Treinta años
ya al recotín, de trocotó y tracatá. Tres decenios que nos han
visto pasar de emocionables impúberes, a jóvenes trascendentales y
ahora. De vuelta de nuevo en un efecto involucionante digno de una
madurez hambrienta de conmemoraciones. Los hermanos Coyne & Co.
(The Godfathers) me han dado esa otra oportunidad, siete meses
después de su primer ágape primaveral.
Tiempos de
rascar con saña en la herrumbre de nuestra memoria juvenil
residual. Y de agarrarse de las crines y al galope, a cualquier
oportunidad de revivir tiempos gloriosos; mal que pese a quienes se
empeñan en enterrarlos en lo más hondo.
Allí por el
ochenta y picos, mucho antes de que la afección “indie”
se acuñase para dar cobijo a ovejas descarriadas. Y cuando entre el
término más pretoriano del Rock y la a menudo pedante New Wave.
Quedaban minúsculos e indefinibles espacios donde se agolpaba el
verdor floreciente del extraradio: Limbos perdidos a mil, donde rock
urbano, punk y barruntes del futuro, dieron caldos de cultivo
inverosímiles.
Esos mismos
que te hacían amar por igual The Smiths, Echo & the
Bunnymen o a los Joy Division. Sin perder tus orígenes
primarios de The Clash, The Cult, Killing Joke o
estos mismos Godfathers; nexo comunicatívo entre el
GarajePunk primario, y el destello plateado del postpunk más
bailable. Seguramente también bastante más desprejuiciado, y mucho
menos remilgado y caprichoso que el cabareteo de hoy en día. Donde
el trazo grueso de una tiza delimita lo moderno, de lo pasado de
moda.
Los
Godfathers pertenecen a ese tiempo, pero además, ahora que se han
recuperado ciertos sonidos más subterráneos. No estaría de más
darnos una cura de humildad y descender al pozo, para entender porque
aquí y ahora. Ya no por ser un simple ejercicio de nostalgia
calzarse aquellas viejas botas Chelsea Marteen's, y la vieja camisa
remendada. Sino porque avanzar sin dejar de echar la mirada atrás
por si rezagados y desmemoriados, no solo es necesario; también
vital.
Así pues
regresar a ese RockSound que allende nos dio tantas noches de gloria.
Y hacerlo con los tuyos, y otros que vinieron antes. Era poco más o
menos, como invocar a una especie extinguida de las catacumbas,
mortuorios y criptas soterradas. Allí como llamados por el grito de
tu madre a la hora de merendar, nos juntamos casi todos. Por algo The
Godfathers tuvieron la virtud de hermanar distintas generaciones, de
distintos pelajes y conseguir que todos bailaran sin miedo a parecer
lo que no se quiere ser.
REPORTERA DICHARACHERA MIRIAM
Un enjuto
Peter Coyne con cara de estar peleado con medio mundo y dispuesto a
regañarte por tanto tiempo -para variar-. Subió al entarimado del
RockSound; no llega a escenario el palmo y medio que lo eleva del
público. Acompañado por su hermano al bajo, y una banda que no deja
ni un resquicio del antaño elástico y pétreo sonido de la banda
original.
Sudaban las
paredes, hacía una calor atípica y el día parecía estar escogido
a dedo (prefestivo para quienes salimos menos que el cometa Halley).
Sonó de entrada “Cause I Said So” -un tema que permanece
pasados los años más vigente y fresco que nunca- y todo saltó por
los aires; apuesta a caballo ganador.
Los años no
han pasado en balde por la voz de Peter; más rocosa, abrasiva y
mucho más punk que en su viril juventud. Pero cabalga a lomos de
esas guitarras de Steve Critall y Mauro Venegas, que se estiran hacia
el cielo y un bajo -el de Chris- del copón. Todo se ajusta, se
engrasa y se ordena. Lo hacen sin miedo.
Actitud a
borbotones, no la han perdido. Agarra el micro retorciéndole el
pescuezo y te escupe a la cara: “This Dawn Nation”, “This
is Your Live” y la nueva “Till my hearts Stops Beating”
intercalada estratégicamente. Pocas bandas con la facultad de
bombear como la de estos veteranos, en espacios reducidos.
Atrincherados en un palmo de terreno y acorralados por el respetable,
zafándose con “Just Because you are not Paranoid”,
“Unreal World” tan tremenda como la recordábamos: eléctrica. O
“Walking Talking with Johnny Cash Blues” rozando el hill
blues, con “Believe in Yourself” fundiendo pasado y
presente.
“The
Strangest Boy”, “When I coming Down” y el remate
final del que que le da título a “Birth, School, Work, Death”
pusieron en punto de ebullición la sala. Nos vinieron a la memoria
otras tantas bandas que le rinden pleitesía a esa salvaje miscelania
entre el HardRock y los sonidos oscuros. Y pudimos darnos un baño de
innumerables referencias, en una sesión final de Luis Le Nuit: Pocos
como él para tirar de repertorios escondidos, dando fe del legado
que nos dejaron, bandas que ahora parecen pertenecer al pleistoceno
musical.
