Igor se despertó
desvelado a las 3 de la madrugada.
Dio 4
vueltas ¼ en la cama. Se colocó del derecho y del revés.
Mirando a la profunda oscuridad del techo y por fin boca abajo, hasta
que el mismo vapor de sus exhalaciones lo sofocó lo suficiente para
medio asfixiarse.
Abrió por
fin los ojos, y miró los desenfocados dígitos del radio despertador
hasta confirmar las 03:15... y 16, y 17,
18... Así en perpetuo goteo como la profunda respiración de
su vecino: 3 2 1, pausa, 3 2 1, pausa... Los jadeos de
su vecina, la puta, al llegar a la guarida del ogro tras una noche
correcta, y la posterior discusión de cada “puta” noche.
Sucesión de
actos que como siempre, se repetían en perpetuo y mecánico compás.
Y los volvía a cerrar. Se tocaba. Y con esa sensación cálida y
blanda entre sus manos, se volvía a dormir. Contando las campanadas
de la iglesia en puntas, cuartos, medias, y otra vez. Tenía esos
mismos sonidos noctámbulos contados, ordenados y relacionados igual
que los de una factoría encapsulada en los mecanismos de un reloj de
pared con su péndulo. Y él, aquel taquígrafo con las mismas
pulsaciones que su taquicárdico corazón: Pom pom, pom pom
El relinche
desbocado del despertador tocaba Daiana a la 5
clavadas; ni uno mas, ni uno menos. Oía en su reloj interno como
salido de la nada un aullido de gloria. Y con el abrir de los
párpados súbito, se daba los 10 minutos de rigor a modo de
recompensa que le hacían sentir por un instante el puto amo. Para
estirazarse hasta que las vértebras le chascaban como monederos de
pellizco, levantándolo al alba igual que los matarifes.
Era ese caos
tan suyo y personal en el que se sumía fregona y paño en mano,
cuando hordas de hormigitas se apelotonaban en la sala de
convenciones. Las que le obligaban a enumerar y contar.
Esa ducha de
agua bien caliente cual terma romana, hasta que le quedaba el pecho
de un vermellón radiante como el de un petirojo. Contar los
bostezos, las cucharadas de azúcar y los gramos de café en vena.
Las pocas cosas lógicas con las que contaba para no ser arrastrado
por el remolino del sumidero.
Ves
Juan? Siempre entra ella a la misma hora, siempre por las escaleras
y con el mismo esbozo de asentimiento y casi, casi sonrisa. Pero
nunca lo acaba de hacer, en realidad no sonríe. Te esperanza, pero
no, casi!!
Así, cada
día. Contaba los días con melodías silbadas. Distraído y
disimulando un hipotético encontronazo con el que masticar el
perfume natural de su piel. Entraba siempre a esas mismas 7, y
ya hasta las 5 de la tarde salvo alguna contada excepción con
el sol puesto de ocres violáceos.
Desde
entonces ponía cada una de las canciones que le emocionaban, junto a
las que se imaginaba, en un arrebato de dejar constancia del momento
sempiterno. Nos mueven, manejan y dan sentido a la vida nuestros
números en un orden de prioridades, de espacio/tiempo, de vida e
incluso de edad para tal o cual locura. Nos limitan y nos contraen
los días cuando dejamos pendiente aquella obligación y si me
apuran, la cuota de efectividad en nuestros quehaceres y
obligaciones, o el orden de nuestras preferencias. Lo enumeramos
todo: La cantidad de amigos -la de mejores, peores e incluso los
archienemigos- la compra en retahila, las cuentas de fin de mes, y la
cantidad de hijos de puta que nos quieren aguar la fiesta.
Pero esa
matemática que tan enredada en nuestras fibras musculares, células
y sustancias grisaceas... Solo son eso al fin al cabo, números.
Igual que esas 365 estacas que nos cercan el año que se va, y
otro que esta por venir.
01_JONATAHAN RICHMAN_Wait! wait! 02_CHRIS FORSYTH & KOEN HOLTKAMP_Long beach idyll 03_RODRIGO LEAO & SCOTT MATTHEW_Unnatural disaster 04_CASS MCCOMBS_Low flyin' bird 05_DAMIEN JURADO & RICHARD SWIFT_Radioactivity 06_TEENAGE FANCLUB_The first sight 07_EXONVALDES_Horizon 08_UNIVERS_Mecànica moderna 09_COSMONAUTS_Be-bop-a-loser 10_ROOSEVELT_Fever 11_CÓMO VIVIR EN EL CAMPO_Solo es para ti 12_THE MONKEES_Young bring the summer 13_TERRY MALTS_Playtime 14_FLOWERS_Russian roll 15_FUTURE UNLIMITED_Come back 16_THE TEMPER TRAP_Alive 17_TROUBLE IN THE WIND_The good stuff 18_EZRA FURMAN_Teddy i'm ready 19_THE MONOCHROME SET_Put it on the altar 20_DINOSAUR JR_I walk for miles 21_LVL UP_Five men on the ridge 22_SCOTT & CHARLENE'S WEDDING_End of the story 23_HISS GOLDEN MESSENGER_Like a mirrir loves a hammer 24_CHOOK RACE_At your door 25_LITHICS_Shees 26_THE WYTCHES_Can't face it 27_WOODS_Hollow home 28_THE CORAL_Distance inbetween 29_KESTRELS_No alternative 30_HOLA A TODO EL MUNDO_Goodbye 31_NEW TODAY_Butterflies 32_THE HOLIDAY CROWD_Of all places 33_THE KILLS_Hum for your buzz 34_THE NEW RAEMON_MCENROE_Gracia 35_SPAIN_For you 36_THEE OH SEES_Crawl out from the fall out
Debía estar
escrito en los pergaminos de Melquiades, que New Raemon y McEnroe
acabarían cruzando sus caminos. Viendo el resultado de la unión y
la fuerza con la que pusieron en escena hace dos semanas, Lluvia y
Trueno/2016.
