miércoles, 14 de octubre de 2015

TEARDROP EXPLODES_KILIMANJARO/1980: 35 AÑOS INCORRUPTIBLES DE MÁGICO OSTRACISMO.



Kilimanjaro es como un pequeño oasis en medio de un basto desierto. Puedes estar caminando días, años y vidas enteras en busca de algo sin saber qué, y cuando lo encuentras, ser capaz de reconocerlo como indemne: A tientas entre las formas onduladas de la fórmica de la cocina, entre las sábanas de la cama y los pliegues de la carne o fileteando los sueños en translúcidas lonchas. Y es allí, como un estrato terrestre suspendido en la desmemoria, que aparece de repente. Brillando instantáneo como si siempre hubiera pertenecido a este tiempo y al de otros pasados/futuros.


Cuando la aguja surca los elipses microscópicos del acetato y cae empicado en “Poppies On the Field”, se puede admirar la perfección del fin de los tiempos.


Exagero con razones de peso cuando hace 35 años por estas fechas -un 10 de Octubre- veía la luz el álbum debut de esta banda con Julian Cope a la cabeza, y la buena compañía de David Balfe, Gary Dwyer, Michael Finkler y Alan Gill. Hugh Jones, fue el artista conductor a la sombra de éste y tantos artefactos de la época, fue el encargado de la ingeniería; el sonido, el tono perfecto. De su mente salieron muchas de las producciones de algunos de mis discos preferidos. De echo, me los comparaba a ciegas si él era el encargado de mover los hilos. Después llegarían Troy Tate, Wilder, y la disolución dos años más tarde.

Una historia veloz, que contrasta con la trayectoria de fondista cross del quien fuera su líder, Julian Cope: El Galés, que tal cual como un fibrado athleta Etíope, lleva más de treinta años y otros tantos discos. Sorteando obstáculos y desniveles estilísticos de una manera tan desmesuradamente genuina, que juzgarlo a estas alturas por sus primeros trabajos me ruboriza.
Conspirador en la cara oculta de la moneda del postpunk, en una de las décadas más fúnebres y brillantes del pasado teacheriano. Y una de las mentes más lúcidas a la hora de traducir la decadencia y el punk rudimentario, en sonidos todavía por descifrar. No en vano, es ahora, después de casi 25 años cuando todavía trato de transcribir y alcanzo a comprender, la significancia de discos como el Kilimanjaro en la música de nuestros días.



Poner de vuelta en circulación algunos de mis vinilos, después de por lo menos 6 años sin tener mal turntable que los sacase a bailar – cuestión de reestructuraciones conyugales-, siempre tiene algo de profano y espeleólogo. Los puedes haber escuchado miles de veces: solo en tu habitación, frente al espejo antes de salir o con amigos. Pero es cuando el tiempo se desliza sibilino, hasta el mismo día que mides tu vida por décadas. Que de verdad te haces una idea de como han evolucionado aquellos sonidos que te moldearon; y como te ves ahora.
No se trata de desempolvar el sextante, para acotar las constelaciones que han marcado tu vida a golpe de pentagrama. Claro está, siempre y cuando no seas de aquellos que te echaste a perder en la ciénaga refunfuñando por el devenir de la música actual. Pero sí es cierto, que solo la edad, el paso de los años y la consonancia de la música a lo largo de los tiempos, te instruye debidamente para darle en su justa medida, el valor subyacente que se merecen. En este caso, Kilimanjaro: el disco de debut de esta seminal banda de Liverpol.

Son seguramente los únicos -junto a otros como los de Magazine o cruzando el charco, como unos Talking Heads a la Inglesa- que me suponen la verdadera piedra angular, de un término tan ambiguo y dispar como lo es el Post-punk. Una etiqueta que puestos a analizarla etimológicamente, tan solo describe aquello que ocurrió tras la eclosión del Punk, como una especie de filosofía de vida hacia territorios más refinados y vanguardistas.

Llegados a este punto, Teardrop Explodes junto a Julian Cope como mentor y rival de sus coetáneos Echo & The Bunnymen. Precedidos por aquellos virginales Crucial Three o Wah!, donde Pete Wyle ejercía del predicador militante antisistema. Se labraron una existencia tan insignificante, como productiva y desencorsetada. 
Nacido de entre las viñetas de un viejo Marvel desteñido de Dardevil vs Spiderman, nacieron Teardrop Explodes a grito de supervillanos. Kilimanjaro/1980/Fontana, concentraría todo aquello que nadie se atrevió a explorar desde una perspectiva militante e independiente. Con todo lo que conlleva esta trillada etiqueta; nunca lo suficiente y escrupulosamente ejecutada por otros.

