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jueves, 23 de abril de 2020

MINIATURE TIGERS_FORTRESS_2010: BAILAR O LLORAR, TÚ DIRÁS





Un espasmo breakdancero me ha catapultado de mi cama a las seis de la mañana. Consecuencia de un retortijón tan largo y agudo, como un acorde de Brian May y al grito de: -Mamaaaaaaaa!! Ooh I don’t want to die!!
He visto su estampa – la de Brian May – ahí, con su pelazo en el blanco de la pared; como una cara de Bélmez (ayer tarde vi la película, no sin antes resistirme) Y todavía creo que sufro las consecuencias mezcladas con frutos secos, cafeína, licores y repostería varia.
Un estreñimiento seguramente, fruto de esta inactividad y ponzoñosa vaguería que se apodera de todos nosotros. Y que ni contoneando grácilmente mis glúteos cual Valentín Massana cada mañana que me dispongo hacia la panadería. He podido evitar postrarme en la taza del water con la mirada perdida en las juntas de los azulejos y sus voradas, por infinitas horas.


Allí. Me ha dado tiempo cerrando los ojos, a pensar largamente en el sentido de la vida.
No en un hipotético futuro ni en un destino cualquiera.
Sino en un pasado anecdótico por el cual paseamos distraídamente silbando alegremente o a la carrera cochinera como el que pierde el autobús de la efeméride; según se mire.
Acordándonos solamente de los difuntos, cuando fallecen. De los héroes, cuando ganan. Y de los amigos, cuando nos sentimos solos.
Y es con la música: Ese maravilloso elemento inerte y etéreo que sin embargo, funciona maravillosamente como diluyente de todo lo anterior.
Cuando la tristeza químicamente indescifrable, al mezclarse con las melodías y agitarlo todo, puede convertirse en felicidad.
O por lo menos, en ese raro combustible capaz de erizarte el bello y así…



El pie derecho sigue el copás y la cabeza asiente.
Le siguen las caderas y tronco empieza a balancearse en una elasticidad y torsión inédita en cualquier otra actividad física que se precie.
Para que el siguiente efecto suceda. El elemento diluyente en cuestión debe entrar – no se sabe cómo – en el riego sanguíneo y de ahí, al corazón.
Es imprescindible que el corazón lo bombee, sino, se corre el riesgo de muerte lenta e inexorable o al efecto, la muerte espiritual:
Una en la que aparentemente todo sucede con normalidad, pues los órganos vitales siguen funcionando y hasta ejecutando eso que llaman “vida normal”. Pero lo cierto, es que es una muerte en vida o vida aburrida (mal humor, indisposición constante, apatía, amargura, hipersensibilidad a la infelicidad); y un montón de síntomas aceptados de buen grado por muchos, e incluso no diagnosticados como tales.

Por eso, yo cada sábado noche. Pese a que mi dilema más trascendental pudiera ser: - Que narices voy a cenar esta noche?
Conjuro las luciérnagas de colores, atenúo la fría luz blanca, alzo las persianas para exivicionar todas mis vergüenzas en público
cámaras!! acción!!
Y bailo sin ese terror, igual que el de:
- Señor Crespo!! salga al encerado!!
Y el miedo escénico, se va volando al carajo!!.


En una semana de incesante lluvia; como si hasta los elementos se hubieran conjurado para jodernos la existencia. O quien sabe si un rapapolvo de la naturaleza para reordenar los ciclos, y dar hasta sentido a los refranes.
He acunado una crema de acelgas, calabaza y trigueros, con la chispa de la lima y el jengibre. Y un chupete de Miso y vino rancio (mis nuevos aliados); para darle ese ritmo que todo guiso precisa. Aventado por una copa de Oporto Dry White de Nieeport, y un cacho de cremoso queso de cabra del Moianès. Intentando conjurar un rayo de sol con las melodías de MINIATURE TIGERS.

No la de los últimos cuatro discos de este cuarteto de Brooklyn (aunque Vampires in the Daylight/Oct2019 es otra maravilla). Sino con la de aquella anomalía de psicodelia popera que invocaba a Beach Boys, Beatles, Of Montreal , o incluso el espíritu abstracto de los Beulah. Como si su artístico y poroso líder Charlie Brand, en esta presunta fortaleza, intentara dejar constancia de su Phoenix originario como otra de sus pinturas. Y la infalible mano de su coleguilla, Christopher Chu (The Morning Benders, Pop ETC) a los mandos de la nave.


Sin ir más lejos, “Masion of Misery”, invita a adoptar una postura gorilesca y bailar en una especie de rito a la fertilidad. Y es, sin duda, uno de los mejores arranques discográficos que conozco en lo que a pescozón contagioso se refiere:
Esa parte intrínseca de cacharrería, su malavarista batería y como no. La infinidad de cachibaches, ruiditos y esos deliciosos cantos corales que te llevan en volandas y el subidón final.
FORTRESS tiene ese ingrediente con parte de feria ambulante, teatro callejero, trovadores y bufonada que te pone de buen humor. Sino… como se entienden mis desavenencias con el Parklife de Blur. Cuando aquí, “Rock & Roll Mountain Troll”, cumple a rajatabla esa vertiente cómica y costumbrista del mejor pop británico. Que sin embargo sí me empuja a descalzarse y hacer pallasadas frente a la ventana de mi comedor.
O salir a destiempo y hora, a aplaudir al balcón con “Japanese Woman”, pa ver que dicen los vecinos y echarnos unas risas; un poco surrealistas y bizarras, si se quiere.

