Dicen que lo
vieron volar por última vez cometas en las playas de Acapulco. Otros
que se lo cruzaron en una avenida concurrida de Monterrey, vendiendo
imágenes de la Virgen del Roble.
El caso es
que fruto de mi osada imaginación o rebotando contra la cruda
realidad, soy de los que prefiero dar aire a esas mismas fábulas que
se alimentaban de Beulah; su antigua banda. Para trazar líneas más
gruesas y visibles si se puede, en lo que hace de los recuerdos;
vapores condensados y difusos.
Desde el
júbilo de esas cosas buenas que se hacían esperar en “Emma
Blowgun's Last Stand”. A la melancólica “Wipe Those
Prints and Run” que cerraba su último álbum. Si tuviese que
enumerar diez o veinte discos a los que he recurrido a lo largo de mi
vida, para confirmar su grandeza y empacharme de la misma; uno sería
The Coast is Never Clear. Y entendedme, no me refiero ni a
obras maestras ni a discos ejemplares, sólo a aquellos que tú y yo
sabemos: Obras con sus imperfecciones/virtudes, nacidas para dar eso
que uno les pide y cuando/como lo necesita. Discos en definitiva,
para que dan placer cuando más nos duelen.
Quince años
son ya los que se cumplen de aquel THE COAST IS NEVER CLEAR/2001 con
el que se me aparecieron: Un disco que debería ser de obligada
escucha. Aunque solo sea para volver a meter la cabeza en ese Popfolk
psicodélico que campó por los pliegues del nuevo milenio.
Jóvenes
como éramos a la treintena tempranera, de planes, proyectos y
bocetos. Los noventa habían quedado atrás y con ellos, esa
sensación plomiza de que algo había cambiado. Y fíjate tú, que
han tenido que pasar quince años para certificar la muerte de algo:
un espíritu, el pulso de la espontaneidad o vete tú a a saber qué.
YOKO/2003 ya nos contaba esa sensación de crecer, envejecer y hacer
de la sabiduría una pócima que te marchita. Mirar al horizonte con
la expresión fruncida creyendo que es el sol que te deslumbra, y que
sea en verdad la solemnidad de la perspectiva la que nos ahueca las
entrañas.
Volver a
colgar las coloridas y floreadas cortinas, con las que nos vestimos
en aquellos primeros negros años del nuevo milenio. No tiene mayor
fin, que el de aquel viejo amigo que se cruza en tu camino pasados
los años para tomar unas pintas y reordenar el pasado.
Pues es así
-casi de carambola- cuando recurro a ese disco del 2001 para pintar
la cara a las tristezas. Y descubro con morriña unas tomas en
directo de su gira del 2003 extraídas de su póstumo documental “A
Good Band Is Easy To Kill”. Digamos que esa
sin apenas dudar, es la mejor manera de alcanzar a entender, aislar
el alma de la banda, y servirla en el desayuno. Si claro, eres de
aquellos a los que nunca les acabó de cautivar la plurimultibanda de
San Francisco.
Si al
contrario, caíste con los ojos en blanco y la pechera abierta a los
encantos de Gorkys Zigotic Mynci, Neutral Milk Hotel, Elf Power. E
incluso a deudores de los omnipresentes Big Star. Volverlos a
recuperar como yo, años más tarde, es lo más parecido a abonar y
regar el corazón para que florezca de nuevo.
Ver lo
increíblemente bien que sonaban esas canciones. Escarbar en el
pasado hasta el presente. Y acudir estupefacto al eslabón perdido de
aquella fugaz banda:
Miles
Kurosky (su líder) publicó un último aliento siete años después
de su disolución, y nadie se percató de su grandeza.
Por eso
dicen (y lo creo a pies juntillas), que el tiempo pone a cada uno en
su lugar. El caso de Miles Kurosky no es uno aislado de tantos que
sucedieron en un plano tan secundario como invisible: Cadáveres que
se resucitan con poco arreglo ya, para resarcirlos y reparar el
abandono de uno mismo, y de su legado musical.
Discos que
aparecen como un despertar tardío, desperezándose cuando la fiesta
ya ha acabado, amanece y no ha quedado un alma para recoger el
desconcierto. Que a lo mejor solo sirven para refrescarnos la memoria
resacosa, y a inspirar ese pasaje glorioso de nuestro pasado; no lo
dudo. Pero que queréis que os diga... Vale la pena imaginarse doce
años atrás inmerso en la vorágine, cumpliendo el deseo palpitante
de escuchar por primera y última vez los acordes perpetuos de “Don't
forget to Breath” en directo. Solo por eso, ya compensa sestear
en la nostalgia e indagar por las redes para darse de bruces con
THE DESERT OF SHALLOW EFFECTS_2010. Desnudarlo, y descubrir que allí
está gran parte de la esencia de esta efímera banda.
BEULAH |
La banda de
de San Francisco #combo si se quiere, con infinidad de
sensibilidades. Acabó separándose tras YOKO: Un disco
introspectivo, en el que un poco se disolvían los coloridos de sus
impulsivos inicios. Como las acuarelas se corren, entremezclan y
emborronan sobre una lámina satinada.
THE DESERT
OF SHALLOW EFFECTS, pese a lo que muchos piensen de si Beulah debería
haber dado un golpe de efecto, para ser dignos de mención y
recuerdo. Igual es que solo fue una consecuencia prácticamente
arbitraria del cruce entre Miles Kurowsky y Bill Swam. Esas cosas que
pasan de casualidad, y que une a dos geniecillos por incompatibles y
porosas que sean sus personalidades. Para que acabaran proyectándose
como un conjunto de todas sus virtudes, la esencia y en definitiva...
La idea de
aglutinar en un pensamiento entre lo bipolar, surrealista e idealista
de Miles por pura magia; culpa o no de sus desajustes mentales:
Un universo
curioso, tan cerca de la lucidez como de la locura. Capaz de
traducir Pop, Folk, Psicodelía hasta algo de la lisergia de los
60/70 y convertirlo en pura armonía. Entre todo ese batiburrillo él,
y la misma visionaria perfección del caos que tenía Brian Wilson.
Es fácil
que pongamos el reproductor en marcha. Y al escuchar “Notes from
the Polish Underground”, nos vengan de golpe esa vaga idea del
Folk fabulador entre lo de Jethro Tull y los Beatles. O cuando Gorkys
Zigotic rubricaban “Bwyd Time” en el 95.
Y perdonad
mi obsesión enfermiza. Pero entre el Folclore propio de la zona de
origen (Gales, Escocia o California). Y lo que buenamente proyecte en
su ejecución el artista en concreto. Hay un pequeño misterio que va
más allá del rock que me fascina y obsesiona en lo particular.
Es un poco
el contexto cultural que reclama protagonismo en algo tan banal y
libertino como el Rock.
Beulah lo
hacían, y Miles Kuroski lo acabó plasmando en este álbum. Esa
obsesión enfermiza por la que cada crujido, cuerda, viento o
ruidito, cuadrara como en un puzzle caleidoscópico. De echo, The
Desert of Shallow Effect es como un parque de atracciones en el que
cada canción es una excursión: Ni se ajusta a los patrones tal y
como empieza, acaba o discurre, ni todo sucede según lo cabalmente
previsible.
Mantiene la
esencia de su antigua banda, puesto que en el disco como en una
especie de reconciliación familiar, colaboran muchos de los miembros
de Beulah. Se respira y transpira en “An Apple for an Apple”
y “Dead Lenguage Blues” esa felicidad expansiva que
tanto bebía de Beach Boys y el sonido Californiano por antonomasia.
Pero con ellos todo ocurre de algún modo diferente, mantienen esa
especie de libertad salvaje de fanfarria callejera, sin ataduras.
Todo suena por la inspiración divina del momento; o así lo parece.
Es “I
Can't Swim”... y pongamos que ese frescor mentolado del Pop
de los 60. Se pusiera al servicio de alguien que sobre la marcha, es
capaz de vertebrar el crisol de influencias de cada uno de los
músicos; que eran muchas. Y traducirlo en un estilo propio e
inconfundible de mil lenguas muertas y viperinas.
Escuchar
“She Was my Dresden” tan delicada y dulce: oboes,
trombones, tubas, armonios, los slides que se estiran como la melaza
en un caluroso atardecer de Julio. Es lo más. Rugir de placer, igual
que aquella gata que te ronroneaba cuando sesteabas en el camastro de
casa vieja.
Con “West
Memphis Skyline” ocurre lo mismo. Solo que igual que pasara
con “Emma Blowgun's Last Stand”, desemboca en un
festival luminiscente e infeccioso en ese momento que uno lo da todo
ya por perdido y cree que lo han vuelto a dejar en la estacada:
Melodías pluscuamperfectas que se recargolan y encajan al vuelo,
estirándote hacia arriba.
A medio
camino de nuestro bacheado comienzo, “Pink Lips, Black Lungs”
marca el despegue: Violines, trompetas puestas al servicio de un Pop
radiante. Que deja a la altura del betún, tantos experimentos que se
hicieron en el reino unido, deudores de los 60/70 en los revivalistas
dosmiles. Hasta la más desquiciada “The World won't Last the
night”, sabe capturar la esencia del transformismo sin
dejar margen al aliento con esos bongos velociraptors de fondo
panorámico. Una canción que muta conforme avanza, igual que una
muñeca rusa que se abre y cierra desperdigando
Si creíste
en los primeros compases, que el trabajo en cuestión es un
experimento sin rumbo. La segunda mitad es una prueba efervescente
del universo raro y adictivo que lo compone; de largo mi parte
preferida.
Sumergido de
nuevo en campos de trigo altos como el cielo, si es “Housewives
and Their Knives” la encargada de ejercer de refrigerio. Y
rubricar con sus dos últimos cortes; a mi gusto los mejores y más
desencorsetados. “Dog in the Burning Building” me
parece una puta delicia sin pudor que valga. Un tema que recuerda a
esa forma de entender rock&roll, blues y folk para traducirlo en
un lenguaje puramente teatral que tenían Violent Fenmes o Madness,
por ejemplo.
The Desert
of Shallow Effect en definitiva, es un disco que merece la pena
escucharlo sin ataduras pero a conciencia. Que hace grande la ya de
por si creativa y hermosa como fugaz trayectoria de BEULAH. Una banda
breve como aquellas cosas que suceden intensamente, reduciendo el
tiempo en un momento.
Ese reducido
set en directo que congregó a los pocos fieles que los seguían en
su gira de 2003, titulado A GOOD BAND IS EASY TO KILL. Y que hace
referencia a una de las canciones de la banda, y al juego de palabras
para con la escritora Flannery O'Connor. Es como podéis imaginar, el
culpable de este texto, el gratificante encuentro con el amigo
recuerdo y su maldita manía por remontar para que todo coja aire. Y
sobretodo, lo que hace que este disco brote como un último y agónico
estertor. Simplemente para escucharlo, disfrutar de la excursión y
la idea de ver a la banda en directo; a 13 años de su separación.
Aunque solo
sea con esta entretenida selección de las tomas en directo, que
gustosamente han subido los usuarios a Youtube. Y que he compilado en
esta emocional playlist.
BEULAH en
acción, con un sonido maravilloso y una ejecución para el recuerdo.
SALUT!!
BEULAH_LIVE 2003 and The End: