Y
engrane plato grande y a rodar de aquí una semana, cuando lo más
probable es que pierda la cabeza en esos mismos frascos de cristal
que Fernando.
Dicho
de otra manera. Empiece a trabajar.
Me
gustaría volver sobre mis pasos; y no os penséis que es un intento
vano por invertir el tiempo y empezar de nuevo. Ya me gustaría. No.
Pero
sí para recobrar el hilo que dejé días antes de plegar. Ya que
prácticamente, en estas tres semanas no he vuelto a escuchar ni una
sola novedad de este año que llevamos a cuestas. Dedicado
íntegramente a meter en 4 cd’s, toda esa música sin preferencia
alguna, que decoraría los 4000 kms que he hecho este verano en coche
por Francia, Italia… y más Italia:
Valles,
lagos sin horizonte, líneas continuas y discontinuas que delimitaban
carriles, carreteras e intersecciones. Tapices de viñas
perfectamente alineadas y elevadas sobre la tierra que las sustenta;
como conejos de las praderas que otean.
La
infinidad de tonalidades que puede tener el verde según le da el
sol. La diversidad casi inclasificable de humanos, rasgos y hábitos
que pueblan los rincones. O incluso el peso de la historia sobre la
altiva trascendencia que nos otorgamos los mismos e insignificantes
humanos.
Yo,
casi podría resumir todo eso y mucho más que me dejo: En la
inmensidad y serenidad de las aguas en abundancia. En lo
intimidatorio y a la vez protector que puede ser el silencio de la
noche. Las viejas casas, o el que debería ser nuestro justo
depredador: EL REINO ANIMAL (el único al que le rindo pleitesía y
ante el que postro).
Todo
lo demás son solo datos que almacenamos como estímulos, y que
según el caso, la capacidad, o el interés. Conservamos durante más
o menos tiempo. O ya se convierte en un recuerdo con el rebomborio
que cada uno le quiera dar, según lo traumático o simbólico que a
uno le resulte. Vaya usted a saber.
En
mi caso.
Es
el de los pocos cabos a los que asirme, cuando este ardiente verano
no hacía más que extenuarme con el agónico paso del tiempo.
No
llegaban las vacaciones ni a tiros.
Todo
el mundo colgando sus instantáneas, historias, localizaciones y odas
al “qué bien estoy (pero QUÉ bien estoy) de vacaciones”;
con hasta esa melodía de megafonía de estación/aeropuerto de
fondo. Lo juro!!
Y
yo (por fin) atado al que posiblemente, es el primer disco de este
año, que me ha robado verdaderamente el corazón: BENJAMIN BENECICT
aka (Ben Rubinstein), y su TRUANT (2019_Sugarcoat Records.
Que
lo admito. Me pilló a traición en un momento muy blandito de mi
vida: Sin rumbo, desamparao, acalorao, y sin vida ociosa con la que
ahogar mis penas. Que en julio esta muy sola la ciudad.
Creo
que lo descubrí de pura casualidad en primavera; espera que miro en
Playlist de Spotify. Ves, pues no, fue el 24 de Junio; para esto y
para la memoria difusa va muy bien el puñetero Spoti.
Cayendo
de inmediato en su tercer corte: “Tell me If you’re
Lonely”. Y esa maldita inercia por escuchar los tres
primeros cortes con más o menos atención, y pasando de puntillas
por el resto.
Un
tema que divaga entre la psicodelia oriental y el trote krautrockero,
pero con ese aire de Pop decadente que a tantos ya se les dio tan
bien, y que a ti. Te hace arquear las cejas, y poco más.
Rebobinamos…
Y sin embargo. “I Spy” te baja la lívido a
mínimos. Cuando lo último que quieres en plena resaca de verbena
San Juanera, es rajarte las venas pensando en los dos largos meses
que te quedan hasta vacaciones.
Y
ahí se quedó aparcado hasta un mes más tarde.
TRUANT
no es ese simple disco de posado que me embelesó, añorando a CHERRY
GHOST, I AM KLOOT, THE CZARS o a la lágrima fácil de ROY ORBISON.
Hay más cosas y sin orden ritual aparente.
Y
aunque esa primera impronta de Pop gregoriano, sea lo que prevalece
en la panorámica. Truant es un disco que se mimetiza, igual sin un
sentido claro y un poco inconexo si se quiere. Pero con una dulzura
licorosa vocal arrebatadora, que lo hace totalmente encantador e
irresistible.
Remonta
“Ain’t Easy” con Pop de pura cepa y un texto que
pisa descalzo sobre las irregularidades de la realidad cotidiana;
sintiendo lo que duele hasta que el pie se hace callo, pero siempre
sintiendo. La susodicha Tell me If you’re Lonely”.
Y
hasta “The Way You Talk to Waiters”, que empasta a
trazo grueso y rugosidad llena de matices una poética oda a la
persona: la amada, venerada, y etérea figura de quien se añora.
Pero
hay un receso que vacía cualquier sensación de duda. Cuando Ben se
desnuda como si fuera Johnny Mathis en Open Fire Three guitars, Bob
Lind, Richie Valens… o el mismísimo Roy Orbison sin orquesta. Y
sus canciones se alzan o sumergen en las profundidades del pasado;
según se vea. Dotando a este maravilloso disco de otro aúrea bien
distinto, y ya digo, desconcertante según sea la idea del viajero a
la hora de pintar de turísticos sus destinos y paisajes.
“Halo”
y “Change your Mind”, son dos preciosidades que si
por exigencias del guion no estuvieran, serían una especie de
traición a esta aventura que inició el exPeggy Sue y The Mariners
Children hace tres años.
Igual
que la grandeza de “Culture War” y “Alone”:
Dos de las gemas que se acomodan en la cara B de este magnífico
álbum.
Y
que disimulan textos que con la facilidad de quien canta a los
sentimientos, ensartados en melodías brillantes y acertadas. Para
que logre cautivar: Primero por su música y preciosa voz, y después
por la honestidad de su lírica (el amor, la injusticia, la miseria o
la nostalgia). Concentrada en “Baby’s Crying”,
que como en un “Common People” en clave redentora, relata las
realidades humanas a veces no demasiado cantables, si el oyente solo
quiere evadirse.
Hacia
el final, “Dreaming” es capaz de elevar ese sentido
Fleet Foxes mucho más cercano y palpable, que el atractivo
envoltorio que se le ha dado al Folk pastoral llena estadios. Quizás
porque Benjamin Benedict no intenta en ningún momento mutilar el
fin, a costa de justificar los medios y el alcance de su música.
Para
mi,perfecto.
Y
así, por lo que supongo. Cerrar el disco cagándose en la
recontrapu..ta tan repetidamente, tiene cuanto menos, una sanadora
exorcización de las mierdas que nos rodean, aunque sea como
paliativo. “Motherfucker” se llama.
Hay
mejor actitud con la que firmar un segundo disco? Lo dudo.
Pasa a veces con los regresos de aquellas bandas que se perdieron en un rincón de nuestra memoria; allí donde nunca jamás se vuelve a sacar el polvo. O donde ya casi ni recordamos salvo por hazañas de juventud, aquellos sonidos en forma de conversación que nos sintieron jóvenes y que eludimos mentar por miedo...
Uno: A parecer unos carcamales que se obcecan en contar batallas como si éstas fueran míticas o inigualables.
Y dos: Porque en ocasiones nos damos cuenta que aquella juventud efervescente los magnificaba sin igual, y ahora, lo que nos sorprende es que aquello nos gustase de igual forma.
