felicidad.
(Del lat. felicĭtas, -ātis). 1.
Estado de grata satisfacción espiritual y física. 2. Persona,
situación, objeto o conjunto de ellos que contribuyen a hacer feliz.
3. Ausencia de inconvenientes o tropiezos.
Empeñados como estamos de buscarle a
todo un significado, definición o explicación más o menos lógica.
Con la felicidad fallamos y volvemos a fallar. Aunque teniendo en
cuenta las últimas lindezas de la R.A.E y lo que hasta hace cuatro
días definía como felicidad: Estado del
ánimo que se complace en la posesión de un bien.
Está claro que un término tan
subjetivo e intangible como la felicidad, el sentirse feliz o...
creer que uno es feliz. Es tan variable y personal, como el ideal de
belleza absoluta. Y claro, si ahí afuera no hay nadie en quien
depositar tu incertidumbre ¿tendrá uno que salir a la calle a
buscarse la tal felicidad?
Es evidente que no me obsesiona algo
tan abstracto como la felicidad, ni el empeño premeditado de
buscarla. Pero sí tengo muy claro que la música desde chico, es de
esas cosas que me la proporcionan en más altas dosis. Desde que
garabateaba tracklist de mis imaginarios discos en las contraportadas
de los libros de texto del cole, hasta las mismas canciones de inglés
inventado, pasando por los miembros de las bandas; extraídos de los
créditos de la pelis de la tele. Desde entonces el pulso y las
constantes de mi día a día desde que abro los ojos hasta que voy a
dormir, son la música y todo lo que arrastra la misma. Ver una banda
en vivo, seguramente sea la forma más expresiva, natural y
comunicativa de interactuar con la misma y ponerte al plano/nivel del
artista.
Y la música en vivo, claro está, es
si se quiere. Esa parte íntima del autor que sin ni el mismo
saberlo, pone al servicio del convaleciente y enfermizo oyente. Como
ese mismo y viral medicamento para que, si bien no lo cure, por lo
menos le palíe las recaídas de infelicidad y amargante realidad.
Como en las catacumbas que bajo el
suelo raso se amontonan los osarios de feligreses y mártires de la
causa.
En la sala Sidecar; si así se le puede
llamar a ese diminuto refugio soterrado bajo los pies de una antaño
temida Plaça Reial. Todavía, igual que algunos búnkers como el
Jamboree o el Karma, se puede resistir al relumbre de esas preciosas
terrazas plagadas de camareros pulcramente ataviados y cazadores de
incautos turistas. Y casi se me van los días entre el desahogo y el
suspiro largo de placer, cuando la semana que dejamos atrás me ha
colmado de eso que decía, FELICIDAD.
La del Miércoles pasado después de
casi necesitar cuatro días para digerir la de DRONES. Y lo que
quedaba, rumiando el pasto de satisfacción; soy lento y estas cosas
no me gusta tragarlas y defecarlas a la carrera. Me he pasado casi
toda la semana reenganchado al mediador PERPETUAL MOTION PEOPLE. Con
él me he resarcido de los casi siete años que separaban aquel
demoledor “Inside The Human Body” de los Harpoons; su otra
banda. Y lo repetiré miles de veces: entre sus inicios infructuosos
con The Harpoons y su actual carrera, bastante más autosuficiente
dista un abismo... o no. Lo que quiero decir es que no cambio ese
disco por ninguno de los actuales con respeto, y por mucho que me
encante el último. Lo aclaro, porque todo el mundo parece haberse
olvidado de ese fabuloso disco.
Ese Miércoles puse todos los medios
para que la noche, que se prometía como el reverso necesario a la
lugubrez y tensión de The Drones. Se transformara en la distensión
y luz allí abajo, en las tripas de Sidecar: Me abrí una botella de
RÉ que guardaba de hace unos días de mi paso por Poblet; para
ponerle una nota musical a la noche, antes de salir de casa ante un
bocata de Jamón con Parmesano. Y salí buscando la tan ansiada
felicidad. Su último disco así lo expresa por cada uno de sus
puntos cardinales.
