Hay
botellas, de vino; digo. Que son alivios socorridos y urgentes para ahogar
penas y sinsabores. Vinos de salvadora embriaguez, mirada miope, y pisotón de
cucaracha para corregir el equilibrio antes de caer de bruces.
Otros
ya conocidos, como amigos que siempre están ahí, que no te fallan y disponen el
hombro para que te recuestes. Con la sonrisa siempre apunto de licor y miel de
romero. Los que no dan consejos, sino que asienten.
Botellas
otras, que son misteriosas cajas de sorpresas esperando ese arresto vehemente
de lanzarse al negro fondo. Las que solo esperan la valentía de desnudarte sin
pudor alguno, para abrirte de par en par y dejarte tomar. Y que hacen que los
ojos miren desde el fondo, sin cataratas que las velen, sino ventanas abiertas
y entrañas listas para la autopsia; la tuya, la del alma.
Pero
realmente, las mejores. Las que llevan esperándote en el nicho de la vinoteca,
o en ese armario de los deseos desvanecidos. Que son como un pedazo de una
historia conservada y concentrada en líquido elixir.
Esas
que, pasado el tiempo sin saber bien porque las guardas ni el motivo real que
hará que decidas cualquier insospechado día.
Te
llaman en silencio como en un sortilegio, tan íntimo y personal, que no hay
texto capaz de explicarlo ni razonarlo.
PIETRO
ZARDINI y sus vinos, son para mí, algo más que un gusto por los vinos
italianos. Fue el inicio de todo; o casi todo. Y seguramente no de los mejores.
Mi
primer viaje a Italia por trabajo en 2011. Mi primer festival íntegro desde mi
desconexión paternal en diez años en el Primavera Sound, con la fabulosa y
ferviente troupe bloguera (Atticus, Txarls, Lapor, Paloma, Viola, Fermím,
Raul, y Genís & Co.)
Allí,
entre la primavera y el inicio del verano. Nació una especie de amor iniciático
que te regresaba por pura hipérbole a tus 20 años. Sin el más mínimo menoscabo
hacia lo que deseas, disfrutas y por ende, acabas adorando.
Con
Pietro Zardini y su Amarone Riserva, encontré el motivo por el cual podía
visualizar en la pituitaria los extensos campos de viñas de Bardolino y la
Valpollicella. Sin ni tan siquiera estar allí.
Me
enamoré perdidamente, doy fe.
Seguro
como estoy de que la bodega de Pietro Zardini no es la más significativa ni
importante de la zona. En su discreta diminutez, es para mí, la familia putativa
que todo huérfano desea.
A
partir de ahí; en sucesivos e innumerables viajes transalpinos. Son muchas las
sorpresas y descubrimientos con forma de vino, las que me han ilustrado e
instruido sobre el país con más variedades de uva del mundo: 500 ni más ni
menos.
Con
lo inabarcable de tal empresa: La de probar o llegar a entender mínimamente la
compleja idiosincrasia dentro del diverso mundo del vino italiano. Yo, que me
conformo con lo justito. Alucino simplemente con el carácter de sus vinos y esa
personalidad agreste, rotunda, y diferente si se la compara con cualquier otro
país. Y ese carisma mutante que tienen cuando los abres, y van cambiado
conforme pasan las horas o los días.
Pero
sin desviarme del tema que aquí me trae: Que es la simple experiencia de abrir
una botella y ponerle música al asunto. Nos vamos a mi última botella que
conservaba de Pietro Zardini desde hace tres años: Un 2013 de uno de los nuevos
experimentos del señor Zardini.
Y
esos encuentros casualísticos que se
dan la mano apenas a tientas. Juntando a ese plato de pasta que cocinas un
sábado, buscando sin querer la idea -la tuya propia-de en lo que consiste cocinar pasta:
Los
cuatro elementos básicos, el protagonismo tenor de cada uno, el elemento emulsionante
del agua de cocción, el conjunto inigualable que como los músicos: Las
circunstancias los unieron y grabaron ese disco de la hostia, que nadie sabe el
cómo y el porqué. Pero, ¡joder si lo bordaron!
-Papá
¿sabes cuál fue mi comida más buena de la vida en Italia?
Tú lo sabes, pero dejas
que te lo explique. Te gusta oírlo porque también fue la tuya. La más sencilla,
la de pim pam, la de quedarte allí a vivir; con Renato.
Y
es entonces cuando justo antes de emplatar y rallarle ese parmesano con el perejil
fresco picado.
El
primer giro de volante de sevillana a la copa, y asomarte con la nariz a ese
precipicio: Insuflas, y bebes el primer sorbo, y ya estás ahí; como los trasladores
Harry Potter.
Es
cuando entonces, un ángel sobrevuela el salón. Y todo encaja; como los dedos
que se capicúan igual que las piezas de un puzzle cuando das la mano por amor.
