lunes, 10 de marzo de 2014

ABRIENDO CAJAS DE COHETES: FELT EN “ESTOC DE POC”_ 1985





Hace unos días, me venía a la cabeza el recuerdo de una de las últimas entrevistas que realicemos para el Fanzine POP-EYE; atizado por el descubrimiento perdido en el tiempo de una buena amiga, Dj Fenix. Un puñado de hojas grapadas que un grupo de amigos y yo confeccionábamos a tiempo perdido, además de monetario.
Sin embargo lo recuerdo emocionado en el fragor de la escena musical de hace 16 años, como una experiencia hidratante y nutritiva. Seguramente no estaría ahora dedicando mis tribulaciones en un blog personal, sin antes haber pasado por esa etapa de la vida donde todo es descubrir, compartir, y apuntarte a las iniciativas más suicidas, pero a la vez más bellas de tu juventud. Esa inquietud por labrar aquella cultura académica que se fue por el desagüe, con otra más subterránea y autodidacta; más emocionante. La palabra sería esa, emocionante.
Supongo que empujado por una época en la que todo brotaba por donde quisiera que fueras. Eran tan nimias las herramientas de las que disponíamos, estábamos tan solos, y tan sumergida era esa otra cultura, llamémosla “underground”. Que acabemos desarrollando una capacidad para la colectividad, para hacer mucho con poco y para asociarnos, verdaderamente autodidacta. Los que veníamos de finales de los ochenta con unos cimientos mal alicatados, y los que llegaron después con la explosión del “Brit Pop” para dar cobijo a raros, antisociales y porqué no, algún exclusivista de los que siempre han existido en todas épocas.
La modernez absoluta puesta en manos de chicos de barriadas periféricas: Municipios y barrios de mucha emigración, horripilantes edificios de protección oficial, y pocos medios para salir de aquel hoyo en busca del meollo.


Pero ésta y otras guerras contadas infinidad de veces por los Abuelos Pachín, solo son equiparables y asimilables en lo que ahora nos toca vivir; con un sano viaje al pasado. Para retroceder al principio de todo, aunque de principios hay tantos como décadas y generaciones. Basta con situarse por ejemplo en ese año 1985, donde eclosionó año arriba, año abajo el mio propio.
Que una amiga con afán inagotable por rescatar historias te lo proponga. Y que sean los FELT en cuestión, los que te vuelvan a situar en una cafetería de la Barcelonesa Vía Laietana. Entrevistando a David Carabén, grabadora en mano, y a propósito de su debut del 2000 “Lipstick Traces”. 
Allí recuerdo que nos hablaba de Beach Boys y The Felt como dos de las bandas que más le habían influenciado sobre el concepto de tejer melodías, sin transgredir ni erosionar la esencia de la música; hazlo fácil y con poco.

Es así como de manera inevitable The FELT recobran el sentido de su existencia casi de tapado. En una escena musical donde el concubinato comercial nos llevaba hacia el acabose o  hacia el frenesí, según se mire: Aparecían los grandes sellos, la pista de baile, la electrónica, las drogas sintéticas, y los escaparates. Sin embargo la magia de FELT reside en todo lo contrario: Una larga carrera de fidelidad absoluta a sus preceptos, a su imagen... a su filosofía creativa en definitiva.
Pasados los años tan solo se oye hablar de ellos en boca de algún artista que los elogia por su trascendencia vital, o por lo menos en la de sus trayectorias. Pero son pocos los que los han reivindicado quizás por un empatía tan solo de culto, y una cobardía contra todo pronóstico que sumió su existencia en un olvido casi absoluto.

No nacieron ni en Manchester, ni en Liverpool, ni en Londres; cuna de algunas de las bandas más relevantes de los 80 en el Reino Unido, lo hicieron en Birmingham. Y fue en 1980 cuando Lawrence Hayward (Lawrence) y Maurice Deembank: Voz y guitarras respectivamente, junto a Nick Gilbert a la batería; Quienes iniciaron su andadura ese mismo año; aunque la historia de Felt fue sometida a diversos cambios de acompañamiento.
Lo que es evidente e inconfundible desde bien iniciada su carrera, es que la dupla entre Lawrence y Maurice fueron los que orquestaron el sonido inconfundible de la banda: Por un lado la voz narrativa con el tono característico de Lawrence, y la armonía musical que eran capaces de construir ambos. Dos tipos que encajaban como dos piezas acuñadas bajo la misma matriz, y que elevaban el concepto del Pop a algo mucho más profundo y subliminal. Basta con arrancar “Crumwling the Aseptic beauty/1982” y soltar la instrumental que abre el disco, “Evergreen Dazed”. Para certificar que ellos y Cocteau Twins vivían en un inframundo al margen del PostPunk; de echo e inevitablemente acabarían cruzando sus caminos en “Ignite the Seven Cannons” (producido por Robin Guthrie).