Me planté a las 21:00 en punto ante
las puertas de Sidecar: Una cola discreta teniendo en cuenta que a
esa hora ya debía estar a punto de empezar. Y todo indicaba que la
cosa iba a ir con calma chicha #fuera prisas y angustias. Algunos
feligreses pese a dar por echo que Ezra no iba a agotar entradas, y
lo pequeño del garito que tampoco daba para pelearse por el mejor
sitio, no se movían ni un milímetro.
Era gracioso incluso rozaba un punto el
surrealismo: El ir y venir de plaza Real, sus restaurantes
emperifollados; allí siempre es festivo. Y diez personas guardando
sus posiciones en formación de a dos. Yo le pregunté a un miembro
de la sala, respuesta: - uff va para largo, aun no ha llegado...
Así que me pedí un Canadian con hielo y me salí a la terraza a
beberlo con tranquilidad mientras devoraba un pitillo y observaba
entre lo estupefacto y gracioso del tema. Fue llegando más gente,
los minutos pasaban y el Whisky se consumía proyectando un filtro
ámbar sobre la entrada. Cuando ya todo el mundo había entrado
pasadas las nueve y media. Entonces, llegó Ezra Furman con paso
tranquilo, una sonrisa socarrona y ataviado con un modelito de lo más
chic.
Le di dos tragos. Cuando noté ya las
sienes ablandarse a la mezcolanza del destilado, el tinto, y las
cervezas a las que seguro no podría resistirme ahí abajo. Todavía
pasaría un buen rato una vez dentro; casi media hora más con tiempo
de echar un vistazo al merchandaising, a la gente (como me gusta
escudriñar al personal, dios). Y a la gruta, que es como mejor se
podría definir Sidecar: rincones donde antaño, cuando el Britpop
empezaba a bramar, todavía se podían escuchar chirriar las
guitarras y las armonías de los viejos somieres. Era un buen sitio
para perderse en los 90, si señor; bastante más cutre que ahora,
pero auténtico.
Echados a una banda; la de los lavabos
y esa diminuta barra tan genialmente dispuesta. Sobre las diez y pico
calculo, porque lo he de admitir, la verdad no sabría deciros a que
hora empezó exactamente. Y es lo que tiene haber salido de casa con
tiempo y agarrar una caravana de casi una hora, para después ver que
llegas justo y te sobra una hora; son joder!! esas cosas que hacen
mágica la vida
Allí salió Ezra Furman con el resto
de la banda secundándolo, y el coscorrón en el quicio de la puerta
de camerinos de rigor. El escenario es lo más parecido al del vídeo
del Never Enough de los Cure. Ezra con esa sonrisa entre lo
hilarante, inocente y pendenciero posaba para los flashes de mil y
cientos móviles; menos de los que cabían en la platea. Pero yo creo
que entre el calor y la defensa pretoriana de los que hicieron la
fila con rigor, allí algo fecundó. Después Tim Sandusky (el saxo),
maraca en mano, alucinando con el acolchado insonorizante del techo;
que le rozaba el flequillo. El bajo a lo Höfner de Jorgen Jorgensen
(jorge para los amigos) muy chulo; sonaba de la hostia. El resto con
mención especial al bataca Sam Durkes, que le da un plus a las
percusiones y yo, que por más que las busco en el disco no las
encuentro, oigan. El caso es que en resumidas cuentas y después de
que Ezra sobre el diminuto escenario, nos abriera el corazón hasta
puntos de ternura, rabia y despecho. Se despachó a gusto porque
rima; y ya está.
Si en su primera época con The
Harpoons, era el acompañamiento y la puesta en escena lo que no
estaba a la altura de las circunstancias y posibilidades de sus
primeros discos. Ahora en solitario o con sus compinches The
Boyfriends, pasa justo lo contrario. Su puesta en escena es justo
aquello que uno echa de menos en el disco, y no será porque suene
mal precisamente. Y lo más probable, sea que la banda encima de un
escenario y con el público a un palmo tocándole los riffs; como
pasó en Sidecar. Es cuando de verdad suena a delirio puro. Y da tres
leches que Ezra se quiebre la voz sin conservadurismos que valgan,
porque siguen sonando como una locomotora.
Gran parte de culpa la tienen los tres
músicos anteriormente citados; sobretodo el primero. Y claro está,
aunque Ezra en la mayor parte del directo tire más de su arte
escénico, que de su talento musical; que todos sabemos que lo tiene.