La solidaridad anímica es infinitamente más crucial que cualquier debate lógico (según lo miren los estadistas, claro). Y no hay nada más solícito que abrir ventanales, ahora que el Haba Cadabra a abierto las nubes, igual que las aguas Moisés, y despunta el sol.
No os lo dije?
El contrapunto sosegado de canciones como “Dark Tower”, tienen en mi el mismo efecto: Con la diferencia de que ya abro los brazos intentando cazar abrazos invisibles, pero bien presentes en esta delicia de soleada canción.
Un susurro como el licoroso Oporto deslizándose por el paladar. Casi las mismas evocaciones a resinas y nuez. La invasión total en el final ácido y complejo.
Con la animosa y juguetona “Gold Skull”. Sostienes la copa, delimitas el horizonte con su esbeltez, te echas a la boca un cremoso pedazo de queso… Y te suspendes desde las alturas.
No hay vértigo ni nubarrones y Sant Jordi ha subido en nuestra busca,
Todo acompaña ¿será el alcohol? O es amor.



FORTRESS tiene esa parte de tobogán que estimula, como las relaciones y el cariño: Que unas veces te eriza hasta el estómago, y otras en cambio, te escuecen como el desuelle.
Te podrías incluso subir al terrado con la eufórica “Bullfighter Jacket”. A ver si te encuentras a la vecina de al lado tendiendo la ropa, para bailar bien cogidos un swim con el firme propósito de la ilegalidad del roce, que hace el cariño.

La cosa realmente, es que es segundo disco publicado por la banda de Phoenix es un bendita maravilla; sin más encuadres o disertaciones. Mi salvador.
No entiendo como el resto de su carrera ha sido tan hedonista y simple, la verdad; supongo que duplicarían su éxito, o es mi falta de predisposición. Sobretodo cuando son canciones tan jugosas como “Egyptian Robe”. Donde podrían haber ido de la mano con el despatarrante y único disco de THE OLMS; que se publicó tres años después. A los que tampoco les acompañó el éxito, salvo en reductos muy reductos.
¿Se figuran a donde nos empujan los miserables?


Te podrías permitir hasta sacar a bailar a tu madre, con los aires de pasodoble y slow calypso que se nos trae “Tropical Birds”. Menudo ingenio melódico la de estos me supongo, por entonces veinteañeros!!

Lolita” tiene esa misma proyección artística y contemplativa que posee Charlie Brand; el ideólogo. El encanto de serenata de esta canción, obedece más a un instinto mucho más radial que el simple Pop de la época. E intuyo y descifro, que esa otra pasión que tiene Charlie por la pintura y arte en general. Es el otro inadvertido detalle que me falta, para unificar toda su obra. Aunque éste, el segundo, sea el que haya aparecido de repente. Como ese amigo que necesita ahora, a tu vera.

Parece tonto, puede. Pero es infinitamente más versátil que otros moldes usados, con más éxito y pegada comercial, aunque muchísimo menos inspiradores y didácticos.
Coyote Enchantman” se zambulle en el tropicalismo de herencia Byrne para cerrar. Y para mi gusto, con más riqueza y sensibilidad que los exitosos Vampire Weekend del mismo año; salvando escandalosamente las diferencias, claro. Por eso de dar esquinazo a los éxitos populares, y tener desde siempre más apego a las cosas que ocurren, cuando tienen que ocurrir.
Buscar y encontrar es excitante, pero tropezarse y reír a carcajadas, mucho mejor. De verdad.

jueves, 1 de agosto de 2019

LOVE’N’JOY_BENDER ON THE SILK ROAD_2019: DESDE UCRANIA CON AMOR, CLARO, Y MUCHO FLOW

 

Es posible, digo posible? Seguro. Que ahora mismo, a quien le mienten Ucrania (así, en general y sin concretar). No acierten en situar la República exsoviética más occidental (junto a Lituania y Bielorrusia) mucho más allá de sus conflictos geopolíticos en la última década, sus exitosos deportistas. O como mucho, el desastre nuclear de Chernobyl de hace 8 años que ha vuelto a poner a HBO en boca de todos. Y que es posible que más de uno ni pajolera idea tenga, que fue en Ucrania y no en Rusia, así como lo de que todos los que tienen los ojos rasgados no tienen porque ser Chinos.

La superficie, en definitiva, y como mucho el poco interés que se proclama a diestro y siniestro. Si lo de mear y cagar andando, se compara con los titulares, carteles luminosos o logotipos; que es lo que poquito a poco va imperando según avanza la vida y los pesaos nos vamos haciendo mayores.
Cuan más mayores, más pesaos; es asín.
Yo ya tengo mi plan para jubilarme (si llego). Y colocarme frente un paso de cebra, a ceder el paso con aspavientos a todo coche que se detenga para que cruce.



Pero no es eso no, lo que venía a contar mientras comienza la interminable cuenta atrás hacia las vacaciones. Ahora que… mira tú, tengo un poco más de tiempo sin más gimnasio municipal donde bajar la lorza, que echarme a mi apretada agenda.
Múnsica, múnsica!! para dejar un poco en automático, la neurona revolucionaria que de tan mala leche me pone últimamente.



Pegarle un puncherón al complejo estético y mandar fuera del campo, a tanto estereotipo placebo con el que masturbar la autoestima.
No le deis con un palo desgraciaos!! abrazarla contra el pecho y cerrar los ojos.
Si no es así, ni os vais a arrimar a esta horripilante portada; como lo cuento amigos.

Yo el primero, lo admito.
Los escuché hará ya un par de meses. Y la verdad es que esa imagen entre lo místico y los dibujos de mis hijos en prescolar, me dio repelús. Y aunque “Come About” arrancó de mi alma un gemido lastimero con melodía psicodélica noventera; que es como se venden.
Esa imagen perturbadora no hacía más que torturarme con:
- Que si esa producción tan perfecta, que si es todo tan carente de alma como esos colores violáceos, taaaan obvio y pertrechado en su conjunto


 
Pero sin ser todo lo contrario ni justificar mi vicio malsano por cosas del estilo: Lightneen Seeds, The Dylans, Kula Shaker, Dodgy y ese boniquismo post Madchester Britpoperil.
También digo que es como esa reconstrucción que hizo Will Sergeant de Echo & The Bunnymen sin Ian Culloch en 1990 con Reverberation.
¿son los Echo? Pues no.
Pero ese puto discazo me parece infinitamente más interesante y disfrutable que algunos mierdacos publicados entre su ahora y 1997; donde solo se salva Siberia y poco más.


Pues LOVE’N’JOY es más o menos eso:
No se si su intento por rememorar esa psicodélia entre el Pop de siempre y su colorida concreción Escalidélica Brit es premeditada. Pero el caso es que les ha quedado un álbum cortito de 8 temas. Con al menos cinco temazos rotundos, infalibles, y tan digestibles como un sorbete de limón tras un acopio de grasas colesterólicas, en una calurosa tarde de verano.
Blitz” tiene un nosequé de fuegos artificiales, cohetes y espuma de cerveza, que parece que a Anton Pushkar (su cantante) se le haya metido dentro Crispian Mills.
Un soniquete mil veces machacado, pero tan necesario como la gaseosa o lo carbonatado cuando abunda tanto garrafón.
Échale unos polvitos mágicos de bicarbonato y lo que sea, que “Raving Referee” ya se encargará del resto.
Sin complicaciones ni reflexiones sesudas buscando autorías o méritos, solo música eficiente.
Y es que muchas veces nos vamos tanto por los cerros de úbeda, o pedimos silencio/vítores a cosas tan mundanas. Que el huevo frito con chorizo más esencial de nuestra alma primitiva, sale como un eructo pidiendo solo comida y placer; joder ya!!
Si es que a eso que llaman instinto animal, para los humanos es la virginidad libre de campañas medáticas.
Tira con “Animals” fiera!! Que bien podría ser una rumba psicotrópica de los Amaya, harto ya como estoy de tanto mejunje. El “Starry Night” en constelación choni con Ian Brown; que mira como saquedao la criaturica!! Y un ejercicio de manual tirando la mirada más atrás y chimpún: “Stolen Pearl” y “Cosmo”.
Y se queda uno más a gusto que en brazos sin más pretensiones que echar un rato.
Camarero la cuenta!!

domingo, 14 de abril de 2019

THE NUDE PARTY, SEAZOO… Y AHORA BUSINESS OF DREAMS: TRIÁNGULOS DE LAS BERMUDAS POP, LISTOS… PARA DESAPARECER.





Solo pido que llueva a borbotones para que el sol salga aún con más fuerza. Y en el propósito por invocar a los apóstoles paganos y padres de las tradiciones menos litúrgicas, solo veo Pop en los destellos y reflejos más casuales de la luz matinal.

No es cuestión de vivir/disfrutar del día, las semanas o la vida. Son los instantes; tantos e incontables en una porción de día más o menos mesurable. Que poco o nada importa el mañana si se diese el caso de que cada nota y melodía, pudiese ser como la escasa vida de un espermatozoide fruto de un multiorgásmico éxtasis.



Un ramillete de floridas tonadillas recogidas camino de la escuela, por esos campos de Los Cañones; visores del litoral Badaloní de aguas planiformes. Que paradójicamente han cobrado todavía más sentido al entrar de pantorrillas en el primaveral 2019; aunque sean unas del pasado año y otras tantas, de este.

Pero es que la verdad, poco creo ya en la idoneidad de escribir sobre la hipotética actualidad, cuando todo fluye a una velocidad de vértigo. Estando como estamos en este mundo para detener el tiempo.




SEAZOO por ejemplo, no entró en mis listas del pasado año pese a lo mucho que molaba “Shoreline”. Una canción con cierta electricidad, pero que Ben Trow canta igual que lo hiciera Neil Hannon en “The Pop singer’s fear of the Pollen Count”: Con ese deje new wave victoriano tan británico, a pesar de ser Galeses.

Una nimiedad si la comparamos con la atizadora “Dig”: De esas canciones que todavía raramente se dan a día de hoy. Donde solo en las ciénagas dan rienda suelta a las guitarras elásticas y sempiternas sin miedo a parecer de otro tiempo.

Los fogonazos de Beulah, Olivia Tremor Control o inclusive los Pavement más poperos. Que aterrizan desde la distorsión popi de Yo la Tengo o la Velvet. Y decoran este disco de Altpop con algo más de lo que se intuye cuando se cita al Pop como referencia , pero que igual que el Rock. Se queda corto cuando la inspiración momentánea, hace circular pequeños guiños de otros costales que lo engrandecen.



En eso, Galeses, Escoces e Irlandeses son especialistas al igual que los de las Antípodas, cuando al igual que en la viña: las particularidades identitarias nos descubren bandas que parecen “una más”; pero no.

El debut de este joven quinteto, por suerte, es uno de esos discos sin pretensiones; ni siquiera una portada bonita. Pero con un espíritu palpitante heredado de los 90, que además está plagado de canciones sencillas, apetecibles y notables.

La dulzura de “Cyril” o los gráciles casiotones que campan a sus anchas en “Roy’s World” o en “St Hilary Sings”. Dan ese aire a los treinta y pocos minutos escasos, de inmediatez. Aunque también sería de necios subestimar el talento urgente de las composiciones de Ben, cuando “Bad Day at the Polythene Plant” cierra el disco y a uno le llega la sonrisa de oreja a oreja bailando como un memo.