Y
pienso que no debe ser casualidad cuando seis meses después el batir de las
alas te trae de nuevo al bueno de Pat, susurrándote: “Never Give Up”
(no rendirse); la canción de amor más sincera de la vida.
Ahora
que su ausencia se supera con más tristeza todavía, cuando escuchas estás
últimas canciones en plena conciencia de su desenlace.
Suenan
a la despedida, de alguien que cada semana se reunía con su discreta pero fiel
audiencia, para tocarnos y cantarnos poesías mundanas. Y que el 3 de octubre lo
hizo para despedirse del todo.
Así
que ahora, cuando hago vapores de especias a clavo, canela y orégano para curar
mi mal de pena. Salto sin coger aire, a mi copa de tinto de Corvina y Cabernet.
Huelo
a la mioglobina de la carne cuando se churrasca en la sartén. A las violetas en
flor y las frutillas rojas silvestres en un poderoso volátil. Y aunque “Amalfi
Coast May 1963” me meza asomado al Tirreno con una de Falanghina de
Marisa Cuomo; también. Yo, en realidad, estoy allí arriba en una terraza entre
viñas de La Antica Osteria Paverno. Sintiendo que la bohemia doblega mi cordura
volviendo a empezar:
Crepita
la aguja, azuzas la llama extinta con las escobillas de la batería, asiente
Pat:Ella fue la primera chica a la
que besó. Era un chico verdaderamente afortunado…
Contando
a ritmo de swing, las penúltimas historias de amores que jamás volverán. En el
arranque de “Melanie Hargreaves’
father’s Jaguar” a golpe de cinismo y sordina.
Cuando
el verano de 2021 se publicó “Time”; tras diez años desde su
último Lp. Y abrazados como estábamos a las exquisiteces de “Dr Cholmondley
Repents”.
Nadie
supuso que ese texto despojado de remordimiento alguno. Llevaría impresa una
demoledora y conciliadora despedida de semejante sinceridad:
Mi pelo está todo mal. Mi tiempo no es largo.
Fishy ve al cielo, llévate bien, llévate bien. Me estoy divirtiendo demasiado
para hacer algo. Déjame ser. No estoy lastimando a nadie. Tomé un fin de semana
largo en la choza psicodélica Y cuando cruces ese puente nunca volverás.
Y
ahora… Ahora solo toca atizar las ascuas.
Hay
quien todavía analiza este disco de manera frívola, comparándolo con ese
paisaje que dejó Pat con sus carniceros del jazz.
Allí
donde otros ven un estudio científico de la música, y la conciencia egoísta de
las faltas personales. Yo solo veo la oportunidad de brindar una última copa,
con quien no pidió nada a cambio de una canción.
Han
pasado los meses y sigo notando su presencia cuando escucho “Sea Madness”.
Con esos recuerdos poéticos de la Estambul bohemia y fugaz.
Nadando
torpemente en ese Mar de Mármara dentro de mi copa, paladeo la cremosidad de
piel tostada almendrada de la Corvina. Su caramelo tostado de tanino rugoso.
Ese fondo de boca inmenso láctico que se infusiona con hierbas de monte, con
regaliz, paloduz, eneldo, estragón, y la pimienta blanca final que sacude mi
caja torácica.
Me
siento un dios misericordioso derrotado, comiendo higos secos. Indefenso. Vulnerable.
A
merced de las corrientes marinas de la melancolía.
Sube
aquí Pat. Dame la mano. Brindemos por última vez.
Por
las vidas sencillas y translúcidas, las que no esconden defectos ni aletean
virtudes. Las que nos dan bocanadas de verdades incómodas, con la misma que
arremetes contra la hipocresía de endiosados gobernantes en “The Highest
in the Land”.
Con
un Blues elegante y exquisito. Refinado, pero certero: - Black Raoul Black
Raoul!!
Con
el impertérrito y orfebre Max Eider, su confesor y multinstrumentista Lee
Russell a la producción, Simon Taylor a la trompeta, Tim Harries al contrabajo
y teclados, Dave Morgan (Weather Prophets) a la batería. En las guitaras junto
a Max, Joe Woolley, Peter Crouch, Stevie Gordon, y Joel Harries a los coros.
Entre
amigos.
Tres
meses de trabajo. Su despedida “Goodnight Sweetheart”. Un saludo
y el inminente consabido desenlace.
En
un otoño nefasto, de pérdidas personales que el dolor convierte en reflejos
encontrados, y paz.
Las
canciones que Fish nos ha dejado. A mí, solo me sirven como mantras
purificadores.
Los
mismos que nos elevan hasta lo más alto para coger aire, suspirar, y hacer una
vista panorámica de nuestra propia existencia.
El
tiempo es letal, y la vida demasiado corta para maldecir.
Juancho
Asenjo nos habló de las bondades paisajísticas de la D.O Barolo
(Serralunga, La Morra, Monforte, Barolo, Castiglione Faletto...), en
una cata vertical y horizontal con 15 vinazos, allá por Octubre del
2014.
Pero
fue un año después, cuando en mi tercer viaje estival a Italia una
extraña razón hizo que me desviara de regreso hasta La Morra. Aun
teniendo 1200 kms de camino por delante, a los que se le sumaban 200
más, de Savona a La Morra.
Como
si una especie de voz interior me gritara - ves!!
No
es la primera vez que me pasa, digo, eso de que algo en mi interior
me empuje a hacer algo sin atender a lógicas, sentido común o
porqués.
Me
ha pasado con personas que he tenido la necesidad de conocer, libros,
música, lugares, películas, sabores, olores y hasta ropa.
Y
no crean como es de suponer, que se trata de impulso o de serlo. Pues
soy de los que igual me da por algo, como me deja de dar así, por
las buenas, sin ningún tipo de explicación ni manía. Porque es el
momento y ya está.
Con
los vinos Italianos igual sí.
Ya
sea por el placer de que te descoloquen con aquellas cosas que crees
que deberían ser siempre así, y no. O la excitación de huir de lo
cotidiano o de los corsés de nuestro día a día.
Pero
disfruto como un enano con esa parte selvática y ruda o a veces
contorsionista, que parece ajustarse a la cambiante y extrema
orografía del país hermano. Incluso a los mismos italianos
arrogantes y de amor propio desmedido, cuando hablan de lo suyo. Y su
honorable y poética generosidad.
Tanto
es así, que no son pocas las escalas que he hecho con la excusa de
interiorizar ese paisaje, con la igual absurda idea de entender sus
vinos en el 2015 y en el 17:
Las
numerosas escapadas hasta Alba desde Treiso, para tomar café con la
coartada de comprar dulces. Las compras en la Enoteca La Torre… Y
esa necesidad imperiosa y obligada de pasar por el Piamonte, como si
todos los caminos a cualquier punto de Italia, tuviesen que pasar por
allí. Y detenerme en cualquier punto de sus ensortijadas carreteras
secundarias, contemplando absorto las vistas de irregulares
montañitas con sus faldas tapizadas de viñas y presididas por
vigilantes torres.
No
sé si este preámbulo tiene sentido alguno. Pero me sería imposible
ahora mismo disfrutar de los vinos que me bebo, sin imaginar el
origen, su geología y la madre de las gentes que los elaboran. La
madre identidad, que es la que un poco nos debería conectar
universalmente y sin fronteras, con el sentido propio de la
existencia. La tierra.
Con
este Riesling que tenemos entre manos, por ejemplo: Me vienen de
inmediato y de rebote, los inaudibles gritos de llamada que me
hiciera mi consorte Carlos. Cuando me dio a probar un vino de la
Mosela, y como así conocí a Lluis Pablo en una comanda de vinos
alemanes.
Ahora
hará cinco meses de su partida, allá donde esté, brindando con
nosotros. Y de alguna manera, aún no siendo uno de sus vinos
Dönnhoff, Zilliken, Lowenstein, Friedrich Becker, Bürklin Wolf,
Grans Fassian, o Kühling Gillot…
Este
HÈRZU, hace de pivote entre dos zonas vinícolas que están
directamente ligadas a dos personas que me han inspirado, enseñado y
sobretodo, guiado.
Si
bien es cierto que en el heterodoxo mundo del vino es un error
afirmar con contundencia determinados aspectos y tipicidades, pues
afortunadamente, siempre hay maravillosas sorpresas que te rompen los
esquemas.
En
el caso del Rielsing, como también podría pasar el Jerez. Bien
escasos son los sitios (por no decir ninguno), que igualen en
personalidad y tipicidad a los Riesling de la zona de Mosela; y
sobretodo a los de los pequeños productores de calidad.
Encontrarás
Riesling en Alsacia, alguna cosa se ha intentado por España, en el
Norte de Italia (Trentino, Alto Adige, algo en Lombardía). Pero
difícilmente encontrarás alguno que se acerque ni de lejos, a los
anteriormente citados; incluyendo otros productores que han llegado
al mercado español con precios accesibles.
Todo,
absolutamente todo lo verdaderamente mágico en el universo Riesling
de Mosela. Estaba en el catálogo que manejaba Lluis Pablo, además
de infinidad de microproyectos de valía realmente independiente y
excitante. Y la proyección de su sonrisa y mirada felina de pura
pasión, que sinceramente, era lo que no tenía precio.
Pero
vean que en la vida, conforme uno crece, aprende y se atrinchera en
rotundas afirmaciones y concluyentes argumentos para defender lo que
uno cree VERDADERO y ÚNICO. Debería ser únicamente con la
condición de equivocarse, y si no es así: por lo menos, para
cerciorarse de que no hay ni verdad absoluta, ni único punto de
vista para cualquier aspecto digno de debate en la vida.
Así
que… Parte de esta parrafada sinsentido, solo tiene como objetivo o
debiera: Reconocer que, no hay cosa más emocionante que equivocarse
y aprender del error. Igualita que esta botella de Riesling del
Piamonte que me llevé de Bologna, casi desconfiando o escasa
esperanza. Y que me ha tapado la boca a base de agasajos sensoriales
y parabienes deliciosos. Que bello el equivocarse!!
Ese
líquido cristalino como un pedacito de sol que te recoge de la mano
y te lleva, de nuevo a esos espacios donde la mente por cuenta propia
genera burbujas mentales para evadirse de la SOLEDAD. Y que en
particular, en esta aventura intuitiva del viñerón Ettore Germano,
ha dado en la diana de pleno. Y se ha acercado fantásticamente por
lo menos, en sensaciones, verticalidad, e incisión mineral que te
conecta al territorio de manera excepcional.
Y
pensar que lo abrí entre tantas botellas que tenía reservadas para
tiempos venideros, y que están cayendo a fuerza de buscar la
proyección mental, pensando que sería la baja más aceptable. Ay!!
Solo
a un joven viticultor inconsciente, el más joven de la 4ª
generación Germano. En un territorio donde ya de por si había un
pulso absurdo entre la vieja guardia (Mascarello, Rinaldi,
Cappellano, o el relevista Cavalotto)), y los jóvenes innovadores
(Voerzio, Sandrone, Conterno). Sería lo suficientemente visionario y
atrevido, para plantar en los 90’s en un pago tan particular como
el que acuna a este Riesling.
De
tierra arcillosa, pedregosa y calcárea de origen marino. Y excelente
drenaje por desniveles extremos, con orientación sudeste y
particular microclima extraordinariamente frío. Nace este anómalo
Riesling a 600 mts aproximados de altitud, en el pago de Cigliè
junto al río Tanaro. Y en la cara externa del valle de Barolo, con
una orientación mediterránea que desde luego, no es casual.
HÉRZU
tiene un color pálido pajizo de una lágrima licorosa que presiente
en gran medida sus estupendos atributos en nariz, y en boca.
Sobrecogedor
y tremendamente complejo en nariz pese a que sus evocaciones nos son
familiares y reconocibles a primera instancia. Es una gozada infinita
el juguetear, intentando descifrar el abanico de matices que ofrece:
Los inequívocos hidrocarburos tan típicos de los Riesling y ni
rastro de notas de jabón de marsella, presentes en Rieslings de bajo
perfil; que alivio!!
Con
una impronta inicial de flores blancas (Magnolia, flor de limonero,
gardenia, jazmín) y fruta de hueso (Nectarina, albaricoque e incluso
plátano por su untuosidad); que sería lo propio de un Riesling
Trocken más evolucionado y menos joven. Éste tiene una
particularidad, y es que sus notas salinas y calcáreas marcan
tremendamente este aspecto muy de fondo, rompiendo con los excesos
florales, y acaban siendo más texturas que evidencias.
Aparecen
las ralladuras de cítricos como detalle sobre esa primera fruta,
ahora más madura. Ya no hay tanto aporte de volátil floral, y ves
que su conjunto ha cambiado haciéndolo pura droga; saben esos puntos
salinos que estallan las papilas y te hacen salivar como un crío?
Pues eso.
En
boca es otro festival porque realmente esa salinidad cumple el mismo
cometido que intuye su perfume.
De
gran estructura y longitud, aquí entran en escena la
particularidades de la zona de Serralunga D’Alba: Complejidad y
cierto hermetismo al desarrollarse; aunque el tapón rosca creo,
juega un papel importante a la hora la evolución de este vino con
cuatro años y punto óptimo de consumo.
Así
que diría que por contra a sus hermanos, los vinos de Mosela. Este
Riesling con cuatro años aprox. tiene un punto de maduración, para
mi, ideal. Tengo la duda si con más años de botella (como suelen
agradecer los Riesling Alemanes), este Hérzu no convertiría en
intrusiva esa licorosidad; perdiendo su grácil acidez.
Esta
licorosidad es más perceptible en su paso por boca, lo hace largo y
persistente, le da volumen. La salinidad y mineralidad típica de
Serralunga se va a la parte posterior de la lengua, salivas y pides
más; esto es pura química perniciosa, para qué engañarnos.
Pasa
cuando los vinos aunan las mejores cualidades de territorio, clima y
elaboración. Lo que diferencia a los grandes vinos de los estándar,
como es el caso del HÉRZU.