Sus dos primeros trabajos de un conjunto de cuatro, que publicarían en el pequeño y delicatessen sello Cherry Red Records. Y en ese breve periodo, donde los dos artistas trabajarían codo a codo elaborando los consistentes cimientos de la banda. Su sonido vagaría por paisajes yermos y primitivos, aunque de los más bellos de toda su carrera: Pasajes que los remitían al barroquismo luminoso de Vini Reilly, a Television, o incluso a las atmósferas ornamentales y espirituales de The Doors; aunque su verdadero sonido acabaría abrazando un Pop tan extraño, como versátil en esa forma delicada y ornamental de acariciar la guitarra de Maurice Deembank.
De los pocos que han hecho de su estilo inconfundible, una identidad tan indestructible como inimitable. Y que solo estaba al alcance de coetáneos como Johnny Marr, Will Sergeant, o el mismo Vini Reilly.

No es mi intención repasar meticulosamente la trayectoria de FELT, ni diseccionar la hermosura de cada uno de sus discos: Ni la de su primera etapa hasta el abandono de Maurice; donde la austeridad de medios con la que trabajaban, enaltecía el echo de que sus discos sonaran con esa bella claroscuridad. Ni la aparición de Lawrence como un verdadero genio caprichoso en solitario, del que manaron unas actitudes únicas e inverosímiles al mando de Felt.
Serían injusto entrar a valorar ambas etapas: La de Cherry Red hasta 1985, y la de Creation que vio el final de sus días. Puesto que en esa evolución desde la inspiradora influencia de Lou Reed hasta su devoción Dylaniana, o ese desenterrar a mitos como Vic Godard; nos regalaría a otros Felt a los que explorar con insistencia, sin dejar de sorprendernos por su inherente complejidad. El trotar de unas guitarras tan y tan Pop sobre los fantásticos toboganes que desplegaba Martin Duffy con su organo, y el abrir las ventanas para dejar entrar toda la luz. Un hecho que se ilustra a la perfección en “Ignite the seven cannons/1985”. El disco donde se unen Lawrence, Maurice, y Duffy. Quienes rubricaron con una triada perfecta el Pop rocoso y musculoso, lleno de recovecos donde buscar y descubrir la infinidad de matices a las que se podía echar mano; al pasado, al futuro, al presente...



Coincidiendo con este echo inusitado decidí volver a desempolvar sus últimos trabajos, los más abandonados a los designios del imparable avance del tiempo. Un echo que prevalece sobre cualquier intento de detenerlo, y que solo nos da la oportunidad en contados momentos de repescarlo y da gracias: Arrancar el gira discos y volver reposar la aguja sobre los surcos, como si el brazo ejecutor intentase arañarnos el corazón con el crepitar del vinilo y sus giros en loop infinito. Suena “Riding on the Equador”, y el mundo podría acabarse a nuestras espaldas sin apenas inmutarnos. Un disco reflexivo “Poem of the River/1987”, que vino a poner voz al instrumental “Let the Snakes Crinkle their Heads to Death/1986” y a dar un reverso de introspección al primer disco que Lawrence grabaría sin M. Deembank. El popular “Forever Breathes the Lonely World/1986”; dicen algunos que el mejor de su carrera.


En cualquier caso, yo me quedo con la magia incombustible que derrama toda su discografía con el paso de los años. Con esa perspectiva más amplia que nos da la edad, y que nos hace capaces de vislumbrar en el ocaso del olvido, toda la maestría de un genio caprichoso, maniático, y hasta cierto punto narcisista como fue Lawrence.
FELT IN CREATION

Un tipo que fue capaz de construir un universo hermético y tan evocador a la vez. Una inspiración voraz que engulló sin saber bien porqué a otros dos monstruos como Deembank y Duffy, de los que vale mucho la pena analizar en su forma de construir armonías. Y en la belleza de sus tres últimas joyas: “The Pictorial Jackson Review/1988” como uno de sus mayores logros musicales. El devaneo instrumental Jazzístico de “Train Above the City/1988”, o el punto final súbito con “Me and Monkey on the Moon/1989”. Ahí se encuentran de forma más evidente las huellas del Folk Americano, del Pop diamantino que esculpe ciento y miles de formas, y de la particular forma que tuvo esta poco valorada banda de recoger todo un legado musical inabarcable. Que ahora vuelvo a saborear como la miel joven que nunca acaba de cristalizarse y si lo hace, que sea para arrojar nuevos tonos lumínicos sobre su escondido pasado. Y que tiene como confidente uno de los pocos documentos gráficos que se recogieron de la banda.


