martes, 10 de noviembre de 2015

EZRA FURMAN & THE BOYFRIENDS, Y ESA COSICA LLAMADA FELICIDAD/SALA SIDECAR 04/11/2015




felicidad.
(Del lat. felicĭtas, -ātis). 1. Estado de grata satisfacción espiritual y física. 2. Persona, situación, objeto o conjunto de ellos que contribuyen a hacer feliz. 3. Ausencia de inconvenientes o tropiezos.
Empeñados como estamos de buscarle a todo un significado, definición o explicación más o menos lógica. Con la felicidad fallamos y volvemos a fallar. Aunque teniendo en cuenta las últimas lindezas de la R.A.E y lo que hasta hace cuatro días definía como felicidad: Estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien.
Está claro que un término tan subjetivo e intangible como la felicidad, el sentirse feliz o... creer que uno es feliz. Es tan variable y personal, como el ideal de belleza absoluta. Y claro, si ahí afuera no hay nadie en quien depositar tu incertidumbre ¿tendrá uno que salir a la calle a buscarse la tal felicidad?
Es evidente que no me obsesiona algo tan abstracto como la felicidad, ni el empeño premeditado de buscarla. Pero sí tengo muy claro que la música desde chico, es de esas cosas que me la proporcionan en más altas dosis. Desde que garabateaba tracklist de mis imaginarios discos en las contraportadas de los libros de texto del cole, hasta las mismas canciones de inglés inventado, pasando por los miembros de las bandas; extraídos de los créditos de la pelis de la tele. Desde entonces el pulso y las constantes de mi día a día desde que abro los ojos hasta que voy a dormir, son la música y todo lo que arrastra la misma. Ver una banda en vivo, seguramente sea la forma más expresiva, natural y comunicativa de interactuar con la misma y ponerte al plano/nivel del artista.
Y la música en vivo, claro está, es si se quiere. Esa parte íntima del autor que sin ni el mismo saberlo, pone al servicio del convaleciente y enfermizo oyente. Como ese mismo y viral medicamento para que, si bien no lo cure, por lo menos le palíe las recaídas de infelicidad y amargante realidad.


Como en las catacumbas que bajo el suelo raso se amontonan los osarios de feligreses y mártires de la causa.
En la sala Sidecar; si así se le puede llamar a ese diminuto refugio soterrado bajo los pies de una antaño temida Plaça Reial. Todavía, igual que algunos búnkers como el Jamboree o el Karma, se puede resistir al relumbre de esas preciosas terrazas plagadas de camareros pulcramente ataviados y cazadores de incautos turistas. Y casi se me van los días entre el desahogo y el suspiro largo de placer, cuando la semana que dejamos atrás me ha colmado de eso que decía, FELICIDAD.
La del Miércoles pasado después de casi necesitar cuatro días para digerir la de DRONES. Y lo que quedaba, rumiando el pasto de satisfacción; soy lento y estas cosas no me gusta tragarlas y defecarlas a la carrera. Me he pasado casi toda la semana reenganchado al mediador PERPETUAL MOTION PEOPLE. Con él me he resarcido de los casi siete años que separaban aquel demoledor “Inside The Human Body” de los Harpoons; su otra banda. Y lo repetiré miles de veces: entre sus inicios infructuosos con The Harpoons y su actual carrera, bastante más autosuficiente dista un abismo... o no. Lo que quiero decir es que no cambio ese disco por ninguno de los actuales con respeto, y por mucho que me encante el último. Lo aclaro, porque todo el mundo parece haberse olvidado de ese fabuloso disco.


