lunes, 9 de febrero de 2015

CAP#1: LAS CHINAS EN LOS ZAPATOS_(ANEXOS DEL AÑO QUE PASÓ) *2014





Si atendiésemos a la lógica del tiempo y su disfrute, el ponerle cuñas y barricadas al avance imparable de las agujas del reloj. Con toda probabilidad cambiaríamos esa insana costumbre de apresurarnos a hacer inventario del año con el calendario todavía por deshojar, ¿no os parece?
Y es que resulta imposible de digerir en ese acto bulímico por atiborrarse de músicas, disfrutes y sensaciones que pasan a vuelo de moscardón por nuestro sistema de almacenaje: Vuelo rasante, cinco o seis hostiazos contra nuestras paredes gelatinosas, para que luego salgan como alma que lleva el diablo por nuestro pabellón auditivo. ¿Cogiste algo? ¿la memoria residual, cuatro notas mal contadas, capaz quizás de tararearlas?... Y al cabo de las semanas ni el recuerdo tan siquiera. Demasiada información para un déficit de atención que arrastramos desde que los estímulos solo nos llegan a base de fogonazos. No sé, podríamos llamarla la lista de los deshechos, los perdurios del chichinabo, o los brillos que se perdieron bajo el confeti...

Porque no os penséis que los blogeros somos una raza especial que tiene superpoderes como el doctor Xavier, y escaneamos con nuestra mente toda la información de la red. O que estamos tocados por la gracia divina. No, todo lo que aquí se expone, forma parte del mecanismo de esa colectividad que es la red. Una cadena por la cual cada a uno a su manera absorbe, disfruta y comparte (los unos de los otros). No existe la exclusividad ni tal primicia, tan solo retroalimentación.
E aquí solo una parte de aquello que se quedó en el tintero, y que sigue sorprendiéndonos con el página y año. Es la magia de la música y del paso inexorable del tiempo. Todavía se siguen alumbrando grandes hallazgos del pasado: Los 60's, 70's, 80's... y lo que te rondaré morena, los dosmiles no son una excepción. Por ejemplo y sin ir más lejos, la otra mitad de Parquet Courts, el desdoblamiento, el Mr. Hyde, la bipolaridad musical o como demonios queramos llamarlo:

PARKAY QUARTS/CONTENT NAUSEA

Esa otra versión desarraigada de las exigencias comerciales, que hipotéticamente han llevado a facturar a su banda embrión, Parquet Courts, un tercer disco a mi gusto perezoso, tedioso y falto de esa mala baba del segundo. Y es que he de admitir que si su salto a la palestra, necesario en cuanto a cambios de registros en la música de hoy en día. Me proporcionó esa dosis precisa que uno necesita cuando todo le suena parecido y sin falta de riesgo.
Su último trabajo, aunque no han desviado apenas sus directrices tiene, no sé, mas que tener, le falta. Le falta explosión, esa anarquía inventiva cuando no tienes que rendir cuentas a nadie y claro... buenas canciones. Las de “Sunbathing Animal/2014” no es que sean malas, pero aflora cuando se escucha una sensación de vagancia, de poco esfuerzo y de cumplir con el trámite. Tan solo corregidas con contados latigazos como: “Ducking & Dodging”, “Always back in Town”, “Sunbathing Animal” y poco más. Pero oigan, que más que para echar pestes de este disco, cosa mía y de mi gusto (que de haberlos hay tantos como colores). Lo que yo venía aquí es precisamente a defender esa maravillosa dualidad de sus dos vertientes: La conocida y exitosa Parquet Courts, y la menos conocida y libre de condiciones, que es donde mejor parecen manejarse estos Neoyorquinos, Parkay Quarts.

Con CONTENT NAUSEA después de acometerlo con cierto desánimo tras su compadre, y teniendo en cuenta que el arranque del mismo; “Everyday in Starts”, no ayuda a disipar ciertas dudas. Cuando comienza el trote cochinero del segundo corte “Content Nausea” (puro vómito de punk callejero), la cosa cambia. Y es que amigos míos, no hay placer más placentero que toparse al cabo del tiempo con la cara familiar de alguien a quien conociste y casi no recuerdas. Content Nausea con ese título explícito, parece dar esquinazo a esa presunción de éxito encorsetado, y dispuestos a volver a poner el contador a cero.

Un reflujo velvetiano en toda regla que cabalga entre el New Wave despeinado y la baja fidelidad de aquellos trabajos que se graban a pelo y en un cuatro pistas. Sí, Austin Bown y Andrew Savage son capaces de grabar algo que suene aun todavía más improvisado y no por ello carente de brillantez. Un escupitajo inmediato con doce cortes que pasan como un vendaval; lo que ya es una prueba innegable de su calidad. Y es aquí cuando tienen cierto sentido esa bajada de revoluciones -epígrafe y revolcón- solo con escuchar ese deje Reed de “Slide Machine” es suficiente para quedar enganchado a la liria. O sino dedíquenle un solo minuto a “Pretty Machines” con esos aires de chirigota; la culpable principal de que descubriese los encantos de este fabuloso aperitivo meses después.
La versión del “These Boots” de Nancy Sinatra que decir, una puta genialidad. Entre bailes de san vito de ida y vuelta, “Insufferable”, “Psycho Structures” son de esas cosas que recuperan a trazos infantiles, bocetos con cuatro trazos mal hechos y tan tan geniales de aquellos primeros Parquet Courts. Y acabar con “Uncast Shadow of a Southern Myth”, otra de esas joyazas que hace de este pequeño invento, un pildorazo analéptico.