En sus doce cortes bien diseccionados, se pueden clasificar tantas referencias como inclasificable su estilo: Post-punk, Neo-psicodelia, New Wave... etc. Poner atención a esa línea de bajos, batería, metales y... no sé. Podría ver incluso con los ojos cerrados, hasta algo de Funk taciturno o porqué no, Dub en descomposición. En definitiva, un concentrado elástico y maleable con todo lo bueno que nos ha dado la música. En una época en la que estabas de un lado o de otro; no había medias tintas. Ellos sí, no se cortaron un pelo a la hora de dar rienda suelta. Y en su fulminante trayectoria, nos dejaron tres años con un catálogo tan hiperactivo como impío.


Aquel disco en el que las imperturbables cebras posaban en el marco de la sabana africana, coronado por ese solemne anuncio tan a lo Deutsche Grammofon. Ponía el cronómetro a cero en “Ha Ha I'm Drownin”:
Las trompetas del apocalipsis trotando sobre ese bajo skatalítico de Ray Martinez y Hurricane Smith; como una anunciación. Redobles que estallan con las guitarras de Michael Finkler derrapando:
La canción tiene ese tono constante de ascenso, que contrasta con unos teclados moog, que siempre sostienen esa especie de vaporosidad intrigante durante todo el disco.

Julian Cope más que un canto con esa voz siempre al límite adoctrina,. Y en todo su conjunto, esa música marciana parece una proclama de rebelión a golpe de marcha militar.
Años más tarde se suavizarían con Wilder; más groove, más soul e incluso Pop negro. Pero Kilimanjaro era un disco para la época raro de narices. Parecía una mutación fallida de Paul Weller, los Specials y The Doors, más que algo relacionado con el Post-punk. Con la decadencia industrial y social, la oscuridad y desencanto de la época, en una perfecta línea de flotación panorámica.

Treason” mantiene ese mismo tono Rocksteady con su estribillo falsamente feliz; porque habla de situaciones lamentables. La época más angosta y gris de la Inglaterra Tacheriana dio por consecuencia, con uno de los periodos más creativos de la escena alternativa Británica. Ese efecto vector de la música y cualquier instalación artística, contra unos años asfixiantes y convulsos.
Suffocate” es un bolero sí, travestido, pero un canto arrabalero que como su propio título reza canta al ahogo sentimental y social; un tema igual que el “Jane” de The Smiths, que refleja con claridad la situación de la Inglaterra de entonces.

Se publicaría tres años más tarde en una edición Ep a 33rpm, esta vez producida por Hugh Jones, con una sección de cuerda marca de la casa sublime y un dramatismo sin paliativos; una pieza de coleccionista extinguida y jamás reeditada.

Después vendría “Reward”; su single de éxito por antonomasia. En una época en la que no había necesidad de encabezar los discos con el éxito de rigor, para mantener el interés del oyente. Era cuando los álbumes destilaban una arrolladora personalidad inspirada en un singular viaje iniciático por donde hallar resquicios de escape.
Un ritmo de Big Band tremendo. La simbiosis perfecta entre rítmica, Soul psicotrópico. Y unas guitarras filamentosas que brillaban, y lo siguen haciendo 35 años más tarde. Producido por Mike Howlett el grande (Gong, Strontium 90, The Affair)

Kilimanjaro no solo es un disco único en su época. Un antes y un después en la cocktelera de las músicas pasadas y futuras. También es un cupage de verdaderos genios en la ejecución, maquinación tras la pecera de control y la producción. Allí confluyeron como en una mágica casualidad: Bill Drummond & David Balfe (The Chameleons); por eso quizás ese halo remembrante al What does anything Mean? Basically de sus vecinos de Manchester). Clive Langer & Alan Winstanley (cruciales en la carrera de Madness, de un Morrissey primerizo, y de Elvis Costello). Y un Julian Cope inspirado, que fue el detonante de semejante cónclave.
La cara A del vinilo la cerraba “When I Dream” -en su edición original- después vendría cambios legales de portada, reediciones deluxe etcéteras y más etcéteras. Un trabalenguas psicodélico que no puede negar su retirada camaleónica más ambiental.

Volteando el engendro aparece “Went Crazy”; puro funky. Musculoso y elástico. Mantiene en su primer himpas una clave tan Bunnymen, que se me hace difícil pensar que no fuese más fructífera la comunión de Iam McCulloch, Julian y Pete Wylie en su época de Crucial Three y Wah!; menudos tres genios.
Brave Boys Keep Their Promises” es otro de los singles por antonomasia del disco, aunque en realidad no lo fuese; uno de mis preferidos. Dos minutos y medio suficientes para concentrar parte de la esencia de la banda:
Trepidante. Me encantan esos teclados tan presentes como un hilo conductor. No sé, lo hacen tremendamente intrigantes. Meter esos elementos tan poco comunes con su estética militar, combativa, y a la vez tan poética... Supongo que era ahí donde residía en parte su voraz magnetismo; el que me atrapó con la veintena recién cumplida.
Siempre he tenido esa querencia por lo extraño, disonante y psicodélico. Me puede lo sé, y me catapulta.

