Anoche nos
ventilamos una última botella de dos de Giacomo Conterno que
traje de Alba. Son esos momentos que salen al tu paso, se interponen
y de los que sabes cual ha de ser la elección, el momento. No
necesita solemnidades ni fastos. Básicamente porque son los buenos y
los que usan el resorte de la amistad y la compañía para
comunicarnos, querernos y hablar. Hablamos tan poco... ¿no es
cierto?
Con la
primera aluciné sin llegar a tocar el cielo (por eso siempre hay que
comprar dos): Acariciar a tientas, por un pasillo laaaargo y
estrecho. Usar el tacto, los sentidos y ver como te pierdes en un
laberinto de señales equívocas. Te vuelves a encontrar, ordenas
recuerdos, memoria y afinas la puntería.
Pero casi
siempre es la segunda, la rotunda y la que te hace dilucidar.
Una Barbera
que da al traste con la idea que el tanino ha de ser abrasivo,
astringente. Que sus vinos cortan tendones y solo quieren comidas
potentes para plantarles cara. CASCINA FRANCIA no. Es fina, elegante,
perfumada de bayas, yogur griego con fresas y moras; muy láctica y
silvestre a la vez.
El bajo
bosque es a tocar, el musgo, los helechos y hasta la brisa matinal en
las lomas de Treiso te despeinan. En boca está la personalidad
inquebrantable de las Barberas de Serralugna, ligeramente mineral,
con madera húmeda y un poco de ahumado. Esos sarmientos que usamos
un buen día de sol para curarnos por dentro y fuera. Para
santificarnos padre y señor nuestro, amén. Milimétrica y con tanta
alma e identidad.
Nos habla de
sus paisajes, sabe a Piamonte, te susurra al oído suavemente. Te
posee y adormece... y da por bueno subir al cielo o caer hasta el
infierno; que uno nunca sabe si es el perdón o el pecado el que más nos
satisface.
Cruzar la
ciudad de Barcelona en una fría noche de Marzo tiene su encanto.
Inconcebible para los que solo se mueven con tacatá y de la mano, a
aquellos actos multitudinarios fardones y catedralicios. Los que nos
desplazamos por vocación emocional y nostálgica, nos pasa al
contrario; un poco como los pioneros del lejano oeste:
Las
travesías tienen de inconvenientes, lo que de particulares e
indistintas, las motivaciones personales de cada individuo allí
presente.
Son esas
irregularidades que escapan del control de calidad de la cadena de
montaje, y que te enamoran: esa falange más larga y
desproporcionada, esa naturalidad para llevar la vida, y esa pasión
desatada que siempre escondes en el doble fondo, para compartir sólo
para los comunes; que no son muchos... y nos llaman raros.
El
Minifestival de Música Independiente de Barcelona, al igual que
IndiePopFest de Madrid. Recogen cada año con esmero, dedicación y
buen gusto, aquello que algunos despreciaron por minoritario y
escuálido. Y podrán creer que cada año nos sorprenden? Para que
algunos crean que la exquisitez no esta en las manos de los
damnificados.
En una
tarde/noche longitudinal de Sábado dicharachero. Me dejé caer desde
el Vallés Occidental hasta el Llobregat circunvalado entre luces de
posición, zizagueos y peregrinajes a la gran urbe. Nosotros nos
íbamos más lejos: allí donde se pierden de vista las vallas.
No es que
este muy lejos, si tenemos en cuenta que Barcelona se cruza en media
hora. Pero para los que nos hemos criado en la periferia, tiene parte
de encanto escapar de lo de siempre; no todo tiene porque suceder en
la capital. De echo, los de entonces ya crecimos con esa idea de que
lo verdaderamente merecedor ha de costar. En los 80/90, gustarte el
indiepop era sinónimo de no existir, de ser transparente, y
demasiado ambiguos para ser catalogados ¿era eso ser “indie”
acaso?
Eso sí, en
un Sábado atareado al segundo. La satisfacción de emplearlos en
cosas realmente gratificantes: Cocinar para mi señora madre
octogenaria larga, bebernos mano a mano una copichuela de vino ante
un plato de lentejas. O echar un café en el bar de enfrente en mi
viejo barrio Badalonés para chafar luego la oreja en mi habitación
de soltero. Son ese tipo de cosas que hago cada sábado y que me
teletransportan a años luz de juventudes lampiñas. Y salidas en
busca antros perdidos donde escuchar buena música.
Así que
trashumar hasta el Prat del Llobregat, para escuchar aquello mismo
que buscaba con 19 años. Es como volver a rememorar décadas
aventureras, en las que éramos pocos los que clamábamos en el
desierto algo, entre lo exclusivo y personal. Esas canciones que
parecían haber sido compuestas para nosotros, nuestra intimidad y
nuestra atormentada o incomprendida fragilidad: POP de hilado fino,
melodías quebradizas y factura tan simple como efectiva.
Por mucho
que me pese haberme perdido a Kinsale, Ex-Cèntric, Her Little
Donkey, Die Katapult, Alexandre Lacaze, o los Suecos Star
Horse. Cuando los quehaceres han sido empleados en tan
reconfortante empresa; incluido el bocata de pollo con queso que
atendí en el bar del otro lado de la calle. Pues que queréis que os
diga, benditos sean; con todos mis respetos. Que uno llega donde
llega.
De todos
modos, visto lo sucedido en la flamante como coqueta sala LA CAPSA
(recién remodelada). Solo puedo postrarme ante semejante alarde de
imaginación, buen gusto y como decía mi madre: Saber darle tres
bocados a un cañamón. O lo que es lo mismo. Gestionar tan
nimios recursos, y poner cada año el listón entre lo inigualable y
selecto.
