domingo, 30 de junio de 2013

ENCUENTROS BAJO EL INFLUJO DE LA LUNA





Recostado sobre la baranda de un balcón de dimensiones liliputienses; con el oído puesto en el silencio tan solo perturbado por un degenerado, la mirada fija en esa majestuosa luna que se bate en retirada, y la mente... La mente perdida en el recuerdo aun palpitante del pre-solsticio. Parece que tras la hecatombe de artificios, de ese olor a pólvora que impregna dedos y membrana pituitaria, y la ruidosa (aunque menos) procesión nocturna; uno tenga que hacer un alto en el camino para marcar con una raya de tiza, un lado y otro del año: Como si lo que nos ha sucedido meses atrás debiera ser por fuerza diferente a lo hasta ahora acontecido, y archivado para acometer el resto del año con algo más de felicidad.

Echando las cuentas de la vieja resulta que va ya casi más de un mes desde la última entrada vitivinícola en esta morada de mil demonios: Las camas desechas, un dedo de polvo sobre los links que ni la tramuntana solivianta, y un puñado de hojas secas de mi Menta azotada por los parásitos, que se amontonan en un rincón del salón.
Por suerte para mi imaginaria inventiva, la intensa semana de sucesos varios que ha decorado los días previos a la salvaje Verbena de San Juan; (aquel santo que la imaginación más depravada de paganos varios, quemaba los refajos de su madre al menor descuido). Va a dar de bruces con un encuentro de aquellos que hacen época; una reunión de adoradores al sanguino elemento que resbala desde nuestros gaznates, para acabar convirtiendo a éste en el fluido que bombea nuestro corazón y que nos conecta directamente a la tierra. Y desde luego el que nos emparenta por pura sinapsis como hermanos consanguíneos.
Así fue como nos conocimos hace ya de esto y si mi memoria acierta, un año ya casi. Una botella de vino con nombre Singular tuvo la culpa; crucemos miradas, entablamos conversación, y desde entonces ya todo dejó de ser igual.

Desde que pusieran ante mi pareja y yo a un mediador con el nombre de Montevannos allá por el año mil novecientos y pico, son muchos los vinos que he probado: De buenos, de regulares y de deleznables. Sin embargo todos ellos con una secreta historia tras de si, con la que fui cogiendo el gusanillo a la betusta bebida del vino hasta que en nuestros días halla llegado a convertirse en una especie de moda y si me apuran, un síntoma de cultura y elegancia sin parangón, (aunque eso solo sea lo que se rumorea, sin argumento posible).
Pero no ha sido hasta hace unos años cuando he descubierto cual es en realidad la mayor virtud de este líquido elemento en cuestión: La singular reacción que suscita entre los comunes venidos de cualquier entorno, para sellar amistades perdurables, buscar aspectos compartidos, y derribar barreras que adolecen de desencuentros sin fundamento. Algo que lo asocia directamente a la música, o a cualquier expresión cultural que se precie y que nos acerca a la relación humana como herramienta de conocimiento y enriquecimiento mutuo.


Con esta sarta de erpiritualidades tan solo quiero expresar algo que se resume con mayor brevedad: Desde que me integré en este grupo de amigos, muchas cosas son las que han cambiado a la hora de acometer un vino. Y no me refiero al conocimiento sacrosanto del vino que parece ante todos algo inaccesible para los mortales, no; me refiero al acercamiento desde la sencillez, al terruño, la esencia o como rayos quieran llamarle. A eso que hace que un vino o cualquier otra cosa que nos despierta los sentidos, nos acerque al origen y magia primigenia que los/nos crea. A la pura naturaleza que nos hace a todos del mismo modo, elementos y creadores de un mismo disfrute.
Algo que, permitidme la licencia; nos otorgó la naturaleza y que con el ritmo de vida que llevamos, intentamos dominar de tal manera que lo dejamos en manos de los impulsos y los placebos. Cuando en realidad lo deberíamos utilizar como vehículo para conectarnos a nuestro ser, eso que nos otorgaron de niños para orientarnos y que ahora ignoramos, ¿instinto?.



El día previo a San Juan, nos citemos en mejor sitio posible para llevar a cabo una celebración nacida de la más pura improvisación: Tal día, el porqué, y el donde sin ningún tipo de motivo planificado, tan solo por la magia del momento. Y es ahí donde entra en escena el artífice de la locura, Xavi; aquel que me tentó diabólicamente al sabio arte de entender los placeres en grupo, desde nuestra disparidad y confluyendo en un mismo punto, el disfrute común.
La cita matinal fue el mercado del pueblo, ¿que mejor sitio si no? Con el frescor matinal, la plaza atestada de previsores, y con Juliá de la Peixatería Puig i Mariscal ejerciendo de manijero visionario ante los brillantes ojos de cuatro niños emocionados; debatimos cual debía ser la sabia elección para alimentar a veintitantos comensales hambrientos de momentos únicos: Llobarros, gambas rojas, mejillones, Coca, Pan de leña, pasta para la “canalla”, Mozzarella, y Pomodoro fue parte del botín de aquí, allá y acullá. Los vinos y Cavas que humedecerían tal encuentro correrían a cargo de la imaginación de los ocho aventureros; tirando así de inspiración y personal elección, como es habitual en los encuentros donde nos cruzamos.

