(Del lat. felicĭtas, -ātis). 1.
Estado de grata satisfacción espiritual y física. 2. Persona,
situación, objeto o conjunto de ellos que contribuyen a hacer feliz.
3. Ausencia de inconvenientes o tropiezos.
Empeñados como estamos de buscarle a
todo un significado, definición o explicación más o menos lógica.
Con la felicidad fallamos y volvemos a fallar. Aunque teniendo en
cuenta las últimas lindezas de la R.A.E y lo que hasta hace cuatro
días definía como felicidad: Estado del
ánimo que se complace en la posesión de un bien.
Está claro que un término tan
subjetivo e intangible como la felicidad, el sentirse feliz o...
creer que uno es feliz. Es tan variable y personal, como el ideal de
belleza absoluta. Y claro, si ahí afuera no hay nadie en quien
depositar tu incertidumbre ¿tendrá uno que salir a la calle a
buscarse la tal felicidad?
Es evidente que no me obsesiona algo
tan abstracto como la felicidad, ni el empeño premeditado de
buscarla. Pero sí tengo muy claro que la música desde chico, es de
esas cosas que me la proporcionan en más altas dosis. Desde que
garabateaba tracklist de mis imaginarios discos en las contraportadas
de los libros de texto del cole, hasta las mismas canciones de inglés
inventado, pasando por los miembros de las bandas; extraídos de los
créditos de la pelis de la tele. Desde entonces el pulso y las
constantes de mi día a día desde que abro los ojos hasta que voy a
dormir, son la música y todo lo que arrastra la misma. Ver una banda
en vivo, seguramente sea la forma más expresiva, natural y
comunicativa de interactuar con la misma y ponerte al plano/nivel del
artista.
Y la música en vivo, claro está, es
si se quiere. Esa parte íntima del autor que sin ni el mismo
saberlo, pone al servicio del convaleciente y enfermizo oyente. Como
ese mismo y viral medicamento para que, si bien no lo cure, por lo
menos le palíe las recaídas de infelicidad y amargante realidad.
Como en las catacumbas que bajo el
suelo raso se amontonan los osarios de feligreses y mártires de la
causa.
En la sala Sidecar; si así se le puede
llamar a ese diminuto refugio soterrado bajo los pies de una antaño
temida Plaça Reial. Todavía, igual que algunos búnkers como el
Jamboree o el Karma, se puede resistir al relumbre de esas preciosas
terrazas plagadas de camareros pulcramente ataviados y cazadores de
incautos turistas. Y casi se me van los días entre el desahogo y el
suspiro largo de placer, cuando la semana que dejamos atrás me ha
colmado de eso que decía, FELICIDAD.
La del Miércoles pasado después de
casi necesitar cuatro días para digerir la de DRONES. Y lo que
quedaba, rumiando el pasto de satisfacción; soy lento y estas cosas
no me gusta tragarlas y defecarlas a la carrera. Me he pasado casi
toda la semana reenganchado al mediador PERPETUAL MOTION PEOPLE. Con
él me he resarcido de los casi siete años que separaban aquel
demoledor “Inside The Human Body” de los Harpoons; su otra
banda. Y lo repetiré miles de veces: entre sus inicios infructuosos
con The Harpoons y su actual carrera, bastante más autosuficiente
dista un abismo... o no. Lo que quiero decir es que no cambio ese
disco por ninguno de los actuales con respeto, y por mucho que me
encante el último. Lo aclaro, porque todo el mundo parece haberse
olvidado de ese fabuloso disco.
Ese Miércoles puse todos los medios
para que la noche, que se prometía como el reverso necesario a la
lugubrez y tensión de The Drones. Se transformara en la distensión
y luz allí abajo, en las tripas de Sidecar: Me abrí una botella de
RÉ que guardaba de hace unos días de mi paso por Poblet; para
ponerle una nota musical a la noche, antes de salir de casa ante un
bocata de Jamón con Parmesano. Y salí buscando la tan ansiada
felicidad. Su último disco así lo expresa por cada uno de sus
puntos cardinales.
Me planté a las 21:00 en punto ante
las puertas de Sidecar: Una cola discreta teniendo en cuenta que a
esa hora ya debía estar a punto de empezar. Y todo indicaba que la
cosa iba a ir con calma chicha #fuera prisas y angustias. Algunos
feligreses pese a dar por echo que Ezra no iba a agotar entradas, y
lo pequeño del garito que tampoco daba para pelearse por el mejor
sitio, no se movían ni un milímetro.
Era gracioso incluso rozaba un punto el
surrealismo: El ir y venir de plaza Real, sus restaurantes
emperifollados; allí siempre es festivo. Y diez personas guardando
sus posiciones en formación de a dos. Yo le pregunté a un miembro
de la sala, respuesta: - uff va para largo, aun no ha llegado...
Así que me pedí un Canadian con hielo y me salí a la terraza a
beberlo con tranquilidad mientras devoraba un pitillo y observaba
entre lo estupefacto y gracioso del tema. Fue llegando más gente,
los minutos pasaban y el Whisky se consumía proyectando un filtro
ámbar sobre la entrada. Cuando ya todo el mundo había entrado
pasadas las nueve y media. Entonces, llegó Ezra Furman con paso
tranquilo, una sonrisa socarrona y ataviado con un modelito de lo más
chic.
Le di dos tragos. Cuando noté ya las
sienes ablandarse a la mezcolanza del destilado, el tinto, y las
cervezas a las que seguro no podría resistirme ahí abajo. Todavía
pasaría un buen rato una vez dentro; casi media hora más con tiempo
de echar un vistazo al merchandaising, a la gente (como me gusta
escudriñar al personal, dios). Y a la gruta, que es como mejor se
podría definir Sidecar: rincones donde antaño, cuando el Britpop
empezaba a bramar, todavía se podían escuchar chirriar las
guitarras y las armonías de los viejos somieres. Era un buen sitio
para perderse en los 90, si señor; bastante más cutre que ahora,
pero auténtico.
