No
es casualidad que el verde sea mi color preferido con diferencia:
Me
asomo a mi ventana, y los verdes luminosos bajo los rayos del sol primaveral,
invitan a recoger y guardar esas semillitas que la pasada playlist nos
trajo como vientos de abril. Esperando que echen raíces en nuestro interior de
manera espontánea los próximos años.
Variedades
raras y familiares a la vez, que brotan en los márgenes. Y que vienen de un universo
sacudido de pasados amasando estiércol; ahora devorados por las petroquímicas
en Austin/Texas.
Y
donde la banda de Tyler Jordan, solo ha necesitado siete pedazos musicados.
Para que la melancolía acuda salvadora como arma arrojadiza, contra el devenir
de nuestro planeta y sus malhechores.
Allí,
Jake Arnes teje con el tremolo bigsby de su Gibson un manto de armónicos y
volutas, como si de una hibridación de Felt y Drive-by Truckers ocasional se
tratase; con Robert Cherry y Phillip Dune marcando el paso rítmico.
BLUMMER
YEAR es un observatorio doméstico y extremadamente cotidiano. Donde los textos
de Tyler Jordan intentan buscar respuesta a la debacle social de las
polarizaciones, con una militancia melómana maravillosamente cercana:
Siete
canciones tan sólo, para dejar una fuerte impronta. De esas que te hacen llegar
al mes de Abril, ondeando la bandera de los 52 con fuerza y vigor.
Pero
mucho antes de que todo despegase el día que “Vision Boards”
sacudió el tapizado de mi coche, en un caluroso viernes de primavera.
Tuvimos
que esperar pacientemente la publicación de la colección. Y arrancar el paseo,
como se ha de hacer: Con temple, soltura y predisposición al amor.
“Almost
Automatic” no empequeñece la inmediatez de su adelanto; es cierto. Pero
si que lo convierte en algo tibiamente anecdótico. Porque esa cotidiana
historia de amor/encuentro/dilema/lugar; engarzando con la preciosa “Balmoreha”.
Es lo que hace de este puñado de canciones, algo realmente grande por su alto grado
de sinceridad y naturalidad.
Hasta
llegar a “Bummer Year”, claro.
Ahí
Taylor Jordan aparta de un plumazo toda sensiblería y nostalgia, y arremete sin
pudor sobre el Trumpismo tejano, en clave de reprimenda: Todos mis
amigos de secundaria, todos compraron motocicletas. Se apuntaron a un club de
bicicletas, en apoyo a Donald Trump.
No
creo que sean malvados, incluso cuando son horribles.
Porque
son el tipo de personas que te gustaría tener contigo en una pelea de bar.
Puntillitas
que te recorren como un calambre los brazos, buscando asir un mástil y
chasquido de cuerdas.
Esas
canciones que se devoran en un banco, igual que una bolsa de pipas francaris: “First Crossing”, “21”,
“Walker
Lake”… Es fácil hablar de ellas, son siete. Ni hace falta recurrir al
índice de personajes, ni mentar a fulano para que te las recuerde. De la misma
manera que el mismísmo 12; día de la capitulación primaveral. Me han cambiado
los verdes por el dorado, y los vientos de abril por la calima manchega de 41
grados a la sombra.
Lo
que no ha cambiado desde luego, en este mes de fermentación y crianza del
texto.
Es
el resorte musical, y la compañía de baile líquida para tan festejada secuencia
armoniosa de distintos sonidos en ordenada (o no) combinación: Música vamos!!
Música
que retumba abovedada dentro de una copa, a la que dándole vueltas y vueltas
hasta enloquecer. Ahora, en este preciso instante y tras subir a las 20:30 hora
zulú de buscar el pendrive de la furgoneta. Donde conviven música y textos
viajeros con 12% de humedad relativa y 37 grados de una tarde nublada.
Creo.
Que
tengo ya decidido el vino de compañía con el que hacer un trío bajo la esquiva
luna llena caramelo, y salvador aire acondicionado.
Bajaré
un poquito más si es menester, hasta llegar a la sierra cordobesa; para eso de
contrastar calores infernales.
Pero
también para salvarme en el recuerdo de una rareza (como el que suscribe). De
Pedro Ximenez indómito y salvaje con cicatrices de clones antiguos.
Entre
el Guadalquivir y las montañas subbéticas (Montilla), José Miguel Márquez y su
hermano, llevan 25 años auscultando tierra y paisaje. Para recuperar la memoria
perdida de los vinos de antaño.
Matapalos
es un Pedro Ximenez de viñas jóvenes de 15 años, injertadas de clones antiguos
de esta uva; usada tradicionalmente para vinos dulces y fortificados.
Lo
cual y extrañamente comparado con las viñas actuales de Pedro Ximenez.