Ese Miércoles puse todos los medios para que la noche, que se prometía como el reverso necesario a la lugubrez y tensión de The Drones. Se transformara en la distensión y luz allí abajo, en las tripas de Sidecar: Me abrí una botella de RÉ que guardaba de hace unos días de mi paso por Poblet; para ponerle una nota musical a la noche, antes de salir de casa ante un bocata de Jamón con Parmesano. Y salí buscando la tan ansiada felicidad. Su último disco así lo expresa por cada uno de sus puntos cardinales.
Me planté a las 21:00 en punto ante las puertas de Sidecar: Una cola discreta teniendo en cuenta que a esa hora ya debía estar a punto de empezar. Y todo indicaba que la cosa iba a ir con calma chicha #fuera prisas y angustias. Algunos feligreses pese a dar por echo que Ezra no iba a agotar entradas, y lo pequeño del garito que tampoco daba para pelearse por el mejor sitio, no se movían ni un milímetro.
Era gracioso incluso rozaba un punto el surrealismo: El ir y venir de plaza Real, sus restaurantes emperifollados; allí siempre es festivo. Y diez personas guardando sus posiciones en formación de a dos. Yo le pregunté a un miembro de la sala, respuesta: - uff va para largo, aun no ha llegado... Así que me pedí un Canadian con hielo y me salí a la terraza a beberlo con tranquilidad mientras devoraba un pitillo y observaba entre lo estupefacto y gracioso del tema. Fue llegando más gente, los minutos pasaban y el Whisky se consumía proyectando un filtro ámbar sobre la entrada. Cuando ya todo el mundo había entrado pasadas las nueve y media. Entonces, llegó Ezra Furman con paso tranquilo, una sonrisa socarrona y ataviado con un modelito de lo más chic.

Le di dos tragos. Cuando noté ya las sienes ablandarse a la mezcolanza del destilado, el tinto, y las cervezas a las que seguro no podría resistirme ahí abajo. Todavía pasaría un buen rato una vez dentro; casi media hora más con tiempo de echar un vistazo al merchandaising, a la gente (como me gusta escudriñar al personal, dios). Y a la gruta, que es como mejor se podría definir Sidecar: rincones donde antaño, cuando el Britpop empezaba a bramar, todavía se podían escuchar chirriar las guitarras y las armonías de los viejos somieres. Era un buen sitio para perderse en los 90, si señor; bastante más cutre que ahora, pero auténtico.


Echados a una banda; la de los lavabos y esa diminuta barra tan genialmente dispuesta. Sobre las diez y pico calculo, porque lo he de admitir, la verdad no sabría deciros a que hora empezó exactamente. Y es lo que tiene haber salido de casa con tiempo y agarrar una caravana de casi una hora, para después ver que llegas justo y te sobra una hora; son joder!! esas cosas que hacen mágica la vida
Allí salió Ezra Furman con el resto de la banda secundándolo, y el coscorrón en el quicio de la puerta de camerinos de rigor. El escenario es lo más parecido al del vídeo del Never Enough de los Cure. Ezra con esa sonrisa entre lo hilarante, inocente y pendenciero posaba para los flashes de mil y cientos móviles; menos de los que cabían en la platea. Pero yo creo que entre el calor y la defensa pretoriana de los que hicieron la fila con rigor, allí algo fecundó. Después Tim Sandusky (el saxo), maraca en mano, alucinando con el acolchado insonorizante del techo; que le rozaba el flequillo. El bajo a lo Höfner de Jorgen Jorgensen (jorge para los amigos) muy chulo; sonaba de la hostia. El resto con mención especial al bataca Sam Durkes, que le da un plus a las percusiones y yo, que por más que las busco en el disco no las encuentro, oigan. El caso es que en resumidas cuentas y después de que Ezra sobre el diminuto escenario, nos abriera el corazón hasta puntos de ternura, rabia y despecho. Se despachó a gusto porque rima; y ya está.


Si en su primera época con The Harpoons, era el acompañamiento y la puesta en escena lo que no estaba a la altura de las circunstancias y posibilidades de sus primeros discos. Ahora en solitario o con sus compinches The Boyfriends, pasa justo lo contrario. Su puesta en escena es justo aquello que uno echa de menos en el disco, y no será porque suene mal precisamente. Y lo más probable, sea que la banda encima de un escenario y con el público a un palmo tocándole los riffs; como pasó en Sidecar. Es cuando de verdad suena a delirio puro. Y da tres leches que Ezra se quiebre la voz sin conservadurismos que valgan, porque siguen sonando como una locomotora.
Gran parte de culpa la tienen los tres músicos anteriormente citados; sobretodo el primero. Y claro está, aunque Ezra en la mayor parte del directo tire más de su arte escénico, que de su talento musical; que todos sabemos que lo tiene. Sabe como nadie medir la tensión y el tempo de una actuación en las distancias cortas.
De la química entre saxo y solista, se podrían sacar millones de vacunas contra el aburrimiento y el desinterés. No solo eso, volaron de un plumazo esa especie de oboes y clarinetes que campan por el disco, para convertirse en saxos con sexo tenor al más puro estilo Madness; rugosos y crujientes.