Pero hay una tercera opción, y a pesar en cualquier caso, que dichas bandas regresen pareciendo una sombra desdibujada de lo que fueron; o no. Cabe la opción que por activa o por pasiva, nos empujen a rebobinar nuestra maltrecha memoria y volvamos sobre nuestros pasos a aquellos balbuceantes sonidos como si surfeásemos sobre una tabla de Ouija. Algo, dicho sea de paso, que considero saludable si se tiene una cierta edad (igual con 20 pues no sirve). Pero que de alguna forma nos reencuentra con nosotros mismos. Aunque solo sea para certificar que eso que vemos ante nuestros pies es un precipicio, sí.
Que no, que no voy a sacar el bastón y a profetizar. Pero, ni todo ahora es tan bonico como nuestro inocente pasado. Ni me vais a quitar las ganas de hablar de cosas muy pasadas y que me siguen pareciendo tan y taaaan actuales...
Es curioso como en este caso, tras escuchar el regreso de una banda como ELF POWER tras 15 años sin haberlos vuelto a escuchar; pese a haber seguido publicando trabajos, de manera intermitente eso sí. Uno haya sido capaz de alcanzar de nuevo a entender la particular mecánica de su sonido a base de involucionar dieciocho años atrás.
Admito que las primeras tres escuchas de TWITCHING IN TIME; su álbum más reciente. No fueran las que de golpe me trasladasen a esa brizna de recuerdo residual. Pasando a veces como suele: que uno distorsiona más de lo que quisiera, recuerdos de juventud aun moza.
Así que su último trabajo por mucha insistencia que le haya puesto en su momento, me ha acabado aburriendo y me duele decirlo. Ya que mi recuerdo más palpitante de la banda de Athems era de fuegos de artificio, quimicefas musicales y santería pagana puramente psicodélica tirando a marciana. Tanto, que incluso su evolución hacia THE WINTER IS COMING/2000 y CREATURES/2002 que se aposenta en un folk espiritual de reminiscencias orientales, siguiera pareciendo parte del camino lógico al que la banda ya te había empujado y que ahora al cabo de los años debes reaprender.
Dicho esto y por puro nihilismo vehemente. He pasado lo que me restaba hasta coger las vacaciones, volcado en un experimento puramente casual con los 4 discos que me sirvieron de iniciación bajo el brazo. O en este caso, en la guantera de la furgoneta del trabajo.
Viaje arriba y viaje abajo de Sabadell a Moià: Una ruta en solitario que recorrí en su día en bici (pero desde Badalona), con 16 años. Y que he repetido por estas fechas de Agosto en numerosas ocasiones y con un significado parecido: solo, con el paisaje, mi música y recuerdos de casi toda una vida.
Hacerlo con parte de la discografía de ELF POWER. Que ilustraron una época de mi vida tan curiosa y trascendental (independencia, paternidad y desapego con algunas músicas en boga). Es como volver a repasar una parte de tu vida, que ya con 47 años te hace adquirir conciencia del momento que te toca vivir ahora y como ha ido (o has ido) cambiado.
Incluso lo más importante: alcanzar a entender de nuevo el universo particularísimo de esta banda. Donde bien podría incluir a Pavement, Sparklehorse, Olivia Tremor Control e incluso a Gorkys Zigotic Mynci y Beulah. No solo por influencias musicales, sino conceptuales o por ser una base importante de mi alejamiento del britanismo superficial para mi en aquella época.
Hay capítulos del microcosmos musical que a día de hoy, justo cuando todo se cree ya sabido, explotado y voceado. Siguen perteneciendo a un universo inexplorado y poco dado a la revisión.
Hablar como comprenderéis, de la banda liderada por Andrew Rieger y su pareja Laura Carter allá por el 1994 con dieciséis trabajos bajo el brazo, sería tan absurdo como innecesario. Sobretodo intentar analizar disco por disco su carrera.
Básicamente porque como os he dicho. Es imposible caer en su mundo, entenderlo medianamente y engranar con su mecánica, sin escuchar la historia de boca del protagonista desde el principio.
Volví a introducir el CD en el reproductor después de 18 años acumulando polvo.
Con el polvo, el sedimento como las escamas de la piel que alimentan a los ácaros invisibles. Y que prácticamente te la mudan cada década, imposibilitando volver al pasado.
Aveces parece que nuestro camino no tiene marcha atrás. Vas dejando cosas, soltando lastre hasta que llega un momento de tu vida en el que te aferras al pasado por culpa del presente. Allí es cuando de verdad debes hacer un esfuerzo titánico y someterte a un intenso.
Pero con “Will my Feet Still Carry me Home” es fácil. Allí parecía que David Fridmann (Flaming Lips, Mercuri Rev), estaba tanteando lo que vendría a ser el mismo año Soft Bulletin; el disco que lanzó al estrellato masivo a Flaming Lips. Solo que en A DREAM ON SOUND todo parecía ser más libre, innato y natural.
ELF POWER siempre han tenido una cualidad y virtud imposible de emular por otros, su magia. Sus discos pueden ser más directos como este, o llenos de espesura como los siguientes. Pero siempre hay una explosión de luz, un destello. Un me importa un carajo ser, parecer o intentar cuando todo sale así, por combustión espontánea y fácil; sus canciones suenan fáciles.
“Will my Feet Still Carry me Home” es un susurro al júbilo con esa misma elasticidad que tenía Leandro, el niño de los del entresuelo. Que subía, caía y volvía a subir por aquel arco metálico lleno de barrotes del parque de la plaza. A ti se desollaban las rodillas cuesta abajo y jugando al pañuelo, pero a él todo le parecía resbalar y dar un plus de energía. Gimoteaba y trotaban los tambores de “High Atop the silver Branches” con un hilillo de voz inofensivo digno de quien solo parece querer ser un instrumento más de la fanfarria. Había otros que gritaban e intentaban ser elocuentes, pero aquí todo sucede por pura química; solo que sin fórmulas testeadas.
A DREAM IN SOUND como su propio nombre define: es un juego sin reglas, en manos de una criatura con mucha imaginación. Una orquesta de deshechos bien aprovechados, que generan una orgía en pleno juego de mamás y papás: Toco aquí, y que sientes? Te gusta?
Ella gemía de placer, se reía con una risa histérica y adictiva... y era tan excitante.
Pasaron los años creció y se fue con el hijo del carnicero alto y fuerte. Pero cada vez que sonaba “Jane” se emocionaba y rompía a llorar. Se consolaba en las fiestas del pueblo cuando era la orquesta la que tocaba “Olde Tyme Waves” a manos de un espigado arlequín con sombrero de copa. Pero al fin y al cabo solo eran los diminutos recuerdos del carrusel de canciones que nos ocupa, esa síntesis exacta y precisa de todo un largo discurso al que le sobran la mayoría de aclaraciones, asteriscos y metáforas.
Escuchas el tema que le da título al disco y ahí, prácticamente esta el retrato resolutorio. Tan solo un juego tan tontorrón y adictivo como dar vueltas en círculo en una piscina de plástico. Flaming Lips tuvo que montar una verbena sobre un escenario y Elf Power se consumieron en la íntima locura de cuatro inadaptados. Sin embargo su trayectoria por surrealista, absurda y a destiempo que parezca, es infinitamente más práctica.
Si eres capaz de ponerte “Wels” y no alcanzas un mínimo grado de empatía, posiblemente sea porque has perdido la vez.