Echados a una banda; la de los lavabos
y esa diminuta barra tan genialmente dispuesta. Sobre las diez y pico
calculo, porque lo he de admitir, la verdad no sabría deciros a que
hora empezó exactamente. Y es lo que tiene haber salido de casa con
tiempo y agarrar una caravana de casi una hora, para después ver que
llegas justo y te sobra una hora; son joder!! esas cosas que hacen
mágica la vida
Allí salió Ezra Furman con el resto
de la banda secundándolo, y el coscorrón en el quicio de la puerta
de camerinos de rigor. El escenario es lo más parecido al del vídeo
del Never Enough de los Cure. Ezra con esa sonrisa entre lo
hilarante, inocente y pendenciero posaba para los flashes de mil y
cientos móviles; menos de los que cabían en la platea. Pero yo creo
que entre el calor y la defensa pretoriana de los que hicieron la
fila con rigor, allí algo fecundó. Después Tim Sandusky (el saxo),
maraca en mano, alucinando con el acolchado insonorizante del techo;
que le rozaba el flequillo. El bajo a lo Höfner de Jorgen Jorgensen
(jorge para los amigos) muy chulo; sonaba de la hostia. El resto con
mención especial al bataca Sam Durkes, que le da un plus a las
percusiones y yo, que por más que las busco en el disco no las
encuentro, oigan. El caso es que en resumidas cuentas y después de
que Ezra sobre el diminuto escenario, nos abriera el corazón hasta
puntos de ternura, rabia y despecho. Se despachó a gusto porque
rima; y ya está.
Si en su primera época con The
Harpoons, era el acompañamiento y la puesta en escena lo que no
estaba a la altura de las circunstancias y posibilidades de sus
primeros discos. Ahora en solitario o con sus compinches The
Boyfriends, pasa justo lo contrario. Su puesta en escena es justo
aquello que uno echa de menos en el disco, y no será porque suene
mal precisamente. Y lo más probable, sea que la banda encima de un
escenario y con el público a un palmo tocándole los riffs; como
pasó en Sidecar. Es cuando de verdad suena a delirio puro. Y da tres
leches que Ezra se quiebre la voz sin conservadurismos que valgan,
porque siguen sonando como una locomotora.
Gran parte de culpa la tienen los tres
músicos anteriormente citados; sobretodo el primero. Y claro está,
aunque Ezra en la mayor parte del directo tire más de su arte
escénico, que de su talento musical; que todos sabemos que lo tiene.
Sabe como nadie medir la tensión y el tempo de una actuación en las
distancias cortas.
De la química entre saxo y solista, se
podrían sacar millones de vacunas contra el aburrimiento y el
desinterés. No solo eso, volaron de un plumazo esa especie de oboes
y clarinetes que campan por el disco, para convertirse en saxos con
sexo tenor al más puro estilo Madness; rugosos y crujientes.
Para abrir boca “At the Botton on
the Ocean” en clave New York Dolls; que por cierto pulularon
toda la noche en muchos de los temas de la velada. En “American
Soil” o “And Maybe God is a Train” también. Algo
que por cierto, hasta que no vi ese arranque de concierto, jamás me
lo hubiera imaginado con ese fulgor de glam de bajo fondo
transformista. El saxo ciertamente ayudaba a teñir la noche de
neones, lentejuelas y swim desafiante.
Llegados a un punto de inflexión,
cuando sonó “Can I Sleep in Your Brain”; una de esas
joyas que te encuentras hacia el final de su último disco, y que
jamás esperas oír en un concierto con estos derroteros. Te baja
hasta lo hondo, se pone enternecedor con esa mirada de cordero
degollado tan a lo Emilio Aragón #y usted no lo es, y te vuelve a
subir; es así, de cambios de humor, insinuaciones y flirteos. “My
Zero” funciona de largo como un resorte: es un tema que todavía
no entiendo como se me pasó por alto hace dos años, porque fue de
las que más me gustó. Supongo que me costó digerir el cambio
estilístico de hace tres años y pagó la criba, con tanta música
que hay donde hurgar.
Era el momento preciso para despegar
con el repertorio más cabaretero y vodevilesco de su nueva hornada:
“Body Was Made”, “Ordinary Life” bajando el
pulso a una sala ya despatarrada y rendida por completo. “Haunted
Head” es la rehostia bendita en directo: con sus coros
vacilones, su saxofón poseído por el mismísimo diablo y la
presencia ni que fuera en espíritu de David Bowie #el de Hunky Dory
concretamente. Para luego invocar a Johnny Thunders o Marc Bolan; que
se yo: “Tip of the Match” es el tema que más remite a la
banda neoyorkina en su último álbum. Aquella noche parecía flotar
constantemente en el ambiente; Nueva York, Chicago, la conexión
sureña vía Menphis.
“Wobby” con el saxofón
echando leña a un pogo constante entre músicos; sería por la falta
de espacio, o porque hubo un dialogo festivo de los que se ven poco.
Ezra Furman saltó al público y por un momento convertido en una
loca groupie daba rienda suelta al desparrame. “Lousy
Connection”: hay que ver lo que llegar a ganar este tema sobre
las tablas; la que más me descolocó cuando la escuché por primera
vez, y ahora no me la puedo quitar de la cabeza. Es una de esas
melodías/estribillo que sintetizan aquello de optimismo/felicidad,
en un algo sin forma, color ni definición... un estado. Y que
conectado vía espiritual con la Rumba Psichobilly de “Walk on
the Darkness”, sería como el todo de la noche. Curioso el
fenómeno, porque uno en un ademán de serenidad miraba a su
alrededor, y todo el mundo estaba enloquecido. En ese preciso
instante si Ezra Furman hubiera pedido a gritos que el público se
despelotase, todos lo hubiésemos hecho sin rechistar; lo juro.
Vamos, que iba decidido a comprarme la horrible camiseta fucsia del
mercha; suerte que no había de mi talla, porque ya más frío, mira
que era bizarra la jodía.
Acabamos a ritmo caribeño con
“Anything Can Happen” y “Restless Year”; que yo
juraría que esta última la tocó mucho antes y la lista de
canciones se la pasó por las pantecontepantes. Pero vaya, da un poco
lo mismo, creo que el personal asistente (80 personas escasas),
estaba más feliz que un chancho en un lodazal.
Dos bises que me parecieron por
definición la más puta genialidad de la noche; por gusto y formas:
“Tell Em All to go to Hell” que además ensamblaron tan
bien como el Moon Cresta de las recreativas cuando... ey!! sonaba el
“Rock & Roll” de la Velvet Underground y todo
encajaba; ya lo decía Jenny: - Nunca pasa nada hasta que pasó, y
descubrió el Rock & roll. Desde entonces nada fue ya igual.
Seguramente la definición más fiel y legítima de la felicidad; EL
ROCK&ROLL.
De
chiquitín, cuando en mi barrio todavía existían barrizales donde
jugar a la lima, y aquellas reservas naturales del libertinaje
llamadas descampados. Cada noche al acostarme y en plena vigilia,
soñaba con un butrón bajo mi cama que me llevase con nocturnidad y
alevosía, a unos almacenes que había junto a mi cole. Se llamaban
Ferrán, y era uno de esos de una cadena expert de la que en tiempos
pasados, cuando lo más grande era la mercería de la esquina de tu
calle. Pasear por su pasillos llenos de juguetes, equipos de música
y un sinfín de cachibaches, podía ser lo más parecido a lo que uno
creía por paraíso.