Después hubo también un día regresando de casa de la mama hacia el trabajo:

Mañana fría de Enero y humedad penetrante.

Que de un solo acorde se convierten de sopentón en Cocoa Beach, viendo en el Sonny’s Porch a los zagales de THE NUDE PARTY en pelotas picadas.

No amigos, no es una ilusión. “Feels Alright” tiene esa capacidad Velvetiana ahora festiva, para que el buen humor y el positivismo sean un estado perenne de narcótica mirada. Estos mendas han parido un segundo disco tan glorioso para paliar las mierdas de la vida. Que bien podría, sino curar la enfermedades terminales, hacernos por lo menos más dulce la huida de este mundo ahora infecto.

Los himnos nihilistas “War is coming”, “Paper Trail Money”, o los ramalazos rollingstonianos de la bendita “Records”. Son la sucesión de melodías más diabólica posible. El Twist surfero de “Live Like Me”, o las arrabaleras “Wild Coyote” y “Astral Man” que solo hacen que preguntarme que… ¿de verdad, de verdad necesitamos venerar como a Lola Flores, a Alex Turner?

Por favor!! la vida sigue.




Y nosotros, los precisos que andamos desbrozando tanta miseria humana como la propia, sin más ilusión que atisbar un claro en la espesura. Es ver un riff casi extinguido con los anteojos del alma, y arrancarnos por bulerías. Sabiendo como sabemos; o deberíamos. Que la vida es más efímera que la espuma de una cerveza en pleno mes de Julio.

Yo ya veréis que tengo mis ratos.

Veces que decaigo en un romanticismo Baudelaireano, como que me pongo palote con unas guitarras bien ácidas; es la edad, supongo. Que a las puertas de los 49, noto el aliento en el cogote de la cincuentena, como la escena de la ducha de Psicosis o la musiquilla de Tiburón.

Así que me he agarrao al segundo disco de BUSINESS OF DREAMS, como Robert Crumb a un culo.

Ripe for Anarchy (Slumberland Records_2019) es, se dice así? El disco de la maduración?




La banda Corey Cunningham; originario de Tennesse. Cita a Sandra Cisneros y su poema “One Last Poem for Richard”, para dar título a RIPE FOR ANARCHY.

Una disco que me va al pelo, pues su cancionero va (tras la muerte del padre del autor), sobre vivir el momento y liberarse de la contaminación a la que nos somete la actualidad del mundo.



Cuando me vaya, no llores por mi, concéntrate en el momento, sé libre” Dice así el tema de apertura “Chasisng That Feeling”: Un indie pop de manual que vuelve a arar sobre unos páramos actuales, necesitados de Pop honesto.

Sin embargo, aunque el disco trate de manera premeditada de homenajear a Grant McLennan, Field Mice, o incluso tiña con exceso y menos acierto que Dan Bejar en Kaputt una producción llena de mullidas brumas, igual de forma inconsciente. Hay un trasfondo que es más tangible, conforme avanza el disco. Que a mi me recuerda a cosas muy chulas aunque menos evidentes, como a: The Lucy Show o a ese binomio lírico/experimental que tejieron bandas como Eyeless in Gaza y Comsat Angels: “Keep the Blues Away” o “The Hatchet Song” tienen esa impronta por ejemplo.





Aunque lo cierto es que la impresión más inmediata, es la de Pop de luminosidad no exenta de melancolía y plomizos. Que remite a una colección de referencias ancestrales tanto indieAor, como de exquisitos y delicados detalles encantadores.

La expansiva tan “Tango in the Night” fleetwoodmaquera de “Naive Scenes”. Otras que espolvorean de talco perfumado cada nota de “La La La La”o “My Old Town” convirtiéndolas en verdaderas odas popis. Miradas al pasado más pretérito con tamizados de The Zombies/Stone Roses hacia el final, con la preciosa guinda “I Feel Dread”. O la quebradiza “Don’t Let Our Time Expire” que separa como con pétalos de flores secas, un álbum que engaña totalmente por su apariencia enclenque y pálida. Pero que puede ser perfectamente el disco Indiepop con pedigrí, de este presente 2019.

viernes, 14 de septiembre de 2018

ALABANDO ÁLAVA, Y LA SINTONÍA GALÁCTICA DE STEPHEN MALKMUS & THE JICKS EN: SPARKLE HARD_2018





Nos prometieron el oro y el moro, y sin embargo:

Solo silencio noctámbulo apenas roto por las hojas que se lleva el aire, la graba, los ojos de ese gato moteado adoptado; casi de la familia. Y los ladridos de ese perro sheriff de Narvaiza que retaba en duelo al forastero, lo mismo que a las cabras de su dueño.

La mirada penetrante y condescendiente del semental macho cabrío. Patxi con sus hortalizas a ritmo de rock y su berenjena sustraída/extraviada, el tractor y sus supuestos 109 habitantes censados y milagrosamente invisibles.



El pueblo de Narvaiza (Narvaja), destino de nuestros sueños estrellados en azul cobalto de este verano. Han sido cuanto menos por más de las advertencias del despoblamiento de Álava, (la provincia menos conocida de Euskadi), reveladora y apaciguadora sobretodo, cuando el silencio y el paisaje horizontal o vertical cabe en tu encuadre personal.

Otras veces pasa que hay que hacer mosaicos mentales para recomponer y poder admirar. Pero allí no. Todo cabe en tus inmediaciones, en tu dominio minúsculo y en tu radio; el que puedes y de echo necesitas controlar. Y alcanza más magnitud emocional, sobretodo, cuando no hay ni un plan urdido o tan siquiera una esperanza de que todo ocurra tal y como programaras.