El
equilibrio entre la fruta madura untuosa, la salinidad (mineralidad),
y su precisa acidez, es claramente el punto fuerte de este vino
blanco. Hace que las evocaciones se diluyan y se tornen juguetonas.
LA CODICIADA COMPLEJIDAD, que si es afable y contorsionista hace las
delicias de los enoadictos; además de que el vino sea rico rico. No
hay otra.
Diría
que con el paso del tiempo aparecen al final algo de anisados. El
caso amig@s, es que Hérzu da mucho
mucho. Tanto en sus aromas bien encapsulados en una copa ZALTO
(inmejorable para disfrutar estos blancos minerales y complejos).
Como cuando todas esas notas olfativas mucho más ricas y complejas,
dan un retrato igual de exquisito y sápido que un orgasmo gustativo.
Que
igual os parece una gilipollez, no digo que no. Pero os puedo
asegurar que todo este lujo de detalles no se le puede atribuir a
otros. Como decía Juan Rivas y Germán Coppini en “Como un tonto”:
La tristeza está prohibida.
Un
poco la puesta en escena de las sensaciones que me produce, lo más
ajustado a la felidad según mi diario.
Anoche nos
ventilamos una última botella de dos de Giacomo Conterno que
traje de Alba. Son esos momentos que salen al tu paso, se interponen
y de los que sabes cual ha de ser la elección, el momento. No
necesita solemnidades ni fastos. Básicamente porque son los buenos y
los que usan el resorte de la amistad y la compañía para
comunicarnos, querernos y hablar. Hablamos tan poco... ¿no es
cierto?
Con la
primera aluciné sin llegar a tocar el cielo (por eso siempre hay que
comprar dos): Acariciar a tientas, por un pasillo laaaargo y
estrecho. Usar el tacto, los sentidos y ver como te pierdes en un
laberinto de señales equívocas. Te vuelves a encontrar, ordenas
recuerdos, memoria y afinas la puntería.
Pero casi
siempre es la segunda, la rotunda y la que te hace dilucidar.
Una Barbera
que da al traste con la idea que el tanino ha de ser abrasivo,
astringente. Que sus vinos cortan tendones y solo quieren comidas
potentes para plantarles cara. CASCINA FRANCIA no. Es fina, elegante,
perfumada de bayas, yogur griego con fresas y moras; muy láctica y
silvestre a la vez.
El bajo
bosque es a tocar, el musgo, los helechos y hasta la brisa matinal en
las lomas de Treiso te despeinan. En boca está la personalidad
inquebrantable de las Barberas de Serralugna, ligeramente mineral,
con madera húmeda y un poco de ahumado. Esos sarmientos que usamos
un buen día de sol para curarnos por dentro y fuera. Para
santificarnos padre y señor nuestro, amén. Milimétrica y con tanta
alma e identidad.
Nos habla de
sus paisajes, sabe a Piamonte, te susurra al oído suavemente. Te
posee y adormece... y da por bueno subir al cielo o caer hasta el
infierno; que uno nunca sabe si es el perdón o el pecado el que más nos
satisface.
De MOMENTOS
trascendentes en nuestra vida hay tantos, tan diversos e
inolvidables, como los aros que circunscriben el tronco de un viejo
Roble. De buenos y de malos, de traumáticos o de eufóricos, de
aleccionadores y también de revanchistas... Con 44 años ya a mis
espaldas tiendo a creer, quizás por recientes sucesos, que la vida
hay que devorarla desde la perspectiva que a uno le da el disfrute
del instante, por si no hubiese un mañana. Que hay que saborearla al
segundo, poderla absorber de todo aquel que se cruza en nuestro
camino; en el consenso y en los desacuerdos. Pero sobretodo y si se
tiene ocasión, compartirla y contagiarla como si de una pandemía de
generosidad se tratase.
Y puede que
esto suene un tanto épico y desatado. Tampoco voy yo ahora a teñir
de filosofía barata de tres al cuarto, ni a disimular la euforia.
Pues bien,
lo acontecido el pasado Viernes por la noche en VAdeBACUS Restaurant
tuvo mucho de eso. Lo más parecido a un buen concierto de Rock donde
el maestro Juancho Asenjo ejerció de solista inspirador, en
la que los instrumentos perfectamente afinados de la orquesta de
acompañamiento se transmutaron en quince hermosas botellas de
Barolo, Barbarescos, Barberas + un blanco Timorasso. Y
donde los suertudos asistentes tuvimos el privilegio de no solo
oírlas con los cinco sentidos, sino de poderlas hacer sonar en
celestial armonía como una auténtica banda. Conscientes de que ante
todo, somos un pequeño grupo de amigos que se reúnen dos veces por
mes, para en autodidacta pasión disfrutar del vino en cualquiera de
sus formas posibles. Y que no cejamos en la idea de impulsar nuestra
amistad/afición con nuevas metas.