Un botella por cabeza que acabó por irse de madre con la emoción de hacer cortos: Dos viñas Tondonia 81/91, Un Tocat de L'ala, una de Terramoll Primus del 2006, un atípico VMalcorta de nuestro Sumelier predilecto, una joya de las profundidades del Solanet con nombre de Pomerol del 94, Terra Romana, un delicioso Araucano Carmenere, una de Bertha Pinot Noir descatalogado, un Sole Chardonnay, un Cinclus 08, un Granangular Mazoni, dos Muga blancos gentileza de Puig i Mariscal, y para rematar el fin de fiesta un Juve Camps Milesimé y un Glaç.





El menú para acompañar tal batallón de grandes vinos eran cuatro Lubinas que se debatieron entre el horno y las brasas, cuatro Pizzas caseras de multi colores, un regimiento de gambas rojas que tomaban el sol sobre un manto de sal gorda, mejillones haciendo croll sobre el vino, y dos deliciosas sorpresas para rematar la noche: Unos cubiletes de Dry Martini, Ginebra, y oliva incorporada concentrados en gelatina junto a una tarta Tatín de Manzanas salida de las mágicas manos de nuestros mejores directores de cocina, la familia Fontanet; verdaderos animadores de la maestría entre fogones y enseres. Todo esto por el módico precio de 20 euros por cabeza, aunque por si no lo saben, tal condensación de bienestar y felicidad probablemente no tenga moneda en curso que lo sufrague suficiente equidad.

Y habrá quién diga y con toda la razón: - ¿Que carajo es esto? ¿una entrada sobre vinos, o sobre disfrutes personales?... Lo cierto es que para que engañaros, lo mio debería ser más un diario personal por capítulos, que una bitácora donde contar cosas que sean mínimamente interesantes para alguien. Hablemos de vinos pues, por amor de dios!!








Para ser sinceros la tarea no es del todo fácil pues a pesar de que la cosa fue principalmente de pescado, fueron variados y distintas las botellas que desfilaron. Lo que si está definitivamente claro es que pocos vinos de los allí presentes podrían competir como mínimo en nivel de embrujo al de los dos VIÑA TONDONIA 91 vs 81, y al profanado POMEROL del 91. Tres vinos que por respeto a la veteranía pocos pudieron igualar en una noche mística y levitante, donde pudimos testiguar de primera mano la manera tan distinta como envejecen tres vinos con buena guarda.
Los dos VIÑA TONDONIA fueron sencillamente brutales, tanto por expresivos como por diametralmente opuestos. Dos vinos por no decir esencias, que compitieron espectacularmente con un maridaje de gambas jugosas a la par que hermosas en una combinación por así decirlo, celestial: La botella del 91 con un color profundo similar al de la miel, y una nariz indescriptible: Queso, frutos secos y maderas frescas que recuerdan ligeramente a un Jerez; sin embargo el ataque en boca está dotado de una voluptuosidad y suavidad envidiable, muy fresco y de una acidez casi exacta. La verdad es que puede que sea uno de las mejores concordancias que halla tenido el gusto de disfrutar, en contraste con la intensidad de la gambas.
Teniendo en cuenta que la personalidad tan marcada de los blancos de esta legendaria bodega suele tener tantos adeptos como detractores..

El paso siguiente fue su hermano mayor, una botella guardada a cal y canto por Carlos quien no tuvo mejor gesto que compartir con todos nosotros, en una ocasión tan especial como la de aquella noche; una botella de Viña Tondonia Blanco de 1981 son palabras mayores.
Inevitablemente te vienen a la memoria todas aquellas cosas que has vivido durante esos 32 años; son tantas, que cuesta imaginar como un envase tan franco como es el vidrio puede conservar tal extensión de la naturaleza. No solo porque allí se han conservado durante largos años una parte de la tierra, si no porque además esa parte viva de la naturaleza sigue creciendo y transformándose allí dentro; es ahí en ese momento concreto cuando empiezas a comprender el significado de la llamada complejidad; esas contradicciones donde difícilmente se encuentran adjetivos que definan esa sensación tan indefinible: Las flores que aparecen al acercar la nariz al borde abismal de la copa, la pastelería recién hecha, los toques de madera exótica que confunden la ambrosía con el carácter secante de sus rasgos antiguos y reposados.
Esa manera tan única de elaborar un blanco de tanto recorrido que tiene Viña Tondonia, unido a esa paciencia casi oriental que nos exigen cuando elaboran un blanco que de momento no tiene parangón que ni siquiera lo imite; y sobre todo ese riesgo que asumen cuando deciden envejecer blancos sabiendo que la ligereza es lo que mayormente busca el público en general.