Bandas y tonadillas que nos llevan de flor en flor siguiendo las migajas que se quedaron bajo el sofá, entre los pliegues de los cojines o entre los molares. Pasados los meses, cuando ya ha pasado de largo toda la marabunta, uno solo tiene que ir a la caza de esos petardos mal encendidos o vanos, que olvidó la estruendosa muchedumbre. Una costumbre que de niño y junto coleguillas tan paupérrimos como uno mismo, dedicamos en la búsqueda y cacería de restos. Así es como uno topa con magistrales obras de la cavernaria historia musical, y descubre a los:
JAMES KING AND THE LONEWOLVES, por dar nombres

Una veterana banda Escocesa recién restaurada tras varios años de silencio entre fracasos y rencillas de sus miembros: Jake McKechan, James King... Que casi treinta años más tarde y tras enterrar el hacha de guerra. Se vuelven a reunir de la mano de Alan Mawn, para traernos esta maravillosa obra que permanecía oculta bajo el peso del ostracismo más absoluto.
Lost Songs of the Confederacy/2014/Stereogram tiene seguramente, todos los ingredientes para convertirse en uno de esos discos imperecederos. Un puñado de canciones -diez en total- que tiene la virtud de capturar prácticamente todas las bondades, de aquella música que sucedió en anteriores vidas. Esas mismas canciones que dieron con sus huesos en el olvido tras ser registradas junto John Cale. Tres décadas más tarde suenan tan frescas como el aliento mentolado.

Como son las cosas ¿no? Injustas por partes, y sin embargo deslumbrantes en el capricho de la industria. Abro la caja de los truenos, la enciendo una y otra vez, sonando incombustible y sigo preguntándome como es posible que esto haya pasado de puntillas. Batiendo la crema fundente de punks melódicos que nos aluden a Joey Ramone, a Sid Vicius, Johnny Thunders o a Nikki Sudden. Y que se amalgama con la Americana, el Pop ensortijado, R&B, o el Rock pétreo de mil referencias; nunca lo suficiente exactas para solucionar esa duda que te solivianta.
Quien sabe si ese puñado de canciones nacidas a finales de los 80, serían el pedernal que hubiese encendido la chispa del éxito de esta banda de Glasgow. Supongo que eso nunca lo sabremos, incluso la extraña inexistencia ahora que se ha publicado tantos años después, sin apenas haber inquietado en ese ¿lo mejor del 2014 puede?
Comienza el disco con “Fun Patrol”, un bluseo arrastrado con dos primeros acordes calcados al How soon is Now de The Smiths; nada más lejos. La garganta quebrada de Jack McKechan que se deshace y contorsiona, se funde en mil elipses de bajo hipnóticas, armónicas que arañan, serpenteante, asfixiante... Y por arte de magia aparece “Over The Side” para encaminarnos hacia la pura delicia, con uno de los riffs más increíbles que llevo escuchados en tiempo. Masajeante, maravillosa y brillante, evoca el Poprock australiano de los 70: The Bats, The Clean o The Chills, pero de rasgos más rockeros y con muchos más matices. Un tema directamente hermanado con el cerrojo que se echa en “A Step Away from Home”, pura ambrosía. Se suceden a fogonazos un montón de recuerdos, historias. Me vienen a la cabeza de golpe esos primeros The Church del Of Skins and Heart/1980, sin sonar exactamente a ellos, no sé, son tan solo efluvios quizás.

James King and The Lonewolves te hacen desenterrar un montón de remembranzas, referencias que revolotean por tu cabeza cuando los escuchas. Pero nadie como ellos para amasarlos todos, y sonar con esa imponente personalidad que corta la respiración. A veces suenan psicodélicos en “(Un)Happy Home”, rockanroleros en “While I can” o “Even Beatles Die”, incluso tremendamente melancólicos y dulzemente derrotados con “Bridgeton Summer” o “Texas Lullaby”. Pero sobre todo ese montón de asociaciones que hacemos al escucharlos, sobresale impertérrito ese espíritu Punk que impregna todo el disco. No ese Punk combativo y violento, sino el de unos músicos a quien los años les ha otorgado una especie de sabiduría circunspecta, a la hora de rediseñar esas antiguas canciones olvidadas.
Algo que se evidencia en esta especie de artefacto inoculante, y que actúa sin paliativos directamente sobre el alma. De esas cosas que te hacen reflexionar sobre la cantidad de buenas cosas que permanecen ahí, en el lecho marino, a la espera de la perseverancia y el rescate.


Cambiando radicalmente de escenario y localizaciones, establecemos el campamento base en tierras Californianas; San Francisco concretamente. Para dejarme caer en la maraña oscura, sugerente y crepuscular de dos bandas de allí, que curiosamente guardaba desde hace varios meses. Y que no ha sido hasta ahora, cuando he descubierto sus bondades. Quien sabe si los estados de ánimo variables y veletas son los culpables del azar, y de que sean unas cosas u otras las que nos cautiven.
Claro también es cierto que puede parecer extraño pasar de James King & The Lonewolves, Bryan Estepa o Paper Waves, a estas bandas más relacionadas con el oscurismo de PostPunk, Shoegaze , Dream Pop o como cojones se le quiera llamar. Pero es que fue esa la música que me amamantó a los 16 años, y no reniego en absoluto de ella. Es más, me parece complementaria y aun todavía defendible, sobretodo cuando hay tanta morralla que cribar. Que puede que haya quien crea que los géneros musicales pasan o no de moda, error total. Siempre que se sepa discernir y seleccionar aquello que hace de la abundancia destellos aislados de calidad: buenas canciones o esencia panorámica.

Hete aquí VANIISH/MEMORY WORK Y SLOWNESS/HOW TO KEEP FROM FALLING OFF A MOUNTAIN.