Eran muchas
las ganas y el tiempo invertido por el grupo y en particular por Carlos, en fructificar este encuentro con Juancho Asenjo. Teniendo en
cuenta la dificultad de la distancia que nos separa, y su ajetreada
agenda.
Para los
desconocedores de los entresijos del vino y sus laberínticas
galerías subterráneas. E imaginando una posible duda de... ¿Quien
es Juancho Asenjo?, sin el menor interés en extenderme en muchos de
los elogios que otros con mayor acierto ya se han encargado de
sembrar por la red.
Simplemente
escribiendo el nombre en google nos saldrán infinidad de datos:
Conocedor infatigable e insobornable del mundo del vino ( desde el
terruño del campesinado, hasta las más altas esferas del mundo de
la gastronomía y la restauración). Divulgador heroico de la cultura
vinícola Italiana; teniendo en cuenta del hermetismo y poca
permeabilidad del país Transalpino a la entrada de foráneos en su
universo vinícola, y con el plus que le otorga ser el único no
Italiano nombrado Cavaliere. Un guerrillero de trinchera y cuerpo a
cuerpo cuando se trata de acercar con un lenguaje directo y
didáctico, su pasión al público más general todo lo que confiere
la historia, el terruño, y la identidad del vino. Un Punk por
principios y convicciones además gran conocedor por propia
experiencia del mejor PunkRock y PowerRockero de finales de los
70's/80's y... Bueno... en efecto, hay algo que está muy por
encima de su trayectoria y su sabiduría.
En las
distancias cortas, una PERSONA de una honestidad y generosidad
incalculable, y un conversador pasional y entrañable con el que se
podría estar charlando de cualquier tema hasta el despuntar del
alba. Desde Vinos, historia, teatro, música, deporte, política,
cultura en general... hasta esa perspectiva tan lúcida y equitativa
que contagia y comunica como nadie.
Con él se
aprende algo mucho más importante que todo lo citado: La virtud de
ver las cosas desde un ángulo tan amplio e interesante, que le hace
a uno replantearse muchas de sus creencias. No es que te las rebate,
sino que las refunda con el análisis imparcial y amplio que le han
dado sus años de viajes, vivencias y conocedor de personas;
distintas y variadas
Ahora, mejor
sería entrar en faena y relatar a grandes trazos lo que dio de si
las casi seis horas que nos ofreció Juancho. Puesto que podría
extenderme con desmesura en elogios, y seguro que algo querréis
saber sobre los vinos del Piamonte; todo de memoria y empujado por su
hipnótica charla, y hala!! sin tomar un puñetero apunte (con lo
dado que soy al divagueo; toma palabra inventada!!).
Una Master
Class sobre los Vinos del Piamonte, su historia, particularidades
geológicas, y la tremenda identidad de sus vinos. Que tuvimos el
honor de disfrutar bajo los cuidados del equipo de VAdeBACUS, quienes
proporcionaron la acondicionada sala de catas para 13 personas y su
esmerado servicio. Y una posterior cena con una charla sin paragón,
mientras disfrutábamos de la excelencia de sus elaborados platos:
Sushis: Maki de bogavante y mango. Gunkan de
pulpo. Seguimos : Carabinero a baja temperatura con polvo de
carquiñoli y chocolate con curry y aceite de trufa. Vieira con jamón
ibérico y salsa de pimentón rojo asado. Risotto de ceps, espárragos
verdes y trufa negra. Bonito vuelta y vuelta con fresones al modena y
cebollitas glaseadas. Chuletón de ternera Asturiana con patatas
ratte y su mojo verde. Para acabar postres. Nuestro mojito en
texturas. Chocolate. Cuatro tipos de chocolates mousse de chocolate
negro y blanco, brounnie de chocolate y bombon de chocolate negro
relleno de chocolate blanco y naranja..Ya
veis, a la altura del regimiento de vinos.
Se mascaba
el nerviosismo, el pequeño reto que suponía organizar el acto de
inicio dubitativo y solemne. Y que Juancho se encargó de destensar
conforme avanzaba su interesante lección de historia, territorio, y
elaboración. Partiendo en primera instancia del origen vinícola
dentro del balcón Mediterráneo que conformaban la antigua Roma y
Grecia, su disposición de los cultivos como alimento, y la búsqueda
de ese origen primordial en muchas de las actuales bodegas: El echo
de los viñedos de altura para aprovechar los contrastes térmicos,
el tamaño de las tinas, el podado para clarear las viñas de fuera
hacia adentro para que alcancen el vigor necesario, la orientación
de las vides Sur, Sudeste u Oeste, y hasta el tipo de Roble (nuevo,
Francés, Eslovaco, de segunda crianza..) para que las crianzas
expresen su verdadero terroir.
