lunes, 26 de enero de 2015

ELIXIRES RECONSTITUYENTES (Finos, Amontillados y otros bicharracos).




Desde bien pequeño ya, y pese a la desmesura diametral de mi rollizo cuerpo según cuentan las historias de madre “no hay más que una” -se cuenta que el jamelgo con mi madre rebasando ya la cuarentena, pesaba cinco kilos y medio- madredelamorhermoso!! Pese a ese florecer desproporcionado y parasitario, cuando dejé de depender de las mamellas de mi madre y la leche en polvo del niño gordo de la lata, como ella la llamaba. Crecí apocado medio alelao y propenso a coger al vuelo cualquier virus que se preciara.
Huesudo, espigado y rodeado de cuatro mujeres, mi infancia no fue la alegría de la huerta que digamos: En perpetuos resfriados, gripes, jaquecas y alergias, me atiborraron de inyecciones, vitaminas... - Tose cuando entres nene!!, me decía mi madre cuando visitaba al doctor Padrós día sí, día también.
Cada vez que encamaba -que eran muchas- crecía un centímetro y se acentuaba mi delgadez. La ropa me quedaba enorme, las articulaciones me dolían, era sonámbulo y tenía miedos nocturnos, me meaba en la cama... una joyita vamos. Por aquel entonces, sin tantas manías ni tonterías como ahora. Mi madre que estaba emperrada en volver a ver el gordo y lustroso neonato, me preparaba un brebaje inbebible: Quina San Clemente con una yema de huevo, bien batida y pa dentro!!

Os reiréis, pero ahora que voy camino de los 45 y con 1'85 de altura. Cada Sábado que voy a verla, en su vejez de 86 primaveras y después de comerme su lentejas que tanto odiaba y ahora adoro, con una botella de buen tinto que cada semana le bajo y compartimos. Me acuesto a echar la siesta en mi cuarto de soltero, y vuelvo a soñar con esos días. Ensobrado en un juego de cama de felpa frente a ese dibujo de témperas que dibuje con catorce años. Vuelvo a caer en el dulce sueño de la infancia. Como podréis imaginar, mis necesidades nutricionales ya no van dedicadas a mi envoltorio sino a mi alma.
Reconstituyentes que te nutren desde dentro hacia afuera. Que abren ventanas y poros para que pase el aire, dándonos perspectivas y conocimientos de nuestros sentidos nuevas. Esas que te hacen volver a sentir la emoción infantil de descubrir los secretos mejor escondidos de la vida. Los que nos enseñan a conocernos y a medir con nuevas experiencias, nuestra mutación y madurez deliciosa.


Hay quien cree que conocidos ya los gustos, para que devanarse la sesera en entender aquello que no entra a la primera, pudiendo apoltronarse cómodamente en los hábitos: Hábitos que se tornan rutinas y rutinas que acaban siendo monotonías. Pues bien. Supongo que a veces la rutina nos da cierta seguridad, porque no. Ah, lo siento. Yo desde chico y con la seguridad de ser un zopenco, según estipula mi currículum oficial. Siempre me empeñado, primero de manera instintiva y poco más tarde ya por pura devoción, rozando casi el fervor. En encontrar siempre motivos suficientes para exprimir los sentidos y la curiosidad, quizás por eso, porque soy un zopenco.
Fue así como la segunda cita del año que nos hizo descender como si fuésemos lugareños de Guanajuato hasta los genitales de Vadebacus. Y en el perforar colectivo hacia nuevas galerías secretas y misteriosas, diésemos con oro en vez de níquel o plata. Oro de glorioso sol San Luqueño para sacudirnos la caspa de encima en un “todo lo que usted quiso saber de los vinos de Cádiz, y no se atrevió a preguntar”. Una noche que no fue ni mucho menos una disertación escrupulosa de sus controvertidos elixires. No, a veces es bueno poner el contador a cero, deshacer lo hecho y volver a empezar todo de nuevo; y yo respecto a estos pormenores soy como un niño asombrado con la mirada congelada y los ojos abiertos como platos. Digamos que soy neófito absoluto y aprendiz avispado, para qué más.


