Entre
el Ben Stiller cómico con ADN de perdedor redomado, y el entrañable
orejotas al que se le coge cariño ni que sea por roce. Asoma como
debutante de pulso y tino. Un Ben Stiller, del que admito, me ha
sorprendido gratamente la fantástica forma de resolver un caramelo
envenenado como es: un drama carcelario “verídico”, explotado
tantas veces ya en la pequeña y gran pantalla.
Un
pequeña joya, que recupera los tiempos y las pautas fotográficas
del cine que nos vio crecer. Y que deslumbra no solo por la
interesante estructura de su guion, pese a parecer una historia sin
apenas recursos, o incluso mal pensar en un simple gancho de reparto
estelar.
Ya
sabéis supongo, que
disfrutar de la vida, su variedad y diversidad sin concesiones, no es
ni mucho menos hacer como las tortugas de mi sobrino venidas a más:
Y devorar incluso el dedo de quien te da de comer, o meterte entre
panza y caparazón todo
bote de deliciosos y aromáticos bichos deshidratados que
se tercien, sin piedad.
Uhmmmm que ricos!!
A
ver si me explico:
Tragarte
series como si no hubiese un mañana o cualquier otra cosa mejor que
hacer. Y además hacerlo de manera compulsiva como te ordena esa voz
que sólo tú oyes. También
es válido con la música (la que te bajas sí, cabronazo), los
paquetes de filipinos,
los móviles por año, las rebajas o el hablarle del tiempo al vecino
en el ascensor…
De
veras, no hace falta. Moderación y variedad por dios!!
Ya
veis que por aquí hace mucho que no suelo hablar de series;
además de por pereza, que
ya. También
porque al final, y por
muchas que uno quiera ver, probar si lo que le gusta a conocidos te
debe gustar a ti, o el
temor de no saber de que
hablar en la maquina de café del trabajo. Lo
que a uno/a le gusta de verdad de verdad de verdad en la vida, se
resume en tres o cuatro líneas; lo juro.
Es
como los amigos. De verdad de los buenos, cuatro o cinco. Y no quiere
decir que odiéis el resto. Pero siempre es mejor así y sí,
abiertos y permeables pero sin caer en la bulimia, que las resacas
son mu malas.
De
este guion que Michael
Tolkin y Bred Johnson (El
Juego de Hollywood y Mad Men)
confeccionaron siguiendo su pálpito, tras conocer la rocambolesca
historia de la fuga en directo, en 2015. Y aunque Ben Stiller no
aceptara el encargo por
falta de verificación
hasta un tiempo después,
tras liberarse
la documentación del caso
por la policía del estado.
Hay
que quedarse sobretodo y obviando las recientes declaraciones de
Tilly Mitchell aka Patricia Arquette tres años después. Con el
global de una historia que no pormenoriza en culpabilidades,
víctimas, verdugos o malos ni buenos.
Sino en la potencia
interpretativa de los protagonistas y sobretodo, en las naturalezas
humanas por encima del
espectáculo.
Se
habla y la verdad es que no se disimula en absoluto; y que gusto. En
una escuela a la hora de
dirigir, del encuadre de la fotografía, la música y la fuerza de
los rostros, que bebe una barbaridad de los Hermanos Cohen o de David
Simon. Y que seguramente sea la razón por lo que me ha encantado
este largometraje por actos; para que negarlo.
Harto
como estoy de que la gente sea incapaz de esperar, disfrutar de los
silencios, o incluso de los paréntesis. De no pasar de la segunda
canción sin piedad, querer la fecha de boda con el primer cuarto de
hora del capítulo piloto, preferir el orgasmo al deseo, o la
novedad al recuerdo.
Yo,
me embriago con el gesto mullido y etílico de Benicio del Toro. La
mirada felina e inocente
de un otrora joven Paul Dano y ya más que prometedor actorazo. O el
recuperar a mi queridísima Patricia Arquette en otro más de sus
papeles más exigentes y menos agradecidos.
Hasta
un Eric
Lang mutado
espectacularmente en una caracterización de actor de reparto para
enmarcar. O un David
Morse, que parece resucitar a un Brutal Howell de “La Milla Verde”.
Resumiendo al personaje y a las circunstancias, con una mueca
memorable en
el interrogatorio final.
Me
producen un placer infinito muy superior al de esa infinidad de
paradojas, ficciones y eficaces
tramas con desenlace obligado. O con tantas temporadas como letras
tiene una hipoteca, que no hace más que suscribirte a tu sentencia o
pretender hacerte firmar un contrato de permanencia al más puro
estilo “no
pain, no imagination”.
Fuga
de Dannemora es así, la antítesis a esa tendencia actual de series.
No vais a encontrar otra cosa que no sea una exposición en tono
contemplativo, de algo que pretende acercarse a lo que sucedió; sin
tener que dar crédito
a pies juntillas, evidentemente.
Pero
sí con un tratamiento de los planos y el ambiente absolutamente
delicioso. Una interpretación magnífica con cierto tono irónico a
la vez que minuciosa en los aspectos más importantes de esta
historia, que no es otra que los personajes y la estupefacción ante
los hechos. Junto con una fotografía tratada
con mucho cariño, y una banda sonora encantadora.
Una
miniserie a mi parecer muy disfrutable, que evita las ínfulas y
artimañas comerciales. Honestidad sin peajes y lo que me parece más
interesante:
Una
historia que se explaya en el ritmo cotidiano e introspectivo de las
personas. Que en definitiva es el todo de una buena narrativa que
cede la palabra a las personas y no al fin.
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