Desde bien
pequeño ya, y pese a la desmesura diametral de mi rollizo cuerpo
según cuentan las historias de madre “no hay más que una”
-se cuenta que el jamelgo con mi madre rebasando ya la cuarentena,
pesaba cinco kilos y medio- madredelamorhermoso!! Pese a ese florecer
desproporcionado y parasitario, cuando dejé de depender de las
mamellas de mi madre y la leche en polvo del niño gordo de la lata,
como ella la llamaba. Crecí apocado medio alelao y propenso a coger
al vuelo cualquier virus que se preciara.
Huesudo,
espigado y rodeado de cuatro mujeres, mi infancia no fue la alegría
de la huerta que digamos: En perpetuos resfriados, gripes, jaquecas y
alergias, me atiborraron de inyecciones, vitaminas... - Tose cuando
entres nene!!, me decía mi madre cuando visitaba al doctor Padrós
día sí, día también.
Cada vez que
encamaba -que eran muchas- crecía un centímetro y se acentuaba mi
delgadez. La ropa me quedaba enorme, las articulaciones me dolían,
era sonámbulo y tenía miedos nocturnos, me meaba en la cama... una
joyita vamos. Por aquel entonces, sin tantas manías ni tonterías
como ahora. Mi madre que estaba emperrada en volver a ver el gordo y
lustroso neonato, me preparaba un brebaje inbebible: Quina San
Clemente con una yema de huevo, bien batida y pa dentro!!
Os reiréis,
pero ahora que voy camino de los 45 y con 1'85 de altura. Cada Sábado
que voy a verla, en su vejez de 86 primaveras y después de comerme
su lentejas que tanto odiaba y ahora adoro, con una botella de buen
tinto que cada semana le bajo y compartimos. Me acuesto a echar la
siesta en mi cuarto de soltero, y vuelvo a soñar con esos días.
Ensobrado en un juego de cama de felpa frente a ese dibujo de
témperas que dibuje con catorce años. Vuelvo a caer en el dulce
sueño de la infancia. Como podréis imaginar, mis necesidades
nutricionales ya no van dedicadas a mi envoltorio sino a mi alma.
Reconstituyentes
que te nutren desde dentro hacia afuera. Que abren ventanas y poros
para que pase el aire, dándonos perspectivas y conocimientos de
nuestros sentidos nuevas. Esas que te hacen volver a sentir la
emoción infantil de descubrir los secretos mejor escondidos de la
vida. Los que nos enseñan a conocernos y a medir con nuevas
experiencias, nuestra mutación y madurez deliciosa.
Hay quien
cree que conocidos ya los gustos, para que devanarse la sesera en
entender aquello que no entra a la primera, pudiendo apoltronarse
cómodamente en los hábitos: Hábitos que se tornan rutinas y
rutinas que acaban siendo monotonías. Pues bien. Supongo que a veces
la rutina nos da cierta seguridad, porque no. Ah, lo siento. Yo desde
chico y con la seguridad de ser un zopenco, según estipula mi
currículum oficial. Siempre me empeñado, primero de manera
instintiva y poco más tarde ya por pura devoción, rozando casi el
fervor. En encontrar siempre motivos suficientes para exprimir los
sentidos y la curiosidad, quizás por eso, porque soy un zopenco.
Fue así
como la segunda cita del año que nos hizo descender como si fuésemos
lugareños de Guanajuato hasta los genitales de Vadebacus. Y en el
perforar colectivo hacia nuevas galerías secretas y misteriosas,
diésemos con oro en vez de níquel o plata. Oro de glorioso sol San
Luqueño para sacudirnos la caspa de encima en un “todo lo que
usted quiso saber de los vinos de Cádiz, y no se atrevió a
preguntar”. Una noche que no fue ni mucho menos una disertación
escrupulosa de sus controvertidos elixires. No, a veces es bueno
poner el contador a cero, deshacer lo hecho y volver a empezar todo
de nuevo; y yo respecto a estos pormenores soy como un niño
asombrado con la mirada congelada y los ojos abiertos como platos.
Digamos que soy neófito absoluto y aprendiz avispado, para qué más.
Tenía que
ser así, enfrentados por primera vez y de improviso a tres tremendos
vinos del Marco de Jerez. Como esa primera vez que te arrastran
engañado a un burdel. Como enfrentarte entre el pavor, el
desconcierto y la excitación a tu primera erección.
Líquidos
glicéricos con un carácter gastronómico imposibles de entender sin
un bocado que llevarse a la boca. Que nacieron de la idiosincrasia
Andaluza del beber, negociar y comer, pasando casi inadvertida su
grandeza e inigualable personalidad dentro de la tradición vinatera
española. Tuvieron que ser así los Ingleses los que primero
apreciaron su distinción dentro del marco de los Sherrys, vinos
secos de aperitivo y olorosos. Ahora, con el paso de los años
bodegas como Equipo Navazos, son los titánicos Leónidas que se
enfrentan en las Termópilas, al devenir incierto del vino de Jerez.
Nunca lo suficientemente valorado, como una especie única e
inimitable dentro de la personalidad que ostenta cada vino en nuestro
país. Por eso, no hay vino que iguale o pueda acercarse mínimamente
a estos vinos: Complejos, exigentes y caprichosos ¿quien no se ha
tomado alguna vez una copita de la Guita, Tio Pepe o La Gitana...
etc? Con un cartucho de camarones, jamón o queso.
Lo cierto es
que pese a lo coloquial del consumo de estos vinos, da la sensación
que jamás se les ha dado la suficiente importancia aquí.
