He decidido
reducir mi expresión al mínimo gesto: arquear las cejas cuando
debería saludar efusivamente, y respirar bien hondo cuando intentan
adelantarme por la derecha. Por más que avive la marcha, siempre hay
alguien que quiere ir más deprisa. Y yo, yo he echado el ancla por
siempre. No creáis que de forma premeditada, más diría yo como una
consecuencia, que como un propósito.
Al principio
me preocupé. Desde que por Marzo me puse a mis labores -que no son
otras que sudar y flexionar las piernas más de lo que mi rodillas me
permiten- no he logrado hilvanar un solo texto sin caer en la
cabezada sempiterna. Veo como me rebasan esas novedades con forma de
vehículos, y ya ni acelero el paso, para qué. Algunas me las
encuentro en mi camino mientras miro las balconadas repletas de
claveles en flor, y las piso como excrementos de chucho.
Encantado
ando sometiendo mi cuerpo a continuos análisis hasta que algo me
llama la atención; hay por suerte mierdas que huelen, bien a rosas o
a wisteria. Destellos de luz a media tarde que salen a tu paso, y
ahí está: la canción, el momento, la neuronas que se interconectan
haciendo nudos marineros con la melodía y mis epiteliales
revoltosas, bulliciosas ellas juntas y en melé.
Es como un
estado, si señor. Ni es por estilo, cadencia o simpatía. Sino como
un vaivén que te lleva un poco en volandas hacia donde solo sepa
dios. Por supuesto siempre hay un culpable, nada es casual. No se te
aparece la virgen a los pies de tu cama para anunciarte la llegada
del mesías musical, o por inspiración divina. Las canciones como
esporas volanderas en primavera, también tienen sus mensajeros,
nuncios o trajineros. Y para el caso, el trabajo de debut de KEVIN
MORBY (Harlen River/2013), y más concretamente “Wild Side (On
the Places you'll Go)” hizo lo propio.
La
circunstancia de que esta pasada semana se estableciese la Primavera
Musical en mi capitalina colindante. Que el ex y fundador de WOODS
tocara ahí. Y que claro, quien aquí firma se haya quedado sin
probar bocado de tan suculenta propuesta. Puede, que no digo es, uno,
agudizando lo que es el oído y gusto medio a regañadientes, se tire
como un bicho de presa sobre la primera tonadilla que le parta el
corazón. Y fue así, como os lo cuento: El que intercedió entre la
mirada perdida de borrego que se le queda a uno, cuando el blanco, es
el que tinta neuronas y reflejos. Las bolsas, sí, las de los ojos.
Esas que tanto pesan en horas de sueño perdidas, como en un lastre
descomunal que doblega párpados, y un nombre/hombre #Genís
(bloguero perdido en el tiempo).
Sí joder,
hay que dar nombres leche!! bien sea porque aun despotricando, el
Primavera Sound, casi siempre nos recurre a nombres con los que
decorar balcones. Justo ahora que el sol ha establecido residencia.
Kevin se mete en mi cerebro |
El de Kevin
Morby me poseyó de camino a casa una de esas noches de Jueves, donde
alcohol, tanino y magia nocturna hacen de las suyas.
De esos
viajes hacia casa de no más de 20 minutos, nacen grandes discos. A
partir de ahí, nunca vuelven a sonar lo mismo; y espero no sea este
un efecto del alcohol. Pero lo siento, me puede el efecto de la
noche, la ciudad con sus luces y el volante, a la hora de sumergirme
hasta las orejas en un nuevo disco. No necesariamente de este año.
En lo que
llevamos del mismo, todavía no hay novedad que me haya despertado la
más mínima pasión desatada. Si que los hay para subsistir
musicalmente hablando. Cosas que me permiten no desnutrirme de música
y mantener las constantes en vilo. Pero solo eso, entretenimientos
para matar el gusanillo. Mientras, todavía me dejo sorprender por
trabajos pasados, como el de este joven Tejano afincado en Nueva
York; la ciudad que nunca duerme.
Su trabajo
de debut, datado en el 2013, es de aquellos que destacan entre tanta
medianía, por su sinceridad ingénita.
Un debut el
suyo, que reunía en un manojo, todas las vivencias de un paisano en
la gran ciudad: Con toda esa melancolía que empapa cada una de las
canciones/boceto de este escueto trabajo (8 canciones como 8 soles).