Conservan al final de la fermentación una parte considerable del azúcar
residual (+- 10g/L) y lo convierten en un híbrido entre: Vino dulce/seco, con
atributos aromáticos tan complejos como francos.
Un
blanco sabroso que de ninguna manera hace de su dulzor algo voluptuoso y
condicionante. Perfumes de retama, flor blanca y fruta de hueso (melocotón,
ciruelas claudias). Alto grado de volátil con restos de resinas y balsámicos
que se recuestan sobre ese toque de dulzor delicado. Y un final con demoledora
acidez para resetearte la expresión de: Ein!?
Y
volver a beber para deshacer el criptograma.
El
hecho de que no haya rastro de los prejuicios que guardas en la memoria sobre
los vinos dulces de Pedro Ximenez, es uno de esos puntos fuertes que hace que
sea un vino donde se muestra a la Pedro Ximenez como la uva que es y sus
posibilidades. No en lo que la hemos convertido (mismo caso que la moscatel).
Admito
que eso desconcierta, porque no sabrías definir si es un vino dulce, o un
blanco generoso de corazón graaaande.
Y
yo…
Yo
creo que es un vino que captura paisaje y sensaciones de puro campo.
Entre
su nariz y su final:
Sol
en boca, matojos de hierba de monte, licor de resina, flores y fruta jugosa
reconstituyente en un día de canícula mortífera.
Me
recuerda, me acerca, me sugiere… Las mismas sensaciones del Grans-Fasian Apotheke
Auslese 98 que me dejó grogui aquel noviembre del 2004.
Amor
puro de uvas licuadas siendo elixir, pero sin querer pretenderlo. Igual que el
glamour de la ordeñadora y el encanto protocolario del pastor(sic*).
Todo
olores y sabores de verdad, de los que ya ni extrañamos por la pérdida de
nuestra esencia primigenia. Y que siempre hay que acoger como tu cerebro
estragado tras días de ayuno.
Mi hijo de 20 dice: - Es un vino para emborracharte; y eso que él no lo ha hecho jamás.
Hay que fomentar la autopedagogía y estimular la ajena. Para volverte niño hueco y permeable, a ser
posible, y por siempre.
Debería
– y he contado hasta tres – hablar sobre las virtudes
gastronómicas, malabares y demás coletillas que ahora tanto inundan
las instantáneas mediáticas de nuestro celular; pero no.
Mi
relación últimamente con el placer dispensado por algo tan
elemental como el comer y el beber. Que ahora, de alguna manera se ha
convertido en una especie de experiencia casi tan reveladora como la
aparición de una virgen. Para este menda, es más como el sexo y
todo eso a lo que nos empujaría esa pareja recién conocida en una
noche loca:
Elemental,
primario y si se quiere: perverso. Cuando lejos de los Tripavisores
miopes, estamos los que buscamos la verdad de la vida lejos de los
testamentos dogmáticos, y un poco esa pose sensacionalista del
espejismo deslumbrante.
Que
igual el rastro del vino distorsiona y condiciona mi forma de ver las
cosas últimamente. Pero siempre y cuando uno/a utilice sus placeres
egoístas, para regenerar y estimular sus sentidos digo yo… Que
leches importa si la verdad pertenece a alguien o importa un carajo
la unanimidad?
Que
sean los feligreses y la papilas las que hablen o sean el botón rojo
de la deflagración orgásmica quien nos coja de improviso.
Yo
hace un montón de tiempo que no planeo.
En
el hospital pensé que las voces y pasos en el pasillo eran fruto de
la morfina. Pero con el paso de los meses, he llegado a la conclusión
que no son voces sino latidos: Te llaman, bien sea por instinto o
impulso.
Nico
Montaner me llamó; creo. O quizás fue siguiendo las migajas de pan
que Lluis Pablo Herr Commander, Juancho Asenjo o mi amigo Jordi Ferrer fueron dejando; como
personas a las que creo más que a cualquier predicador. Y no es
criterio, sino ventanales de aire fresco y perspectivas distintas lo
que me aportan.
Así
que Nico, su hermano, y todo aquel que se siente parte del legado
familiar Donostiarra de su madre Maite Anechina; con malavar
etimológico incluido (Cariño = Maitea en Euskera) . Para mi, son
como una pequeña familia que te hace partícipe de esa química
invisible entre el vino, la comida y el punkrock puramente hedonista.
Por
suerte en Barna hay unos cuantos, los mejores. Solo hay que
buscarlos.
Personas
que como Nico y su equipo. Hacen que la comida y el arte de nutrirse
no solo te sacie la tripa, sino te insufle un montón de felicidad.
