Bodega: Sartarelli (Poggio
San Marcello, Ancona)
D.O: Verdicchio dei
Castelli di Jesi
Uvas: Verdicchio 100%
Volumen Alcohol: 14%
Añada: 2010
Selección: Viñas más
antiguas de la finca 80/90 Kgr/Hectárea
Viñedos: Calcáreo de
textura media y 350 mts sobre el nivel del mar.
Proceso: Prensado suave,
trasiego y fermentación maloláctica en Inox. Y posterior
fermentación durante 20/30 días, y embotellado en Abril y Mayo.
Enólogo: Alberto Mazzoni
Precio aprox. 8 Euros
Tengo por
timonel un teclado y un ratón. Con ellos, torpemente y con unas
pulsaciones dignas de un grumete, intento cuando las tempestades de
la cotidianidad lo permiten, redactar escritos que se pierden en el
mar océano de la Red. Y aunque suene a melancólico e insólito
trovador, para sorpresa propia; son en ocasiones los vientos alisios,
los astros, o la Luna, los que encuentran casi por puro azar a un
receptor.
Estas lineas
vendrían a ser la ilustración perfecta de esa sensación paradójica
de quien escribe buscando un interlocutor, más que por una
satisfacción propia. De quien te ofrece en suerte una botella, de
vino como es el caso, y pone en tus manos un presente con futuro y
nostalgia de pasado.
Para que al
cabo del tiempo seas tú quien escribe el mensaje de gratitud en una
botella vacía con un mensaje a la deriva; buscando sin apenas
esperanzas pero con una insignificante detonación interior, la
ilusión de la coincidencia.
Bolognia
tiene un encanto particular e incalificable. No lo son sus vistosos
monumentos, que no los hay en abundancia, ni su oferta deslumbrante
de turismo enfervorizado; deseoso de sustraer el alma de la ciudad
con vistosas instantáneas .
A cambio
tiene una Atalaya, un anillo circunvalante de calles amplias, y una
gran plaza donde desembocan infinidad de calles más angostas y
ensortijadas. Y por encima de todo, una vitalidad contagiosa y
activista que enarbola con orgullo la rojez de su paisaje. Cuando
decidí como un acto sintomático del subconsciente, establecer el
campamento base de mis pasadas vacaciones. Estoy casi seguro que
debió haber algún echo inapreciable que sacudió mi decisión, aun
considerando mi escepticismo como una media virtud en tratamiento. De
quien no cree en el destino, pero sin embargo lo desea y anhela, con
incluso cierta templanza.
Y desde
luego no hay mejor manera de dar forma sólida, táctil y sensorial a
un recuerdo, que apropiarse de una pequeña parte que del líquido
que discurre por sus calles, terrazas, y Osterias, sus vinos.
Antes de
dejar a nuestras espaldas la estrecha Vía Drapperie, y perdernos por
escondites de callejuelas laberínticas y pequeños pasajes. Hay que
bajar hasta las tripas de la Enoteca Gilberto para descubrir lo qué
se esconde bajo su aparente fachada de reclamo turístico, en uno de
los pasajes más auténticos del Centro: Un maravilloso repertorio de
prácticamente todas las zonas vinícolas de Italia, de las que doy
fe que son tan amplias y contrastadas como para no acabarlas ni en
dos vidas http://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Vinos_de_Italia
Como veis he
dado un rodeo rocambolesco para acabar en un vino que no pertenece a
la zona de Bolognia.
Pero sería
de una injusticia pretenciosa ignorar lo que fue mi auténtico día
de disfrute a solas por las calles de la ciudad roja, y “que me
quiten lo bailao”: La familia en la piscina a gozo y disfrute
de una soledad entre naturaleza sin parangón alguno, y el cabeza de
familia a la busca y captura de la Enoteca perdida. Al final y
por aquellas casualidades y porqué no, por arte y gracia de alguna
camarera generosa. Me perdí Strada Maggiore abajo donde
conviven en perfecta armonía Cafés, Bibliotecas, Museos, Mercados
Municipales y Academias musicales. Alejado del bullicio del centro,
allí se encuentra la discreta Antica Drogheria Calzodari y
siguiendo recto esa misma Vía Petroni, se desemboca en Vía
Guerrazzi; lugar donde se ubica el negocio familiar de Il
Caffé Bazar SAS, y donde topé con esta delicia.
Habrá quien
piense si es necesario dar semejante rodeo para hablar simplemente de
un vino, teniendo en cuenta que acabo escribiendo de más de temas
quizás intrascendentes, en vez de centrarme en el asunto en
cuestión. Estoy convencido que es así, es más, puede que en
realidad el vino, la música, o cualquier otro disfrute sea tan solo
un pretexto para invocar las sensaciones, momentos o experiencias,
que en realidad son lo importante; o eso, o dejar en manos de la
memoria los recuerdos.
Odio con
toda mi alma las meras notas de cata, asépticas, concisas que se
asemejan más a un telegrama en morse, que al verdadero valor
esotérico de los sentidos en movimiento. Todo lo que aglutina ese
elixir de la naturaleza, donde los elementos y el mimo del
intelectual juegan un significado único e inimitable. Y donde la
pleitesía que le rendimos debiera estar exenta de clasismos y
elitismos; al fin y al cabo para que trabajen los sentidos que nos
han sido otorgados por esa misma naturaleza. Tanto que debería ser
impuesto por decreto el buen uso de una copa en condiciones, o el
tiempo necesario para que el vino coja aire y se transforme.