Por
desgracia, pocos son los que se atreven a montar un festival de
género, y superarse cada año.
Y es una
pena, vamos, que los 13 euros que costaba la entrada atraiga a bandas
de tanta calidad con los tiempos que corren, y el público siga
siendo tan llorón y caprichoso. Ni imaginarme quiero, el caché que
cobran estos artistas, cuando otros se dejan una semanada en un
macrofestival.
Los
franceses AUTOUR DE LUCIE, la joven y desenfadada banda Londinense
DESPERATE JOURNALIST con su flamante debut. Y dos pesos pesados de
los que has pasado vidas enteras, esperando verlos por estos lares:
La escocesa EMMA POLLOCK (líder de THE DELGADOS), y THE POPGUNS.
Estos últimos, como una de esas bandas fetiche, que mantuvieron viva
la llama del tweepop trotón durante la década de los 90.
Dieciocho
años más tarde han regresado con un disco bajo el brazo. De
aquellos que rubrican su accidentada carrera, en una especie de
doctorado, que recoge la culminación del Pop casi perfecto.
Evidentemente la escena más multitudinaria ya no está por valorar
lo que significa hacer melodías redondas y sencillas. Pero sí, los
que andamos huérfanos de algo que no sea lo típicamente impuesto
por modas y tendencias.
El Pop nunca
pasará de moda por más que se le reste importancia, básicamente
por que igual que el Rock&roll, son parte esencial de la música.
AUTOUR
DE LUCIE se difuminaron igual que lo hicieron tantas
bandas delicadas, emocionales y silenciosas a principios del 2000.
Diez años más tarde, el dúo formado por Valérie Leulliot y el
guitarra Olivier Durand han vuelto a grabar ese mismo pop; ahora
vestido de electrónica hedonista.
Un disco del
que dieron cuenta con la preciosa “Détache” y la
noctámbula “Cheval étincelle”. Y que completaron con un
fondo de armario repleto de temazos, que ahora, años más tarde.
Suenan como salvadoras balizas, cuando se ha perdido el gusto por lo
sencillo y delicado. Será por eso que “Je Reviens” me
sonó como los ángeles, “OK Caos” pespunteó ese pasado
más desnudo, con el actual. Y “Qu'avons-nous fait” casi
veinte años después, volvió a sonar tremenda. Un set que se hizo
breve por lo ajustado de la oferta, pero suficiente para certificar
el buen estado de la banda y su repertorio.
Perfecto
anticipo para dar cuenta de DESPERATE
JOURNALIST. Un cuarteto mixto que vino el pasado año a
recuperar, ese medio tiempo entre Savages y el Pop guitarrero
heredero de aquel buscado Stellar de Smitten, The Organ, e incluso de
los primeros U2. Eso que hizo que muchos confundieran antaño, donde
acaba el pop y empezaba el rock o el postpunk.
La joven e
impetuosa Jo Bevan, al igual que lo hicieran otras carismáticas
féminas, es el pilar de la banda; además de un Rob Hardy a la
guitarra multifuncional soberbio. Su repertorio los avala, plagado de
posibles singles igual que aquel pop glaMuroso del debut de Suede.
Principalmente porque la chica tiene una facilidad pasmosa igual que
lo hiciera Brett Anderson, para hacer del falsete, lirismo, y de su
cristalina voz, el contrapunto ideal a las guitarras arañantes.
Sonaron
cojonudos, intensos y tan o más efectivos que su homónimo disco.
Despertaron los primeros bailoteos de un público mandroso,
que solo lograron levantar una buena tropa de curtidos británicos
que allí se dieron también cita. Y la atención hipnótica hacia
una preciosa joven, que atesora esa emocional rabia que solo se da en
las bandas pequeñas que suben desde abajo sin el aval de los grandes
medios.
El
repertorio se basta para funcionar engrasado y perfectamente
conectado con el aquel pasado de Pop cristalino de guitarras. Suena
tal y como lo hacían Echobelly, e incluso inspirador por esas
innegables influencias de The Smiths. Y sencillamente lo es porque
no está contaminado por tendencias, y abarca una parcela que ahora
no toca... cosa de las modas supongo.
Con lo poco
que me gusta achacar a modas, las enfermizas tendencias.
Mereció la
pena la espera y un cartel final sin desperdicio alguno. Repasando
los discos en solitario de la escocesa EMMA
POLLOCK, se me abrió un apetito voraz que pedía café a
garrafas.
La
estratégica situación de LA CAPSA, con su bar restaurante y todo;
hasta la parada del metro justo enfrente. Lo que digo yo ser más
“apañao” que una maleta grande. Hizo por mi, más que la
humanidad por el fin del mundo. Era como un cargar las pilas
esperando la presencia de la ex líder de THE DELGADOS: Aquella banda
que como tantas que pasan y han pasado por este particular festival,
cuesta ubicar en un contexto exacto. Bandas que cimentaron su
grandeza en ese limbo musical difícil de etiquetar, que las hace con
los años, el mejor vocabulario para entender el verdadero
significado de la independencia.
Desde su
omnipresente “Coming in from the Cold” hasta nuestros
días. Una carrera en solitario surtida de un sinfín de
colaboraciones. Con tantas ramificaciones, como pausada es su
producción musical repleta de surcos profundos y laberínticas
influencias.