Ya han pasado dos semanas por lo menos desde que regresáramos. Y es ahora cuando el aparato digestivo de tu recuerdo, expulsa la constatación en forma de texto/narración, con su banda sonora; faltaría más. Apunto como estoy de volver al curro.

Casual, inconexo y un poco arbitrario pues seguramente la experiencias viajeras se podrían resumir tan solo como el cruce de un umbral: Esa imaginaria estancia a la que te adentras por primera vez o incluso a la que vuelves después de diez años:

Urbasa y Andia a la izquierda, Aralar a la derecha, y Aizkorri-Arantz de frente presidido por el embalse de Ullibarri-Gamboa. El espacio inmenso y nuestra diminutez igual que una circunstancia en el tiempo. Con ese recuerdo impreciso que al pasar los años con sus lluvias, al volver, siempre es distinto como lo recordabas y todavía más impactante.

Un efecto que casi siempre (y será por la edad); truco al que echar mano. Tu expectación, la mayoría de veces se ve superada en ese efecto déjà vu del constante tránsito de la madurez/juventud que bombea tu imaginación más grandilocuente, por la deslumbrante llegada al paisaje perdido de tu escasa memoria.







Con la música a veces, o muchas, pasa igual: Es superior el efecto que produce la materialización a golpe de nota musical en esos años dulces de tu añorada juventud. Que el verdadero renombre que alcanza en el presente más absoluto e inmóvil; justo ahí.

La música sublima sobre épocas, géneros, tendencias y modas. Más aun cuando el tránsito temporal a rebasado las novedades, como su autor: Stephen Malkmus (exPavement). Y aparece de golpe empujando mi mantra vivido en su más reciente exposición del último directo en KEXP (la gloriosa emisora de Seattle), como una aparición mariana en una tienda de discos de Bilbao. Las miniaturas gastronómicas de euskadi entonces, se texturizan con momentos tan eléctricos como el REdisfrute de este elemento diluyente.

Vino, comida y música son la ambrosía. La felicidad hecha ente inmaterial con la compañía; claro está. El sitio. Y los interlocutores de tu salva.

Y un disco que argumenta. O por lo menos, sirve de excusa para dar forma al recuerdo que te va a quedar de tu paso por Toloño, la calle de la cuchillería, los enormes plataneros de Fray Francisco de Vitoria, el banco de Wynton Marsalis, los bosques de Velate, los campos de girasoles, el ajetreo del Gaucho en la Travesía Espoz, esa botella de Viña Ardanza que ruge desde tu juventud noviazga, la abuela que sale a tu paso para ayudarte, la maravilla sensorial del Guggenheim y su contenido, el paso por San Felices hacia Eskuernaga o las vistas de la Sierra Cantabria desde el castillo de San Vicente de Sonsierra.

  
Todo eso se podría resumir en una canción: “Solid Silk”. Que como una fina brisa acaricia la guitarra como el junco se flexiona, y unos arreglos de cuerda balsámicos que buscan registros antes desconocidos.
Una reinterpretación del san benito de su antigua banda, a la que solo el tiempo es capaz de diseccionar todas sus capas freáticas en forma de melodías inconexas e inaudibles. Y que brotan solo si la agudeza es tal para no quedarse con el ruido, la distorsión y su abstracta y bendita asimetría.

Vale la pena volver a revisar toda la discografía de aquel mágico combo con Malkmus a la cabeza. Y cerciorarse de que, una vez amansada nuestra efervescencia guitarrera noventera. Hay todo un universo inescrutable, con una riqueza muy superior a la que históricamente se les atribuye.



Dirías en un principio, que la perezosa “Cast Off” retoma la anterior discografía de Malkmus en solitario. Cuando perdimos toda esperanza de que esa espinosa banda con forma de chumbera volviera a resucitar el raído y desgarbado espíritu inconformista noventero. Pero tienes que esperar al aullido de las guitarras para arquear las cejas. Cambiar el modo postgrunge y pensar que tu evolución no es tal sin la polinización creativa. “Future Suite” prácticamente comienza donde terminó “...And Carrot Rope” allá por el final de siglo. Cuando en plena resistencia a madurar con treinta años, todos nos sentimos traicionados por su disolución y viraje hacia hacia cadencias más meditabundas.

Recuerdo su último concierto de despedida en la sala dos de Zeleste con un puñado de feligreses. Y palpar la verdadera traición de su inmaduro público, que ahora se daría de hostias por volverlos a ver.



Casi veinte años después, y aunque al sonar “Shiggy” todos pensásemos (incluído yo). Que ese amago 100% Pavement fuese por fin ese elixir definitivo hacia la eterna juventud.

Rebusquemos desesperados como la madre que pierde a la criatura en la feria, pero ni rastro.

En cambio fue ver sobre un escenario a Stephen Malkmus con sus engrasados Jicks. Y aparecérsenos Nuestra Señora de Fátima con los tres niños y la santísima trinidad.

Si esa estertórica canción ya transmite vibraciones exfoliantes. En directo es una gozada ver a Malkmus hilvanar esas aparentes melodías inconexas como puro exorcismo. Eso, y observar como la banda tras unos cuantos discos, parece escupir lo que la endiablada mente de Stephen maquina con una sonrisa de oreja a oreja. Parece fácil, pero creo que es parte de la magia que atesoraban Pavement como banda y sus adoradas imperfecciones. Y este nuevo disco. Sabe plasmar a la perfección en toda su extensión y como conjunto de canciones, una química parecida.