Seguir hablando de cada una de sus canciones, saltando cual charranca de disco en disco una tarea inútil. Cuando al final, su exploración es un juego sin reglas o argumentos fijos. Pues en sucesivos álbumes hay una misma historia con distintos personajes.
Ni se sabe porque conforme avanzó el nuevo milenio, en un hipotético genocidio musical del pasado, infinidad de bandas se perdieron sin tan siquiera dejar huella. Cuesta entender porque a ti se te pasó por alto la maravillosa grandeza de WALKING WITH THE BEGGARS BOYS/2004, inundado de manglares de esperanzador Pop Folk luminiscente. “Evil Eye”, su título o “Invisible Men”.
Así, que ahora mismo intento averiguar que estaba yo escuchando aquellos años; maldito de mi. A donde fuimos aquel tiempo en el que uno no sabe si madurar enterrando la cabeza bajo un hoyo?. O dar por perdida la vida entre el amasijo de la noche; tampoco esto último te asegura la certeza de no perder por el camino los polvos mágicos.
Te vas dando cuenta eso sí, que tal como la idea de Andrew Rieger & Co. fue haciéndose más grande o igual madura. Perdiendo a lo mejor esa primera magia cínica y negra de nuestra existencia y avanzando por pasajes entre lo oscuro, reflexivo y espiritual. Su discografía empieza ya a coger forma de narración, que a lo mejor como digo (por separado) carece del sentido que le encuentro en conjunto o siguiendo el hilo. Tanto que tras echar a andar BACK TO DE WEB/2006 y darle fin, ni entiendo aunque admiro el revuelo que alcanzo THE DECEMBERISTS. Y porque ELF POWER con este disco por ejemplo, siguen siendo una banda ectoplasmática.
Canciones que parecen alargar el Folk doméstico con orígenes Balcánicos o de los Cárpatos, “Spider And the Fly”. Me encantan esas texturas de violines desafinados o Rabeles medievales, los fondos que parecen sacados de espléndidas Zanfonías y que dan a sus canciones vuelos míticos sin dejar de ser Pop. Y que sin embargo otras, tiendan a horadar tierra adentro igual que una lombriz tuneladora para que todo no sea tan fácil y cómodo.
Seguramente por esa serie de circunstancias que se cruzan en el firmamento, y que obedecen a destinos encontrados. Cuando normalmente, se escogen los caminos menos asfaltados y señalizados. Y son como decía mi padre “pastor”, las trochas que aprovechan el misterio de sus designios y el camino más accidentado para procrear en nuestra imaginación.
Un año antes de la muerte del grande Vic Chesnutt, la banda de Athems tuvo ese encuentro casi mágico. Una de esas cosas que pasan, y cuando escuchas el resultado no aciertas a entender porqué no pasó antes: Universos paralelos y conectados por hilos invisibles, o diría yo, la magia que ELF POWER ejerce sobre lo retorcido y complejo para traducirlo en un idioma universal.
DARK DEVELOPMENTS/2008 es mágico; así de simple y rotundo. Tienen ingredientes alejados de ambos artistas y que parecen suyos de toda la vida. El reggea trapecista de “Teddy Bear”, o la definitiva manera de empezar el disco con “Mysterio”. Desencanto, rabia y amargura con luz tornasol de aquellas que hacen llorar viendo el desenlace. Pero que sin embargo y pese a la rabia acumulada, emanan una cariño y luz tan enorme que su escucha produce felicidad. La pura fiesta celebrativa de “Bilocating Dog” o los pases de “And How” que parecen captar la misma felicidad luminiscente del último Robyn Hitchcock y los viejos Elfos.
Al cabo del año Vic Chesnutt se fue, sembrando más morbo indolente que interés por su legado; y ahí sigue.
Seguramente ya nada cambiará , y estás líneas entre lo farragoso y excelso no sirvan para avivar el interés por esta extraña banda; eso corre de cuenta vuestra. La posterior aparición en el 2010 del magnífico ELF POWER: Una puesta a cero con nombre propio, y un nuevo disco que horadaba entre la psicodelía subterránea y las miniaturas folkpop típicas del conjunto. Volvió a pasar inadvertido quizás, porque también es un trabajo desprovisto de los ganchos de sus primeros discos. Innecesario como ya deberíais saber, pues sus preciosos cortes como “Ghost of Johnn”, “Stranger on the Window” o la melancólica “The Taking Under” mantienen todavía el hilo de la conversación; que es lo importante.
Llegaría SUNLIGHT ON THE MOON/2013 y ahora, SWITCHING TIME; este mismo año. Dos discos tan intrascendentes que ni en los canales de descarga y difusión más IN aparecieron. No hay reproches, en absoluto. Cada día que pasa creo con más convicción que lo verdaderamente reseñable, atípico y por ello nutriente, debe costar y andar enterrado como las trufas.
No es que piense que hay un escalafón o una estirpe que hace que lo raro sea más bueno y lo “comercial” mierda. Pero no cabe duda que si todo fuera tan fácil de entender, asimilar o explicar, la vida sería taaaan aburrida y anodina.
Tras el intenso estudio, repaso o profanación de viejas cosas que andaban perdidas por casa. La de ELF POWER, no es que haya servido para que de repente SWITCHING ON THE MOON cotice al alza. Pero si para entenderlo infinitamente mejor o por lo menos, para confirmar que no existe el bueno o ni el mal disco. Solamente momentos y personas; todas diferentes por supuesto. A veces formas de afinar los sentidos cuando todo entra y filtros que distorsionan nuestro disfrute. En serio, hagan el experimento, verán que las cosas que nos pasan por delante pueden ser tan distintas como la luz del día.
Años ha, se
creía, se afirmaba y defendía la incontestable necesidad de las
cuatro patas para sostener la base horizontal de un banco. Tuvo que
venir Walter Gropius a principios del siglo pasado con la Staatliche
Bauhaus. Para demostrar que la inventiva y el equilibrio natural de
las cosas, hace más por la funcionalidad, que el exceso.
Eso mismo
pasa con esta pareja dual: Uno de Texas, y el otro desde California
respectivamente.
Dos
elementos dispares con diez años de diferencia, que operan de Oeste
a Este separados por las planicies de Tucson. Y que este 2016 han
vuelto para propalar el remedio que todo me cura.
Como la cama
que mitiga el cansancio, el agua que sacia la sed o el estado
reververado de los paisajes que da esa paz desde la vista, hasta lo
ramificado de los sentidos. Al volante y con ese desperezar de las
luces a las cinco de la mañana. Cuando solo se oyen llamarse a las
tórtolas y al aliento fétido de la noche.
Conducir
mientras suena SIGNING SAW y te traquetea ese chucuchup de “Cut Me Dow”;
como la máquina de vapor que arranca poco a poco. Da el mismo
placer, que una taza de café disolvente de legañas y huesos
entumecidos.
El niño
Kevin ya no es tal, no es ya el ex bajista de Woods, sino KEVIN
MORBY: Arquitecto de su propio universo desde cero, cuando aprendió
a tocar la guitarra con diez años. Tres discos son ya suficientes,
creo, para asegurar que él es su sonido mismo: La cadencia
cacofónica de su voz, las texturas y recovecos de su sonido, y esa
atmósfera sonora que produce ese paso constante que hace de su folk
blusero con guiños jazzísticos, un rito equilibrista.