El último concierto que dio la banda con sus tres músicos más determinantes sobre el mismo escenario. Y donde cuenta la leyenda que fue en este concierto sobre tierras Barcelonesas, donde Maurice Deembank tocó por última vez junto a Lawrence. Dicen los contadores que conoció a una chica, se enamoró perdidamente, y desapareció de la misma forma que lo descubrimos; súbitamente y sin dejar rastro.
En este pequeño concierto se puede saborear uno de sus momentos más álgidos y luminosos. Seis canciones que ilustran con gran acierto los bordados de guitarras que eran capaces de tejer ambos geniecillos. La orfebrería de su Pop trapecista con la que que conjugaban sin apenas esforzarse el terreno mejor abonado del Pop/Rock Americano, el barroquismo de Folk Británico, y un sonido inconfundible donde todo acababa difuminándose. Además tenemos el lujo de ver en su totalidad, uno de los pocos oasis televisivos donde se podía acampar por aquellos inhóspitos mediados de los 80. Y donde mejor queda plasmada la filosofía del hazlo tu mismo, de la imaginación, la creatividad. Y donde la cultura en la televisión pública era de todos, y no de las marcas comerciales.
Donde los que tuvimos la suerte de vivir en primera persona esa etapa maravillosa la seguimos añorando, enjugando nuestro pañuelo con las lágrimas del recuerdo . Y no nos avergonzamos de ello; al contrario. La añoranza aunque algunos no lo crean, es un signo inequívoco y saludable de nuestra razón de ser; sin remordimientos pero con memoria.

Programa íntegro de ESTOC DE POP
Concierto íntegro de Felt
 
Fuente Biográfica de Felt: http://feltadeclaration.tumblr.com/ 

martes, 4 de marzo de 2014

PALOPREMIO!!




El pasado Jueves me desperté, creo: Ojos emborronados, legañas petrificadas... Y como si del escoplo de un escultor golpease mi corazón, saltaron las penas por el aire. Por mi cabeza todavía revoloteaba el espíritu de Bill Callahan, un accidente que había dado al traste de manera dulce con mis planes.

Es evidente que la edad nos a hecho olvidar el hábito de recibir y hacer regalos. Pero que duda cabe que en el fondo los añoramos y los necesitamos a partes iguales. Sobre todo cuando nos llegan de manos de un hermano de vivencias como Jose Navas; comandante de la nave "Redondo y con agujero". Desde ese recóndito rincón se han acordado de un servidor, abandonado que está uno a la suerte del ciberespacio. Así que aunque esto no sea estrictamente un premio al uso, puesto que no hay mejor premio que la sola presencia de estos vigías del alma, que son la hermandad blogera.
Desde aquí y ya, quiero agradecer no solo el premio sincero de nuestro amigo J. Navas, si no el echo desinteresado de dotar de significado estas líneas del que aquí suscribe. Unas líneas, párrafos y tochos que encuentran aunque solo sea una vez al año, un interlocutor al que le alegran el día. Ya sabéis que estas aficiones tan poco valoradas por la industria del entretenimiento, aunque uno las haga en la soledad de su ordenador, no tienen mejor premio que el de ser útiles para alguien.

Se que este tipo de premios/detalle tienen unas reglas que entre otras es premiar a quince bloggers, enlazarlos, y contar algo sobre mi. Lo que pasa es que como ya sabréis soy bastante poco amante de seguir las normas jejeje y je. Con esto no quiero decir que no vaya a premiar/recordar algunas de mis bitácoras/creadores preferidos?, bueno lo de preferidos es muy relativo.
Quiero cederles el protagonismo a todos los que están en mi blogroll (que por eso están ahí y su sola existencia ya es motivo de jolgorio). Pero en especial y sin motivo aparente más que el mero echo de iluminar mi existencia con sus reflexiones y consejos, son:



