Un
espasmo breakdancero me ha catapultado de mi cama a las seis
de la mañana. Consecuencia de un retortijón tan largo y agudo, como
un acorde de Brian May y al grito de:
-Mamaaaaaaaa!! Ooh I don’t want to die!!
He
visto su estampa – la de Brian May – ahí, con su pelazo en el
blanco de la pared; como una cara de Bélmez (ayer tarde vi la
película, no sin antes resistirme) Y todavía creo que sufro las
consecuencias mezcladas con frutos secos, cafeína, licores y
repostería varia.
Un
estreñimiento seguramente, fruto de esta inactividad y ponzoñosa
vaguería que se apodera de todos nosotros. Y que ni contoneando
grácilmente mis glúteos cual Valentín Massana cada mañana que me
dispongo hacia la panadería. He podido evitar postrarme en la taza
del water con la mirada perdida en las juntas de los azulejos y sus
voradas, por infinitas horas.
Allí.
Me ha dado tiempo cerrando los ojos, a pensar largamente en el
sentido de la vida.
No
en un hipotético futuro ni en un destino cualquiera.
Sino
en un pasado anecdótico por el cual paseamos distraídamente
silbando alegremente o a la carrera cochinera como el que pierde el
autobús de la efeméride; según se mire.
Acordándonos
solamente de los difuntos, cuando fallecen. De los héroes, cuando
ganan. Y de los amigos, cuando nos sentimos solos.
Y
es con la música: Ese maravilloso elemento inerte y etéreo que sin
embargo, funciona maravillosamente como diluyente de todo lo
anterior.
Cuando
la tristeza químicamente indescifrable, al mezclarse con las
melodías y agitarlo todo, puede convertirse en felicidad.
O
por lo menos, en ese raro combustible capaz de erizarte el bello y
así…
El
pie derecho sigue el copás y la cabeza asiente.
Le
siguen las caderas y tronco empieza a balancearse en una elasticidad
y torsión inédita en cualquier otra actividad física que se
precie.
Para
que el siguiente efecto suceda. El elemento diluyente en cuestión
debe entrar – no se sabe cómo – en el riego sanguíneo y de ahí,
al corazón.
Es
imprescindible que el corazón lo bombee, sino, se corre el riesgo de
muerte lenta e inexorable o al efecto, la muerte espiritual:
Una
en la que aparentemente todo sucede con normalidad, pues los órganos
vitales siguen funcionando y hasta ejecutando eso que llaman “vida
normal”. Pero lo cierto, es que es una muerte en vida o vida
aburrida (mal humor, indisposición constante, apatía, amargura,
hipersensibilidad a la infelicidad); y un montón de síntomas
aceptados de buen grado por muchos, e incluso no diagnosticados como
tales.
Por
eso, yo cada sábado noche. Pese a que mi dilema más trascendental
pudiera ser: - Que narices voy a cenar esta noche?
Conjuro
las luciérnagas de colores, atenúo la fría luz blanca, alzo las
persianas para exivicionar todas mis vergüenzas en público
–
cámaras!!
acción!!
Y
bailo sin ese terror, igual que el de:
-
Señor Crespo!! salga al encerado!!
Y
el miedo escénico, se va volando al carajo!!.
En
una semana de incesante lluvia; como si hasta los elementos se
hubieran conjurado para jodernos la existencia. O quien sabe si un
rapapolvo de la naturaleza para reordenar los ciclos, y dar hasta
sentido a los refranes.
He
acunado una crema de acelgas, calabaza y trigueros, con la chispa de
la lima y el jengibre. Y un chupete de Miso y vino rancio (mis nuevos
aliados); para darle ese ritmo que todo guiso precisa. Aventado por
una copa de Oporto Dry White de Nieeport, y un cacho de cremoso queso
de cabra del Moianès. Intentando conjurar un rayo de sol con las
melodías de MINIATURE TIGERS.
No
la de los últimos cuatro discos de este cuarteto de Brooklyn (aunque
Vampires in the Daylight/Oct2019 es otra maravilla). Sino con la de
aquella anomalía de psicodelia popera que invocaba a Beach Boys,
Beatles, Of Montreal , o incluso el espíritu abstracto de los
Beulah. Como si su artístico y poroso líder Charlie Brand,
en esta presunta fortaleza, intentara dejar constancia de su Phoenix
originario como otra de sus pinturas. Y la infalible mano de su
coleguilla, Christopher Chu (The Morning Benders, Pop ETC) a
los mandos de la nave.
