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lunes, 17 de octubre de 2016

DE UN VIAJE A CÁDIZ Y SU JEREZ



Cuando la lluvia arrecia y son los pleamares los que dejan a su paso -todavía- del rastro de lo que quedó atrás. Tardes, que ya son noches de lluvia. Son las que empujan como el oleaje, la constancia de escribir lo que no queremos olvidar.
Debe ser que el paso inminente del otoño, el racionamiento del sol y las horas de luz, hacen que uno se deje el cuscurro de pan para entre horas. Y sea ahora, cuando todavía resuenan los ecos de Alaska con sus difuntos Pegamoides/Dinarama y demás; que uno amortizó en las fiestas patronales. Momento idóneo para hablar -por fin- de vino, en estos lares que tan al abandono se dan.


Mis últimas vacaciones ya casi suspendidas de la añoranza, han sido por fuerza provechosas: Nos hemos traído en la saca del 2016 un buen puñado de testimonios de la esencia salvaje de Cádiz.
No solo ese espíritu de supervivencia a la inventiva, que se dan en cada esquina de sus poblados. Que en definitiva, es la clave para que una tierra como la Gaditana, perdida de la mano de dios, mantenga intacto y casi primitivo su carácter primordial. Sino lo que la diferencia prácticamente de cualquier parte de Andalucía: La ingente variedad de materias primeras que dan de comer y beber a propios y extraños.

El botín en líquido elemento a sido extenso como nunca llegara a imaginar. Pues cuando uno está allí. Lo primero que descubre, es que como casi siempre, la belleza y los tesoros no están en la superficie. Sino en esas callejuelas escondidas del gentío y el retumbe, donde ni siquiera los propios nativos son suficientemente conscientes. Es la grandeza -con un poco de pena- de percibir más de lo que uno deseara, la escasa conciencia que tenemos en nuestro país del verdadero valor las cosas.
No siempre, pero la mayoría de las veces, nos quedamos con lo superficial, inmediato y saciante. Y nos olvidamos de la excepcionalidad de las cosas, de los matices, e incluso de la maravillosa tentación de esculpirnos desde dentro a golpe de escoplo. Que uno/a jamás se quede en la comodidad de la simpleza, atracado de por vida en los tres metros cuadrados del conformismo.

Para esos otros que nos gusta -que disfrutamos, excitamos y hasta eyaculamos por sorpresa- Están las fisuras por las que adentrarse con emoción para descubrir estupefactos cuan cambiantes, permeables e indefinidos que somos hasta el día de nuestra muerte. Vivos; como digo yo.
El curso ya empezado. Se huelen los lapiceros, las batas almidonadas y hasta las partículas de tiza suspendidas en el sol menguante de la mañana. Se hacen esos nudos en el estómago que a uno le suben hasta la garganta, creándole ese mismo efecto placentero del amor impúber. Y es cierto!! Somos como niños curiosos que se descuelgan cuerda abajo hasta las profundidades.
Las Catas a las que sometemos nuestra pericia sensorial, son como minúsculos sortilegios en clave por las que descifrarnos. A veces nos vienen recuerdos de infancia, inclasificables por estar sujetas a la parte trasera de nuestra memoria. Otras son emanaciones que como las feromonas, nos excitan sin más.

Arrancar de pleno: trabajo y catas al unísono. La mejor fórmula para lamerse las heridas del mecanismo oxidado; después de los cuatro primeros días de trabajo.
Una primera cata con la que íbamos a adentrarnos en los VINOS DE LA TIERRA DE CÁDIZ. Esa D.O todavía por descubrir a la sombra del triángulo mágico de Jerez: Sanlucar, Puerto Santa María, Jerez. Y que en estos últimos años esta reinventando la Tintilla de Rota, como aquel mosto olvidado que se utilizaba para hacer vinos dulces. Junto a variedades tan curiosas como el Petit Verdot, Syrah, Tempranillo, y Cabernet Sauvignon. E incluso proyectos incapaces de ubicarse en ningún consejo, como el de la joven Bodega Forlong; e incluso el ilusionante de Sancha Pérez.

Pero por aquello de que principalmente, nos lanzamos a catar, a buscar rarezas, a descubrirnos, y... sobretodo, a DISFRUTAR.
La razón principal de nuestro viaje, que no era otra que los vinos del marco de Jerez. Y todo sea dicho, nos/me tienen loco por su desconcertante idiosincrasia casi casi ancestral y espiritual. Al final, por imposición tentadora y de disfrute al reencontrarnos después de largos meses. Era la que tocaba sí, o sí.
Fueron cuatro vinos en esta ocasión, de entre una cuarentena de botellas que han viajado en el maletero de mi coche. Y en la que había que darle el obligado protagonismo a un blanco de la bodega Forlong. Un blanco de Palomino (la uva que se utiliza para finos, manzanillas, amontillados, olorosos y palos cortado). Pero que esa joven pareja vinifica desde hace unos años junto a una parte de Pedro Ximenez, de manera ecológica. Creando un vino blanco increíblemente curioso, que rompe de pleno con los vinos del marco de Jerez e incluso con los de la tierra de Cádiz. Y que emergió sorprendente junto a un Fino en rama de Cruz Vieja de 5 a 7 años, un Amontillado del padre de Armando Guerra sin embotellar, y el elegante Amontillado Antique Fernando de Castilla de soleras viejas y excepcionales.



FORLONG BLANCO 80/20 2014


 

Blanco de aspecto ligeramente turbio por naturalidad que es tratado. Compuesto por un 20 de Pedro Ximenez y el resto de Palomino de vendimia tempranera, fermentado en ánforas de barro sin tratar y por separado.
Por su situación entre Puerto San Fernando y Sanlucar, y su cercanía a ese paisaje infinito como es el del Atlántico, tiene un alto contenido en sal; la que impregnan las partículas que arrastra el poniente. Esa salinidad marina y mineral está impresa como es lógico de fondo, en su entrada en boca.
La primera impresión olfativa es muy curiosa, con reminiscencias achampanadas de bollería y manzanas. De lejos los cítricos a raspadura de limón, la ligereza del azahar matinal que te sitúa en su lugar de nacimiento; junto al mar. Es de esos vinos que hablan por si solos de la zona que los parió y amantó, y que además es efervescente en arrogancia, frescura y jovialidad. Tiene sin embargo un ataque en boca glicérico y ligeramente balsámico, rompiendo al final como las rocas en el rompeolas, con la playa, y el mar. Turbador como las ventiscas que enfrentan Levante y Poniente en la costa gaditana. Un postgusto final largo ligeramente amargante y cítrico, que embelesa y se funde con toques florales, a peras, y a mineral tizoso.

Este vino que elaboran Rocío Áspera y Alejandro Narváez, siendo como es de sus últimas elaboraciones; junto a los Petits Forlong, y el tinto de Tintilla. Es sobretodo honesto, de esos pocos que se desmarcan no solo por su calidad y personalidad, sino porque saben hablar de su tierra vía sensorial. Podrías cerrar los ojos, y verte bajo un Ficus gigante admirando el perfil lineal del horizonte Atlántico. O plegándote al capricho del aire cual palmera bailarina.
Crea sobretodo otro ámbito con el que descubrir otra forma distinta de hacer vinos en zonas cálidas. El desarrollo de uvas diseñadas para otros asuntos, abriendo caminos nuevos; aventuras.


Ese primer tentempié puso sobre la mesa una Mojama Barbateña de Gadira, y un queso curado Andazul de Cabra Payoya de San José del Valle.
Dos pequeños portables de entre la infinidad de productos que sólo allí se pueden degustar en condiciones. Pero que bien iban a hacer en acompañar al cortante fino viejo de Cruz Vieja, que es donde mejor se desenvuelve y aprecian: comiendo.