Platos
honestos y funambulistas que hacen equilibrios entre la alta cousine
y la esencialidad con terruño. De una manera tan simple y funcional
como el Rock&roll, sin prescindir del virtuosismo pero utilizando
elementos reconocibles, familiares y comprometidos con nuestro
pasado; igual que una Fender o una Rickenbacker. Infalibles y
eternas.
Lo
que allí te puedes encontrar a parte de una carta de vinos
imaginativa, reconstituyente y diversa. Es una comida sustentada en
parte en la tradición culinaria de familia, el respeto por el
producto de temporada y proximidad, y esa impronta que habla
directamente y sin ambages de aquello que vas a dar cuenta.
Por
lo tanto, el resultado como podéis imaginar, es de un divertimento
asegurado sin mentar los postres, que son el colofón perfecto.
Ineludibles todos ellos.
La
Txistorra de Arbizu con papas y huevos fritos a grito de The
Sonics, la tortilla de bacalao que en realidad The Neatbeats
proclamaban. El Ajoarriero, los garbanzos con tripa de bacalao
Motörhead, las tiras de pollo con esa salsa de miel los
hermanos Reid susurraban en el “Just like Honey” con
mostaza, que quitan el sentido, los calamares con rebozuelos y
butifarra de perol de Cal Rovira a lo Octopussy Seamonsters
Weddingpresentero, el nidito de foie a la brasa recostado en
huevos que mi hijo mayor podría recitarle en clave amorosa como RVG
en “ the Eggshell world”, o las carrilleras
a la Riojana de reverencia grupal “Thunderstruck” ACEDECERO;
por poner algunos de mis preferidos.
Una
alineación de pinchos desde el más básico y elemental, hasta los
bocados de sus platos en versión de bolsillo, mejor que cualquier
selección del más reputado de los Dj’s.
El
Txuletón James Brown no podía faltar, está claro, igual que
los pescados clásicos. Pero yo la verdad es que me lo paso más bien
con los platillos y novedades de temporada como la Corvina lacada con
teriyaki y los maravillosos Jereces a copas inigualables en toda
Barcelona.
No
en vano, no es casualidad que el historiador jerezano Álvaro Girón
aparezca por allí cada vez que visita Barcelona. Es entonces cuando
Nico dispensa esa colección de Jereces viejísimos, de coleccionista
e inmortales que atesora en su bodega. Igual que los Brandys de los 60 desaparecidos, que recupera como un mecenas humanitario para las almas
descarriadas como nosotros, para el menester que se precie: Acompañar
un café cortito y bajar la comida para recobrar la agilidad y la
lucidez, o por simple labor humanitaria.
Dejarte
aconsejar y llevarte en brazos a descubrir verdaderos tesoros de
pequeños productores, es otro bien escaso en esta ciudad grade que
es Barcelona. Y descubrir los vignerones más punkis y
gamberros de Francia, Italia o nuestro territorio, lejos de las
encorsetadoras D.O’s. Nunca falla, os lo aseguro.
Hay
que tener la mente abierta, los sentidos preparados y ganas de
aventura para desentumecerlos y ganar años perdidos ya en la
juventud desinhibida. Perder el miedo a descubrir. Que lo que nos
mola ya lo tenemos ahí, eso no se pierde, pero a veces se enmohece.
Y ejercitar ese equilibrio entre la sabia joven, y las tradiciones
más ancestrales.
Resumiendo:
Un
sitio singular en si mismo al que me desplazo cuando quiero darme un
homenaje, egoísta si se quiere, y donde llevaría a mi amigo del
alma también.
Donde
no hay solemnidad ni paripé cuando son los manjares que te tutean, y
los mejores vinos posibles para acompañarlos; desde el más
preciado, al más gamberro. Y donde una carta para todos los
bolsillos da el juego imprescindible para montártelo a tu manera.
Un
parque de atracciones para jugar, disfrutar, y amarse.
Que
el amor, que queréis que os diga, está muy falto hoy en día.
No
soy de los que piensa más de la cuenta en los acontecimientos que
nos salen al paso, y de cómo los capeamos o transformamos en
utilidades emocionales.
Pero
si algo he de sacar en claro de esta mitad de año rara de cojones.
Es el paseo imaginario al que Armando Guerra y sus fieles me están
arrastrando de pleno consentimiento; está claro. Pero medio a
tientas, en las charlas históricoesenciales e instintivas, con el
segundo Contubernio ya en mis manos, sus divertidos textos, y los
directos en Instagram de Sherry Wines Jerez.
Sabes?
Son de esas cosas, que bien distintas a las de la música y la
batalla de arar la tierra en busca de brotes. En el caso de los
vinos. Hay una parte tan inacabable de estímulos y reflexiones –
las que te convocan nuestros vibrantes sentidos – Que bien podría
comparar con la biodinámica y lo que se pretende al sanear los
residuos que nos deja la edad.
