Salí al
balcón y me senté en aquella diminuta silla de plástico que
compremos para nuestro pequeño. Hacía un sol radiante y lo
suficientemente cálido para contener al impetuoso invierno, pero no
tanto como para que las ideas brotasen. Me había empapado la cabeza,
y ni por esas era incapaz de construir dos frases completas con
sentido. Así llevaba desde el ingreso; intentaba formular,
inspirarme en los paisajes que veía desde los ventanales...
Una suerte
de éxito si se comparaba con el cuarto cerrado de la UCI. Allí solo
contaba la imaginación que espoleaban las drogas, y el ritmo de las
constantes cada vez que saltaba una ventosa de su pecho o se quejaban
las vías.
Pero lo
cierto es que estaba casi seguro que al pasar de los días, en la
soledad que dan las paredes de casa, y por fin abstraído del trajín
de médicos, enfermeras, y auxiliares. Podría al final dar rienda
suelta a su imaginación ¿debería a caso tener tantas cosas que
explicar? No sobre lo sucedido; su suerte, o el trauma de estar en el
filo del abismo. No, eso quería liquidarlo, licuarlo, y defecarlo
como una intrascendente y accidental casualidad de la vida. Él lo
que quería era volver a introducirse en esa paranoia vivida en los
albores del despertar: Los universos paralelos, esa oscuridad latente
con formas metálicas y modulares; llegó incluso a pasear a solas
por una ciudad Italiana, para degustar un Salame Bianco con una
copita de Amaro Siciliano, y fumar un cigarro. Las lógicas
inexplicables e incluso aquello que alcanzaba a razonar.
Viajes al
fin y al cabo fruto de los opiáceos, y que con el paso de los días,
semanas, meses se sucedieron en una asepsia tan profunda y abrasiva.
Y que lo lanzó inmediatamente ha buscar en el Sol, aquello que los
antibióticos habían borrado sin dejar rastro; escribir tres líneas
seguidas sobre algo, no se qué.
Por suerte
no todo se perdió por el desagüe del olvido. Las horas
interminables observando fijamente los detalles de la habitación
también tuvieron su recompensa. Y de las muchas visitas de
familiares y de soledad, aparecieron tres cuadernos ilustrados para
matar las horas y aquello con lo que no pudo la enfermedad.
De eso se
encargó mi cuñado, y de evitar la tentación de continuar leyendo
“El Secreto” de Rhonda Byrne; mal que me pese el
feo a las buenas intenciones de quien me lo trajo (un compañero de
trabajo). A cambio si que sucumbí a los encantos minimalistas de
aquellos tres cuadernos Cómic: Los tres de tamaño distinto, de
color también, y tan solo concordantes en la encantadora sencillez
del encuadernado que caracteriza a la editorial Astaberri.
Quizás
debería ser el propietario quien escribiera estas lineas, pero mi
insistencia cansina hizo aguas, y voy a ser yo el que se permita el
lujo de rememorar mi afición por los cómics con estos estupendos
cuadernos.
En el fondo
antes que hablar de meros cómics, (sin restar trascendencia al
formato que yo leía con 12 años), podríamos referirnos mejor a
historias ilustradas. Por lo menos en los dos relatos del joven Suizo
Frederik Peeters y haciendo especial hincapié en una de sus
primeras obras PÍLDORAS AZULES/2001.
Empecé sin
embargo por EL AÑO QUE VIMOS NEVAR/2005 del Extremeño Fermín
Solís. Un formato de historia muy distinto al de Frederik, y
donde la narración, el tipo de dibujos, o la forma de ordenar las
pautas flota sobretodo en un ambiente de total informalidad. Es ahí
donde se sustenta el personal universo de este autor que por edad
conecta directamente con mis mismos recuerdos; quizás por eso me lo
leí casi de carrerilla. Bueno en realidad por eso y porque la
historia que se halla entre sus páginas, tiene más de diario
infantil que de relato al uso.
FERMÍN SOLÍS |
La mayoría
de recuerdos que tenemos aquellos que vivimos el fulgor de los 70's y
80's. Ese tipo de anécdotas que formaban el ritual de nuestra
infancia, y que nos hacía vivir cada segundo como un nuevo evento o
descubrimiento. Y en esencia, esa manera desenfadada y simple que se
desprende alguien que pretende restar trascendencia y remarcar
cotidianidad.
El Año que
vimos Nevar además conecta directamente con “Los días más
largos/2003”, formando así una especie de diario memorabílico
de las olvidadas épocas, donde la calle formaba parte de la
enseñanza habitual y de una colectividad tan natural como
primigenia.
Hablar y
soltar unas líneas sobre Píldoras Azules es sin embargo otra cosa
bien distinta. Y no es que las páginas estén repletas de ese tipo
de trascendencias que nos invitan a fruncir el ceño. No son las
historias o el tipo de dibujo desaliñado de Frederik, donde casi se
puede rozar con la imaginación un ligamen totalmente biográfico; si
no la belleza de la naturalidad de la vida misma y de los seres que
la poblamos: Sus pensamientos, sus métodos de autodefensa, las
relaciones, y tantas otras cosas que hacen del género humano un
torbellino de sentimientos que tambalean constantemente el sismógrafo
que llevamos ahí dentro.