No es
preciso abrazarse desesperadamente ya a las liguerezas más rockeras de
“I Have Been to the Mountain” o “Dorothy”;
por engatusadoras que sean, cuando “Singing Saw” te
sumerge en una catarsis honda y magnética como un vórtice. No es
necesario ni obligado. Pues el extraño efecto que produce su
despreocupada voz, cabalga con tal soltura y seguridad sobre esa
montura de Folk misterioso, balsámico y delicioso, que basta con
aflojar los brazos y dejarse llevar.
Fue este
disco el que dio el pistoletazo de salida a mi último viaje por
tierras gaditanas. El que puso el punto de partida y concluyó con
una hermosa oda de ocho minutos al quejumbroso country de “Water”.
Esa misma que refresca e hidrata las bolsas oculares resquebrajadas
por las escasas horas de sueño. Y que ahora, semanas después, se
fusiona con otro. El de CASS MCCOMBS.
Un viejo
conocido por estas lindes, que ha regañadientes, y tras posponerlo
en pos del disfrute a riendas del Levante Atlántico. Ahora, y solo
ahora, recobra en toda su extensión, cuando espera uno en el
cadalso, la vuelta al trabajo.
Es justo
pensar que esta innopia creativa que ha secado la tinta de este blog
durante este largo periodo, sea producto de esta falta de silencio.
Asomarse al balcón a liarnos un pitillo, contemplar el barrunteo de
la calle y sus quehaceres, y dejar correr MANGY LOVE. Esa novena
prueba de fuego que supone enfrentarse a un nuevo disco del de
Concord, y no dejar de pensar que algún día dejaremos de amarlo. Lo
cierto es que eso no ha ocurrido. Y me lleva también a pensar, si
será amor o la simple familiaridad de levantarnos cada mañana a su
lado.
El impasse
productivo desde el taciturno Big Wheel and Others del 2013. Me ha
llevado a aferrarme a la colección de rarezas que publicó el pasado
año; donde por cierto, hay verdaderas joyas. Con la evidencia de que este hombre es un
compulsivo hacedor de tesorillos enterrados.
La puesta en
marcha prácticamente distendida de “Bum bum bum”
puede llevarnos a caer en el error del aburrimiento. Caer en el
crepitar de los goznes y socavones de su lado morboso que tanto
les/nos pone en “Rancid Girl”. Ese que nos remite a
su anterior e indómito trabajo.
Pero siempre
siempre hay una canción; la arribada. La Manchuria deseada que se
desliza pusilánime ante tus ojos y oídos. “Low Flyin' Bird”
es esa especie de embrujo de Soul vegetal, que te hace rebobinar
hasta el principio y comenzar de nuevo. Le sucede “Cry”
y ya puestos, pides la muerte por amor sin compasión. Dos joyas de
terciopelo deslizante, eróticas y tan tremendamente sensuales que
crees ver en el umbral, la figura de Curtis Mayfield o Marvin Gaye.
De ahí en
adelante el disco alcanza un estado precioso, y no es que lo primeros
compases desmerezcan. Cass ya nos tiene acostumbrados a sus caprichos
moduladores, o a esa cantidad de texturas que es capaz de explorar.
Desde los ritmos skatalíticos de “Run Sister Run”
que mutan hacia el pop. O esa especie rara de elegancia noctámbula
que homenajea a Brian Ferry cuando le toca el turno a “In a
Chinese Alley” o “Switch”, y que esta tan
presente en todo el disco.
De hecho
“Loughter is the Best Medicine”, “Medusa's
Outhouse” y sobretodo “Opposite House”,
ya logran desde el principio ese efecto paradisíaco. Esas cadencias
en clave de Softfunk de la primera que se apoyan en sus preciosos
vientos. Y que nos sumergen con constancia en un permanente estado de
estío, por más que el réquiem final de “I'm a Shoe”
nos anude el estómago.
Por más que
la climatología se empeñe en plagar de nubes alisias el cielo. Que
las centellas y la piel destemplada nos anuncie el Otoño inminente.
Y la mente te teletransporte con estas canciones a las salvajes y
atlánticas costas de Atlanterra: Con sus caídas de sol, con esas
flores raras blancas que miran a la playa, y sus peces besándote los
tobillos en sus cristalinas aguas. El Verano se va, y con él, el
rubor de nuestras mejillas por el amor incondicional al sol y los
paisajes infinitos.
Pero no
desfallezcan, los estados cambian y nosotros con ellos...
Kevin Morby estará en la sala Apolo el 22 de Noviembre y si te animas, Cass McComs el 3 de Noviembre en Lisboa, hasta que algún lumbreras se le ecurra acercarlo a nuestro país aprovechando la coyuntura.
He decidido
reducir mi expresión al mínimo gesto: arquear las cejas cuando
debería saludar efusivamente, y respirar bien hondo cuando intentan
adelantarme por la derecha. Por más que avive la marcha, siempre hay
alguien que quiere ir más deprisa. Y yo, yo he echado el ancla por
siempre. No creáis que de forma premeditada, más diría yo como una
consecuencia, que como un propósito.
Al principio
me preocupé. Desde que por Marzo me puse a mis labores -que no son
otras que sudar y flexionar las piernas más de lo que mi rodillas me
permiten- no he logrado hilvanar un solo texto sin caer en la
cabezada sempiterna. Veo como me rebasan esas novedades con forma de
vehículos, y ya ni acelero el paso, para qué. Algunas me las
encuentro en mi camino mientras miro las balconadas repletas de
claveles en flor, y las piso como excrementos de chucho.
Encantado
ando sometiendo mi cuerpo a continuos análisis hasta que algo me
llama la atención; hay por suerte mierdas que huelen, bien a rosas o
a wisteria. Destellos de luz a media tarde que salen a tu paso, y
ahí está: la canción, el momento, la neuronas que se interconectan
haciendo nudos marineros con la melodía y mis epiteliales
revoltosas, bulliciosas ellas juntas y en melé.
Es como un
estado, si señor. Ni es por estilo, cadencia o simpatía. Sino como
un vaivén que te lleva un poco en volandas hacia donde solo sepa
dios. Por supuesto siempre hay un culpable, nada es casual. No se te
aparece la virgen a los pies de tu cama para anunciarte la llegada
del mesías musical, o por inspiración divina. Las canciones como
esporas volanderas en primavera, también tienen sus mensajeros,
nuncios o trajineros. Y para el caso, el trabajo de debut de KEVIN
MORBY (Harlen River/2013), y más concretamente “Wild Side (On
the Places you'll Go)” hizo lo propio.
La
circunstancia de que esta pasada semana se estableciese la Primavera
Musical en mi capitalina colindante. Que el ex y fundador de WOODS
tocara ahí. Y que claro, quien aquí firma se haya quedado sin
probar bocado de tan suculenta propuesta. Puede, que no digo es, uno,
agudizando lo que es el oído y gusto medio a regañadientes, se tire
como un bicho de presa sobre la primera tonadilla que le parta el
corazón. Y fue así, como os lo cuento: El que intercedió entre la
mirada perdida de borrego que se le queda a uno, cuando el blanco, es
el que tinta neuronas y reflejos. Las bolsas, sí, las de los ojos.
Esas que tanto pesan en horas de sueño perdidas, como en un lastre
descomunal que doblega párpados, y un nombre/hombre #Genís
(bloguero perdido en el tiempo).
Sí joder,
hay que dar nombres leche!! bien sea porque aun despotricando, el
Primavera Sound, casi siempre nos recurre a nombres con los que
decorar balcones. Justo ahora que el sol ha establecido residencia.