No era uno
como la del “Chapo” Guzmán: con luces, moqueta e hilo musical.
Mi paso subterráneo a la calle de arriba, era más imaginado al
estilo teletransporte; como los viajes lisérgicos del Niñato de
Gallardo y Mediavilla. No era por avaricia pues en aquellos
ochentuados años, lo más cercano a la codicia era una bolsa de
pipas francaris y un drácula a lametones, sentados en el muro de la
plaza. Era eso, imaginar teniendo lo que ni en sueños tenías.
Ahora
también lo hago; como ven, no he cambiado demasiado. Soñé en una
siesta rempanchingada, una fiesta de boda con Richard Hawley en el
Apolo. Aparecerme como la virgen de Lourdes en un concierto en el
Hacienda, e irme de fiesta con los Reid Brothers prendiéndole fuego
a la ciudad.
Y cuando es
la música en vivo la que nos tira a la calle, cambié los grandes
almacenes por salas en penumbras. Mis sueños ahora, lo son surcando
el subsuelo de la ciudad y agonizando de empacho musical; sería una
muerte dulce.
Esta pasada
semana ha sido lo más parecido a eso, y teniendo en cuenta la
suculencia desproporcionada de conciertos, que este otoño guarne las
salas de Barcelona. Decidirse por el menú debería ser una tarea
ardua, a no ser de que últimamente, mi elección de conciertos se
suele basar en básicamente en pequeños reductos alejados de la
muchedumbre deslumbrante de las últimas tendencias.
Elegir a THE
DROMES de entrada, era algo sencillo después de verlos en aquel
Primavera Sound de hace tres años. Fue por entonces un antídoto
contra los cabezas de cartel: muchas luces, espectacularidad y
grandes escenarios donde ahogarse entre el tumulto. Por entonces, la
banda australiana nos confinó en un extremo del evento. A almas
perdidas entre el desaucio de las modas y la incesante búsqueda de
sonidos con rebabas, filos y tactos ásperos. Y allí dieron un
concierto monumental, que nos demostró, que sobre el escenario,
cualquier parecido a su sonido en formato físico, se quedaba enano y
muy limitado si se comparaba con el arsenal que manejaban sobre el
escenario:
Gared
Liddiard haciendo gala de una violencia espasmódica y estrujando la
palanca de su guitarra hasta hacerla aullar. Su fornido
guardaespaldas Dan “Supaman” Lascombe arreciando con esa sección
que se encarga del rugido oscuro y su sección rítmica: Michael
Noga a la batería y una intrigante Fiona Kitschin, encargada de
darle ese paso fúnebre musculoso y elástico a todo su musiquero.
Suficientes
los motivos para aprovechar la oportunidad de verlos en sala.
Desentrañar con más detalle los enigmas de su maleable sonido, y
volverme a encontrar entre el público al Hombre Misterioso de
Carretera Perdida. Ese discreto hombre mayor que llevo viendo en los
conciertos más esquivos y marginales desde que tengo uso de razón:
que son ya unos cuantos #cerca de 25.
Pero vayamos
al principio de la noche. De entrada la banda que abría su concierto
después de posponer aquella gira inicial en Mayo, cuando todos
pensábamos que esperarían a tener publicado un nuevo álbum; que no
ha sido el caso. Los también australianos afincados en Barcelona
DEAD PARTIES que tocaban sobre las 8:30 pasadas y su principal
reclamo para estar allí como un reloj: su single del pasado año
“Disappears”: Un temazo de aquellos que recuerdan a los
himnos entre lo épico y melancólico de finales de los 80; canciones
que nunca pasan de moda y enaltecen a viejunos como yo.
No es que
hayan inventado nada ni mucho menos, pero a estas alturas de la
historia cuando todo se queda en un uy casi!! Se agradece que
una banda no se ande por las ramas y se vaya al efectivismo más
melódico del Postpunk bailable. Se nota que están rodados, aunque
sobre el escenario adolezcan en momentos puntuales de una falta de
rodaje. Los temas suenan del primero al último, preparados y deduzco
porque lo ignoro, a completar un primer Lp plagado de jitazos
que estará al caer; canciones tienen de sobra para publicarlo. Así
que de momento tenemos que conformarnos con un puñado de temas y su
competente directo, que digo yo que para que queremos más.
Cinco
músicos sobre el escenario que amplia la plantilla inicial de sus
tres miembros fundadores. Además de un batería catalán que les
acompañó y que aprovecho a felicitar; menudo metrónomo. Consiguen
sonar como una banda que bien podría llevar tocando muchos años. Y
lo mejor, hicieron que esos primeros adelantados que se dieron cita
-que fueron bastantes- bailaran como posesos; y ahí me incluyo yo.
“Last
Romance” recién publicado, que teje el powerpop luminoso
de las antípodas con un “shoegaze” bien entrecomillado, pues no
es ese mil veces trillado estilo. Sino un algo mucho más elástico y
contundente.
Sus
canciones tienen mucha sustancia, tienen huecos que se abren y
contraen como fondos submarinos. “Tribe”,
“Shadows on
Walls” o
simplemente haberlos visto sacar brillo junto a Le Petit Ramon al
clásico de los Byrds “I´ll
feel a whole lot better”.
Dan de sobras para certificar que estamos ante una banda que nos
dará en un futuro próximo, grandes placeres.
Sobre las
diez llegaría el momento de la verdad, expectante, deseoso de ver
sin la distancia de por medio que da el gran escenario de un
festival.
La sala
contigua a la grande de Apolo es un entorno ideal para este tipo de
bandas: Un concentrado a modo de bar amplio y bien dispuesto para
albergar a ciento y pico personas; las suficientes. Ahí sabes que
están los que están, ni un solo troll de estos que van últimamente
a los conciertos a fichar y hacer muescas en su revolver. Sin
importarle un carajo, de qué va realmente el asunto ¿sabes?:
escapar de mediocridades y bajar al lodazal a mojarte los pies y
llenarte de padrastos el alma.
THE DROMES
si tuviésemos que catalogarlos para inventariarlos debidamente,
sería realmente difícil; y eso es lo más gratificante de ellos.
