No, no
pongan en duda ni por un momento mi capacidad de dosificar la
euforia. Celebrar el alzamiento de telón y la salida al escenario,
de en este caso los vinos jóvenes, es tan lícita como buscar en la
mochila de nuestro viaje anual, los restos aprovechables de nuestros
naufragios personales: Sacarles brillo con nuestro antebrazo, exhalar
vapor de nuestra boca, y volver a frotar para que resplandezcan pese
a lo morboso de rememorar caídas y levantamientos.
Si hacemos
efectiva esa misma misiva o proposición de enmienda, lo importante
al fin y al cabo no es el motivo de la celebración; bueno o malo, ya
sea motivo de felicidad o de simple nostalgia autolesiva. O si en
verdad, hay que buscar un motivo para reunirse en fraternal comuna
para conocer aspectos de nuestras naturalezas humanas más allá del
- “que majo es”.
Vuelvo a
reincidir sin ser capaz de evitar acordarme donde estaba hace un año
por estos días: Postrado en una cama de la UCI atravesado por mil
tubos y cables, y a punto de salir de un coma en el que plegaba y
desplegaba universos paralelos. ¿Porqué será que nos pone tanto
imaginar un viaje al más allá o la simple posibilidad de fenecer?
Será porque no sucedió lo fatal. Y si estamos aquí narrando estos
detalles del pasado y la coincidencia del aniversario, es sin duda
porque estamos para contarlo. Pormenores y mejor aun, celebraciones.
Eso sí,
entre la posibilidad de ejercer de mártir o disfrutar de la compañía
de los que compartimos cariño y herramientas para convertirlo en
felicidad, me quedo con lo segundo.
A la llamada
grito en boca y pie de guerra de nuestro principal ángel custodio el
pasado 21 de Noviembre, Xavi. Pocas son las causas de fuerza mayor
que me impididan acudir a la cita. Y es que aunque nuestros
encuentros de catas formales y “rigurosas” de cada Jueves sean
asiduas e instructivas, no hay mejor manera de estrechar lazos que
una cena de hermandad.
Para
semejante evento no es cierto que se necesite gran liturgia o un
restaurante emperifollado, que va. El vino, ese líquido reflejo de
la magia de la naturaleza, el fruto, y el hombre, ejercen un vínculo
tan esotérico que es la chispa suficiente, para imaginar un ágape y
echarlo a andar. Lo único que se precisa es hambre de aventura, una
pizca de inconsciencia y la idea. Cierto es claro está, que los
anfitriones tienen en gran medida esa facultad casi mágica del
conjuro y los cuatro pases para llevarla a cabo. Pero al final, todo
depende de ese mecanismo que se activa y te empuja fruto de la
improvisación, el que nos hace la vida un poquitín más excitante y
hasta sexual. Un aquí te pillo aquí te mato, como se suele decir.
Tampoco
vamos a quitarle méritos al mecanismo que activa la chispa que nos
echa a andar el corazón. Que no es otro que el arranque de la
temporada de vinos jóvenes, o como se dice en mi tierra, del Vi
novell: "Per Sant Martí mata el porc i
enceta el vi".
Unos meses
de aquí a Navidad, ideales para perderse por la geografía
vitivinícola y disfrutar de la esencia juvenil y desenfadada del
vino joven. Más aun si somos de los que apreciamos esa explosión de
fruta, fermentación todavía palpitante y el echo de que estos
pequeños tesoros duren lo que el salmón tarda en desovar; para la
primavera empiezan a perder cualidades y vigor.
Pero para
ser totalmente sincero, alentados por la promesa de profanar uno de
aquellos Riojas que Carlos guarda como oro en paño. Y con el perfume
todavía revoloteando de aquel Viña Tondonia del 67 al que dimos
debida cuenta un día cualquiera. Pese a que por desgracia no
acudiera por indisposiciones arbitrarias. Los que sí pudimos, lo
hicimos con la presión y el reto de acompañar ese veterano de
guerra, con vinos dignos merecedores de tan magno evento.
