Más de una
década ha pasado desde aquel mes de Mayo de 2002, año en el que el
PRIMAVERA SOUND daba el pistoletazo como festival alternativo
propiamente dicho y de manera más o menos seria. Un año antes ya
había iniciado su andadura en un simulacro de primera edición, sin
tanto bombo, menos platillo, y todavía titubeante: (Sr. Chinarro,
Bent, Los Planetas, Pitzicato 5, Hammond Inferno etc.)
Pero no fue
hasta el 2002 que Primavera Sound estableció su campo base en el
Pueblo Español; aquel recinto olvidado de la mano de dios que
rescataba de nuestra mente recuerdos de excursiones alegóricas con
el cole: Espacios de dudosa utilidad que sin saber muy bien
porqué, estaban ahí desde siempre; quien sabe si por su dudosa
utilidad, o por la inoperancia y dejadez de unos concejales con
imaginación y pasión cero.
Las ideas en
ésta nuestra ciudad como en muchas otras, tan solo suele brotar por
el efecto de la mierda y la supervivencia de colectivos, que sin
apenas respaldo se buscan las habichuelas. Con el tiempo y
dependiendo del éxito se apunta hasta el más imbécil de los
sirvientes del populacho, al que merece más satisfacer con otros
deléites. Pero mientras tanto, y sobre todo si las ideas no van
acompañadas de esa imagen bonita que se quiere del visitante; es más
un - Ahí te pudras, que un - Bueno ya lo consultaremos en
el pleno.
La historia
de aquellos primeros Primavera Sound fue más de lo primero que de lo
segundo, eso sí, la cerveza que colaboró con acierto por aquel
primer proyecto fue la idea mejor celebrada, hasta que la cambiaron
por la aguada San Miguel y la nauseabunda Heineken de este presente
año; sí por supuesto, las cosas pueden ir a peor muchachos.
Si aquella
primera edición oficial en el Pueblo Español fue para mi, y supongo
que para otros: Una especie de paraíso terrenal donde regresar a los
orígenes más domésticos, íntimos, y poco comerciales de la
corriente “indie”, que paulatinamente habían desaparecido
del FIB. Diez años más tarde han sido suficientes para observar
cambios realmente significativos en la filosofía y en el concepto de
este festival urbano que es el Primavera S.
Aquella
mi primera edición antes de desaparecer de escena en pos de mis
obligaciones como padre hasta hace escasos 4 años; me dejaron unos
recuerdos imborrables por aquel casi personalizado cartel y por lo a
gusto que paseábamos los primeros aventurados por las calles de
aquella extraña Micrópolis: Picoteando, de escenario en
escenario, sin las aglomeraciones ni bullicios en las que derivó un
año después con la histeria de Pixies o en lo que ha acabado
por convertirse el Festival... En fin, una experiencia comparable a
la de aquel primer FIB en el Velódromo de Benicassin.
Tindersticks,
Cinerama, Chucho, Camera Obscura, Echo & the Bunnymen, Pulp,
Gonzales, The Zephyrs, Violent Femmes, Spiritualized, o Clen Snide
entre otros; completaban un cartel con todo aquello anhelábamos los
viejos del lugar: Los que crecimos amando la música rara,
como una especie de comuna colectiva pequeña y donde todos nos
conocíamos. Lo que parecía no ser un reclamo en los macro
festivales más de moda de aquel entonces, para entendernos.
Desde
entonces si algo ha caracterizado el Primavera Sound a lo largo de
todos estos años, en los que ha crecido según se mire
desproporcionadamente para bien o para mal con respecto a ese coqueto
formato de 2002; es su siempre sorprendente forma de modelar su
cartel, y a su vez su personalidad a base de no ceñirse a lo que
hasta entonces se suponía de un Festival indie, alternativo,
o como se le quiera llamar. Porque Primavera Sound, si de algo puede
presumir, es de dar cabida a tantos públicos como uno sea capaz de
imaginar en el excitante universo de la exploración musical (Basta
con dar un repaso a sus ediciones).
En su camino
han mutado camaleónicamente: Desde lo que fueran aquellos primeros
carteles de carácter minoritario en los que se buscaba dar cabida a
todo aquel que había abandonado la senda Británica. Hasta las tres
últimas ediciones en las que se pueden ver los típicos cabezas de
cartel que buscan a una gran mayoría.
Sin embargo
y pese a que Primavera Sound han perdido gran parte del espíritu de
sus primeras ediciones; donde siempre encontrabas aquello que ningún
otro festival se atrevía a traer, o incluso propuestas de las que
sabías a ciencia cierta que perdiendo esa oportunidad jamás
volverías a ver pasar de gira por el país. Afortunadamente para
aquellos que añoráis el espíritu indie de minorías
suficientes, todavía se puede seguir viviendo tu propio festival
personal escogiendo el camino a seguir. Son tantos los escenarios y
propuestas diferentes, que lo podríamos definir como un Festival
Matrioska: Un festival lleno de otros festivales más pequeños
y anónimos, cada uno con un público bien diferenciado: Quien se
apelotona en escenarios mastodónticos sin oportunidad de verle el
cerco del sudor a la estrella del momento, o los que prefieren
aventurarse a lo desconocido y perderse en el lado oculto del
Festival.
Para eso y
para otros socorros de los que he de echar mano viendo que se me
escapan los días invadido por el sopor, está diseñado este
recorrido al que dedicaré este mes de Mayo. Convencido como estoy de
que una cosa son los cometidos que uno se proponga, y otra muy
diferente lo son si los cometidos se transforman en obligaciones que
nada tienen que ver con el placer ¿acaso somos dueños del instinto
de hacer las cosas por gusto, o solo queremos impulsar la inercia de
la ociosidad, como estímulo de la propia existencia?
Sea cual sea
el motivo, me apetece olisquear en aquello que me parece más
excitante de este Festival. Por propia necesidad, porque seguramente
no haré ninguna crónica los días de labor, y porque si que es útil
desencallar aquello que nos va a permitir escapar del gentío de los
grandes reclamos: Los pequeños incentivos del Primavera y en
definitiva, aquello que hace que espere durante todo el año esos
días de curiosidad por descubrir otra manera de disfrutar un
festival y vuelva a conectarme a mi verdadera pasión: El reencuentro
con viejos amigos y amigas a las que no veo en todo el año, charlas,
contacto humano, trabajo de campo. La esencia que hace que uno se
sienta vivo, creo ¿no?
Una manera
más de subrayar durante lo que queda de mes hasta el día del
Festival. En la que iré reseñando escueta e instintivamente aquello
por lo que merece huir de los grandes escenarios, sin duda lo que más
me llena últimamente: No lo que se que me gusta con total seguridad
si no lo que esgrime la duda, ante la posibilidad de despertar algún
tipo de espíritu juvenil desvanecido. Lo que nos mueve a no
estancarnos como las aguas pantanosas y fétidas de lo previsible.
Para abrir
boca, por aquello de que no está bien torturar con un sermón sin
tener un mínimo premio al final. Nos acercamos hasta MENOMENA, la
banda de Portland en la que caí allá por 2010; un año en el que
por fin decidí concentrar mis esfuerzos en darle vida a este blog.
En ese empeño tuve que decidir dejar de lado algunas aficiones
lúdicas que ocupaban mis largas horas, socializadas, entretenidas,
adictivas, pero vacías de nutrientes (aquello que sientes que hace
crecer y te ayuda a conocerte).
Uno de los
primeros discos que me compré tras largos años de sequía, fue el
MINES de Menomena. Un disco al que me unió una sensación de
búsqueda parecida a la que yo experimentaba, me imagino que cuando
uno decide recuperar una vieja afición olvidada debe encontrar algo
que lo motive, ya no sirve encontrar sonidos que le recuerden al
pasado, si no aquellos que despiertan una llama de osezno curioso
oxidada con los años.
De MENOMENA
aprecio esa inercia y empuje creativo en el que se dejan de un lado
cualquier tipo de asociación o afiliación a cualquier movimiento
musical fácilmente reconocible. MENOMENA no funcionan así, por eso
sus melodías abstractas sin estructuras musicales normales (compás,
estrofa, estribillo) se apoyan en algo tan instintivo como la
percusión de Danny Seim. No requieren de los argumentos más comunes
del Rock o del Pop, una guitarra con la que identificarnos o un
estribillo fácilmente tarareable. Desde su primer disco más o menos
identificable “Friend and Foe/2007” ya se rodearon de un halo de
disonancias parecido al que esclavizó las primeras composiciones de
James en Blanco y Negro/1983 hasta que los echaran del mismo, sin
embargo y aunque progresivamente se han ido amansando y volviéndose
más dóciles, sobretodo tras el abandono de uno de sus fundadores
Brent Knopf; para dedicarse a Ramona Falls, con el que comparten
parte del concepto compositivo.
Menomena no
ha perdido su esencia exploradora por la que jamás se han
esclavizado en busca de una aceptación general, no siendo una banda
que haga de la experimentación un arma de doble filo a la que solo
se adhieren los esquivos y marginales, ni tampoco son la típica
banda que viva del anzuelo de Singles, las remezclas, o atractivos
caramelos. Basta con ver la presentación de aquel MINES, para ver
que el verdadero anzuelo de ese disco está entre los surcos de sus
pistas: No hay créditos, no hay año, no hay folletos interiores, no
hay labels coloridos... Solo música engarzada sin apariencias vanas
en la que no hay un leitmotiv, ni jerarquía de líder y séquitos.
Por eso los instrumentos se intercambian, los papeles de solista, la
mecánica varía.
Y la
ausencia de Brent Knopf apenas se nota en su última publicación; en
la que dicen las malas lenguas que han perdido algo, no se sabe el
qué: Unos dicen que el surrealismo arbitrario de sus composiciones,
otros que esa chispa extraña de free Jazz marciano, que ya se puede
llevar el ritmo de sus canciones con el pie... En fin, su último
disco puede parecer de entrada menos hipnótico y enfermizo, pero
tiene algo oculto por el que una vez empieza a sonar parece
engancharse en un ciclo infinito en el que es muy difícil de salir.
Eso también pasa con RAMONA FALLS y... digo yo... Por algo debe ser.
Estarán el
Jueves 23 de Mayo en el escenario Vice a las 00:30 si los horarios no
cambian. Y son éstos los primeros posits que vamos a colgar
en el tablero de corcho del vestíbulo primaveral.
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