De
chiquitín, cuando en mi barrio todavía existían barrizales donde
jugar a la lima, y aquellas reservas naturales del libertinaje
llamadas descampados. Cada noche al acostarme y en plena vigilia,
soñaba con un butrón bajo mi cama que me llevase con nocturnidad y
alevosía, a unos almacenes que había junto a mi cole. Se llamaban
Ferrán, y era uno de esos de una cadena expert de la que en tiempos
pasados, cuando lo más grande era la mercería de la esquina de tu
calle. Pasear por su pasillos llenos de juguetes, equipos de música
y un sinfín de cachibaches, podía ser lo más parecido a lo que uno
creía por paraíso.
No era uno
como la del “Chapo” Guzmán: con luces, moqueta e hilo musical.
Mi paso subterráneo a la calle de arriba, era más imaginado al
estilo teletransporte; como los viajes lisérgicos del Niñato de
Gallardo y Mediavilla. No era por avaricia pues en aquellos
ochentuados años, lo más cercano a la codicia era una bolsa de
pipas francaris y un drácula a lametones, sentados en el muro de la
plaza. Era eso, imaginar teniendo lo que ni en sueños tenías.
Ahora
también lo hago; como ven, no he cambiado demasiado. Soñé en una
siesta rempanchingada, una fiesta de boda con Richard Hawley en el
Apolo. Aparecerme como la virgen de Lourdes en un concierto en el
Hacienda, e irme de fiesta con los Reid Brothers prendiéndole fuego
a la ciudad.
Y cuando es
la música en vivo la que nos tira a la calle, cambié los grandes
almacenes por salas en penumbras. Mis sueños ahora, lo son surcando
el subsuelo de la ciudad y agonizando de empacho musical; sería una
muerte dulce.
Esta pasada
semana ha sido lo más parecido a eso, y teniendo en cuenta la
suculencia desproporcionada de conciertos, que este otoño guarne las
salas de Barcelona. Decidirse por el menú debería ser una tarea
ardua, a no ser de que últimamente, mi elección de conciertos se
suele basar en básicamente en pequeños reductos alejados de la
muchedumbre deslumbrante de las últimas tendencias.
Elegir a THE
DROMES de entrada, era algo sencillo después de verlos en aquel
Primavera Sound de hace tres años. Fue por entonces un antídoto
contra los cabezas de cartel: muchas luces, espectacularidad y
grandes escenarios donde ahogarse entre el tumulto. Por entonces, la
banda australiana nos confinó en un extremo del evento. A almas
perdidas entre el desaucio de las modas y la incesante búsqueda de
sonidos con rebabas, filos y tactos ásperos. Y allí dieron un
concierto monumental, que nos demostró, que sobre el escenario,
cualquier parecido a su sonido en formato físico, se quedaba enano y
muy limitado si se comparaba con el arsenal que manejaban sobre el
escenario:
Gared
Liddiard haciendo gala de una violencia espasmódica y estrujando la
palanca de su guitarra hasta hacerla aullar. Su fornido
guardaespaldas Dan “Supaman” Lascombe arreciando con esa sección
que se encarga del rugido oscuro y su sección rítmica: Michael
Noga a la batería y una intrigante Fiona Kitschin, encargada de
darle ese paso fúnebre musculoso y elástico a todo su musiquero.
Suficientes
los motivos para aprovechar la oportunidad de verlos en sala.
Desentrañar con más detalle los enigmas de su maleable sonido, y
volverme a encontrar entre el público al Hombre Misterioso de
Carretera Perdida. Ese discreto hombre mayor que llevo viendo en los
conciertos más esquivos y marginales desde que tengo uso de razón:
que son ya unos cuantos #cerca de 25.
Pero vayamos
al principio de la noche. De entrada la banda que abría su concierto
después de posponer aquella gira inicial en Mayo, cuando todos
pensábamos que esperarían a tener publicado un nuevo álbum; que no
ha sido el caso. Los también australianos afincados en Barcelona
DEAD PARTIES que tocaban sobre las 8:30 pasadas y su principal
reclamo para estar allí como un reloj: su single del pasado año
“Disappears”: Un temazo de aquellos que recuerdan a los
himnos entre lo épico y melancólico de finales de los 80; canciones
que nunca pasan de moda y enaltecen a viejunos como yo.