Sleeping Gas” tiene ese efecto de vapor lisérgico que suena con analalogía, a esas máquinas que producían humo secante con olor a fresa en las discotecas de los 80. Maquinal, cacofónico y espiral, es un ritmo enfermizo y adictivo; me encanta!!, engrana perfectamente con “Books”: Esa otra canción donde Julian Cope parece transmutarse en esa especie de Nick Cave atormentado, heredada de su paso por Crucial Three.
También la grabaron los Echo & The Bunnymen en su Ep debut “Pictures on my Wall” del 79; cuando una caja de ritmos suplía al malogrado Pete de Freitas. Pero en Kilimanjaro creo que suena infinitamente mejor, martilleante e implacable.
Una “Thief of Bagdad” épica, ambiental y exótica, nos pone rumbo hacia final del disco y hace que en su ocaso sea todavía más trágico; su cara B me parece bestial. El Moog en manos de David Balfe es casi religioso, dominante, te hace viajar por los paisajes esteparios y yermos africanos.
Por eso, después de escanear todo lo que se ha publicado sobre la banda y posteriores reediciones al más puro estilo matadero; me parece una aberración: 17 temas en la versión de luxe #odio esta palabra, en la que han descuartizado el disco en un quita y pon sin sentido tirando por tierra toda su magia. Por amor de dios!!. Con el gusto que da disfrutar del vinilo en cada uno de sus lados, y testimoniar la grandeza de su desenlace.

Debe ser que todavía nadie se ha enterado, que los discos, como las buenas historias, tienen en su orden, trama y colofón, gran parte de su esencia. Que no se trata de atiborrar de canciones un cubículo de bolsillo y ya está, no. Son doce canciones y punto. Y si después quieres publicar un disco de extras pues muy bien, enhorabuena campeón.
Calentón al margen; porque parece que a nadie le importan esos pequeños detalles de la vida. Y volviendo al hilo del disco. Es en el final del mismo donde se hace escala en uno de sus momentos más grandes.
Si no el más grande, por lo menos en el más atemporal, inmortal y representativo. El mío vaya, en esto, no espero que nadie esté de acuerdo conmigo; así, en plan egoísta y Golum.

Poppies in the Field”; como decía al principio de la exposición. Es esa canción; la última. La que me hace por obligación, recalar en este imprescindible álbum; no por cumplir los 35 años de su publicación y ya está. Si por mi fuera, este si que sería un buen motivo para instaurarlo anualmente como día de festividad por decreto; incluso dedicarle una plaza: LA PLAZA DEL KILIMANJARO; ¿no quedaría bien?
De entre todas las doce joyas que lo nutren, esta, la que más me hace pensar sobre su vigencia. Una canción que sintetiza un ADN irrepetible e inclonable. De echo es el tema que ha dado pie a lanzarme por fin a escribir sobre el disco en cuestión.
Se puede percibir el pulso firme, su latido. Dibujar las constates del monitor, con los ojos cerrados en el subconsciente, simplemente balanceándote en su vaivén. Y comprobar increíblemente que 35 años más tarde sigue perteneciendo a un tiempo aún por definir. Podría publicarse hoy mismo, y seguiría siendo complicada de ubicar.
Toda la vida buscando cada día fórmulas magistrales, y resulta que están sumidas en el más absoluto ostracismo del pasado.

Me gusta especialmente, porque es de esas canciones donde se pueden atestiguar esos procesos, en los que la música evoluciona y se aparea de manera casi invisible: Del Country al Rock&roll, del R&R al Punk, pasando por el Surf, la Progresiva al Krautrock, la Psicodelia, la electrónica... y así hasta no acabar.
No me refiero a los géneros, como las vallas que cercan tribus, especies y razas, sino a lo intermedio. Al paso de una a otra y a su mestizaje casi inapreciable, indefinible. Si el Post-punk o el New Wave ilustró perfectamente la evolución del Punk, hay cosas todavía que no acaban de pertenecer a una, ni a otra. Viven en el limbo musical, quizás demasiado avanzados para el tiempo en el que vieron la luz. Y curiosamente acaban estando ahí, flotantes e inmortales.
Teardrop Explodes creo a mi parecer, que fueron una de esas bandas; quizás poco entendidas por su riqueza cromática. Dicen que fue la pasión autodestructiva de Julian Cope la que los fagotizó. Quien sabe si la industria y las corrientes las que los deformaron. O si es el canibalismo el que nos conduce aun avance donde no valen lastres románticos ni heridos, la que hace que las cosas brillantes de verdad duren un instante.
En cualquier caso, Julian no miró atrás. Y su trayectoria ha seguido ofreciéndonos visiones totalmente libres de la música: Comerciales y continuistas en sus primeros trabajos. Conceptuales en muchos casos, y experimentales cuando el espacio actual no contempla el conocimiento por encima del éxito.

