jueves, 10 de octubre de 2013

SARTARELLI TRALIVIO/2010 ¿¡DONDE ESTÁN MIS VIGÍAS!?


Bodega: Sartarelli (Poggio San Marcello, Ancona)
D.O: Verdicchio dei Castelli di Jesi
Uvas: Verdicchio 100%
Volumen Alcohol: 14%
Añada: 2010
Selección: Viñas más antiguas de la finca 80/90 Kgr/Hectárea
Viñedos: Calcáreo de textura media y 350 mts sobre el nivel del mar.
Proceso: Prensado suave, trasiego y fermentación maloláctica en Inox. Y posterior fermentación durante 20/30 días, y embotellado en Abril y Mayo.
Enólogo: Alberto Mazzoni
Precio aprox. 8 Euros

Tengo por timonel un teclado y un ratón. Con ellos, torpemente y con unas pulsaciones dignas de un grumete, intento cuando las tempestades de la cotidianidad lo permiten, redactar escritos que se pierden en el mar océano de la Red. Y aunque suene a melancólico e insólito trovador, para sorpresa propia; son en ocasiones los vientos alisios, los astros, o la Luna, los que encuentran casi por puro azar a un receptor.
Estas lineas vendrían a ser la ilustración perfecta de esa sensación paradójica de quien escribe buscando un interlocutor, más que por una satisfacción propia. De quien te ofrece en suerte una botella, de vino como es el caso, y pone en tus manos un presente con futuro y nostalgia de pasado.
Para que al cabo del tiempo seas tú quien escribe el mensaje de gratitud en una botella vacía con un mensaje a la deriva; buscando sin apenas esperanzas pero con una insignificante detonación interior, la ilusión de la coincidencia.


Bolognia tiene un encanto particular e incalificable. No lo son sus vistosos monumentos, que no los hay en abundancia, ni su oferta deslumbrante de turismo enfervorizado; deseoso de sustraer el alma de la ciudad con vistosas instantáneas .
A cambio tiene una Atalaya, un anillo circunvalante de calles amplias, y una gran plaza donde desembocan infinidad de calles más angostas y ensortijadas. Y por encima de todo, una vitalidad contagiosa y activista que enarbola con orgullo la rojez de su paisaje. Cuando decidí como un acto sintomático del subconsciente, establecer el campamento base de mis pasadas vacaciones. Estoy casi seguro que debió haber algún echo inapreciable que sacudió mi decisión, aun considerando mi escepticismo como una media virtud en tratamiento. De quien no cree en el destino, pero sin embargo lo desea y anhela, con incluso cierta templanza.
Y desde luego no hay mejor manera de dar forma sólida, táctil y sensorial a un recuerdo, que apropiarse de una pequeña parte que del líquido que discurre por sus calles, terrazas, y Osterias, sus vinos.


Antes de dejar a nuestras espaldas la estrecha Vía Drapperie, y perdernos por escondites de callejuelas laberínticas y pequeños pasajes. Hay que bajar hasta las tripas de la Enoteca Gilberto para descubrir lo qué se esconde bajo su aparente fachada de reclamo turístico, en uno de los pasajes más auténticos del Centro: Un maravilloso repertorio de prácticamente todas las zonas vinícolas de Italia, de las que doy fe que son tan amplias y contrastadas como para no acabarlas ni en dos vidas http://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Vinos_de_Italia
Como veis he dado un rodeo rocambolesco para acabar en un vino que no pertenece a la zona de Bolognia.
Pero sería de una injusticia pretenciosa ignorar lo que fue mi auténtico día de disfrute a solas por las calles de la ciudad roja, y “que me quiten lo bailao”: La familia en la piscina a gozo y disfrute de una soledad entre naturaleza sin parangón alguno, y el cabeza de familia a la busca y captura de la Enoteca perdida. Al final y por aquellas casualidades y porqué no, por arte y gracia de alguna camarera generosa. Me perdí Strada Maggiore abajo donde conviven en perfecta armonía Cafés, Bibliotecas, Museos, Mercados Municipales y Academias musicales. Alejado del bullicio del centro, allí se encuentra la discreta Antica Drogheria Calzodari y siguiendo recto esa misma Vía Petroni, se desemboca en Vía Guerrazzi; lugar donde se ubica el negocio familiar de Il Caffé Bazar SAS, y donde topé con esta delicia.

Habrá quien piense si es necesario dar semejante rodeo para hablar simplemente de un vino, teniendo en cuenta que acabo escribiendo de más de temas quizás intrascendentes, en vez de centrarme en el asunto en cuestión. Estoy convencido que es así, es más, puede que en realidad el vino, la música, o cualquier otro disfrute sea tan solo un pretexto para invocar las sensaciones, momentos o experiencias, que en realidad son lo importante; o eso, o dejar en manos de la memoria los recuerdos.
Odio con toda mi alma las meras notas de cata, asépticas, concisas que se asemejan más a un telegrama en morse, que al verdadero valor esotérico de los sentidos en movimiento. Todo lo que aglutina ese elixir de la naturaleza, donde los elementos y el mimo del intelectual juegan un significado único e inimitable. Y donde la pleitesía que le rendimos debiera estar exenta de clasismos y elitismos; al fin y al cabo para que trabajen los sentidos que nos han sido otorgados por esa misma naturaleza. Tanto que debería ser impuesto por decreto el buen uso de una copa en condiciones, o el tiempo necesario para que el vino coja aire y se transforme.
Y doy por echo que con esto que digo más de uno piense que volvemos a caer una y otra vez en ceremoniales absurdos. De la misma manera que yo pienso con total convencimiento, que confundimos tocino con velocidad, formalismos con pedantería, o populismos con incultura; tan dados como somos a quitar importancia a lo que se la merece y ensalzar al “espabilao”.


Pero eso es harina de otro costal y vayamos a lo que nos interesa, nuestro SARTARELLI TRALIVIO. Un vino blanco despojado de presuntuosismos que se elabora a doscientos y pico Kilómetros de Bolognia, siguiendo la linea costera del Adriático. Allí encaramado a una montaña desde donde se domina todo el Valle se encuentra Poggio San Marcello, un pequeño pueblo amurallado de origen medieval.
A 350 mts sobre el nivel del mar y derramadas sobre las laderas que desembocan en el Río Sino, las viñas de Verdicchio legadas más por el código secreto del terruño, que por el propio interés hereditario. Podrían ser otras uvas, otros vinos e incluso una manera distinta de divulgar un producto familiar. En cambio Donatella Sartarelli junto a su marido e hijos, decidieron el camino más arraigado para con su padre: Elevar el Verdicchio al lugar privilegiado que se merece, dentro del denostado mundo de los blancos que conviven a la sombra de los populares tintos Italianos.

Sartarelli elabora cuatro blancos (Classico, Balciana y Passita) junto a este TRALIVIO del 2010; fruto de las viñas más antiguas de la finca, e ubicadas en el Noroeste de Poggio S. Marcello.
El Tralivio es un blanco fácil y franco que combina a la perfección con cualquier plato de pasta (y no me refiero solo a los Macarrones de nuestra Abuela). De color claro y reflejos verdosos encanta desde el primer momento por el aroma tan particular que desprende, un perfume que me transporta en lo personal y de inmediato a mi primera paternidad: Ese aroma delicado e inconfundible de los venidos al mundo (Mustela, talco), sábanas blancas, el frescor del musgo y la sensualidad de la crema, los polvos de nácar.
Tiene una entrada en boca cremosa e untuosa, aunque contradictoria, pues ese paso ligeramente glicérico contrasta con un pellizco de acidez a medio camino de se ocaso; donde se deja entrever el carácter corpulento del del vino Italiano por indistinto que sea su color de piel. Para rematar con un final maravillosamente largo y un postgusto ligeramente amargo con recuerdos a Hinojo, Pera, y Melocotón.
Un vino blanco que se esconde como muchos otros tras la austeridad de su etiqueta, algo por cierto, que no deja de maravillarme del país transalpino: Esa forma de hacer de lo sencillo y austero, una virtud que aun con la universalidad de su cocina y de sus productos autóctonos, muy pocos han sido capaces de captar esa esencia secreta y de terruño. Esa extraña convivencia de lo más fashion y frívolo, con un arraigo por una materia prima de calidad irrenunciable, o un sacrificio natural donde lo rural, histórico, y moderno ceden entre si para que todo sean contrastes hermosos, naturales, cargados de demencia cotidiana.
Por eso seguramente es posible dejarse sorprender por la idiosincrasia de sus vinos, pese a haber sido durante bastantes años explotados y exportados sin el suficiente criterio, al igual que su cultura culinaria. En apariencia brutos por el contenido tánico de las pieles de sus uvas, y verdaderos transformistas y contorsionistas a la hora de conformar caldos a los que tan solo hay que darles tiempo, paciencia, y aire que respirar. Con tan solo esos tres preceptos veremos que su apariencia abrasiva y ácida se acaramela como una gata en celo, para pasar a desnudarnos todos sus encantos; y un rango de sensaciones que se escapan muy mucho de aquello a lo que estamos habituados.


Bolognia puede no ser el ideal de ciudad para invertir nuestros ahorros en el viaje de nuestra vida, es cierto. Están Florencia, Roma, Sicilia, o Venecia... y un si fin más; todas ellas con un montón de encuadres con los que completar nuestro álbum, en el que envasar nuestros recuerdos.
Yo sin embargo la prefiero a ella y a tantos rincones donde despojarnos del típico tópico de leyenda urbana, precisamente por eso; por su ausencia de belleza artificiosa. La suya es quizás más una belleza etérea que uno ha de construir a fuerza de contacto humano.
De cultura enterrada en el pasado de aquel epicentro histórico del descubrimiento, como signo vital de la evolución rupturista y sosegada. Del estudio de nuestro sino como un elemento más que se entrelaza con aquello que por no ser forzosamente bonito, rezuma de carisma y de energía vital. Y desde luego, no hay nada más lucrativo y educativo que una sana conversación donde damos y tomamos de nuestra interculturalidad.
Solo ahí se dan las condiciones para que el conocimiento rompa los prejuicios que nos esclavizan y maniatan. Descubrir aquello que ni en el más remoto de tus sueños podrías imaginar. buscar y encontrar para sentirse vivo.

 http://www.sartarelli.it/

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