No
es que vayamos a rejuvenecer cual elixir de Panoramix, pero casi.
Estoy
llegando casi a entender la vital importancia y punto de partida, de
las crianzas biológicas en el Marco de Jerez: Sus vinos desnudos con
tan solo la salinidad crujiente que alimentan Levante y Poniente, la
sequedad contorsionista de la albariza, o la esencia donde todo
empieza antes de llegar a un Palo Cortado, sus vinos viejos e
inmortales, o la aparición fantasmal de sus antepasados.
Desde
entonces, no me bebo igual un vino blanco/resorte. O los que yo
llamo: Vinos para entender los colores básicos y sus diferentes
formas. Que son, o deberían ser, los que nos estimulan el intelecto
sensorial del ser humano para entender el vino, como un elemento
inherente a la ingesta de alimentos y lo que supone la incorporación
de los mismos en el placer de comer y beber. Tan importante para mi,
como vivir y en el intento, no sucumbir en las zanjas que cuatro
cabrones nos preparan.
Que
también atribuyo a algunos vinos blancos de mínima intervención, e
incluso a espumosos o no, franceses y de aquí. Que en su
elaboración, contemplan la oxidación como una virtud que no siempre
ha de pasar un velo flor. Y que les supongo desde ya, en las
peculiaridades de los vinos (uva, suelos, clima y elaboración
natural).
Pero
ay de mi!! Cuando se te aparece de noche y sin esperarlo, un
oxidativo que te coge por los pies para meterte el miedo en el
cuerpo. Si a las experiencias del más allá se les puede atribuir un
miedo real tal y como lo entendemos los humanos.
Yo,
lo definiría más: como un vértigo adictivo, cuando descubres algo
magnífico.
En
este caso y para mi suerte y parafraseando a Mister Sulo Resmes.
Cuando con la instantánea del primer Contubernio, me invitaba a
salir a la busca y captura del Cream de Juan Piñero en Sanlúcar.
Mi
primera experiencia con un abocado así, en pelotas picadas y al
tiempo que leyendo la historia escrita que acompaña a este vino. No
fui capaz ni por el más lejano de los asomos, de balbucear lo que
hipotéticamente me iba a encontrar. Y ves, que ese concepto de vino
dulce o semidulce; como lo define Armando. Se va por el peralte,
directamente al carajo.
Este
Jerez de añada que se cuela por las grietas normativas del Consejo
Regulador, como una rareza o experimento. Es cierto que tiene unos
porcentajes muy altos de azúcar residual fruto de la sobremaduración
de sus uvas, y sería un vino dulce para cualquiera de los mortales;
pero no.
Y
digo no, porque siguiendo la turbadora liturgia del descifre de este
vino con ese maravilloso ámbar de vino rancio. El posterior
sucumbir, arrodillándote en la extraordinaria paleta de aromas
antiguos, profundos y casi de otro mundo.
No
acaba en el deslice bucal del alma de estas viejas soleras de
olorosos sin mas que el bálsamo del dulzor embriagador y delicioso;
que ya es mucho. No.
Pues
conserva una acidez punzante que se va al final del paladar,
alargando todas esas anteriores sensaciones descritas. Provocando una
ligera puñalada, que en un acto de puro masoquismo. No solo demanda
más, y más, y más… Sino que detiene el tiempo, con un postgusto
casi eterno.
Supongo
que es entonces, cuando uno entiende el sentido del término “vino
generoso”. Pues no solo es la plenitud que te otorga con detalles
de avellanas tostadas, nueces, crema quemadita o garrapiñadas. Y
esas maderas que hacen una: vino, tiempo y albariza.
Sino
que además, tal y como se aposentan en una buena copa, perfuman la
estancia de tal manera. Que uno no se ve capaz de asomar la nariz a
ese elixir poderoso y balsámico. Sin caer no sé si en la reflexión
que atribuyen a estos vinos, o en la encrucijada por acertar su
complejidad y variedad de matices.
Una
añada (1992), que LUSTAU vendimió de manera tardía y
sobremadurada. Y que crió durante 27 años en barricas de viejos
olorosos de manera oxidativa, a ver que narices pasaba.
Que
tenemos así:
Pues
un vino que estaría a medio camino entre un oloroso, con la acidez
de guchillera de un Amontillado viejo. Y que en el dulzor de su
sobremaduración, hace diabluras equilibristas como si fuera un Palo
Cortado juvenil y un Oloroso sin domar; espera que igual no me
explico bien…
En
realidad es un vino hecho de uvas sobremaduradas, sin llegar a la
pansificación de un Pedro Ximenez. Con lo cual, pese a que su grado
de azúcar es alto. Hay una acidez y punto de sequedad salina lista
para evolucionar en esas barricas de olorosos viejos, otorgándole un
dulzor sápido, muy largo. Pero nada empalagoso, pues esa acidez
final y retortigera potenciada de una manera extraordinaria con los
27 años de crianza oxidativa. Lo hace un vino meloso, a la vez que
un delicioso híbrido que auna las virtudes de cada casta de los
Sherrys.