Kilimanjaro eso sí, y por encima de opiniones, pasiones o perspectivas erróneas. Es un disco único, uno de los pocos de entre el montón que tengo (y que me gustan), que ocuparían un sitio especial.
No es el disco que más he escuchado, en absoluto. Los que me gustan de verdad los escucho muy de tarde en tarde, solo en momentos en los que se aparecen; como los santos. Me ayudan a entenderme, y a entender hacia donde vamos. Y no es por quitarle mérito a la música de ahora, pero no es demasiada la que hace una relectura verdaderamente interesante de la misma. Disputas y medallas a parte que colgarse para ser el pionero, el primero de la clase o el descubridor. Discos como este, son los que hacen bandera de la magia de la música y de los tesoros que levitan por encima de generaciones y épocas; nunca demasiado tarde para descubrirlos.

sábado, 3 de octubre de 2015

A GUITARRAZO LIMPIO CON EL BAM/Barcelona Acció Musical_2015




El pasado Martes 22 de Septiembre por la noche, se dio a la fuga nuestro móvil. Un unicelular familiar, el cual pasaba de mano en mano según necesidades y logística familiar; el único que teníamos por extraño que resulte. Dicen que se perdió, pero estoy seguro que fue un puro acto de despecho por falta de cariño; esa falta de apego que se le tiene a las cosas, cuando precisan más atenciones que uno mismo.
Algo así como aquellas separaciones de pareja después de largos años de convivencia, que acaban en una lista interminable de achaques, larga como la lista de la compra: Era perezoso, glotón y comía a deshoras. Todo el día berreando y precisando atenciones como un niño malcriado!! Que si actualízame, ponme a cargar que mira que me apago, hoy no me quiero levantar, vibrando y mugiendo como un condenado con un telele cada vez que le entraba un mensaje. En fin, que pasado los días no lo echo en absoluto de menos. Estoy ilocalizable cierto, si alguien (sea quien sea) me está intentando dejar un mensaje: ojos que no ven, corazón que no siente; no sufro porque no siento.

No voy a negar que no hubieran momentos de crisis, de vacío y de reproche. Y echar mano al bolsillo en busca de una mirada vidriosa con tacto y contornos redondeados, para encontrar borrisoles y restos de tabaco. Intentar localizar mis amigos extraviados en plena noche del Martes de la Merçé, en la Plaça dels Angels para rubricar fastos con THE WAND, y sentirme desnudo y perdido como un pedo en un jacuzzi.
Por suerte una cerveza y un par de pitillos más tarde. La derecha de la cabina de sonido y esas ondas desconocidas e invisibles que nos atraen como los buitres a la carroña, nos encontró: Somos animales de costumbres y como tales, la parte derecha o izquierda según caprichos, de la cabina de sonido. Nos une sin temor a perdernos entre la multitud de un concierto por fiestas patronales.



Ese más o menos ha sido mi modus operandi para este último BAM/2015. El primero y primordial, encontrar por fin y después de largos años de sequía, un cartel digno de la historia del BAM: un festival paralelo a las fiestas patronales de la ciudad condal, que me adiestró en esto de la música, con ilustres, de forma gratuita y en entornos idílicos muy minoritarios; por desgracia, para bien o mal, con los años todo a cambiado y masificado. Ver a: Divine Comedy ante 100 personas escasas, a Chucho por primera vez, a Belle & Sebastian en una plaza minúscula igual que a Magnetic Fields, Dominique A, La Buena Vida, Montgolfier Brothers, Black Box Recorder, Lou Reed, Goran Bregovic, a Echobelly, o a los Psychedelic Furs muy de joven.
Y no solo por las bandas, el marco de unas fiestas populares de gusto refinado, ese ambiente canalla de la ciudad y lo que conlleva tal asunto. También porque con los años y mi reclusión en el extraradio, mola volver a ver a muchos de los amigos de siempre de los que solo sé a través de una pantalla.

Basta con darle un repaso a la oferta para salivar, y dejar de un lado los pormenores que nos suelen incomodar de unas fiestas (lateros, gentío y gente que pasaba por allí, restricciones y pateadas); para que luego digan que querer no es poder: Dengue Fever, Wand, Metz, Loop, Los Punsetes, I am Dive, Ryley Walker, Vetiver, Tony Allen, Julie Byrne, Michael Rother (ex Neu!), Senior i el Cor Brutal, The Suicide of Western Culture, Brandt Brauer Frick, Juan Wauters, Jupiter Lion... solo un 40% de lo que pasó estos cinco días por diferentes espacios de la ciudad. Y que como es evidente, quien aquí relata por aquello de no pecar en eso de -Quien mucho abarca poco aprieta. Se conformó con tres; cierto, poca ambición.
Pero suficientes para aprovechar la coyuntura, y hablar sobre dos de los discos que más estoy rentabilizando en este primer mes de Otoño. Ya sabéis que mi equipo de corresponsales y colaboradores se largó de casa con los trípodes, cámaras y olivettis por lo tanto... esto es lo que hay y lo que dan de si las dietas conyugales.