Y que por raro que parezca. Tiene de manera fortuita y sintomática,
más conexiones con su ciudad natal que con cualquier decorado de la
gran metrópolis.
Salvo en la
oscura, críptica e hipnótica “Harlen River”; tercer
corte del disco. El resto de las composiciones se debaten entre la
añoranza y la ruptura con un pasado no muy lejano. Si nos ceñimos a
su despegue, “Miles, Miles, Miles”, seguramente y cerrando
los ojos podamos trasladarnos a los sesenta, con su amargura y
felicidad impostada. Algunos verán a Leonard Cohen ahí detrás.
Pero es evidente que tras esos ocho cortes hay algo mucho más
potente que una mera fachada. Esos rasgos que solo ocurren en
aquellos discos que se generan de manera espontánea, y como
consecuencia de una acción puramente redentora.
Con WOODS,
Kevin Morby llegó a publicar acompañando con su bajo cuatro
trabajos hasta el 2012. Los más desnudos, primitivos y seguramente
los más auténticos de su estirada carrera. Tienen más por
sintonía o filosofía, retirada con lo que hizo en este primer
trabajo en solitario; creo.
De aquellos
discos posiblemente ahora, no encontremos ni su sombra. Como tampoco
la encontraremos en la última entrega de Kevin. Donde ambición y
objetivos, pierden con ligereza, ese ingrediente secreto -llamémosle
X- Que hace que esas primeras ejecuciones nacieran verdaderas,
honestas, naturales y salvajes.
Si tuviera
que elegir. En ese proceso de mutación hacia el cantautor
contemporáneo solitario que se nos antoja ahora. Me quedaría sin
duda con los dos discos de The Babies: Ese puente colgante y
desvencijado con el divertimento como consigna, que le supuso conocer
a Justin Sullivan, Cassie Ramone (Vivian Girls) y su productor Rob
Barbato, en su inventiva vida. Y que así, de un plumazo, parieron
dos discos muy grandes entre el PopPunk y el PowerPop de aftersun.
A pesar de
caminos paralelos que se entrecruzan en cambios de vía, rotondas y
bulevares, Harlen River sabe como detener el tiempo. Pongamos por
caso Nueva York, o cualquier lugar recóndito donde se desangren
nuestros recuerdos. La perspectiva, el desenfoque o la lejanía está
ahí; miopía memorabílica en constante fluctuación.
Sabe poner
soles en lo alto del mirador cuando lo precisa, con la juguetona
““Wild Side (On the Places you'll Go)”; tan luminiscente
ella. Recostarse y coser pasado con presnte, en “If You Leave
and If You Marry” rodeando con halos iridiscentes el altivo
astro.
Y pellizcar
de parentescos nuestro recuerdo a veces pasajero, en ocasiones
placentero. Tremenda “Slow Train”, Nico, Lou, Dean...
Nombres que gustan por acento y rasgos marcados. Porque nos empujan a
estados de azules, como también lo hace “Sucker in the Void
(The Lone Mile)”. Una especie de tristeza masoquista que se
acentúa y cronifica con el paso de los años. Y que a los que
gustamos de esos estados de vejez marchita. Nos obliga a revivir y a
deshacer una y otra vez caminos, camas y oportunidades a menudo
perdidas.
Harlen River
es un disco que se disfruta a gusto, entornando los ojos quizás. Y
las canciones que lo componen, por supuesto, hacen bien de somier, de
muelle y de resorte. Todo, como un viaje temporal confortable y
evocador. Sus referencias musicales... (Lou Reed, Jonathan Richman,
Mountain Goats, Michael Hurley, Neil Young o Dylan, suficientes para
dedicarle un minuto.
Aquí tocan:
Kevin
Morby a las voces y las guitarras
Justin
Sullivan con las baquetas
Dan Lead
guitarras y slide
Will
Canzoneri bajo, órgano y xilófono
Tin
Presley con el bajo el Miles Miles y la armónica
PLAY THE
ALBUM!!
Suenan del copón, hermano, sobre todo la primera muestra que has puesto. No tenía ni idea, ni que era bajista de Woods. Abrazo.
ResponderEliminarA que sí, canciones y discos que levantan el espíritu amigo Johnny. El Our House on the Hill de The Babies donde canta, tampoco tiene desperdicio.
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