jueves, 11 de junio de 2020

VINTAGE SERIES DE LUSTAU_AÑADA DE 1992: MALDITOS ELIXIRES!!






No soy de los que piensa más de la cuenta en los acontecimientos que nos salen al paso, y de cómo los capeamos o transformamos en utilidades emocionales.
Pero si algo he de sacar en claro de esta mitad de año rara de cojones. Es el paseo imaginario al que Armando Guerra y sus fieles me están arrastrando de pleno consentimiento; está claro. Pero medio a tientas, en las charlas históricoesenciales e instintivas, con el segundo Contubernio ya en mis manos, sus divertidos textos, y los directos en Instagram de Sherry Wines Jerez.

Sabes? Son de esas cosas, que bien distintas a las de la música y la batalla de arar la tierra en busca de brotes. En el caso de los vinos. Hay una parte tan inacabable de estímulos y reflexiones – las que te convocan nuestros vibrantes sentidos – Que bien podría comparar con la biodinámica y lo que se pretende al sanear los residuos que nos deja la edad.
No es que vayamos a rejuvenecer cual elixir de Panoramix, pero casi.

Estoy llegando casi a entender la vital importancia y punto de partida, de las crianzas biológicas en el Marco de Jerez: Sus vinos desnudos con tan solo la salinidad crujiente que alimentan Levante y Poniente, la sequedad contorsionista de la albariza, o la esencia donde todo empieza antes de llegar a un Palo Cortado, sus vinos viejos e inmortales, o la aparición fantasmal de sus antepasados.
Desde entonces, no me bebo igual un vino blanco/resorte. O los que yo llamo: Vinos para entender los colores básicos y sus diferentes formas. Que son, o deberían ser, los que nos estimulan el intelecto sensorial del ser humano para entender el vino, como un elemento inherente a la ingesta de alimentos y lo que supone la incorporación de los mismos en el placer de comer y beber. Tan importante para mi, como vivir y en el intento, no sucumbir en las zanjas que cuatro cabrones nos preparan.
Que también atribuyo a algunos vinos blancos de mínima intervención, e incluso a espumosos o no, franceses y de aquí. Que en su elaboración, contemplan la oxidación como una virtud que no siempre ha de pasar un velo flor. Y que les supongo desde ya, en las peculiaridades de los vinos (uva, suelos, clima y elaboración natural).

Pero ay de mi!! Cuando se te aparece de noche y sin esperarlo, un oxidativo que te coge por los pies para meterte el miedo en el cuerpo. Si a las experiencias del más allá se les puede atribuir un miedo real tal y como lo entendemos los humanos.
Yo, lo definiría más: como un vértigo adictivo, cuando descubres algo magnífico.

En este caso y para mi suerte y parafraseando a Mister Sulo Resmes. Cuando con la instantánea del primer Contubernio, me invitaba a salir a la busca y captura del Cream de Juan Piñero en Sanlúcar.
Mi primera experiencia con un abocado así, en pelotas picadas y al tiempo que leyendo la historia escrita que acompaña a este vino. No fui capaz ni por el más lejano de los asomos, de balbucear lo que hipotéticamente me iba a encontrar. Y ves, que ese concepto de vino dulce o semidulce; como lo define Armando. Se va por el peralte, directamente al carajo.


Este Jerez de añada que se cuela por las grietas normativas del Consejo Regulador, como una rareza o experimento. Es cierto que tiene unos porcentajes muy altos de azúcar residual fruto de la sobremaduración de sus uvas, y sería un vino dulce para cualquiera de los mortales; pero no.
Y digo no, porque siguiendo la turbadora liturgia del descifre de este vino con ese maravilloso ámbar de vino rancio. El posterior sucumbir, arrodillándote en la extraordinaria paleta de aromas antiguos, profundos y casi de otro mundo.
No acaba en el deslice bucal del alma de estas viejas soleras de olorosos sin mas que el bálsamo del dulzor embriagador y delicioso; que ya es mucho. No.
Pues conserva una acidez punzante que se va al final del paladar, alargando todas esas anteriores sensaciones descritas. Provocando una ligera puñalada, que en un acto de puro masoquismo. No solo demanda más, y más, y más… Sino que detiene el tiempo, con un postgusto casi eterno.

Supongo que es entonces, cuando uno entiende el sentido del término “vino generoso”. Pues no solo es la plenitud que te otorga con detalles de avellanas tostadas, nueces, crema quemadita o garrapiñadas. Y esas maderas que hacen una: vino, tiempo y albariza.
Sino que además, tal y como se aposentan en una buena copa, perfuman la estancia de tal manera. Que uno no se ve capaz de asomar la nariz a ese elixir poderoso y balsámico. Sin caer no sé si en la reflexión que atribuyen a estos vinos, o en la encrucijada por acertar su complejidad y variedad de matices.

Una añada (1992), que LUSTAU vendimió de manera tardía y sobremadurada. Y que crió durante 27 años en barricas de viejos olorosos de manera oxidativa, a ver que narices pasaba.
Que tenemos así:
Pues un vino que estaría a medio camino entre un oloroso, con la acidez de guchillera de un Amontillado viejo. Y que en el dulzor de su sobremaduración, hace diabluras equilibristas como si fuera un Palo Cortado juvenil y un Oloroso sin domar; espera que igual no me explico bien…

En realidad es un vino hecho de uvas sobremaduradas, sin llegar a la pansificación de un Pedro Ximenez. Con lo cual, pese a que su grado de azúcar es alto. Hay una acidez y punto de sequedad salina lista para evolucionar en esas barricas de olorosos viejos, otorgándole un dulzor sápido, muy largo. Pero nada empalagoso, pues esa acidez final y retortigera potenciada de una manera extraordinaria con los 27 años de crianza oxidativa. Lo hace un vino meloso, a la vez que un delicioso híbrido que auna las virtudes de cada casta de los Sherrys.

Ataque en nariz de volátil potente e incluso de barniz o resina, al punto que se abre o se ha enfriado en exceso. Y que desemboca según se atempera, en un regalo expresivo de matices.
Su primera entrada en boca es dulce aunque fresco, muy profundo. Se va al final de la lengua… y de ahí en adelante es, sencillamente ETERNO.
Una cosa para bebértela en pequeñas dosis con la noche puesta, para abrir la mente de par en par poquito a poco; así lo he disfrutado yo.
Y en botella de medio litro, básicamente, porque los elixires como las drogas y los venenos, bien dosificados. Para no morir en el intento.
Aunque, una muerte así, bendita fuera!!
100% Palomino de vendimia sobremadurada y criado en oxida en estática por 27 años. Botas que previamente se utilizaron para oloros. La fermentación de para con la adicción de alcohol hasta los 18 grados. 4878 botellas embotelladas en el verano del 2019.
Alc 20% densidad 1.05 pH 3.08 volátil 1.08 acidez total 7.44 azúcar residual 190 grs.

No hay comentarios:

Publicar un comentario