Tenía que ser así, enfrentados por primera vez y de improviso a tres tremendos vinos del Marco de Jerez. Como esa primera vez que te arrastran engañado a un burdel. Como enfrentarte entre el pavor, el desconcierto y la excitación a tu primera erección.
Líquidos glicéricos con un carácter gastronómico imposibles de entender sin un bocado que llevarse a la boca. Que nacieron de la idiosincrasia Andaluza del beber, negociar y comer, pasando casi inadvertida su grandeza e inigualable personalidad dentro de la tradición vinatera española. Tuvieron que ser así los Ingleses los que primero apreciaron su distinción dentro del marco de los Sherrys, vinos secos de aperitivo y olorosos. Ahora, con el paso de los años bodegas como Equipo Navazos, son los titánicos Leónidas que se enfrentan en las Termópilas, al devenir incierto del vino de Jerez. Nunca lo suficientemente valorado, como una especie única e inimitable dentro de la personalidad que ostenta cada vino en nuestro país. Por eso, no hay vino que iguale o pueda acercarse mínimamente a estos vinos: Complejos, exigentes y caprichosos ¿quien no se ha tomado alguna vez una copita de la Guita, Tio Pepe o La Gitana... etc? Con un cartucho de camarones, jamón o queso.
Lo cierto es que pese a lo coloquial del consumo de estos vinos, da la sensación que jamás se les ha dado la suficiente importancia aquí.


Y no seré yo el que intente dar lecciones de nada, salvo de la emoción y disfrute al intentar diseccionar o descifrar la sensaciones que produce hacer una cata de estos bichos indómitos. Para eso ya están Jesus Barquin y Peter Liem; ideólogos y Almacenistas de filosofía combativa.

Con el orden impuesto por Jordi Ferrer (nuestro guerrillero infatigable y cómplice Perico). LA BOTA DE FINO nº54, AMONTILLADO EL TRESILLO, y LA BOTA DE PALO CORTADO 2014 nº52, y de manera inédita con Jamón, Queso Viejo y frutos secos para acompañar. Fueron unos primeros instructivos apuntes los que nos guiaron levemente por las particularidades de la crianza de cada uno de ellos, lo que los hacían distintos: La importancia del Velo Flor que cubre en su periodo de crianza estos vinos, y que controla la oxidación de los mismos. La sabiduría de los Almacenistas y catadores en la elección de las botas para determinar el ensamblaje y la composición única del Fino, o del Palo Cortado (calificación en el origen de tachar las botas elegidas con tres palos y una raya oblicua), el domar la oxidación de los mismos en equilibrio funambulista. O el misterio de la extracción de semejantes vinazos, de una uva tan fina como el Palomino.
Aunque para ser sincero, entre lo turbador y contrastado de la experiencia olfativa y palatal del momento. A uno se le va el santo al cielo levitando entre gemido, gruñidos y salivaciones; para que engañar.


LA BOTA DE FINO nº54 15% (Vallespino) es directo, refrescante e inmediato, perfecto e insaciable para tapear mientras se arregla el mundo frente a una barra o sentado a la fresca. Con perfumes entre las lacas, el polen, las olivas y la madera húmeda recién cortada. Es un vino secante pero muy fresco a la vez y conforme sube gradualmente de temperatura de los 10 grados a los 13, aumenta notablemente su abanico expresivo. En boca es contundente recordando al perfume que impregnan las cooperativas aceiteras del sur (olivas, extracción, jamila), toques salinos a mar, pesca, arengues, ligeramente ahumado. Toda una ricura.

AMONTILLADO EL TRESILLO 20% (Palomino Fino) es otro giro de tuerca. Como suelen ser los Amontillados, es mucho más profundo denso y rotundo aunque preserva una acidez diluyente ideal para comidas grasas (pescados azules, quesos, o caza). Con su color ámbar seduce y activa recuerdos evocadores. Su olfativa es casi infinita y tan amplia que obliga a reflexionar: Goloso, con recuerdos a tabaco de pipa, currys, azafrán, naranjas, vainillas y frutos secos. En boca es adherente, longitudinal y fresco por su deliciosa acidez y explosividad.
Con el queso curado alcanza su cúspide al amalgamarse con las grasas lácticas fundentes. De ahí esa definición de gastronómicos. Son vinos que cuesta entenderlos si no es con la ceremonia de oler y combinarlo con la química de un buen bocado; entre otras cosas porque pueden ser altamente peligrosos y cabezones a palo seco.