Con Xavi &
su mujer Montse como inigualables anfitriones, quien en su arte
imaginativo del maridaje nos prepararon una
cenita arreglá pero informal; como cantaba
Martirio. La cosa transcurrió en formato tapa con los siguientes
presentes: Una miniensalada de salmón con sus retoños y todo, una
crema de acelgas y mascarpone de Parmesano, unos raviolis de morcilla
con cebolla caramelizada y textura de tomate fresco (que me inventé
en casa). Y para rematar Presa ibérica con crema de ceps, Ternera
con crema de escalivada y una tabla de quesos con todas las
denominaciones en formación (Idiazabal de pueblo que nos trajo Edu
de sus numerosos viajes al País Vasco incluido). Claro, y un
Panettone de pasas con un Cava Mestres Visol
para rematar.
Se
imaginarán porqué digo así que uno no necesita reservar mesa en un
buen restaurante, para gozar del MOMENTO. Basta con dar los tres
pases maestros de la cocinera Montse “Sweet Solanet” en un
alarde de Mary Poppins y Abracadabra chas!! No era el
supercalifrasqui el que sonaba de trasfondo, sino u “White Horses”
Stoniano.
El
Beaujolais Noveau de Joseph Drouhin/2014 correteaba por el
salón salpicándonos de yogur de fresa a los comensales, frutillas
rojas y juventud chispeante. Allí en su casa se sincronizan relojes
por esas fechas, y las calles del Beaujolais desperdigan vinos
frescos por doquier.
Un adolescente Titán del Bendito del 2009
intentó en su precoz madurez poner cordura al momento: Un vino de
Toro de altos vuelos que elabora un tocayo francés, Anthony Terryn;
viajante de tierras francesas, Chilenas, Americanas y Portuguesas
establecido ahora en el viejo pago del Jara. Viñas de 50 años que
dan un elixir con cerrajón que solo los dedos hábiles de un
decantador saben descifrar la contraseña de sus perfumes a baya, a
marrasquino, efluvios enfrascados que hacen pensar en un típico Toro
tánico y austero. Titán del Bendito sin embargo y pese a sus
escasos años de botella tiene botines y no va descalzo: Tiene
una entrada deliciosa en boca, amable, de insaciable acidez y con
fondo mineral de los cantos rodados donde crece, que se amancilla con
cacaos, bálsamo, huya y hoja de tabaco fresco.
Todo un alarde de
inmediatez y de prometedor envejecimiento por un precio bastante
razonable.
Al tanto que
correteaban alrededor de los platos en vertiginosa persecución. Tuvo
que ser la serenidad de un adulto Jean Leon del 2003 el que
hiciera entrar en razón a los cabritillos desbocados.
Jean Leon
sigue siendo el rey, y pese a la adquisición de la bodega por
Torres hace años, sigue ahí. Siendo el Penedés por antonomasia que
conjuga clasicismo, elegancia y puro equilibrismo en la cuerda floja
de una D.O que ha sufrido un sinfín de avatares. Una opción que
nunca falla y que de manera estoica nos sigue dando uno de mis
Penedés preferidos por un precio tentador. Los 11 años de botella
le han dado una longitud refinada en boca, un toque afrancesado casi
inigualable en tiempo y saber estar: Los toques de pimiento asado del
Cabernet Sauvignon brillantes y pulidos, ese color a madera de
rosetón maduro y una boca donde casi se puede notar el granulado del
mineral, las fresas, el cassis...
Para la bien
entrada noche con la seducción de sonidos, suspiros y felicidad
conjunta. Tuvimos que acunar a los niños, reverenciar al cuarteado
Jean, para que en plena ceremonia fuesen el Priorat Pasanau del
2004 Vell del Coster y un imponente Sot Lefriec del 2003
los que nos enseñaran con la perspectiva de los años, lo que
significa el silencio.
Dos vinos de
altos vuelos tan distintos a la vez que entrañables, en esa forma de
detener el tiempo comprimido en un recipiente de oscuro brillo; como
uno de esos trajes de vieja franela. De los que la impresión por
austeridad y pocas palabras, nos recuerda a ese abuelo intimidatorio
y sin embargo de bondadosa hechura.
Pasanau es
uno de esos Priorats auténticos, extremos en el reflejo de la
esencia de un paisaje: Sus pendientes extremas, el silencio de sus
calles, el trazado de sus carreteras acordes con el capricho de su
accidentada orografía, y su belleza exenta de rimel y colorete.