Dos bandas de San Francisco oscuras a rabiar, así, con bemoles. A estos se ve que las playas y el Sol de la costa Oeste se la trae al pairo, y bien que hacen. ¿porqué parecer algo que no se es leche??!! Sonar jodidamente tétricos sin recordar a los pedos de The Cure, Echo & The Bunnymen, Ride o a otras tantas buenas mierdas. Por el simple hecho de que en ese círculo vicioso donde la pescadilla se muerde la cola, lo único cierto, es que los discos han de ser buenos, y mejorar lo presente.
En los primeros como un apéndice de Soft Moon. Tenemos a una banda que por momentos recuerda al Pornography de los Cure (“Observatory Time”, “Fragment/fatige”), o por lo menos a esa tensión cortante y sugerente de aquella fabulosa época. Solo que ellos aun recordando a otros, suenan con una credibilidad casi hipnótica y metafísica. Digamos que nos quedamos con el concepto y la filosofía, sin cargar las tintas sobre lo traicionero que puede ser escuchar mucha música y pretender que se reinventen las genialidades del pasado: Tensos, equilibristas, ceremoniales, espaciales, planeadores y lo mejor, se han marcado once cortes que le dan un empaque al disco de la hostia.
Desde el inicio industrial de “In Images”, bestial. Pasando por “Kaleidoscoped”, “Search an Replace”, o “Observatory Time” como algunas de sus mejores vertientes, cuando agudizan el ingenio de la experimentación emulando a Bauhaus, o incluso a la evolución de New Order en el reminiscente Movement del 81. Sobretodo porque son capaces de crear un ambiente cerrado, por momentos tan inquietante como turbador. Y a la vez nunca llegar a pecar del exceso de su anterior banda (Soft Moon), porque aquí se columpian entre derivas barrocas, otras rozando lo siniestro, pero siempre con un puntito flotante y hasta de dulce venenoso.

Uno de los discos con más pedigrí, o por lo menos, de los pocos que me hacen creer que las bandas de ahora pueden emular a sus antepasados, sin por ello tener que sonar a malas copias, cansinos, repetitivos, y con canciones del montón.




Por otro lado SLOWNESS nos dan otra versión relacionada pero diametralmente distinta. Todo más reposado y escapista, con, diríamos, que cierto toque oriental que más que sugerir connotaciones folklóricas lo hace desde una apariencia casi meditativa: desde los Mavlevís, hasta la reflexión de los Yamabushi. Todo, para enseñarnos a como no caer desde una montaña: HOW TO KEEP FROM FALLING OFF A MOUNTAIN
 
Este cuarteto de San Francisco desarrolla su idea de espiral progresiva, en ocasiones rozando los tratados del Krautrok, girando de rasqui y en torno al Pop Psicodélico. Seguramente, porque la tremenda carga ambiental de la mayoría de sus cortes; que superan con creces la inmediatez del minutaje aconsejable para el Pop. Los acerca más a estados de elevación, levitación y puro alucine: desde los siete minutos de si inicio con “Mountain” o “Division” que en su ligereza me recuerdan a los momentos más coloristas de Stone Roses, Telescopes o The Dylans. Hasta cuando se meten incluso de pleno a crear melodías elípticas y desarrollarlas sin limites ni cortapisas, aunque no siempre de manera férrea.

Slowness pueden recordar levemente a bandas de ahora, que sin un rumbo claro intentan asociarse a los efectos lisérgicos del trance y la psicodelia. Ahora, lo que a mi me encanta de ellos y de su discurso, es que saben como nadie flirtear con un montón de ideas, sin decantarse con claridad con ninguna: ese rollito entre el rock progresivo y shoegaze de “Anon (part II)”, otras parecen estar más del lado de Mogwai y el PostRock “Anon (part III)” o cuando te arrastran hasta los fondos marinos con esas odas de sirena infinitas y hasta cierto punto etéreas. Ahí, es cuando de verdad se descubren como un proyecto radicalmente distinto a lo que abunda a cascoporro; como los montones de bragas 3x1 de los mercadillos.
Slowness van más allá, alejándose de un formato comercial, sin concesiones, conceptual si se quiere. Por eso puede que después de dejar pasar los meses, es ahora cuando encuentro tiempo para descubrir su genialidad casi suicida. Me gusta, si señor, hasta la señora de su portada.


Deberes estos, que me impongo porque la verdad ni tengo ganas ni me apetece obsesionarme con lo que nos deparará el 2015. Nostalgia si se quiere, o incertidumbre por lo que está por venir.
Seguiría escribiendo siseñoras & siseñores, bien lo sabe dios. Pero es a veces cuando más ansiedad me genera el ultimátum que me ha impuesto la directora provincial del (INSS) de Barcelona, a la que por otro lado me encantaría conocer en persona y que firma como Desamparados Saiz Ortiz; tócate las narices Mari Pili!! Ese tic tac tic tac parecido al de Pablo Inglesias que me martillea la cabeza, entre las ganas de que llegue y el canguelo. Produciéndome unas ganas irrefrenables de escribir y levantar muros de tochanas sin ton ni son.
Y bueno, es que quince meses de baja -algo insólito en mis 44 años- a producido unos efectos la mar de extraños en mi: impotencia, sumisión y resignación, desespero e euforia; esta última a ratos muy breves. Todo casi en ese mismo orden en modo de bucle, no sé. Una cosa que uno no sabe si achacar a las armas que desarrolla el instinto de uno, para colocarse caretas y hacerse el valiente, o es por pura impotencia. Pero vamos que no os voy a contar mis penas y lamentos. El 19 de este mes empiezo a currar en teoría y por imposición, y tengo ganas por extraño que parezca. No me puedo poner de cuclillas, pero eso... poco tiene que ver con lo que nos importa:
Descubrir un montón de discos lustrosos y sorpresivos en belleza, del 2014. Que al estar con el 2015 ya por la pantorrilla, resulta que superan con claridad las expectativas; ya sean los que pasamos por alto o lo que acabamos de descubrir. Y que producen sobre mí (no sé si también sobre vosotros), un efecto de dejavú narcolépsico que cambia radicalmente la idea que tenemos del pasado año.
El caso es que creo que este mes de Febrero y parte de Marzo, van a ser estos anexos de obras magnas los que me entretengan. Porque son bastantes, y no es cuestión de enladrillar esta bitácora con textos infumables.
Me distraen las más recientes novedades, pero la verdad es que no me preocupan demasiado... cuestión de prioridades supongo.

#SALU2 and TO BE CONTINUED...

lunes, 2 de febrero de 2015

JERSEY BOYS vs BOYHOOD/2014: EL FULGOR DE LAS HISTORIAS DE ANTES.





Sí, levantarme del butacón al acabar Jersey Boys y sentir esa misma sensación de plenitud; como cuando se disfruta de una buena comida. Ni copiosa ni siquiera lujosa. Solo la satisfacción entre lo nutritivo y lo saciable que te queda cuando aprieta el hambre y se cumple con el momento.
Y desde luego espero que sin dejarme llevar por cierta admiración al espigado Clint. Es puede, el único director en la actualidad, capaz de darle ese tono narrativo a las películas: Ese curioso momento inubicable en tiempo, que siempre me acaba sugiriendo al cine de antes. Ya sin esperar que nos sorprenda con una pirueta o un giro de 360 grados. Solo que nos cuente una vez más, otra historia como solo él sabe hacer.



Jersey Boys podría ser perfectamente una historia real o ficticia, que más da. Pues su ritmo tranquilo hasta la extenuación en algunos momentos de la cinta, se hace servir del perfume teatral de la obra. Da el protagonismo a las canciones, porque son el eje transmisor por el cual gira la historia y sus cuatro protagonistas. Y deja de lado las razones de peso que todo el mundo busca para dar fe a su veredicto.
Tampoco lo necesita, para que engañarnos. Clint Eastwood sabe como nadie jugar con la importancia de la música, la inocencia de sus protagonistas, y esa exhalación final de fervor juvenil. Eso a lo que nos agarramos los carcamales, puede. Pero que ya no se ve en el cine de ahora, buenas historias sin más.
Puede que otros muchos estén deseando que ocurra algo, que estalle de repente. Y que la película aporte algo mucho más relevante que el musical teatral en que se basa, o sobre la misma idiosincrática vida del grupo, FOUR SEASONS. No sé, siempre parece que estemos esperando algo, no se qué, pero algo que nos despierte del atontamiento intravenoso. Habremos perdido la capacidad por sorprendernos por las sencilleces, la magia de los personajes, las historias sin trama ni desenlace...; esto es sí, una pregunta #¿? 
 


Jersey Boys me ha encantado sí, así de claro y rotundo. Igual que Boyhood. Quizás porque los melomaníacos solo queremos eso, soñar con la inocencia del cine de antes, el cine de siempre.
Las dos tienen esa longitud excelsa con la que se cuenta una historia sin atajos, e incidiendo en el ritmo tranquilo. Con esos trucos que se descubren para que sea tu propia imaginación la que construya castillos aéreos. La que te recuerde como se imaginaba cuando todo era posible, cuando los pioneros eran gente sencilla de a pie.
Boyhood también tiene esa impronta de historia autobiográficas, en las que tu memoria te evocan a pasados heróicos, malditos y decadentemente memorables. Siempre haciendo equilibrismos con el abismo del drama a la derecha, y el de la tragicomedia a la izquierda. Acabas de verlas ambas y se te dibuja una sonrisa en la cara. Sientes la satisfacción de haber hecho un viaje a tu infancia, y ves que fascina de igual manera a tus hijos. Muy posiblemente porque en paternidades y ascensos hacia tu vejez, hay caminos que se entrecruzan y que nos devuelven la infancia perenne a ratos y en pequeñas dosis.
Dos películas memorables, si señor.

jueves, 29 de enero de 2015

BRYAN ESTEPA Y Petit Cabroin en ROCKSOUND_Barcelona 27/01/2015: COSAS GRANDES QUE SUCEDEN EN LUGARES PEQUEÑOS (REISSUE)






















A menudo de espaldas al batiburrillo tumultuoso de los grandes fastos - películas de suspense, que a golpe de macabros argumentos y desenlaces espectaculares, que nos tienen en vilo- ¿y ahora qué, ya está...?, suceden pequeñas grandes cosas. Corpúsculos de sencilla normalidad que en una silenciosa y muda subsistencia, nos dan la verdadera chispa de la vida. Ese otro ruido casi imperceptible que engrasa mecanismos, da lustre al alma y nos libera de los grilletes de la cadena de montaje.
Este pasado Martes volvió a ocurrir tres años después. Bryan Estepa en esa concentración de talento tan ajena al estruendo de modas en forma de aplicaciones antivejez, nos volvió a levantar el orgullo de sentirnos grandes. Casi dos horas de concierto para sacar de paseo la exquisitez de su repertorio, y nosotros de la mano.



Como si la excusa de un Martes con el que digerir la semana, fuera suficiente motivo para cargar pilas. El que aquí firma, se dejó caer como el que no quiere la cosa en el RockSound de Poblenou, para inaugurar como se debe la temporada de directos vitamínicos del este 2015. Una zona industrial de la periferia Barcelonesa de la cual guardo imborrables recuerdos de juventud: Mi primer curro con 16 años, esas primeras sesiones de pinchadiscos, noches en vela, e incluso las últimas sesiones que di hace ya casi diez años en el desaparecido THE SOUND (media naranja de Fantástico Club, y ahora RockSound). Una zona de espaldas a la gran urbe que siempre me ha fascinado, quien sabe si por su pasado agitador en la escena PunkRockera de los primeros 80 (666, Texaco, Garaje, Ceferino,Aquelarre... etc), por su decoración decadente desoladora y resistente a la merienda de negros urbanística de Barna City. O por ese simpático/inconsciente tic que tenemos los cuarentones a asociar melancolía, recuerdos y paisajes para recobrar la emoción juvenil. 

