viernes, 22 de febrero de 2019

24º EDICIÓN DEL MINIFESTIVAL DE MÚSICA INDEPENDENT de Barcelona: LA SANGRE QUE NOS CORRE 09/02/2019

 



La venticuatroava edición del Mini?festival de música independiente, nos trajo (de nuevo); y pese adelantarse respecto a otras ediciones. Ese soplo cálido idóneo que todo bicho necesita, tras el inacabable y tedioso enero que parece nunca dar fin: Alisios de humedad tropical, brisas mediterráneas y predicciones de candelaria que anuncian el declive invernal.
Que bien!!
Otro nuevo “petit comité” indie, donde reunirnos en torno a un candente brasero alimentado de exquisitez musical. Pero sobretodo y más, por el calor humano del más familiar de los eventos puramente alternativos, que se viene sucediendo sin tregua otra vez, en el barrio Barcelonés que vio nacer a mi queridísimo Fermín (Finito de Nou Barris). A donde acudo (también), en peregrinación musicosantísimo; como quien sube descalzo a la ermita para redimir una promesa.
Un acto entre lo heroico (más aún que Superlopez), y la cinética alimentada por la emoción y el empeño como la mejor de las energías renovables edición tras edición.




Este año además (entre vivas y aplausos), con las entradas agotadas y una sala necesitada de otro mundo; no se si mejor o peor que el mediático. Pero infinitamente más libertario y alimenticio.
Cambiar los clichés mola. Que te los cambien estimulándote la capacidad para vaciarte de modas y tendencias, tiene lo bueno de quienes vinimos de otra época más esquelética y sencilla; el pop y el lo-fi es así: Chasquidos, palmas y ritmo; el que bombea el corazón, y el que casi ni necesita de instrumentos para expresarse.
Que tras 24 ediciones de eventos de esta índole y complicidad colectiva siga reuniendo público diverso. Y tras el descalabro del cartelazo de hace dos ediciones, resucite con esta oferta exigente.
Es como poco emocionante, para mi que perdí la fe en la pasión hace unos años.

Hablaba aquella noche con Carlos (50% de la emboscada) legando la pasión a su manera con la familia en la barra. De los clics que se activan, y que muchas veces por asimilación generacional tenemos disecados en nuestro recuerdo más interiorizado.
Aquellos que ni siquiera necesitamos escuchar habitualmente, ya que por sinergia sanguínea son parte de nuestro adn de rítmico bombeo; Kirstin Hersch por ejemplo:
La que para mi y a lo largo de mis años. Se ha convertido en una especie de escala con la que medir el Pop de guitarras noventero venido del otro lado del charco. Desde que adquiriera el “Real Ramona” en el 93, con veintitrés años.
Y una compañera de viaje hacia la vida, cuando la vi por primera vez en acústico y solitario hace 18 años o más tarde en el 2007. Observando su particular o humana forma de asimilar la madurez, y proyectarla en algo tan puro y poético, pero tan distinto a su banda.

En el fondo tampoco es tan raro, pero si muy interesante si te vas observando crecer y hacerlo con la música que un poco te enseñó a discernir entre las modas britpoperas y el experimentar con algo que: Un poco quebró con el estereotipo que aquí se tenía sobre la música alternativa Americana.
En el fondo y realmente, seguramente por eso ni Throwing Muses tuvo apenas impacto en nuestro país. Como a día de hoy, a Kirstin Hersch solo se la conoce de oídas o como referente.
Un pecado imperdonable y deuda que difícilmente sea ya reparada, ahora que muchos se afanan en subrayar lo que molan Throwing Muses; cuando nadie compraba sus discos ni tenían cabida en los fastos tan British vs Grunge que aquí tanto chanaban.
Siempre se nos han dado un poco mal las cosas que no son ni una, ni otra.


Pero hete aquí que ni la hemeroteca, los achaques de edad o sobreinformación que instruye a doctorados salidos por generación espontánea día sí, día también. Va a eclipsar la verdadera magia de la música y su incaducable vida:
Que nunca es tarde para hacer un “de profundis”, incluso una revisión de las instantáneas de nuestro viaje.