Un trabajo
llevado a cabo con la distancia que separa Cabrils de Noviales
(Soria), donde se recluyó Ricardo Lezón con sus 28 habitantes y los
ciervos, los omnipresentes Ciervos.
Un disco
cooperativista del que tuve noticias a raíz de una entrevista en
Radio 3. Esa emisora otrora agitadora de aquellos que queríamos
escuchar música verdadera, y sus contiguas microhistorias.
Lo que se
dice cultura musical, y que ahora tanto cuesta de escarbar en la
especie radio fórmula en la que se ha ido convirtiendo.
Por suerte,
de tanto en tarde hay todavía inquietudes que abrillantar. Pocas,
eso sí, pero las hay #no esta todo perdido.
Lo curioso
es que ni he seguido a McEnroe, ni a New Raemon intensamente. Y
precisamente en las minucias es donde acaba uno encontrando el
interés en esos pequeños destellos de diferenciada personalidad.
Lluvia y
Trueno nace de una amistad y paralelismo en la distancia, pero tiene
tanto o más corazón y mensaje, que algunos discos que han parido
artistas con extensa vida conyugal. Los textos y músicas de ambos se
enredan igual que el propio adn de un solo ente. Y claro, cuando esa
comunicación fluye, suelen nacer cosas preciosas; como ese niño que
adquiere los mejores atributos del padre y la madre por feos que
sean; que no es el caso. Son más majos ellos...
Sobre el
escenario además, todo se magnifica o crece dicho. Porque pese a
los pocos ensayos, el nerviosismo patente fruto de la emoción de ese
naciente amor, y el no presuponer la masiva respuesta del público...
Al final resultó una sala 2 de Zeleste -para mi siempre será eso,
Zeleste- Dando un lleno casi total a la sala mediana de Razzmatazz;
que celebra aniversario.
Después de
escuchar todo el álbum al completo, más alguna sorpresa, para
rellenar la hora y media aproximada (Campos Magnéticos,
Rugieron las flores,o La Palma y lo Bello y lo
Bestia). La sensación es de que ese puñado de canciones al
50%, son solo la semilla o el boceto de algo que da para mucho más.
Canciones
que congregaron hasta 8 músicos sobre el escenario: Los dos
anfitriones como es normal, y la banda que suele acompañar a The New
Raemon; con mención especial al percusionista y vibráfonista Marc
Clos, que pintó de color cada una de las canciones. Y que levantaron
el vuelo como el Albatros dispuesto a surcar:
Inmensas en
sonoridad, emocionales en sincronía metronómica sobre el escenario,
y tan orgánicas como lo puede ser una relación translúcida en el
momento de compartir y llevar a cabo el amor #en lo que se cree.
Esa “Lluvia
y Truenos” con la que arrancó a lomos de esa nebulosa
saltarina y tintineante de Marc, nos sumió de golpe en una especie
de bruma especial. Un Viernes que merecía mecerse al son de tan
escueta premisa: Los amantes a oscuras y entre árboles que hace de
sus tan solo dos minutos y escasos, un medio beso de terciopelo.
Pudiera haberse prolongado hasta la eternidad, da igual, aunque sus
versos se repitieran al infinito. Remontaron “Montañas”
con apariencia de himno a la debilidad, a la discreción de la que
hace tanta gala el tímido Ricardo Lezón. Y a la exultante felicidad
de Ramón, que no se cansaba de agradecer la presencia de tanta
fidelidad. Los “Barcos” dieron con nuestros
corazones a la zozobra: una de las canciones más íntimas y
delicadas, y que apuntilló la grandeza de esta colaboración.
La
importancia poética de Ricardo es primordial. Porque de alguna
forma, ha empujado a Ramón a componer de otra manera bien distinta;
más sincera, desnuda y verdadera.
Hay química,
y ésta, está a raudales. Las canciones crecen y es normal que lo
hicieran el Sevillano Raúl Pérez tan solo los ha puesto en el buen
camino. Hubo momentos incluso que en su vaivén, en la ambivalencia
del caminar de las canciones, y esa manera de captar las imágenes
que te generan su evocadora interpretación, me vinieron a la mente
Migala:
Una de esas
primeras bandas que elevaron a cotas inverosímiles, la
interpretación en directo con detallistas texturas. Y que ahora,
quince años después, ya no sorprende el índice de calidad que
tiene el Pop nacional. Ya nos tocaba apuntar alto Santo Tomás!!
Sobresalieron
“Malasombra”, “Cuadratura del Círculo”,
igual porque son esa cara misteriosa y oscura que más me gusta de
Ramón, o cuando se le une a las voces Ricardo tembloroso. Firmeza y
fragilidad que se enredan como una sola, dando con “Gracia”.
Esa canción que irremediablemente nos transporta a nuestra juventud.
O por lo menos a esos instantes de corazón en un puñado, tripas
anudadas y erizados confortables que nos da el amor, casi siempre
recordado en pasado y no en presente. “Fantasias Heróicas”
que nos hicieron estrellas por un momento sexagesimal ínfimo, pero
casi eterno.