Sin
ir más lejos, “Masion of Misery”, invita a adoptar
una postura gorilesca y bailar en una especie de rito a la
fertilidad. Y es, sin duda, uno de los mejores arranques
discográficos que conozco en lo que a pescozón contagioso se
refiere:
Esa
parte intrínseca de cacharrería, su malavarista batería y como no.
La infinidad de cachibaches, ruiditos y esos deliciosos cantos
corales que te llevan en volandas y el subidón final.
FORTRESS
tiene ese ingrediente con parte de feria ambulante, teatro callejero,
trovadores y bufonada que te pone de buen humor. Sino… como se
entienden mis desavenencias con el Parklife de Blur. Cuando aquí,
“Rock & Roll Mountain Troll”, cumple a
rajatabla esa vertiente cómica y costumbrista del mejor pop
británico. Que sin embargo sí me empuja a descalzarse y hacer
pallasadas frente a la ventana de mi comedor.
O
salir a destiempo y hora, a aplaudir al balcón con “Japanese
Woman”, pa ver que dicen los vecinos y echarnos unas risas;
un poco surrealistas y bizarras, si se quiere.
La
solidaridad anímica es infinitamente más crucial que cualquier
debate lógico (según lo miren los estadistas, claro). Y no hay nada
más solícito que abrir ventanales, ahora que el Haba Cadabra a
abierto las nubes, igual que las aguas Moisés, y despunta el sol.
No
os lo dije?
El
contrapunto sosegado de canciones como “Dark Tower”,
tienen en mi el mismo efecto: Con la diferencia de que ya abro los
brazos intentando cazar abrazos invisibles, pero bien presentes en
esta delicia de soleada canción.
Un
susurro como el licoroso Oporto deslizándose por el paladar. Casi
las mismas evocaciones a resinas y nuez. La invasión total en el
final ácido y complejo.
Con
la animosa y juguetona “Gold Skull”. Sostienes la
copa, delimitas el horizonte con su esbeltez, te echas a la boca un
cremoso pedazo de queso… Y te suspendes desde las alturas.
No
hay vértigo ni nubarrones y Sant Jordi ha subido en nuestra busca,
Todo
acompaña ¿será el alcohol? O es amor.
FORTRESS
tiene esa parte de tobogán que estimula, como las relaciones y el
cariño: Que unas veces te eriza hasta el estómago, y otras en
cambio, te escuecen como el desuelle.
Te
podrías incluso subir al terrado con la eufórica “Bullfighter
Jacket”. A ver si te encuentras a la vecina de al lado
tendiendo la ropa, para bailar bien cogidos un swim con el firme
propósito de la ilegalidad del roce, que hace el cariño.
La
cosa realmente, es que es segundo disco publicado por la banda de
Phoenix es un bendita maravilla; sin más encuadres o disertaciones.
Mi salvador.
No
entiendo como el resto de su carrera ha sido tan hedonista y simple,
la verdad; supongo que duplicarían su éxito, o es mi falta de
predisposición. Sobretodo cuando son canciones tan jugosas como
“Egyptian Robe”. Donde podrían haber ido de la
mano con el despatarrante y único disco de THE OLMS; que se publicó
tres años después. A los que tampoco les acompañó el éxito,
salvo en reductos muy reductos.
¿Se
figuran a donde nos empujan los miserables?
Te
podrías permitir hasta sacar a bailar a tu madre, con los aires de
pasodoble y slow calypso que se nos trae “Tropical Birds”.
Menudo ingenio melódico la de estos me supongo, por entonces
veinteañeros!!
“Lolita”
tiene esa misma proyección artística y contemplativa que posee
Charlie Brand; el ideólogo. El encanto de serenata de esta canción,
obedece más a un instinto mucho más radial que el simple Pop de la
época. E intuyo y descifro, que esa otra pasión que tiene Charlie
por la pintura y arte en general. Es el otro inadvertido detalle que
me falta, para unificar toda su obra. Aunque éste, el segundo, sea
el que haya aparecido de repente. Como ese amigo que necesita ahora,
a tu vera.
Parece
tonto, puede. Pero es infinitamente más versátil que otros moldes
usados, con más éxito y pegada comercial, aunque muchísimo menos
inspiradores y didácticos.
“Coyote
Enchantman” se zambulle en el tropicalismo de herencia
Byrne para cerrar. Y para mi gusto, con más riqueza y sensibilidad
que los exitosos Vampire Weekend del mismo año; salvando
escandalosamente las diferencias, claro. Por eso de dar esquinazo a
los éxitos populares, y tener desde siempre más apego a las cosas
que ocurren, cuando tienen que ocurrir.
Buscar
y encontrar es excitante, pero tropezarse y reír a carcajadas, mucho
mejor. De verdad.