Cuando llegamos sobre las nueve y pico, ya habían comenzado FREE CAKE FOR EVERY CREATURE.
Un cuarteto con Katie P. Bennett a los mandos desde la periferia de Nueva York, que ejecuta un Pop cooperativista en un contexto de sala de estar: Melodías susurradas, quebradizas y arrulladoras que vertebran aquello que nos parece Lo fi. El emocore que en su día nos cantaban los Hnos Kadane en Bedhead. O la belleza delicada de Anna-Lynne Williams en Trespassers William.
Podría ser una de tantas bandas de Sarah Records. Pero su ubicación en la Costa Este, les da otra óptica maravillosa sobre lo que aparentemente parece indiepop y en el fondo se escapa de nuestra manía por ordenar en estanterías.
Un set que como las frecuencias que solo se oyen en la naturaleza. Hipnotiza, si eres capaz de desconectarte del escándalo. Y cura el déficit de atención congénito.
Llegaría poco después la sorpresa más aterciopelada y chic de la noche; cuando ya por fin estábamos aposentados, cerveza en mano, saludos… candor.
NIGHT FLOWERS son una de esas bandas que podrían pasar por una de tantas propuestas facilonas, sin demasiadas exigencias que hacen equilibrio entre el IndiePop “para todos los públicos”, y el mainstream con pedigrí. Pero que si echas cuentas, ves que a día de hoy hay muy pocas bandas que se la jueguen, entrando sin remangarse en el lodazal de los sonidos puramente ochenteros.
Lloyd Cole & the Conmotions, Deacon Blue, The Heart Throbs, O ese magnífico “Everybody Else is Doing it, So why can’t be?” de Cramberris en 1993, olvidado al cabo de los años cuando alcanzaron una popularidad masiva. Dan un poco la medida de discografías consensuadas en cuanto la felicidad y nostalgia que generan, y lo poco apreciadas que son en el podium de la excelencia más purista.
Sin embargo en la noche del sábado 9, pocos fueron los que se resistieron a bailar y canturrear junto a la excelente voz de Sophia Petit y la encantadora puesta en escena. Que recordaba a esa aparición de The Smiths en el Wistle Test: Americanas, glamour, actitud y elegancia, sin subestimar la ñoñería que todos llevamos dentro y no nos atrevemos a mostrar sin pudor.


Desglosaron todo su disco de debut con un sonido igual demasiado pulcro y escaso de guitarras. Pero con una actitud envidiable cuando se trata de una banda que acaba de empezar y quiere gustar.
Un disco que se crece exponencialmente en su segunda mitad con gemas como “Cruel Wind”, “Head On” o “Fireworks”. Y que enamora sobretodo por su honestidad, y el buen rollo con el que se subieron al escenario. O la emoción con la que explican su primera experiencia en nuestro país, mientras compartía un cigarrillo con el batería tras el concierto; que por cierto, tenía un abuelo aragonés.



Ahora bien: No hay mayor placer sensorial a mis 48 años, que admirar la capacidad de síntesis y a la vez de generadora de emociones. Que tiene Kristin Hersch con su guitarra y su voz sobre un escenario.

Algo que sospecho, se acerca mucho a una especie de comunión con el pasado, el presente. Y esa magia inexplicable que ejerce la música cuando se presenta al desnudo y con la realidad como argumento de peso.
De eso desde hace ya veinticuatro años, sabe mucho la bostoniana. Y pese a conocerla al dedillo y por fin haber entrado de pleno en ese universo táctil e intuitivo, donde desaparece cualquier rastro de producción y arreglo de estudio. Todavía es capaz de hipnotizarme con su mirada de gata y contoneos felinos, tejiendo con sus manos cada nota. Al filo del quiebro vocal.

Un set que se nos hizo corto bajo un silencio y respeto sepulcral. Y que tal y como demandaba la puesta en escena, no incidió apenas en su último y más eléctrico disco: “Possible Dust Clouds”.
Si fueron “Gazebo Tree” o aquel primer destacado a dúo con Michael Stipe “Your Ghost”, incluso su mimetizada “City of Dead” de Throwing Muses que nos volcó el corazón como antaño.
Sno Cat”, “Krait”, “Flooding” o “Deep Wilson” relucieron de forma mágica, detuvieron el tiempo. E incluso nos arrastraron hacia un estado de paz interior que pocos artistas son capaces de lograr, viniendo como viene, desde esa electricidad tan salvaje como aterciopelada del alternativo americano. Cuando los secretos coexistían parapetados a expensas de exploradores, curiosos y aventureros.

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