Explosión
de volátiles en plena concentración de resinas, epoxy y
pegamentos... Inhalas y se abren los alvéolos como las compuertas de
una presa saturada de esencias. Los Priorats son así, impactantes,
no entienden de prisas y plazos de entrega. Sigues charlando,
comentas lo que suena en el reproductor, las bondades de menú
nocturno, risas y más risas... Y cuando menos te lo esperas lo
tienes ahí. Un vino ya abierto como los geranios al borde del
precipicio invernal, y con los escasos rayos de sol necesarios para
que se aferren a su floración recia y combativa. Es entonces cuando
aparece la golosería de estos vinos; de sopetón y sin previo aviso.
Una vez aireada esa intensidad que los ayuda a envejecer en la
botella, aparecen las confituras, los frutas rojas maduras, los higos
en almibar, las compotas y ese final largo y persistente que va
desde el dulzor y el bálsamo, hasta el mineral y las maderas finas.
Todo un goce
de sensaciones extremas y radicalmente distintas al resto de vinos
que probamos.
SOT LEFRIEC
es otra cosa, es como esa vertiente oculta y misteriosa del Penedés.
Rompe con todos los estereotipos de esa zona, sin embargo mantiene en
un hilo de tensión su tipicidad. Quizás porque sin pretenderlo
estamos todavía pensando en determinadas zonas vinícolas de una
manera un tanto clásica y predecible. Lo cierto es que igual que
pasa con otros tantos vinos de bodegas relativamente jóvenes. Hay
otro escenario realmente distinto al de hace algunas décadas: Vinos
que se aferraban a una identidad clásica y conservadora, y que se
cerraban en banda a las infinitas posibilidades que puede llegar a
dar un territorio, sin por ello perder su esencia.
Sot Lefriec
es una de esas puntas de lanza con el Cabernet Sauvignon y el Merlot
como claves de su identidad, pero con la entrada de las viejas
Cariñenas (Samsó o Mazuelo) ha otorgado a las nuevas generaciones
otro rango de personalidad. Evidentemente no es solo por ese detalle
intrascendente, sino por la verdadera trascendencia de su trabajo en
la viña y en sus suelos: Baja producción para aumentar potencial,
el análisis y la selección de los suelos y un tratamiento
totalmente natural y meticuloso. Por eso y por otros tantos detalles
que nos llevan a tiempos muy pasados en los que no había posibilidad
de intervencionismo. Laurent Corrió y su mujer Irene Alemany
elaboran uno de los Penedés más inigualables de la actualidad.
Un vino
longitudinal y fondista que requiere tiempo, paciencia y mucha
concentración para descifrarlo por completo. Aun y así resulta
hipnótico y tremendamente seductor en la primera cita. Con aromas a
moras confitadas, hierbas balsámicas, maderas tostadas y un sinfín
más que aparecen mientras se le da tiempo. Boca elegante y muy
refinada, estructura perfecta en la que son muchas las notas y
evocaciones sin que ninguna sobresalga como para afirmar con
rotundidad. Nadie diría que es un Penedés, y estos dos jóvenes
avezados han conseguido una extracción tan redonda y generosa en
sensaciones, que nadie apostaría con total certeza las posibilidades
de evolución que tiene con el paso de los años.
De momento
estos 11 que lleva a sus espaldas todavía le otorgan una acidez y
tanicidad viva y refrescante, sin despreciar su excelente
profundidad.
Mientras los
niños ya dormían acurrucados en la panza de los bueyes; donde no
nieva ni llueve. Y los más viejos nos enseñaban misterios tan
profundos como el Abismo de Challenger. Sonaban los ecos de nuestras
voces entre temitas de Nina Simone, Estopa, Serrat, Bregovic, Albert
Pla... La música celestial que promueve el vino, la buena compañía
y las amistades en una armonía multidisciplinar que te forma. No de
una forma académica y estricta, no, más bien relajada a pie de
barra de aquellas que uno quiere prolongar y eternizar. Aunque solo
sea con un puñado de canciones, una anécdota o una lección
testimonial.
FELICIDAD!! |
Y es que el
vino tiene esa virtud. Agudiza los sentidos que nos otorgó la madre
naturaleza: La vista para contemplar, el olfato para evocar, y el
paladar para ampliar rangos inescrutables antes. Pero lo más
importante es que estrecha lazos y hace de su consumo, un alimento
para compartir y disfrutar en compañía.
SALUT Y
MUCHOS VINOS PARA CONOCERNOS