Y no seré
yo el que intente dar lecciones de nada, salvo de la emoción y
disfrute al intentar diseccionar o descifrar la sensaciones que
produce hacer una cata de estos bichos indómitos. Para eso ya están
Jesus Barquin y
Peter Liem; ideólogos y Almacenistas de filosofía combativa.
Con el orden
impuesto por Jordi Ferrer (nuestro guerrillero infatigable y
cómplice Perico). LA BOTA DE FINO nº54, AMONTILLADO EL TRESILLO, y
LA BOTA DE PALO CORTADO 2014 nº52, y de manera inédita con Jamón,
Queso Viejo y frutos secos para acompañar. Fueron unos primeros
instructivos apuntes los que nos guiaron levemente por las
particularidades de la crianza de cada uno de ellos, lo que los
hacían distintos: La importancia del Velo Flor que cubre en su
periodo de crianza estos vinos, y que controla la oxidación de los
mismos. La sabiduría de los Almacenistas y catadores en la elección
de las botas para determinar el ensamblaje y la composición única
del Fino, o del Palo Cortado (calificación en el origen de tachar
las botas elegidas con tres palos y una raya oblicua), el domar la
oxidación de los mismos en equilibrio funambulista. O el misterio de
la extracción de semejantes vinazos, de una uva tan fina como el
Palomino.
Aunque para
ser sincero, entre lo turbador y contrastado de la experiencia
olfativa y palatal del momento. A uno se le va el santo al cielo
levitando entre gemido, gruñidos y salivaciones; para que engañar.
LA BOTA DE
FINO nº54 15% (Vallespino) es directo, refrescante e inmediato,
perfecto e insaciable para tapear mientras se arregla el mundo frente
a una barra o sentado a la fresca. Con perfumes entre las lacas, el
polen, las olivas y la madera húmeda recién cortada. Es un vino
secante pero muy fresco a la vez y conforme sube gradualmente de
temperatura de los 10 grados a los 13, aumenta notablemente su
abanico expresivo. En boca es contundente recordando al perfume que
impregnan las cooperativas aceiteras del sur (olivas, extracción,
jamila), toques salinos a mar, pesca, arengues, ligeramente ahumado.
Toda una ricura.
AMONTILLADO
EL TRESILLO 20% (Palomino Fino) es otro giro de tuerca. Como suelen
ser los Amontillados, es mucho más profundo denso y rotundo aunque
preserva una acidez diluyente ideal para comidas grasas (pescados
azules, quesos, o caza). Con su color ámbar seduce y activa
recuerdos evocadores. Su olfativa es casi infinita y tan amplia que
obliga a reflexionar: Goloso, con recuerdos a tabaco de pipa, currys,
azafrán, naranjas, vainillas y frutos secos. En boca es adherente,
longitudinal y fresco por su deliciosa acidez y explosividad.
Con el queso
curado alcanza su cúspide al amalgamarse con las grasas lácticas
fundentes. De ahí esa definición de gastronómicos. Son vinos que
cuesta entenderlos si no es con la ceremonia de oler y combinarlo con
la química de un buen bocado; entre otras cosas porque pueden ser
altamente peligrosos y cabezones a palo seco.
LA BOTA DE
PALO CORTADO 2014 nº52 18% es otro grado de subliminal, otro mundo.
Y perdonen mi atrevimiento, pero cercano al súmmun y lo celestial.
Sí, así de rotundo. Y lo cierto es que sin ser estrictamente un
vino dulce, el amalgama sensitivo que produce es definitorio; EL
COLOFÓN. Armonioso con los frutos secos a puñados, sedoso en boca y
fundente con el aceite de las nueces, la avellanas, las almendras y
su acidez. Todo ello resulta tan hipnótico y cálido como la
contemplación de la lava del Kilauea.
Perfume de
miel, olivas, mueble antiguo, orejones y pasas. Al subir la
temperatura emanan los licores y más pasas. En boca es bestial,
milimétrico. Puedes separar por capas las sensaciones, perder la
cabeza, volver a reformular, y aun así no acabar de definir las
sensaciones más que con un gemido canino. Es como catalogar y
ordenar todo lo que te han ofrecido los anteriores dos vinos #Y
otros, conjugarlo, volverlo a separar, y elevarlo a la máxima
potencia. De echo una de las peculiaridades de Palo Cortado, son la
selección de los mostos más excepcionales de Miraflores. Todos
ellos del mismo pago y de la misma añada, y pese a ser de carácter
netamente joven se le intuye una vida en botella increíblemente
longeva.
La ausencia
prácticamente del velo de flor, que es la película que se forma en
la superficie del mosto y lo preserva de la oxidación. Hace que a
diferencia de otros sea este un vino oxidativo, y sin embargo tan
lujurioso para beber. Recordando a grandes productos de esta bodega:
La Bota de Florpower MMX 44 y 53, La Bota Amontillado o a La Bota de
Manzanilla Pasada. Como dice la misma bodega: Una selección de seis
botas de cañón para ensamblar este vinazo, puede que uno de los
mejores olorosos de Jerez.
Así que
para que decir más, lo que se dice una noche completa. De aquellas
que te teletransportan a las estrechas callejuelas Gaditanas, a Jerez
de la Frontera y sus tabernas llenas de vida. Al olor a mar, salitre
y a la euforia desatada que respiran sus calles. Viajes antiguos que
ahora se nos antojan breves y distantes, trazando un tiralíneas
entre Sancti Petri con sus inabarcables playas de arena compactada, a
Chiclana, Padro del Rey o por los alrededores de la catedral
Gaditana. Y que le hacen regresar a uno a casa con la huella en el
paladar mientras en el coche sonaba Adrian Cowley, sí lo recuerdo,
sonaba Adrian.
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