Hace unos
años volví a coger su estela con un proyecto benéfico para
psiquiátricos llamado THE FRUIT TREE FOUNDATION, con miembros de la
escena alternativa escocesa (twilight sad, idewild, the birthday
suite y frightened rabbit entre otros). Un trabajo de los pocos que
acaban siendo disco de cabecera con el tiempo; y que aprovecho para
recomendar encarecidamente. Me apetecía mucho verla, aun a sabiendas
de que seguramente vendría armada solamente con su guitarra, y su
voz; más que suficientes.
Tras el
impulso anímico de Desperate Journalist, algunos podrían no
entender la función de Emma, bajando el pulso a constantes de
hibernación.
Pues amigos
míos, fue uno de los instantes más mágicos de la noche.
Hecho el
silencio, los teclados y bajo de David Mcaulay, y la presencia bajo
el cenital de Emma Pollock. Consiguió detenerme la respiración y
hacerme flotar sobre su voz de cristal líquido. De esos directos
desnudos como los contados de Kirsteen Hersch, Lloyd Cole o Robert
Forster.
Esa forma de
ver las canciones tal y como vinieron al mundo: Sin colonias con las
que hacerlas fáciles y dóciles, sin maquillaje ni vestidos para
disimular sus curvas, defectos o virtudes.
Su último
disco IN SEARCH OF HARPERFIELD, junto al primero y más enervado
WATCH THE FIREWORKS/2007: Dos discos que completan una trilogía
musical tranquila, digna de escudriñar en horizontal. Centraron un
set breve por la intensidad emocional desplegada, dando una sonoridad
particular a su temario. Confiriendo a su última entrega -marcada
por la reciente muerte de su madre- una dulzura llena de aristas,
rugosidades y formas increíblemente panorámicas. In Search Of
Harperfield es un disco muy muy grande, que probablemente pasará en
silencio y de puntillas por los medios y crítica especializada. Pero
desde ya, y después de hacerme con él en el mercha del festival.
Puedo asegurar que será uno de mis discos de este año. De los que
se intuyen desde el primer acorde y pasaje, como esas obras que
crecen y ganan en detalles y rincones escondidos por cada escucha que
se les concede.
Son de los
que se merecen una entrada completa, y una disección pormenorizada
de cada canción. Sus ingredientes, como las de la artista, tienen
una belleza rara que te atrapa tanto por sus rasgos marcados, como
por su convincente sencillez.
Se codearon
y se entremezclaron entre algunas gemas de su primer disco en
solitario. “If Silence Means That much To You” o “The
Optimist”, nos desplegaron un tono tan confortable como
melancólico. Sonó al final, intercambiando acústica por bajo, “Old
Ghost”: Vivo ejemplo del preciosismo
de esta última entrega, junto a otras como “Clemency”,
“Intermission” o “Dark Skies”. Esas
canciones que dan a toda la obra un halo de Pop-folk de cámara tan
agradable de escuchar.
Y me dejó
al final una curiosa sensación de desahogo, como las que afloran
cuando te hartas de sollozar como un desconsolado.
Al acabar
nos dejó tiempo para consumir en el portal el último pitillo,
mientras charlaba con unos igualmente apasionados asistentes. Esas
pausas entre set y set, con tiempo para compartir vía
público/músicos, todo el peso de sensaciones que uno necesita
vomitar. No recuerdo los nombres -lo siento- me sucede lo mismo
siempre: retengo tan poco en nombres, como guardo para el recuerdo
(si pasaran por aquí, lo cual dudo, me encantaría que levantaran la
mano).
Así que ya
consumiéndose la noche hacia la una pasada de la madrugada. El plato
fuerte para quienes nos sentimos tan solos en los 90, cuando
intentábamos explicar a alguien las virtudes de esta grande, como
insignificante banda de Brighton.
THE
POPGUNS tendrían el honor de echar el telón a tan
increíble cartel, y trasladarnos por un instante a aquellos tiempos
de Sarah Records, Creation, Cherry Red, de TweeKitty; de eso que
ahora llaman C-86, y no es más que Pop orfebre de periferia. Ese que
se hacía por el mero impulso de los 60 o por conservar esa inocencia
maldita de adolescencia.
Wendy Morgan
-su cantante- salió radiante de felicidad; sonrisa impertérrita. Y
no es para menos. Con semejante disco bajo el brazo recién
publicado, después de 18 años de silencio. Y blandiendo una forma
tan envidiable sobre el escenario, como a la hora de componer Pop sin
fecha de caducidad. Daba un poco lo mismo que nos deleitara con
algunos clásicos como su cierre “Waiting for the Winter”
o con la que abrieron, “Stay Alive”.
Tiraron de
garra y un punto de Pop más rockero que saltarín; esa parte que
siempre los unió con un pasado más caústico. “We Don't go
Round there Anymore” es un claro ejemplo de atemporalidad y
sonido americano.
Un tema
inédito que sonó glorioso junto a “Because He Wanted To”
de su primer Lp. Consiguiendo un punto álgido de la noche junto a
“Still a World Away”. Entre fans de la banda venidos del
reino unido que rebasaban la cincuentena, con mucha ganas de bailar.
Y atónitos del lugar, que no están acostumbrados a estas
expresiones tan naturales de fervor popero. Todo eso, dio a la noche
esa magia sin límites de edad ni caducidad, que solo el IndiePop es
capaz de mantener.
Las
canciones de Popguns ejercieron de resorte, claro está. Su
repertorio siempre incontestable: “Lovejunkye” que nos
adelantaba hace dos años su regreso a los estudios. “Landslide”
y esa conexión perfecta con los Wedding Present de George Best de
los primeros 90. El gesto pese a tener un arsenal de temazos y el
poco tiempo del set, para marcarse más inéditas como “Beaten
Up Guitar”. Lo cual da idea de el momento creativo en el que
están; más que nada porque las dos sonaron sobresalientes.
