Hay
penículas
para reír con
contagiosa e hilarante melodía,
para desangrarse llorando e incluso para poner el piloto automático
y desconectar en pos de abrumadores efectos visuales e imágenes a
toda velocidad.
Hay
gustos, tantos como colores y tonalidades en la paleta; gustos para
todo y tutti.
Y
de eso, la industria del entretenimiento sabe
un montón y nos tiene
desde hace un montón,
un plan preparado para
alabar el: “una
imagen vale más que mil palabras”;
cierto?…. O no…
También
hay placeres solitarios -además de la masturbación-
para construir nuestro propio imaginario a capricho personal: Sin
entrometidos, influencias externas o condiciones.
Para
quienes matamos el tiempo juntando letras y soltando lastre; nuestra
mejor aliada. LA SOLEDAD
La
misma que te empuja en una hipotética hipérbole. Y adentrarte remo
en mano al infinito mar, con una caña de sedal laaargo laaargo.
Buscando en el lecho marino, todo aquello que otros extraviaron,
ignoraron o no quisieron por desprecio.
Estas
dos cintas en efecto, no son en absoluto de rutilante actualidad.
La
primera: la Francesa LA TORTUGA
ROJA.
Ya
cuenta con tres años, y sinceramente. Me
extraña una barbaridad que no se le haya hecho apenas mención en
éste, nuestro mundo blogeril de formato casero; por lo menos que yo
sepa.
Y
la segunda: Coreana CASTAWAY IN THE MOON. Incluso
con unos cuantos años más; diez, en concreto.
La
primera la vi hace dos años y sinceramente ya sea por pereza. O
porque cada vez me cuesta más ponerme a escribir sobre cine sin caer
en las típicas exposiciones, tecnicismos o coletillas. Para acabar
convirtiendo esto del placer cinéfago, en una materia con prospecto
y bondades paliativas; que en serio, me aburre soberanamente.
Pero
fue recuperar este último filme del Coreano Lee Hey-jun en una tarde
modorrosa de invierno, alabada como comedia y mis ganas por poner el
piloto automático… Que mi sorpresa por su inflexión a la hora de
tratar la opresora
debacle actual (esa que ya nos metieron con vaselina hace años y
a la que ya estamos sojuzgadamente acostumbrados).
Y ese punto de bizarrismo Coreano, tan omnipresente
en sus maravillosas
películas. Para
exponer en clave de “comedia”, la desesperación humana, la
soledad y una
poesía de júbilo
final.
Me
ha hecho reconsiderar la conexión – aunque aparentemente
antagónica en cuanto a estilos – perfectamente
compatibles en alegatos humanistas, liberadores y reflexivos. De dos
de las películas, que más me han emocionado últimamente.
Así
que digo yo… Sería una injusticia que entre tanta serie y falta de
chicha cinéfila; por lo menos a grandes rasgos. Que el avance del
tiempo pierda en el olvido a semejantes joyas.
LA
TORTUGA ROJA: Es para quienes
crecimos enterrados entre pilas de cómics, tebeos e imaginativas
ilustraciones. Lo más cercano
a imaginar o visualizar en la gran pantalla, una historia de Frederik
Peeters o Jean Giraud.
No
solo porque sus ilustraciones en movimiento se apoyan en las
texturas del lápiz y la tinta coloreada. O porque las mismas
exploten la sensibilidad y la extraordinaria belleza de su
paisajística y desoladora fotografía. Sino porque todo ese
minimalismo gráfico, conecta
con intrínseca naturalidad la tradición ilustradora francesa con
los estudios Ghibili. Quienes
la auspician, cuando se temía por su continuidad tras la muerte de
su fundador Hayao Miyazaki.
Pero
al margen de ese invisible tapiz visual que entreteje a clásicos
como: La Tumba de las Luciérnagas, Mi Vecino Totoro o el Viaje de
Chihiro. En el respeto originario de la animación hacia el papel.
Es, la historia:
Que
emerge como la verdadera y más mágica de las narrativas, donde la
desolación, la fábula mágica, la
naturaleza, el amor, y
los ciclos de la vida. Se
despliegan
con una armonía casi Zen sobre una preciosa banda sonora y sin ni un
solo diálogo.
Como
una alegoría entre la ausencia de textos y las imágenes, y donde
sin embargo. Esa misma historia es capaz de dar la plenitud que otras
producciones animadas han sido incapaces de lograr sin un aparatoso
despliegue de medios. Y que la historia gráfica tampoco es capaz de
conseguir sin la complicidad del lector.
Aquí
pues, es un todo. Un regalo para grandes y pequeños por su mensaje
poético, por la
libertad sin condiciones a la hora de que el espectador construya su
propia moraleja o lección de vida. E ilimitada a la hora generar
sensaciones, sí, sin un solo diálogo.
¿no
es mágico?
Y
en la que un náufrago a su suerte en una remota isla desierta.