No es que
hayan inventado nada ni mucho menos, pero a estas alturas de la
historia cuando todo se queda en un uy casi!! Se agradece que
una banda no se ande por las ramas y se vaya al efectivismo más
melódico del Postpunk bailable. Se nota que están rodados, aunque
sobre el escenario adolezcan en momentos puntuales de una falta de
rodaje. Los temas suenan del primero al último, preparados y deduzco
porque lo ignoro, a completar un primer Lp plagado de jitazos
que estará al caer; canciones tienen de sobra para publicarlo. Así
que de momento tenemos que conformarnos con un puñado de temas y su
competente directo, que digo yo que para que queremos más.
Cinco
músicos sobre el escenario que amplia la plantilla inicial de sus
tres miembros fundadores. Además de un batería catalán que les
acompañó y que aprovecho a felicitar; menudo metrónomo. Consiguen
sonar como una banda que bien podría llevar tocando muchos años. Y
lo mejor, hicieron que esos primeros adelantados que se dieron cita
-que fueron bastantes- bailaran como posesos; y ahí me incluyo yo.
“Last
Romance” recién publicado, que teje el powerpop luminoso
de las antípodas con un “shoegaze” bien entrecomillado, pues no
es ese mil veces trillado estilo. Sino un algo mucho más elástico y
contundente.
Sus
canciones tienen mucha sustancia, tienen huecos que se abren y
contraen como fondos submarinos. “Tribe”,
“Shadows on
Walls” o
simplemente haberlos visto sacar brillo junto a Le Petit Ramon al
clásico de los Byrds “I´ll
feel a whole lot better”.
Dan de sobras para certificar que estamos ante una banda que nos
dará en un futuro próximo, grandes placeres.
Sobre las
diez llegaría el momento de la verdad, expectante, deseoso de ver
sin la distancia de por medio que da el gran escenario de un
festival.
La sala
contigua a la grande de Apolo es un entorno ideal para este tipo de
bandas: Un concentrado a modo de bar amplio y bien dispuesto para
albergar a ciento y pico personas; las suficientes. Ahí sabes que
están los que están, ni un solo troll de estos que van últimamente
a los conciertos a fichar y hacer muescas en su revolver. Sin
importarle un carajo, de qué va realmente el asunto ¿sabes?:
escapar de mediocridades y bajar al lodazal a mojarte los pies y
llenarte de padrastos el alma.
THE DROMES
si tuviésemos que catalogarlos para inventariarlos debidamente,
sería realmente difícil; y eso es lo más gratificante de ellos.
Podrían ser unos eficientes dinamiteros de grandes edificios, de
esos que albergan los archivos históricos de la música sin rebasar
ni un solo milímetro los géneros madre. Sin embargo y aunque puedan
llevarnos a pensar sobre el garaje, los sucios trasteros del
rock&roll o el oscurismo blusero de su música. Como buenos
australianos, lo llevan todo a un contexto mucho más agreste y
tribal.
Su
repertorio vaga sin complejos por cada uno de sus discos, y no se
ciñen en absoluto a la malsana costumbre de incidir en su última
publicación; algo que los honra mucho.
“Shark
Fin Blues”
sonó de las primeras y antes lo hicieron con “Jezebel”;
el tema que abre un último disco en directo. La maltrecha voz de
Gared llevada al límite en una gira maratoniana le pasó factura.
Pero es algo que se suplió con el tremendo andamiaje que levantan en
cada uno de sus directos. The Drones suenan como una apisonadora, por
un lado un caminar rítmico que como el latido de una fiera dominan
bajo y batería. Por otro, la teoría del caos que su líder Gared
Liddiard dota de forma y lógica; por muy abstracta que parezca: Esas
notas que salen de su Fender Jaguar como lamentos y gruñidos crean
una melodía casi esotérica. Y Dan Lascombe que como obrero
incansable levanta muros a destajos, es ese halo de siniestrismo que
alcanzan la cúspide de sus melodías.