LA BOTA DE PALO CORTADO 2014 nº52 18% es otro grado de subliminal, otro mundo. Y perdonen mi atrevimiento, pero cercano al súmmun y lo celestial. Sí, así de rotundo. Y lo cierto es que sin ser estrictamente un vino dulce, el amalgama sensitivo que produce es definitorio; EL COLOFÓN. Armonioso con los frutos secos a puñados, sedoso en boca y fundente con el aceite de las nueces, la avellanas, las almendras y su acidez. Todo ello resulta tan hipnótico y cálido como la contemplación de la lava del Kilauea.
Perfume de miel, olivas, mueble antiguo, orejones y pasas. Al subir la temperatura emanan los licores y más pasas. En boca es bestial, milimétrico. Puedes separar por capas las sensaciones, perder la cabeza, volver a reformular, y aun así no acabar de definir las sensaciones más que con un gemido canino. Es como catalogar y ordenar todo lo que te han ofrecido los anteriores dos vinos #Y otros, conjugarlo, volverlo a separar, y elevarlo a la máxima potencia. De echo una de las peculiaridades de Palo Cortado, son la selección de los mostos más excepcionales de Miraflores. Todos ellos del mismo pago y de la misma añada, y pese a ser de carácter netamente joven se le intuye una vida en botella increíblemente longeva.
La ausencia prácticamente del velo de flor, que es la película que se forma en la superficie del mosto y lo preserva de la oxidación. Hace que a diferencia de otros sea este un vino oxidativo, y sin embargo tan lujurioso para beber. Recordando a grandes productos de esta bodega: La Bota de Florpower MMX 44 y 53, La Bota Amontillado o a La Bota de Manzanilla Pasada. Como dice la misma bodega: Una selección de seis botas de cañón para ensamblar este vinazo, puede que uno de los mejores olorosos de Jerez.

Así que para que decir más, lo que se dice una noche completa. De aquellas que te teletransportan a las estrechas callejuelas Gaditanas, a Jerez de la Frontera y sus tabernas llenas de vida. Al olor a mar, salitre y a la euforia desatada que respiran sus calles. Viajes antiguos que ahora se nos antojan breves y distantes, trazando un tiralíneas entre Sancti Petri con sus inabarcables playas de arena compactada, a Chiclana, Padro del Rey o por los alrededores de la catedral Gaditana. Y que le hacen regresar a uno a casa con la huella en el paladar mientras en el coche sonaba Adrian Cowley, sí lo recuerdo, sonaba Adrian.

jueves, 22 de enero de 2015

PAPER WAVES: GIVE ME MOONLIGHT_2014... vientos de deshecho que nos devuelven la grandeza del olvido:





Abordajes a las puertas del colegio a punta de varillas de paraguas, calles resbaladizas y charcos como espejos donde mirarse. Amanecen los primeros Lunes de lluvia del año, y con ellos la corriente que se intenta llevar calle abajo los malos augurios y la mierda imperecedera de las calles: Orines, incontinencias e inercias cavernícolas. Colocas la bota en el desnivel del pavimento por donde discurre el agua de la lluvia a modo de presa, hasta que se te empapa la planta del pie. Y cosas bonitas como Paper Waves se asen y echan raíces, te colonizan tomando la bastilla.
Me gusta rebasar los plazos impuestos por el cambio del año, solo por descubrir la deriva de aquello que se nos escapó por los pespuntes descosidos del alma. Casualidades en las que tropieza la melancolía de los días lluviosos, grises, mundanos y pensativos. Me aposto en el minúsculo balcón de mi habitaje mientras consumiendo el pitillo de la vida, veo pasar la gente, el rumor de la calle. Entreabro la ventana que queda a mis espaldas y dejo que el impulso de las ondas -benditos salmos de mullido y poroso bizcocho- me empujen a soñar con “Give me Moonlight”.

Los recuerdos se suceden, dicen por ahí que el resultado de una fórmula matemática resuelve hoy, el día más triste del año. Y puede que si es verdad que la matemática nunca falla, sea la nostalgia que producen sus canciones la que nos entristezca. Y macere tanto nuestro corazón, que funda la lágrima con las gotas de lluvia que resbalan desde el quicio de la terraza del vecino de arriba.
En cualquier caso y dejando que sean los sentimientos los que escojan momento/año/día, y sea nuestro estado de ánimo quien los crisalice de por siempre. Por el borde del ya concluso 2014 todavía siguen deslizándose en oscura negrura, como siropes de fresa, galletas o arándanos, y en caída libre hacia el abismo del 2015. Discos tan magníficos como el del último proyecto de Joe Reina (Braves, Wire Sparrows) y Jesse Carmona. Y eso, puede que sea el único detalle a tener en cuenta.