Y bueno como ya digo, esto podría ser extensible al resto de blogs que tengo enlazados en el mío propio. A algunos creo que ya los he premiado pero aún así os recuerdo que vale mucho la pena darse un paseo por todos ellos.
Decir, que podría decir de mi (siempre es mejor que lo digan los demás, es más sincero): Que no se nadar y pese a ello me sumerjo cada día en busca excitantes aprendizajes por la red. Que tampoco se volar y casi siempre estoy en las nubes soñando e imaginando. Y que me muero de ganas por una ilusión, la que sea, me da lo mismo. Ah!! y que sin vuestra compañía ninguna de las anteriormente citadas tendría sentido.
Música maestros!!

viernes, 28 de febrero de 2014

BILL CALLAHAN/ CIRCUIT DES YEUX Sala Barts(Barcelona_26/02/14)





Hacía falta un concierto redentor, que se yo, una señal, un signo... Un asidero donde agarrarse con fuerza y dejarse llevar con el oleaje hasta el ocaso del Sol; que por cierto, cada vez se estira más hacia la Primavera. Y es que pasados ya tres meses y lo que te rondaré morena, desde que mi último concierto acabara con mis carnes sumidas en una septicemia. Elegir a Bill Callahan como el primero de una nueva etapa, es como poco estimulante y esperanzador a partes iguales.

Vaya por delante que respeto y aprecio cualquier otra forma de expandir el alma. Pero para mi que soy un drogodependiente musical de tomo a lomo, el acto casi religioso de acudir a lo que considero la máxima expresión de la creatividad; subirse a un tablao y desnudarse artísticamente ante el público. Es como mínimo, exfoliante, renovador, y sensorial. Sobre todo si tenemos en cuenta que desde que recobré la consciencia en la UCI, y dejé de lado sueños psicodélicos fruto de la morfina. No pasó un momento en el que dejara de pensar cual sería mi primer encuentro con el directo, escenificado en una hipotética recuperación.
Por el camino se quedó Niko Case en la sombría habitación de la Uci, Cass McCombs capeando una anemia de caballo. Y hace una semana Bombay Bicycle Club, del que desestimé por lo improcedente de bailar con una atrofia en las piernas; más cuando mis andares son lo más parecido a una mala parodia de Chiquito de la Calzada.
Así que para que engañaros, Bill Callahan en la BARTS era ya inexcusable. Si encima se trataba de uno de mis discos predilectos del pasado año, y con lo tentador que resultaba verlo en una de las salas con mejor acústica de Barcelona y sentado tranquilamente, claro.


La noche se abrió a las nueve menos cuarto aproximadamente con CIRCUIT DES YEUX, o lo que es lo mismo con Haley Fohr: Una chica larguirucha con cara de no haber roto un plato en su vida, que al coger su guitarra acústica y dedicarse a destripar su repertorio... Se convierte en un auténtico vendaval de lirismo y expresión catársica.
Su música al desnudo y en formato acústico es una especie de Gotic/Folk, que se apoya principalmente en el tono de su voz y la estructura de sus canciones in crescendo. Y la verdad es que hubo momentos que me recordó a Diamanda Galas, Siouxsie Siux, o puede que incluso a Mary Margaret O'Hara; desde un punto de vista tan solo de sonoridad. La media hora con la sala medio vacía dio para descubrir el torrente de voz que atesora. Lo bien que consigue captar la atención de un público despistado con ayuda de tan solo su guitarra y unos pedales; con los que supliría la exquisitez de arreglos que contienen su tres trabajos hasta la fecha: “Overdue”, “CDY3”, y “Portrait”. Abrió la velada con una hermosa “Lithonia”. Desojando con ternura y violencia, cada una de sus piezas hasta llegar a “I'm on Fire”; con la que cerró, dejando a la sala extasiada y perfecta para recibir al anfitrión.



Progresivamente a eso de las nueve y media fueron apareciendo los fieles. Los mismos que hicieran que temiera por unos instantes quedarme sin entrada y hacer en balde el viaje desde casa; eso, sin entrada anticipada (aventurero que es uno).
Por suerte el agua no llego al río y puede que sea uno de los eventos a los que he llegado con más tiempo (uno que se hace viejo): Vueltas y vueltas hasta encontrar un aparcamiento para mi trolebus, sin soltar un duro (que la cosa está mu malita). Visita obligada a La Strada para echar un tentempié y una charradeta, y camino hacia la sala, con 20 merecidos minutos de margen para inspeccionar al personal (Voyeur que es uno).