Descubre en el abandono más absoluto, su insignificancia y el
abrumador susurro de la naturaleza. De su instinto superviviente, a
la desesperación. De sus miedos, la resignación, la rabia, el
consuelo… Y la exuberante poesía del silencio, cuando solo la
música y las imágenes son capaces de transmitir tanto como la
danza y la expresión de dos cuerpos.
En
realidad esta película animada es como un viaje por la vida. Un
alegato a la existencia, y la poca trascendencia del ser humano en el
universo si se es engranaje y no conductor.
Las
dos cintas se dan la mano cuando nos presentan a dos seres humanos
desprovistos, desesperados y solitarios. El siguiente sin la
sensibilidad y aflicción del protagonista de La Tortuga Roja desde
luego.
Pero
con la misma ternura y piadosa empatía para con el espectador, lo
juro.
CASTAWAY
IN THE MOON nos presenta al
típico inútil milenial, ahogado en la propia mierda del sistema:
Endeudado, arruinado y dependiente de la tecnología al borde del
suicidio (tan
inútil que ni suicidarse sabe)
. De una manera grotesca y esperpéntica, según los cánones
culturales del cine coreano y asiático, así a lo bruto.
Pero
no tan lejos del náufrago de La Tortuga Roja, por inverosímil que
nos parezca. No amigos, no.
Uno
podrá ser todo lo melodramático y poético que se quiera. Pero Kin
Seong-Geun también tiene su drama personal, por muy materialista que
nos parezca y carente
de misericordia. Y
poca broma con el suicidio en Corea, donde las tasas de suicidio de
estudiantes y ejecutivos por las exigencias sociales son alarmantes.
Que
la alegoría a la madre naturaleza de la gran tortuga es
infinitamente más emotiva, que el anhelado
sobre de Fideos
Instantáneos con salsa de Judías de Kin; puede ser, no lo dudo.
Pero
a la práctica, el ejercicio de crítica existencialista a la
sociedad actual donde se dota al individuo de un poder infinito;
siempre y cuando le sigas el rollo al sistema. Y la verdadera
insignificancia del mismo ante la madre naturaleza y nuestro origen
primitivo. Es exactamente igual, y nos lleva más o menos a las
mismas conclusiones.
Pero
al lío que me desvío.
Kin
Seong-Geun no logra
suicidarse y va a parar a un islote colindante a Seúl y sobre el río
Han, a escasos metros de la ciudad. Pero ah problema!! el personaje
en cuestión no tiene ni pajolera idea de nadar. Igual que yo hace
escasos seis años; con lo que supondréis mi empatía y comprensión
con el susodicho.
Así
que el largometraje narra las peripecias de dicho lerdo en su afán
por por escapar y/o sobrevivir rodeado de inmundicias y mierda varia
que la corriente arrastra al islote desde la gran urbe. A
lomos de un ritmo narrativo y odisea algo ridícula muy cercana a los
Hnos Coen. Lo que de principio parece una chorrada de dimensiones
simplonas, se acaba convirtiendo en una oda a la soledad y a nuestra
propia realidad, por absurda
que parezca.
Por
el camino da tiempo a sentirnos identificados; tan poderosos y
capaces como nos creemos. Pero a reconocernos
ya, como víctimas reales de los prácticos interfaces amigables y
apps que tan fácil nos hacen la vida. Donde es visible a diario,
como la gente se va olvidando ya de hacer cosas con las manos y a
usar su instinto para sobrevivir al día a día.
Aquí
a risas a costa del inútil, condescendencia y al final cariño. Hay
espejos en los que mirarnos y también un idilio amoroso invisible y
en la distancia, con una Hikikomori.
Que acaba siendo un alegato a la libertad y una reflexión al fin y
al cabo, sobre la levedad del ser. O si se quiere, el verdadero
origen de la felicidad lejos de muchos bienes materiales.
Suena
utópico y superidealista, pero en el fondo es la única culminación
hacia lo más parecido a la tan manoseada felicidad.
Que
supongo que cada uno a lo suyo con SU felicidad; dios me libre. Pero
que queréis que os diga.
Yo
que crecí sin apenas lujos ni caprichos, de
familia de campesinos y pastores. Cuando mi padre dejó las ovejas y
se vino a Barcelona con sus 5 hijos sin saber leer ni escribir, para
acabar dedicándose a hacer Barricas y criar Canarios. Lo poco y
escaso es lo que más nos ha unido como hermanos. Buscar nuestra
armonía con curiosidad infantil y sin ningún tipo de complejo ni
vergüenza por ser ignorantes luego, curiosos.
Lo
que más me place en la vida es darle la vuelta a las piedras que
pisamos para ver que sucede ahí debajo. A aprovechar los sentidos de
la naturaleza: Oler e interpretar, observar lo insignificante más
que lo deslumbrante, escuchar el
murmullo y no los gritos, tocar y herirte un poco si hace falta
porque en la cura está la superación. Y absorber cual esponja
marina para liberar y oxigenar.
No
se si es la felicidad, pero si el vivir.
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