REPORTERO DICHARACHERO XAVI C.
Se sudó y
de lo lindo en una noche sin tregua. Se derramó mucho alcohol, y
aunque solo fuera por el mero hecho de envasar al vacío un pequeño
instante de los gloriosos 90. The Godfathers consiguieron con apenas
cuatro acordes temerarios, movilizar a la vieja guardia: anónimos
Yodas, que nos hicieron padawanes cuando 80's y 90's se solapaban.
Historias
cabalísticas que pertenecen a un tiempo poco documentado. Donde era
más grande el hambre por devorar nuevas y viejas músicas, que
catalogar al personal por castas, tribu o estética.
Volver a
cruzarse con aquellos que hicieron de la corta vida de clubs
microbianos (A Saco Hospitalet, Nivel, Beat, Sala Garatje, Texaco,
Toque BCN, Compliche, Depo, Sidecar, Locualo... y otros que no
recuerdo); o su espíritu. Un periodo mucho más extenso en lo
emocional, que en lo meramente físico y real.
Hace que la
visita de bandas como Godfathers y el trabajo soterrado de estas
pequeñas salas. Sean un saludable caldo de cultivo, para esa “otra”
escena alternativa que sobrevive a modas, tendencias y mareas
crueles.
En el fondo,
todos deberíamos saber que la cuestión exitosa de las canciones,
bandas o estilos. Solo se debe a la química de la música y al
inabarcable catálogo de sonidos exóticos por descubrir.
Solo ellos
saben que están por encima de modas, décadas, generaciones. Y esos
elementos tan circunstanciales como somos los seres humanos, en el
tiempo.
Corrían
años y días como hormiguitas laboriosas. Unas sacando pecho de
cabeza roja y afiladas fauces, otras diminutas cabizbajas agitando
sus antenas mientras mordisquean la carne más mórbida y derretida.
Cada bocado tocaba con un tono de campana de Shuválov el paso
infatigable del tiempo: la aproximación a la caída al vacío del
año, que se nos va.
Mientras
tanto y seguro como estoy de que nos precipitaremos catarata abajo,
sin más escalofrío que el de una despellejada mañana de Enero. Lo
veo pasar y hago cuentas de que justo por estas fechas hace dos años,
la vida me daba otro descuento.
Son esos
trayectos continuos al hospital, para ver a mi convaleciente madre;
durante semanas pasadas. Los que me han dejado anulado en práctica y
teórica, de todo aquello que lubrica mis engranajes: ejercicios
gimnásticos, piscinas, crónicas, escritos y papelotes...
En cambio sí
me ha devuelto otras que tenía casi olvidadas: Hacer un recorrido en
coche más largo que esos escasos 15 minutos hasta mi trabajo, para
escuchar más música de lo normal; remedios que también curan.
Volver a recorrer los pasillos de un hospital, la santidad inmaculada
de enfermeras y asistentes... Y pensar que ya es casualidad que justo
dos años más tarde, las circunstancias de la vida prestada, me
hayan puesto otra vez ahí. Para darle más empaque a una
conmemoración que no celebro, pero que siempre tengo presente.
Me han
vuelto de golpe y sin quererlo, las pasiones por devorar mandarinas a
tientas mientras conduzco hacia el hospital. Me gusta el tacto, el
olor que impregna uñas y toda la estancia del vehículo.
Nunca fui un
devoto por estos pequeños frutos cítricos , hasta tal extremo. Pero
allí a oscuras, en la habitación de la 9ª planta y de madrugada,
no hacia más que comer mandarinas como un poseso. Dicen que los
cítricos estimulan la absorción del hierro y debía ser eso; la
naturaleza humana y su sabiduría. Desde entonces, llegadas estas
fechas, se me abre un apetito voraz por las mandarinas, y sobretodo
por su olor adherente y penetrante. Las desgajo, me las como y
después, aprieto fuerte con las manos las peladuras para que
estallen cada uno de sus poros llenos de jugo. Instintos animales que
me despiertan en otoño, justo en el vestíbulo de este frío
invernal que por fin llegó.
No solo las
mandarinas, también las naranjas, uvas, los Kiwis duros y prietos, y
los tomates en cualquiera de sus formas. El oscuro de las uñas y el
filo del cuchillo troceando deliciosas alcachofas. El tacto
aterciopelado al hundir las uñas cuando desgranas una a una, las
vainas con sus habas. Los jugos en tus dedos y el perfume a sangre
vegetal.
Ritos
seculares de los que no sabes si es el destino o la mecánica del
hábito sonámbulo. Los que en el ejercicio de nutrir estómagos o
sentidos, hacen a la música y a los alimentos, perfectos e
intrínsecos compañeros de viaje.
Un lamento
agónico: el de morir con las botas puestas, antes de levantar acta.
Reivindicable, por el simple hecho de ser uno de los más
satisfactorios y reconstituyentes. Será la evocación al deceso, al
ver pasar las luces a toda velocidad como en una autopista de
madrugada, o el renacer cuando está todo vendido.
El caso es
que no voy a dejar pasar la oportunidad de dar constancia de algunos
de mis caprichos. Tres, que podían ser más, pero que confío en
vuestra intuición, arresto y valentía para escarbar con uñas y
dientes, el resto. Empezando por esas capas profundas, inquietas y
móviles que agitan la comodidad de las avenidas asfaltadas. Y
acabando por las menciones obligadas.
Ahí abajo,
aunque algunos piensen que es el paso sincronizado del metro bajo
nuestros pies. Se esconden los auténticos machacas de todo este
circo. Aquellos que hacen del camino cómodo, de la doma y los
sabores estándar, algo menos condescendiente; romántico o suicida
si se quiere.
En
definitiva la esencia de ese término maldito que es el “indie” o
“alternativo”. Y que por mucho que algunos renieguen, fue el
meollo de todo el asunto hace un par de décadas; en serio, todavía
quedan de los que no se avergüenzan y lo practican con dignidad.
MAD
ROBOT_I DECLARE WAR
No es de
extrañar que ahora que todo se mide por popularidad, cabezas de
cartel o el puesto más alto en las estanterías del FNAC. Muchos se
jacten de no ser “indies”; de ser algo mucho más democrático,
amplio y complejo. Eso sí, por el camino se dejaron las melodías,
los cuatro acordes y la definición del delantero matador.
La cosa es
que a algunos todavía nos llama el grito de la selva, hartos un
poquito del existencialismo.
Si amigos,
la vida como los gustos son cíclicos, y quien no lo quiera entender,
es que ha picado en el anzuelo; los Albert Rivera de la música
también abundan como las moscas en un Ecoparc.
Los
Valencianos MAD ROBOT con Mike Grau a la cabeza, y superviviente de
los extintos Furious Planet, regresan dos años más tarde de su
puesta de largo con Blacklisted/2013: Un disco gestado, de la más
pura inconformidad por la escena musical actual. Paso al frente y de
cara, para facturar algunos de los textos más lúcidos y explícitos,
de ese mal ignorado e inspirado movimiento del Pop de guitarras
nacional, que opera en la retaguardia y que tantas gratas sorpresas
nos está proporcionando (Las Ruinas, Black Islands, Cuello,
Mourn...).
Para eso han
decidido hundirse un poco más en las angostas ruinas de los 90. Y
coger aquellos escombros llenos de polvo con los que otros no quieren
mancharse las manos; dar un paso más hacia el abismo como se dice.
Quien no arriesga ni gana ni pierde, se queda igual. Con todo eso les
ha quedado un disco laberíntico, lleno de aristas
(defectos/virtudes), y una extraña mala baba que se quiere igual que
jugar de chico a hacerse daño.
Canciones
que transpiran una fórmula menos familiar y más primaria. Mecánicas
que recuperan el invento del siglo. El mismo que hizo de Thermals,
unos Weezer más inconscientes y naturales, o ese truco/trato entre
los tiempos de los viejos Mustang y la era del hierro y la herrumbre,
cuando las guitarras ácidas igual te hacían sufrir que bailar; se
acuerdan del DIRTY de Sonic Youth? “Human Error”o “Death
of Criticism” lo consiguen de largo. Posicionados en el
incómodo territorio de la forja de los que la mayoría se alejan,
por miedo a parecer demasiado reales. Mad Robot se balancean igual
entre la amarga dulzura de “I am a Fake” o “Problematic”;
dos temazos que ensalzan la ambivalencia de los REM más combativos.
Y embestir con más fuerza si es menester, cuando se consigue que
textos y música queden en un mismo plano; ese difícil propósito de
no morderse la lengua y resultar poéticos. De rendir homenaje a
difuntos y olvidados en la cuneta (Pixies en el título y cierre del
disco “I Declare War” o a unos Dinosaur Jr con los
pantalones más planchados y mejor peinados).
Girando un
poco más la tuerca, apurando más si cabe la frenada en las curvas
que vienen mal dadas: “Ready for Love”, “Go Extinct”
o “Kill the Mainstream”, tienen ese mismo efecto de
gancho en el mentón cuando golpea la vida y se tiene poco o nada que
perder. Su, Mike Grau, Carolina Otero, Borja Boscà y Robero Timón
por fin como una banda con piernas y brazos, hacen de la unión la
fuerza. “Solo no puedes, con amigos sí” !!
PRESIDENTE_ILUSTRE
VENTANAL DE ESTRATEGIAS
Sin dejar de
lado el efecto lírico de las melodías cantadas. Hace un par de años
dimos con el pequeño sello discográfico ENTORNO DOMÉSTICO. Allí
descubrimos la efervescente escena musical de un país tan lejano y
desconocido como Venezuela. Y fue por entonces el debutante Roy
Valentín (uno de nuestros favoritos de aquel año), el que nos
pusiera tras la pista de Heberto Añez Ochoa aka. PRESIDENTE.
Por entonces
tenía recién publicado Chuca Chuca II: un ensayo sobre este
desencorsetado proyecto, donde se juntan géneros tan dispares como
la electrónica, el funk, el pop, o los ritmos latinos desde una
perspectiva romántica, baladista y ciertamente glamurosa. Un sonido
que vive, ejerce y reinterpreta algunos de los sonidos más
sesenteros y cañís de épocas pretéritas. Un ejercicio que se
remonta a tiempos y enfoques muchos más libertinos que los de ahora:
La influencia vital de la Fania en Nueva York durante los 60, su
mestizaje con el crisol cultural de la ciudad, estilos que en parte
también aportaron Italianos y su explosión en Studio 54. En el
fondo, Funk, sonidos disco, música latina y la música negra, están
mucho más presentes en lo que conocemos hoy en día de lo que
podemos imaginar; si no, que se lo digan a Daft Punk y a los LSD
Soundsystem.
En cualquier
caso y sin perder el norte. PRESIDENTE es más fácil que nos remonte
a la elegancia lírica y sonora de Carlos Berlanga, a los devaneos de
Golpes Bajos y Germán Coppini con los tropicalismos, o porqué no, a
la poética surrealista de Battiato. Sintetizando influencias: todo
lo que engloba a los solistas pop de los 60, su proyección a los 80,
y como sonaría todo eso 30 años más tarde desde un punto de vista
regionalista venezolano.
Algo que
podría parecer un galimatías, pero que se resume con facilidad al
escuchar “Blanco sobre Blanco” o “La Sociedad (de la
tierra plana)”: Declaraciones de amor incondicional en toda
regla, a la música y a su elaboración desde un enclave doméstico;
como bien define su sello.
La delicada
y cálida prosa que pone reflejos de atardecer a temas que beben más
del latin jazz -“¡Oh Belghi!” o “Neoclásico”-
Cuando son las historias de niñez, de aprendizaje, y aquellas
lecciones fraternales que nos da la vida; y que aquí se expanden
caleidoscópicas. O igualmente si son las palmeras del paseo las que
se flexionan hacia la electrónica, como lo harían “Los Países”
y “Bonsái”; que cierran este enternecedor álbum de ocho
canciones. En cualquiera de sus formas, Presidente, se mece entre lo
clásico y contemporáneo. Rompiendo un poco con los moldes que
imponen las barreras temporales y estilísticas, en esto de delimitar
y cercar las edades musicales de Lulú.
***********************
Ha tenido
que ser ahí, al final de la calle. Cuando asaltados por la urgencia
del final del año, acorralados de espaldas al precipicio, y
liberados del peso de la conciencia, las canciones han salido por fin
a mi paso. Zancadilleando un embelesamiento tan profundo como el
empeño por soltar lastre que me ha acompañado todo este 2015.
Y he de
admitir. Que después de ver pasar estos dos años, dejando que todo
fluya según su curso, de manera natural. Los frutos caen por su peso
cuando están bien maduros, y no cuando los tiempos lo exigen. Así
que llegado a este punto, es ahora cuando de verdad estoy disfrutando
de la música cuando toca, sin darle demasiada importancia a lo
novedoso o los plazos que nos marcan los demás.
Van a ser
muchas las que al final entren en esta última lista; más de las que
imaginaba. Ahí van bastantes de mis discos preferidos de este año y
volveré a comentarlas en breve, en el examen de fin de curso; no me
importa, creo que se lo merecen. Otras muchas reseñas que se
quedaran en el tintero, quien sabe si a lo largo del año venidero
les daré su rinconcito en el blog.
De momento
estos tres, puede que no los más deslumbranates. Pero de derrotados
también se hicieron grandes héroes. Para darle un final digno, y
sin más interés que el de alabar uno de los regresos más
meridianos y necesitados:
ROBERT
FORSTER_SONGS TO PLAY
Con tanta
naturalidad con la que suena su título; el de su sexto álbum en
solitario. Y el segundo en un espacio demasiado largo, desde que
falleciera su compañero de viaje; el ex Go Betweens, Grant McLennan.
Recuerdo
como si hubiera pasado anteayer, la vuelta a los estudios de The Go
Betweens doce años después de su disolución con “The
Friends of Rachel Worth/2000”, justo en la entrada del
nuevo milenio. Como si quisieran dejar constancia de la impronta
indispensable, de una de las bandas más discretas. Y tan
omnipresentes como fueron en tantas y tantas generaciones de
melómanos.
Me gusta
cambiar el cuadro de la entradita cada mes. Ponerle un nombre y sus
apellidos a un momento concreto del año; aunque no consten en ningún
rincón de la cómoda. El de este mes pasado fue el Songs To Play del
amigo Robert. Y llegó casi de inmediato a raíz de una entrevista
que nos brindó nuestro dispensador Jorge Obón; él tiene un buen
ojo, con el que casi siempre coincido (lástima que queden tan
pocos).
Songs To
Play es la antítesis de la estrategia comercial con la que en estos
días -por ejemplo- nos torpedearan. Haciéndonos sentir un deseo
irrefrenable por tener aquello que no necesitamos. Como el caer en la
tentación del turrón de pastel de cerezas, cuando todos sabemos que
el blando de almendras es el único e insustituible. El tragar en vez
de saborear, cuando en esto de comer para subsistir, nos olvidamos de
estimular nuestros sentidos y que en la buena materia prima está la
clave de la exquisitez:
Diez temas
hechos de la esencia, separando grano y paja para quedarse esta vez
con la carcasa. De gallina vieja es buen caldo, de lo esencial y
estrictamente necesario. Bocetos en definitiva, que capturan el
mensaje al vuelo, con una lucidez apabullante. Las canciones de
Robert Forster necesitan bien poco para envolverte y conectarte
directamente con la época más huesuda de su antigua banda cuando
suena la eléctrica “Learn To Burn”. Es un aviso para
caminantes despistados, porque realmente son “Let Me Imagine
You” o “Songwriters on the Run”, las canciones de
Pop quebradizo y desnutrido que de golpe resucitan a The Go
Betweens. Y no crean que se trata de buscar entre las fisuras y en
los gestos , la necesidad de involucionar hacia épocas de Pop
verdadero; ya saben, nostalgia del pasado con sucedáneos con los que
contar batallitas.
Ni mucho
menos. Song to Play, sin intentar lo más mínimo alargar la agonía,
consigue transmitir esa misma sensación de suspiro largo con las que
nos erizaban aquellas canciones del pasado. Es y no lo es, alargar un
poquito más la leyenda de la discreción hecha virtud. The Go
Betweens consiguieron que la timidez de una canción te quebrara el
corazón, sin recurrir al escándalo. Pasaron como un ángel sin
apenas trascender, y treinta años después siguen aquí con
nosotros.
Lo fácil
sería decir que este disco es indispensable por mantener viva la
llama de aquella banda única. Pero lo cierto es que Song To Play son
muchas cosas más:
Notar la
presencia de Lou Reed, de sus tics, sus vicios y sus obsesiones en
temas como “And I Knew” o “I Love Myself And I Always
Have”; dos de las más grandes del disco. Podría ser también
un sincero homenaje a dos figuras trascendentes como fueron Lou o
Grant; con los siete años que separan ambas muertes. Se respeta
escrupulosamente esa misma forma de concebir la canción dándole a
cada instrumento el protagonismo: Violines espigados, bajos y congas
que entran con discreción, apenas algún riff eléctrico y las
cuerdas acústicas aterciopeladas. Los sonidos de un hogar que se
despereza por la mañana, el olor a café, su musa Karin Baümler
poniendo las voces y las cuerdas, su hijo ayudando y en definitiva.
Un disco que destila por cada poro, comisura y arruga, cariño y
familiaridad por los cuatro costados.
Cada canción
podría ser una pequeño capítulo de una pequeña gran historia, sin
embargo difieren en pequeños y sutiles detalles. Desde la desnudez
de “And I Knew”, hasta la preciosidad de grávida
ascendencia que es “Turn On the Rain”; una joya de Pop
tremenda. Hay momentos en los que comparte la misma forma con la que
Robyn Hitchcock concibió Love From London del 2013. La misma
delicadeza, sensibilidad al tratar las canciones, el vacío
existencial de sus canciones de instrumentaciones escuálidas. Solo
que Robert Forster explora con mayor certeza esa retrotracción, para
soltar lastre emocional. Y dotar de ese sentido ecuánime de cuerpo
y alma, que antaño albergaban los grandes discos.
****************************
En este
montón de canciones de grandes trabajos, esta la mejor cosecha de
este año. Desde las bandas emergentes como los Australianos DMA'S,
ABLEBODY, DEAD PARTIES, NAP EYES, TINY FINGERS, SEA CAVES. Hasta
otros más consagrados como el determinante disco de JOHN GRANT, GUN
OUTFIT, el fundador de The Coral BILL-RYDER JONES, el regreso de los
Canadienses THE DEARS o el mimbrado ejercicio de orfebrería folk del
Británico BOBBY LONG.
En la casi
treintena de canciones que lo nutren, hay mucho donde ahondar.