 Lo cierto es que allí nos dimos cita lo más variadito: Grandes, pequeños, modernos, postmodernos, y gente normal; tan normal que asustaba. Y este es un dato que hace aun más grande todavía a la par de curioso, al bueno de Bill; su público es tan sospechosamente normal como él. Una normalidad que no hace más que corroborar la inutilidad de las modas en cuestión de ampliar horizontes.
Tres músicos lo acompañaban sobre el escenario: Una percusión que se movía por los compases precisos y escuetos, como solo deben sonar en una canción de Bill. Un bajista en un segundo plano, y un virtuoso guitarrista que sería el encargado de electrificar las nueva composiciones de última etapa; la más caleidoscópica y si se quiere, y la que ha cedido el terreno del Folk a un sonido más ambiental y progresivo.
Pero la música de este hombre es así, difícil de catalogar; como una práxis que revoca las teorías sobre lo que debe sonar a Folk de raíz, a Rock, a experimentación, o al simple peso de la canción como vía. Bill Callahan puede ser lineal para algunos, tremendamente aburrido para otros, o tan sobrio que apenas se pueden vislumbrar cambios algunos en su longeva carrera. Pero hay algo incuestionable en su orfebrería musical, un par de directrices inquebrantables por las que se mueve su línea argumental: Su grave voz gravitatoria con la que nos cuenta historias de amor y miserias, y la mecánica de sus canciones que se rigen por un minimalismo tan natural como desconcertante. Pero sobre todo una cadencia hipnótica a la que apenas necesita añadir y quitar ramitas, para tejer un nido confortable donde los que aterrizamos jamás queremos abandonar.


Así estaba la sala BARTS la noche de autos; dispuesta a afrontar con sumisión la dirección a donde nos quisiese elevar su repertorio. Un cancionero que se desplegó enfervorizado y emocionado con tres temas infalibles: “The Sing” que abre su último disco y nos transporta sorbo a sorbo a la barra de un Bar de Hotel de carretera. Le siguieron “Javelin Unlanding” tintineante e hipnótica, “Small Plane” también de su último Lp, y “Too many birds” de su intimista “Something i wish we were an Eangle/2009”; del que por cierto guardo un grato recuerdo por ser el primer disco de él que cayó en mis manos. Hasta desembocar en “America!”; una crítica a las miserias de su país natal, tremenda.
La gente asomó la cabeza y se tiró de forma suicida a su eléctrico bucle de efectos casi psicodélico. Se alargó casi hasta los ocho minutos, pero es que su métrica da tanto juego, que podía haber durado toda la noche; la que más me fascinó, en ese juego de transformarla en un espasmo Velvetiano.



Con “One fine Morning” bajó el pie de acelerador y nos embarcó en una de sus facetas más balsámicas e infinitas; la de la melancolía. Lo volvió a sacudir con “Drover” en un juego por el que hace equilibrios tensando y aflojando cuerda, acunando en ocasiones y sobresaltándonos con tan solo cambiar cuatro elementos del decorado: La posición de la hamaca del abuelo, moviendo la copa para que la luz incidiera de otra forma, girando tres grados la mesa, y sin quitar el polvo que se acumula por el paso del tiempo.
Tiene la virtud de detenerlo, el tiempo no juega en su contra y en las casi dos horas de concierto que nos ofreció. Le dio tiempo para destapar las virtudes de su último disco, del que sonaron prácticamente todas sus canciones. Hasta de recuperar su etapa de SMOG con “Dress Sexy at me Funeral”; de la que me confieso un total desconocedor (será cuestión de no posponer más). Y saltaron como una explosión los efluvios de Dylan, Red, y Percy Mayfield para llegar a “Spring”; mi preferida de su última entrega.
Total que las dos horas de concierto que hicieron por bien pagados los 32 eurazos del concierto, acabó por ser todo un regalo para los sentidos por todo un poco: Por la concurrencia a la altura del envite, por adentrarme un poquito más en el universo de Bill sin temor a perderme. Y lo más importante (o casi), por una vez más volver renovar la ilusión (no es que se pierda, pero a veces se esconde la jodía...). Porque los vehículos para llegar a la música son diversos, y el disco es el más recurrente. Pero los espectáculos en vivo como lo expresa la propia palabra son eso, vivos y un espectáculo sin igual.

PD. Es cierto, no hay fotos, tan solo la del escenario desierto al final del evento como muestra de un recuerdo imborrable. Pero perdonen, hay cosas que uno no merece frivolizar con el flash de un móvil impertinente.