Kevin se mete en mi cerebro
El de Kevin
Morby me poseyó de camino a casa una de esas noches de Jueves, donde
alcohol, tanino y magia nocturna hacen de las suyas.
De esos
viajes hacia casa de no más de 20 minutos, nacen grandes discos. A
partir de ahí, nunca vuelven a sonar lo mismo; y espero no sea este
un efecto del alcohol. Pero lo siento, me puede el efecto de la
noche, la ciudad con sus luces y el volante, a la hora de sumergirme
hasta las orejas en un nuevo disco. No necesariamente de este año.
En lo que
llevamos del mismo, todavía no hay novedad que me haya despertado la
más mínima pasión desatada. Si que los hay para subsistir
musicalmente hablando. Cosas que me permiten no desnutrirme de música
y mantener las constantes en vilo. Pero solo eso, entretenimientos
para matar el gusanillo. Mientras, todavía me dejo sorprender por
trabajos pasados, como el de este joven Tejano afincado en Nueva
York; la ciudad que nunca duerme.
Su trabajo
de debut, datado en el 2013, es de aquellos que destacan entre tanta
medianía, por su sinceridad ingénita.
Un debut el
suyo, que reunía en un manojo, todas las vivencias de un paisano en
la gran ciudad: Con toda esa melancolía que empapa cada una de las
canciones/boceto de este escueto trabajo (8 canciones como 8 soles).
Y que por raro que parezca. Tiene de manera fortuita y sintomática,
más conexiones con su ciudad natal que con cualquier decorado de la
gran metrópolis.
Salvo en la
oscura, críptica e hipnótica “Harlen River”; tercer
corte del disco. El resto de las composiciones se debaten entre la
añoranza y la ruptura con un pasado no muy lejano. Si nos ceñimos a
su despegue, “Miles, Miles, Miles”, seguramente y cerrando
los ojos podamos trasladarnos a los sesenta, con su amargura y
felicidad impostada. Algunos verán a Leonard Cohen ahí detrás.
Pero es evidente que tras esos ocho cortes hay algo mucho más
potente que una mera fachada. Esos rasgos que solo ocurren en
aquellos discos que se generan de manera espontánea, y como
consecuencia de una acción puramente redentora.
Con WOODS,
Kevin Morby llegó a publicar acompañando con su bajo cuatro
trabajos hasta el 2012. Los más desnudos, primitivos y seguramente
los más auténticos de su estirada carrera. Tienen más por
sintonía o filosofía, retirada con lo que hizo en este primer
trabajo en solitario; creo.
De aquellos
discos posiblemente ahora, no encontremos ni su sombra. Como tampoco
la encontraremos en la última entrega de Kevin. Donde ambición y
objetivos, pierden con ligereza, ese ingrediente secreto -llamémosle
X- Que hace que esas primeras ejecuciones nacieran verdaderas,
honestas, naturales y salvajes.
Si tuviera
que elegir. En ese proceso de mutación hacia el cantautor
contemporáneo solitario que se nos antoja ahora. Me quedaría sin
duda con los dos discos de The Babies: Ese puente colgante y
desvencijado con el divertimento como consigna, que le supuso conocer
a Justin Sullivan, Cassie Ramone (Vivian Girls) y su productor Rob
Barbato, en su inventiva vida. Y que así, de un plumazo, parieron
dos discos muy grandes entre el PopPunk y el PowerPop de aftersun.
A pesar de
caminos paralelos que se entrecruzan en cambios de vía, rotondas y
bulevares, Harlen River sabe como detener el tiempo. Pongamos por
caso Nueva York, o cualquier lugar recóndito donde se desangren
nuestros recuerdos. La perspectiva, el desenfoque o la lejanía está
ahí; miopía memorabílica en constante fluctuación.
Sabe poner
soles en lo alto del mirador cuando lo precisa, con la juguetona
““Wild Side (On the Places you'll Go)”; tan luminiscente
ella. Recostarse y coser pasado con presnte, en “If You Leave
and If You Marry” rodeando con halos iridiscentes el altivo
astro.
Y pellizcar
de parentescos nuestro recuerdo a veces pasajero, en ocasiones
placentero. Tremenda “Slow Train”, Nico, Lou, Dean...
Nombres que gustan por acento y rasgos marcados. Porque nos empujan a
estados de azules, como también lo hace “Sucker in the Void
(The Lone Mile)”. Una especie de tristeza masoquista que se
acentúa y cronifica con el paso de los años. Y que a los que
gustamos de esos estados de vejez marchita. Nos obliga a revivir y a
deshacer una y otra vez caminos, camas y oportunidades a menudo
perdidas.
Harlen River
es un disco que se disfruta a gusto, entornando los ojos quizás. Y
las canciones que lo componen, por supuesto, hacen bien de somier, de
muelle y de resorte. Todo, como un viaje temporal confortable y
evocador. Sus referencias musicales... (Lou Reed, Jonathan Richman,
Mountain Goats, Michael Hurley, Neil Young o Dylan, suficientes para
dedicarle un minuto.
Aquí tocan:
Kevin
Morby a las voces y las guitarras
Justin
Sullivan con las baquetas
Dan Lead
guitarras y slide
Will
Canzoneri bajo, órgano y xilófono
Tin
Presley con el bajo el Miles Miles y la armónica
Dados por
concluidos los epidémicos festejos navideños, y con el dispositivo
desmesura infinita & She`s lost Control ya desactivado y
en stand by. Sí sí, ese que activa el 1 de Diciembre de modo
automático, y nos empuja a todos a hacer lo mismo sin sentido
aparente o por pura simpatía. Por suerte, igual que despierta de su
letargo, se desconecta de golpe y porrazo pasados reyes. Seguramente
ya hasta Semana Santa o Vacaciones estivales no volverá activarse;
nunca como en navidad, desde luego.
De todos
modos podemos estar tranquilos que el curso de las cosas o los
veladores del orden mundial ya se encargan de hacernos un Clear
Cmos en el subconsciente, para darnos de bruces con la cruda
realidad.
Pero vamos,
que no venía yo a daros lecciones de mesura. Venía a poneros en
aviso de una casi ineludible cita. Que no os vayáis a pensar que
vivo en una burbuja, aislado de los últimos hechos acontecidos en
este mundo global. Pero tampoco me sorprendo ya a estas alturas del
alcance de la idiotez humana. Y si no, ya se encargan las redes
sociales de ponernos al corriente, a base de llantos indignados
colectivos, con un cómodo click desde la butaca de casa.
Yo lo que
venía a contar por aquí, con la agenda de futuros objetivos recién
estrenada. Es la inminente visita de BRYAN ESTEPA por nuestras
tierras a finales de este lampiño mes de Enero.
Este artista
Australiano de origen Filipino antes en: (Swivel, Hazey Jane), y su último disco del pasado 2013
“Heart Vs Mind”. Al que arribé gracias a los certeros
consejos de Coco ( Antes Ciego que Sordo). Quien me puso tras la
pista de este domador de melodías; a raíz de su testimonial lista
de mi buen camarada.
Desde
entonces y a pesar de que desde hace dos años Coco a aparcado por obligaciones su
avistadora bitácora. Cada año por estar fechas seguimos teniendo
nuestra necesaria dosis de buenos discos, para aplacar calambres al
corazón y contracturas del espíritu. Y la de este desconocido hasta
el momento autor, es un claro ejemplo de hallazgos tan necesarios,
como exfoliantes son las tareas de todo un 2014 investigando en su
espléndida discografía.