Para abrir boca “At the Botton on the Ocean” en clave New York Dolls; que por cierto pulularon toda la noche en muchos de los temas de la velada. En “American Soil” o “And Maybe God is a Train” también. Algo que por cierto, hasta que no vi ese arranque de concierto, jamás me lo hubiera imaginado con ese fulgor de glam de bajo fondo transformista. El saxo ciertamente ayudaba a teñir la noche de neones, lentejuelas y swim desafiante.
Llegados a un punto de inflexión, cuando sonó “Can I Sleep in Your Brain”; una de esas joyas que te encuentras hacia el final de su último disco, y que jamás esperas oír en un concierto con estos derroteros. Te baja hasta lo hondo, se pone enternecedor con esa mirada de cordero degollado tan a lo Emilio Aragón #y usted no lo es, y te vuelve a subir; es así, de cambios de humor, insinuaciones y flirteos. “My Zero” funciona de largo como un resorte: es un tema que todavía no entiendo como se me pasó por alto hace dos años, porque fue de las que más me gustó. Supongo que me costó digerir el cambio estilístico de hace tres años y pagó la criba, con tanta música que hay donde hurgar.
Era el momento preciso para despegar con el repertorio más cabaretero y vodevilesco de su nueva hornada: “Body Was Made”, “Ordinary Life” bajando el pulso a una sala ya despatarrada y rendida por completo. “Haunted Head” es la rehostia bendita en directo: con sus coros vacilones, su saxofón poseído por el mismísimo diablo y la presencia ni que fuera en espíritu de David Bowie #el de Hunky Dory concretamente. Para luego invocar a Johnny Thunders o Marc Bolan; que se yo: “Tip of the Match” es el tema que más remite a la banda neoyorkina en su último álbum. Aquella noche parecía flotar constantemente en el ambiente; Nueva York, Chicago, la conexión sureña vía Menphis.
Wobby” con el saxofón echando leña a un pogo constante entre músicos; sería por la falta de espacio, o porque hubo un dialogo festivo de los que se ven poco. Ezra Furman saltó al público y por un momento convertido en una loca groupie daba rienda suelta al desparrame. “Lousy Connection”: hay que ver lo que llegar a ganar este tema sobre las tablas; la que más me descolocó cuando la escuché por primera vez, y ahora no me la puedo quitar de la cabeza. Es una de esas melodías/estribillo que sintetizan aquello de optimismo/felicidad, en un algo sin forma, color ni definición... un estado. Y que conectado vía espiritual con la Rumba Psichobilly de “Walk on the Darkness”, sería como el todo de la noche. Curioso el fenómeno, porque uno en un ademán de serenidad miraba a su alrededor, y todo el mundo estaba enloquecido. En ese preciso instante si Ezra Furman hubiera pedido a gritos que el público se despelotase, todos lo hubiésemos hecho sin rechistar; lo juro. Vamos, que iba decidido a comprarme la horrible camiseta fucsia del mercha; suerte que no había de mi talla, porque ya más frío, mira que era bizarra la jodía.


Acabamos a ritmo caribeño con “Anything Can Happen” y “Restless Year”; que yo juraría que esta última la tocó mucho antes y la lista de canciones se la pasó por las pantecontepantes. Pero vaya, da un poco lo mismo, creo que el personal asistente (80 personas escasas), estaba más feliz que un chancho en un lodazal.
Dos bises que me parecieron por definición la más puta genialidad de la noche; por gusto y formas: “Tell Em All to go to Hell” que además ensamblaron tan bien como el Moon Cresta de las recreativas cuando... ey!! sonaba el “Rock & Roll” de la Velvet Underground y todo encajaba; ya lo decía Jenny: - Nunca pasa nada hasta que pasó, y descubrió el Rock & roll. Desde entonces nada fue ya igual. Seguramente la definición más fiel y legítima de la felicidad; EL ROCK&ROLL.