Las
fantasías tienen eso de verdadero que cada uno queramos darle,
cuando el placer de volar que tienen las canciones nos elevan. O por
lo menos el saber plasmar en un texto, cantarlo y revestirlo con
sonidos, aquello que hace de la emoción del autor un flechazo de
reciprocidad con el oyente. O cómo pudimos ver también aquella
noche de Viernes, a “Los Ciervos”. Porque los vimos
y hasta el olor a musgo y mañana nos invadió la pituitaria.
Igual que
Ricardo salimos en su búsqueda con la total certeza de que
deseábamos los imposible. Puede que hasta lo prohibido. Pero seguros
en nuestro deseo de fundirnos con ellos.
Bueno. Pues
esa noche de Viernes, fue casi lo mismo.
Uno de esos
otoñales domingos que amanecen silenciosos y que a toda costa
queremos estirar. Igual que aquellos chicles boomer que enredábamos
entre nuestros dedos como los rizos de nuestras novias, y que
guardabas en la nevera esperando que recobrasen su primer sabor a
fresa ácida.
Creo en los
domingos acolchados como la felpa. En ese batiburrillo a churros y
diario perfumado en tinta fresca con cercos de café con leche. En
ese querer detener el minutero y maniatarlo justo en las 12, para
postergar el vermuth. Y definitivamente en solo querer hacer cosas
desde el sofá y con nuestro mando a modo espada láser jedai.
Ver un
concierto en tal día se antoja heróico, pero tiene su qué de
revertir el engranaje de las rutinas como los palos en los radios de
la bici. Sobretodo cuando se lleva toda la semana entre el “me
quiere no me quiere”, y al final de forma salomónica te dejas
llevar por el instinto animal.
Eran PIXIES
y esa nueva reflotación en busca del cetro medio escacharrado:
Masajear con condescendencia nuestra nostalgia por los noventa. O
guiarnos por ese olfato canino hacia los moribundos cánticos de
Ryley Walker con 40 a 15 de por medio.
Y no es que
sea el dinero finalmente el que decante la balanza. Pero hay algo
ahora, que me mueve a perderme por las sumideros de la música en vez
de tirar por camino fácil de los destellantes bulevares.
Admito que a
menudo amedrenta enredarse en laberintos y raíces que revientan la
tierra y van por libre. Pero cuando escuché en Marzo del pasado año
por primera vez PRIMROSE GREEN, no pude evitar caer rendido en ese
afelpado manto jazzero que decora sus composiciones. El mismo que mi
madre pone en su juego invernal de cama, y que te acaricia las
mejillas mientras sesteas.
Ese misma
sensación de confort hace del viejo y cañí Club Sidecar, una
especie de salón de casa al que solo le falta el brasero y las
historias de muertos y aparecidos que te contaban en el pueblo. Sentí
esa fuerte sensación de compartir mi mismas sensaciones con alguien.
Y al final fue con mi hermana la misma con la que comparto aficiones,
y hasta vacaciones; se lo debía.
Todo es
cuestión como quien se aventura en una necropsia, a abrir la mente
por el tórax. Y este caso al joven veiteañero Ryley Walker,
saldando la deuda pendiente del BAM de hace dos años. Allí me rilé;
lo admito. Pero el siguiente envite de canciones en formato más
conciso y acústico que contiene GOLDEN SINGS THAT HAVE BEEN
SUNG/2016, merecía eso y algo más.
El Canadian
de rigor que barniza de ámbar la espera. Una amena charla para ver
que esta vez, de colas nada. Y 50 o 60 almas en pena que decidieron
mandar al carajo la batamanta, el tronar del Sant Jordi Club, o igual
la digestión pesada del pollo A l'ast con all i Oli del Domingo.
Para ver a un sobrado de talento, socarronería y humildad Ryley
Walker, despacharse con su tan aplicada banda de acompañamiento.
Media hora
antes con la sala semi vacía, pudimos ver a una delicada y solitaria
ITASCA aka Kaila Cohen, desgranar su cancionero de deshuesado
Countryfolk. Un set in crescendo de media hora y pico, que presentaba
su último álbum “Open to Chance”.
Tímida y
tan delicada como sus canciones, le faltaron seguramente sus
recientes compañeros de andanzas para dotar de una perspectiva más
mimbrada, lo que al fin y al cabo pareció: otro de tantos conciertos
acústicos fríos y algo carentes de sustancia. Sus discos, eso sí,
son otra cosa; mucho más disfrutables y evocadores. Esas quietudes
barnizadas de paisajes campestres y cotidianos que prácticamente
detienen el tiempo como lo hacían por ejemplo, los Hnos Kadane hace
tres lustros.
Pero sería
el joven Ryley el que alrededor de las diez de la noche, sin espero,
pecar de vehemente. El que probablemente me acabara dando la mejor
quizás, hora y media en vivo del presente año. Exagero?
No sé si
por la propia sorpresa del improvisado plan del domingo. Por la
compañía y lo familiar del encuentro. O seguramente eso sí, porque
por formas, repertorio e inventiva al ejecutarlas: una cosa es
escuchar sus discos y otra bien distinta que le sigas en su aventura
del directo.
De ahí nace
algo que reduce la impresión en el acetato, a una mera circunstancia
en el tiempo: La música tal cual se grabó y que sientes al
escucharla que ahí no se acaba.
Las
composiciones entendidas como un ente vivo que no dejan de
transformarse. Que incluso se reproducen y mutan en otras nuevas
canciones; como las de su último álbum: Las ocho nacidas del
periodo de tiempo en el que iba tocando en vivo su anterior disco.
En el set
que nos presentó en Sidecar Club, sin embargo, todo se argumentó de
muy distinta forma. Sonó prácticamente ese disco del 2015 y alguna
que se coló por las rendijas. La electrificación que en su
totalidad ejerció de eje; sin aparecer la omnipresente acústica
hasta el último bis, fue la que transformó de entrada cada una de
las canciones: Arranque fuerte y potente en clave rockera, con un
tema que no sabría ubicar en ninguno de sus últimos discos (nueva o
mutada). Un volumen realmente alto que apuntaba a la estridencia y
progresivamente se fue modulando.
Y aunque uno
pueda creer al escuchar sus discos, que estamos ante un músico
solemne y medio ermitaño, nada más lejos. Ryley Walker es un tipo
simpático que se resta importancia de tal manera, que parece
hacerte sentir que andas cogido de su mano. Más que protagonista
real como solista que es, podría definirse como un perfecto maestro
de ceremonias que da pie a una triangular comunicación liberadora,
entre solista/banda/público.
Con un Gin
Tonic a sus pies de los que iba tomando tragos en clave de
“fiesta!!”, diluía de un plumazo cualquier sensación de
parábola psicodélica sesuda a la que te puedan invitar sus pasajes
de hasta 15 minutos.
Esa frescura
secreta de sus canciones, que evita el bucle tendencioso y
soporífero. Y que en realidad recrea, como quien procrea o se
expande igual que una madreselva o liana en la espesura amazónica.
Sonidos que nos teletransportaban al Rock progresivo, al jazz
caleidoscópico o incluso al lejano Punyab totalmente tonificado por
su inquieta eléctrica.
Alucinamos
en colores con la paleta que ostenta de los mismos, su batería; si
así lo pudiésemos describir: Descalzo y usando sus botas como
posavasos, contorsonista y McGiver de los tambores y derrochador en
texturas. El onduloso contrabajo de Hanton Hatwich desdoblándose en
viola y hasta en percusión. Y el resto de la banda que parece actuar
en la retaguardia como el contrapunto detallista en el crisol de
pespuntes, bordados y brocados en los que acaba convirtiéndose su
interpretación.
La hora y
pico larga sin las prisas que otorgan a día de hoy los sets
económicos en salas pequeñas. Con ese apaga y vámonos que el
tiempo apremia de algunos sets. O esa sensación reinante de que todo
sucede escrupulosamente sobre un guión. No ocurrió allí ni mucho
menos.
Todo lo
contrario, porque al cabo de los minutos, la sensación era como la
de un manto. No era el estado de flotación, la atención que te
absorbe, o simplemente que todo discurre... No como lo previsto sino
por la magia del momento.
La voz onda
como la de un acantilado de Ryley que gana porcentualmente en vivo.
La franqueza y naturalidad con la que teje ese punto de partida en la
ejecuciones y como invita a sumarse. Y el no importarte lo que toquen
sino como lo toquen.
“PrimroseGreen”,
“Sullen Wind”, “Funny Thing She Said”,
“Love Can be Cruel” y otras tantas que acabaron
convirtiendo la noche en una sinfonía.
La de un
tipo que inició sus andanzas musicales con una banda Punk, y que a
sus 27 años (teniendo en cuenta su carácter hiperactivo) ya nos ha
dado tres joyas de discos. Interesante y fascinante a partes iguales
por su forma de pasar del folk a la psicodelia salpimentando con
jazz, guitarra clásica y hasta blues, sin apenas resentirse su toque
personal. Capacitado para tocarlo como o de la manera que le de la
gana y no dar la sensación de que pierde la esencia de la canción.
Y pese a su juventud, que recalco por lo despreocupado de su
carácter, dar la sensación de que que es un veterano músico capaz
de subirte como un mantra a la espiral más hipnótica. Y de repente
acariciarte con una versión eléctrica del Fair Play
de Van Morrison, sin ocultar esas referencias tan simbólicas como lo
son las del Lobo de Belfast, Ben Jarsch o Nick Drake; a las que yo
añadiría otras tantas bastante más alejadas de esa heterodoxia.
En cualquier
caso, uno de los directos más disfrutados de este año junto a los
de Wedding Present y Kevin Morby. Que también los valieron claro.
Pero es que lo de Ryley Walker estimo, que es otra cosa bien distinta
por más que nos cueste y amedrente entrar en sus discos.
El mes
pasado volvieron a salir de sus moradas los angelitos negros. No los
del glorioso Machín, sino los irreductibles y fieles seguidores de
la banda de Bradford: NEW MODEL ARMY.
Para
certificar la existencia del otro frente desintoxicado de pasarelas
de chorreras, crepados y maquillaje. Hay que exhumar de tarde en
tanto -casi como los viajes del cometa halley- ese frente combativo
que diluía esa efímera frontera entre el Punk, lo oscuro y el gusto
por aquellas bandas militantes de los 80.
Pasados los
años, cuando poco queda ya de aquella escena olvidada y desligada de
todo secularismo. Cuando los años te hacen dudar de si había en
realidad un frente común gótico, o era el simple amor por aquellos
sonidos apartados de la modé. Los que unían a distintas razas
alrededor de la fogata en pos de lo atípico: The Chameleons, The
Cult, los mismísimos New Model Army, o un montón de bandas más que
se la traía bastante floja las sectas, los bandos o agrupaciones
generacionales.
Está claro
que los New Model Army han sobrevivido a todo eso. Y quizás sea esa
la razón por la cual, cada vez que se pegan una gira infernal por
toda europa. Hay unos cientos de incondicionales; empezando por los
Followers, y acabando por ese desarraigado seguidor entre lo
siniestro, lo rockero, y lo indeterminado. Que se acaban reuniendo
como una gran familia bien unida, amante de los románticos mensajes
de Justin Sullivan. Esas cosas de las que ya no está de moda hablar
en una sociedad materialista y terrenal. Pero que unos tantos no
siguen erizando el bello a grito pelado y brazos alzados.