Una cita
obligada para cualquier amante de las melodías confortables, y de
ese toque musical Californiano con el que se impregnan cada una de
sus composiciones. Si el día que me puse a la tarea de escuchar su
último disco, me vinieron de automáticamente los recuerdos de Beach
Boys o Teenage Fanclub. Nadie que este exento del
regocijo que produce escuchar a Jayhawks, Beatles,
Wilco, Neil Young, The Kinks o de Gram
Parsons (por poner nombres a su sonoridad); debería dejar
escapar la oportunidad de escuchar a este pequeño geniecillo. Un
tipo que en su natural sencillez, no pierde la ocasión de mostrar
sus inspiraciones como algo totalmente lógico y reconstituyente.
Y es que
amigos míos. Quisiera imaginar este minúsculo universo musical sin
la defensa a ultranza de patentes de corso o la altivez de la que
algunos hacen gala, cuando les preguntan por sus influencias. Cuando
hubieron pioneros, y después colonos que se encargaron de predicar
la palabra del Rock, y consiguientes mestizajes: Maestros, aprendices
y generosidad a espuertas cuando compartimos aspectos tan diversos
de la música. Las vías de doble sentido, y los collages que
componen nuestro universo particular.
En “Heart
Vs Mind” podemos encontrar mucho de lo anteriormente citado.
Pero sobretodo, un puñado de canciones que ejercen el mismo efecto
que una suave brisa que aleja nubarrones. Canciones que nacen en un
punto de partida común: su armonía vocal. Y que toman su camino
según las circunstancias anímicas e inspiradoras de Bryan, Adrian y
el resto de músicos que lo acompañan.
No se trata
simplemente de creer que por recordarnos a algo, o por el simple echo
de conectar por nuestros gustos musicales. La música pierde la
autenticidad y legitimidad. Todo acaba conectándose como pequeños
nervios neuronales, y cada artista pone su nota de distinción
cromosomática. Algo que Bryan Estepa lleva a cuestas con sus
guitarras, carácter bonachón y de contagioso optimismo.
Su quinto
disco tiende la mano de generosa confianza con “(If you follow)
We Just Might Get Near”; una más que clara declaración de
intenciones. Hay momentos para agitar el estado gaseoso que acompaña
todo el disco, y surfear sobre las espumas descontroladas de “Them
Fighting Word”, “Overnight” o “Come What May”.
Pero en trazos generales, y dejándose llevar por todo ese
sensacional retrato de escenas de despertares estivales: soles altos
que deslumbran, invitan al acurruque. O que consuelan como largas
tardes meditabundas de modorra placentera, para hacerse el muerto y
dejarse llevar por la marea.
Heart Vs.
Mind da con la clave por la que Pop, Folk y Rock pueden llegar a
fundirse, sin apenas perder sus buenas cualidades. Discos que
conectan toda su trayectoria por cambios apenas evidentes, pero que
moldean con gusto la travesía. Notar por ejemplo que entre la
belleza excelsa de “Nothing At All”; de rasgos clásicos
pero certeros puñados al corazón y al nudo de la garganta. Se
entrelazan y funden como el chocolate al calor del sol , con otras
tan solo aparentemente opuestas: “She Vs Him” o
“Restless”. Y es que de rupturas amorosas o ideológicas
existen tantas como prismas y puntos de vista.
Bryan Estepa
estará por nuestro país a partir del 27 de Enero, hasta el 31.
Cinco citas que pese a la premura del plazo y la amplitud de su
discografía; por cantidad, y calidad. Estoy seguro que tendréis la
oportunidad de sucumbir a sus encantos, y si no... También podéis
hacer lo que yo. Romper con el pasado y con aquello que nos asfixia
como el corsé de una alocada bailarina de cancán: El insoportable
peso de lo previsible, de aquello que hartos de gustarnos, nos seda
como la adormidera.
Me he vuelto
a levantar con otra mañana soleada: Descorrer las cortinas, subir la
persiana, y abrir la ventana para que aire templado que empuja
caprichosamente el anticiclón de las Azores, entre por ellas e
inunde el cerrado de la habitación con olores de Primavera; es como
poco, uno de los mejores exfoliantes para el espíritu entumecido por
las húmedas y gélidas pasadas semanas.
El aire
sopla, ventila, atempera y remonta erizando el bello. Se oye el
borboteo del agua en la perola esperando que los spaguettis se lancen
sin rubor alguno, la cebolla cortada del sofrito perfuma la cocina
para que a uno se le salten las lágrimas por tal conjunción de
elementos , y la cerveza hidrata los resecos labios cuando en el
salón resuenan cavernosos los acordes del misterioso “Just
another ordinary Day/2003”. Estos primeros meses de 2013 nos
han agasajado con tantos eventos que he tenido que jugarme a los
chinos lo verdaderamente merecedor, difícil tarea si uno tiene por
bueno todo le que se pueda descubrir, como si el fin de todo
estuviera a la vuelta de la esquina.
Me he
decidido por Patrick Watson y no por unos Yo la Tengo, Sr Chinarro,
Soft Moon, Eels, o Beach House, por la sencilla razón de escoger
algo distinto con lo que me topé hace escasos meses. De no ser así
, seguramente su último disco “Adventures in Your Own Backyard”
hubiera aparecido en algún lugar de mi lista de confortables
escuchas del 2012, pero no fue así. No obstante al llegar hasta este
Canadiense con aires de personaje inquieto, en momentos histriónico,
y en su mayoría virtuoso de las melodías visuales; hubo algo que me
conectó de inmediato a ese sonido al que difícilmente podemos
calificar como estilo, si no simplemente dejar que aquello que
escuchamos se nos muestre como visión o como una presencia
decorativa de nuestra galopante imaginación.
Músicas que
sirven para que uno pueda proyectar imágenes y situaciones, a la vez
que disfrutar del masaje en nuestros oídos. Seguramente son estas
situaciones que se dan en el más común de los mortales, pero en
esta ocasión sin saber bien porqué las veo más acentuadas: Todas o
casi todas las músicas posibles nos transmiten imágenes, recuerdos,
o situaciones; pero hay algunas que acentúan esa creciente sensación
de estar ante una fábula musicada, de ser un personaje de Lewis
Carroll, o sencillamente escuchando la banda sonora más cotidiana
posible.
Hacia muchos
años que no acudía a un concierto en un Domingo de sopor y relax,
sobretodo cuando el tiempo acompaña a lo que cada uno entiende por
un Domingo con todas sus consonantes, sílabas y connotaciones.
También ha sido mi bautismo en una sala legendaria como LUZ DE GAS,
una situación y un lugar que se aviene poco a un músico como
PATRICK WATSON, si nos orientamos por las coordenadas del “indie”
maniatado.
Pero todo
está cambiado por suerte a pasos agigantados: Nuestra percepción de
la música alternativa, la limitación de las etiquetas, y sobretodo
nuestra cada vez más amplia perspectiva en lo que se refiere a
músicas que ya no se avienen a ningún género en concreto. Todo
esto hace que el público con carácter más aventurero se abrace a
músicos como Andrew Bird, Rufus Wraintwright, Bon Iver, o el que nos
ocupa, el Canadiense de Montreal Patrick Watson.