FINO EN RAMA CRUZ VIEJA
 





Este Fino Jerezano, sin olvidar la diferencia con la Manzanilla de Sanlucar y sus controvertidas; diferencias? De la bodega de Faustino González y el pago de Montealegre. Con una vejez superior de 5 a 7 años, cuando el mínimo exigido para ser fino o Manzanilla son de 3 a 5.
De nariz exuberante, este fino en rama directo de bota y sin clarificaciones ni estabilizaciones. Un fino directo, fresco y transparente en cuanto a su generosidad salvaje; para mi los mejores a la hora de mostrar sus virtudes. Es al fin y al cabo, la esencia de todo el repertorio posterior de vinificaciones en el marco de Jerez.

Éste, es un fino rotundo que por evocaciones y perfumes dulces de maderas y procesos antiguos. Tiene ese concentrado de barnices, estancia antigua, de sal cristalizada que se mezcla con el caramelo, de frutos secos (avellana, nuez) tan característica en su camino hacia el Amontillado, y que lo hace transmisor e idóneo a la hora de entender el proceso de envejecimiento de los vinos de Jerez.
En boca sin embargo, desconcierta algo al tener un ataque directo y duro, muy mineral y seco. Es una bestia parda que nos da una visión menos amable de los finos y en consonancia con las mismas sensaciones al probar La Guita. Un vino que a mi personalmente me gustó por el contraste, y porque entiendo que en la labor de intentar descifrar estos vinos tan únicos, hay que estar a las duras y las maduras. Hay que enfrentarse a la pureza de un fino y una Manzanilla, si se quiere entender un Palo Cortado. De que manera se pulen, se transforman y mutan hacia aromas y acidezas salivantes según se trabajan.
Su 15% de graduación asoma con fiereza los cítricos de las raspaduras, que se amalgaman con un paso ligeramente glicérico que estalla en el retrogusto. Quizás se le echa en falta el equilibrio y una acidez más golosa por su precio de 23 euros si se compara con el Solear de la saca del 2016; mucho más estructurado. Pero el dilema de qué vinos llevar a la cata siempre acaba cediendo a la incógnita.




AMONTILLADO VIEJO DE ER GUERRITA

Con el queso y la mojama untada en aceite de San Juan volando ya, cual querubines; que había hambre. Le tocó el turno al Amontillado que el padre de Armando Guerra (Er Guerrita), elabora y sirve directo de bota en su taberna de Sanlucar.
Aquí si que entra en acción eso que yo llamo la esencia y el terruño de Cádiz. Esas cosas que no se encuentran en las tiendas, en las bodegas, ni siquiera en las calles más concurridas de cualquier callejón de Cádiz y sus inmediaciones. Son esas que se encuentran escondidas, y como decía Daniel Martínez; de bodegas Tradición:
Las percibes un medio día cualquiera, cuando sale a tu paso ese perfume a Amontillado bautismal que la señora madre vierte consagrando el guiso. Y da a la vianda toda su alma; el hambre y el saciar como perfecto maridaje.

En la Calle Rubiños de Sanlucar, alejado del tumulto del mercado y la zona vieja de bodegas, se encuentra una taberna típica con los característicos bancos de piedra a la entrada. Allí donde los abuelos disertan copa en mano sobre los asuntos más mundanos e intrascendentes del día a día. Donde se arreglan países y se discute sobre fútbol, toros o campo; por echarle imaginación. Allí mismo lleva Armando Guerra -valga la redundancia- armándola desde 1978.
Una Sacristía como él bien dice. Donde entre atún de almadraba en escabeche, croquetas caseras, jamoncito der güeno, guisado de toro, butifarra de Banaoján y demás artilugios alimenticios. Circulan de tanto en tanto, la mayor cantidad de “locos” del vino en sus catas patafísicas (Juancho Asenjo, Jordi Melendo, Victor de la Serna, Quin Vila, Jose Ferrer y un motón más). Gente que entiende el vino y las sensaciones como una conexión inalámbrica emocional más allá de la pasarela. Y sobretodo, donde se manda al carajo el disfraz y prevalece la persona; porque es lo que tiene el vino, una barra, y la amistad.

Este Amontillado, como uno pueda imaginar, no se embotella; como mucho te lo puedes llevar a granel. Los probé todos (manzanilla, amontillado, oloroso y Palo Cortado). No hubo necesidad de adentrarse a su sacristía a echar mano de una de las tantas botellas únicas que atesora; salvo para llevarnos al final parte de esta cata, y algo más.
Lo mejor el recuerdo. Que con la acidez punzante de este Amontillado sin envoltorios, persiste como las nueces, avellanas y el clavo, que se agarran al retrogusto como animal indómito.
Seguramente sean los Amontillados los vinos que más vengo disfrutando estos últimos meses. Me encanta la salinidad, longitud y perfume hacia el Palo Cortado que desprenden. Esa vitalidad intacta que funde con la salinidad acaramelada y su magnífica acidez fundente de grasas alimenticias. Son pura gastronomía en general, pero en concreto el Amontillado el que más juego da de todos.
El que sirve Armando en su sacrosanto rincón, mantiene todo el nervio todavía sin domar de estos vinos. Eso que te enseña de verdad a reconocerlos desde sus primeros pasos, hasta la categoría del último: Una pequeña botella de elixir...


FERNANDO DE CASTILLA AMONTILLADO ANTIQUE

De entrada esquivo, hermético y queriente de paciencia.
Para entonces y con el peso alcohólico de estos vinos (de 15 a 19 grados) nos vino bien la espera. Alguno llegó a pensar que la botella había salido rana. Pero es que unos buenos vinos de Jerez deben exigir ante todo alguna norma para entenderlos.
Personalmente pienso que donde mejor muestran sus virtudes es como eje vertebrador de la comida. Tanto si es como aperitivo, para maridar igual con pescado, salazones, como con carnes melosas como la de toro, o un arroz, y sobretodo con jamón. Básicamente por su acidez y la reacción química espectacular que produce al entrar en contacto con la comida grasa (atún, salmón, jamón, queso, o un arroz de rabo de toro como el que nos pusieron en el Trafalgar deVejer...). A mi por ejemplo las Manzanillas y Finos me encantan con Sushi y comida Japonesa. Los Amontillados y Olorosos con Jamón, queso, con rabo de toro estofado, o con cualquier carne de caza; con los arroces están tremendos. El Palo Cortado es más caprichoso pero esta igual de bueno solo, con unas avellanas y nueces mientras se abre el apetito, o incluso con queso curado.

En el caso de este Fernando de Castilla. Para cuando habíamos atado casi todos los cabos del nuevo curso de catas, y los ilusionantes proyectos que tenemos de aquí en adelante. Este pequeño tesoro se iba abriendo progresivamente, como si se tratase de un Brandy Reserva. En primeras instancias, ni perfume, ni volátiles uhmm... que miedo.
Sin embargo y para toda sorpresa, porque yo y mi ignorancia pensaban que el tema del vino cerrado y la oxigenación, no eran tan evidentes en los vinos de Jerez. Se acomodó en la copa y atemperó; seguramente más cómodo alejado del recio frío. Y fueron pareciendo como las licorosas gotas de resina que lloran las coníferas, esas notas amieladas a almendras garrapiñadas, a bizcocho emborrachado y a vainilla. Con una vejez excelsa, este amontillado es bastante más voluptuoso que sus congéneres de soleras más jóvenes y salvajes. Tiene un paso bastante más sedoso que el anterior y da más protagonismo a la robustez de su adherente retrogusto.
No marca tanto la acidez salina y cítrica, dando más empaque a la longitud. Para disfrutarlo más como una copa a solas, sin las interferencias de la comida. Pero sin dudarlo, fue el más elegante de largo.

Un vino profundo y generoso en aromas, reminiscencias y notas para reflexionar. Slow Wines que alargan el tiempo o lo detienen de manera infinita. De echo, todavía no está registrado el fondo kilométrico que un buen jerez viejo es capaz de soportar.
Esas oxidaciones caprichosas y secretas que... -me atrevo a afirmar- Ni ellos conocen con total certeza. Por eso, cuando se habla de Jerez de calidad, de soleras centenarias, y de procesos alquimistas, el tiempo no existe. Tan solo los débiles y frágiles humanos en nuestro miedo por el paso del mismo, intentamos acotar, delimitar y definir. Pero sabemos que lo mágico no obedece a nuestras sintaxis; está, o no está.
SALUD!!

lunes, 26 de enero de 2015

ELIXIRES RECONSTITUYENTES (Finos, Amontillados y otros bicharracos).




Desde bien pequeño ya, y pese a la desmesura diametral de mi rollizo cuerpo según cuentan las historias de madre “no hay más que una” -se cuenta que el jamelgo con mi madre rebasando ya la cuarentena, pesaba cinco kilos y medio- madredelamorhermoso!! Pese a ese florecer desproporcionado y parasitario, cuando dejé de depender de las mamellas de mi madre y la leche en polvo del niño gordo de la lata, como ella la llamaba. Crecí apocado medio alelao y propenso a coger al vuelo cualquier virus que se preciara.
Huesudo, espigado y rodeado de cuatro mujeres, mi infancia no fue la alegría de la huerta que digamos: En perpetuos resfriados, gripes, jaquecas y alergias, me atiborraron de inyecciones, vitaminas... - Tose cuando entres nene!!, me decía mi madre cuando visitaba al doctor Padrós día sí, día también.
Cada vez que encamaba -que eran muchas- crecía un centímetro y se acentuaba mi delgadez. La ropa me quedaba enorme, las articulaciones me dolían, era sonámbulo y tenía miedos nocturnos, me meaba en la cama... una joyita vamos. Por aquel entonces, sin tantas manías ni tonterías como ahora. Mi madre que estaba emperrada en volver a ver el gordo y lustroso neonato, me preparaba un brebaje inbebible: Quina San Clemente con una yema de huevo, bien batida y pa dentro!!

Os reiréis, pero ahora que voy camino de los 45 y con 1'85 de altura. Cada Sábado que voy a verla, en su vejez de 86 primaveras y después de comerme su lentejas que tanto odiaba y ahora adoro, con una botella de buen tinto que cada semana le bajo y compartimos. Me acuesto a echar la siesta en mi cuarto de soltero, y vuelvo a soñar con esos días. Ensobrado en un juego de cama de felpa frente a ese dibujo de témperas que dibuje con catorce años. Vuelvo a caer en el dulce sueño de la infancia. Como podréis imaginar, mis necesidades nutricionales ya no van dedicadas a mi envoltorio sino a mi alma.
Reconstituyentes que te nutren desde dentro hacia afuera. Que abren ventanas y poros para que pase el aire, dándonos perspectivas y conocimientos de nuestros sentidos nuevas. Esas que te hacen volver a sentir la emoción infantil de descubrir los secretos mejor escondidos de la vida. Los que nos enseñan a conocernos y a medir con nuevas experiencias, nuestra mutación y madurez deliciosa.


Hay quien cree que conocidos ya los gustos, para que devanarse la sesera en entender aquello que no entra a la primera, pudiendo apoltronarse cómodamente en los hábitos: Hábitos que se tornan rutinas y rutinas que acaban siendo monotonías. Pues bien. Supongo que a veces la rutina nos da cierta seguridad, porque no. Ah, lo siento. Yo desde chico y con la seguridad de ser un zopenco, según estipula mi currículum oficial. Siempre me empeñado, primero de manera instintiva y poco más tarde ya por pura devoción, rozando casi el fervor. En encontrar siempre motivos suficientes para exprimir los sentidos y la curiosidad, quizás por eso, porque soy un zopenco.
Fue así como la segunda cita del año que nos hizo descender como si fuésemos lugareños de Guanajuato hasta los genitales de Vadebacus. Y en el perforar colectivo hacia nuevas galerías secretas y misteriosas, diésemos con oro en vez de níquel o plata. Oro de glorioso sol San Luqueño para sacudirnos la caspa de encima en un “todo lo que usted quiso saber de los vinos de Cádiz, y no se atrevió a preguntar”. Una noche que no fue ni mucho menos una disertación escrupulosa de sus controvertidos elixires. No, a veces es bueno poner el contador a cero, deshacer lo hecho y volver a empezar todo de nuevo; y yo respecto a estos pormenores soy como un niño asombrado con la mirada congelada y los ojos abiertos como platos. Digamos que soy neófito absoluto y aprendiz avispado, para qué más.


Tenía que ser así, enfrentados por primera vez y de improviso a tres tremendos vinos del Marco de Jerez. Como esa primera vez que te arrastran engañado a un burdel. Como enfrentarte entre el pavor, el desconcierto y la excitación a tu primera erección.
Líquidos glicéricos con un carácter gastronómico imposibles de entender sin un bocado que llevarse a la boca. Que nacieron de la idiosincrasia Andaluza del beber, negociar y comer, pasando casi inadvertida su grandeza e inigualable personalidad dentro de la tradición vinatera española. Tuvieron que ser así los Ingleses los que primero apreciaron su distinción dentro del marco de los Sherrys, vinos secos de aperitivo y olorosos. Ahora, con el paso de los años bodegas como Equipo Navazos, son los titánicos Leónidas que se enfrentan en las Termópilas, al devenir incierto del vino de Jerez. Nunca lo suficientemente valorado, como una especie única e inimitable dentro de la personalidad que ostenta cada vino en nuestro país. Por eso, no hay vino que iguale o pueda acercarse mínimamente a estos vinos: Complejos, exigentes y caprichosos ¿quien no se ha tomado alguna vez una copita de la Guita, Tio Pepe o La Gitana... etc? Con un cartucho de camarones, jamón o queso.
Lo cierto es que pese a lo coloquial del consumo de estos vinos, da la sensación que jamás se les ha dado la suficiente importancia aquí.


Y no seré yo el que intente dar lecciones de nada, salvo de la emoción y disfrute al intentar diseccionar o descifrar la sensaciones que produce hacer una cata de estos bichos indómitos. Para eso ya están Jesus Barquin y Peter Liem; ideólogos y Almacenistas de filosofía combativa.

Con el orden impuesto por Jordi Ferrer (nuestro guerrillero infatigable y cómplice Perico). LA BOTA DE FINO nº54, AMONTILLADO EL TRESILLO, y LA BOTA DE PALO CORTADO 2014 nº52, y de manera inédita con Jamón, Queso Viejo y frutos secos para acompañar. Fueron unos primeros instructivos apuntes los que nos guiaron levemente por las particularidades de la crianza de cada uno de ellos, lo que los hacían distintos: La importancia del Velo Flor que cubre en su periodo de crianza estos vinos, y que controla la oxidación de los mismos. La sabiduría de los Almacenistas y catadores en la elección de las botas para determinar el ensamblaje y la composición única del Fino, o del Palo Cortado (calificación en el origen de tachar las botas elegidas con tres palos y una raya oblicua), el domar la oxidación de los mismos en equilibrio funambulista. O el misterio de la extracción de semejantes vinazos, de una uva tan fina como el Palomino.
Aunque para ser sincero, entre lo turbador y contrastado de la experiencia olfativa y palatal del momento. A uno se le va el santo al cielo levitando entre gemido, gruñidos y salivaciones; para que engañar.


