Juancho
Asenjo nos habló de las bondades paisajísticas de la D.O Barolo
(Serralunga, La Morra, Monforte, Barolo, Castiglione Faletto...), en
una cata vertical y horizontal con 15 vinazos, allá por Octubre del
2014.
Pero
fue un año después, cuando en mi tercer viaje estival a Italia una
extraña razón hizo que me desviara de regreso hasta La Morra. Aun
teniendo 1200 kms de camino por delante, a los que se le sumaban 200
más, de Savona a La Morra.
Como
si una especie de voz interior me gritara - ves!!
No
es la primera vez que me pasa, digo, eso de que algo en mi interior
me empuje a hacer algo sin atender a lógicas, sentido común o
porqués.
Me
ha pasado con personas que he tenido la necesidad de conocer, libros,
música, lugares, películas, sabores, olores y hasta ropa.
Y
no crean como es de suponer, que se trata de impulso o de serlo. Pues
soy de los que igual me da por algo, como me deja de dar así, por
las buenas, sin ningún tipo de explicación ni manía. Porque es el
momento y ya está.
Con
los vinos Italianos igual sí.
Ya
sea por el placer de que te descoloquen con aquellas cosas que crees
que deberían ser siempre así, y no. O la excitación de huir de lo
cotidiano o de los corsés de nuestro día a día.
Pero
disfruto como un enano con esa parte selvática y ruda o a veces
contorsionista, que parece ajustarse a la cambiante y extrema
orografía del país hermano. Incluso a los mismos italianos
arrogantes y de amor propio desmedido, cuando hablan de lo suyo. Y su
honorable y poética generosidad.
Tanto
es así, que no son pocas las escalas que he hecho con la excusa de
interiorizar ese paisaje, con la igual absurda idea de entender sus
vinos en el 2015 y en el 17:
Las
numerosas escapadas hasta Alba desde Treiso, para tomar café con la
coartada de comprar dulces. Las compras en la Enoteca La Torre… Y
esa necesidad imperiosa y obligada de pasar por el Piamonte, como si
todos los caminos a cualquier punto de Italia, tuviesen que pasar por
allí. Y detenerme en cualquier punto de sus ensortijadas carreteras
secundarias, contemplando absorto las vistas de irregulares
montañitas con sus faldas tapizadas de viñas y presididas por
vigilantes torres.
No
sé si este preámbulo tiene sentido alguno. Pero me sería imposible
ahora mismo disfrutar de los vinos que me bebo, sin imaginar el
origen, su geología y la madre de las gentes que los elaboran. La
madre identidad, que es la que un poco nos debería conectar
universalmente y sin fronteras, con el sentido propio de la
existencia. La tierra.
Con
este Riesling que tenemos entre manos, por ejemplo: Me vienen de
inmediato y de rebote, los inaudibles gritos de llamada que me
hiciera mi consorte Carlos. Cuando me dio a probar un vino de la
Mosela, y como así conocí a Lluis Pablo en una comanda de vinos
alemanes.
Ahora
hará cinco meses de su partida, allá donde esté, brindando con
nosotros. Y de alguna manera, aún no siendo uno de sus vinos
Dönnhoff, Zilliken, Lowenstein, Friedrich Becker, Bürklin Wolf,
Grans Fassian, o Kühling Gillot…
Este
HÈRZU, hace de pivote entre dos zonas vinícolas que están
directamente ligadas a dos personas que me han inspirado, enseñado y
sobretodo, guiado.
Si
bien es cierto que en el heterodoxo mundo del vino es un error
afirmar con contundencia determinados aspectos y tipicidades, pues
afortunadamente, siempre hay maravillosas sorpresas que te rompen los
esquemas.
En
el caso del Rielsing, como también podría pasar el Jerez. Bien
escasos son los sitios (por no decir ninguno), que igualen en
personalidad y tipicidad a los Riesling de la zona de Mosela; y
sobretodo a los de los pequeños productores de calidad.
Encontrarás
Riesling en Alsacia, alguna cosa se ha intentado por España, en el
Norte de Italia (Trentino, Alto Adige, algo en Lombardía). Pero
difícilmente encontrarás alguno que se acerque ni de lejos, a los
anteriormente citados; incluyendo otros productores que han llegado
al mercado español con precios accesibles.
Todo,
absolutamente todo lo verdaderamente mágico en el universo Riesling
de Mosela. Estaba en el catálogo que manejaba Lluis Pablo, además
de infinidad de microproyectos de valía realmente independiente y
excitante. Y la proyección de su sonrisa y mirada felina de pura
pasión, que sinceramente, era lo que no tenía precio.
Pero
vean que en la vida, conforme uno crece, aprende y se atrinchera en
rotundas afirmaciones y concluyentes argumentos para defender lo que
uno cree VERDADERO y ÚNICO. Debería ser únicamente con la
condición de equivocarse, y si no es así: por lo menos, para
cerciorarse de que no hay ni verdad absoluta, ni único punto de
vista para cualquier aspecto digno de debate en la vida.
Así
que… Parte de esta parrafada sinsentido, solo tiene como objetivo o
debiera: Reconocer que, no hay cosa más emocionante que equivocarse
y aprender del error. Igualita que esta botella de Riesling del
Piamonte que me llevé de Bologna, casi desconfiando o escasa
esperanza. Y que me ha tapado la boca a base de agasajos sensoriales
y parabienes deliciosos. Que bello el equivocarse!!