Stephen Malkmus al igual que J Mascis, es un puto genio haciendo lo que otros convertirían en mediocridad.

Es fácil y no han inventado nada que no se hiciera en mil ocasiones (solos y distorsiones). Pero sin el enfoque melódico y tierno de ambos, sería la historia que se vuelve a repetir. Y todos sabemos que no ¿verdad?



Solo así, da sentido la química de “Difficultes/Let Them Eat Wowels”: Dos canciones en forma de una, que podría ser esa chaqueta reversible de colores vivos que bien hace de anorak, de chaleco y de elegante impermeable.

Una psicodelia sacando punta al Vocoder, como Toloño a algo tan tradicional como el Xangurro. Donde el de Santa Mónica se siente tan cómodo como un gorrino en un lodazal. La miniatura de “Future Suite” es el contrapunto en su diminutez y el vacile de sus guitarras no hace más que certificar la síntesis como fórmula magistral.

Su camino hasta llegar aquí, no nos equivoquemos, no ha sido fallido. Sino incompleto sin la esencia que todo artista que emprende carrera en solitario se empeña en aparcar. Y la prueba está en “Middle America”. Una pieza soberbia que no sabría decirte ahora mismo si la prefiero en acústico, en directo o tal y como se ha publicado en el disco. Es mágica de cualquiera de las maneras y conjunta con maestría su época en Pavement: Canciones que por aquella época ya se adentraron en paisajes más tiernos y acústicos.

Todo lo que ha sucedido en los siete discos con The Jicks plagado de joyas y con una sustancia todavía por escudriñar. E incluso su participación en Silver Jews dan sentido al sonido de este disco.



SPARKLE HARD es un entretenido paseo de toboganes, desniveles, caídas al vacío y momentáneos remansos cargaditos de alucinógenos. Un disco como decía mi compi de Mad Robot M. Grau: “un disco que no está de moda”. Pues no sigue las directrices del punteado coloreable/recortable típico de los precocinados de ahora.

Su gracia es más la aventura de lo imprevisible o de las conexiones invisibles en sus armonías; si mamaste Pavement, pues ayuda. Aunque a algunos se les haya olvidado ya, que era salirse (o por lo menos dejarse arrastrar) por algo distinto al típico estribillo/estrofa/estribillo/solo de guitarra/teclado, y vuelta a empezar. Fíjate que canciones como “Rattler”, a mi me encomiendan al rock progresivo de los 70 (Jethro Tull, Frank Zappa y otras lindeces con menos relación)

¿que hacen falta drogas para zambullirse y no ahogarse? Quizás.

Pero que se lo pregunten quienes como yo, al ver tocar la perturbadora “Bike Lane” han visualizado la puta canción del verano sin apelación alguna.

No esos “que si mi cintura necesita tu ayuda, el sácala a bailar, o si así se vive mejor” que podrían arder en el infierno hasta el fin de sus días. Sino ese fuzz de bajo/guitarra abejorro que taladra los sentidos como lo hicieran los Sonic en el “Youth Against the Fascism”; tan adecuado ahora. El swim sorpresa de ese piano que rompe por completo la armonía. O esa joya de letra engarzada en mímesis/parábola, entre el asesinato a manos de la policía de Freddie Gray y los controvertidos carriles bici en las ciudades.

Textos que afianzan al Californiano dentro de esa paranoia que es inspirarse en la realidad más, o menos metafórica. Y que son otro atractivo más; aunque a mi de siempre me ha parecido un letrista más profundo de lo que se le suponía por su música casi siempre felizmente destartalada.

Los dilemas existenciales de “Kite”, envasados en casi siete minutos de genialidad, que deambula medio mimetizado entre el krautrock, la psicodelia, el funk incluso, y muchos muchos ramalazos que encuentran su origen en un pasado bastante más lejano que el de su banda embrionaria.



Se erige como un guitarrista ya sabio, y un hacedor de atmósferas en donde retozar, digno de análisis profundo. Estas canciones sin duda lo necesitan y lo agradecen.

Brethen” refuerza la idea de que no es posible mucho sin poco. Y si la asimilación de este disco como una obra de infinitas escuchas y detalles aparentemente difusos parece una empresa perezosa. Lo extraño es que con canciones como esta, que son todo un prodigio de arreglos casi transparentes de apenas dos minutos. Se puede entender a la perfección entre ese binomio de excesos, sencillez y practicidad a la hora de cocinar canciones.

Teniendo como clarividente prueba de ese viaje laaargo laaargo de Stephen hasta llegar a esta exposición maestra. La maravillosa cauntry ballad slide de “Refute”; totalmente entroncado a mi favoritísima “Range Life”. Y con Kim Gordon(Sonic Youth) a las dobles voces en pleno idilio/guinda musical ¿se lo imaginan?. Pues es una de las canciones y lírica más preciosas de este 2018.