6 comentarios:

  1. Tengo la malsana manía de ningunear a las sensaciones del año, pero todo sea dicho, esta excelente crónica, y esa pleitesía hacia el rock&roll de Reed me da pie a prestarle más atención a Ezra y dejarme de pejillerías de cascarrabias uraño. Reitero que el texto lo vale. Saludos

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    1. Gracias por el piropo Chals, yo mismo a Ezra lo dejé de lado tras alucinar pepinillos con su segundo disco con los Harpoons-, del que sigo pensando que es una pequeña obra maestra e igual me paso. Su primer disco en solitario hizo que al no encontrar aquello, pues lo dejara arrinconado; y tan poco es que sea el disco flojo, pero siempre me viene a la cabeza el agravio comparativo con aquel disco.
      Eso es lo que hizo que tampoco le prestara atención a Day of the Dog/2013; este si que es un disczo. Recuerdo que mi colega y paisano tuyo Sulo lo puso en la gloria y aunque no lo escuché por falta de tiempo. Sí ha hecho que a este último le hincase el diente, de otra forma igual no hubiera escarbado en esa idea que tiene este geniecillo de entender la música.
      Y claro está, su directo ayuda un montón. Es el máximo exponente de honestidad sobre un escenario, libertad creativa y aunque no lo parezca de primeras, un fondo de armario para con sus ancestros (L. Reed, Dylan, T. Rex, New York Doll, el sonido sureño y alguno que medejo) muy muy gratificante. Además, es un tío que lleva la música a un tono simpático, de colega y desprejuiciado de aquello que te ayuda a amarla. Mucho taleno, si señor.
      Un abrazo y gracias por pasarte a dejar tu sello por estos lares, aunque no lo creas tus textos son un espejo donde mirarme: y no lo digo por devolver el cumplido, es de corazón.

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  2. Me tiro de los pelos, sé que he perdido una oportunidad histórica de verlo. Todo el mundo que ha ido y me ha contado coincide. Sabía que disfrutarías. Abrazo, brother.

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    1. Más se perdió en a guerra Johnny, seguro que este se deja caer por aquí cuando menos te lo esperas. Y además creo que todavía está por venir ese gran disco que atraiga a más público. No se si será igual de terruñoso que estos dos últimos, pero no dará más alegrías de eso estoy seguro.

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  3. Aplaudiendo con las orejas ante el Ezra y ante usted... ¿Qué más quiere que le diga? Eso y que esa "forma más expresiva, natural y comunicativa de interactuar con la misma y ponerte al plano/nivel del artista" de la que usted habla, para este menda, es la felicidad. y sino lo es, pues se aproxima de la hostia. Y sí, yo también me hubiese despelotado y hasta estuve a punto de picar con la horrorosísima camiseta jejejeje. De lo que sí me arrepiento es de no pillar el vinilín de "My Zero", por esa gloriosa cara B que supongo tb sonó por allá arriba. Salut compay...

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    1. Aaaay jajaja Sulo, me inflo como un pavo. Pero sabes que es la sensación que produjo con su directo FELICIDAD ABSOLUTA. Estos pequeños directos son como la esencia del perfume de Patrick Suskind: buen rollo, familiaridad entre los asistentes, química... que se yo. Si uno tiene ganas de rebanarse las venas viendo e espectáculo de los grande sfastos indies, estos son los pequeños motivos por los que albergar cierta esperanza. Ya me lo decía Fernando Alfaro: ahí está la creatividad y la verdadera transgresión, en los pequeños que se la juegan y arriesgan sin pedir más premios que el público y los entornos domésticos.
      Eeeeeh, la camisa chanaba que si no es porque no tenían mi talla...Yo me compré el vinilo del último y estuve a estas de coger el single tan chulo. Al final le compré la camiseta más discreta del chucho a mi señora, que aunque reniega de mis gustos musicales y no me acompañe a la mayoría de conciertos, al final, como en la literatura, la acabo arrastrando al lado oscuro muhehehé.
      PD. Al otro lado oscuro también, por supuesto (enfermos, más que enfermos jejeje)

      Un abrazo, y ya sabes, nos debemos unos vinos y algún concierto instigador muaaacs!!

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