Me gusta el
mes de Abril, así, por la sin razón del capricho berrinchero
#con pataleta incluida y todo. Que a lo mismo es por ser el mes de mi
nacimiento; puede... no digo que no.
Hecho
cuentas, y el de mis padres, debió ser un polvo de sudor, patinaje
y calima de Julio: Procrear por matar el tiempo, o morir en el
intento y de calor. Me cuadran los meses y hasta el día ( 4 del 4),
como el Moon Cresta en cada cambio de pantalla.
Y aunque el
tiempo se empeñase aquel lunes de Abril en dar por echo lo de:
lluvias mil. Tanto de rogar como el artistazgo. La lluvia,
cayó sobre nuestras cabezas como rocío vespertino.
No se si por
calor incandescente que a cada uno nos profirió JD. O por frotación,
cual zánganos en celo. Pero la lluvia se tornó en vapor, y el vapor
en una especie de aura fantasmal por arte y gracia del Rock&roll.
Algo, que aprovecho a puntualizar: nos deberíamos infligir por lo
menos una vez al mes; con o sin prescripción médica.
Nos mojamos
por dentro a la par que por fuera. Con esa ofrenda de trago corto;
como las bulas a peseta del Santo Padre: Que el pecado expire por
más que uno peque. Y que sea la birra, la que nos limpie el alma
pese a perdernos al artista invitado.
El Bar
Vermuth hizo de ermita. Tanto si la nueva entrada de la Sala Bikini
se ha fusionado con un centro comercial. Como si los más viejos y
fartuscos del lugar, todavía la ubicáramos en el Carrer Deu i Mata.
El método y
el rigor dan un poco lo mismo, cuando son los eventos de chupa' cuero
y tronío, los que te devuelven a los principios de un poco todo.
Teddys, Rockers, mucha cera y formas bien perfiladas para la ocasión.
Mucho ambiente de los de antes del progreso, y esas ganas que
cimbrean al respetable cuando este menudo de Oklahoma es el que se
sube al escenario con su troupe.
JD MCPHERSON
puede haber firmado un segundo disco tan adecentado, que algunos
andamos cazando moscas en busca de esa alma rústica del Sing and
Singnifiers de 2012. Pero la mayoría sabemos, que pese a cualquier
reproche. Sobre el escenario, todo vuelve al mismo punto de partida:
Rock&roll a raudales, su omnipresente swim, y el espíritu de
Jackie Wilson vestido de R&B en cada tono vocal.
Ha llegado a
ese punto el que ha hecho del sinfín de referencias del que se
nutre, un estilo tan propio como fresco. Y eso, seguramente, cuando
se echa mano de referentes tan sacrosantos como Fats Domino, Little
Richard, Willie Nelson o Nick Lowe, es de un mérito incalculable.
Pasados los días, ha conseguido renacer mi fe en su último disco.
Tanto, que me compré a la salida su vinilo (aunque he de admito que
fue por un error sonámbulo). Y ahora fijaos, estoy convencido que
con el paso del tiempo está predestinado a ser otro grande; como lo
fue su debut.
Todo eso se
debe principalmente a la personalidad expansiva y pasional que
despliega cuando se sube sobre un escenario. Comunicador musical sin
complejos ni poses, que funciona como una locomotora con la
maquinaria que lo respalda, bien engrasada. Desde el onduloso
contrabajo de Jimmy Sutton derrochando estilo, ese oriental #creo,
agazapado tras los teclados que repica como un picapedrero con su
escoplo, un bataca ejerciendo de resorte incansable, y esa especie de
Gigolo Joe que tanto le da al saxo como a la guitarra, con idénticos
resultados: Pura magia incandescente como la de un yedái armado con
una fender por espada láser.
Esa nueva
entrada que ha dispuesto esta nueva sala Bikini así lo recrea.
Cualquiera diría que uno está descendiendo a la Estrella de la
Muerte oigan. Cuando justo al entrar, suena de música ambiental el
This Charming Man de The Smiths y el Sound & Vision de Bowie;
¿no es para gemir?
Y la sala al
unísono, empieza a supurar esas esporas casi invisibles que anuncian
una noche grande.
Lo era.
Tanto que hasta me encontré con un socio laboral de Girona; de los
pocos con los que puedo de hablar de música en el trabajo, y me
entiendo y todo. Era esa compañía que así lo exige, cuando son dos
pioneros de los que te abren sendas los que te acompañan
(Xavi&Nuri), los que también se suman. Como la mayoría que se
desplazó un Lunes tempestuoso hasta el otro extremo de la ciudad
condal, para reforzar los cimientos del pasado, con inmortal
Rock&roll. Así que con semejante conjunto alineaciones
astrológicas ¿que podía salir mal?; nada amigos. Probablemente
porque son las ganas de certificar algo, que con total certeza va a
saciar lo mismo que ese plato de garbanzos y su vino después de una
larga dieta: hambre y excelencia son la madre de la ciencia.
La entrada
triunfal con “Bossy” y esas guitarras tintineantes como
las de los renos de Santa, nos pusieron en marcha por puro
automatismo. Y aunque el contrabajo sonó de principios un poco
flojo, rápidamente fue subsanado con “Crazy Horse”: esa
gema de R&B que se alumbra en Mr. Peabody.