Ese
líquido cristalino como un pedacito de sol que te recoge de la mano
y te lleva, de nuevo a esos espacios donde la mente por cuenta propia
genera burbujas mentales para evadirse de la SOLEDAD. Y que en
particular, en esta aventura intuitiva del viñerón Ettore Germano,
ha dado en la diana de pleno. Y se ha acercado fantásticamente por
lo menos, en sensaciones, verticalidad, e incisión mineral que te
conecta al territorio de manera excepcional.
Y
pensar que lo abrí entre tantas botellas que tenía reservadas para
tiempos venideros, y que están cayendo a fuerza de buscar la
proyección mental, pensando que sería la baja más aceptable. Ay!!
Solo
a un joven viticultor inconsciente, el más joven de la 4ª
generación Germano. En un territorio donde ya de por si había un
pulso absurdo entre la vieja guardia (Mascarello, Rinaldi,
Cappellano, o el relevista Cavalotto)), y los jóvenes innovadores
(Voerzio, Sandrone, Conterno). Sería lo suficientemente visionario y
atrevido, para plantar en los 90’s en un pago tan particular como
el que acuna a este Riesling.
De
tierra arcillosa, pedregosa y calcárea de origen marino. Y excelente
drenaje por desniveles extremos, con orientación sudeste y
particular microclima extraordinariamente frío. Nace este anómalo
Riesling a 600 mts aproximados de altitud, en el pago de Cigliè
junto al río Tanaro. Y en la cara externa del valle de Barolo, con
una orientación mediterránea que desde luego, no es casual.
HÉRZU
tiene un color pálido pajizo de una lágrima licorosa que presiente
en gran medida sus estupendos atributos en nariz, y en boca.
Sobrecogedor
y tremendamente complejo en nariz pese a que sus evocaciones nos son
familiares y reconocibles a primera instancia. Es una gozada infinita
el juguetear, intentando descifrar el abanico de matices que ofrece:
Los inequívocos hidrocarburos tan típicos de los Riesling y ni
rastro de notas de jabón de marsella, presentes en Rieslings de bajo
perfil; que alivio!!
Con
una impronta inicial de flores blancas (Magnolia, flor de limonero,
gardenia, jazmín) y fruta de hueso (Nectarina, albaricoque e incluso
plátano por su untuosidad); que sería lo propio de un Riesling
Trocken más evolucionado y menos joven. Éste tiene una
particularidad, y es que sus notas salinas y calcáreas marcan
tremendamente este aspecto muy de fondo, rompiendo con los excesos
florales, y acaban siendo más texturas que evidencias.
Aparecen
las ralladuras de cítricos como detalle sobre esa primera fruta,
ahora más madura. Ya no hay tanto aporte de volátil floral, y ves
que su conjunto ha cambiado haciéndolo pura droga; saben esos puntos
salinos que estallan las papilas y te hacen salivar como un crío?
Pues eso.
En
boca es otro festival porque realmente esa salinidad cumple el mismo
cometido que intuye su perfume.
De
gran estructura y longitud, aquí entran en escena la
particularidades de la zona de Serralunga D’Alba: Complejidad y
cierto hermetismo al desarrollarse; aunque el tapón rosca creo,
juega un papel importante a la hora la evolución de este vino con
cuatro años y punto óptimo de consumo.
Así
que diría que por contra a sus hermanos, los vinos de Mosela. Este
Riesling con cuatro años aprox. tiene un punto de maduración, para
mi, ideal. Tengo la duda si con más años de botella (como suelen
agradecer los Riesling Alemanes), este Hérzu no convertiría en
intrusiva esa licorosidad; perdiendo su grácil acidez.
Esta
licorosidad es más perceptible en su paso por boca, lo hace largo y
persistente, le da volumen. La salinidad y mineralidad típica de
Serralunga se va a la parte posterior de la lengua, salivas y pides
más; esto es pura química perniciosa, para qué engañarnos.
Pasa
cuando los vinos aunan las mejores cualidades de territorio, clima y
elaboración. Lo que diferencia a los grandes vinos de los estándar,
como es el caso del HÉRZU.
El
equilibrio entre la fruta madura untuosa, la salinidad (mineralidad),
y su precisa acidez, es claramente el punto fuerte de este vino
blanco. Hace que las evocaciones se diluyan y se tornen juguetonas.
LA CODICIADA COMPLEJIDAD, que si es afable y contorsionista hace las
delicias de los enoadictos; además de que el vino sea rico rico. No
hay otra.
Diría
que con el paso del tiempo aparecen al final algo de anisados. El
caso amig@s, es que Hérzu da mucho
mucho. Tanto en sus aromas bien encapsulados en una copa ZALTO
(inmejorable para disfrutar estos blancos minerales y complejos).
Como cuando todas esas notas olfativas mucho más ricas y complejas,
dan un retrato igual de exquisito y sápido que un orgasmo gustativo.
Que
igual os parece una gilipollez, no digo que no. Pero os puedo
asegurar que todo este lujo de detalles no se le puede atribuir a
otros. Como decía Juan Rivas y Germán Coppini en “Como un tonto”:
La tristeza está prohibida.
Un
poco la puesta en escena de las sensaciones que me produce, lo más
ajustado a la felidad según mi diario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario