Todo se
afloja y mis piernas; como si un bajón de tensión tras cuatro
caladas mal dadas se apoderase de mi. Hace la misma mella que la lupa
del malparido sobre mi cabeza.
Ya no hace
falta que sean esas doce del medio día en punto, para que el niño
cabrón del ático se dedique a prendernos fuego, como a hormigas;
¿le habremos hecho algo? Nosotros, correteando en busca de una
sombra, el atisbo de las vacaciones o un mal trago para condensar,
evaporar y... claro, para sudar.
Cuando miro
hacia arriba, mientras puedo, solo pienso en montarme en mi auto y
correr carretera abajo, serpenteando con los chichones de la montaña
de Montserrat de fondo. Lo fue cuando arremetía la primavera en
Marzo, y la lupa del bribón atacaba de costado; pero con la misma
intensidad.
Y ahora casi
cinco meses después, son las mismas canciones y melodías las que me
empujan a pisar fuerte el acelerador.
La misma
sensación, el mismo territorio y prácticamente las mismas
carreteras: Quiebra y esquiva bordeando La Rovirola fuerte como si
quisieras lanzarte desde el tobogán de un parque acuático. Silva a
la vez que observas los restos quemados de la carretera de Sant Feliu
Saserra hacia Avinyó, fuma sus restos incandescentes y el sabor de
tierra seca. No llueve desde hace días, y si lo hace, nos lanza
barro desde arriba.
Será para
apagarnos o para sofocarnos?
Y suena más
fuerte todavía “Mr. Wrong”.
Es gracioso.
Los autos de ahora traen un invento parte ingeniosa y cuarto
diabólica, que sube el volumen del reproductor según pisas el
acelerador y se eleva el rumor del motor. Sin tan siquiera calcular
que la urgencia por plegar y el disco acertado, puede producir una
combinación un tanto peligrosa.
De todas
formas, mi gusto por conducir y escuchar música, siempre me ha hecho
descubrir álbumes que de otra manera jamás me hubieran calado del
mismo modo.
Es esa
extraña alquimia que produce la música, la carretera y los
paisajes: Una fórmula sin matemática exacta. Y que hace que un
disco tan aparentemente inofensivo como el debut de LAS ROSAS, se
convierta en una medicina tonificante.
Un disco que
además contiene con garbo y soltura, las guitarras más divertidas
del otro lado del charco. Alimenticias en divertimento, y taaan poca
posición forzada, que los amo desde la primera escucha precisamente
por eso: Porque últimamente aunque agradezco enormemente el rescate
de aquellos sonidos de los 70's (garaje, psicodelia, psycho, R&B
etc). En ocasiones me dan la sensación de querer parecer algo, para
lo que a lo mejor no estaban predestinados en pleno dos mil y largos.
La banda de
Jose Boyer sin embargo y pese a su omnipresente guitarra surfera, dan
a cada canción lo que se merece: Un soplo de menta, playa y salitre
en plena urbe.
Del rock
psicodélico vacilón, hasta su cara más tierna y melancólica; que
es precisamente la más rica y suculenta. Saben, y eso me parece
quizás el recurso más entretenido del disco, proponer el énfasis
adecuado a cada una de sus canciones. Sin sacrificar el hipotético
gancho de una canción en detrimento de su personalidad.
“Bad
Universe”, “Mexi” o “Rose”
hacen puro caramelo de sus influencias ramplonas menos sangrantes
aunque perfectamente válidas a Stiv Bator y esa generación de punks
deudores del glamour más araposo. Esa forma ingeniosa y casi de
juguete de quitarle importancia a la inspiración a la hora de
confeccionar canciones eficaces. Y llevarse hacia un terreno en el
que The Growlers o Allah-las acaban fallando por quizás aparentar de
más. Convirtiendo canciones como “Red Zone” en
pequeños clásicos de blues tropical, o tibiezas como “Secret”
en juguetes que por su simpleza enaltecen el arte de crear música en
pos del entretenimiento.
LAS ROSAS me
gustan porque hacen fácil aquello que otros desdibujan a base de
manosear. Sus guitarras son puro arte aún temiendo excederme en
piropos.
Acaso se
necesita más para que un disco suene con la golosería que lo hace
“Moody”? Ese tipo de tonadillas donde la mala
sangre se apiada de ti y de repente, sale de tus espaldas el típico
fulgor áureo como aéreas alas.
Dicen que la
felicidad y el atontamiento se dan la mano y hacen volar, y es
cierto; el amor también, como la baba licorosa.
Apostar de
firme por un lenguaje tan obvio y juguetear igual que un niño con la
arena; predecible y pura. Para que toda esa broma resulte un trabajo
lleno de huecos donde olisquear, arquear las cejas o dejarte llevar
cuando te topas con “Boys” o “Ms America”.
Dos cortes que realzan la sencillez al trote de unas guitarras
elásticas donde se pespuntea el surf con el R&B y el Pop de
influjo psicowestern arrabalero. No tienen nada que envidiar a otros
que por trascendencia, envestida o fanfarria, vienen a llevarse el
vellocino de oro. Como si se necesitase un carnet de socio por
referencias para entrar en el olimpo; de echo creo que tampoco lo
pretenden.
Y descubrir
que hay mucho más a parte de tus prejuicios: Rock, Blues, Glam,
Garaje, Pop y chulería de esa en la que el tontorrón de la clase
acababa quedándose con el personal: Matones, guapos, listillos y esa
profesora que siempre te señalaba.
LAS ROSAS
son: Jose Boyer, Christopher Lauderdale y Jose Aybar. Originarios de
Brooklyn y con un disco la mar de chulo y jugoso bajo el brazo.