“North
Side Gal” - ese primer single del 2010- haría el resto;
tremenda!! puro swim!! Imposible parar los pies y no pedir a gritos
abrir un corro para bailar entre tanta concurrencia. La iniciativa
fue inviable. Pero apoyados en la barra del extremo derecho de la
sala (ese rincón fraternal), las caderas y los pies hicieron su
propia guerra; con el espacio y la multitud.
Todos se
querían comer las primeras filas y era lógico. La música corría
por el borde del escenario, como el des_borde del Missisipi del 27
anegando la sala. Vendrían como mareas y pleamares de R&B “I
"Can't Complain” y “Fire Bug”. Cosiendo su primer
trabajo terroso y espinado con “Precious” del último: Uno
de los tantos que se apuntó, quizás porque nadie en su sano juicio
creería caer rendido en esa parte de Blues arenoso y Doo Wop. Luego “Shy Boy”
y más sensualidad a raudales; algunos ya nos cogíamos las manos. El
“Abigail Blue” de Bo Diddley teñiría la sala de los
momentos más añiles y auténticos: Un digno homenaje que
completaría con el “Rome” del omnipresente Nick Lowe.
Mirando
siempre de reojo, por mucho que algunos quisiéramos sentir esas
mismas vibraciones pasajeras en su último trabajo. Se ha de estar
ahí, porque la música, si bien es cierto que la queremos envasada
igual que en vivo, todos sabemos que nos así; por suerte.
Sobre las
tablas única e inigualable, cruje, se contorsiona y se transforma en
pura química natural.
Que sí, que
gustándote o no los temas, otra cosa es sentir el latigazo steel de
Doug Corcoran cuando suena “It Shock me Up” y el redoble
diabólico final de Jason Smay; nooo señor!!.
Momentos
innombrables los que se vivieron de nuevo con “You Must Have Met
Little Caroline”; seda bajo el chasquear de los dedos y la
pianola. Raynier Jacob Jacildo es la hostia consagrada, así de
rotundo. Sin esa trinchera de madera desde donde marca la gota malaya
con sus diez dedos (tengo mis dudas...), nada sería igual.
Volvió a
subir el pulso “Mother Lies”; un tema que a mi como ni fu
ni fa (no todo iba a ser gloria). Es cierto que esas ocasiones menos
arrolladoras, el saxo de Corcoran siempre acude en su ayuda (si fuera
una sección de metales ya sería la bomba). Y para que luego digan,
tendría que ser en los instantes en los que se instauró de nuevo el
Doo Wop gratinado de “Bridgebuilder”, cuando uno acaba
reconociendo la grandeza de JD McPherson. Sí, cuando esos cortes que
pasaron con más pena que gloria por tu reproductor, acaban cotizando
al alza, porque suenan bestiales en directo. Luego los vuelves a
escuchar en casa, y es así: todo se vuelve a rememorar sin llegar
jamas a igualar. Pero queda esas especie de pavor sensorial que
recompone las escenas por pura motivación personal.
Como si no,
“Head Over Heels” acabaría siendo junto a “Let the
Good Times Roll”, dos de los momentos más álgidos de la
noche.
Dos temas
que en su día me parecieron tan ramplones como vulgares. Se acaban
metiendo en tu subconsciente. Y son esa banda sonora que aparece en
cada acto, rutina y mecanismo de tu día a día, durante toda la
semana que le sigue.
Ese bajo
eléctrico que rebotaba contra las paredes, tus sienes, y se
convertía en un latido. Let the good Times Roll; me dejó alucinado
amigos. La versión final de “Wolf Teeth” -tema insignia
de su primer disco- me pareció en cambio excelsa. Que queréis que
os diga, que no es por tocar las pantecontepantes; porque allí el
público más feliz que una perdiz ya andaba despelotado y haciendo
el pino puente.
No, nadie
creo que se quejara. Pero me sobraron los primeros 5 minutos; que
creo que llegó mínimo a los 8 o 13. La canción no los necesita. Es
tan arrolladora que brilla por esa misma brutalidad primitiva; sin
adornos ni abalorios que valgan, o esa especie de intro/canción
unplugged paralela.
La verdad es
que hubiera preferido en ese tiempo, un par de canciones más. De
echo, diría que sonó además de entre dos o tres extras más,
“Scratching Circles”. Eso, o era Jackie Wilson que se coló
como un espíritu negro, poseyendo a más de uno y a JD en concreto.
Lo dicho, JD
MCPHERSON en directo y feliz, esta muy muy por encima de cualquier
pega que uno quiera sacarle a sus discos; posiblemente porque es
animal de directo. Igualico que Chuck Prophet, otra bestia parda de
los escenarios y espacios reducidos. Puro sangrín musical!!
Y me vuelvo
a subrayar:
No se si
por calor incandescente que a cada uno nos profirió JD. O por
frotación, cual zánganos en celo. Pero la lluvia se tornó en
vapor, y el vapor en una especie de aura fantasmal por arte y gracia
del Rock&roll.
Sí, caía
con intensidad dispuesta a acabar de mandar al carajo algún tocado,
abrillantado o a confundirse con el sudor. Pero daba ya un poco lo
mismo. La noche se hizo un poco nuestra secretamente y bajo tierra,
como se debe conspirar en los trasteros de la ciudad.