Ataque
en nariz de volátil potente e incluso de barniz o resina, al punto
que se abre o se ha enfriado en exceso. Y que desemboca según se
atempera, en un regalo expresivo de matices.
Su
primera entrada en boca es dulce aunque fresco, muy profundo. Se va
al final de la lengua… y de ahí en adelante es, sencillamente
ETERNO.
Una
cosa para bebértela en pequeñas dosis con la noche puesta, para
abrir la mente de par en par poquito a poco; así lo he disfrutado
yo.
Y
en botella de medio litro, básicamente, porque los elixires como las
drogas y los venenos, bien dosificados. Para no morir en el intento.
Aunque,
una muerte así, bendita fuera!!
100% Palomino de vendimia sobremadurada y criado en oxida en estática por 27 años. Botas que previamente se utilizaron para oloros. La fermentación de para con la adicción de alcohol hasta los 18 grados. 4878 botellas embotelladas en el verano del 2019.
Mucha
gente desprecia y considera la ignorancia una ofensa. Yo no, y dirán
¿porqué?
Pues
porque el considerarse ignorante o aprendiz de todo; como a mi me
pasa. Me hace curioso, pasional y emocionado de encontrar quien me
enseñe el brillo de la luz en la oscuridad, y la chispa que produce
la combustión del descubrimiento.
En
realidad, aquellos que te enseñan o te llevan de la mano con un
empujoncito, no son sabios, sino transmisores. Y es lo que desearía
ser yo ahora que tengo 49 años: Un mero transmisor de pasiones y
experiencias. Es el único objetivo noble que nos queda en la vida
caballeros y señoras: COMPARTIR Y DESCUBRIR LO INESPERADO COMO UNA
PEQUEÑA Y COTIDIANA AVENTURA.
Hoy
me he despertado con la satisfacción de recorrer de adelante y hacia
atrás, toda mi vida, a través del líquido vínico aka vinílico.
La experiencia de llegar a un punto del camino, mirar atrás, ver el
camino hecho, el punto en el que estamos y lo que nos queda por
recorrer. Una maravilla envejecer así amigos.
El
cumpleaños de uno de mis compañeros de viaje en la excitante
travesía por conocer vinos, descubriéndose a uno mismo y a la
naturaleza de nuestros sentidos humanos. Nos ha dejado ahora mismo en
un punto del trayecto, donde las sintonías, diferencias y distintas
perspectivas se traducen en auténtica amistad.
He
mirado a mi alrededor y me he sentido bien acompañado por otros que
se han unido, y a los que también les brilla la mirada. Han
explotado carcajadas incontroladas, verdaderas e infantiles por el
divertimento. Nos hemos reencontrado y echado de menos como
significado del aprecio y sobretodo:
Hemos
jugado como niños en un parque de atracciones sin hora de volver a
casa. Justo, cuando la luna grande se acurruca hacia una luna nueva.
Realmente
no se si me apetece hablar de los vinos que este cincuentón ya,
dispuso para su camada. En ese paciente arte de guardar para luego
compartir y experimentar en grupo su misma emoción. Y cierto, lo veo
así, ahora que ya llevo yo cinco años guardando vinos, esperando la
llamada secreta del alma. Que te avisa del momento idóneo.
Pero
no me entretengo más. Pues sería una injusticia no constatar en
este diario, lo que se interiorizó. Teniendo en cuenta que he
extraviado mi cuaderno de anotaciones, y al final solo me sacia el
relatarlo para retener.
Un
GRAMONA ENOTECA del 2000,
desgorjado el 2012.
Sí,
ahí es ná. Diecinueve años de laaaargísima crianza, a quien se le
dio el pistoletazo hace siete años.
Un
pequeño milagro sin etiquetar que Linda Díaz (una encantadora y
pasional embajadora de la bodega, a la que ya tuvimos el gusto de
conocer y que rebosa generosidad). Le regaló hace años en una cata.
Se
oyó que estaba un poco cansado en boca, aunque sinceramente mi
inexperiencia en espumosos solo me da para alucinar con el paso del
tiempo y el efecto que produce en los vinos de larga crianza y mimada
elaboración:
Exuberantes
y embriagadores aromas a bollería, repostería y esa reducción que
asoma los ligeros oxidativos, que a mi (personalmente) me pierden. En
boca la acidez ligeramente astringente salva ese cansancio; aunque yo
creo que es el efecto de la burbuja integrada: Que se ensambla de tal
manera con el espumoso, acabando por convertirlo en un vino de
carácter mítico, concentrado y licoroso. Pese a que deja un final
cítrico limpiador, fantástico.