A su lado los variopintos CINCLUS 08 y el Verdejo atípico de JAVIER SANZ quedaron en meras anécdotas. Con unas particularidades tan arriesgadas que merecerían sendas entradas para desvelar los entresijos que hacen de ellos, dos blancos revolucionarios en su personal forma de reinventar los mono varietales y los cupatges. Pero sería tan cruel como sacado de contexto enfrentar a cada vino, cuando sabemos que a veces lo realmente complicado es saber disfrutar en cada momento de aquellas cosas de las cuales desconocíamos; un lema que siempre intento aplicarme como antídoto ante el miedo: “Lo que me gusta ya lo conozco, lo excitante es descubrir aquello que creía que no me gustaba”.





Los Viñas Tondonia he de reconocer que siempre han sido vinos difíciles para mi, pero lo de aquella noche fue realmente revelador: Encontrar sobre la misma mesa a dos hermanos separados por diez años, y tener la satisfacción de reconocer sus ancestrales diferencias. Créanme que esas son oportunidades que abren muchas puertas y ventanas que uno se cerró; nos descubren puntos de vista jamás antes imaginados, y se acercan muchas posturas equidistantes al amparo del embrujo de un grupo emocionado.



Y al final ahí, en el otro extremo y en la recta final de la noche: Esos dos tintos especiados y minerales a los que parecían haberles impregnado de piedra, la imponente presencia de ese caramelo oscuro y profundo en el que se rompe magistralmente la esclavitud de un vino tinto ante el alimento acertado. Son aquellos tintos que no necesitan comida alguna para disfrutarlos, de echo casi que la rechazan con total arrogancia. Un ARAUCANO CARMENERE Chileno de anticipo, y el príncipe de las tinieblas que salía de su sarcófago, de allí abajo del subsuelo de SOLANET, POMEROL Chateau La Fleur-Pétrus del 94; su consorcio con la Tarta Tatín casi seguro que fue ideado por una mente perversa.


Se fundían ambos en total armonía las manzanas maduras y ese carácter glicérico que emerge de esos aromas torrefactos que confunden el azúcar concentrado con las especias (vainillas, clavo, canela, cardamomo, bergamota); la mayoría evocaciones oscuras que hacen de estos dos vinos de amplia boca y de esencia embriagadora dos joyas.
La primera porque su precio es tan tentador para todo lo que nos ofrece, que es imposible no hacer una pausa en los vinos Chilenos y descubrir que fue lo que llevó a la uva Francesa Carmenere de la Borgoña a desaparecer, para aparecer milagrosamente en esta zona de Chile.
El segundo, sencillamente porque destapar aquello que se guardó con mimo bajo las tripas de la Masía Solanet, tan solo merece convocar los poderes esotéricos para separar espacio de tiempo y detenerlos indefinidamente; el POMEROL así parecía haberlo hecho, por lo menos así lo hizo con nuestra memoria: La aisló, la envasó, y la guardó en confitura para que permanezca imborrable de nuestras mentes.
Publireportaje by: Los más dicharacheros
Banda sonora by: Un Menda



3 comentarios:

  1. Para cuando la siguiente?????
    20€ por barba por semejante comida es un regalo, joder que maravilla de menú y menudos vinos te gastas, si tienes un hueco en la siguiente me apunto y llevo un par de botellas de pacharán casero jejeje
    Buen provecho y que no decaigan esas reuniones

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  2. Collons, qué nivelazo, maese-brother. Te dejo el vino, que se que te gusta especialmente y me encargo del marisco y del pescado, jejeje. Abrazo.

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  3. Eeeeyp SERGI & JOHNNY!! Bueno en realidad fueron 20 euros el pescado que la verdad es que en ese caso el Pescadero fue de medalla de oro; se ve que todos lo conocen de primera mano menos yo jejeje. La pizzas fueron inspiración personal de Carlos, Jordi F., y yo mismo. En fin cada uno trajo un poco de todo y se repartieron tareas de cocina, parrillas, hornos, y descorche sin descanso. Hasta hubo un CD commemorativo que es lo que mejor se me da.
    Pero al final nada como la compañía y aquello que nos unfica para compartir: Vinos, Cavas, hospitalidad, risas, anécdotas... ya sabes, esas cosas que hacen que las horas se pasen volando y no tengas prisa por abandonar. La verdad es que hemos un grupo de cata que es una auténtica familia, y con ganas e imaginación no hay debacle que nos amargue la existencia.

    PD. El Pacharán casero ser bien recibido SERGI, no encontraras mejores agradecidos del buen trabajo!!!

    SALUTACIONS!!

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