Podrían ser unos eficientes dinamiteros de grandes edificios, de
esos que albergan los archivos históricos de la música sin rebasar
ni un solo milímetro los géneros madre. Sin embargo y aunque puedan
llevarnos a pensar sobre el garaje, los sucios trasteros del
rock&roll o el oscurismo blusero de su música. Como buenos
australianos, lo llevan todo a un contexto mucho más agreste y
tribal.
Su
repertorio vaga sin complejos por cada uno de sus discos, y no se
ciñen en absoluto a la malsana costumbre de incidir en su última
publicación; algo que los honra mucho.
“Shark
Fin Blues”
sonó de las primeras y antes lo hicieron con “Jezebel”;
el tema que abre un último disco en directo. La maltrecha voz de
Gared llevada al límite en una gira maratoniana le pasó factura.
Pero es algo que se suplió con el tremendo andamiaje que levantan en
cada uno de sus directos. The Drones suenan como una apisonadora, por
un lado un caminar rítmico que como el latido de una fiera dominan
bajo y batería. Por otro, la teoría del caos que su líder Gared
Liddiard dota de forma y lógica; por muy abstracta que parezca: Esas
notas que salen de su Fender Jaguar como lamentos y gruñidos crean
una melodía casi esotérica. Y Dan Lascombe que como obrero
incansable levanta muros a destajos, es ese halo de siniestrismo que
alcanzan la cúspide de sus melodías.
Blues
maltrecho entre la santería, mántrico y tribal que a veces los
acerca a aquellos pasados Janes Addiction del Nothing Shoking. Una
sesión a medias entre el espiritismo, el hipnótico caminar de sus
canciones y exaltación ritual del vudú. Más de uno entró en las
primeras filas en trance: unos dibujando lo que les sugería la
tormenta, otros pidiendo ser castigados por sus buenas conciencias. Y
yo apostado a la izquierda, mientras Dan desde el otro extremo se
conectaba vía camiseta de THE CRAMPS #la que nos emparentaba, me
dedicó un salve hallelujah!!; y me arrancó una sonrisa de
satisfacción.
Tuve que
coger distancia e ir a tomar un trago. Los vi desde todos los
ángulos: Izquierda, fondo y derecha. Es lo que tiene acudir a estos
conciertos que entre el maldecir porqué, estas bandas son unos
perfectos anónimos en la escena actual. Uno bendice que todo sea
así, en un tono familiar, de hermandad, para gourmets espantaos del
fastfood modernero.
Y caían una
y otra, como salmas. Podría ponerle títulos, pero la verdad,
disfruto de esta banda en toda la amplitud de su discografía. Me
importa un carajo que temas toquen, porque le dan un aire que dista
una eternidad entre lo que uno se pueda imaginar al escucharlos en
disco, o en carne viva.
“6
Ways to Sunday”
tremenda. En ese instante casi al final del concierto pensé, y no
dudé en compartirlo con un anónimo compañero de concierto -voy
solo a los conciertos, pero cuando estos mismos te avivan el
espíritu, no dudo en compartirlo con to
quisqui; el que tenga más próximo. - Y
Pixies buscando una bajista que emule a Kim Deal y no aciertan!!
¿a caso han oído en directo a Fiona Kitschin? Menuda fiera parda!!
“Minotaur”,
esa extraña melodía como el paso estrambótico de un animal de gran
tonelaje. Cayeron más de su Havalina, “I
am a Supercargo”
desgarradora. “Baby”
puso a toda la banda en pie de guerra coreando, aquí Christian Strybosch (su nuevo batería y original batería, tras la marcha de Mike Noga)
parecía una apisonadora: - Babe, babe, babe,
you can't never die!!
“A
Moat you can Stand In”
como única rescatada de su más épico y calmado “I See
Seaweed/2013”. “The
Miles Daughter”
trepanadora de gruesa cuerda con la que atravesarte del hipotálamo,
hasta los pies nerviosos. Sonó también “Tamen
Shud” como
no podía ser de otra forma; el tema más reciente que han liberado.
Una de esas canciones que se une a un catálogo de tienda de
horrores, donde solo los atrevidos se adentran a escarbar. Y que hace
con toda probabilidad, que los discos de este cuarteto sean tan
ariscos, para quien mima su oído cde melodías ensoñadoras con
textura de algodón azucarado.
Claro, que
después esta la otra especie. Esos que como yo, y los pocos que se
han dedicado con empeño a esta, y otras bandas que exigen aflojarse
el corsé y dejar que sean las emociones y el instinto las que
busquen su propia melodía.
Esos, creo
yo en mi más absoluta ignorancia, que leen entre líneas y acuden al
reclamo de esos brillos que asoman por entre tanto decorado plástico
y aséptico. Que sí, que queda la mar de pulido, higiénico y
práctico para limpiar cómodamente sin dejar rastro de la mugre del
pasado. Pero a mi, que queréis que os diga, me empachan y aburren de
la misma manera que las adoctrinadoras modas. Después esta todo
aquello que ejercita tu facultad de exploración, de aventurero, de
buscar la otra verdad que nadie se preocupa por cultivar; al fin y al
cabo esto es lo que le da sentido a nuestra triste vida.
Pues THE
DROMES es más o menos eso: Su trayectoria musical es un buen
escapulario con el que presignarse, cuando el alma se nos descarría.
Sus directos, un entorno donde las canciones se flexionan, mutan y
evolucionan como el contorsionista de sus cantante. Y no hay una cosa
sin otra, nunca se entenderán lo suficiente hasta que los ves sobre
un escenario.
Acabo de
bajar del cielo muchachos, cual angel caído con alas como muñones.
Subí allí arriba hace mucho tiempo: estaba mirando esas luces retro
tan chulas que bañan los paneles lisos e impolutos de los
quirófanos, y cuando oí algo parecido al Song of the Siren
de Elizabeth Fraser, pensé que debía largarme allí arriba; os lo
juro, ocurrió así.
El sol me
las ha quemado como los pestañas ante la deflagración del
disolvente; quemadas como churrusquitos y olor a castañas. Ayer
dieron la vuelta a los dos mundos, y lo que antes era la oscuridad de
averno, hoy es sol de Ipanema. Los han cambiado como un truco malo de
magia con naipes: - “ahora lo ves, ya no lo ves”. Y yo...
que soy de tinieblas animal de la noche, me he bajado allí #caída
libre en espiral, rompiendo barreras de sonidos, cumulonimbus, capas
espesas de contaminación; atmosférica y lumíca. De esta última ya
no, se ha hecho la noche y por fin me alegro, porque he dejado de ver
a gente de tirantes, manga corta y bermudas. Y ya era hora que alguno
diera con sus pies en el suelo, relentes!!