VIÑA
TONDONIA RESERVA de 1969
Yo
que tanto me vanaglorio por nacer el 70 y considero el mejor año.
Sinceramente envidio nacer en el 69; connotaciones eroticosexuales
aparte (o no).
Orgasmo
o sí, mi sugestión temporal no alcanza a imaginar in situ, lo que
significan 50 años de vida en un vino.
Es
como sensación de eventualidad y nimiedad por la novedad que tan
excitante hace hoy a la mayoría de las personas. Digamos… que es
como postrarse ante la inmortalidad de quien se cree que la clave del
éxito es la inmediatez.
Está
claro que desgraciadamente ya no se hacen vinos como este. Pero es
imprescindible para entender el presente, ser capaz de materializarse
aquel año y ver todo lo que ha ocurrido hasta hoy. Para elogiar y
maravillarse con la estupenda nariz sin rastro alguno de terciarios
(cuero, animal).
Ya
que no siendo un Gran Reserva, se supone que no debería estar
preparado para envejecer tantos años con tal prestancia; pero que se
lo digan al Viña Cubillo del 85 que saltó más tarde.
El
simbólico Rioja dio paso a un primer peso pesado: Otro estilo, otra
época.
LAS
LAMAS del 2003, o esa versión Top más frutal que los
sobrinos de Álvaro Palacios elaboran en el Bierzo junto a Pétalos,
Corullón o Moncerbal.
Hermético
en un principio, pues es un vino Atlántico que define como nadie una
zona y su climatología. Preparado para envejecer musculando taninos,
mineralidad y acidez. Pero que 16 años más tarde y tras paso de
ronda para que se airease. Ese primer envite de cueros, de animal y
de cerrajón, ves que por arte del oxígeno se transforman en seda,
concentración deliciosa y profundidad.
Es
como un paseo por un bosque de castaños en pleno otoño: Con el
perfume de las bayas, las trufas, el musgo y un ligero toque
mentolado hacia el final, que lo hace intenso pero refrescante y
extraordinariamente vivo. Un vino al que se le presienten muchos años
todavía de vida, un guaje vamos.
Y
llegamos al primer bicho de la noche o como diría yo… De entre
todos los disfrutes, divertimentos y experiencias varias que te
proporciona la vida. Aquellas que se diferencian de las demás,
porque te dejan huella y subrayan un antes y un después:
Como
los enamoramientos juveniles que uno rememora por puro masoquismo
placentero.
CLOS
RENÉ POMEROL 2008
Ya
descubrí este verano la lujuria de los Merlot fríos en Sudtirol.
Pero en vinos franceses, lo admito, soy un absoluto ignorante de tomo
a lomo.
INCREÍBLE
sin más. El Merlot de esta afamada bodega de Burdeos es una de esas
experiencias que se deberían tener; sino fuera por su elevado coste
y la guarda que precisan. Yo no me la puedo permitir, está claro.
Es
uno de esos vinos que podrías estar oliendo toda una vida, y de la
que si algún lumbreras le diese por crear su perfume. Yo sería un
comprador fiel y sumiso.
Y
es que es taaanto, lo que te puede dar el olfato cuando lo entrenas,
practicas y estimulas… Diría que es lo que más aprecio en todos
estos años intentando entender el vino, y el efecto cordial que
ejerce sobre el género humano y sus relaciones.
Equilibrado
en su voluptuosidad, preciso, encantador, seductor… Yo que sé!!
Esos fresones maduritos y licorosos pintados de cacao; pero muy
ligeramente eh? Ese ver sin más código o explicación, que estás
ante una obra de la naturaleza ayudada de la humana que marca la
diferencia pero sin excesos; todo sutilidad.
GRAMONA
III LUSTROS 2011
Sencillamente
infalible y poseso adicto a este todo en uno de la estirpe Gramona.
Donde insisto: Se da un poco el alma de esta bodega
independientemente de la añada; aunque mientras más viejuna mejor.
Bofetón
de frescor, complejidad y limpidez que arrastra por un instante el
peso de los anteriores vinos. Y para que mentir, siendo ya enofílico
perdido de este cava de larga crianza donde el vino base es el
protagonista. No podría ser imparcial (lo siento), y me río un poco
por lo bajini del Celler Batlle y el Enoteca. Aunque se esté
subiendo un poco a la parra con el precio.