LOOP

Empecemos por METZ, la primera noche, el dilema (que si Viernes que si Sábado). Al final Viernes/Loop/Metz; buen trinomio ¿no? Que si lo sumas a una compañía de lujo, ya puedes irte a la cama como un bendito.
Llegué con los veteranos y compañeros de fatigas, cajones y gueto , de los también parias Spacemen 3, bien empezados; ya sabéis, no soy muy de llegar a la hora. Una banda, o lo que es lo mismo, un líder con ganas de volver a tocar con compañeros o sin ellos.
El señor Robert Hampson se ha emperrado en volver a publicar un disco después de 25 años: hala!!, aquí paz y después gloria. Su adelanto “Procession”, parece haber dejado atrás lo que su propio nombre definía junto a los coetáneos Spacemen 3: Loops infinitos que cosían el Noise más vaporoso, con el Rock progresivo y la Psicodelia (hay que decir, que por aquellas fechas pocos los entendieron por estas lindes).

LOOP parece, si nuestros ojos consiguen ver su nuevo disco, estar más por la labor del Rock más directo. Vamos que puestos a reivindicarse parecen haber cogido la opción práctica, y suenan la mar de actuales y engrasados. Algo de agradecer, pese a que me temo que los años gloriosos del Shoegaze han vuelto a evaporarse en un plis plas como en los 90. Y el público no está para espesuras tan ambiguas como las de la banda de Croydon. Dieron un concierto correcto, si tenemos en cuenta que el repertorio tampoco da para grandes sobresaltos. Pero eso sí, demostraron estar en plena forma y con ganas de decir – Eh!! aquí estamos, en la misma esquina; lo cual me congratula.

Sobre la una menos cuarto saltaron a la palestra METZ; uno de los motivos principales por el que movilicé hasta el escenario frente al MACBA. Y no era otra que ver in situ al trío de Toronto defender sobre un escenario la contundencia de su segundo álbum.
Un disco en el que su impactante adelanto “Acetate” ya nos enseñó hace un mes, una interesante evolución de su ruidoso hardcore, con una maldad todavía más malintencionada.
En serio, escribir sobre este ligero extracto del Bam, era más una excusa para dedicarle unas líneas a estos dos discos #Metz/Wand - necesarios como invertir la medicina por un buen masaje- Que una exposición detallada de las actuaciones en si.
Si me apuráis las podría incluso reducir a la vuelta a casa volante en mano, e inmerso por pura hipnosis a altas horas de la madrugada. Su disco sonando a un volumen nada prudente, e imaginarse entrando en una vorágine espiral que roza el más puro trance: Sus gruesas líneas de bajo distorsionado, esa batería que marca y dinamita el compás de las canciones y esas guitarras casi industriales. Que junto a la voz psicótica y desgarrada de un líder al borde del abismo -hacen de la escasa media hora de duración- lo más parecido a un descenso a tumba abierta.

El directo tan breve como su disco. Y es que si durara diez minutos más, cualquiera podría denunciarlos por terrorismo, tráfico armamentístico o agresión sin más. Todo depende de la sensibilidad de cada uno o de lo necesitados de guitarras que estén; en mi caso no es necesidad, sino prescripción colegiada.
Sobre las tablas, está claro que aunque su nuevo trabajo aporta más matices y tiene todo él, una idea más clara y definida. Alex, Chris y Hayden, siguen siendo las tres mismas bestias pardas desbocadas y salvajes de su debut hace tres años. Las líneas melódicas ahora parecen llegar a un destino más o menos claro, y con eso quiero decir que hay momentos que parecen resucitar algunos pasajes gloriosos de los 90, con su caminar de metal pesado y casi industrial: Ese mismo desenfreno que nos parece revivir, los momentos más cáusticos de Pixies en “Acetate” o “I,O,U”. O incluso a Ministry o a los Therapy? del “Teethgrinder”.
Cuando pisan el acelerador y la distorsión toma tintes de puro salvajismo; una vez superado ese bofetón. Todo es entrar en una dinámica parecida a la modulación que se suele utilizar en la electrónica; solo que con los ingredientes base del Rock. Podrías quedarte hipnotizado escuchando “Nervous System” o “Eyes Peeled”, como quien se emboba con el ronroneo de la vieja nevera, y a la vez desangrarte por pura disfunción. No sé, dan tanto gusto como dolor y aunque todo parezca un puro quebranto, aun y así, producen el mismo desahogo de sacudirse cualquier agobio diario. Sobre el escenario no se muestran compasivos, son una banda de HardcorePunk en esencia. Brutales, suicidas, de paso firme y compulsivo. No se amilanaron en espacios abiertos como los de la Plaça dels Angels; que por un momento dio muestras de arder como el infierno.
Habría que ver quien es el valiente para encerrarse en una sala de dimensiones reducidas, con semejantes perturbados. Yo solo de imaginarlo, me sueño un Sateré-Mawé hecho hombre.



Lo curioso del asunto, es que habida cuenta del jugoso cartel que se repartió por la ciudad Condal. Uno que tiene buena boca y es de rebañar platos. Ha tenido que dejar en manos del destino la selección a escoger, y es que en serio, a veces es mejor dejarse llevar por los acontecimientos que esclavizarse con plannings, objetivos o fines con los que navegar por raíles. Al fin y al cabo, disfrutar de la compañía de la gente que quieres y dejarte arrastrar a destinos inciertos, estimula la imaginación; que mejor estrella sino, que ver sobre el escenario a tu hijo celebrando su 8 cumpleaños ¿no?.
Algo parecido a lo que le suceden a las entradas de este cuchitril bloguérico. Años atrás me obsesionaba con cumplir un estricto orden de publicaciones; por cantidad, puntualidad e incluso por pura actualidad. Si no era así, tenía la sensación de condenarme al más puro de los ostracismos. Ahora, después de seis años al pie del cañón y convencido de que la actualidad o la novedad me repele por esas sensación de estar obligado a llevar el ritmo que te marca la industria. Sé que quien por aquí pasa -si es que alguien pasa a dejar su rastro- no creo que lo haga por estar al día que marcan las obligaciones. Creo que algún atrevido/a me lee; dios lo proteja. No se si me entienden; eso lo dudo. Y si sirvo de acomodador para que algún desaprensivo se deje llevar por el mal camino de la contemplación y el infantilismo bien llevado; alabados sean los paganos que no buscan la gloria.
Así que visto desde la lontananza al cabo de las semanas, tampoco creáis que me fustigo por dejar escapar a Ryley Walker y I am Dive; dos proyectos para relamerse y chuparse los dedos. En cambio si me pareció suficiente motivo, el celebrar mi primer día de trabajo postvacacional con uno de los hallazgos de este Bam/2015: WAND.

El cuarteto Angelino es como un gran diamante en bruto, listo para ser tallado según se escuchan y se pulen sobre los escenarios: Capaces de dar rienda suelta a su enorme talento cuando la inspiración los lleva a ser incisivos e implacables. Pero también dados a perderse con facilidad, tanto en la espesura polifónica de sus ancestros como en los antojos de sus líder y cantante Cory Hanson. Podría decir sin ánimo de parecer un crítico forense, que el directo que ofreció esta joven banda fácilmente asociable a Ty Segalls, White Fence o Mikal Cronin and Co. Pretende dar más de lo que razonablemente se expone en su último trabajo:
Un álbum más o menos identificable con los sonidos 60's/70's, que tanto gustan en la bulliciosa costa oeste americana. Que me parece estupendo oigan, tanto que creo merecida la revitalización de esos sonidos tan mágicamente libertinos e inspiradores; los nuggets hicieron tanto daño como bien. Solo que, dio la sensación por momentos y justo cuando todo estaba en lo más alto. Que estaban empeñados en romper el karma del respetable con odas furibundas a la psicodelia experimental; sin rumbo en la mayoría de las ocasiones. O que van por libre, sin importarles demasiado a donde les llevará su eclecticismo interpretativo.

Sin embargo eso no quita que me descubra ante el talento, la infinidad de registros que tiene sobre el escenario esta banda, y la sensación de que a no más tardar si quieren, pueden parir un disco de esos que te dejan boquiabierto. Recursos no les faltan, posibilidades, las que quieran estos cuatro colegas venidos de mil palos dispares y distintintos sobre el papel.
Un líder con demasiada jerarquía y una voz para tocar y cantar lo que se le ponga: Pop glamuroso a lo Suede, arrebatos hardrockeros a lo Black Sabath, o tirarse al monte del olimpo de Syd Barret. Eh!! y todo lo hace bien, tanto si se pone a construir con piezas de plástico la Catedral de Montmatre, como si coge un berrinche y la manda al carajo. Solo digo que después de verlos, a uno se le queda tal sensación de lo grande que podría haber sido todo, justo cuando al acabar el resumen, se queda en una sensión de sauna, baño turco y ducha helada.
Canciones como “Unexploted Map”, “Self Hypnosis in 3 days”, o “Reapert Invert”, que apuntalan uno de los arranques discográficos más gloriosos. Y que sobre el escenario, cuando el respetable está rendido y volcado, lo acaban deshaciendo en cábalas inconclusas. La verdad es que para que os voy a engañar, dan ganas de correrlos a gorrazos. Porque cuando se ponen, y pese a que tengan un batería metalero, un bajista heavy, un guitarra secundario con más recursos que una navaja suiza, y un vocalista tocado con el don de la elegancia: aunque reniegue de su don, tirando por el lado más salvaje de la vida... Pese a todo eso y ser ellos cuatro un bestiario de mil pelajes difíciles a veces de ensamblar. Cuando hacen puerto en “Melted Roped” y esa lisergia tan de fluido rosa, uno no puede más que rendirse y alucinar.
Es cierto hay momentos en los que pierden el norte y se diluyen en lo chabacano. Pero después te fintan con un “Floating Head”, y te quedas a cuadros – Será todo ello un plan bien urdido?, soy rebelde porque el mundo me hizo así?, acaso lo importante es crear y dejarse de monsergas y teorías de la relatividad? Seguramente sí, encontrar veinteañeros que se embarcan en la música y realzan décadas doradas más bien minoritarias, tiene poco que reprochar y mucho que disfrutar. Aunque solo sea para que nos refresquen la memoria a viejos, y capten nuevos adeptos por el gusto de ser más chulos y originales. ¿Que más da si es por moda, por actitud o por joder? Lo importante es que es, y con la que está cayendo, ya es mucho si escucho y lucho.
SAL_SALUDOS PENITENTES!!