A tal
síntoma le he aplicado una fórmula magistral que ningún alquimista
de tres al cuarto conoce. Atento a algún mensaje de aquellos que se
otean entre atardeceres deslumbrantes y soles que se cuelan bajos,
por la silueta de los edificios. Cada de vez en cuando llegan caídos
como benditos también, del cielo. No son demasiados, lo admito;
mejor así, en pequeñas porciones. Pero llegan mensajes como
aquellas señales que esperaba Jodie Foster en Contact; salvadoras y
revitalizantes.
Esta tarde
de Domingo con la noche echada sobre nuestras espaldas como una
pesada losa; a las seis y ya de noche... esto no puede ser bueno, no.
Me he puesto un disco que esperaba como rocío en Mayo y todo a
cambiado. Si no fuera por estas cosas y cuatro insignificancias más,
me rajaría las venas a tiras para hacerme un disfraz de Bufalo Bill:
*************
CAR
SEAT HEADREST_TEENS OF STYLE
Cosas que
suenan con esa luminiscencia propia de una Primavera adolescente, y
que funcionan como aquellas inyecciones de felicidad con acné que
curaban constipados de febril juventud #tose niño que el médico
te oiga, que si no ni caso te hacen!!. Y tu tosías hasta que la
garganta parecía un día en la Paris-Rubeaux; pavés y fango a
partes iguales.
Car Seat
Headrest curan todo eso y algo más. No son un medicamento
genérico ni de un laboratorio con caché y corte Italiano. Suenan
como aquellas voces salidas del pozo seco de la abuela, que en ecos
te llamaban a gritos enlatados: ven mi niño ven, estamos aquí solos
enterrados en vida y necesitamos un amigo. Y tu ibas, y te tirabas de
cabeza al hoyo virollo en busca de algo así, como un poco el
principio de todo.
Esta joven
banda de Seattle, ha dado un salto cualitativo en cuestión de un par
de años la mar de interesante. Una prospección al fondo del asunto,
que ha pasado de los bocetos instrumentales caseros con cuatro
cachibaches de un veinteañero. A un disco de Pop de guitarras
salvajes y sin domar, propias de geniecillo.
Por la
cabeza orbitan unos Nirvana en tono de ensayo, los Guided by Voices o
unos Pavement deslumbrantes y soleados: Americana de guitarras, más
popera que guitarrera, pero con esa imagen de chupa raída tan yanqui
y surfera. “Sunburned Shirts” florea las aguas subyacentes
y freáticas que discurren bajo nuestro pies, con ese perfume a
azahar digno de los Beach Boys. Así es como comienza este Teens of
Style; el definitivo tras tres años de composiciones compulsivas:
Primero fueron “Nervous Young Man/2013” y “How
to Leave Town/2014”. Y solo era cuestión de tiempo para
que este jovencísimo Will Toledo; nada que ver con
nuestro Willy Toledo. Nos deslumbrara con un álbum preparado para el
asalto a nuestros corazones.
Once temas
cocinados al estilo cosaco Bistró; rápidos, poco hechos y
saciantes. Con la urgencia de quien deposita en la melodía todo el
protagonismo, dejando de lado inútiles abalorios. No hay ni una sola
que obvie esta premisa: Cuanto más gris, otoñal y lluvioso el día,
más se hidratan las corrientes subterráneas.
Solo con
leer los títulos de las mismas tan reveladores todos ellos, se
intuye la consigna; diviértete!! “The
Drum”, joder como me encantan esas
guitarras tan vivas y sangrantes. De echo este tema es parte de una
serie de demos que se compusieron en el 2011; imaginaos el arsenal
que guarda el muchacho.
“Something
Soon” es tan terriblemente agitadora; parte
de culpa de todo esto. Esa forma de ver la vida entre lo abstracto e
infantil de Daniel Johnston, que culmina en algo que lo resume a la
perfección: una canción. “Times to Die”
lo dice claro y alto: - “Todos
mis amigos se van a casar / Todos mis amigos están bien con Dios /
Todos mis amigos están haciendo dinero / Pero el arte consigue lo
que quiere y el arte consigue lo que se merece”.
Un himno en toda regla que con Jacob Bloom al bajo, Andrew Katz a la
batería, un Rhodes y las guitarras del muchacho, ahora suenan con
mucha más coherencia que aquellas melodías maquinadas en el asiento
trasero del coche de sus padres.
“Los
Borrachos (I don't have any hope left, but the weather is nice)”,
pop veloz que se alarga casi hasta los siete minutos sin apenas
resentirse. Tiene esa forma de ascenderte hacia los cielos tan
salvaje, tan primitiva... y al borde de los tres minutos entran esas
guitarras rizadas... y tchas!! tienes de repente otra canción. Es
así, como un juego que no sabes bien donde te va a llevar; ni él lo
sabe.
“Oh!
Starving” podría
salir así, de repente en un final de fiesta al piano y con los
comensales haciendo coros, y es así joder, perfecta. En el fondo
supongo que no puede ser de otra forma, instantáneo y así de
sencillo. Cuando todo surge tan espontáneo como la contracción del
diafragma, el ritmo natural de la inspiración y ese bien preciado de
la juventud compulsiva, las cosas suceden. Casi mágicas y
salvadoras.
En
los asientos traseros de los viejos coches se han engendrado desde
siempre pequeñas y grandes historias.
Si
los pespuntes de la tapicería de mi viejo Talbot Horizon ya
desballestado pudieran hablar, no solo contarían historias de sexo
sórdido. También las hubo de risas y carcajadas cortando a cuchillo
el espeso humo del hachís. De finales trágicos y de melodías
pluscuamperfectas. Allí es donde también las confeccionaron Roy
Orbison, Johnny Cash y Jerry Lee Lewis en la gira infernal de Sun
Records del 57; y nacieron piezas inmortales e instantáneas.
THEE
MIGHTEES seguramente también las hicieron con una guitarra, su
imaginación como única partitura y una cerveza en la otra mano;
mientras rompían las olas.
***************
THEE MIGHTEES_SMILING
A
la banda de Sheffield les queda un poco lejos el mar, de echo ni
siquiera se les puede atribuir una posible estancia en playas
cálidas; ni que sea por pura imaginación ensoñadora. Pero sus
minúsculas arengas de no más de dos minutos, tienen la misma
estructura musical que un chiringuito cualquiera de las playas de
Axarquía: Unas cañas para protegerse del sol, cuatro tableros por
mesa, un puñado de bancos, madera de encina y una caja llena de
espetos.
Se
comen con los dedos sin cubiertos y hacen equilibrio sobre las seis
cuerdas eléctricas, como los descalzos pies sobre el pedragal de la
orilla. Su escucha es como un baño en una tarde de calor y sentir el
salitre resquebrajar tu piel bajo el sol. Los dedos todavía huelen a
sardinas y la melodía imperturbable por su sencillez, aguijonazo e
infeccioso sant vitus, te traslada. El otoño nos ha cambiado el
reloj amigos, pero siempre habrá tiempo para que la depresión nos
constriña hasta parecer un culo de pollo.
Nos
resistimos, y aunque esta semana la sibilina lluvia se halla hecho
dueña de nuestro día a día. Siempre es de celebración, descubrir
una banda británica que lleva el sonido pop primordial a terrenos de
surf, de powerpop o de tweepop, sin necesariamente parecer una pose
de anuncio de telefonía. Son naturales como el gazpacho de la yaya y
se han ido a hacer aquello que triunfa al otro lado del gran charco.
Seguramente
el echo de ser Británicos pueble portadas de tabloides alternativos,
cuando de este tipo de bandas que no se comen un colín las hay a
montones. Pero hace gracia con que desparpajo se ventilan los cuatro
cortes, sobre cuatro acordes siameses si resultar cansinos. Tiene ese
tufo adictivo de las primeras composiciones de la Velvet tan
Rock&roll naiff o de unos Feelies lampiños; boogie-woogie popero
y saltarín... inofensivo y delicioso como un helado de lima.
“Cream
Cream” de echo recuerda ligeramente a ese pasado Fenme fatale.
“Pop Culture Icon Eyes” podría ser perfectamente la demo
casera de aquellos Jesus & Mary Chain empapados de
Beachboyrockerismo, pero sin sus notas de distorsión; se
quieren lo mismo. “Sometimes”, “Romantic Notion”
o “Blue Raspberry Dragon Soop” los podría incluso hacer
pasar por el mismo precepto teológico de los Parquet Courts. Pero en
lo básico, y lanzando por la ventana cualquier similitud enfermiza
de nuestro subconsciente, Smiling precisamente, es un disco de debut
que sirve para dejarnos de gilipolleces y disfrutarlo con mucha
vehemencia.
De
la misma forma que la Velvet Underground en su icónica banana, nos
regalaron esas precisas piezas de Rock callejero con: “Sunday
Morning”, “I'm Waiting for de Man” o “There she goes Again”.
Y progresivamente mutaron hacia odas espirales, complejas y
lisérgicas, cuando White Light/White Heat irrumpió en el 68. Cuando
hablaba al principio de la sencillez deslumbrante de los cuatro
acordes. Las entrañas intestinales y recargoladas de este combo
escocés, me obliga a mirar en el reverso de la música como un
pasaje, a viajes de autoinvestigación.
Mi
reciente exploración en la espesura de esta banda de Glasgow;
después de permanecer largos años en la recámara de mi disco duro,
“Strange Friend/2014” y “The Wants/2010”. Me obliga después
de traducir con soltura su mensaje, en su más reciente “Fears
Trending”, y descubrir las enormes posibilidades de su sonido. A
explicar qué son, y de que van sus manuales de autoayuda.
La
historia es larga, y después de caer en el pozo de su último disco,
lamento enormemente haberme perdido seis años, más los otros seis
de anonimato.
Llegaron
a tener hasta cinco nombres, mientras se divertían experimentando
con herramientas, puestas en escena, incluso con la idea de componer
sin un objetivo claro. Pocas son las bandas que dediquen este largo
tiempo de aprendizaje, hasta saber qué son, y qué quieren en
realidad. Llegados a este punto, tampoco se obsesionaron con la idea
clara de alcanzar una meta.
Lo
que sí descubrieron, es que sin proponérselo, el proyecto ya se
había hecho mayor: le había salido bigote y barba, bello en el
pubis y olía a feromona adolescente que tiraba de espaldas. Aquí
empezó la vida de The Phantom Band; la de seis tipos dispuestos a
crear sin una definición al uso demasiado clara.
Durante
estos seis años y tras el discreto éxito de su anterior álbum,
muchos han sido los que han intentado descifrar su estilo sin mal
estribillo que echarse a la boca; y con lo que se llega a perder el
personal cuando no hay un estribillo que tararear: Que si recuerdan a
Stereolab; ni en la sombra oye. Que si ellos se autodefinían como
“protorobofolk”, o si les asociaban automáticamente con algunos
parientes cercanos como Twilight Sad o a mil bandas de pseudo pospunk
de las islas; ni una cosa ni otra.
No
voy a ser yo ahora el que venga a sentar cátedra sobre géneros,
tendencias o castas musicales; válgame el señor. Más cuando su
anterior disco estuvo más de un año criando malvas en mi disco
duro; que no soy yo de tirar ná, y si ahí está, es que algo intuí
en su día. Lo que también es cierto -y en esto me someto a 100
latigazos-, es que esto de la música va mu rápido. Tanto, que uno
debe dosificar su dieta a lo que buenamente se digiere. Ya se sabe y
si no lo digo: Que las digestiones pueden ser pesadas si se quiere
llegar al ritmo que impone eso que nos rodea ¿industria, consumo,
información sin control?
Por
eso tampoco me amargo; nunca es tarde si la chicha es buena.
Lo
dicho, FEARS TRENDING, además de hacer zoom sobre la banda y
descubrir un disco único en su especie: Americana Gótica que lo
parece pero que no lo es exactamente, folk secuenciado en el que las
sombras no solo dan oscuridad sino también muchos cromatismos,
transiciones que levitan en una progresiva que nos lleva hasta los
70... krautrock, Jetro Tull, santería...
También
han conseguido sumirme en un mar de dudas, sin acertar del todo cual
de sus cuatro trabajos me gusta más. Si lo del pasado en STRANGE
FRIEND era la reválida, o si el de este año es un apéndice que ha
nacido como aquellos brotes tardíos que llegan para matizar lo
anterior.
De
echo son dos discos que tienen claramente una consanguinidad que va,
de lo más brillante y colorido, hasta lo más oscuro y tortuoso.
Strange Friend/2014 era un disco que te capturaba desde el primer
momento: La trotona y casi himno a lo Arcade “The Wind that
cried the world” o “Clapshot”, eran dos aperitivos
que hasta podían batirse en duelo con los aclamados The National si
me apuras. Aunque sus tres primeros cortes eran un anzuelo a todas
luces, y el disco derivaba en espesuras, bosques inmensos y viajes
con mil rutas posibles.
