domingo, 20 de septiembre de 2015

THE DELINES: CORAZONES ANUDADOS La 2 de Apolo_16/09/2015


A principios del pasado verano, Chals; uno de los muchos compañeros de travesías en el mar de redes que nos envuelve. Tuvo el acierto de lanzar otra bengala más de auxilio: Una baliza a la deriva, de las que la fragilidad de su señal solo son capaz de alertar a los más obstinados y tenaces buscadores de melodías inmortales. Una señal destinada a perderse en el vacío, de no ser por la sinceridad de la misma.
THE DELINES han creado uno de los álbumes de Slow Soul más conmovedores del pasado año. Y lo han hecho desde la discreción, el querer y la armonía como eje. Uno de esos discos que te van atrapando lenta y suavemente, solo comparable a los de Gregory Porter o Bill Callahan en la manera de tratar las materias primas con las que elaboran.
Luceros del alba que como lazarillos, te guían hasta sitios donde la modestia se convierte en algo precioso, narcótico y grandioso.


De tal manera, que cuando me enteré de su visita a nuestro país a mediados de Septiembre. Quedó de inmediato subrayado en el calendario, como una de las primeras citas ineludibles de este inicio de temporada. Pasado el verano y después de cuatro largos meses sin pisar una sala -igual que en su día fueran los Jayhawks o John Grant- The Delines estaban destinados a ser ese cataplasma, que como una mala droga, nos cura a los melómanos de los arañazos de la vida.
Una sala 2 de la Barcelonesa Apolo, que se nutrió de esos mismos fieles que rinden pleitesía a las vías secundarias y a los caminos por su belleza, más que por su velocidad. Cien siendo muy generoso, pocos para inmensidad de COLFAX, pero suficientes para que la velada fuese como una reunión familiar de almas solitarias.

Según se mire, es una lástima que discos tan maravillosos como este pasen sin apenas trascender, en una escena musical necesitada de terapias tan poco sobrestimadas como la de estos músicos oriundos de distintas bandas. Su disco hace gala de un Soul tejido a mano, pespunteado con gusto exquisito y sencillo, de corte atemporal, y con esa caída natural que dan las telas de fibras puras e inalterables.
Sin ese tratamiento artificial que las prepara para vestir escaparates, e inspirada en los textos de su escritor, mecenas y guitarrista Willy Vlautin. A medio camino de su ciudad natal, Portland, y el lugar de su grabación. Amy Boone apareció en su vida como un ángel caído del cielo: una atípica cantante que nadie jamás situaría en la escena Soul Americana.
Así que la banda y el disco, son una de esas casualidades que da la vida en cruces arbitrarios y caprichosos. Momentos que se rigen sin ningún tipo de dudas, por la naturaleza empírica de las personas. Esos mismos, por los que algunos seres empatizan sin razón alguna y nos reúnen en el mismo sitio sin cita previa; las señales inaudibles quizás. Y como las cosas que no se planean en un orden trascendental de la vida -igual que yo, y esos conciertos a los que acudo buscando lo que no me dan mis gustos ya demasiado manoseados- Colfax atesora ese mismo áurea mágico. Solo hay que dejar que suene “Calling In”, sobrevolar “Colfax Avenue” y entrar en situación con el swim de “The Oil Rigs at Night”. Justo ahí se comienzan a abrir las heridas, los corazones se resquebrajan y el estómago empieza a anudarse. No es una sensación angustiosa por dolorosa que parezca, es de placer, de placer extraño eso sí. Ese tipo de remembranzas que nos llevan repasar la experiencia de vivir por y para el amor, la agitación y el bello que se eriza, el llorar para bien, el desahogo y el placer de envejecer sintiendo.
Escuchado el disco de pe a pa, de cabo a rabo, del derecho y del revés. Lo cierto es que pocas son las decisiones que he tomado, teniendo una certeza tan evidente.
Colfax no es un disco llamativo, tampoco una síntesis ni del Country ni del Soul, no se apoya en ningún gancho para captar fieles o recurre a la potencia vocal para demostrar que “esto sí es Soul”. No, y ahí residen algunas de sus mejores armas. Colfax alcanza el éxtasis con la tranquilidad de una tarea cotidiana, pone las candilejas a las calles de una nocturna ciudad, y elige los personajes de la obra de entre los transeúntes anónimos. Es por así decirlo, la chica menos llamativa y exuberante, con la mirada más atractiva y desarmadora. Sus canciones parecen hacerse solas poniéndole voz a los textos que Vlautin escribe sobre perdedores, desencuentros y otros males del amor. Son letras tristes que brillan porque como las bandas sonoras, se apoyan, apuntalan sobre los textos, y fluyen solas.