Sonaría
hacia el final esa oda Poppunk llamada “Bye bye baby” de
su SNOG del 91. Y se nos hizo tremendamente corto esas escasas nueve
canciones, para los 25 años de espera; como es natural.
Pero al
final, incluso puesto a quejarme por la ausencia de una de mis
favoritas: “Second Time Around”. La sensación pletórica
de volver a revivir tiempos veinteañeros, cuando no había “escena”
tal (aunque en realidad nunca la haya habido propiamente dicha). Ni
un público más o menos masivo para dedicarle ni radios, revistas, y
mucho menos clubs.
De todas
maneras -y alargando hasta el final esa nebulosa memorabílica- los
que habíamos, removíamos cielo y tierra en busca de esos sonidos
minoritarios. Era la unión que da la fuerza, y el poder de hacer las
cosas con pocos medios. Más o menos como este meritorio Minifestival
IndiePop de Barcelona: 21 ediciones picando piedra y haciendo... que
no todo sea siempre igual. Larga vida!!
PD. La
noche, de las pocas que son en Sábado, acabaría rindiendo homenaje
a esas LAS NOCHES #cualquiera, que suelen ser las mejores y a
celebrar. Con mi buen amigo y compañero de trincheras #Luis Le Nuit
en Kotton Club. No pudo venir por asunto de sesiones, pero volvimos a
casa juntos; como antaño.
Ni que sea
para compartir detalles, pormenores de la noche y sus bestias, de lo
que cuesta tirar para adelante, y que sea cerrando con un ilustrador
MY WAY de FRANK SINATRA.
Hasta se me
escapa la lagrimilla... tantas y pequeñas cosas que hacían grandes
las noches y la amistad.
Dicen que lo
vieron volar por última vez cometas en las playas de Acapulco. Otros
que se lo cruzaron en una avenida concurrida de Monterrey, vendiendo
imágenes de la Virgen del Roble.
El caso es
que fruto de mi osada imaginación o rebotando contra la cruda
realidad, soy de los que prefiero dar aire a esas mismas fábulas que
se alimentaban de Beulah; su antigua banda. Para trazar líneas más
gruesas y visibles si se puede, en lo que hace de los recuerdos;
vapores condensados y difusos.
Desde el
júbilo de esas cosas buenas que se hacían esperar en “Emma
Blowgun's Last Stand”. A la melancólica “Wipe Those
Prints and Run” que cerraba su último álbum. Si tuviese que
enumerar diez o veinte discos a los que he recurrido a lo largo de mi
vida, para confirmar su grandeza y empacharme de la misma; uno sería
The Coast is Never Clear. Y entendedme, no me refiero ni a
obras maestras ni a discos ejemplares, sólo a aquellos que tú y yo
sabemos: Obras con sus imperfecciones/virtudes, nacidas para dar eso
que uno les pide y cuando/como lo necesita. Discos en definitiva,
para que dan placer cuando más nos duelen.
Quince años
son ya los que se cumplen de aquel THE COAST IS NEVER CLEAR/2001 con
el que se me aparecieron: Un disco que debería ser de obligada
escucha. Aunque solo sea para volver a meter la cabeza en ese Popfolk
psicodélico que campó por los pliegues del nuevo milenio.
Jóvenes
como éramos a la treintena tempranera, de planes, proyectos y
bocetos. Los noventa habían quedado atrás y con ellos, esa
sensación plomiza de que algo había cambiado. Y fíjate tú, que
han tenido que pasar quince años para certificar la muerte de algo:
un espíritu, el pulso de la espontaneidad o vete tú a a saber qué.
YOKO/2003 ya nos contaba esa sensación de crecer, envejecer y hacer
de la sabiduría una pócima que te marchita. Mirar al horizonte con
la expresión fruncida creyendo que es el sol que te deslumbra, y que
sea en verdad la solemnidad de la perspectiva la que nos ahueca las
entrañas.
Volver a
colgar las coloridas y floreadas cortinas, con las que nos vestimos
en aquellos primeros negros años del nuevo milenio. No tiene mayor
fin, que el de aquel viejo amigo que se cruza en tu camino pasados
los años para tomar unas pintas y reordenar el pasado.
Pues es así
-casi de carambola- cuando recurro a ese disco del 2001 para pintar
la cara a las tristezas. Y descubro con morriña unas tomas en
directo de su gira del 2003 extraídas de su póstumo documental “A
Good Band Is Easy To Kill”. Digamos que esa
sin apenas dudar, es la mejor manera de alcanzar a entender, aislar
el alma de la banda, y servirla en el desayuno. Si claro, eres de
aquellos a los que nunca les acabó de cautivar la plurimultibanda de
San Francisco.
Si al
contrario, caíste con los ojos en blanco y la pechera abierta a los
encantos de Gorkys Zigotic Mynci, Neutral Milk Hotel, Elf Power. E
incluso a deudores de los omnipresentes Big Star. Volverlos a
recuperar como yo, años más tarde, es lo más parecido a abonar y
regar el corazón para que florezca de nuevo.
Ver lo
increíblemente bien que sonaban esas canciones. Escarbar en el
pasado hasta el presente. Y acudir estupefacto al eslabón perdido de
aquella fugaz banda:
Miles
Kurosky (su líder) publicó un último aliento siete años después
de su disolución, y nadie se percató de su grandeza.
Por eso
dicen (y lo creo a pies juntillas), que el tiempo pone a cada uno en
su lugar. El caso de Miles Kurosky no es uno aislado de tantos que
sucedieron en un plano tan secundario como invisible: Cadáveres que
se resucitan con poco arreglo ya, para resarcirlos y reparar el
abandono de uno mismo, y de su legado musical.
Discos que
aparecen como un despertar tardío, desperezándose cuando la fiesta
ya ha acabado, amanece y no ha quedado un alma para recoger el
desconcierto. Que a lo mejor solo sirven para refrescarnos la memoria
resacosa, y a inspirar ese pasaje glorioso de nuestro pasado; no lo
dudo. Pero que queréis que os diga... Vale la pena imaginarse doce
años atrás inmerso en la vorágine, cumpliendo el deseo palpitante
de escuchar por primera y última vez los acordes perpetuos de “Don't
forget to Breath” en directo. Solo por eso, ya compensa sestear
en la nostalgia e indagar por las redes para darse de bruces con
THE DESERT OF SHALLOW EFFECTS_2010. Desnudarlo, y descubrir que allí
está gran parte de la esencia de esta efímera banda.
BEULAH
La banda de
de San Francisco #combo si se quiere, con infinidad de
sensibilidades. Acabó separándose tras YOKO: Un disco
introspectivo, en el que un poco se disolvían los coloridos de sus
impulsivos inicios. Como las acuarelas se corren, entremezclan y
emborronan sobre una lámina satinada.
THE DESERT
OF SHALLOW EFFECTS, pese a lo que muchos piensen de si Beulah debería
haber dado un golpe de efecto, para ser dignos de mención y
recuerdo. Igual es que solo fue una consecuencia prácticamente
arbitraria del cruce entre Miles Kurowsky y Bill Swam. Esas cosas que
pasan de casualidad, y que une a dos geniecillos por incompatibles y
porosas que sean sus personalidades. Para que acabaran proyectándose
como un conjunto de todas sus virtudes, la esencia y en definitiva...
La idea de
aglutinar en un pensamiento entre lo bipolar, surrealista e idealista
de Miles por pura magia; culpa o no de sus desajustes mentales:
Un universo
curioso, tan cerca de la lucidez como de la locura. Capaz de
traducir Pop, Folk, Psicodelía hasta algo de la lisergia de los
60/70 y convertirlo en pura armonía. Entre todo ese batiburrillo él,
y la misma visionaria perfección del caos que tenía Brian Wilson.
Es fácil
que pongamos el reproductor en marcha. Y al escuchar “Notes from
the Polish Underground”, nos vengan de golpe esa vaga idea del
Folk fabulador entre lo de Jethro Tull y los Beatles. O cuando Gorkys
Zigotic rubricaban “Bwyd Time” en el 95.
Y perdonad
mi obsesión enfermiza. Pero entre el Folclore propio de la zona de
origen (Gales, Escocia o California). Y lo que buenamente proyecte en
su ejecución el artista en concreto. Hay un pequeño misterio que va
más allá del rock que me fascina y obsesiona en lo particular.
Es un poco
el contexto cultural que reclama protagonismo en algo tan banal y
libertino como el Rock.
Beulah lo
hacían, y Miles Kuroski lo acabó plasmando en este álbum. Esa
obsesión enfermiza por la que cada crujido, cuerda, viento o
ruidito, cuadrara como en un puzzle caleidoscópico. De echo, The
Desert of Shallow Effect es como un parque de atracciones en el que
cada canción es una excursión: Ni se ajusta a los patrones tal y
como empieza, acaba o discurre, ni todo sucede según lo cabalmente
previsible.
Mantiene la
esencia de su antigua banda, puesto que en el disco como en una
especie de reconciliación familiar, colaboran muchos de los miembros
de Beulah. Se respira y transpira en “An Apple for an Apple”
y “Dead Lenguage Blues” esa felicidad expansiva que
tanto bebía de Beach Boys y el sonido Californiano por antonomasia.
Pero con ellos todo ocurre de algún modo diferente, mantienen esa
especie de libertad salvaje de fanfarria callejera, sin ataduras.
Todo suena por la inspiración divina del momento; o así lo parece.
Es “I
Can't Swim”... y pongamos que ese frescor mentolado del Pop
de los 60. Se pusiera al servicio de alguien que sobre la marcha, es
capaz de vertebrar el crisol de influencias de cada uno de los
músicos; que eran muchas. Y traducirlo en un estilo propio e
inconfundible de mil lenguas muertas y viperinas.
Escuchar
“She Was my Dresden” tan delicada y dulce: oboes,
trombones, tubas, armonios, los slides que se estiran como la melaza
en un caluroso atardecer de Julio. Es lo más. Rugir de placer, igual
que aquella gata que te ronroneaba cuando sesteabas en el camastro de
casa vieja.
Con “West
Memphis Skyline” ocurre lo mismo. Solo que igual que pasara
con “Emma Blowgun's Last Stand”, desemboca en un
festival luminiscente e infeccioso en ese momento que uno lo da todo
ya por perdido y cree que lo han vuelto a dejar en la estacada:
Melodías pluscuamperfectas que se recargolan y encajan al vuelo,
estirándote hacia arriba.
A medio
camino de nuestro bacheado comienzo, “Pink Lips, Black Lungs”
marca el despegue: Violines, trompetas puestas al servicio de un Pop
radiante. Que deja a la altura del betún, tantos experimentos que se
hicieron en el reino unido, deudores de los 60/70 en los revivalistas
dosmiles. Hasta la más desquiciada “The World won't Last the
night”, sabe capturar la esencia del transformismo sin
dejar margen al aliento con esos bongos velociraptors de fondo
panorámico. Una canción que muta conforme avanza, igual que una
muñeca rusa que se abre y cierra desperdigando
Si creíste
en los primeros compases, que el trabajo en cuestión es un
experimento sin rumbo. La segunda mitad es una prueba efervescente
del universo raro y adictivo que lo compone; de largo mi parte
preferida.
Sumergido de
nuevo en campos de trigo altos como el cielo, si es “Housewives
and Their Knives” la encargada de ejercer de refrigerio. Y
rubricar con sus dos últimos cortes; a mi gusto los mejores y más
desencorsetados. “Dog in the Burning Building” me
parece una puta delicia sin pudor que valga. Un tema que recuerda a
esa forma de entender rock&roll, blues y folk para traducirlo en
un lenguaje puramente teatral que tenían Violent Fenmes o Madness,
por ejemplo.
The Desert
of Shallow Effect en definitiva, es un disco que merece la pena
escucharlo sin ataduras pero a conciencia. Que hace grande la ya de
por si creativa y hermosa como fugaz trayectoria de BEULAH. Una banda
breve como aquellas cosas que suceden intensamente, reduciendo el
tiempo en un momento.
Ese reducido
set en directo que congregó a los pocos fieles que los seguían en
su gira de 2003, titulado A GOOD BAND IS EASY TO KILL. Y que hace
referencia a una de las canciones de la banda, y al juego de palabras
para con la escritora Flannery O'Connor. Es como podéis imaginar, el
culpable de este texto, el gratificante encuentro con el amigo
recuerdo y su maldita manía por remontar para que todo coja aire. Y
sobretodo, lo que hace que este disco brote como un último y agónico
estertor. Simplemente para escucharlo, disfrutar de la excursión y
la idea de ver a la banda en directo; a 13 años de su separación.
Aunque solo
sea con esta entretenida selección de las tomas en directo, que
gustosamente han subido los usuarios a Youtube. Y que he compilado en
esta emocional playlist.
BEULAH en
acción, con un sonido maravilloso y una ejecución para el recuerdo.
SALUT!!
Reparto:
Thomas Mann, Olivia Cooke, R J Cyler, Nick Offerman, Connie Britton,
Molly Shannon, Jon Bernthal, Katherine C. Hugues, Matt Benett....
Que
enero/febrero más difícil amigos!! Ya sabéis lo típico que es del
sufrido juntaletras: trasladaros sus penurias y buscar mil motivos
para justificar la semana larga sin ducharse, la barba enredada y la
dejadez más absoluta. Ese cumplir con no sabes quien, con el vacío
y el remordimiento de conciencia por no publicar (cuando en teoría
toca). Un asco vamos.
La otra
opción claro, está en refirmase con eso de: publico cuando me
sale de los entrecejos; que esto es mu trascendental e íntimo!!
La cosa es
que después de andar vagando como el que sale a comprar y pierde la
lista de la compra. Sí, la lista, e incluso la intención de hacerlo
verdaderamente. O simplemente que la verdadera razón para salir es
que a uno le de el aire sin destino alguno, y no parecer que es un
atracador esquizofrénico a ojos de la gente.
Por fin he
encontrado ese momento de esbarjo e introspección para
repanchingarme en el sofá y ver cine; que ya tocaba. Esos Domingos
en los que se suele/intenta aprovechar minuto a minuto el último
suspiro del finde: madrugar e ir al gym... no, mejor!! dormir y
montarse un vermuth del copón al sol... ay!! bueno... hacer la
comida tarde porque sí, y acabar viendo una peli mientras se pone el
sol y nos dejamos ir. En fin, supongo cual es la opción final, la
previsible, la cantada y la que hasta tu mismo sabías: Ver una
película con el pijama de la mañana, la llave echada de anoche y
llorar como un magdaleno en pos de los mortificadores Lunes, mientras
la lluvia disuelve cualquier atisbo brillantez.
Eso sí,
siempre te quedará ese fragante recuerdo si la elección ha sido
buena; en este caso así lo ha sido.
Se agradece
acertar con el cine, teniendo en cuenta la cantidad de placebos que
corren por la cartelera. Pero la vida es así: como una pista
americana o una gymkana en la que cada cual debe buscar su “qué”.
No esperéis a que os lo pongan en la bandeja del escritorio peladito
y troceado. Nuestro sino y de alguna manera, la gracia de vivir, es
buscarse cada uno su propia decoración existencial. Esa especie de
planetario muy muy personal que casi nadie entiende, y que cuelga del
techo de tu habitación como una pequeña galaxia en movimiento;
queda chulo ¿verdad?
Alfonso-Gómez
Rejón -un director novel venido de las series televisivas y algún
pequeño escarceo en el cine- ha tenido el gran acierto de vestir una
típica tragicomedia adolescente alternativa, como una historia
preciosa e imaginativa.
Y no importa
que de por medio tengamos una enfermedad terminal; con lo que suele
condicionarme eso a la hora de inclinarme por una peli. No me
malinterpretéis, no son prejuicios o desconfianza por esas fórmulas
fáciles a la hora de salpimentar una tragicomedia romántica: Amor a
raudales, relaciones difíciles y la muerte ahí, siempre
omnipresente. Pero que queréis que os diga, me condiciona y me
vuelve asquerosamente exigente y poco condescendiente; viejo que se
hace uno.