Fears
Trending/2015 nos devuelve a aquella banda entre dos aguas:
lo poético y lo trágico. Los siete cortes que lo forman podrían
ser, como decíamos antes, una secuela de su anterior disco: más
elástico, afable y desinhibido. No solo por sus cortes iniciales,
sino porque abren las ventanas para que entre un poco de aire fresco.
Sin
embargo aquí, los teclados y esa electrónica que acompaña sus
salmas de épica comedida, cobran un protagonismo especial. Hacen de
diapasón con una falsa impostura interesante y algo equivoca: Es ese
pequeño juego, el de estos Escoceses, de hacerse servir de elementos
enfrentados para crear texturas y sensaciones, para jugar con los
sonidos como en una paleta de colores; con sus mezclas imposibles, de
degradados intrigantes y rojos intensos.
La
voz de Rick Anthony domina las alturas y rellena las pocas grietas,
huecos y resquicios, que escapan a la fascinante solemnidad de este
disco. Es de echo, uno de los detalles con más carácter de la
banda: como la de John Grant o Nick Cave, que se erigen absorbentes y
reconocibles; hagan lo que hagan.
Su
Sonido, más propio de las antípodas o del folk americano, oscuro y
reptante, que de una banda Escocesa:
“Tender
Castle” prospecta en aquel folclore esotérico, parecido al que
practicaban Gorky's Zygotic Minci o ahora Other Lives, y con un
Alasdair Roberts como voz de lujo invitada; aullando a la luna. Solo
que ellos, más indisciplinados a la hora de seguir un camino de
castidad estilística, saben adaptarse al accidentado terreno de la
imaginación “experimental”. Entrecomillo por las connotaciones
indescifrables que tiene este término.
The
Phantom Band no se andan por las ramas y tienen un lenguaje directo,
aunque sus discos sean para entrar en ellos lentamente; como el paso
pausado y firme de los elefantes hacia tierras de inspiradores
alimentos. En “Local Zero”es evidente: Aunque su
cacharrería de Moogs, secuenciadores, Akays y mil instrumentos con
los que juguetear, sean tan vitales y tan protagonistas como la voz
misma. Emanan ese don de rock progresivo y mecánico de los setenta,
que roza la psicodelia sobria y muy meticulosa. “Denise Hopper”
pone ofrendas de western meditabundo y melancólico: otra de esas
monumentales canciones que se retuercen con plasticidad, formando
vórtices ascendentes. Lo repiten en “The Kingfisher”
apretando más todavía las clavijas del angustioso drama; todo
delicia y redención negra. Profundidad de aquellas que trasladan a
hondonadas, gargantas inaccesibles, a parajes amplios donde solo las
barreras naturales ponen los límites. Incluso a esas marchas
fúnebres de guerras míticas, al redoble de “Black Tape”.
Es
curioso porque pese a nacer de las mismas sesiones de grabación que
su anterior trabajo, es tan distinto y tremendamente complementario a
la vez. Es la luz y el reverso oscuro de la luna, la noche y el día,
la miel y la hiel. Comen de mil abrevaderos pero sin embargo, son de
las pocas bandas de este segundo decenio que se mantienen
imperturbables en su camino por reinventarse. Aun así, su esencia se
mantiene intacta: Twilight Sad, Cherry Ghost, Low, British Sea
Power... los puedo contar con los dedos de una mano. Lentos y
discretos, pero firmes
*************
CINERAMA_VALENTINA RETURN
Antes
de concluir con estos tres ladrillos que cimentan una de las dos
PlayList otoñales. No voy a despedirme sin subrayar una deliciosa
golosina que se ha publicado este mismo mes.
A
David Gedge le profeso un enorme cariño. Si The Smiths y Joy
Division me enseñaron a amar los textos por encima de la música, y
B52's junto a Talking Heads, hermosos parajes lunares de melodías de
magnífico histrionismo. Wedding Present fueron la comunión
perfecta de Punk y Pop; el principio y lo que le seguiría cuando era
un chaval. Con los años, ese amor vitaminado por los riffs más
veloces que dio el “indie” acuñado a puño y letra, se
transformó en un cariño fraternal por un músico de aquellos de
uñas negras; de los que se ensucian, se remangan y están a las
duras y a las maduras. Treinta años lo atestiguan, y tres décadas
además fiel a su idea por la cual gira su música: Pop de guitarras
áridas y abrasivas.
Su
trayectoria, evolución y mutación siempre me ha parecido curiosa;
he aprendido a amarla por encima de revanchas y añoranzas. Me ha
enseñado a descubrir la brillantez de la melodía entre ruinas,
escombros y miserias. Me ha parecido de echo, uno de los pops vas
verdaderos en años: Canciones nerviosas e hiperactivas que casi
siempre hablaban de su principal obsesión: las mujeres, el amor, las
rupturas y el desamor. Solo que las suyas, nunca parecieron canciones
románticas al uso.
Con
Cinerama y aquel lujo de disco que publicó en el 98 junto a
Marty-Wilson Piper (The Church), Emma Pollock (The Delgados) , su
nueva pareja Sally Murrell a los teclados, y una sección de cuerda a
lo grande. Más que una rareza me pareció una genialidad venida de
un idealista del Pop de guitarras. Una especie de ensayo con la que
demostrar que la canción Pop como concepto, tiene muchas lecturas.
Tanto,
que tras un impás de siete años, Cinerama fue paulatinamente
mutando hacia Wedding Present. Y Torino/2002 acabó siendo un disco
con más rasgos de Wedding Present, que del Pop de cámara
afrancesado que fue Cinerama.
En
el 2005 tras la ruptura con Sally Murrell, David Gedge volvería a
refundar Wedding Present con otros miembros muy distintos, pero con
la misma filosofía que dejó en Seamonster/1991: Un Poprock de
guitarras más megalíticas, y menos Pop.
Su
último disco publicado fue Valentina. Un disco de tapado que atesora
un medio tiempo muy interesante de la mayoría de las facetas de la
banda de Leeds: Tiene un sonido puramente Pop de estribillos
extraños, plagado de antihits que funcionan a las mil maravillas
sobre el escenario y a fuerza de escuchas.
Pues
tres años más tarde se saca de la manga ese mismo disco, reescrito
por Cinerama. Lo que eran canciones de mal asiento, picajosas e
incomodas, es ahora un disco más propio de un crooner a lo Sinatra o
a lo Randy Newman; que más da. Si no fuera por el mismo título,
nadie diría que son las mismas canciones; salvo por “You Jane”,
“524 Fidelio” y “Mystery Date” que suenan
inmensas de cualesquiera de las formas.