Pudimos
viajar con la imaginación a la idiosincrasia del territorio de
Barolo, sus influencias con Francia y Suiza, y el trascendente legado
de la Casa de Saboya en todo el Piamonte. Y el resurgir de de un
origen que fue devastado por la filoxera, hasta que la replantación
de Barberas y Nebiolos volvieran a hacer suyos los paisajes.
Donde
antaño, el ser agricultor en las Cascinas que se descuelgan ladera
abajo en los numerosos municipios que conforman el valle,
representaba un verdadero milagro de la subsistencia: Clima extremo,
vendimias tardías y un valor paupérrimo, que por entonces se le
daba a los cultivos de su orografía montañosa. Hizo que no hubiese
una Piamontesa dispuesta a casarse con un agricultor del Valle, por
la vida austera y miserable que estos llevaban; de echo esa
naturaleza humana, es la que le da el mayor signo de identidad a sus
vinos.
Las seis
botellas que se escogieron para la cata pretendían sobretodo,
ilustrar la importancia de la composición geológica en el carácter
de los vinos. Teniendo en cuenta que Barolo en las pocas hectáreas
de territorio que atesora, tiene uno de los mayores contrastes en
composición mineral imaginable. También la importancia de remarcar
la peculiaridad de los vinos del Piamonte: Vinos de alta graduación
y con mucha volatilidad, con un componente alto de tanicidad y
densidad, y que además tradicionalmente se elaboran con largísimas
maceraciones que incluso se potencian mediante procedimientos
mecánicos. Y que como todo buen vino Italiano tienen una lenta
evolución en la copa (necesitan oxígeno a raudales). Lo que los
hace vinos especialmente diseñados para largas guardas, y en los que
se pretende preservar tanicidad, frugosidad y acidez por largo tiempo
hasta cruzarse en el camino.
Claro, como
podéis imaginar, el verdadero valor de estos vinos se aprecia mejor
con añadas del 2000 para abajo. Y catar vinos del 2008, 2009 o
incluso 2006, vinos relativamente jóvenes, es una verdadera
experiencia para la destreza del paladar. Y a sabiendas de que en
España no estamos demasiado acostumbrados a este tipo de vinos;
cuestión de gustos claro.
Empezando de
menor peso mineral a mayor y por consiguiente, de mayor suavidad,
amabilidad y menor contundencia tánica (de izquierda a derecha), por
los tres primeros. Hasta hacer cima en un Barolo
de Serralunga, el Boscareto Principiano del 2008:
Todo un impácto de tanicidad, intensidad de capa y lágrima,
mineralidad y austeridad, que fueron evolucionando desde una primera
impresión de tierra húmeda, hasta una complejidad mucho más oscura
y fresca.
Los tres
primeros si embargo, facilitaron la introducción con composiciones
más arenosas y arcillosas, capas de color más degradadas y
oxidativas, mayor maduración y maceraciones más cortas (más
modernos, para entendernos), y haciendo mención especial al Barolo
de La Morra, Torriglione Gagliasso del 2006.
Que cautivó de inmediato al personal con ese toque a ahumados tan
personal, y en especial a las parejas que nos acompañaron: Mucho más
frugales, grosellas, cálidos, menos terrosos y con una evolución
hacia el tofee, el regaliz o lo vegetal, mucho más claro y
asequible.
En cualquier
caso y lo más espectacular fue apreciar la evolución de ellos seis.
Empezar desde el primero hasta los últimos, en los que se te
agarraba el tanino a las encías. Y volver hacia atrás, para ver que
los vinos del Piamonte van mutando, y acomodando el paladar a su
impresionante tipicidad. Conforme van cogiendo aire y desaparece la
fuerte volatilidad de su graduación, aparecen otros vinos muy
distintos.
A mi
personalmente me encanta esa primera bofetada de alcohol que dan, y
toda esa carga frugal, balsámica y licorosa que llevan consigo.
Después desaparece ligeramente y cambian radicalmente, se puede oler
la piedra y brotar el tanino, pero el primer golpe te da una muy
buena lectura de su estructura, equilibrio y de lo que serán en un
futuro.
Tras el
didáctico ejercicio de aprendizaje pleno en detalles, anécdotas y
rememorando ese pasada visita fugaz que me llevó el pasado año a La
Morra en boca de Juancho. Un conocedor de las intimidades más
arraigadas de aquellas heroicas familias, que contra viento y marea
han construido lo que se llama la capilla sixtina del Piamonte.
Territorio de paisaje espectacular, que ha hecho que la disposición
de viñas en perfecta simetría luzca ante los Alpes, como ese todo
que uno espera encontrar al asomarse por la mañana al balcón
Transalpino.
Proseguimos
con la fenomenal cena que nos tenían preparada Toni, Vicente y el
chef Alex Clavijo: Pequeñas miniaturas de mil sabores y texturas,
para que la hora de los Barbarescos llegara con otro acertijo más.