Cayó una cerveza mientras pasaba lista sentado sobre el escenario minutos antes de que empezara el concierto. Luego sería un cubalibre de ron suspirando de alivio; la sala parecía por fin tener una entrada medio decente.
Sobre el escenario el respeto que no la ceremonia, la naturalidad y el sentimiento de creer en lo que les inspira. Vlautin a la izquierda parapetado en un anonimato casi espectador, Sean Oldham (batería) como un director de orquesta que marca la cadencia con sus tambores lapislázuli al fondo, en el centro Amy Boone; toda una mujer que solo en la comisura de sus labios, intuye vivencias. Y a la derecha -justo donde me encontraba yo- dos secundarios con mucho empaque en este hermoso disco: El Chicano Freddy Trujillo al bajo, que no solo nos hizo de medio intérprete, sino que nos deleitó en su brillante voz con uno de los temas de su repertorio en solitario. Y el teclista Cory Gray que se multiplicó en las tareas, sustituyendo la ausencia de Tucker Jackson en el Pedal Steel y dotando a la sesión de un aire bastante más Soul y porqué no decirlo, mágicamente ambiental.

Este es un detalle bastante destacable, porque Jenny tiene una relevancia diría que vital en el sonido de la banda, junto a Amy; algo que se da por hecho. Los primeros compases de “He Don't Burn for Me”; un tema nuevo de este año. Fue un primer tanteo perfecto para ampliar registros, con esa trompeta de angora a dos manos de Cory, que por un momento logra trasladarte a cualquier club jazzístico del Chicago de los 60. Es él quien le da de un tono ululante a algunos temas, armándolos como pequeñas fábulas fantasmagóricas. Con ese Nord Stage 4 ya de por si multiusos, que tanto se está imponiendo últimamente, él extrae todavía más recursos; y me da que en un futuro lo hará mucho más.

En cualquier caso prevalece sobre la maestría instrumental de cada músico, una armonía parecida a una charla distendida sobre la música y sus infinitos matices. Ya no cómo suena en particular, sino cómo se toca. Para que todo fluya como los tragos largos del ron diluido en la cola, cuando es “Colfax Avenue” la que te lleva en volandas. El cubalibre tocó a su fin con el mismo frescor y rapidez con la que entra esta canción; mi preferida: Los coros de la banda arropando a Amy, y el balanceo de las caderas agradeciendo incluso no tener mesas donde sentarse para que los pies siguieran el ritmo.


The Oil Rigs at Night” y “Wichita ain't so far Away” siguieron el orden lógico del disco simplemente porque entran como la seda, en los momentos más souleros del conjunto. Un Soul que juguetea con el Pop y el Country, deshilachando toda la madeja para llevarlo a otros territorios más amplios. La fronteriza e instrumental “Rudy”, que hacía de separador dando protagonismo hasta al caballo de Vlautin; porqué no cuando todo se ejecuta con tal naturalidad. O uno de sus temas nuevos “Cheer Up Chuck” ampliando registros hacia el powerpop más melódico.
Un repertorio variopinto y muy inteligentemente diseñado que dejaba algunas joyas secretas para el final: “Gold Dreaming”, una deliciosa y conmovedora “He Told her the City was Killing Him”, o un “I Got my Shadows” que rozaba la espiritualidad. Y que no seguía una línea estricta o lo que representa el álbum, más bien nos daban pistas sobre la dirección que pueden tomar sus composiciones. Teniendo en cuenta que éste, es un proyecto creativo inspirado en textos, sin un destino predeterminado.

Hora y media de set que pasó como una gimcana entre cúmulos, nubes y tapizados. Un estado de flotación y embelesamiento tal, que no pude evitar recordar esa visita de Tindersticks en su presentación del “Falling Down a Mountain”, la de Low hace cuatro años o la Mulatu Astatke en el auditori del Fórum.
Momentos que te llevan a vivir la interpretación en directo, como otro acto de creación más. Uno que nada tiene que ver con el registrado en el disco. Un ente orgánico vivo que transpira como las vetas de una madera, el murmullo de las hojas del follaje a merced del viento, o como la vida misma de uno: Sabes que no se repetirá, que la recordaras por las sensaciones más que por el detalle exacto, y que de ahí en adelante hará de medidor del placer.

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