Es allí donde a menudo acontecen los hechos verdaderamente remarcables de la tumultuosa noche decorativa de una gran ciudad. Por lo menos, los que para un servidor acaban siendo la prueba más palpable de la grandeza de la música y su ejecución en directo; sin filtros, colorantes ni falsas apariencias.


Desiertas las calles y contadas almas en pena las que nos dimos cita en RockSound ante el sacrificio de desembolsar 10 euretes #Modo sarcasmo On. Y ya puestos, aprovecho para lanzar un rapapolvo a aquellos que viven ciegos, sordos y ajenos a estas pequeñeces. Porque a ver, me cuesta entender el significado de la música (llamémosla alternativa) pasando por alto discografías tan exquisitas como la de Bryan Estepa, y tantos y tantos artistas que discurren al margen de la estética musical; aquella que nos hace sentir inventivos, trasgresores y modernos, o por lo menos creérnoslo.
Como me decía Fernando Alfaro hace quince años cuando lo entrevisté en su gira de Tejido de Felicidad, y que me grabó de por vida: No es aquello que sale en la tele, medios públicos o en los escaparates los que moldean y dan forma a la originalidad. Las cosas que suceden aquí abajo (en el limbo comercial), son en realidad las que realmente arriesgan, agitan y mueven la cultura.

Sobre las nueve y media mientras hidratábamos nuestros gaznates, y con un discreto Bryan apostado a la izquierda dando cuenta de un Gin Tonic, subieron al escenario Petit Cabroin (Javier Extremera y Ferran Esteve) . Quienes en formato acústico y suficientemente armados con dos guitarras y un looper que por momentos quiso dar al traste con el climax de la noche. Nos regalaron un puñado de canciones entre el Pop de cantautor y las magistrales guitarras de Max Eider en el Partytime de Jazz Butcher. Una mezcla de la sensibilidad de la Bossa y el mimbre Folkpopero de su todavía caliente “De Cabeza a un Charco/2013/Rock Indiana”, del que sonaron algunos de sus mejores temas: El que da título al álbum, “No más Madera”, “Disimular Fatal”, “La Ciudad de los que dijeron sí”, “Nuestra Gran Mentira” o “Pregúntale al guionista”, mas un par de temas nuevos inéditos.
Sin banda de apoyo, pero rodeado de buenos amigos entre los que se hallaba en ex Malconsejos o Amigos Imaginarios Santi Campos. Y algún compañero de épocas aventureras en CosmopolitANTS, como Jonathan Zuriaga; batería que acompaña a Bryan Estepa en esta gira española. La sensación de intimidad familiar quedó debidamente acentuada por la calidez y el maravilloso diálogo entre los dos fabulosos músicos, y el público claro. Sobretodo porque el disco, tras escuchar ese aperitivo acústico, se deja mucho querer: Pop cercano, maduro, reflexivo y por momentos descarnado. Con una producción exquisita y una ejecución tan cálida como cercana.


A eso de las diez menos cuarto estirando la noche como los chicles de Boomer; a gusto como estábamos los asistentes. Se arrancó sobre el escenario aquel que por su dimensiones y apariencia, pocos dirían que alberga tal cantidad de talento y actitud sobre un escenario. Bryan Estepa es de aquellos que puede llevar a engaños, según se mire claro. Todo depende si al escuchar su música sabemos o captamos por donde van los tiros: Pura transparencia y amor incondicional por lo que ama. La música sí claro, está el amor procesado, el no disfrazar aquellas influencias que lo forjaron en épocas de Swivel o Hazey Jane. Cada golpe y tintineo de juvenil efervescencia (You am I, Beatles, Teenage Fanclub, Beach Boys, Neil Young, Jayhawks, Jeff Buckley, Wilco o Elliot Smith). Todo eso debidamente tamizado por el pasar de los años, conciertos y esas mismas aventuras que nos moldearon a todos. Ese tipo de pequeños detalles que te hacen tener esa caída andando, esos hábitos y exhalarlos así: Como puro sol incandescente. Y lo jodidamente maravilloso es que no se limita a una ramplona imitación y yastá, no, lo suyo es personalidad indiscutible y honestidad, mucho de eso si.
Sobre el escenario puro PowerPop vibrante, tal como debería entenderse tan amplio término. Con sus caricias y con esos mismos latigazos que cosen Rock&roll, R&B, Funk/Soul, Pop, Folk o Punk para gozar en orgía comunal bajo la colcha.

Así que el arranque de la noche no pudo ser de otra forma: pisotón de acelerador y los temas de su último disco con más pedigrí powerpopero. “Come with May”, “Then Fighting Word” y el que no, lo puso de su cuenta, como en “In a Minute” pese a ese toque de Soul blanco al ralentí, que impregna a muchas otras canciones. “Seachange” perezosa como una de mis primera favoritas que sonaron. De su tercer trabajo del 2011 sonó tremenda “Hard Habits”; una de las mejores de la noche sin duda. Esa parte de su sonido que a mi en lo personal me remite al primer Josh Rouse de “1972” o a “Under Cold Stars” (mis preferidos). Solo que en Bryan, parece ajustarse todo mucho más en su tránsito del disco a directo y a la inversa.

Luego vinieron otra de las grandes, “Western Tales” del primero, sonando engrasados inmensos músico y banda: Brian Crouch a los órganos y guitarras, David Hatt y sus guitarras cortantes, Jonathan Zuriaga con esa batería tan Funksoul o el tímido Da Vi D al bajo. Rescates junto a “Come Around” o “Your Best night” casi sucesivas, empujadas por la exquisita selección recién publicada de su trufada y poco conocida carrera 2001/2014. Retomando la Beatlemana “Restless” de su último disco y volviendo al agradecido Vessels del 2011 de nuevo con “Tongue Tied” o “Instincts”, y el candor del PowerPop/resorte con el que coger la recta final del concierto. Y lacito en el regalo de “Right Now”, que sonó como los propios dioses (Soulera, con mucho swing como imperecederas gemas del pasado).