domingo, 20 de septiembre de 2015

THE DELINES: CORAZONES ANUDADOS La 2 de Apolo_16/09/2015


A principios del pasado verano, Chals; uno de los muchos compañeros de travesías en el mar de redes que nos envuelve. Tuvo el acierto de lanzar otra bengala más de auxilio: Una baliza a la deriva, de las que la fragilidad de su señal solo son capaz de alertar a los más obstinados y tenaces buscadores de melodías inmortales. Una señal destinada a perderse en el vacío, de no ser por la sinceridad de la misma.
THE DELINES han creado uno de los álbumes de Slow Soul más conmovedores del pasado año. Y lo han hecho desde la discreción, el querer y la armonía como eje. Uno de esos discos que te van atrapando lenta y suavemente, solo comparable a los de Gregory Porter o Bill Callahan en la manera de tratar las materias primas con las que elaboran.
Luceros del alba que como lazarillos, te guían hasta sitios donde la modestia se convierte en algo precioso, narcótico y grandioso.


De tal manera, que cuando me enteré de su visita a nuestro país a mediados de Septiembre. Quedó de inmediato subrayado en el calendario, como una de las primeras citas ineludibles de este inicio de temporada. Pasado el verano y después de cuatro largos meses sin pisar una sala -igual que en su día fueran los Jayhawks o John Grant- The Delines estaban destinados a ser ese cataplasma, que como una mala droga, nos cura a los melómanos de los arañazos de la vida.
Una sala 2 de la Barcelonesa Apolo, que se nutrió de esos mismos fieles que rinden pleitesía a las vías secundarias y a los caminos por su belleza, más que por su velocidad. Cien siendo muy generoso, pocos para inmensidad de COLFAX, pero suficientes para que la velada fuese como una reunión familiar de almas solitarias.

Según se mire, es una lástima que discos tan maravillosos como este pasen sin apenas trascender, en una escena musical necesitada de terapias tan poco sobrestimadas como la de estos músicos oriundos de distintas bandas. Su disco hace gala de un Soul tejido a mano, pespunteado con gusto exquisito y sencillo, de corte atemporal, y con esa caída natural que dan las telas de fibras puras e inalterables.
Sin ese tratamiento artificial que las prepara para vestir escaparates, e inspirada en los textos de su escritor, mecenas y guitarrista Willy Vlautin. A medio camino de su ciudad natal, Portland, y el lugar de su grabación. Amy Boone apareció en su vida como un ángel caído del cielo: una atípica cantante que nadie jamás situaría en la escena Soul Americana.
Así que la banda y el disco, son una de esas casualidades que da la vida en cruces arbitrarios y caprichosos. Momentos que se rigen sin ningún tipo de dudas, por la naturaleza empírica de las personas. Esos mismos, por los que algunos seres empatizan sin razón alguna y nos reúnen en el mismo sitio sin cita previa; las señales inaudibles quizás. Y como las cosas que no se planean en un orden trascendental de la vida -igual que yo, y esos conciertos a los que acudo buscando lo que no me dan mis gustos ya demasiado manoseados- Colfax atesora ese mismo áurea mágico. Solo hay que dejar que suene “Calling In”, sobrevolar “Colfax Avenue” y entrar en situación con el swim de “The Oil Rigs at Night”. Justo ahí se comienzan a abrir las heridas, los corazones se resquebrajan y el estómago empieza a anudarse. No es una sensación angustiosa por dolorosa que parezca, es de placer, de placer extraño eso sí. Ese tipo de remembranzas que nos llevan repasar la experiencia de vivir por y para el amor, la agitación y el bello que se eriza, el llorar para bien, el desahogo y el placer de envejecer sintiendo.
Escuchado el disco de pe a pa, de cabo a rabo, del derecho y del revés. Lo cierto es que pocas son las decisiones que he tomado, teniendo una certeza tan evidente.
Colfax no es un disco llamativo, tampoco una síntesis ni del Country ni del Soul, no se apoya en ningún gancho para captar fieles o recurre a la potencia vocal para demostrar que “esto sí es Soul”. No, y ahí residen algunas de sus mejores armas. Colfax alcanza el éxtasis con la tranquilidad de una tarea cotidiana, pone las candilejas a las calles de una nocturna ciudad, y elige los personajes de la obra de entre los transeúntes anónimos. Es por así decirlo, la chica menos llamativa y exuberante, con la mirada más atractiva y desarmadora. Sus canciones parecen hacerse solas poniéndole voz a los textos que Vlautin escribe sobre perdedores, desencuentros y otros males del amor. Son letras tristes que brillan porque como las bandas sonoras, se apoyan, apuntalan sobre los textos, y fluyen solas.

Cayó una cerveza mientras pasaba lista sentado sobre el escenario minutos antes de que empezara el concierto. Luego sería un cubalibre de ron suspirando de alivio; la sala parecía por fin tener una entrada medio decente.
Sobre el escenario el respeto que no la ceremonia, la naturalidad y el sentimiento de creer en lo que les inspira. Vlautin a la izquierda parapetado en un anonimato casi espectador, Sean Oldham (batería) como un director de orquesta que marca la cadencia con sus tambores lapislázuli al fondo, en el centro Amy Boone; toda una mujer que solo en la comisura de sus labios, intuye vivencias. Y a la derecha -justo donde me encontraba yo- dos secundarios con mucho empaque en este hermoso disco: El Chicano Freddy Trujillo al bajo, que no solo nos hizo de medio intérprete, sino que nos deleitó en su brillante voz con uno de los temas de su repertorio en solitario. Y el teclista Cory Gray que se multiplicó en las tareas, sustituyendo la ausencia de Tucker Jackson en el Pedal Steel y dotando a la sesión de un aire bastante más Soul y porqué no decirlo, mágicamente ambiental.

Este es un detalle bastante destacable, porque Jenny tiene una relevancia diría que vital en el sonido de la banda, junto a Amy; algo que se da por hecho. Los primeros compases de “He Don't Burn for Me”; un tema nuevo de este año. Fue un primer tanteo perfecto para ampliar registros, con esa trompeta de angora a dos manos de Cory, que por un momento logra trasladarte a cualquier club jazzístico del Chicago de los 60. Es él quien le da de un tono ululante a algunos temas, armándolos como pequeñas fábulas fantasmagóricas. Con ese Nord Stage 4 ya de por si multiusos, que tanto se está imponiendo últimamente, él extrae todavía más recursos; y me da que en un futuro lo hará mucho más.

En cualquier caso prevalece sobre la maestría instrumental de cada músico, una armonía parecida a una charla distendida sobre la música y sus infinitos matices. Ya no cómo suena en particular, sino cómo se toca. Para que todo fluya como los tragos largos del ron diluido en la cola, cuando es “Colfax Avenue” la que te lleva en volandas. El cubalibre tocó a su fin con el mismo frescor y rapidez con la que entra esta canción; mi preferida: Los coros de la banda arropando a Amy, y el balanceo de las caderas agradeciendo incluso no tener mesas donde sentarse para que los pies siguieran el ritmo.


The Oil Rigs at Night” y “Wichita ain't so far Away” siguieron el orden lógico del disco simplemente porque entran como la seda, en los momentos más souleros del conjunto. Un Soul que juguetea con el Pop y el Country, deshilachando toda la madeja para llevarlo a otros territorios más amplios. La fronteriza e instrumental “Rudy”, que hacía de separador dando protagonismo hasta al caballo de Vlautin; porqué no cuando todo se ejecuta con tal naturalidad. O uno de sus temas nuevos “Cheer Up Chuck” ampliando registros hacia el powerpop más melódico.
Un repertorio variopinto y muy inteligentemente diseñado que dejaba algunas joyas secretas para el final: “Gold Dreaming”, una deliciosa y conmovedora “He Told her the City was Killing Him”, o un “I Got my Shadows” que rozaba la espiritualidad. Y que no seguía una línea estricta o lo que representa el álbum, más bien nos daban pistas sobre la dirección que pueden tomar sus composiciones. Teniendo en cuenta que éste, es un proyecto creativo inspirado en textos, sin un destino predeterminado.

Hora y media de set que pasó como una gimcana entre cúmulos, nubes y tapizados. Un estado de flotación y embelesamiento tal, que no pude evitar recordar esa visita de Tindersticks en su presentación del “Falling Down a Mountain”, la de Low hace cuatro años o la Mulatu Astatke en el auditori del Fórum.
Momentos que te llevan a vivir la interpretación en directo, como otro acto de creación más. Uno que nada tiene que ver con el registrado en el disco. Un ente orgánico vivo que transpira como las vetas de una madera, el murmullo de las hojas del follaje a merced del viento, o como la vida misma de uno: Sabes que no se repetirá, que la recordaras por las sensaciones más que por el detalle exacto, y que de ahí en adelante hará de medidor del placer.