Este tenaz
veterano de 60 años ya, sigue como tal cosa sobre el escenario. No
solo son creíbles sus mensajes, sino que las canciones recobran una
extraña vida tan brutal e incendiaria sobre un escenario, que solo
queda la reverencia final.
Los hay que
dicen que se repiten. Que quieren encontrar a un mesías nuevo que
les devuelva la juventud. O que esperan que el himno sea el que los
teletransporte a su revolucionaria adolescencia. Pero hay algo más
importante que todo eso. Y es que cuando los clásicos se solapan con
sus nuevas composiciones y no baja ni un ápice la intensidad. Tan
solo, creo yo en mi más sincera ignorancia, que hay que mirar
siempre hacia adelante y avanzar.
Los he visto
ya con esta cinco veces, y siempre me han dado razones de peso para
creer en sus nuevas canciones. Por mucho que las antiguas vayan de la
mano de alguno de mis más emotivos recuerdos de juventud; que ya son
26 años joder.
El del
pasado mes de Octubre en la inóspita periferia de Hospitalet me
pareció arriesgado y valiente. Teniendo en cuenta las carencias de
la sala, creo que fue el más bestia desde la gira del 93.
Han pasado
23 años y se dice rápido. Si en aquellos años éramos cuatro gatos
los que los seguíamos; tan pocos como para llenar la sala 2 de
Zeleste. Ahora, cada salida a la palestra con un nuevo puñado de
composiciones me parece hasta heróico. Seguramente sea la única
banda que persevera en ideario, y correspondidos plenamente por sus
seguidores en una militancia inquebrantable.
Vienen de
toda europa, del este y del oeste, de fuera y de dentro. Las grietas
que surcan sus caras y los torsos desnudos que se sacuden en
diabólicos pogos como las vibrantes colmenas, no pierden la
intensidad con los años. Han conseguido algo realmente difícil:
hacer que lo nuevo y lo viejo se haga todo en uno. Sin dudar ni un
instante en despegar con “Burn the Castle”, el tema
que dispara directo a la cabeza tras la apertura de “Beginning”,
mucho más épica y que no sonó; yendo directos al grano.
Su nuevo
trabajo WINTER, tiene un buen puñado de razones para reivindicarlo
como uno de sus discos más arriesgados en bastantes años. No es ese
típico disco que tira de piedra y roca, o de esas percusiones que
ahogaron la intensidad de antaño. En cambio, son los pequeños
detalles el que lo hacen grande en cada escucha sin abusar de ningún
tema insignia, salvo el que le da nombre. Diría que en estructura e
idea me recuerda al Thunder and Consolation o el The Love of Hopeless
Causes; que ya es mucho decir y alguno me quemará en la hoguera,
cierto!!.
De ahí que
sonara prácticamente en su integridad, sobretodo la de su primera
parte que es la más intensa de largo: “Part the Waters”,
“Eyes get used to the Darkness”, “Devil”,
“Winter”, “Born Feral”... y así
hasta 8 de sus 13. Esta última tremenda y a la altura de alguno de
sus clásicos, se ensartó con una versión sosegada de “Purity”
que la hace más eterna si cabe que su otrora machacada Vagabons. Una
de mis preferidas “Fate”, que junto a “White
Light” dirigieron el repertorio hacia canciones más
melódicas.
Hubo como es
habitual algunos sectores que se quejaron de la falta de algunos
clásicos simbólicos, que por tener tienen muchos. Basta con repasar
la quincena de discos que tiene entre oficiales y caras B.
Yo nunca he
esperado y ahora menos, que cualquier banda me toque aquello que
quiero oír. Y prefiero que me sorprendan con una idea global de
aquellas que te hacen amar canciones que ni te esperabas. Que
convierten en grande la interpretación absoluta del instante
defendiendo lo imposible. Y que en definitiva arriesgan con una
propuesta que recorre un aspecto concreto de su discografía; en este
caso no fue la más fácil.
Sonaron en
un impresionante acústico “White Coats”; una de
las para mi, mejores canciones de su extensa carrera. “Poison
Street” arreció meteórica: aquella primera canción de
ellos que escuché en una cinta perdida de Chocolate. “51
State” cumplió con un solitario y mítico tema; que
podrían haber sido otros: Un Get me Out, Family, Young Gifted and
Skint, un Prison... o que se yo.
Escogieron
una línea más lógica por como suena su último trabajo, y menos
visceral. Cómoda si se quiere, pero intensa porque es al final el
público, el que la convierte en inolvidable sea cual sea el
repertorio. Es así, los sets en directo de la banda de Bradford que
ahora parece tener una alineación fija desde hace cinco años, no
nos hace añorar la más Punk de principio de los 80. Ni tampoco su
discreta reconversión hacia sonoridades de épica excelsa, cuando
alcanzaron el status de banda futurible con IMPURITY.
Tenemos a
unos New Model Army en ruta, han parido un disco ambicioso y que
rompe con ciertas ataduras, y que nos sigue arrastrando al mismísimo
infierno. Dudaba del lleno en Hospitalet fíjate. Pero esta claro que
la hermandad de los eslabones perdidos, todavía sigue testimoniando
esa imprecisión a la hora de separar churras de merinas.
Al fin y al
cabo la mayoría ya somos cabrones que peinan canas como escarpias.