Y doy por
echo que con esto que digo más de uno piense que volvemos a caer una
y otra vez en ceremoniales absurdos. De la misma manera que yo pienso
con total convencimiento, que confundimos tocino con velocidad,
formalismos con pedantería, o populismos con incultura; tan dados
como somos a quitar importancia a lo que se la merece y ensalzar al
“espabilao”.
Pero eso es
harina de otro costal y vayamos a lo que nos interesa, nuestro
SARTARELLI TRALIVIO. Un vino blanco despojado de presuntuosismos que
se elabora a doscientos y pico Kilómetros de Bolognia, siguiendo la
linea costera del Adriático. Allí encaramado a una montaña desde
donde se domina todo el Valle se encuentra Poggio San Marcello, un
pequeño pueblo amurallado de origen medieval.
A 350 mts
sobre el nivel del mar y derramadas sobre las laderas que desembocan
en el Río Sino, las viñas de Verdicchio legadas más por el código
secreto del terruño, que por el propio interés hereditario. Podrían
ser otras uvas, otros vinos e incluso una manera distinta de divulgar
un producto familiar. En cambio Donatella Sartarelli junto a su
marido e hijos, decidieron el camino más arraigado para con su
padre: Elevar el Verdicchio al lugar privilegiado que se merece,
dentro del denostado mundo de los blancos que conviven a la sombra de
los populares tintos Italianos.
Sartarelli
elabora cuatro blancos (Classico, Balciana y Passita) junto a este
TRALIVIO del 2010; fruto de las viñas más antiguas de la finca, e
ubicadas en el Noroeste de Poggio S. Marcello.
El Tralivio
es un blanco fácil y franco que combina a la perfección con
cualquier plato de pasta (y no me refiero solo a los Macarrones de
nuestra Abuela). De color claro y reflejos verdosos encanta desde el
primer momento por el aroma tan particular que desprende, un perfume
que me transporta en lo personal y de inmediato a mi primera
paternidad: Ese aroma delicado e inconfundible de los venidos al
mundo (Mustela, talco), sábanas blancas, el frescor del musgo y la
sensualidad de la crema, los polvos de nácar.
Tiene una
entrada en boca cremosa e untuosa, aunque contradictoria, pues ese
paso ligeramente glicérico contrasta con un pellizco de acidez a
medio camino de se ocaso; donde se deja entrever el carácter
corpulento del del vino Italiano por indistinto que sea su color de
piel. Para rematar con un final maravillosamente largo y un postgusto
ligeramente amargo con recuerdos a Hinojo, Pera, y Melocotón.
Un vino
blanco que se esconde como muchos otros tras la austeridad de su
etiqueta, algo por cierto, que no deja de maravillarme del país
transalpino: Esa forma de hacer de lo sencillo y austero, una virtud
que aun con la universalidad de su cocina y de sus productos
autóctonos, muy pocos han sido capaces de captar esa esencia secreta
y de terruño. Esa extraña convivencia de lo más fashion y
frívolo, con un arraigo por una materia prima de calidad
irrenunciable, o un sacrificio natural donde lo rural, histórico, y
moderno ceden entre si para que todo sean contrastes hermosos,
naturales, cargados de demencia cotidiana.
Por eso
seguramente es posible dejarse sorprender por la idiosincrasia de sus
vinos, pese a haber sido durante bastantes años explotados y
exportados sin el suficiente criterio, al igual que su cultura
culinaria. En apariencia brutos por el contenido tánico de las
pieles de sus uvas, y verdaderos transformistas y contorsionistas a
la hora de conformar caldos a los que tan solo hay que darles tiempo,
paciencia, y aire que respirar. Con tan solo esos tres preceptos
veremos que su apariencia abrasiva y ácida se acaramela como una
gata en celo, para pasar a desnudarnos todos sus encantos; y un rango
de sensaciones que se escapan muy mucho de aquello a lo que estamos
habituados.
Bolognia
puede no ser el ideal de ciudad para invertir nuestros ahorros en el
viaje de nuestra vida, es cierto. Están Florencia, Roma, Sicilia, o
Venecia... y un si fin más; todas ellas con un montón de encuadres
con los que completar nuestro álbum, en el que envasar nuestros
recuerdos.
Yo sin
embargo la prefiero a ella y a tantos rincones donde despojarnos del
típico tópico de leyenda urbana, precisamente por eso; por su
ausencia de belleza artificiosa. La suya es quizás más una belleza
etérea que uno ha de construir a fuerza de contacto humano.
De cultura
enterrada en el pasado de aquel epicentro histórico del
descubrimiento, como signo vital de la evolución rupturista y
sosegada. Del estudio de nuestro sino como un elemento más que se
entrelaza con aquello que por no ser forzosamente bonito, rezuma de
carisma y de energía vital. Y desde luego, no hay nada más
lucrativo y educativo que una sana conversación donde damos y
tomamos de nuestra interculturalidad.
Solo ahí se
dan las condiciones para que el conocimiento rompa los prejuicios que
nos esclavizan y maniatan. Descubrir aquello que ni en el más remoto
de tus sueños podrías imaginar. buscar y encontrar para sentirse
vivo.
http://www.sartarelli.it/
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