En ese verdadero trabajo de orfebrería vocal y tapices melódicos tan balsámicos y apacibles, como es este Give me Moonlight. Se pueden entrever muchas de las claves que hicieron únicos a Teenage Funclub, Trash Can Sinatras, o a los Posies. Con un grado más de confortabilidad quizás, pero con virtudes o armas muy parecidas: Pop reluciente de tonos ocres que se engranan automáticamente con la melancolía y la ternura, al bombeo del corazón. Y que a uno le produce de manera ineludible, esa sensación de languidez propia de los años; quizás.
Ligeras taquicardias de soliviantos nocturnos, en la cama. Con los ojos medio cerrados su escucha se antoja como pequeños viajes somnolientos en la vigilia del... - sueño despierto. Uno de esos discos olvidados en la recámara de los años, que pasan como verdugos implacables con condenas, que solo las estrellas como rutas de indianos y astrónomos tan insomnes como Wilfully Obscure, son capaces de volvernos a poner sobre su pista. Te agarras a sus crines, y cabalgas por esas rutas de polvo de estrellas en “Phantom Wing”. Con “Some New Hand of God” nos recuerdan el pálpito de aquel “Love & Mercy/2005” de THE BRAVES. Pero este disco en su discreción y timidez tiene un algo que lo hace mucho más grande y despiadado. Un crisol de pequeños recuerdos como fogonazos a los que cuesta ponerles un nombre, una fecha, o un momento de nuestras vivencias. Tiene ese vuelco que te llena el pecho y socava incluso en desamores, oportunidades que se lanzaron por el retrete, dando más sentido si cabe, a la injusticia del pasar páginas de almanaque. Y pensar solo por un instante, que por poco que sea, canciones tan majestuosas como "Easy Branches", “Disappears”, “The Forest”, “Two Careless Lifestyles” pudieron quedar enterradas en el olvido.
Saltar sonámbulos sobre las notas quebradizas de la guitarra de Joe Reina y Marcus Spitzmiller en “Keep Your Own Kind of Love” o “Easy Branches”. Y gozar como un cochino sonrosadito con estos regalos inesperados que nos dispone la tranquilidad de saber, que no hay plazos ni ultimátum que date las obras atemporales.

viernes, 16 de enero de 2015

LOCKE/2014: DILEMAS AL VOLANTE




Nacionalidad: Reino Unido
Dirección y guión: Steven Knight
Género: Drama conyugal
Duración:85 min
Reparto: Tom Hardy, Ruth Wilson, Tom Holland, Andrew Scott, Olivia Colman.
Fotografía: Haris Zambarloukos
Montaje: Justine Wright
Música: Dickon Hinchcliffe


Sentados en ese sofá nuevo que nos hunde hasta el piso inferior, pasamos las sobremesas dominicales en familia. Es conocido, que aunque la semana haya sido gélida, o se prometa encapotada y hasta fenomenalmente triste, las mañanas de Domingo siempre cuelgan el sol ahí arriba, o lo colgamos del salón al abrigo del recio frío. Huelen a vermuth, a cacharrería de cocina , a colada recién tendida y sobretodo, a postcomida cinematográfica.
Tengo una lista sempiterna de películas por ver. Algún documental también. Y siento, que aun programándome un maratón de cosas interesantes por hacer; con la llave echada, líquido para no deshidratarme y litros de café. Nunca llegaría a hacer desaparecer ese montón de ropa sucia por lavar y planchar que se amontonan como deberes; como si mi insaciable apetito nunca se llegase a colmar.
Un agobio vamos, que por otro lado, todo sea dicho, llevo lo mejor que puedo: La lista de cosas pendientes ya hace que la tiré a la papelera, y ahora casi que disfruto más encontrándome sin previo aviso con esas cosas que había olvidado bajo la pila de papeles, que proponiéndome tareas.

LOCKE es una de ellas. Recuerdo que vi un resumen en ese programa de cine de la 2 a deshoras; ahora no recuerdo como se llama... Pero sé que es de los pocos en los que confío: me encanta ese tono narrativo de sus sugerencias. Sobretodo por que casa perfectamente con la exposición de esta historia, que el televisivo Steven Knight a llevado a la gran pantalla.
Repasando las numerosas opiniones que pululan por la red, me gusta saber que piensan los demás, aunque no suela variar la mía propia. He visto así en general, como un tono de tibieza perezoso en la crítica, o lo que genera a quien la ve. Y no digo que no, que si todas ellas subieran al patíbulo y se diseccionaran escrupulosamente, el disfrute pasaría a ser una pura penitencia; ¿en serio hacéis eso cada vez que paladeáis los pormenores de la vida?. Incluso es posible caer en el error de pensar que es otra de tantas cintas que se multiplican como los hongos sobre el estiércol. En las que se ha intentado suplir un guión endeble, con técnicas innovadoras o localizaciones insólitas (Buried, 127 horas, Monstruoso... etc.).
Todas ellas unidas por ese finísimo y tan maleable epíteto de Thriller. Porque sí, aunque no lo crean esta película ha sido definida como Thrilller. Y puede que este sea el motivo por el que Locker ha pasado sin pena ni gloria por las carteleras. Pero no es el caso que nos ocupa, aquí hay algo que va más allá del simple suspense e intriga por un deseado desenlace.