Cuando la
lluvia arrecia y son los pleamares los que dejan a su paso -todavía-
del rastro de lo que quedó atrás. Tardes, que ya son noches de
lluvia. Son las que empujan como el oleaje, la constancia de escribir
lo que no queremos olvidar.
Debe ser que
el paso inminente del otoño, el racionamiento del sol y las horas de
luz, hacen que uno se deje el cuscurro de pan para entre horas. Y sea
ahora, cuando todavía resuenan los ecos de Alaska con sus difuntos
Pegamoides/Dinarama y demás; que uno amortizó en las fiestas
patronales. Momento idóneo para hablar -por fin- de vino, en estos
lares que tan al abandono se dan.
Mis últimas
vacaciones ya casi suspendidas de la añoranza, han sido por fuerza
provechosas: Nos hemos traído en la saca del 2016 un buen puñado de
testimonios de la esencia salvaje de Cádiz.
No solo ese
espíritu de supervivencia a la inventiva, que se dan en cada esquina
de sus poblados. Que en definitiva, es la clave para que una tierra
como la Gaditana, perdida de la mano de dios, mantenga intacto y casi
primitivo su carácter primordial. Sino lo que la diferencia
prácticamente de cualquier parte de Andalucía: La ingente variedad
de materias primeras que dan de comer y beber a propios y extraños.
El botín en
líquido elemento a sido extenso como nunca llegara a imaginar. Pues
cuando uno está allí. Lo primero que descubre, es que como casi
siempre, la belleza y los tesoros no están en la superficie. Sino en
esas callejuelas escondidas del gentío y el retumbe, donde ni
siquiera los propios nativos son suficientemente conscientes. Es la
grandeza -con un poco de pena- de percibir más de lo que uno
deseara, la escasa conciencia que tenemos en nuestro país del
verdadero valor las cosas.
No siempre,
pero la mayoría de las veces, nos quedamos con lo superficial,
inmediato y saciante. Y nos olvidamos de la excepcionalidad de las
cosas, de los matices, e incluso de la maravillosa tentación de
esculpirnos desde dentro a golpe de escoplo. Que uno/a jamás se
quede en la comodidad de la simpleza, atracado de por vida en los
tres metros cuadrados del conformismo.
Para esos
otros que nos gusta -que disfrutamos, excitamos y hasta eyaculamos
por sorpresa- Están las fisuras por las que adentrarse con emoción
para descubrir estupefactos cuan cambiantes, permeables e indefinidos
que somos hasta el día de nuestra muerte. Vivos; como digo yo.
El curso ya
empezado. Se huelen los lapiceros, las batas almidonadas y hasta las
partículas de tiza suspendidas en el sol menguante de la mañana. Se
hacen esos nudos en el estómago que a uno le suben hasta la
garganta, creándole ese mismo efecto placentero del amor impúber. Y
es cierto!! Somos como niños curiosos que se descuelgan cuerda abajo
hasta las profundidades.
Las Catas a
las que sometemos nuestra pericia sensorial, son como minúsculos
sortilegios en clave por las que descifrarnos. A veces nos vienen
recuerdos de infancia, inclasificables por estar sujetas a la parte
trasera de nuestra memoria. Otras son emanaciones que como las
feromonas, nos excitan sin más.
Arrancar de
pleno: trabajo y catas al unísono. La mejor fórmula para lamerse
las heridas del mecanismo oxidado; después de los cuatro primeros
días de trabajo.
Una primera
cata con la que íbamos a adentrarnos en los VINOS DE LA TIERRA DE
CÁDIZ. Esa D.O todavía por descubrir a la sombra del triángulo
mágico de Jerez: Sanlucar, Puerto Santa María, Jerez. Y que en
estos últimos años esta reinventando la Tintilla de Rota, como
aquel mosto olvidado que se utilizaba para hacer vinos dulces. Junto
a variedades tan curiosas como el Petit Verdot, Syrah, Tempranillo, y
Cabernet Sauvignon. E incluso proyectos incapaces de ubicarse en
ningún consejo, como el de la joven Bodega Forlong; e incluso el
ilusionante de Sancha Pérez.
Pero por
aquello de que principalmente, nos lanzamos a catar, a buscar
rarezas, a descubrirnos, y... sobretodo, a DISFRUTAR.
La razón
principal de nuestro viaje, que no era otra que los vinos del marco
de Jerez. Y todo sea dicho, nos/me tienen loco por su desconcertante
idiosincrasia casi casi ancestral y espiritual. Al final, por
imposición tentadora y de disfrute al reencontrarnos después de
largos meses. Era la que tocaba sí, o sí.
Fueron
cuatro vinos en esta ocasión, de entre una cuarentena de botellas
que han viajado en el maletero de mi coche. Y en la que había que
darle el obligado protagonismo a un blanco de la bodega Forlong. Un
blanco de Palomino (la uva que se utiliza para finos, manzanillas,
amontillados, olorosos y palos cortado). Pero que esa joven pareja
vinifica desde hace unos años junto a una parte de Pedro Ximenez, de
manera ecológica. Creando un vino blanco increíblemente curioso,
que rompe de pleno con los vinos del marco de Jerez e incluso con los
de la tierra de Cádiz. Y que emergió sorprendente junto a un Fino
en rama de Cruz Vieja de 5 a 7 años, un Amontillado del padre de
Armando Guerra sin embotellar, y el elegante Amontillado Antique
Fernando de Castilla de soleras viejas y excepcionales.
FORLONG
BLANCO 80/20 2014
Blanco de
aspecto ligeramente turbio por naturalidad que es tratado. Compuesto
por un 20 de Pedro Ximenez y el resto de Palomino de vendimia
tempranera, fermentado en ánforas de barro sin tratar y por
separado.
Por su
situación entre Puerto San Fernando y Sanlucar, y su cercanía a ese
paisaje infinito como es el del Atlántico, tiene un alto contenido
en sal; la que impregnan las partículas que arrastra el poniente.
Esa salinidad marina y mineral está impresa como es lógico de
fondo, en su entrada en boca.
La primera
impresión olfativa es muy curiosa, con reminiscencias achampanadas
de bollería y manzanas. De lejos los cítricos a raspadura de limón,
la ligereza del azahar matinal que te sitúa en su lugar de
nacimiento; junto al mar. Es de esos vinos que hablan por si solos de
la zona que los parió y amantó, y que además es efervescente en
arrogancia, frescura y jovialidad. Tiene sin embargo un ataque en
boca glicérico y ligeramente balsámico, rompiendo al final como las
rocas en el rompeolas, con la playa, y el mar. Turbador como las
ventiscas que enfrentan Levante y Poniente en la costa gaditana. Un
postgusto final largo ligeramente amargante y cítrico, que embelesa
y se funde con toques florales, a peras, y a mineral tizoso.
Este vino
que elaboran Rocío Áspera y Alejandro Narváez, siendo como es de
sus últimas elaboraciones; junto a los Petits Forlong, y el tinto
de Tintilla. Es sobretodo honesto, de esos pocos que se desmarcan no
solo por su calidad y personalidad, sino porque saben hablar de su
tierra vía sensorial. Podrías cerrar los ojos, y verte bajo un
Ficus gigante admirando el perfil lineal del horizonte Atlántico. O
plegándote al capricho del aire cual palmera bailarina.
Crea
sobretodo otro ámbito con el que descubrir otra forma distinta de
hacer vinos en zonas cálidas. El desarrollo de uvas diseñadas para
otros asuntos, abriendo caminos nuevos; aventuras.
Ese primer
tentempié puso sobre la mesa una Mojama Barbateña de Gadira, y un
queso curado Andazul de Cabra Payoya de San José del Valle.
Dos pequeños
portables de entre la infinidad de productos que sólo allí se
pueden degustar en condiciones. Pero que bien iban a hacer en
acompañar al cortante fino viejo de Cruz Vieja, que es donde mejor
se desenvuelve y aprecian: comiendo.
FINO
EN RAMA CRUZ VIEJA
Este Fino
Jerezano, sin olvidar la diferencia con la Manzanilla de Sanlucar y
sus controvertidas; diferencias? De la bodega de Faustino González y
el pago de Montealegre. Con una vejez superior de 5 a 7 años, cuando
el mínimo exigido para ser fino o Manzanilla son de 3 a 5.
De nariz
exuberante, este fino en rama directo de bota y sin clarificaciones
ni estabilizaciones. Un fino directo, fresco y transparente en cuanto
a su generosidad salvaje; para mi los mejores a la hora de mostrar
sus virtudes. Es al fin y al cabo, la esencia de todo el repertorio
posterior de vinificaciones en el marco de Jerez.
Éste, es un
fino rotundo que por evocaciones y perfumes dulces de maderas y
procesos antiguos. Tiene ese concentrado de barnices, estancia
antigua, de sal cristalizada que se mezcla con el caramelo, de frutos
secos (avellana, nuez) tan característica en su camino hacia el
Amontillado, y que lo hace transmisor e idóneo a la hora de entender
el proceso de envejecimiento de los vinos de Jerez.
En boca sin
embargo, desconcierta algo al tener un ataque directo y duro, muy
mineral y seco. Es una bestia parda que nos da una visión menos
amable de los finos y en consonancia con las mismas sensaciones al
probar La Guita. Un vino que a mi personalmente me gustó por el
contraste, y porque entiendo que en la labor de intentar descifrar
estos vinos tan únicos, hay que estar a las duras y las maduras. Hay
que enfrentarse a la pureza de un fino y una Manzanilla, si se quiere
entender un Palo Cortado. De que manera se pulen, se transforman y
mutan hacia aromas y acidezas salivantes según se trabajan.
Su 15% de
graduación asoma con fiereza los cítricos de las raspaduras, que se
amalgaman con un paso ligeramente glicérico que estalla en el
retrogusto. Quizás se le echa en falta el equilibrio y una acidez
más golosa por su precio de 23 euros si se compara con el Solear de
la saca del 2016; mucho más estructurado. Pero el dilema de qué
vinos llevar a la cata siempre acaba cediendo a la incógnita.
AMONTILLADO
VIEJO DE ER GUERRITA
Con el queso
y la mojama untada en aceite de San Juan volando ya, cual querubines;
que había hambre. Le tocó el turno al Amontillado que el padre de
Armando Guerra (Er Guerrita), elabora y sirve directo de bota en su
taberna de Sanlucar.
Aquí si que
entra en acción eso que yo llamo la esencia y el terruño de Cádiz.
Esas cosas que no se encuentran en las tiendas, en las bodegas, ni
siquiera en las calles más concurridas de cualquier callejón de
Cádiz y sus inmediaciones. Son esas que se encuentran escondidas, y
como decía Daniel Martínez; de bodegas Tradición:
Las
percibes un medio día cualquiera, cuando sale a tu paso ese perfume
a Amontillado bautismal que la señora madre vierte consagrando el
guiso. Y da a la vianda toda su alma; el hambre y el saciar como
perfecto maridaje.