Pero sobre
todo es una historia de amor tan desnuda, honesta, y sincera que lo
acaba convirtiendo todo en algo verdaderamente más sencillo de lo
que se empeñan nuestras fijaciones. En verdad es así como es el
amor ¿no es cierto? Así nos relata en primera persona el autor una
historia donde el SIDA intenta arrebatar el protagonismo, a
él y a Cati. Los traumas existenciales que nos
atormentan, las decisiones que marcan nuestros designios, el impulso
libre que nos arrastra a romper con nuestros miedos, y lo más
importante... Un canto despojado de compasiones y lamentos, que nos
empuja a buscar la felicidad por encima de cualquier accidente u
obstáculo.
Pero lo que
más me ha gustado especialmente es la forma tan sana de conectar con
quien la lee: Esos mismos trances que todos los adultos nos vamos
encontrando sin ser exactamente los mismos, y que nos hacen
partícipes de la historia. Las dudas que constantemente orbitan
sobre nuestra cabeza, y la manera tan espontánea de resolverlas que
tiene ese delicioso e imperfecto triángulo amoroso entre Frederik,
Cati, y la criatura.
Hacía una
eternidad que no me despachaba con un relato gráfico, y no creo que
lamente más en la vida que haber dado mis tesoros más preciados de
la juventud, mis cómics. Siempre infravalorados y subestimados tanto
si hablamos de los hacedores de soñadores que fueron para mi
Víboras, Makokis, Totems, o Cimocs. Y aunque se queden en meros
ensayos al lado de Pildoras Azules, consiguen el mismo
fantástico efecto: Introducirme entre los trazos imprecisos y
sugerentes de los ilustradores, formar parte de esa misma aventura, o
suponerme un talentoso dibujante de mundos paralelos y un tanto
absurdos. Más incluso que cualquier libro de los que halla leído,
que ya es decir mucho.
FREDERIK PEETERS |
Acabado el
libro más absorbente de los tres, termino con LUPUS/2005 del que ha
caído uno de los cuatro volúmenes de que está compuesto. El cual
me he leído de una tacada a pie de consulta, mientras me
atrincheraba tras sus páginas y su formato más grande por el bien
de la humanidad; y de tres niños ajenos que no paraban de tocar los
cojines. Así, de la misma manera que lo hacía con doce años
abandonado a la introspección más absoluta de la tinta y el olor
del papel.
Lupus es una
aventura de la que poco puedo contar, teniendo en cuenta la brevedad
de mi aperitivo. Suficiente de todas formas para encauzarte en el
hilo de la historia, dejarte con la miel en los labios y con ganas
de completar la serie. En sus páginas podemos encontrar ficción, o
por lo menos un mundo más hostil y deshumanizado; de quien se
encargan de humanizar sus protagonistas: Dos amigos aficionados a la
pesca interspacial y a las drogas de todo pelaje, a quienes cambia la
vida por completo un súbito encontronazo con sus personales demonios
personificado en una joven.
Es muy
posible que el echo de que la aparición de la muchacha, sea una mera
excusa para que la relación de Lupus y Tony choque frontalmente. O
un simple ejercicio de aterrizaje fruto de la propia alucinación de
las drogas, desventuras, y nihilismo convulso en el que vivían; en
una realidad bastante más dura. La de las relaciones humanas,
vínculos sentimentales, o al de la misma muerte.
Tres
fabulosos relatos vestidos de historieta, que sin duda me ayudaron a
vislumbrar ese final del anodino túnel en el que se sume
contemplativo uno, en la rutina de un hospital. Y que desde aquí
recomiendo por obligada su lectura, en la tarea evasiva de quien se
ve obligado a huir de la realidad bruta de un hospital; por suerte
también hay sonrisas solidarias que te ayudan a ser feliz.
Me ha gustado mucho este post, maese-brother, te he notado relajado. Y además me gusta como has dejado el blog, colores y demás. Abrazo.
ResponderEliminarHas dado en el clavo JOHNNY, la verdad es que después de dos meses bastante desorientado vuelvo centrarme un poco. La vedad es que todos estos síntomas posthospitalarios son nuevos para mi, pero supongo que todo es cuestión de eso que dices: Relajarte, dejarse llevar, y encontrar la perspectiva correcta.
ResponderEliminarPor cierto gracias, me alegro de que te halla gustado la redecoración porque le he dado bastantes vueltas y aunque no es el tipo de tema que quería, ya me está bien. Quería que las entradas salieran simplificadas en una "preview" para que cargara la página más rápidamente. Pero no me gusta nada como queda el título y los gadgets laterales, así que solo ha sido un cambio superficial jejeje.
Este mes ya se que comic me comprare. Enorme y colorido articulo. Saludos
ResponderEliminarMe alegro de que te halla gustado Carlos, cuando lo leas será aun mayor la satisfacción, verás.
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