LA BOTA DE FINO nº54 15% (Vallespino) es directo, refrescante e inmediato, perfecto e insaciable para tapear mientras se arregla el mundo frente a una barra o sentado a la fresca. Con perfumes entre las lacas, el polen, las olivas y la madera húmeda recién cortada. Es un vino secante pero muy fresco a la vez y conforme sube gradualmente de temperatura de los 10 grados a los 13, aumenta notablemente su abanico expresivo. En boca es contundente recordando al perfume que impregnan las cooperativas aceiteras del sur (olivas, extracción, jamila), toques salinos a mar, pesca, arengues, ligeramente ahumado. Toda una ricura.

AMONTILLADO EL TRESILLO 20% (Palomino Fino) es otro giro de tuerca. Como suelen ser los Amontillados, es mucho más profundo denso y rotundo aunque preserva una acidez diluyente ideal para comidas grasas (pescados azules, quesos, o caza). Con su color ámbar seduce y activa recuerdos evocadores. Su olfativa es casi infinita y tan amplia que obliga a reflexionar: Goloso, con recuerdos a tabaco de pipa, currys, azafrán, naranjas, vainillas y frutos secos. En boca es adherente, longitudinal y fresco por su deliciosa acidez y explosividad.
Con el queso curado alcanza su cúspide al amalgamarse con las grasas lácticas fundentes. De ahí esa definición de gastronómicos. Son vinos que cuesta entenderlos si no es con la ceremonia de oler y combinarlo con la química de un buen bocado; entre otras cosas porque pueden ser altamente peligrosos y cabezones a palo seco.



LA BOTA DE PALO CORTADO 2014 nº52 18% es otro grado de subliminal, otro mundo. Y perdonen mi atrevimiento, pero cercano al súmmun y lo celestial. Sí, así de rotundo. Y lo cierto es que sin ser estrictamente un vino dulce, el amalgama sensitivo que produce es definitorio; EL COLOFÓN. Armonioso con los frutos secos a puñados, sedoso en boca y fundente con el aceite de las nueces, la avellanas, las almendras y su acidez. Todo ello resulta tan hipnótico y cálido como la contemplación de la lava del Kilauea.
Perfume de miel, olivas, mueble antiguo, orejones y pasas. Al subir la temperatura emanan los licores y más pasas. En boca es bestial, milimétrico. Puedes separar por capas las sensaciones, perder la cabeza, volver a reformular, y aun así no acabar de definir las sensaciones más que con un gemido canino. Es como catalogar y ordenar todo lo que te han ofrecido los anteriores dos vinos #Y otros, conjugarlo, volverlo a separar, y elevarlo a la máxima potencia. De echo una de las peculiaridades de Palo Cortado, son la selección de los mostos más excepcionales de Miraflores. Todos ellos del mismo pago y de la misma añada, y pese a ser de carácter netamente joven se le intuye una vida en botella increíblemente longeva.
La ausencia prácticamente del velo de flor, que es la película que se forma en la superficie del mosto y lo preserva de la oxidación. Hace que a diferencia de otros sea este un vino oxidativo, y sin embargo tan lujurioso para beber. Recordando a grandes productos de esta bodega: La Bota de Florpower MMX 44 y 53, La Bota Amontillado o a La Bota de Manzanilla Pasada. Como dice la misma bodega: Una selección de seis botas de cañón para ensamblar este vinazo, puede que uno de los mejores olorosos de Jerez.

Así que para que decir más, lo que se dice una noche completa. De aquellas que te teletransportan a las estrechas callejuelas Gaditanas, a Jerez de la Frontera y sus tabernas llenas de vida. Al olor a mar, salitre y a la euforia desatada que respiran sus calles. Viajes antiguos que ahora se nos antojan breves y distantes, trazando un tiralíneas entre Sancti Petri con sus inabarcables playas de arena compactada, a Chiclana, Padro del Rey o por los alrededores de la catedral Gaditana. Y que le hacen regresar a uno a casa con la huella en el paladar mientras en el coche sonaba Adrian Cowley, sí lo recuerdo, sonaba Adrian.