Blues
maltrecho entre la santería, mántrico y tribal que a veces los
acerca a aquellos pasados Janes Addiction del Nothing Shoking. Una
sesión a medias entre el espiritismo, el hipnótico caminar de sus
canciones y exaltación ritual del vudú. Más de uno entró en las
primeras filas en trance: unos dibujando lo que les sugería la
tormenta, otros pidiendo ser castigados por sus buenas conciencias. Y
yo apostado a la izquierda, mientras Dan desde el otro extremo se
conectaba vía camiseta de THE CRAMPS #la que nos emparentaba, me
dedicó un salve hallelujah!!; y me arrancó una sonrisa de
satisfacción.
Tuve que
coger distancia e ir a tomar un trago. Los vi desde todos los
ángulos: Izquierda, fondo y derecha. Es lo que tiene acudir a estos
conciertos que entre el maldecir porqué, estas bandas son unos
perfectos anónimos en la escena actual. Uno bendice que todo sea
así, en un tono familiar, de hermandad, para gourmets espantaos del
fastfood modernero.
Y caían una
y otra, como salmas. Podría ponerle títulos, pero la verdad,
disfruto de esta banda en toda la amplitud de su discografía. Me
importa un carajo que temas toquen, porque le dan un aire que dista
una eternidad entre lo que uno se pueda imaginar al escucharlos en
disco, o en carne viva.
“6
Ways to Sunday”
tremenda. En ese instante casi al final del concierto pensé, y no
dudé en compartirlo con un anónimo compañero de concierto -voy
solo a los conciertos, pero cuando estos mismos te avivan el
espíritu, no dudo en compartirlo con to
quisqui; el que tenga más próximo. - Y
Pixies buscando una bajista que emule a Kim Deal y no aciertan!!
¿a caso han oído en directo a Fiona Kitschin? Menuda fiera parda!!
“Minotaur”,
esa extraña melodía como el paso estrambótico de un animal de gran
tonelaje. Cayeron más de su Havalina, “I
am a Supercargo”
desgarradora. “Baby”
puso a toda la banda en pie de guerra coreando, aquí Christian Strybosch (su nuevo batería y original batería, tras la marcha de Mike Noga)
parecía una apisonadora: - Babe, babe, babe,
you can't never die!!
“A
Moat you can Stand In”
como única rescatada de su más épico y calmado “I See
Seaweed/2013”. “The
Miles Daughter”
trepanadora de gruesa cuerda con la que atravesarte del hipotálamo,
hasta los pies nerviosos. Sonó también “Tamen
Shud” como
no podía ser de otra forma; el tema más reciente que han liberado.
Una de esas canciones que se une a un catálogo de tienda de
horrores, donde solo los atrevidos se adentran a escarbar. Y que hace
con toda probabilidad, que los discos de este cuarteto sean tan
ariscos, para quien mima su oído cde melodías ensoñadoras con
textura de algodón azucarado.
Claro, que
después esta la otra especie. Esos que como yo, y los pocos que se
han dedicado con empeño a esta, y otras bandas que exigen aflojarse
el corsé y dejar que sean las emociones y el instinto las que
busquen su propia melodía.
Esos, creo
yo en mi más absoluta ignorancia, que leen entre líneas y acuden al
reclamo de esos brillos que asoman por entre tanto decorado plástico
y aséptico. Que sí, que queda la mar de pulido, higiénico y
práctico para limpiar cómodamente sin dejar rastro de la mugre del
pasado. Pero a mi, que queréis que os diga, me empachan y aburren de
la misma manera que las adoctrinadoras modas. Después esta todo
aquello que ejercita tu facultad de exploración, de aventurero, de
buscar la otra verdad que nadie se preocupa por cultivar; al fin y al
cabo esto es lo que le da sentido a nuestra triste vida.
Pues THE
DROMES es más o menos eso: Su trayectoria musical es un buen
escapulario con el que presignarse, cuando el alma se nos descarría.
Sus directos, un entorno donde las canciones se flexionan, mutan y
evolucionan como el contorsionista de sus cantante. Y no hay una cosa
sin otra, nunca se entenderán lo suficiente hasta que los ves sobre
un escenario.
SON GRANDES,
Y CRECEN.