HENRI
GERMAIN BOURGOGNE MEURSAULT CHEVALIÈRES 2012
Remarco
mi ignorancia en vinos, territorios y peregrinajes varios al país
vecino; no por nada en especial sino por falta de abarque para
abrazar.
Pero
como empezaba: No hay como ignorar, para despertar interés y dejarse
sorprender.
Y
en eso y en otros menesteres, Carlos siempre ha sido el más
explícito de los catalizadores cuando se habla de sentidos, y
expresiones que los ilustren; sus caras son todo un cuadro
de Monet en forma de sensaciones,amigos.
Algún
Borgoña he probado y tengo por ahí guardado. Pero nada como tener
la oportunidad de sentir lo que significan ciertos años. En blancos
con peso y acidez suficiente para que convertir los mismos, en ese
truco(tachaaaán!!)de
magia, y, flipar sencillamente:
Crocante,
es la única y más socorrida de las
definiciones que se me
ocurren.
Dentro
de esa espontánea palabra, se abarca: La untuosidad de las lías, la
fruta y la flor blanca, el terruño ligeramente mineral (calcáreo y
ligeramente salino), los recuerdos a hinojo, esparto o retama… en
fin. Un todo en uno de gran longitud, fondo y
volumen que expresa un gran Chardonnay,
que ni el mismo Joop Zoetemelk lograría; si se diera el caso y se
pudiera beber.
Supongo,
o creo, que a eso se le llama “equilibrio” o “estructura”.
Pero yo creo sencillamente, que me mojé.
CONTINO
ROSADO 2016
De
crocantis y exquisitas acidezas seguimos hablando, con este Rosado de
alma tinta. Que mágicamente reúne las mejores virtudes de un tinto
y un blanco.
Graciano
55%, Garnacha 40% y Viura 5% dan un equilibrio perfecto a este Rosado
con personalidad y desparpajo; para se siga tratando con desprecio a
los rosado o vinos espontáneos.
Un
socio perfecto para deglutir cualquier elemento graso y marino, y una
virguería para descifrar los placeres de comer y beber per
se.
VIÑA
CUBILLO CRIANZA TONDONIA 1985
Una
de las sorpresas gordas de la noche; entre muchas, pero para mi, la
más curiosa. Y confieso que siendo drogodependiente de Viña
Tondonia, los Cubillo no me entran ni a tiros.
No
estaba muerto, estaba de parranda!! cuchíbiri cuchíbiri cuchíbiri.
No
señor. Ese Cubillo con la ropa hecha jirones y 34 años a sus
espaldas. Conservaba esa acidez de salud de roble, y ni rastro de
terciarios, cuero o signos de desfallecimiento. Una ricura de esas
que te ponen el contador a cero, y demuestra una vez más. Que no hay
mejor antídoto contra la mediocridad que la espontánea sabiduría
de la anomalía; la que te cura en el fondo, de los malditos
formu(a)lismos.
TINTO
VALBUENA DE VEGA SICILIA 1985
Y
fue así a traición y cuando las carcajadas sonaban más a oquedad
por semejante festín. Que los ojos alumbraron como platos igual que
un cenital sobre el protagonista.
Que
apareció en escena un mito. Y digo un mito, porque yo, que algunos
confunden con algún tipo de reputado experto en vinos, o yo que sé.
Jamás he probado un Vega Sicilia y otros tantos. Igual que tampoco
he escuchado en profundidad ni a los Rolling Stones, ni a los Kimks
¿sentimiento
de culpabilidad, remordimientos o vergüenza? Ninguno!!
Eso
sí. Fue una experiencia que solo la puedo comparar con la de mi
primer Pingus: Como alguien del que todo quisqui habla y venera, y
que sobradamente colma tus expectativas.
Perfección
sería la palabra. Y mira que he bebido grandes vinos y los que te
rondará.
Todo
en su sitio, elegante aunque también austero, expresivo pero sin
estridencias, generoso a más no poder en perfumes, recuerdos y vida
de ida y vuelta. Como una de las buenas de Bill Callahan, la
delicadeza de Miles Davis o el poder de Nina Simone. Un regalo para
los sentidos. Y fácil de beber a más no poder; no hace falta ser un
entendido para levitar.
Como
si no hubiera sido suficiente y entre el barullo de jadeos, gemidos y
suspiros; laaaargos suspiros.
Va
y aparece un
ÚNICO
DE VEGA SICILIA DE 1991
Máxima
expresión. Y no hay muchos adjetivos que añadir, o que por lo
menos puedan abarcar con más o menos certeza el sinfín de
evocaciones que provoca este vino.
Dicen
que no puedes morirte sin probarlo aunque sea una sola vez en la
vida. Y no seré yo, que desmitifica a cada paso;
el que ponga en entredicho esta afirmación. Pues seguramente sea la
brevedad de una copa, quien lo corone como “el mejor vino que he
probado nunca?”