Sumergirse a pulmón y dar este último estertor agónico del difunto
2015, con la envergadura que se merece. Aun están a tiempo de
llevarse buenas y nutritivas sorpresas, con las que cocinar un buen
plato de fin de fiesta.
00_TINY FINGERS - Eyes of Gold 01_HALF MOON RUN - Trust 02_DAMAGED BUG - The Mirror 03_BEAT CONNECTION - So Good 04_YACHT - Chrismas Alone 05_DEAD PARTIES - Disappear 06_SILENT FILM - Lightning strike 07_MAD ROBOT - Death of criticism 08_HEY COLOSSUS - Hey, dead eyes, up! 09_SONGHOY BLUES - Soubour 10_THE LEGENDARY SHACK SHAKERS - Cold 11_NAP EYES - No man needs to care 12_COOL GHOULS - Creature that i am 13_DMA'S - Your low 14_BILL RYDER-JONES - You can't hide a light with the dark 15_EZTV - Calling out 16_ROBERT FORSTER - A poet walks 17_WILD RACOON - Next Summer 18_GUN OUTFIT - Gotta Wanna 19_ABLEBODY - After Hours 20_HATCHAM SOCIAL - Hanging rock 21_JOHN GRANT - Global warning 22_NEV COTEE - Follow the Sun 23_PRESIDENTE - Blanco sobre blanco 24_ALONDRA BENTLEY - Mid September 25_DOMINIQUE A - Central Otago 26_SEA CAVES - Spanning the River 27_THE DEARS - Hell hath frozen in your eyes 28_BOBBY LONG - I'm not going out tonight
(Del lat. felicĭtas, -ātis). 1.
Estado de grata satisfacción espiritual y física. 2. Persona,
situación, objeto o conjunto de ellos que contribuyen a hacer feliz.
3. Ausencia de inconvenientes o tropiezos.
Empeñados como estamos de buscarle a
todo un significado, definición o explicación más o menos lógica.
Con la felicidad fallamos y volvemos a fallar. Aunque teniendo en
cuenta las últimas lindezas de la R.A.E y lo que hasta hace cuatro
días definía como felicidad: Estado del
ánimo que se complace en la posesión de un bien.
Está claro que un término tan
subjetivo e intangible como la felicidad, el sentirse feliz o...
creer que uno es feliz. Es tan variable y personal, como el ideal de
belleza absoluta. Y claro, si ahí afuera no hay nadie en quien
depositar tu incertidumbre ¿tendrá uno que salir a la calle a
buscarse la tal felicidad?
Es evidente que no me obsesiona algo
tan abstracto como la felicidad, ni el empeño premeditado de
buscarla. Pero sí tengo muy claro que la música desde chico, es de
esas cosas que me la proporcionan en más altas dosis. Desde que
garabateaba tracklist de mis imaginarios discos en las contraportadas
de los libros de texto del cole, hasta las mismas canciones de inglés
inventado, pasando por los miembros de las bandas; extraídos de los
créditos de la pelis de la tele. Desde entonces el pulso y las
constantes de mi día a día desde que abro los ojos hasta que voy a
dormir, son la música y todo lo que arrastra la misma. Ver una banda
en vivo, seguramente sea la forma más expresiva, natural y
comunicativa de interactuar con la misma y ponerte al plano/nivel del
artista.
Y la música en vivo, claro está, es
si se quiere. Esa parte íntima del autor que sin ni el mismo
saberlo, pone al servicio del convaleciente y enfermizo oyente. Como
ese mismo y viral medicamento para que, si bien no lo cure, por lo
menos le palíe las recaídas de infelicidad y amargante realidad.
Como en las catacumbas que bajo el
suelo raso se amontonan los osarios de feligreses y mártires de la
causa.
En la sala Sidecar; si así se le puede
llamar a ese diminuto refugio soterrado bajo los pies de una antaño
temida Plaça Reial. Todavía, igual que algunos búnkers como el
Jamboree o el Karma, se puede resistir al relumbre de esas preciosas
terrazas plagadas de camareros pulcramente ataviados y cazadores de
incautos turistas. Y casi se me van los días entre el desahogo y el
suspiro largo de placer, cuando la semana que dejamos atrás me ha
colmado de eso que decía, FELICIDAD.
La del Miércoles pasado después de
casi necesitar cuatro días para digerir la de DRONES. Y lo que
quedaba, rumiando el pasto de satisfacción; soy lento y estas cosas
no me gusta tragarlas y defecarlas a la carrera. Me he pasado casi
toda la semana reenganchado al mediador PERPETUAL MOTION PEOPLE. Con
él me he resarcido de los casi siete años que separaban aquel
demoledor “Inside The Human Body” de los Harpoons; su otra
banda. Y lo repetiré miles de veces: entre sus inicios infructuosos
con The Harpoons y su actual carrera, bastante más autosuficiente
dista un abismo... o no. Lo que quiero decir es que no cambio ese
disco por ninguno de los actuales con respeto, y por mucho que me
encante el último. Lo aclaro, porque todo el mundo parece haberse
olvidado de ese fabuloso disco.
Ese Miércoles puse todos los medios
para que la noche, que se prometía como el reverso necesario a la
lugubrez y tensión de The Drones. Se transformara en la distensión
y luz allí abajo, en las tripas de Sidecar: Me abrí una botella de
RÉ que guardaba de hace unos días de mi paso por Poblet; para
ponerle una nota musical a la noche, antes de salir de casa ante un
bocata de Jamón con Parmesano. Y salí buscando la tan ansiada
felicidad. Su último disco así lo expresa por cada uno de sus
puntos cardinales.
Me planté a las 21:00 en punto ante
las puertas de Sidecar: Una cola discreta teniendo en cuenta que a
esa hora ya debía estar a punto de empezar. Y todo indicaba que la
cosa iba a ir con calma chicha #fuera prisas y angustias. Algunos
feligreses pese a dar por echo que Ezra no iba a agotar entradas, y
lo pequeño del garito que tampoco daba para pelearse por el mejor
sitio, no se movían ni un milímetro.
Era gracioso incluso rozaba un punto el
surrealismo: El ir y venir de plaza Real, sus restaurantes
emperifollados; allí siempre es festivo. Y diez personas guardando
sus posiciones en formación de a dos. Yo le pregunté a un miembro
de la sala, respuesta: - uff va para largo, aun no ha llegado...
Así que me pedí un Canadian con hielo y me salí a la terraza a
beberlo con tranquilidad mientras devoraba un pitillo y observaba
entre lo estupefacto y gracioso del tema. Fue llegando más gente,
los minutos pasaban y el Whisky se consumía proyectando un filtro
ámbar sobre la entrada. Cuando ya todo el mundo había entrado
pasadas las nueve y media. Entonces, llegó Ezra Furman con paso
tranquilo, una sonrisa socarrona y ataviado con un modelito de lo más
chic.
Le di dos tragos. Cuando noté ya las
sienes ablandarse a la mezcolanza del destilado, el tinto, y las
cervezas a las que seguro no podría resistirme ahí abajo. Todavía
pasaría un buen rato una vez dentro; casi media hora más con tiempo
de echar un vistazo al merchandaising, a la gente (como me gusta
escudriñar al personal, dios). Y a la gruta, que es como mejor se
podría definir Sidecar: rincones donde antaño, cuando el Britpop
empezaba a bramar, todavía se podían escuchar chirriar las
guitarras y las armonías de los viejos somieres. Era un buen sitio
para perderse en los 90, si señor; bastante más cutre que ahora,
pero auténtico.
Echados a una banda; la de los lavabos
y esa diminuta barra tan genialmente dispuesta. Sobre las diez y pico
calculo, porque lo he de admitir, la verdad no sabría deciros a que
hora empezó exactamente. Y es lo que tiene haber salido de casa con
tiempo y agarrar una caravana de casi una hora, para después ver que
llegas justo y te sobra una hora; son joder!! esas cosas que hacen
mágica la vida
Allí salió Ezra Furman con el resto
de la banda secundándolo, y el coscorrón en el quicio de la puerta
de camerinos de rigor. El escenario es lo más parecido al del vídeo
del Never Enough de los Cure. Ezra con esa sonrisa entre lo
hilarante, inocente y pendenciero posaba para los flashes de mil y
cientos móviles; menos de los que cabían en la platea. Pero yo creo
que entre el calor y la defensa pretoriana de los que hicieron la
fila con rigor, allí algo fecundó. Después Tim Sandusky (el saxo),
maraca en mano, alucinando con el acolchado insonorizante del techo;
que le rozaba el flequillo. El bajo a lo Höfner de Jorgen Jorgensen
(jorge para los amigos) muy chulo; sonaba de la hostia. El resto con
mención especial al bataca Sam Durkes, que le da un plus a las
percusiones y yo, que por más que las busco en el disco no las
encuentro, oigan. El caso es que en resumidas cuentas y después de
que Ezra sobre el diminuto escenario, nos abriera el corazón hasta
puntos de ternura, rabia y despecho. Se despachó a gusto porque
rima; y ya está.
Si en su primera época con The
Harpoons, era el acompañamiento y la puesta en escena lo que no
estaba a la altura de las circunstancias y posibilidades de sus
primeros discos. Ahora en solitario o con sus compinches The
Boyfriends, pasa justo lo contrario. Su puesta en escena es justo
aquello que uno echa de menos en el disco, y no será porque suene
mal precisamente. Y lo más probable, sea que la banda encima de un
escenario y con el público a un palmo tocándole los riffs; como
pasó en Sidecar. Es cuando de verdad suena a delirio puro. Y da tres
leches que Ezra se quiebre la voz sin conservadurismos que valgan,
porque siguen sonando como una locomotora.
Gran parte de culpa la tienen los tres
músicos anteriormente citados; sobretodo el primero. Y claro está,
aunque Ezra en la mayor parte del directo tire más de su arte
escénico, que de su talento musical; que todos sabemos que lo tiene.
Sabe como nadie medir la tensión y el tempo de una actuación en las
distancias cortas.
De la química entre saxo y solista, se
podrían sacar millones de vacunas contra el aburrimiento y el
desinterés. No solo eso, volaron de un plumazo esa especie de oboes
y clarinetes que campan por el disco, para convertirse en saxos con
sexo tenor al más puro estilo Madness; rugosos y crujientes.
Para abrir boca “At the Botton on
the Ocean” en clave New York Dolls; que por cierto pulularon
toda la noche en muchos de los temas de la velada. En “American
Soil” o “And Maybe God is a Train” también. Algo
que por cierto, hasta que no vi ese arranque de concierto, jamás me
lo hubiera imaginado con ese fulgor de glam de bajo fondo
transformista. El saxo ciertamente ayudaba a teñir la noche de
neones, lentejuelas y swim desafiante.
Llegados a un punto de inflexión,
cuando sonó “Can I Sleep in Your Brain”; una de esas
joyas que te encuentras hacia el final de su último disco, y que
jamás esperas oír en un concierto con estos derroteros. Te baja
hasta lo hondo, se pone enternecedor con esa mirada de cordero
degollado tan a lo Emilio Aragón #y usted no lo es, y te vuelve a
subir; es así, de cambios de humor, insinuaciones y flirteos. “My
Zero” funciona de largo como un resorte: es un tema que todavía
no entiendo como se me pasó por alto hace dos años, porque fue de
las que más me gustó. Supongo que me costó digerir el cambio
estilístico de hace tres años y pagó la criba, con tanta música
que hay donde hurgar.
Era el momento preciso para despegar
con el repertorio más cabaretero y vodevilesco de su nueva hornada:
“Body Was Made”, “Ordinary Life” bajando el
pulso a una sala ya despatarrada y rendida por completo. “Haunted
Head” es la rehostia bendita en directo: con sus coros
vacilones, su saxofón poseído por el mismísimo diablo y la
presencia ni que fuera en espíritu de David Bowie #el de Hunky Dory
concretamente. Para luego invocar a Johnny Thunders o Marc Bolan; que
se yo: “Tip of the Match” es el tema que más remite a la
banda neoyorkina en su último álbum. Aquella noche parecía flotar
constantemente en el ambiente; Nueva York, Chicago, la conexión
sureña vía Menphis.
“Wobby” con el saxofón
echando leña a un pogo constante entre músicos; sería por la falta
de espacio, o porque hubo un dialogo festivo de los que se ven poco.
Ezra Furman saltó al público y por un momento convertido en una
loca groupie daba rienda suelta al desparrame. “Lousy
Connection”: hay que ver lo que llegar a ganar este tema sobre
las tablas; la que más me descolocó cuando la escuché por primera
vez, y ahora no me la puedo quitar de la cabeza. Es una de esas
melodías/estribillo que sintetizan aquello de optimismo/felicidad,
en un algo sin forma, color ni definición... un estado. Y que
conectado vía espiritual con la Rumba Psichobilly de “Walk on
the Darkness”, sería como el todo de la noche. Curioso el
fenómeno, porque uno en un ademán de serenidad miraba a su
alrededor, y todo el mundo estaba enloquecido. En ese preciso
instante si Ezra Furman hubiera pedido a gritos que el público se
despelotase, todos lo hubiésemos hecho sin rechistar; lo juro.
Vamos, que iba decidido a comprarme la horrible camiseta fucsia del
mercha; suerte que no había de mi talla, porque ya más frío, mira
que era bizarra la jodía.
Acabamos a ritmo caribeño con
“Anything Can Happen” y “Restless Year”; que yo
juraría que esta última la tocó mucho antes y la lista de
canciones se la pasó por las pantecontepantes. Pero vaya, da un poco
lo mismo, creo que el personal asistente (80 personas escasas),
estaba más feliz que un chancho en un lodazal.
Dos bises que me parecieron por
definición la más puta genialidad de la noche; por gusto y formas:
“Tell Em All to go to Hell” que además ensamblaron tan
bien como el Moon Cresta de las recreativas cuando... ey!! sonaba el
“Rock & Roll” de la Velvet Underground y todo
encajaba; ya lo decía Jenny: - Nunca pasa nada hasta que pasó, y
descubrió el Rock & roll. Desde entonces nada fue ya igual.
Seguramente la definición más fiel y legítima de la felicidad; EL
ROCK&ROLL.