Greg es el
protagonista de esta historia: Un adolescente de instituto taciturno
y pudorosamente rebelde, que se ve empujado por su madre a entablar
amistad con Raquel. Una compañera de clase ignorada por ese desdén
que los bichos raros con los que tanto nos identificamos, tenemos por
la gente teóricamente “normal”.
De esta
especie de relación entre lo compasivo, moral y cortés, nace algo
que normalmente suele estar por encima de clichés, y esos prejuicios
que nos hacen medir nuestras relaciones; LA AMISTAD. Sí amigos, ese
ente inmaterial que da al traste con toda esa serie de tonterías que
tenemos los seres humanos cuando nos queremos rodear de lo que nos
conviene: ni el amor, ni los ideales, ni esa imagen que nos hacemos
de los demás... La AMISTAD por encima de todo.
Y lo cierto
es que en los primeros compases. El cinismo del protagonista y toda
esa serie de clichés, nos puede hacer pensar que estamos ante esa
típica película premiada en Sundance. Que hace que lo alternativo
sulfure, por ese tópico narrativo casi siempre adolescente en lo
que concierne a la vida, las relaciones y la realidad algo convexa de
los sucesos. Solo que Alfonso Gómez-Rejón esta vez, sí sabe
exponer los defectos y corregirlos con una aplastante realidad teñida
de magia.
Su manera de
estructurar una historia adolescente bastante voluble de antemano. Y
como moldea a lo largo del metraje, la sibilina metamorfosis que
cambian al protagonista, al amigo y a la compañera. Nos acaban
regalando un final bello con moraleja incluida, no falto de cierta
épica y emotividad lacrimógena.
Resulta que
la enfermedad no es la que acaba condicionando el guión; algo que se
agradece. Ni siquiera el desenlace más o menos previsible tiene
cierta relevancia. Tampoco esa manera cómica y frívola de definir a
los personajes, o la ligereza con la que se cuenta la historia.
Lo
verdaderamente plausible de esta película, es como se plantean una
serie de realidades a menudo crueles y terribles. Y que es lo que
queda en la superficie al final; satisfacción. Ese acierto del que
hablaba al principio y que al final define una película sea cual sea
el género: Saber dar equilibrio, divertimento y credibilidad, y
conseguir que lo trágico, lo cómico y los que se ven involucrados
en esta puesta en escena, queden salomónicamente al mismo nivel de
brillantez interpretativa.
Más aun
cuando se exponen términos tan complejos como la amistad, el amor y
el drama. Y el resultado son sonrisas y lágrimas, sin tropezar con
los errores típicos de estas películas. Lp dicho, una sobremesa de
domingo confortable de buen cine, sencillo y emotivo.
Decía
Morrissey en “The Last of the Famous Internacional Playboys” así:
I never
wanted to kill
i am not
naturally evil
such
things I do
just to
make myself
more
attractive to you
have I
failed
Algo como:
Nunca quise matar; realmente no soy mala persona. Lo que hago tan
solo es para mostrarme más atractivo ante ti.
Me parece
desde tiempo, una de las mejores estrofas de su carrera en solitario.
Un especie de inflexión vocal por la cual nos expone la violencia y
el amor, como el reverso de la misma moneda. Una visión algo poética
sobre el crimen despiadado y la violencia reinante de los 50/60; no
mucha más que la que se vivía en la sociedad misma, de esos años.
Y que ejerce un hipnotismo sobre la visión en la distancia del
espectador, posesivo, morboso y excitante.
KRAY TWINS & MOTHER
Dos aspectos
aparentemente opuestos, pero estrechamente ligados desde tiempos
inmemoriales que se cogen de la mano aun a regañadientes. Y que
desde luego, alcanza su grado más expresivo en la tarantinesca
segunda temporada de esta fascinante serie.
Una precuela
de su primera sesión, donde Noah Hawley nos vuelve a poner sobre la
pista de la magna obra de los Hnos. Coen. Quienes supieron como
nadie, concentrar ese visión protagonista del paria, como digno
merecedor de una oda: Atontaos, inocentes lugareños, la inocencia
como máxime, ingenuos y soñadores, brutos y salvajes, matones de
barrio, tiranos paternales, buenas personas vestidas de heroicos
justicieros, deformados, tullidos y el Sr. Murphy haciendo de su
ley, la espada de Democles.
Sería muy
simplista decir que la serie en cuestión; producida por los mismos
Coen. Es un acto de pura egolatría, o un homenaje a ese universo
personal que se concentra prácticamente en su filmografía del 1985
al 2000; la más imaginaria y talentosa. Pero no, la oscarizada
película llevada a la pantalla chica, tiene mucho más que eso: Una
sucesión de guiños a esa filosofía, donde el amor fraternal hace
de la cruel y violenta vida algo entrañable.
Pasar por el
filtro televisivo uno de mis iconos cinéfilos más potentes, de
entrada con rechazo y desconfianza absoluta, fue revelador. Pero
tener un sobrino con el comparto fobias y filias tiene estas cosas:
que a uno lo tienten con el caramelo, y la acabe viendo.
De la
primera temporada, debo admitir que su nueva puesta en escena: Aparte
de esos dichosos guiños donde se calcan algunos momentos memorables
del film y una recreación casi exacta de los echos. Claro está,
incidiendo en el entorno, los personajes y la rocambolesca situación
desde un prisma y enfoque distinto; más retorcido si cabe. No
encontramos, con una insólita visión en modo historia bastante rica
en matices e incluso en aspectos que se habían pasado por alto en la
película.
Digamos que
se ha ahondado más en el concepto de hacer un thriller intenso,
bizarro y paradigma del absurdo, sin que por ello parezca una
comedia; que sería lo fácil. Fargo puede parecer una mofa sobre lo
rural, apartado o ingenuo. Pero es un canto increíble a la sencillez
que nos ocupa el día a día, las casulidades e impredicible de la
raza humana: no hay épicas ni el glamour de Chicago. Hay un zoom
dilapidador sobre conciencia humana, la angustia, y como lo bueno y
lo malo se encuentran en el camino sin apenas discernir.
Billy Bob
Thorton puede despertar simpatías y cariño; pero es un hijoputa
despiadado. Marin Freeman empatía y algo de piedad, pero acaba
siendo un cabroncete vanidoso. Y Allison Tollman la perfecta Frances
McDormand con corazón de muffin, tierno y mullido.
Dicho esto y
teniendo en cuenta lo bien llevado que está el guión. Ni que pensar
tiene, lo que llegaría a dar de si la idea original, en desarrollo
e imaginativa recomposición de los echos. Alguno se preguntará -
¿era necesario hacer una segunda temporada?- vamos, que era una
simple película.
Puesssssí!!
no solo necesaria, obligatoria, medicinal y agitadora sin más. O
sea, que al margen de cualquier pega que uno le pueda poner. La
segunda temporada de Fargo es puro entretenimiento, con un plus de
muy buena dirección, narrativa y fotografía. Todo un lujo para
exprimir la alta definición de la tele.
Verdad es
que el trazado de la historia y el guión flaquea en lo que respecta
a la original, o la primera temporada: con mucha más sustancia -no
lo iba a ser, tratándose de una reconstrucción- pero lo suple con
una , magistral estética visual, paisajística, y malrollismo.
Focalizada sobretodo en los personajes y en el entorno.
Patrick
Wilson, Kirsten Dust, Ted Danson, Jean Smart, Jesse Plemons, o
Jeffrey Donovan se prestan a ello. Y recostados sobre un fondo
musical de lujo: El “Oh Well” de Fletwood Mac;
pedigrí. Y no solo eso: Alix Dobkin, Bobby Womack y su
increíble cover del California Dreamin', Jeannie C. Riley,
Black Sabbath, Cymande, Heinz Jahr, White Denim, Jethro Tull, José
Feliciano, The Dramatics, Devo, Wayne Chance, Yamasuki, Fats
Domino... y un montón más. Ya no solo por la selección de
dichos temas, sino por la importancia que le dan a cada escena.
Un viaje al
pasado que nos vuelve a situar en la encrucijada de Kansas, Missouri
y Oklahoma. Violencia que se ejecuta y sucede con un fondo de paz
idílica que sacude desde dentro. Noah Hawley recalca
inteligentemente esta pequeña obsesión que perseguía a los
hermanos Coen desde sangre fácil: La violencia no solo como un echo
tangible, sino como estado latente que rompe resquebrajando esa
dualidad entre lo fiero y tierno.
Como un
cuadro colgado en el lecho del salón. El mundo parece devorase igual
que Saturno lo hacía con su hijo, mientras los dramas ajenos se
descomponen en un degradado atardecer. La visión de unos echos que
rozan lo estrambótico y salvaje, contrastan con una cotidianidad de
absoluta normalidad. Es como un retrato en realidad, de nuestros
días: el caos y las penurias anónimas de los espectadores
indefensos.
La trama
esta vez de Fargo, nos muestra el poder patriarcal de una familia
podrida y su lucha de poderes. Tras el inesperado ictus que afecta al
cabeza de familia, y un triple asesinato que conmueve a un pequeño pueblo de Missouri. Desde un punto de vista, eso sí, indolente y
derrotado. Espontáneos que aparecen escena con cierta altivez,
exigiendo cetro y aplausos. Perdedores también, que buscan su plano
entre una jauría y la condición humana como eje transversal.
Sí,
en el fondo lo que los hermanos Coen han hecho durante toda su
carrera, es escarbar en la condición vanidosa, cruel, egoísta y
contrapuesta entre lo bueno y lo malo, del género humano. Y amigos,
ahí en realidad y al margen de géneros, hay mucho donde prospectar.
Todo parece
suceder en escenarios paralelos, pero con un vínculo poderoso. Y la
velocidad con la que desarrollan los echos que aturde a instantes al
espectador, tiene eso que se le exige a una serie televisiva: pura
adicción por ver hacia donde nos conducen los protagonistas, sin
pensar siquiera las consecuencias.
De echo,
aunque la serie negra de fondo nevado hasta los tuétanos. Tiene tanto de humor negro, como de aquel cine en blanco y negro que nos crió en los 80 con los ciclos de la segunda.
Desconcertante
por el giro que toman las circunstancias. Suicida cuando todo parece
conducir al acabóse, y de repente la nada.
La
desolación en modo remanso de paz. La ternura expansiva como el
suspiro largo después del relámpago. Y la paz interior que nos
explota, se quiera ver como se quiera: Desde el placer del lecho
familiar que todo lo puede. Desde el amor todopoderoso, o simplemente
o independientemente de que sean los buenos, los que ganen ... y fueron felices y
comieron perdices.
Se pueden
ver del derecho o del revés, pues aun teniendo las dos un vínculo
hereditario, no dejan de ser dos historias paralelas. Ahora bien, yo
recomendaría verlas por orden; vale la pena. Y si eres de aquellos
que sufriste los escalofrío al ver tu sancta sanctorum del cine con
mayúsculas, mancillado por tragabolas televisivo. No me seas
pejiguera y por una vez en la vida déjate hacer. Que no se diga que
en el sexo o el amor, nunca fuiste lo suficientemente sumiso.