Lo
cierto es que… una vez así. No crean que lo que define a este tipo
de vinos sea la voluptuosidad, solemnidad intimidatoria o imponente
personalidad; que va. Es más bien como una explosión cegadora donde
los sentidos, tienen que calentar, estirar y darlo todo para acertar
a definir en pocas palabras todo lo que da. Porque además, el cabrón
es tan fácil de beber, que te olvidas de qué es lo que te seduce
concretamente.
Flechazo
o amor ciego, que es como también lo llaman.
Por
si alguno se preguntaba a esas alturas de la noche, mientras iban
subiendo platillos de la sala baja del ODDVAR: Un
rest/pub/bar/gastroreducto/y… nuestro campamento base desde hace un
año. Y que en los casi 20 años que llevo viviendo en Cerdanyola, no
hay un solo día que me lleve una sorpresa por sus atrevidos.
Sabes?
Ese tipo de cosas que hace que cada día que te quitas las legañas y
te lavas la cara, no sepas con certeza, que sorpresa te va ha dar la
vida.
Y
es un poco eso, amigos. Salir de cacería como los primeros
pobladores del planeta. Sin saber si comerás, o serás cazado.
Aventura.
VIÑA
REAL GRAN RESERVA 1975
Saben
lo de la inmortalidad? Nada heroico ni superpodérico eh? Sino más
bien de ese tipo de personas que se cruzan en tu vida y dejan huella.
Esa sensación de haber perdido el amor de tu vida, ni que sea por
ese latir en la boca del estómago o ese nudo en la garganta. O la
felicidad que da sentirse acompañado por amigos?
Pues
la de este vino antiguo; de los que ya no se hacen, cuidao!!
Contaba
yo con cinco años y tengo ahora 49.
Solo
pensar eso, hacerse una idea de que ese vino tiene la misma vida
aproximadamente que tú; o por lo menos la reclusión en vida. A mi
que queréis que os diga, me alucina y me hace pensar lo leves que
somos en realidad, circunstanciales vamos.
Sin
rastro aparente de cansancio o arruga, y si te dijeran que se ha
embotellado hace 8 años, hasta te lo creerías.
Acidez,
fruta, longitud y zancada larga como la de un fondista incansable.
Notas de madera en descomposición en medio de un bosque de
eucaliptos, volumen y amplitud como tu madre abriendo las ventanas
por la mañana. El perfume de la mañana, claro; como el día.
Increíble.
Que gozada. Y que bien sabía quien seleccionó esa añada para
embotellar esos Grandes Reservas, solo cuando reunía las condiciones
de añada excepcional.
Dejamos
las ínfulas del grandiosismo y hasta pudimos vislumbrar con la palma
sobre el entrecejo; en lontananza. Esa primera botella de vino que
compraste con veinitipico años; como si te bautizaran de nuevo.
Esa
botella imponente de todos tus ahorros tirados en líquido. La que
sería (o debería ser), el detonante de tu afición al zumo de uvas.
Por
lo menos la mía fue.
Una
botella de Viña Ardanza que disfruté igual que mi primera vez en
todo.
De
hecho, todavía y cada cierto tiempo, me vuelvo a regalar una. Para
revivir como si fuera ayer, mi primera gran botella de vino; la que
hizo afición.
No
fue una del 69; claro está. Pero fue esa botella cómplice para
cerrar la noche. Sin importar demasiado si estaría a la altura de
todas las que no bebimos aquella noche.
Está
claro que no. Pero poco importaba
Beberse
un VIÑA ARDANZA DE 1969,
era esa especie de homenaje que todos deberíamos rendirnos. Igual
que repasar aquellos discos de adolescencia o quedar con los viejos
amigos del barrio para conmemorar nuestra existencia.
Se
habla estos días de la bota de oro de Messi. Pero para bota de oro
la 25 de Manzanilla Pasada
de Navazos, y las cabriolas que hizo Carlos GC aquella
noche con el balón.
Entre
vítores y oles que salimos con él a cocoletas.
Felices
50!!
P,D:
In Memorian de Lluis Pablo
Maestro
sin título ni honores oficiales, que nos abrió nuevas rutas de
disfrute en esto de los recónditos Riesling Alemanes de Mosel &
Co. Con eso que no se mide ya con puntos, medallas o fama: La
autenticidad y el terruño.
Y
que por ende, nos hizo aún más felices siguiendo la estela de su
sonrisa eterna y pasión por la aventura.
Nos
ha dejado muy muy muy solos, tristes y desamparados con escasos 51
años. Pero afortunados por haberlo conocido y seguido; aunque sea de
15 minutos como es mi caso, en una comanda conjunta con Carlos.