Para rubricar la noche y cuando ya casi me había olvidado de alguna de las confituras de su último disco, sonó balsámica “Nothing at All”. Y un colofón con un Javier Extremera sobre el minúsculo escenario abarrotado de amor y fraternidad, acompañando en guitarra y coros la última “She vs Him”.
Y el despelote de rigor claro está. Sin guitarra, a pelo y con esa facilidad que tiene Bryan de mutar hacia sus santos guías, tres bises con el cierre acechando. Un primer homenaje a los garajeros Easybeats y su “Friday on my Mind”. El “Don't let my Down” de los Beatles con otro invitado sobre el escenario a los coros miembro de los Flaming Shakers. Y echando el telón sobre la bocina una increíble versión del “Just What I Needed” The Cars.
Un derroche de buen rollo que ha servido para dar fe de los sabios consejos de Joaquim (aunque no acertara con los horarios), sí con las sensaciones. Amarrar buena parte del carácter explorador que tengo, en esa baliza que me lanzó hace un año Coco. Y lo más importante. Aunque imposible extrapolar en un largísimo texto todo lo que uno puede sentir en un directo, que es mucho y siempre imposible. El gustazo de ahondar y nadar en la imperdible discografía de este Australiano y esas pequeñas/grandes cosas que ocurren ahí, en el trastero de Rock Indiana.
PD. Sean felices y no se queden por favor con lo grande, saben que el tamaño no siempre es lo que importa?. Y recuerden que aun están a tiempo

27 enero, Barcelona, Rocksound
28 enero, Bilbao, Colegio de Abogados
29 enero, Madrid, El Intruso
30 enero, Castellón, Four Seasons
31 enero, Valencia, Loco Club

COME WHAT MAY... 2001/2014 (Rock Indiana):

lunes, 26 de enero de 2015

ELIXIRES RECONSTITUYENTES (Finos, Amontillados y otros bicharracos).




Desde bien pequeño ya, y pese a la desmesura diametral de mi rollizo cuerpo según cuentan las historias de madre “no hay más que una” -se cuenta que el jamelgo con mi madre rebasando ya la cuarentena, pesaba cinco kilos y medio- madredelamorhermoso!! Pese a ese florecer desproporcionado y parasitario, cuando dejé de depender de las mamellas de mi madre y la leche en polvo del niño gordo de la lata, como ella la llamaba. Crecí apocado medio alelao y propenso a coger al vuelo cualquier virus que se preciara.
Huesudo, espigado y rodeado de cuatro mujeres, mi infancia no fue la alegría de la huerta que digamos: En perpetuos resfriados, gripes, jaquecas y alergias, me atiborraron de inyecciones, vitaminas... - Tose cuando entres nene!!, me decía mi madre cuando visitaba al doctor Padrós día sí, día también.
Cada vez que encamaba -que eran muchas- crecía un centímetro y se acentuaba mi delgadez. La ropa me quedaba enorme, las articulaciones me dolían, era sonámbulo y tenía miedos nocturnos, me meaba en la cama... una joyita vamos. Por aquel entonces, sin tantas manías ni tonterías como ahora. Mi madre que estaba emperrada en volver a ver el gordo y lustroso neonato, me preparaba un brebaje inbebible: Quina San Clemente con una yema de huevo, bien batida y pa dentro!!

Os reiréis, pero ahora que voy camino de los 45 y con 1'85 de altura. Cada Sábado que voy a verla, en su vejez de 86 primaveras y después de comerme su lentejas que tanto odiaba y ahora adoro, con una botella de buen tinto que cada semana le bajo y compartimos. Me acuesto a echar la siesta en mi cuarto de soltero, y vuelvo a soñar con esos días. Ensobrado en un juego de cama de felpa frente a ese dibujo de témperas que dibuje con catorce años. Vuelvo a caer en el dulce sueño de la infancia. Como podréis imaginar, mis necesidades nutricionales ya no van dedicadas a mi envoltorio sino a mi alma.
Reconstituyentes que te nutren desde dentro hacia afuera. Que abren ventanas y poros para que pase el aire, dándonos perspectivas y conocimientos de nuestros sentidos nuevas. Esas que te hacen volver a sentir la emoción infantil de descubrir los secretos mejor escondidos de la vida. Los que nos enseñan a conocernos y a medir con nuevas experiencias, nuestra mutación y madurez deliciosa.


Hay quien cree que conocidos ya los gustos, para que devanarse la sesera en entender aquello que no entra a la primera, pudiendo apoltronarse cómodamente en los hábitos: Hábitos que se tornan rutinas y rutinas que acaban siendo monotonías. Pues bien. Supongo que a veces la rutina nos da cierta seguridad, porque no. Ah, lo siento. Yo desde chico y con la seguridad de ser un zopenco, según estipula mi currículum oficial. Siempre me empeñado, primero de manera instintiva y poco más tarde ya por pura devoción, rozando casi el fervor. En encontrar siempre motivos suficientes para exprimir los sentidos y la curiosidad, quizás por eso, porque soy un zopenco.
Fue así como la segunda cita del año que nos hizo descender como si fuésemos lugareños de Guanajuato hasta los genitales de Vadebacus. Y en el perforar colectivo hacia nuevas galerías secretas y misteriosas, diésemos con oro en vez de níquel o plata. Oro de glorioso sol San Luqueño para sacudirnos la caspa de encima en un “todo lo que usted quiso saber de los vinos de Cádiz, y no se atrevió a preguntar”. Una noche que no fue ni mucho menos una disertación escrupulosa de sus controvertidos elixires. No, a veces es bueno poner el contador a cero, deshacer lo hecho y volver a empezar todo de nuevo; y yo respecto a estos pormenores soy como un niño asombrado con la mirada congelada y los ojos abiertos como platos. Digamos que soy neófito absoluto y aprendiz avispado, para qué más.