En la Calle
Rubiños de Sanlucar, alejado del tumulto del mercado y la zona vieja
de bodegas, se encuentra una taberna típica con los característicos
bancos de piedra a la entrada. Allí donde los abuelos disertan copa
en mano sobre los asuntos más mundanos e intrascendentes del día a
día. Donde se arreglan países y se discute sobre fútbol, toros o
campo; por echarle imaginación. Allí mismo lleva Armando Guerra
-valga la redundancia- armándola desde 1978.
Una
Sacristía como él bien dice. Donde entre atún de almadraba en
escabeche, croquetas caseras, jamoncito der güeno, guisado de toro,
butifarra de Banaoján y demás artilugios alimenticios. Circulan de
tanto en tanto, la mayor cantidad de “locos” del vino en sus
catas patafísicas (Juancho Asenjo, Jordi Melendo, Victor de la
Serna, Quin Vila, Jose Ferrer y un motón más). Gente que entiende
el vino y las sensaciones como una conexión inalámbrica emocional
más allá de la pasarela. Y sobretodo, donde se manda al carajo el
disfraz y prevalece la persona; porque es lo que tiene el vino, una
barra, y la amistad.
Este
Amontillado, como uno pueda imaginar, no se embotella; como mucho te
lo puedes llevar a granel. Los probé todos (manzanilla, amontillado,
oloroso y Palo Cortado). No hubo necesidad de adentrarse a su
sacristía a echar mano de una de las tantas botellas únicas que
atesora; salvo para llevarnos al final parte de esta cata, y algo
más.
Lo mejor el
recuerdo. Que con la acidez punzante de este Amontillado sin
envoltorios, persiste como las nueces, avellanas y el clavo, que se
agarran al retrogusto como animal indómito.
Seguramente
sean los Amontillados los vinos que más vengo disfrutando estos
últimos meses. Me encanta la salinidad, longitud y perfume hacia el
Palo Cortado que desprenden. Esa vitalidad intacta que funde con la
salinidad acaramelada y su magnífica acidez fundente de grasas
alimenticias. Son pura gastronomía en general, pero en concreto el
Amontillado el que más juego da de todos.
El que sirve
Armando en su sacrosanto rincón, mantiene todo el nervio todavía
sin domar de estos vinos. Eso que te enseña de verdad a reconocerlos
desde sus primeros pasos, hasta la categoría del último: Una
pequeña botella de elixir...
FERNANDO
DE CASTILLA AMONTILLADO ANTIQUE
De entrada
esquivo, hermético y queriente de paciencia.
Para
entonces y con el peso alcohólico de estos vinos (de 15 a 19 grados)
nos vino bien la espera. Alguno llegó a pensar que la botella había
salido rana. Pero es que unos buenos vinos de Jerez deben exigir ante
todo alguna norma para entenderlos.
Personalmente
pienso que donde mejor muestran sus virtudes es como eje vertebrador
de la comida. Tanto si es como aperitivo, para maridar igual con
pescado, salazones, como con carnes melosas como la de toro, o un
arroz, y sobretodo con jamón. Básicamente por su acidez y la
reacción química espectacular que produce al entrar en contacto con
la comida grasa (atún, salmón, jamón, queso, o un arroz de rabo de
toro como el que nos pusieron en el Trafalgar deVejer...). A mi por
ejemplo las Manzanillas y Finos me encantan con Sushi y comida
Japonesa. Los Amontillados y Olorosos con Jamón, queso, con rabo de
toro estofado, o con cualquier carne de caza; con los arroces están
tremendos. El Palo Cortado es más caprichoso pero esta igual de
bueno solo, con unas avellanas y nueces mientras se abre el apetito,
o incluso con queso curado.
En el caso
de este Fernando de Castilla. Para cuando habíamos atado casi todos
los cabos del nuevo curso de catas, y los ilusionantes proyectos que
tenemos de aquí en adelante. Este pequeño tesoro se iba abriendo
progresivamente, como si se tratase de un Brandy Reserva. En primeras
instancias, ni perfume, ni volátiles uhmm... que miedo.
Sin embargo
y para toda sorpresa, porque yo y mi ignorancia pensaban que el tema
del vino cerrado y la oxigenación, no eran tan evidentes en los
vinos de Jerez. Se acomodó en la copa y atemperó; seguramente más
cómodo alejado del recio frío. Y fueron pareciendo como las
licorosas gotas de resina que lloran las coníferas, esas notas
amieladas a almendras garrapiñadas, a bizcocho emborrachado y a
vainilla. Con una vejez excelsa, este amontillado es bastante más
voluptuoso que sus congéneres de soleras más jóvenes y salvajes.
Tiene un paso bastante más sedoso que el anterior y da más
protagonismo a la robustez de su adherente retrogusto.
No marca
tanto la acidez salina y cítrica, dando más empaque a la longitud.
Para disfrutarlo más como una copa a solas, sin las interferencias
de la comida. Pero sin dudarlo, fue el más elegante de largo.
Un vino
profundo y generoso en aromas, reminiscencias y notas para
reflexionar. Slow Wines que alargan el tiempo o lo detienen de manera
infinita. De echo, todavía no está registrado el fondo kilométrico
que un buen jerez viejo es capaz de soportar.
Esas
oxidaciones caprichosas y secretas que... -me atrevo a afirmar- Ni
ellos conocen con total certeza. Por eso, cuando se habla de Jerez de
calidad, de soleras centenarias, y de procesos alquimistas, el tiempo
no existe. Tan solo los débiles y frágiles humanos en nuestro miedo
por el paso del mismo, intentamos acotar, delimitar y definir. Pero
sabemos que lo mágico no obedece a nuestras sintaxis; está, o no
está.