Arreglos
de cuerda y metales bordados en sobre relieve. Pianos de Bossanova
ultramar. La compañía es grata, y más si se arrulla con las
féminas que lo acompañan a las voces y una orquesta sacada del
mismísimo Puerto de Santa María. Producido y arreglado por Paco
Loco y el ex Penelope Trip/Edwin Moses Vigil. Han hecho entre los
tres, un disco digno de aquellos compilados guateque del sello siesta
donde bajo pseudónimos, algunos ilustres músicos nos regalaron los
oídos de golosinas jingle.
Que
parece un soplo de aire cálido en tiempos de frío ya: Bacharach, la
Lighuria, y un toque mediterráneo que nos traslada por momentos al
EasyListening de los 60, o a emular a los galanes baladistas más
icónicos de tiempos pasados.
Mantiene
elegantemente un pie en el pasado y el presente. Y no es aunque se
sospeche, un estéril intento de imitarlos. Sino un homenaje como lo
eran el Nixon de Lambchop o el Rings Around the World de Super Furry
Animals. Y sobretodo, porque demuestra cuan maleable puede ser una
canción, cuantas lecturas posibles tiene. Y como las crisálidas en
mariposa, la belleza de las mismas a veces, solo depende de mirarlas
con el corazón más que con la simpleza de un crítico.
Estos
cuatro discos son solo un pequeño dispendio así, a la carrerilla.
Con tanto como uno tendría de que escribir, si de verdad tuviera a
mano una registradora donde grabar ese chispazo que aparece y
desaparece en cuestión de segundos. Ese ejercicio de escuchar un
disco de ida y vuelta y sacarle punta.
Pero
por suerte o desgracia, aunque de forma más o menos aleatoria
escojamos “ése”. Podrían ser otros, si el tiempo de
esparcimiento fuera más generoso con nosotros: “Los que se han
quedado a la espera de otra play con la que ventilar este año”.
De echo estas listas aunque como anzuelo para pescar GRANDES y
apetecibles productos, existen sobretodo, para esgrimir la canción
como signo de disfrute espontáneo. Sino ¿que sentido tendría
arrancar con SMALL BLACK y su noctámbulo “Boys Life”.
Arranque
en clave de electropop estilizado y proletario para celebrar la
visita de FRONT 242 y las fiestas 1984 de tierras Levantinas: El
proyecto secreto de Tony Verdi y Xavi Cabanyol en ELECRO GENERATOR
GROUP resucitando el mítico “Isolation” de Joy Division. De este
despegue bailable y vespertino salen también por ejemplo los
paisanos PARALELO, tras donde se oculta un veterano: Raul Q de Orte.
Un proyecto sintetizado y autodidacta de fuerte calado autobiográfico
y activista. En este contexto también los muy salvables “Vuelve
conmigo a Italia” y “Pray For Rain”, de los también
Barceloneses HIDROGENESSE y PURE BATHING CULTURE; pese a que los
discos que los contienen, no me hallan dado demasiado la talla
respecto a estos dos grandísimos “hits”.
THE
KVB redondean esta compilación con una versión clásica de los
Rolling Stones, desde la misma perspectiva psicodélica 27 años más
tarde. La que se presenta en un sample sobre la mítica banda la mar
de curioso “STONED A PSYCH TRIBUTE TO ROLLING STONES” del sello
Cleopatra. Con la intervención de bandas tan idóneas como: Clinic,
The Allah_las, Lorelle Meets the Obsolete, Yeti Lane, The Vacant Lost
y un largo etcétera, con resultados dispares pero muy recomendable;
de lo de ahora y antes.
Al
margen de un puñado de canciones con las que bailar y hacer luz,
donde la oscuridad domina. Cada tema tiene un porqué (disco a
destacar, artista, novedad, o simplemente porque mola). O un tomo
reivindicativo que pese a no disponer ni de espacio, o tiempo con el
que reseñar. Deberían si el tiempo me fuera más generoso, ser
parte de otras tantas reseñas, para diseccionar cada una de sus
buenas virtudes.
Es
el caso de MAD ROBOT y DAGRAMS:
Dos
bandas radicalmente distintas, y que pese a ocupar espacios
diferenciados en cuanto a popularidad, tienen algo en común: los dos
recomendados al margen del ruidoso bullicio de portadas. Los primeros
con disco recién estrenado y en plena promoción I DECLARE WAR. Han
conseguido a base de martillo y cincel dar un paso de gigante en el
difícil equilibrio entre la superación técnica sin apenas medios,
la coherencia en el difícil binomio letras en Inglés/textos
sobresalientes, y lo mejor: Conseguir que indierock de guitarras
resulte tan agitador en lo físico, como en lo espiritual a base de
mucha militancia y crítica contra los mecanismos de la industria.
Al
otro lado DIAGRAMS, un proyecto el de Sam Genders que cuanta más
expectativa levantó con su anterior Black Light/2013; fue de echo
uno de mis preferidos de aquel año. Más radical ha sido su regreso;
polémico y criticado por cambiar experimentación por Pop de toda la
vida.
Pero
es que resulta que Chromatics en toda esa apariencia de disco
inofensivo y aséptico. Contiene algunas verdaderas joyas, de ese
Popfolk tan universal como exigente a la hora de destacar. Canciones
honestas ante todo, que beben de muchos clásicos y que ganan
conforme avanza el año. El año avanza y nosotros a paso
contemplativo, nos conformamos con coger al azar lo que se tercia.
El
año acabará, cierto. Y la música, ya saben, no entiende de
tiempos, plazos ni chantajes. Seguro que de aquí al fin, todavía se
nos aparecerán como la virgen de fátima. Sino que se lo digan a THE
CLIENTELE, a ver quien es el guapo que les pone fecha de caducidad.
ABRACABRAZOS!!
00_SMALL BLACK_Boys life 01_ELECTRO GENERATOR GROUP_Icelation (Joy Division cover) 02_PURE BATHING CULTURE_Pray for rain 03_HIDROGENESSE_Vuelve conmigo a Italia 04_THE PHANTOM BAND_Denise Hopper 05_P.I.L_Double trouble 06_TRAAMS_Succulent thunder Anthem 07_MAD ROBOT_Kill the Maintream 08_THEE MIGHTIES_Romantic Notion 09_CAR SEAT HEADREST_Strangers 10_CINERAMA_Back a Bit...stop 11_DIAGRAMS_The Light and the noise 12_THE CLIENTELE_Never anyone but you 13_PARALELO_Europa y aliados 14_THE KVB_Sympathy for the devil (Rolling stones cover) 15_PETAL_Heaven