El de los tres Pelisseros con tres vinos de la misma bodega,
pero diametralmente distintos los unos con los otros por disposición,
orientación hacia el sol, pago y caracteres. Como tres trillizos de
la misma madre (Nebiolo), parto y momento, pero con miradas y brillo
distintos:
TULIN,
NUBIOLA y VANOLU, los tres del 2011; en arrogante acto
infanticida. Nos pusieron en perspectiva a la hora de entender los
vinos por el trabajo que dejan tras de si. Y poder masticar y
paladear los pequeños detalles de elaboración que hacen de una
misma uva y zona, vinos totalmente distintos... La magia en
definitiva, de la tierra y la piedra, la climatología, la evolución
de las plantas conforme cambia, la búsqueda infatigable por el cual
el hombre interactúa con la naturaleza a la hora de ilustrar en un
vino, el estilo concreto de una zona.
Así la
noche acabó transcurriendo entre charlas, por las cuales Juancho
Asenjo da siempre ese contrapunto preciso con el que aprender aun más
de la verdadera magia de beber vino. No solo beberlos sino
entenderlos, algo que va más allá de meros tecnicismos y
sensaciones perceptivas. Y que te hace entrar en comunión, con toda
la liturgia de la creación del vino y de su significado cultural en
el tiempo que nos toca vivir.
Degustamos
el oro precioso de William Deutz en un Millesimé con el que
generosamente homenajeó Carlos el encuentro: Del 99, con un
equilibrio y delicadeza con la que se caracterizan los grandes
Champagnes. Y la untuosidad y el carácter varietal de un blanco
Timorasso, con el que se escoltó al carabinero en el inicio
de ágape, antes de que los grandes Barbarescos entrasen en escena:
Otra de las razas históricas que se extienden por el Piamonte, y que
junto a Barolos y Barberas han postulado al Piamonte como una de las
pocas D.O Italianas impenetrables a cualquier uva foranea.
Sensibles a
la oxidación y a la botritis, los Barbarescos son uno de esos
milagros de la naturaleza y claro está; auténticos retos donde la
sincronía entre la pericia humana y la tierra, alcanzan su máximo
esplendor. Así que con semejante desfile de intrínsecos a la par
que diferentes ángulos con los que empaparse de Piamonte, solo nos
faltaba rematar con una de las vilipendiadas uvas de la zona, la
Barbera como antesala a los Barbarescos:
Una Barbera
Superiore D'Asti de Franco M. Martinetti; el Montruc del 2009.
Que tuvo que bailar con los imponentes Barbaresco de Neive
Serraboella del 2006, el de Treiso Vallegrande Ca' Del Baio
2011, y que pese a todo ello ni se amilanó. Demostrando una vez
más que aunque se crea que Barberas y Dolcettos, solo eran uvas
menores con las que relanzar la zona.
A día de hoy gracias a Giacomo
Bologna, M. Marinelli, Sandrone, los Hnos. Conterno, o Giuseppe
Rinaldi entre otros muchos avezados, desde los 80 la Barbera de
Asti, Monferrato o Alba son vinos de alto nivel a precios más
asequibles.
El broche
final lo pusieron un Barbaresco Vallegrande del 2011; un vino
cálido y vegetal con bastante recorrido todavía por delante y
tanino para domar. Otro Barbaresco más, Costello di Verduno
de la familia Burlotto en una de las añadas, la 2010, de las más
curiosas por climatología de las últimas décadas: Más accesible y
maduro que su compañero y un tanino más liviano, mucha fruta y muy
floral; un vino de aquellos de coger afición si no la hay.
Al terminar
otro 2010 de Michele Marinetti, hijo del mítico Franco Marinetti y
una de las familias más reputadas y aventureras a la hora de
trabajar el viñedo en constante investigación; el Barolo
Marasco. Un temperamental vino que coronó la noche por su
misteriosa complejidad y amabilidad en boca. De cuando pituitaria,
papilas y vista andan ya medio sumisas a la ambrosía desplegada
aquella inolvidable noche de Septiembre. Y las lenguas aun sueltas
espadachinas en charlas sinfín no adolecen de cansancio, ni las
carrozas se convierten en malas calabazas que nos aguaran la velada.
Se habló, se escuchó, se aprendió, se arregló un poco el mundo, y
fue de tantas y diferentes cosas que el global de sensaciones tan
solo se puede expresar en intangible gratitud.
Quizás la
música y el disco de gustos compartidos, que sonó en mi coche
mientras tenía el honor de acompañar a Juancho, Carlos & Family
camino a casa, y el abrazo de despedida final, puedan dar un
apunte/idea final de la emoción del MOMENTO.
FAMILIA FELIZ!! Menos ROSA y CARLOS (EL FOTÓGRAFO)