Háganse un favor y escúchenlo sin prisas

lunes, 25 de junio de 2018

THE ASTEROID N.º4_COLLIDE_2018 (13 O’Clock Records): DISCOS PANORÁMICOS PREDESTINADOS A MUSICAR EL VERANO





Ya he decidido no volver a dar la mano a clientes, recién conocidos y tratantes. Desde ahora, solo abrazos henchidos y constringentes de esos que serigrafían los latidos en tu pecho.
Desde que certifiqué así, que padecía una epicondilitis (codo de tenista); seguramente por mi trabajo y la recurrida excusa de la edad. Y de que justo el certificar mi dolencia, experimentara un querencia por marcos de puertas, ventanas y cualquier superficie duro para con mi codo; vamos, que no hago más que darme golpes en el punto exacto del epicondilo.
Que quien sabe, pudiera que pudiese ser la edad con su consiguiente pérdida de cálculo espacial y perimetral; no lo discuto. Es más, seguro que hay un estudio sobre eso, el acercamiento hacia los cincuenta y la pérdida inconsciente de ese don que tienen los murciélagos y que nosotros suplimos con la juvenil y grácil agilidad: ¿el torpe nace, se hace o se instruye según cuenta canas? Un misterio, gente.
En cualquier caso. Yo solo sé que desde hace cuatro años aprox, arrastro involuntariamente la planta del pie al caminar, voy al tanto con los tropezones igual que un Ñu bebiendo en una charca infectada de cocodrilos, y no hago más que darme golpes en el dichoso codo.
Y dirán…Y ahora?
Bueno. La solución no la he hallado en un medicamento, codera de porexpan o terapia alternativa. Sino en la música sí.


Desde que cayera en mis manos el noveno disco de esta banda originaria de Philadelphia y establecida en San Feancisco desde el 2011; con el cual conmemoran el 20 aniversario de existencia. Mi deambular por casa, solo obedece a los compases de Collide:


Me levanto a oscuras a miccionar a lomos de “Explore”. Voy de mi diminuto lavadero cargado de colada sin miedo al quicio de la terraza bailando con “Explore”. Y hasta girar en mi micro mampara de baño cual Derviche, con la voz de Emili Polle de crines acuestas de “Weeping Willow” mientras me ducho.
Desde ese preciso instante en el que la luz cenital apunto desde el cielo cual Mr Bean caído. Son los vaivenes acompasados de la banda de Scott Vitt los que rigen mi día a día, y han dejado en un recuerdo peregrino aquel Hail to The Clear Figurines del 2011, con el que los descubrí: Un disco que navegaba entre pleamares y corrientes marinas, de una psicodelia mucho más evidente que el disco que nos ubica; muy cerquita de los Black Angels.



COLLIDE sin embargo, sitúa a la banda mucho más cerca de nosotros. Sobretodo y más que nada, porque su sonido se aleja discretamente de ese toquecito de Americana, que hacía y hace, que su música no sea la de ese tipo de banda que se aferra. Sino que la libertad a la hora de dejarse llevar por los caprichos de la naturaleza, sea la que da quilates a su trayectoria y discurso.
Este bocado corto de ocho canciones, nos pone de cara u orientados hacia una latitud más británica: The Church, House of Love, Lloyd Cole y los Commotions en ocasiones. La intensidad de los primeros Mazzy Star de esa canción que os citaba al principio; “Weeping Willow”. Y que nos remonta y rememora aquel rock americano parte Janis, parte Soulwomens de rasgos más Underground. E incluso a unos 60 mágicos, volátiles y tan románticos como la de los Rolling de Brian Wilson.
Esa miscelánea en definitiva, que hace que el rock anglosajón beba realmente de infinidad de charcas, épocas, híbridos y tics culturales, igual que las especies y las esporas viajan.
Y que en este disco se dan cita como un halo de belleza azucarado y tremendamente melancólico. Por obra y gracia de ocho canciones mágicas, de las que uno, no puede separarse ni un minuto. Seguramente porque que dan de pleno en la diana del bien denominado temazo.
Lo mismo da que empieces desde el principio, o de atrás hacía adelante.
Cry for Osana” por ejemplo, modula su épica orquestada hacia territorios espirituales y mágicos. De los cuales, sus nueve minutos y medio jamás abusan del bucle y sí del vuelo: sin motor, estupefaciente o paranoia que valga. Solo paisaje y cromatismo sonoro. Antes “Remedy” hace una ecuación entre Cass McCombs y los Jayhawks. El resultado, un vals que me lleva en volandas sin tan siquiera acusar la más mínima torpeza; ellas me elevan.
Los slides y tremolos de “Finest of Mines” que inician este tema, que bien podría tratarse de un corte de una banda cualquiera de Shoegaze de los 90; curiosamente, muta. Siendo en realidad de un rock clásico que flirtea sin rubor y que delega la grandeza, en la canción sin más. Podría tratarse de lo que quisieras: Neil Young, Big Star, The Byrds, Slapp Happy... o cualquier otra referencia que amortiguara el tiempo y todo lo que vienes escuchando. Pero sinceramente solo puedo quedarme en este caso con las canciones; “Weeping Willow” es una prueba palpable, paradógicamene como el nombre de otra de mis amadas bandas.

Collide”; la que da título a este maravilloso disco. Tiene esa magia un tanto mainstream que a mi personalmente tanto me recuerda a una época de la que nunca fui en absoluto devoto. ¿soy yo el único que atisba esas odas pomposas de los 90’s tan indies? Aun y así me gusta, y sería lo mismo que decir lo que aborrecí a bandas como Verve, y adoraba sin embargo esos mismo ejercicios en manos de Suede o de Pulp; con más gusto claro.
Y al final pues supongo que no se trata de lo que se haga, sino como. “Sagamore” también tiene ese ramalazo de brazos en alto, corear, y hasta llorar como un eterno enamorado de la moda juvenil. Pero mola aun y así. Sin ni siquiera preguntarme si es la edad o la nostalgia.
Explore” y “Ghost Garden” son tan enormemente sencillas y de sonrojado encanto natural, que bien valdría seguir girando como si nada. El umami perfecto del torrezno que se funde en tu paladar como una droga prohibida. De la miel de tomillo cristalizada, o de la Panela estremeciéndose en el azucarero cuando hundes la cuchara.
Un disco pura delicia, que desde su primera escucha ha sido cabecera y candidato al Plinto del año. Y engrandece a una banda prácticamente desconocida, con una riqueza musical inalcanzable para otras, empeñadas en forzar los engranajes hasta pasarlos de rosca.
Para THE ASTEROID #4 todo es más fácil, orgánico y congénito. Posiblemente por el talento de quien no rinde cuentas a la maquinaria. Todo un homenaje a la llegada desde ya, del Verano eterno. 
Y que además los tendrémos paseando su exquisita discografía por nuestro país, este otoño.
TOUR EUROPEO 2018