Vengo de verles en Madrid, y aunque la sorpresa de la primera vez que les vi hace nueve años ya se ha perdido, los Drones siguen siendo un grupo emocionante en su radicalidad ensimismada. Como tú, me da igual qué temas elijan, el asunto es la visión visceral que de ellos dan en vivo, Por cierto, menudo timo los 25 euros que pedían por disco al final del concierto.
ResponderEliminarSaludos.
Razón no te falta Gonzalo. Verles en directo es al margen de preferencias discográficas, gustos por canciones etc.Es como otro estado, un dejarse llevar por una idiosincrasia la suya muy personal; tanto que ni lista de canciones llevaban. Así que me imagino y por lo que acontece en sus directos, se trata de darle la vuelta a sus canciones y amarlas todas por igual.
EliminarEn lo que respecta al merchandaising estoy totalmente de acuerdo. Pero es que los precios que se manejan en la actualidad sobre el formato vinilo (que aclaro, soy un ferbiente defensor), se escapa a cualquier lógica de calidad o formato. Sobretodo cuando todos sabemos porqué pagaríamos 25 erazos y la cantidad de joyas de coleccionismo que sí lo valen.
Un vinilo no debería valer mucho más que un cd, por lo menos en nuestro tiempo no lo valía y ahora no creo que dependa del los gramos del acetato. Está claro que hay una cierta obsesión por el formato vinilo -y es gracioso- con lo denostado que estaba hace unos años. Yo 25 euros pago por una edición original en buen estado, de los 80 o 90's; creo que es lo gusto siendo discos de segunda mano. Pero por un disco recien prensado, 20 como mucho me parece justo si se trata de alguna edición especial, incluyendo cd o con el vinilo en color; es lo que pagué por el de Ezra Furman el otro día en su concierto.
Un saludo grande, y gracias por pasarte a comentar.
Más vale tarde que nunca. No es un grupo que me emocione mucho en estudio pero estoy seguro que en directo me emocionarían, y máxime después de leerte a tí y a Gonzalo. Abrazos.
ResponderEliminarEstoy seguro Johnny, soy el primero en reconocer que a The Drones no es fácil entrar por la puerta delantera. Yo mismo he de admitir que pese a gustarme mucho su último disco I See Seaweed/2013, su actuación en aquel Primavera Sound del mismo año, me facilitó la oportunidad de verlos en directo.
EliminarDe inmediato caí en toda su discografía, y resulta que ya los había escuchado diez años antes. Pero sus discos aunque yo considero que es cuestión de ponerse al asunto, verlos en directo les da un 200%.
Pero ya digo, igual si no los hubiese visto en vivo aquel año, no tendría el concepto que tengo sobre ellos ahora mismo. Su directo es bestial, no solo por los distinto y salvaje según sus discos, sino porque nos ofrece a una banda con bastantes más recovecos, texturas y con una actitud sobre el escenario, digna de las bandas de antaño.
Un saludo, y ya sabes, no puedo evitar ser tan desmedidamente pasional jajaja
...vaya si crecen compañero de correrías... Me alegro de haberles disfrutado tanto y de la ferviente admiración que por ellos profeso, en gran parte gracias a usted. Justo es reconocerlo. Por cierto que, estando de acuerdo con el asunto de los vinilos y el destarifo en los precios, este menda pagó los 25 por la copia del "Wait Long..." como un pringao. Que le vamos a hacer...
ResponderEliminarBueno Sulo uno hace lo que puede en esos de esparcir semillas, contigo he de reconocer que tengo una mina. Y no sabes lo que me emociona descubrir con los años, que hay tantas almas rara avis, receptivas y amantes de aquello que la mayoría desprecia; ya sabes, ni más bueno ni más malo, solo más retorcido jejeje.
EliminarLo de los vinilos no te creas que lo que más me jodío es la racanería del merchandaising, sin una mala camiseta que comprar: aunque solo sea para que te pregunten "quien coño son esos??", y uno decir - pues una banda de la hostia.La verdad es que no es la primera ni la última que pago 25 pavos por un disco que me mola, de echo igual 22 los hubiera pagado. Pero reconoce que despues de verlos en directo, a los discos les falta ese algo del directo tremebundo; eso sí, también te digo que su discografía me gustan aun más, aunque sea por el recuerdo de sus directos.