Los 18
grados de temperatura que inusualmente templan la ciudad, hacen que
en las inmediaciones del escenario bulla el público más tempranero
en un caldo caluroso y pegajoso. Los que como yo no daban crédito al
horario del concierto, las ocho de la tarde, nos hemos tenido que
conformar con ocupar la segunda línea de tiro: Aquella que delimita
el foso de Luz de Gas con el control de sonido y el cacharreo de la
barra, un verdadero inconveniente si se tiene en cuenta la absorción
que ejerce la música de este personajillo de vivaces ojos y
semblante cómico, que es Patrick.
Un escenario
sorteado por dos grandes filtros circulares alineados de forma
tridimensional, que juegan un papel caleidoscópico y
multidimensional; donde la proyecciones atraen a los presentes como
polillas embelesadas. Un piano de cola digno para las inquietas manos
del loco de Patrick, y el resto de músicos acurrucados; formando
como a él le gusta, un pequeño cónclave de armonía y confort. Así
suceden las actuaciones que este desmitificador de la solemnidad ha
paseado por medio mundo desde que se publicara su primer trabajo
“Just Another Ordinary Day”; la mejor manera de definir la
forma con que ataca la música este hombre.
Los que
hemos tenido la suerte de echarnos un tiento con aquel directo en
Washington del pasado año, grabado por la NPR. Sabíamos con más o
menos certeza como sucedían las cosas cuando Patrick Watson, Simon
Angell, Mishka Stein, Robbie Kuster, Melanie Bélair, y Benjamin
Raymond se suben al escenario. Sinceramente nada comparado con
tenerlos a unos metros y ser espectador directo de la puesta en
escena de toda su obra, porque aunque los primeros compases de esta
gira nos abran el apetito de forma ordenada, con cuatro de los
primeros temas de su último disco: “Lighthouse”, “Blackwind”,
“Step out for a While”, y “Quiet Crowd” . Estos son tan solo
un pequeño apéndice de una obra musical que funciona como un
exoesqueleto en constante evolución, pasando por cada una de las
fases posibles de la evolución e involución: Unidad unicelular en
las acapelas a pecho descubierto, en forma de crisálida cuando sus
temas comienzan lenta y pausadamente, o estallando como mariposas
Monarcas cuando sus canciones levantan el vuelo y se convierten en un
acto colectivo total.
De echo toda
su obra parece formar parte de un universo tan amplio y volátil como
lo puedan ser sus interpretaciones; con lo cual, es indiferente el
papel que quiera asumir su último disco porque todo pertenece a un
mismo mundo. Da lo mismo que gran parte de su última entrega se
halla ideado en un apartamento usando los objetos más cotidianos
para construir melodías, y necesite de unos socios adecuados, como
si se acude a los estudios más consagrados para plasmar una
sonoridad. Porque la idea de la experimentación que revolotea por la
cabeza de este director de orquesta, nace de la complicidad y del
puro divertimento.
Tanto, que
sobre el escenario Patrick Watson aparece y desaparece como un
fantasma juguetón según lo demandan las circunstancias: Su
magistral falsete funciona como un instrumento más, el piano cobra
protagonismo puntualmente, y el resto de músicos hacen lo propio
convirtiendo sus directos en un ser vivo cambiante e inquieto que se
deja hacer. Es esta una de las ventajas más llamativas de su último
disco: Quien da un protagonismo especial al Pop-Folk, en detrimento
de la nocturnidad de sus primeros discos.
Su
espectáculo sin embargo combina sin apenas disonancias su interés
por la experimentación con sonidos caseros, la pasión por los
Lumières, que aparecen en cortes nuevos como la fantasmagórica
melodía de “The things you do”o “Where the Wild Things are”.
Con destellos de su primera etapa en “Mary”, que sirven de nexo
entre sus cuatro discos, a los que difícilmente se les puede
atribuir un protagonismo clave; por mucho que halla sido con
ADVENTURES IN YOUR OWN BACKYARD su disco más dulce, y con el que
mejor se ha dado a conocer.
Parece
asombroso ver como pueden combinar entre si cualquier tema de sus
cuatro disco, aunque el concierto se apoyase principalmente en su
último disco el que sonó casi al completo; y donde se alcanzaron
momentos memorables cuando sonó la animada “Strange crocked Road”,
o la que da título al disco en cuestión.
Puedes creer
de igual forma que estas ante la banda sonora de un cuento de hadas.
Pensar que aquello que escuchas es un Dub Balcánico de cámara como
el cierre a cargo de un “Sleeping Beauty” (totalmente diferente a
la del disco). O dejar pasar los días para que haga que tu
subconsciente rememore todos y cada uno de los detalles que se
esfumaron por la turbadora experiencia de oír pasajes, que van más
allá del mero descubrimiento de su último disco. Sintiendo el
irrefrenable deseo de zambullirte en la naturaleza onírica de sus
composiciones: La poliédrica “Machinery of the heavens”, la
íntima y delicada “Big Bird in a Small Cage” con el banjo y la
voz de Maelanie como protagonistas. Sus canciones más directas y de
índole Popera como “Luscious Life” que desataron la euforia de
propios y extraños, o la vieja “Gealman” donde se mezcla cabaret
y circo. Hasta la siempre desnuda “The Great Escape” en los bises
finales.
La noche
acabó con un público entregado, porque la mayoría de los allí
presentes ya hacía tiempo que cayeron atrapados en la tela de araña
de su música. Suponiendo la valentía que se necesita para
aventurarse a un concierto para aquellos que todavía desconocen que
en los silencios, pausas, y lentos desarrollos de la música de
Patrick Watson se esconde la esencia de su encanto: Saber esperar con
paciencia el momento por el que te dejas atrapar por la complicidad
de su música.
Y ver que
los principales encantos de este inquieto músico residen en gran
medida, en el hierro que le quita a su magnífico virtuosismo a la
hora de tejer atmósferas familiares. Siempre del lado del que quiere
hacer a todos partícipes de la MÚSICA como motor que empuja, une, y
confraterniza.
Sin duda uno
de los conciertos, entre tantos que llevo a mis espaldas; que más he
disfrutado en soledad, con un sonido más absorbente, y con un clímax
más familiar. Para aquellos que quieran volver a revivir tan
placenteros momentos, para quien quiera descubrirlo, o simplemente
para los que quieran tener el concierto de Washington en su haber.
Les dejo el enlace de Youtube para descargarlo con Jdownloader en HD.
"Lighthouse" "Blackwind" "Step Out For A While" "The Quiet Crowd" "Words In The Fire" "Into Giants" "Strange Crooked Road" "The Things You Do" "Luscious Life" "Big Bird In A Small Cage" "Morning Sheets" "Adventures In Your Own Backyard" "Noisy Sunday" "Beijing" "Man Under The Sea"
En estos
precisos instantes debería estar ya escribiendo de una maldita vez
sobre la última Playlist de este año. Sin embargo , el placer de
posponer se ha convertido en un tentador hábito del que sacar
réditos en pro de la libertad de maniobra.
Así hoy ,
un día de esos en los que los tímidos rayos de sol no se atreven a
plantar cara a este definitivo frío invernal que te cala de fuera
hacia dentro: Me hallo acurrucado ante el ordenador intentando
balbucear , que es lo que fue de la segunda visita de nuestro
protagonista ANDREW BIRD.Una ocasión inmejorable para profundizar
en el discurso de este frágil Americano de Illinois.
Nos dimos
cita esta vez en los aledaños de la sala Apolo cuatro comensales que
compartimos tajada , pero que pocas son las veces las que hemos
hecho de un evento y posterior cerveza-debate; una verdadera mesa
redonda donde destapar todas nuestras diferencias , para confluir en
un único punto: Que maravillosa es la música , y cuantas son las
reflexiones que te llevan al primer punto.
Se
derramaron las cervezas tras el concierto , alargando la noche hasta
la 1:00 de la madrugada; algo que echaba tanto de menos , entendiendo
por el “echo de menos” el hablar con desenfreno de aquellas
cosas que te rondan la cabeza y que ¿para que las quiere uno , si no
para compartirlas? Y es que a estas alturas de la vida parece casi
incompatible disfrutar de un concierto o festival con atención y
dedicación , y comentar los diferentes puntos de vista si no es que
se pone de por medio unas mesas y unas cervecitas.
Saltaron a
la palestra cosas tan dispares como: El sexapil de Andrew , Mike
Oldfield , Bob Dylan , The Smiths , Maika Makowsky , Nick Cave , Neil
Young , Beach House , Cocteau Twins , Beirut y hasta aquellos
maravillosos carteles del BAM de antaño. Peligroso si se tiene en
cuenta las muchas historias de abuelo Cebolleta que me pueden venir a
la memoria , como aquel que cuenta batallitas de la época en la que
se rebobinaban los cassettes con el boli Bic.
Atticus , JhHulme & Wanessa , allí los cuatro atrincherados en aquel
preciso rincón socorrido donde se acomodan los que huyen del tumulto
de las primeras líneas de combate , con más perspectiva si cabe;
para eso creo yo que se diseñaron los anfiteatros de la Sala Apolo ,
para eso o para tener bien a mano la barra del bar.
En cualquier
caso y ya metiéndonos en faena , que la semana apremia. Para la
sorpresa de uno que como yo , acudió a la llamada de Andrew
empujado por mi reciente descubrimiento; a propósito de su último
disco en verdad “Break it Yourself/ Bella Union Records” , (no
contamos con “Hands of Glory” por ser un disco de versiones un
tanto particular). La mítica sala Apolo para las 8 y poco ya
acumulaba una concurrencia respetable , teniendo en cuenta que Andrew
Bird es un autor un tanto particular , que se halla en la difícil
tesitura de aquel que intenta poner paz en una bronca callejera: Folk , Pop , Barroquismo , Raíz , Swing , y si me apuran
algo de indietrónica , que se enzarzan a veces en una discusión sin
sentido.Pero el bueno de Andrew Bird se encarga no se sabe bien como
¿o sí? , de ponerlos de acuerdo.
Así lleva
más de 15 años. Desde aquellos inicios académicos y su posterior
periodo en prácticas con Squirrel Nut Zippers. Donde proyectó sus
inquietudes musicales como una especie de búsqueda de las conexiones
intangibles de la música de ráiz Americana y Europea. Hasta la
presente; Andrew ya parece cumplir su propósito en el mismo instante
en que rompe con la imagen de músico al uso: Nos lo podríamos
encontrar sentado en un viejo café de Lisboa , libro en mano , con
una humeante taza de café y con su cara de buena persona , pero no
sobre un escenario; o quizás más como un extraño personaje de
Doctor en Alaska.
Por suerte
los estereotipos y los tópicos que tan bien impregnan esta compleja
tarea de la crítica musical , no están si no para derrumbarlos. Y
que suerte ¿no? , Andrew Bird además de hacer honor a su apellido
como si de un ruiseñor se tratase; una vez sobre el escenario y
arropado por los magníficos compañeros de viaje que lo acompañan ,
rompe deliciosamente con todo aquello que hemos presentido en sus
discos.
Andrew Bird
es por así decirlo , una especie digna de ver en su hábitat
natural , el escenario , como si éste hiciera de bosque donde
estudiar la ornitología. Es allí donde se van al traste las
limitaciones o dudas que uno pueda tener al escuchar sus discos , y
donde demuestra su verdadera destreza a la hora de interpretar de
manera tan personal su repertorio. Jugando con el sampleado y
solapando capa tras capa: Violín , cuerdas , percusiones , guitarras
, xylófono , silbidos , voces... tejiendo en definitiva unas
sonoridades difíciles de apreciar en sus discos , y certificando su
particular forma de construir sus canciones con ese metrónomo que
parecen haberle instalado en su interior.
Llegados a
este punto en el que uno se queda absorto al ver como van creciendo y
mutando sus canciones sobre el escenario. El repertorio resulta hasta
cierto punto intrascendente , incluso la forma tan académica que en
ocasiones demanda una pizca de calidez o desenfado como único
inconveniente; puesto que Andrew nos ha acomodado tan plácidamente ,
que a uno solo le queda como única alternativa , dejarse llevar.
El preámbulo
del concierto , con él a solas sobre el escenario abriendo boca con
dos viejas miniaturas de sus anteriores trabajos: “Hole in the
Ocean floor” y “Why”. Dieron paso al resto de la banda , para
empezar a desgranar alunas de las canciones que seguramente
facilitaron la gran afluencia de público a la sala Apolo , teniendo
en cuenta el lastre del indignante 20% de Iva que han de soportar las
entradas de los espectáculos en nuestro país , ¡gracias Sr. Rajoy!
“Desperation
Breeds” y “Danse Caribe” , hasta que con “Effigy” se fue al
traste el sample de pié: Herramienta indispensable culpable en parte
de que Andrew multiplique por 5 su valioso violín sobre el
escenario. En realidad tampoco fue un verdadero inconveniente el
incidente en cuestión , como si aquello invitara a exigir al artista
su dote para adaptarse a las circunstancias.
Porque
cambiaron espontáneamente el formato más eléctrico para pasar a
uno acústico: Escobillas , contrabajo , violín y guitarra acústica.
Algo que hizo en varias ocasiones y que logró impregnar la sala con
ese aroma de Bluegrass y Folk callejero que tan bien conecta con el
público: “Orpheo looks back” , “Give it away” , “Railroad
Bill” , “If i need you” , o “When takes helicopter comes”
versionando a Handsome Family.
Fueron
llegando algunas de las más esperadas: “Eyeoneye” , “Three
white Horses” , “Imitosis” que tanto me recuerda a Sting ,
“Plasticies” o “Fiery Crash” al borde de la despedida. Con el
público totalmente entregado y abstraído de los inconvenientes
técnicos que fueron sorteando. De su facilidad de reinventar las
canciones o de improvisar los numerosos guiños al error; como un
detalle más que hace grande a la música en directo y al género del
Folk , siendo ellas el máximo exponente en la música callejera y de
raíz. Y sobretodo aglutinando en más de dos horas largas de
concierto , todo aquello que es Andrew Bird y que va mucho más allá
de lo que viene escribiendo la crítica sobre sus discos: En realidad
su música abarca aspectos muy distintos en su longeva carrera , que
dan para comprobar como el Folk , el Pop e incluso sus cimientos
apoyados en la música de cámara son capaces de cambiar un paisaje
en constante progresión , sin sonar estrictamente a ninguno de los
géneros con los que experimenta.
Atrayendo a
un público muy diverso y poniendo tierra de por medio entre el
pastiche “indie” y la música que por suerte no se encadena a
ningún tipo de tendencia. Y con la inestimable ayuda de su banda sin
la cual podría llevar a cabo su maravillosa puesta en escena: Martin
Dosh: Percusiones , samples y teclados , Jeremy Ilvisaker: guitarras
y coros , y Mike Lewis: bajo , contrabajo y voces.