 

lunes, 18 de septiembre de 2017

THE BLACK WATCH_THE GOSPEL ACCORDING TO JOHN/2017: EL EVANGELIO MÁS ESPERADO



En los primeros coletazos de este convulso 2017. Donde ya fueran unos veteranos como The Bats los que sentaran cátedra. Abanderando el regreso de algunas de las bandas más recónditas de éste, nuestro universo sonoro con fecha de caducidad.
Es más que evidente que a falta de revulsivos de buena y nueva savia amargante. No es que las tortas sean suficientes. Pero seguramente serán las que (por suerte), salven un año falto de discos donde mojar pan, rebañar y chuparse los dedos.

Debería quizás, haber arrancado el final del estío con un escrito rememorando mis andaduras por las tierras Itálicas. De intensa licenciatura en Grappas, posos de café y cremosas texturas de helados.
Porque doy fe, que en quince días, me he propuesto y aplicado en no dejar una comida sin su correspondiente espresso, espirituoso y helado final; como postre. Cuneo, Orbieto, Tarquinia, Roma, Montalcino, Montefiascone, Bologna, Mantova y Ravenna, han sido las cómplices.


Pero sin más rodeos que dar, que los 3600 Km aprox. recorridos. Es ahora y antes de incorporarme a mi sustento laboral, cuando no quiero dejar pasar un instante más para escribir sobre uno de esos regresos cosecha de los 90 con nueva y reluciente añada, que más me ha emocionado en lo que llevamos de 2017.
Los veteranos Californianos The Blackwatch tienen nuevo disco; de los veinte que ya llevan a sus espaldas desde el 88. Pese a esa longeva trayectoria, la banda de John Andrew Fredrick; tras la huida de su vocalista Steven Schayer a The Chills en el 2008. Sigue siendo uno de los tesoros más injustamente escondidos de la escena Poprock americana.
Es más que probable que algún malpensado crea que su discografía no merece mucho más que eso: La de la curiosidad por ser uno de esos productos neutros, que no han sido lo bastante alternativos para llamar la atención del moderneo, ni lo suficientemente solemnes y de culto como para por lo menos ser parte de las citas recurrentes e influyentes. De esos hay muchos: Habitantes del limbo musical poco promocionable: The Church, Lloyd Cole, Dream Syndicate, Go Betweens, Diesel Park West, The Clean o The Soft Boys.


Para beber de estas anomalías ya estamos los bichos raros. Un poco hartos de los gestos predecibles y del recurso fácil.
Pese a la rareza de su abandono, y aunque admito que no había vuelto a escribir una línea desde aquel LED ZEPPELIN FIVE del 2011, que me los descubrió. Y no porque su posteriores tres discos hayan desmerecido en absoluto. THE GOSPEL ACCORDING TO JOHN me parece de una concreción tan absoluta y determinante, que puede que en él esté la esencia de casi 30 años de su carrera.

Concentrado y condensado de ese espíritu psicodélico discreto, y con todavía el alma inicial Powerpopera que le viene de casta Californiana. Este trabajo lleva con sigo una rabia dulce que hasta podría encamar a The Church con los Chameleons más accesibles.
Porque no me dirán que “Whence”; con quien despega este disco. No atesora la misma bendita hermosura que aquel virginal OF SKINS AND HEART del cuarteto de las antípodas.
Esos medios tiempos abrasivos que no llegan a manosear la distorsión, sino que la acarician. Que no plegan su guiño a la psicodelia en detrimento de la melodía cristalina; incluso que equilibran con precisión quirúrgica esa sensación de dulce amargura. Y que elevan “Way Strange World” al súmmum frágil de unos Bunnymen directos, y fieles a LA CANCIÓN.
En “The All-right side of Just OK” reluce la afilada producción de Rob Campanella (Brian Jonestown Massacre); quien los ha dotado en esta ocasión de un sonido más contemporáneo y oscuro. Pero es en “A Story” donde podemos ver a unos Black Watch más reconocibles. Claramente alejados de sus anteriores trabajos de sonido más marcadamente Powerpopero, pero igualmente fieles a su idea de tejer armonías. Si bien es cierto que este trabajo las guitarras destacan por sus rasgos cortantes y abruptos.

Jealosy” y “Oscillating Redux” retoman con clarividencia los dejes característicos que tanto me recuerdan a Kilbey y sus muchachos. Aunque seguramente la incorporación del nuevo guitarrista Andy Craighton sean la razón más clara para que la banda de los Angeles, suene esta vez tan contundente y demoledora.
Orange Kicks” ataca desde abajo, siendo uno de los cortes de altos vuelos igual que su cierre con la mastodóntica “Satellite”. Y sin dudarlo un instante, las pruebas más claras de que estamos ante uno de los álbumes del año. Discos como este, que no se andan con rodeos sino que exploran con intensidad inaudita las múltiples vertientes de la Psicodelia, del Rock americano. Y el sinfín de posibilidades dan los géneros, siempre y cuando sean las canciones las jefas del asunto.

No es cuestión ya de calidad, sino de sustancia. Y porque no, la excusa perfecta para adentrarse en la amplia, rica, imperecedera y maravillosamente prolífica discografía de esta estupenda banda.