Sabe como nadie medir la tensión y el tempo de una actuación en las
distancias cortas.
De la química entre saxo y solista, se
podrían sacar millones de vacunas contra el aburrimiento y el
desinterés. No solo eso, volaron de un plumazo esa especie de oboes
y clarinetes que campan por el disco, para convertirse en saxos con
sexo tenor al más puro estilo Madness; rugosos y crujientes.
Para abrir boca “At the Botton on
the Ocean” en clave New York Dolls; que por cierto pulularon
toda la noche en muchos de los temas de la velada. En “American
Soil” o “And Maybe God is a Train” también. Algo
que por cierto, hasta que no vi ese arranque de concierto, jamás me
lo hubiera imaginado con ese fulgor de glam de bajo fondo
transformista. El saxo ciertamente ayudaba a teñir la noche de
neones, lentejuelas y swim desafiante.
Llegados a un punto de inflexión,
cuando sonó “Can I Sleep in Your Brain”; una de esas
joyas que te encuentras hacia el final de su último disco, y que
jamás esperas oír en un concierto con estos derroteros. Te baja
hasta lo hondo, se pone enternecedor con esa mirada de cordero
degollado tan a lo Emilio Aragón #y usted no lo es, y te vuelve a
subir; es así, de cambios de humor, insinuaciones y flirteos. “My
Zero” funciona de largo como un resorte: es un tema que todavía
no entiendo como se me pasó por alto hace dos años, porque fue de
las que más me gustó. Supongo que me costó digerir el cambio
estilístico de hace tres años y pagó la criba, con tanta música
que hay donde hurgar.
Era el momento preciso para despegar
con el repertorio más cabaretero y vodevilesco de su nueva hornada:
“Body Was Made”, “Ordinary Life” bajando el
pulso a una sala ya despatarrada y rendida por completo. “Haunted
Head” es la rehostia bendita en directo: con sus coros
vacilones, su saxofón poseído por el mismísimo diablo y la
presencia ni que fuera en espíritu de David Bowie #el de Hunky Dory
concretamente. Para luego invocar a Johnny Thunders o Marc Bolan; que
se yo: “Tip of the Match” es el tema que más remite a la
banda neoyorkina en su último álbum. Aquella noche parecía flotar
constantemente en el ambiente; Nueva York, Chicago, la conexión
sureña vía Menphis.
“Wobby” con el saxofón
echando leña a un pogo constante entre músicos; sería por la falta
de espacio, o porque hubo un dialogo festivo de los que se ven poco.
Ezra Furman saltó al público y por un momento convertido en una
loca groupie daba rienda suelta al desparrame. “Lousy
Connection”: hay que ver lo que llegar a ganar este tema sobre
las tablas; la que más me descolocó cuando la escuché por primera
vez, y ahora no me la puedo quitar de la cabeza. Es una de esas
melodías/estribillo que sintetizan aquello de optimismo/felicidad,
en un algo sin forma, color ni definición... un estado. Y que
conectado vía espiritual con la Rumba Psichobilly de “Walk on
the Darkness”, sería como el todo de la noche. Curioso el
fenómeno, porque uno en un ademán de serenidad miraba a su
alrededor, y todo el mundo estaba enloquecido. En ese preciso
instante si Ezra Furman hubiera pedido a gritos que el público se
despelotase, todos lo hubiésemos hecho sin rechistar; lo juro.
Vamos, que iba decidido a comprarme la horrible camiseta fucsia del
mercha; suerte que no había de mi talla, porque ya más frío, mira
que era bizarra la jodía.
Acabamos a ritmo caribeño con
“Anything Can Happen” y “Restless Year”; que yo
juraría que esta última la tocó mucho antes y la lista de
canciones se la pasó por las pantecontepantes. Pero vaya, da un poco
lo mismo, creo que el personal asistente (80 personas escasas),
estaba más feliz que un chancho en un lodazal.
Dos bises que me parecieron por
definición la más puta genialidad de la noche; por gusto y formas:
“Tell Em All to go to Hell” que además ensamblaron tan
bien como el Moon Cresta de las recreativas cuando... ey!! sonaba el
“Rock & Roll” de la Velvet Underground y todo
encajaba; ya lo decía Jenny: - Nunca pasa nada hasta que pasó, y
descubrió el Rock & roll. Desde entonces nada fue ya igual.
