No
soy de los que piensa más de la cuenta en los acontecimientos que
nos salen al paso, y de cómo los capeamos o transformamos en
utilidades emocionales.
Pero
si algo he de sacar en claro de esta mitad de año rara de cojones.
Es el paseo imaginario al que Armando Guerra y sus fieles me están
arrastrando de pleno consentimiento; está claro. Pero medio a
tientas, en las charlas históricoesenciales e instintivas, con el
segundo Contubernio ya en mis manos, sus divertidos textos, y los
directos en Instagram de Sherry Wines Jerez.
Sabes?
Son de esas cosas, que bien distintas a las de la música y la
batalla de arar la tierra en busca de brotes. En el caso de los
vinos. Hay una parte tan inacabable de estímulos y reflexiones –
las que te convocan nuestros vibrantes sentidos – Que bien podría
comparar con la biodinámica y lo que se pretende al sanear los
residuos que nos deja la edad.
No
es que vayamos a rejuvenecer cual elixir de Panoramix, pero casi.
Estoy
llegando casi a entender la vital importancia y punto de partida, de
las crianzas biológicas en el Marco de Jerez: Sus vinos desnudos con
tan solo la salinidad crujiente que alimentan Levante y Poniente, la
sequedad contorsionista de la albariza, o la esencia donde todo
empieza antes de llegar a un Palo Cortado, sus vinos viejos e
inmortales, o la aparición fantasmal de sus antepasados.
Desde
entonces, no me bebo igual un vino blanco/resorte. O los que yo
llamo: Vinos para entender los colores básicos y sus diferentes
formas. Que son, o deberían ser, los que nos estimulan el intelecto
sensorial del ser humano para entender el vino, como un elemento
inherente a la ingesta de alimentos y lo que supone la incorporación
de los mismos en el placer de comer y beber. Tan importante para mi,
como vivir y en el intento, no sucumbir en las zanjas que cuatro
cabrones nos preparan.
Que
también atribuyo a algunos vinos blancos de mínima intervención, e
incluso a espumosos o no, franceses y de aquí. Que en su
elaboración, contemplan la oxidación como una virtud que no siempre
ha de pasar un velo flor. Y que les supongo desde ya, en las
peculiaridades de los vinos (uva, suelos, clima y elaboración
natural).
Pero
ay de mi!! Cuando se te aparece de noche y sin esperarlo, un
oxidativo que te coge por los pies para meterte el miedo en el
cuerpo. Si a las experiencias del más allá se les puede atribuir un
miedo real tal y como lo entendemos los humanos.
Yo,
lo definiría más: como un vértigo adictivo, cuando descubres algo
magnífico.
En
este caso y para mi suerte y parafraseando a Mister Sulo Resmes.
Cuando con la instantánea del primer Contubernio, me invitaba a
salir a la busca y captura del Cream de Juan Piñero en Sanlúcar.
Mi
primera experiencia con un abocado así, en pelotas picadas y al
tiempo que leyendo la historia escrita que acompaña a este vino. No
fui capaz ni por el más lejano de los asomos, de balbucear lo que
hipotéticamente me iba a encontrar. Y ves, que ese concepto de vino
dulce o semidulce; como lo define Armando. Se va por el peralte,
directamente al carajo.
Este
Jerez de añada que se cuela por las grietas normativas del Consejo
Regulador, como una rareza o experimento. Es cierto que tiene unos
porcentajes muy altos de azúcar residual fruto de la sobremaduración
de sus uvas, y sería un vino dulce para cualquiera de los mortales;
pero no.
Y
digo no, porque siguiendo la turbadora liturgia del descifre de este
vino con ese maravilloso ámbar de vino rancio. El posterior
sucumbir, arrodillándote en la extraordinaria paleta de aromas
antiguos, profundos y casi de otro mundo.
No
acaba en el deslice bucal del alma de estas viejas soleras de
olorosos sin mas que el bálsamo del dulzor embriagador y delicioso;
que ya es mucho. No.
Pues
conserva una acidez punzante que se va al final del paladar,
alargando todas esas anteriores sensaciones descritas. Provocando una
ligera puñalada, que en un acto de puro masoquismo. No solo demanda
más, y más, y más… Sino que detiene el tiempo, con un postgusto
casi eterno.
Supongo
que es entonces, cuando uno entiende el sentido del término “vino
generoso”. Pues no solo es la plenitud que te otorga con detalles
de avellanas tostadas, nueces, crema quemadita o garrapiñadas. Y
esas maderas que hacen una: vino, tiempo y albariza.
Sino
que además, tal y como se aposentan en una buena copa, perfuman la
estancia de tal manera. Que uno no se ve capaz de asomar la nariz a
ese elixir poderoso y balsámico. Sin caer no sé si en la reflexión
que atribuyen a estos vinos, o en la encrucijada por acertar su
complejidad y variedad de matices.
Una
añada (1992), que LUSTAU vendimió de manera tardía y
sobremadurada. Y que crió durante 27 años en barricas de viejos
olorosos de manera oxidativa, a ver que narices pasaba.
Que
tenemos así:
Pues
un vino que estaría a medio camino entre un oloroso, con la acidez
de guchillera de un Amontillado viejo. Y que en el dulzor de su
sobremaduración, hace diabluras equilibristas como si fuera un Palo
Cortado juvenil y un Oloroso sin domar; espera que igual no me
explico bien…
En
realidad es un vino hecho de uvas sobremaduradas, sin llegar a la
pansificación de un Pedro Ximenez. Con lo cual, pese a que su grado
de azúcar es alto. Hay una acidez y punto de sequedad salina lista
para evolucionar en esas barricas de olorosos viejos, otorgándole un
dulzor sápido, muy largo. Pero nada empalagoso, pues esa acidez
final y retortigera potenciada de una manera extraordinaria con los
27 años de crianza oxidativa. Lo hace un vino meloso, a la vez que
un delicioso híbrido que auna las virtudes de cada casta de los
Sherrys.
Ataque
en nariz de volátil potente e incluso de barniz o resina, al punto
que se abre o se ha enfriado en exceso. Y que desemboca según se
atempera, en un regalo expresivo de matices.
Su
primera entrada en boca es dulce aunque fresco, muy profundo. Se va
al final de la lengua… y de ahí en adelante es, sencillamente
ETERNO.
Una
cosa para bebértela en pequeñas dosis con la noche puesta, para
abrir la mente de par en par poquito a poco; así lo he disfrutado
yo.
Y
en botella de medio litro, básicamente, porque los elixires como las
drogas y los venenos, bien dosificados. Para no morir en el intento.
Aunque,
una muerte así, bendita fuera!!
100% Palomino de vendimia sobremadurada y criado en oxida en estática por 27 años. Botas que previamente se utilizaron para oloros. La fermentación de para con la adicción de alcohol hasta los 18 grados. 4878 botellas embotelladas en el verano del 2019.
Alc 20% densidad 1.05 pH 3.08 volátil 1.08 acidez total 7.44 azúcar residual 190 grs.
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