabaron convirtiendo la noche en una sinfonía.
La de un tipo que inició sus andanzas musicales con una banda Punk, y que a sus 27 años (teniendo en cuenta su carácter hiperactivo) ya nos ha dado tres joyas de discos. Interesante y fascinante a partes iguales por su forma de pasar del folk a la psicodelia salpimentando con jazz, guitarra clásica y hasta blues, sin apenas resentirse su toque personal. Capacitado para tocarlo como o de la manera que le de la gana y no dar la sensación de que pierde la esencia de la canción. Y pese a su juventud, que recalco por lo despreocupado de su carácter, dar la sensación de que que es un veterano músico capaz de subirte como un mantra a la espiral más hipnótica. Y de repente acariciarte con una versión eléctrica del Fair Play de Van Morrison, sin ocultar esas referencias tan simbólicas como lo son las del Lobo de Belfast, Ben Jarsch o Nick Drake; a las que yo añadiría otras tantas bastante más alejadas de esa heterodoxia.
En cualquier caso, uno de los directos más disfrutados de este año junto a los de Wedding Present y Kevin Morby. Que también los valieron claro. Pero es que lo de Ryley Walker estimo, que es otra cosa bien distinta por más que nos cueste y amedrente entrar en sus discos.

>