Seguramente la definición más fiel y legítima de la felicidad; EL
ROCK&ROLL.
Tengo la malsana manía de ningunear a las sensaciones del año, pero todo sea dicho, esta excelente crónica, y esa pleitesía hacia el rock&roll de Reed me da pie a prestarle más atención a Ezra y dejarme de pejillerías de cascarrabias uraño. Reitero que el texto lo vale. Saludos
ResponderEliminarGracias por el piropo Chals, yo mismo a Ezra lo dejé de lado tras alucinar pepinillos con su segundo disco con los Harpoons-, del que sigo pensando que es una pequeña obra maestra e igual me paso. Su primer disco en solitario hizo que al no encontrar aquello, pues lo dejara arrinconado; y tan poco es que sea el disco flojo, pero siempre me viene a la cabeza el agravio comparativo con aquel disco.
EliminarEso es lo que hizo que tampoco le prestara atención a Day of the Dog/2013; este si que es un disczo. Recuerdo que mi colega y paisano tuyo Sulo lo puso en la gloria y aunque no lo escuché por falta de tiempo. Sí ha hecho que a este último le hincase el diente, de otra forma igual no hubiera escarbado en esa idea que tiene este geniecillo de entender la música.
Y claro está, su directo ayuda un montón. Es el máximo exponente de honestidad sobre un escenario, libertad creativa y aunque no lo parezca de primeras, un fondo de armario para con sus ancestros (L. Reed, Dylan, T. Rex, New York Doll, el sonido sureño y alguno que medejo) muy muy gratificante. Además, es un tío que lleva la música a un tono simpático, de colega y desprejuiciado de aquello que te ayuda a amarla. Mucho taleno, si señor.
Un abrazo y gracias por pasarte a dejar tu sello por estos lares, aunque no lo creas tus textos son un espejo donde mirarme: y no lo digo por devolver el cumplido, es de corazón.
Me tiro de los pelos, sé que he perdido una oportunidad histórica de verlo. Todo el mundo que ha ido y me ha contado coincide. Sabía que disfrutarías. Abrazo, brother.
ResponderEliminarMás se perdió en a guerra Johnny, seguro que este se deja caer por aquí cuando menos te lo esperas. Y además creo que todavía está por venir ese gran disco que atraiga a más público. No se si será igual de terruñoso que estos dos últimos, pero no dará más alegrías de eso estoy seguro.
EliminarAplaudiendo con las orejas ante el Ezra y ante usted... ¿Qué más quiere que le diga? Eso y que esa "forma más expresiva, natural y comunicativa de interactuar con la misma y ponerte al plano/nivel del artista" de la que usted habla, para este menda, es la felicidad. y sino lo es, pues se aproxima de la hostia. Y sí, yo también me hubiese despelotado y hasta estuve a punto de picar con la horrorosísima camiseta jejejeje. De lo que sí me arrepiento es de no pillar el vinilín de "My Zero", por esa gloriosa cara B que supongo tb sonó por allá arriba. Salut compay...
ResponderEliminarAaaay jajaja Sulo, me inflo como un pavo. Pero sabes que es la sensación que produjo con su directo FELICIDAD ABSOLUTA. Estos pequeños directos son como la esencia del perfume de Patrick Suskind: buen rollo, familiaridad entre los asistentes, química... que se yo. Si uno tiene ganas de rebanarse las venas viendo e espectáculo de los grande sfastos indies, estos son los pequeños motivos por los que albergar cierta esperanza. Ya me lo decía Fernando Alfaro: ahí está la creatividad y la verdadera transgresión, en los pequeños que se la juegan y arriesgan sin pedir más premios que el público y los entornos domésticos.
EliminarEeeeeh, la camisa chanaba que si no es porque no tenían mi talla...Yo me compré el vinilo del último y estuve a estas de coger el single tan chulo. Al final le compré la camiseta más discreta del chucho a mi señora, que aunque reniega de mis gustos musicales y no me acompañe a la mayoría de conciertos, al final, como en la literatura, la acabo arrastrando al lado oscuro muhehehé.
PD. Al otro lado oscuro también, por supuesto (enfermos, más que enfermos jejeje)
Un abrazo, y ya sabes, nos debemos unos vinos y algún concierto instigador muaaacs!!