Tenía que ser así, enfrentados por primera vez y de improviso a tres tremendos vinos del Marco de Jerez. Como esa primera vez que te arrastran engañado a un burdel. Como enfrentarte entre el pavor, el desconcierto y la excitación a tu primera erección.
Líquidos glicéricos con un carácter gastronómico imposibles de entender sin un bocado que llevarse a la boca. Que nacieron de la idiosincrasia Andaluza del beber, negociar y comer, pasando casi inadvertida su grandeza e inigualable personalidad dentro de la tradición vinatera española. Tuvieron que ser así los Ingleses los que primero apreciaron su distinción dentro del marco de los Sherrys, vinos secos de aperitivo y olorosos. Ahora, con el paso de los años bodegas como Equipo Navazos, son los titánicos Leónidas que se enfrentan en las Termópilas, al devenir incierto del vino de Jerez. Nunca lo suficientemente valorado, como una especie única e inimitable dentro de la personalidad que ostenta cada vino en nuestro país. Por eso, no hay vino que iguale o pueda acercarse mínimamente a estos vinos: Complejos, exigentes y caprichosos ¿quien no se ha tomado alguna vez una copita de la Guita, Tio Pepe o La Gitana... etc? Con un cartucho de camarones, jamón o queso.
Lo cierto es que pese a lo coloquial del consumo de estos vinos, da la sensación que jamás se les ha dado la suficiente importancia aquí.


Y no seré yo el que intente dar lecciones de nada, salvo de la emoción y disfrute al intentar diseccionar o descifrar la sensaciones que produce hacer una cata de estos bichos indómitos. Para eso ya están Jesus Barquin y Peter Liem; ideólogos y Almacenistas de filosofía combativa.

Con el orden impuesto por Jordi Ferrer (nuestro guerrillero infatigable y cómplice Perico). LA BOTA DE FINO nº54, AMONTILLADO EL TRESILLO, y LA BOTA DE PALO CORTADO 2014 nº52, y de manera inédita con Jamón, Queso Viejo y frutos secos para acompañar. Fueron unos primeros instructivos apuntes los que nos guiaron levemente por las particularidades de la crianza de cada uno de ellos, lo que los hacían distintos: La importancia del Velo Flor que cubre en su periodo de crianza estos vinos, y que controla la oxidación de los mismos. La sabiduría de los Almacenistas y catadores en la elección de las botas para determinar el ensamblaje y la composición única del Fino, o del Palo Cortado (calificación en el origen de tachar las botas elegidas con tres palos y una raya oblicua), el domar la oxidación de los mismos en equilibrio funambulista. O el misterio de la extracción de semejantes vinazos, de una uva tan fina como el Palomino.
Aunque para ser sincero, entre lo turbador y contrastado de la experiencia olfativa y palatal del momento. A uno se le va el santo al cielo levitando entre gemido, gruñidos y salivaciones; para que engañar.


LA BOTA DE FINO nº54 15% (Vallespino) es directo, refrescante e inmediato, perfecto e insaciable para tapear mientras se arregla el mundo frente a una barra o sentado a la fresca. Con perfumes entre las lacas, el polen, las olivas y la madera húmeda recién cortada. Es un vino secante pero muy fresco a la vez y conforme sube gradualmente de temperatura de los 10 grados a los 13, aumenta notablemente su abanico expresivo. En boca es contundente recordando al perfume que impregnan las cooperativas aceiteras del sur (olivas, extracción, jamila), toques salinos a mar, pesca, arengues, ligeramente ahumado. Toda una ricura.

AMONTILLADO EL TRESILLO 20% (Palomino Fino) es otro giro de tuerca. Como suelen ser los Amontillados, es mucho más profundo denso y rotundo aunque preserva una acidez diluyente ideal para comidas grasas (pescados azules, quesos, o caza). Con su color ámbar seduce y activa recuerdos evocadores. Su olfativa es casi infinita y tan amplia que obliga a reflexionar: Goloso, con recuerdos a tabaco de pipa, currys, azafrán, naranjas, vainillas y frutos secos. En boca es adherente, longitudinal y fresco por su deliciosa acidez y explosividad.
Con el queso curado alcanza su cúspide al amalgamarse con las grasas lácticas fundentes. De ahí esa definición de gastronómicos. Son vinos que cuesta entenderlos si no es con la ceremonia de oler y combinarlo con la química de un buen bocado; entre otras cosas porque pueden ser altamente peligrosos y cabezones a palo seco.



LA BOTA DE PALO CORTADO 2014 nº52 18% es otro grado de subliminal, otro mundo. Y perdonen mi atrevimiento, pero cercano al súmmun y lo celestial. Sí, así de rotundo. Y lo cierto es que sin ser estrictamente un vino dulce, el amalgama sensitivo que produce es definitorio; EL COLOFÓN. Armonioso con los frutos secos a puñados, sedoso en boca y fundente con el aceite de las nueces, la avellanas, las almendras y su acidez. Todo ello resulta tan hipnótico y cálido como la contemplación de la lava del Kilauea.
Perfume de miel, olivas, mueble antiguo, orejones y pasas. Al subir la temperatura emanan los licores y más pasas. En boca es bestial, milimétrico. Puedes separar por capas las sensaciones, perder la cabeza, volver a reformular, y aun así no acabar de definir las sensaciones más que con un gemido canino. Es como catalogar y ordenar todo lo que te han ofrecido los anteriores dos vinos #Y otros, conjugarlo, volverlo a separar, y elevarlo a la máxima potencia. De echo una de las peculiaridades de Palo Cortado, son la selección de los mostos más excepcionales de Miraflores. Todos ellos del mismo pago y de la misma añada, y pese a ser de carácter netamente joven se le intuye una vida en botella increíblemente longeva.
La ausencia prácticamente del velo de flor, que es la película que se forma en la superficie del mosto y lo preserva de la oxidación. Hace que a diferencia de otros sea este un vino oxidativo, y sin embargo tan lujurioso para beber. Recordando a grandes productos de esta bodega: La Bota de Florpower MMX 44 y 53, La Bota Amontillado o a La Bota de Manzanilla Pasada. Como dice la misma bodega: Una selección de seis botas de cañón para ensamblar este vinazo, puede que uno de los mejores olorosos de Jerez.

Así que para que decir más, lo que se dice una noche completa. De aquellas que te teletransportan a las estrechas callejuelas Gaditanas, a Jerez de la Frontera y sus tabernas llenas de vida. Al olor a mar, salitre y a la euforia desatada que respiran sus calles. Viajes antiguos que ahora se nos antojan breves y distantes, trazando un tiralíneas entre Sancti Petri con sus inabarcables playas de arena compactada, a Chiclana, Padro del Rey o por los alrededores de la catedral Gaditana. Y que le hacen regresar a uno a casa con la huella en el paladar mientras en el coche sonaba Adrian Cowley, sí lo recuerdo, sonaba Adrian.

jueves, 22 de enero de 2015

PAPER WAVES: GIVE ME MOONLIGHT_2014... vientos de deshecho que nos devuelven la grandeza del olvido:





Abordajes a las puertas del colegio a punta de varillas de paraguas, calles resbaladizas y charcos como espejos donde mirarse. Amanecen los primeros Lunes de lluvia del año, y con ellos la corriente que se intenta llevar calle abajo los malos augurios y la mierda imperecedera de las calles: Orines, incontinencias e inercias cavernícolas. Colocas la bota en el desnivel del pavimento por donde discurre el agua de la lluvia a modo de presa, hasta que se te empapa la planta del pie. Y cosas bonitas como Paper Waves se asen y echan raíces, te colonizan tomando la bastilla.
Me gusta rebasar los plazos impuestos por el cambio del año, solo por descubrir la deriva de aquello que se nos escapó por los pespuntes descosidos del alma. Casualidades en las que tropieza la melancolía de los días lluviosos, grises, mundanos y pensativos. Me aposto en el minúsculo balcón de mi habitaje mientras consumiendo el pitillo de la vida, veo pasar la gente, el rumor de la calle. Entreabro la ventana que queda a mis espaldas y dejo que el impulso de las ondas -benditos salmos de mullido y poroso bizcocho- me empujen a soñar con “Give me Moonlight”.

Los recuerdos se suceden, dicen por ahí que el resultado de una fórmula matemática resuelve hoy, el día más triste del año. Y puede que si es verdad que la matemática nunca falla, sea la nostalgia que producen sus canciones la que nos entristezca. Y macere tanto nuestro corazón, que funda la lágrima con las gotas de lluvia que resbalan desde el quicio de la terraza del vecino de arriba.
En cualquier caso y dejando que sean los sentimientos los que escojan momento/año/día, y sea nuestro estado de ánimo quien los crisalice de por siempre. Por el borde del ya concluso 2014 todavía siguen deslizándose en oscura negrura, como siropes de fresa, galletas o arándanos, y en caída libre hacia el abismo del 2015. Discos tan magníficos como el del último proyecto de Joe Reina (Braves, Wire Sparrows) y Jesse Carmona. Y eso, puede que sea el único detalle a tener en cuenta.

En ese verdadero trabajo de orfebrería vocal y tapices melódicos tan balsámicos y apacibles, como es este Give me Moonlight. Se pueden entrever muchas de las claves que hicieron únicos a Teenage Funclub, Trash Can Sinatras, o a los Posies. Con un grado más de confortabilidad quizás, pero con virtudes o armas muy parecidas: Pop reluciente de tonos ocres que se engranan automáticamente con la melancolía y la ternura, al bombeo del corazón. Y que a uno le produce de manera ineludible, esa sensación de languidez propia de los años; quizás.
Ligeras taquicardias de soliviantos nocturnos, en la cama. Con los ojos medio cerrados su escucha se antoja como pequeños viajes somnolientos en la vigilia del... - sueño despierto. Uno de esos discos olvidados en la recámara de los años, que pasan como verdugos implacables con condenas, que solo las estrellas como rutas de indianos y astrónomos tan insomnes como Wilfully Obscure, son capaces de volvernos a poner sobre su pista. Te agarras a sus crines, y cabalgas por esas rutas de polvo de estrellas en “Phantom Wing”. Con “Some New Hand of God” nos recuerdan el pálpito de aquel “Love & Mercy/2005” de THE BRAVES. Pero este disco en su discreción y timidez tiene un algo que lo hace mucho más grande y despiadado. Un crisol de pequeños recuerdos como fogonazos a los que cuesta ponerles un nombre, una fecha, o un momento de nuestras vivencias. Tiene ese vuelco que te llena el pecho y socava incluso en desamores, oportunidades que se lanzaron por el retrete, dando más sentido si cabe, a la injusticia del pasar páginas de almanaque. Y pensar solo por un instante, que por poco que sea, canciones tan majestuosas como "Easy Branches", “Disappears”, “The Forest”, “Two Careless Lifestyles” pudieron quedar enterradas en el olvido.
Saltar sonámbulos sobre las notas quebradizas de la guitarra de Joe Reina y Marcus Spitzmiller en “Keep Your Own Kind of Love” o “Easy Branches”. Y gozar como un cochino sonrosadito con estos regalos inesperados que nos dispone la tranquilidad de saber, que no hay plazos ni ultimátum que date las obras atemporales.