A principios
del pasado verano, Chals; uno de los muchos compañeros de travesías
en el mar de redes que nos envuelve. Tuvo el acierto de lanzar otra
bengala más de auxilio: Una baliza a la deriva, de las que la
fragilidad de su señal solo son capaz de alertar a los más
obstinados y tenaces buscadores de melodías inmortales. Una señal
destinada a perderse en el vacío, de no ser por la sinceridad de la
misma.
THE DELINES
han creado uno de los álbumes de Slow Soul más conmovedores del
pasado año. Y lo han hecho desde la discreción, el querer y la
armonía como eje. Uno de esos discos que te van atrapando lenta y
suavemente, solo comparable a los de Gregory Porter o Bill Callahan
en la manera de tratar las materias primas con las que elaboran.
Luceros del
alba que como lazarillos, te guían hasta sitios donde la modestia
se convierte en algo precioso, narcótico y grandioso.
De tal
manera, que cuando me enteré de su visita a nuestro país a mediados
de Septiembre. Quedó de inmediato subrayado en el calendario, como
una de las primeras citas ineludibles de este inicio de temporada.
Pasado el verano y después de cuatro largos meses sin pisar una sala
-igual que en su día fueran los Jayhawks o John Grant- The Delines
estaban destinados a ser ese cataplasma, que como una mala droga, nos
cura a los melómanos de los arañazos de la vida.
Una sala 2
de la Barcelonesa Apolo, que se nutrió de esos mismos fieles que
rinden pleitesía a las vías secundarias y a los caminos por su
belleza, más que por su velocidad. Cien siendo muy generoso, pocos
para inmensidad de COLFAX, pero suficientes para que la velada fuese
como una reunión familiar de almas solitarias.
Según se
mire, es una lástima que discos tan maravillosos como este pasen sin
apenas trascender, en una escena musical necesitada de terapias tan
poco sobrestimadas como la de estos músicos oriundos de distintas
bandas. Su disco hace gala de un Soul tejido a mano, pespunteado con
gusto exquisito y sencillo, de corte atemporal, y con esa caída
natural que dan las telas de fibras puras e inalterables.
Sin ese
tratamiento artificial que las prepara para vestir escaparates, e
inspirada en los textos de su escritor, mecenas y guitarrista Willy
Vlautin. A medio camino de su ciudad natal, Portland, y el lugar
de su grabación. Amy Boone apareció en su vida como un ángel
caído del cielo: una atípica cantante que nadie jamás situaría en
la escena Soul Americana.
Así que la
banda y el disco, son una de esas casualidades que da la vida en
cruces arbitrarios y caprichosos. Momentos que se rigen sin ningún
tipo de dudas, por la naturaleza empírica de las personas. Esos
mismos, por los que algunos seres empatizan sin razón alguna y nos
reúnen en el mismo sitio sin cita previa; las señales inaudibles
quizás. Y como las cosas que no se planean en un orden trascendental
de la vida -igual que yo, y esos conciertos a los que acudo buscando
lo que no me dan mis gustos ya demasiado manoseados- Colfax atesora
ese mismo áurea mágico. Solo hay que dejar que suene “Calling
In”, sobrevolar “Colfax Avenue” y entrar en
situación con el swim de “The Oil Rigs at Night”. Justo
ahí se comienzan a abrir las heridas, los corazones se resquebrajan
y el estómago empieza a anudarse. No es una sensación angustiosa
por dolorosa que parezca, es de placer, de placer extraño eso sí.
Ese tipo de remembranzas que nos llevan repasar la experiencia de
vivir por y para el amor, la agitación y el bello que se eriza, el
llorar para bien, el desahogo y el placer de envejecer sintiendo.
Escuchado el
disco de pe a pa, de cabo a rabo, del derecho y del revés. Lo cierto
es que pocas son las decisiones que he tomado, teniendo una certeza
tan evidente.
Colfax no es
un disco llamativo, tampoco una síntesis ni del Country ni del Soul,
no se apoya en ningún gancho para captar fieles o recurre a la
potencia vocal para demostrar que “esto sí es Soul”. No,
y ahí residen algunas de sus mejores armas. Colfax alcanza el
éxtasis con la tranquilidad de una tarea cotidiana, pone las
candilejas a las calles de una nocturna ciudad, y elige los
personajes de la obra de entre los transeúntes anónimos. Es por así
decirlo, la chica menos llamativa y exuberante, con la mirada más
atractiva y desarmadora. Sus canciones parecen hacerse solas
poniéndole voz a los textos que Vlautin escribe sobre perdedores,
desencuentros y otros males del amor. Son letras tristes que brillan
porque como las bandas sonoras, se apoyan, apuntalan sobre los
textos, y fluyen solas.
Cayó una
cerveza mientras pasaba lista sentado sobre el escenario minutos
antes de que empezara el concierto. Luego sería un cubalibre de ron
suspirando de alivio; la sala parecía por fin tener una entrada
medio decente.
Sobre el
escenario el respeto que no la ceremonia, la naturalidad y el
sentimiento de creer en lo que les inspira. Vlautin a la
izquierda parapetado en un anonimato casi espectador, Sean Oldham
(batería) como un director de orquesta que marca la cadencia con sus
tambores lapislázuli al fondo, en el centro Amy Boone; toda
una mujer que solo en la comisura de sus labios, intuye vivencias. Y
a la derecha -justo donde me encontraba yo- dos secundarios con mucho
empaque en este hermoso disco: El Chicano Freddy Trujillo al
bajo, que no solo nos hizo de medio intérprete, sino que nos deleitó
en su brillante voz con uno de los temas de su repertorio en
solitario. Y el teclista Cory Gray que se multiplicó en las
tareas, sustituyendo la ausencia de Tucker Jackson en el Pedal
Steel y dotando a la sesión de un aire bastante más Soul y porqué
no decirlo, mágicamente ambiental.
Este es un
detalle bastante destacable, porque Jenny tiene una relevancia diría
que vital en el sonido de la banda, junto a Amy; algo que se da por
hecho. Los primeros compases de “He Don't Burn for Me”; un
tema nuevo de este año. Fue un primer tanteo perfecto para ampliar
registros, con esa trompeta de angora a dos manos de Cory, que por un
momento logra trasladarte a cualquier club jazzístico del Chicago de
los 60. Es él quien le da de un tono ululante a algunos temas,
armándolos como pequeñas fábulas fantasmagóricas. Con ese Nord
Stage 4 ya de por si multiusos, que tanto se está imponiendo
últimamente, él extrae todavía más recursos; y me da que en un
futuro lo hará mucho más.
En cualquier
caso prevalece sobre la maestría instrumental de cada músico, una
armonía parecida a una charla distendida sobre la música y sus
infinitos matices. Ya no cómo suena en particular, sino cómo se
toca. Para que todo fluya como los tragos largos del ron diluido en
la cola, cuando es “Colfax Avenue” la que te lleva en
volandas. El cubalibre tocó a su fin con el mismo frescor y rapidez
con la que entra esta canción; mi preferida: Los coros de la banda
arropando a Amy, y el balanceo de las caderas agradeciendo incluso no
tener mesas donde sentarse para que los pies siguieran el ritmo.
“The
Oil Rigs at Night” y “Wichita ain't so far Away”
siguieron el orden lógico del disco simplemente porque entran como
la seda, en los momentos más souleros del conjunto. Un Soul que
juguetea con el Pop y el Country, deshilachando toda la madeja para
llevarlo a otros territorios más amplios. La fronteriza e
instrumental “Rudy”, que hacía de separador dando
protagonismo hasta al caballo de Vlautin; porqué no cuando todo se
ejecuta con tal naturalidad. O uno de sus temas nuevos “Cheer Up
Chuck” ampliando registros hacia el powerpop más melódico.
Un
repertorio variopinto y muy inteligentemente diseñado que dejaba
algunas joyas secretas para el final: “Gold Dreaming”,
una deliciosa y conmovedora “He Told her the City was Killing
Him”, o un “I Got my Shadows” que rozaba la
espiritualidad. Y que no seguía una línea estricta o lo que
representa el álbum, más bien nos daban pistas sobre la dirección
que pueden tomar sus composiciones. Teniendo en cuenta que éste, es
un proyecto creativo inspirado en textos, sin un destino
predeterminado.
Hora y media
de set que pasó como una gimcana entre cúmulos, nubes y tapizados.
Un estado de flotación y embelesamiento tal, que no pude evitar
recordar esa visita de Tindersticks en su presentación del “Falling
Down a Mountain”, la de Low hace cuatro años o la Mulatu Astatke
en el auditori del Fórum.
Momentos que
te llevan a vivir la interpretación en directo, como otro acto de
creación más. Uno que nada tiene que ver con el registrado en el
disco. Un ente orgánico vivo que transpira como las vetas de una
madera, el murmullo de las hojas del follaje a merced del viento, o
como la vida misma de uno: Sabes que no se repetirá, que la
recordaras por las sensaciones más que por el detalle exacto, y que
de ahí en adelante hará de medidor del placer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario