Parece
que hay algo en mi organismo, que hace que lo que sucede, me
sobrevuela, o aparece por sorpresa. Me produzca un efecto cada vez
más, a medio o largo plazo: Cuanto más veloz es todo, menos prisa
tengo para que el efecto sea inmediato.
No
pasaba cuando tenía veinte años, e incluso no hace tantos. Ahora
que no hay rincón del planeta que no se convierta en una plaza de
abastos con buffet libre. O que parece que todos tengamos una
urgencia casi apocalíptica por llegar los primeros, digerir y cagar
los placeres de la vida y por supuesto, que todo el mundo se entere.
A mi me ha dado por escampar cada caja del trastero, evento o suceso,
y mirarlo como quien siembra su huerto y lo deja crecer.
El
disco de mis adorados BRITISH SEA POWER fue un ejemplo bien claro de
esta causa/efecto.
Un
álbum de doce canciones, que regresaba tras seis años de
interrupción desde su magistral VALHALLA DANCEHALL/2011. Aunque
entre medias hubieran otros tres discos más que a mi no acabaran por
encandilarme. Y que sin tener la menor intención de penar, expiar
pecados o maldecir mi desatención. Ya me he convencido de que las
cosas no deben pasar cuando o como uno quiere.
Ni
siquiera apareció entre mis discos favoritos de aquel 2017, casi
siempre condicionado por un temario muy intimo y personal que parece
ser, es mi galga auditiva con la que me dejo follar o me vuelvo un
amante quisquilloso.
Pero
hete aquí, la música y otras muchas cosas deben estar igual de
supeditadas a los bioritmos lunares; en el fondo somos igual que las
plantas, seres vivos concebidos bajo el influjo de la luna.
Solo
así entiendo, y acepto. Que un año más tarde. Lo que me pareció
descafeinado y excelso en armonías blandas. Cuando buscaba (igual),
riscos y escaladas libres. Se me aparezca un buen día al volante
(como suceden todas estas cosas), como la virgen de Fátima dando
hostias correctivas y misericordia a partes iguales.
La
banda de Brighton nunca fue una banda revivalista de PostPunk al uso,
aunque por aquel 2003 de su debut, cayeran en el mismo cajón de
Interpol, Arcade Fire, Killers, Editors o los primeros Franz
Ferdinand. Pero con esa misma futilidad, quedó relegada igual que
una infinidad de bandas a esa división mucho menos mediática y
efectivista.
Abstractos,
irregulares en su mensaje, poco dóciles y más consanguíneos con
bandas como Gorky’s Zigotic Minci, Desert Hearts o los poco
entendidos Life Without Buildings. BRITISH SEA POWER han publicado
siete discos, y ni uno solo que no se revalorice con igual
intensidad, interés y complejidad atemporal.
LET
THE DANCERS INHERIT THE PARTY no es una excepción aunque sea la
antítesis de aquellos primeros escarceos neo postPUNKS del nuevo
milenio.
Sin
embargo en su genuflexión hacia sonidos más dóciles, armoniosos y
melancólicos. Han convertido su enervación primeriza en suavidad
panorámica, con la misma inocente intención de perpetuar a bandas
como Psychidelic Furs, Talk Talk, o Echo & the Bunnymen. Siendo
a día de hoy, y perdonen lo rotundo de la afirmación, la única
banda capacitada para crear ese mismo clímax.
Discos
que igual hay que escucharlos con más atención, o al contrario, con
el audífono del corazón para hallar esa magia vaporosa tardía de
la que os hablo.
Sus
primeros adelantos “Bad Bohemian” o “Keep
on Trying (Sechs Frounde)” presagiaban otro disco más en
la línea de Vallhala Dancehall, como hits infalibles. Pero lo cierto
es que pasado ya más de un año, es la belleza del conjunto la que
hace de este trabajo como una de las obras cumbres del Postpunk
melódico de esta década.
El
brillo mustio y mohoso de “Sait Jerome” por
ejemplo, supera cualquier expectativa creada por bandas con más
pedigrí que ellos. Su simbiosis con “Praise for Wathever”
alcanza cotas de maná nostálgico fuera del alcance otras que han
intentado en la actualidad resucitar aquella magia de los 80’s o
90’s. House of Love, The Church, Comsat Angels, Cocteau Twins,
Easterhouse, la épica de New Model Army o el esoterismo de The
Mission.
Y
con todo y eso, sus canciones más terriblemente espléndidas
sucumben a un conjunto armonioso, poético y orgánico. Esa cúspide
inalcanzable por Depeche Mode, Suede o si me apuras Nick Cave, cuando
intentan emular las sensaciones que te generaba escuchar canciones
que se han convertido en tu cardiograma emocional. Ellos sí, y sin
la más mínima ínfula.
Solo
así se entiende que acabes rendido en otras sobre el guión,
menores. Como “Want to be Free”, “Electrical
Kittens” o “Don’t Let the Sun Get in the Way”,
que no hacen mas que dar sentido global a la colección. No solo por
eso, sino porque en realidad son tan o más grandes que las más
evidentes.
“What
Do you’re Doing” es una preciosidad levitante entre el
falso mainstream y la realidad de una gran canción sin fecha. La
primera que nos eleva con solo de guitarra sin más; tan
significativo por eso… Son esa especie (supongo), de señales y
jeroglíficos pertenecientes a una época, de la que pocos ya, saben
volver a recrear. “A Voice of Ivy Lee” vuelve a
incidir, consciente de que la bravura otrora de los de Brighton
aciertan de pleno cuando deciden que el revival ochentero tiene más
de pulso que de excesos. Una realidad que a veces chirría, pese al
jolgorio, en buenas nuevas como las de Protomartyr, Shame o Idles y
que aquí se sostiene sobre el hilo de aquel “Lovely Day
Tomorrow” con el que los conocí hace 15 años.
Que
la banda de Jan Scott Wilkinson y los hermanos Hamilton, haya lanzado
el corsé hace tantos años bien lejos, y regrese sin la más mínima
presión de trascender. Hace que cada uno de sus nimios discos sobre
el papel, sean, en profundidad un espléndido lienzo donde recrear el
espíritu.
Y
que canciones como “Electric Kittens” emerjan
ahora, como defensoras de la oda romántica a ultranza de
incomprendidas FROM DE SEA TO THE LAND OF BEYOND/2013 o SEA OF BRASS
de hace tres años, una celebración sólo por tipicidad. Con la
medio desdibujada e invisible estampa de un promontorio apenas
devorado por la urbe, donde “Sait Jerome” y “Praise
for Wathever” son la cúspide de atípica elegancia. Todo
eso es, a mi parecer, lo más excitante de la música y los
devenires:
Dejarte
asaltar por aquello que no es obvio, que pierde la tanda por timidez,
y que no es evidente. De las apariciones