Mucho antes que BMW patentara el gusto por conducir, yo ya lo hacía al volante de mi Talbot Horizon verde oliva de 2ª posadera. Seguramente porque ese pequeño habitáculo era en la soledad de la conducción, y con la placidez de devorar millas mientras se escucha tu música preferida. Me han dado para imaginar, solucionar acertijos laborales, o porque no, construir historias con la ayuda del paisaje que voy dejando atrás como visión inspiradora. Algo de eso debe haber en el echo de que conectase con esta pequeña joyita del celuloide: conducir me tranquiliza, me agudiza la visión panorámica del paisaje, y doy por bien invertidas las largas horas de carreera. Ahí es donde este director novel en largometrajes, desarrolla esta historia o momento trascendental del personaje central, Ivan Locke.
Un encargado de obra que se enfrenta a uno de los momentos profesionales más importantes de su carrera: El hormigonado más grande hecho en Europa, para una multinacional Americana. Uno mas de los detalles que conectan al espectador a una historia tan común como normal. Sobretodo para los que como yo, han formado parte de los pormenores de la industria, de las historias anónimas en la construcción o los dilemas laborales que suceden en silencio a nuestro alrededor.

Ivan Locke no se enfrenta tan solo a esa disyuntiva profesional. Porque si esa responsabilidad es la que lo sitúa en una encrucijada, y empuja a incurrir en un acto tan meditado como desesperado. Serán los hechos sucedidos tiempo atrás, los demonios de su pasado y la familia, los que lo empujen a dar un giro de 360 grados a su vida y a construir la línea argumental de la película.
Rodada en el metro y medio escaso de un BMW X, con las luces fundidas centelleantes del tránsito nocturno, los diálogos telefónicos, y su sola interpretación ante el peligro. Es como sucede en tiempo real esta cinta del lo fi presupuestario. Hora y media de trayecto que llevan al protagonista de nuestra historia, de su lugar de trabajo hasta Londres; donde espera un hijo no deseado y que le cambiará por completo la vida. Sin ningún tipo de truco que no sea el de la propia historia, y con un escenario tan limitado como exigente; sobretodo si se tiene en cuenta el resultado de tal ocurrencia.
Sorprende la increíble serenidad con la que el protagonista pretende culminar un acto, que el cree definitivo y meditado: hacer lo correcto, lo que se debe hacer por pura responsabilidad y por higiene, limpiar un pasado de infancia carcomida y penitente. Le da igual que todo se vaya a la mierda (futuro profesional, familia, honor...), con tal de redimirse.


En ese trayecto de casi hora y media podemos ver la seguridad en la interpretación honesta y gestual de Tom Hardy. Vemos tambalearse su vida, el miedo al fracaso y abrirse a su paso el averno que ha desencadenado. Todo eso a pelo ante la cámara, un teléfono que no cesa de sonar, sus atormentadas reflexiones y el encanto de un trayecto nocturno lánguido, turbador y explosivo.

Steven Knight consigue con las pocas posibilidades que proporciona ese escenario y la portentosa interpretación del protagonista, un resultado realmente loable y verosímil. Sobretodo porque al margen de poder parecerme en lo personal, un riesgo nada pretencioso. Hace bueno el valor de la historia con un guión soberbio, la interpretación y el trabajo de la cámara, para enmendar lo que otras películas sobre el estilo tiran por el desagüe con inútiles artefactos o situaciones forzadas.
En su defensa tan solo puedo decir que es una exposición realmente brillante de una historia muy normal con la la que identificarse perfectamente. Que exprime hasta el máximo detalle el gesto, los diálogos y el encuadre. Que no aburre en absoluto tal y como dicen por ahí algunos; salvo que esperen un desenlace o un golpe de efecto (que no lo necesita). Y también supongo claro está, que mi gusto por las historias sencillas, naturales y bien filmadas no tiene porque ser el de los demás.
Los efectos parapsicológicos y mal construidos para saciar el entretenimiento a base de esperpentos, ya hace tiempo que no me convencen. Y me ajusto a pelis como Perdida o The Equalizer; que de basurillas también me toca ver y no digo que no entretengan. Pero me quedo con estas pequeñeces que nos regala el cine europeo.